ADVERTENCIA: Este capítulo contiene escenas de contenido sexual explícito. Si ya has llegado hasta este punto dudo que realmente te molesten, pero si este no es tu tipo de lectura, puedes saltarlo. No hay ningún problema, no te pierdes de nada más que de fanservice xD

Más adelante: [N/A: Nota de la autora]


CAPÍTULO 25 (Parte 2)

Vergüenza. n.f.

(Del lat. verecundia).

1. Turbación del ánimo ocasionado por la conciencia de alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante.

Vergüenza.

La RAE tiene ocho entradas para esta palabra, así como un importante número de locuciones verbales derivadas, pero ¿para qué aburrirlos hablándoles de diccionarios y entradas terminológicas? No las necesitamos ya que la definición que estamos buscando para el siguiente caso es, precisamente, esta. Eso sí, como en toda entrada para diccionario, esta no puede ser aprobada por el directorio si no cuenta con su respectivo ejemplo. Afortunadamente, tenemos el mejor ejemplo unas líneas más abajo.

"Póngalo en una oración".

Vergüenza.

Vergüenza fue lo que sintió Hermione Granger al despertar a la mañana siguiente en su habitación del piso 17 en el prestigioso hotel The Heir.

¿Qué había pasado ayer? No lo recordaba muy bien. Todo estaba tan borroso.

La cabeza le daba vueltas y sentía que su cuerpo estaba hecho de plomo. No era capaz de mover ni solo un dedo sin que sintiera que se iba a morir en el intento. Al principio, ni siquiera sabía en dónde se encontraba, todo tenía demasiada luz. Las paredes claras de la habitación le atormentaban los ojos miel a tal grado que tuvo que cubrirse el rostro con las sábanas de su cama.

Tal vez fue que tiró de ellas con demasiada fuerza pues terminó destapándose más de lo deseado porque, al instante, sintió una corriente de aire fría subiendo por sus piernas desnudas hasta llegar a arriba de sus muslos, justo sobre sus glúteos firmes.

Su piel se erizó de inmediato.

Hermione abrió los ojos de golpe y se removió sobre la cama, pataleando en todas direcciones, tratando desesperadamente de volver a cubrirse con las sábanas.

¡Frío! ¡Frío! ¡Frío! ¡Frío! ¡Frío! ¡Frío!

¡¿Por qué carajos hacía tanto frío?! Era cierto que estaban en otoño, pero el Sr. Andrews les había informado que toda la suite tenía calefacción... ¡A menos que ella no se encontrara ahí!

Asustada, paseó sus ojos miel por toda la habitación para asegurarse de que estaba en su cuarto.

Sí, ahí estaban sus maletas, apoyadas contra las bonitas paredes de papel tapiz crema. Ahí estaba su ropa, dentro del closet de puertas abiertas, exponiéndose como si fuese parte de los tantos aparadores de la boutique abajo del hotel. Ahí estaban los elegantes muebles, las sillas cremas acolchonadas, las lámparas de pantallas clásicas, las flores de colores pasteles, el espejo labrado de cuerpo entero, los bonitos cuadros en blanco y negro de la costa de Blackpool y las gruesas cortinas que protegían el único ventanal de la habitación. ¡Incluso ahí estaba su desorden! Tal y como lo dejó antes de partir hacia los Winter Gardens ayer.

Todo estaba bien. Estaba en su habitación. Entonces, ¿por qué seguía sintiendo tanto frío si se suponía que la calefacción estaba encendida y estaba usando su pijama abrigador?

... ¿Verdad?

Tenía que ser, es decir, ella ya había enterrado muy profundo todos esos horribles hábitos de salir borracha de las fiestas junto al primer desconocido que considerara atractivo y que le ofreciera llevarla a un lugar más "privado". Ella ya no se metía a la cama con cualquiera y, por ende, ya no despertaba semidesnuda y desorientada en habitaciones de moteles.

¡Ella ya no hacía esas cosas!

Una voz grave y masculina resonó en su cabeza a modo de recuerdo: "Vamos, te llevaré al hotel".

Con el pánico corriendo por sus venas, Hermione levantó la parte superior de las sábanas para verse el torso. Para su gran alivio, encontró su pijama a medio poner envolviendo parcialmente su cuerpo. La holgada camisa blanca de botones celestes estaba abierta de par en par, revelando su sujetador negro el cual se le había adherido a la piel debido todo el tiempo que la prenda estuvo pegada a esta. Se movió un poco para acomodarse y sintió un fuerte ardor en su todo el contorno de su torso, exactamente sobre sus costillas. No necesitaba ver su piel para saber que estaba roja y marcada.

Y picaba.

Bajando más por su cuerpo, descubrió la razón por la cual tenía tanto frío. ¡Le faltaba la parte inferior del pijama!

Además de sus bragas.

Cerró las piernas de inmediato, escuchando el obsceno sonido de la piel de sus muslos chocando una contra otra. Las mejillas le ardían. No, ¡le quemaban! Se dejó caer sobre la cama completamente abrumada y se llevó ambas manos al rostro para cubrir su vergüenza. ¡Esto no podía estar pasando! Soltó un sonoro bufido cargado de desesperación y autodesprecio. Estaba demasiado avergonzada consigo mismo. Solo quería que la tierra se la tragara y nunca jamás volver a aparecer. Se preguntó qué diría su madre si la viera en esta situación. Ya podía escuchar sus gritos en su cabeza.

¡Otra vez había perdido sus bragas!

Para colmo, le dolía demasiado la cabeza. Cuando sus dedos rozaron accidentalmente la parte derecha de su frente sintió que el alma se le salía del cuerpo. ¡Carajos! ¡Dolía! ¡Y mucho!

¿Por qué a ella?!

Su mente adormilada rio, una risa burlona y petulante dirigida exclusivamente hacia ella. ¡Por todos los cielos! Había pasado muchísimo tiempo desde que algo tan penoso como esto le había pasado. La última vez que había despertado en una cama que no era la suya, con un dolor de cabeza de los mil demonios y sin saber qué había pasado anoche fue con…

—¡SNAPE! —exclamó para sí misma, dándose cuenta de la gravedad de la situación que estaba viviendo en ese preciso instante.

¡Dios! ¡¿Acaso Snape sabía de esto?! Probablemente, se dijo, pues era la única persona que pudo haberla llevado de regreso al hotel y meterla dentro de su cama.

¡Oh! ¡Su cabeza!

¡Maldición! No recordaba casi nada desde que se tomó esa tercera copa de vino... o tal vez, cuarta. No estaba segura cuanto había tomado anoche. Estaba tan nerviosa por compartir la mesa con Penny Haywood y Graham Carter que no encontró mejor forma de matar el tiempo que bebiendo vino durante los ratos en que se mantenía en completo silencio, cuando ninguno de los tres adultos la incluía en la conversación ni le dirigía la palabra.

Era eso o morir de ansiedad.

Sus pies le dolían. Era ese dolor típico causado por agotamiento, el mismo que sentía cada vez que pasaba horas y horas entrenando, lo que quería decir que, probablemente, se había pasado la mayor parte de la gala bailando. De hecho, sí. Ahora que estaba un poco más despierta, podía recordar borrosas imágenes de sí misma bailando con diferentes bailarines, todos hombres.

Chachachá, pasodoble, rumba, rock 'n' roll, mambo... la lista era interminable.

Debió haber hecho un verdadero show.

Su mente volvió hasta Snape.

¿Lo habría avergonzado? ¿Se habría avergonzado a sí misma? Cuando se embriaga solía hacer cosas de las cuales se arrepentía luego. Tenía miedo de que este caso no fuera la excepción. ¿Habría coqueteado con alguien? ¿Se habría besado con alguien? ¡Oh! ¡Dios! Esperaba que no. No podría hacerle eso a Severus, no a él. Prefería morirse antes de haber hecho algo que pudiera lastimarlo una vez más. Ella ya no era así, se había jurado a sí misma cambiar por el bien del profesor, pero aún no confiaba en la Hermione borracha.

Ella podía ser muy... "sociable".

¿Snape se habría peleado con alguien por culpa de ella? O ¿ella le habría dicho algo que lo hiciera enojar? De por sí, tendría suerte si el pelinegro no estaba enojado con ella después de haberse pasado de copas frente a su ex alumna...

¡SU EX ALUMNA!

¡PENNY!

¡HABÍA ESTADO BORRACHA FRENTE A PENNY HAYWOOD!

—¡Demonios! —exclamó humillada, sintiendo como toda su sangre viajaba a su cabeza: a sus mejillas y orejas. Tomó una almohada y la puso sobre su rostro para ahogar un grito de frustración— Muy bien, Hermione. Sigue así y llegarás lejos —añadió con sarcasmo.

Esperaba no haber avergonzado a la rubia anoche. Penny Haywood había sido tan amable con ella y con Snape, incluso había hecho lo imposible para invitarlos a la gala. Era una malagradecida por haberse pasado de copas, corriendo el riesgo de no solo humillarse a ella misma, sino que también a Penny. La mujer era una finalista lo que significaba que tendría a las cámaras sobre ella todo el tiempo. ¿Qué dirían todos de la invitada borracha de Penny Haywood? En fin, a ella la olvidarían rápido por ir de incógnito, pero a Penny... ¡Maldición!

¿Habría vomitado? ¡Ay! ¡Ojalá que no! Prefería morirse ahí mismo a vivir sabiendo que había avergonzado a Penny Haywood frente a todos sus colegas.

¡Auch! Su cabeza... ¿Por qué le dolía tanto?

En fin, se ocuparía de eso más tarde, ahora tenía algo mucho mejor qué hacer y eso era buscar sus bragas. Necesitaba vestirse de manera decente para ir a buscar a Snape y pedirle que le explicara todo lo que había pasado anoche. Necesitaba llenar de manera urgente aquellas lagunas mentales en su cabeza. No estaría tranquila hasta estar 100% segura de que no había hecho nada de qué avergonzarse.

Rodó fuera de la cama. Sus piernas, usualmente fuertes, se tambalearon débiles, incapaces de mantenerla en pie. ¡Pum! No duró ni cinco segundos antes de caer de bruces contra el suelo. Su adolorido cuerpo se quejó sobre el inmaculado piso de madera de su habitación. Sentía que le estaban pegando martillazos en el interior. Lo único que quería era que todo esto terminase.

El lado bueno es que había encontrado sus bragas. Estaban a un lado de la cama, olvidadas sobre una mullida alfombra blanca.

Dando su máximo esfuerzo, se levantó apoyándose en la cama y caminó descalza por la habitación, buscando sus pantuflas, el resto de su pijama y ropa interior limpia para cambiarse. Ya dentro del baño, usó el inodoro y el lavabo, tomándose su tiempo para saciar las necesidades de su cuerpo. El agua tibia sobre su cara la terminó de despertar por completo, pero nada ni nadie la prepararía para la sorpresa que se llevó cuando vio su reflejo al apartar la toalla de su rostro mojado.

Créanme cuando les digo que no quieren despertar al lado de Hermione Granger después de una borrachera. Era un susto garantizado.

Para no ser malos, digamos que no era una bonita vista.

¡Su rostro en el espejo se veía espantoso! Se había quedado dormida con el maquillaje puesto y ahora había rastros del rímel seco por sus párpados y mejillas. Hermione pensó que, probablemente, también debió dejar rastros de su maquillaje y de su dignidad en la funda de su almohada blanca.

Pobre de aquel o aquella que tuviera que limpiar todo este desastre.

Después de decidir que lavarse la cara no era suficiente para recuperar su dignidad, Hermione optó por tomar una ducha rápida. Lo necesitaba. Lavó su cabello con delicadeza pues estaba algo enredado. El efecto del laceado iba desapareciendo poco a poco hasta que aquellos rizos naturales dieron señales de vida una vez más. Cerró los ojos cuando enjuagó el shampoo. No estaba de ánimo para llorar tan temprano por culpa de ese producto irritante en sus ojos. El jabón se deslizó con suavidad por su piel bronceada, bordeando sus femeninas curvas repletas de pequeñas gotas de agua. Finalmente, volvió a enjuagarse, no sin antes usar el acondicionador para prevenir las puntas resecas.

Tener un cabello como el suyo conllevaba mucho cuidado.

Se puso ropa interior limpia, pero prescindió del sujetador. Su piel aún estaba demasiado irritada y ahora lo único que quería era refrescarla con su cremita hidratante. Suspiró aliviada ante la sensación de alivio que la fría crema tenía sobre su piel cálida. Se puso la mullida bata blanca, cortesía del hotel, y cubrió su desnudez para volver a su habitación. Grande fue su sorpresa cuando, al abrir la puerta, encontró a Severus Snape haciendo lo mismo con las puertas corredizas, abriéndolas ligeramente para asomar su cabeza.

Al instante, sintió sus mejillas arder y cerró la parte superior de la bata en un acto involuntario.

Snape apartó la mirada, tratando de buscar algo más interesante de ver que no fueran ni los pechos ni las piernas de la castaña.

—Buenos días.

—Hola —susurró ella, dejando escapar todo el aire que retenía en sus pulmones—. Buenos días.

—¿Recién te despiertas?

—No, ya ha pasado un tiempo… Me bañé.

—Ya lo veo —contestó suavemente, con aquella voz grave y clara aterciopelada que la hacía temblar. Hermione sintió la abrumadora necesidad de cerrarse aún más la bata de baño pues, a pesar de que el pelinegro no la estaba mirando directamente, sentía que podía ver a través de la tela—. ¿Pudiste dormir bien?

—Eh… ¡Sí! Sí, creo que sí —Hermione dio unos pasos al frente para sentarse sobre la cama. Una toalla blanca rodeaba su cuello y sus manos continuaban secando sus ondas castañas—. Pasa. Puedes sentarte allá —susurró señalando una bonita silla crema junto al armario blanco.

Snape lo meditó unos segundos y al final terminó aceptando aquella inofensiva invitación. El hombre llevaba un pantalón de chándal, de esos que usaba para estar en su casa, y una camiseta holgada que se veía algo gastada, pero cómoda. Fácilmente podría pasar por un pijama. Sus pantuflas oscuras generaban un sonido ahogado con cada pisada y su cabello largo y negro se veía algo despeinado.

Snape llegó a la silla y se sentó frente a ella, procurando mantener sus ojos negros lejos de su figura.

Un silencio incómodo se instaló en la habitación. Ninguno de los dos parecía estar dispuesto a romperlo. Hoy era de esos días en los que ninguno se sentía muy comunicativo.

—Severus —llamó luego de un par de minutos, cuando decidió que su cabello estaba lo suficientemente seco como para dejarlo en paz.

El hombre levantó la cabeza, inclinándola ligeramente hacia la derecha— ¿Qué?

Hermione se humedeció los labios. No estaba segura de si quería romper aquel silencio con su inapropiada pregunta; sin embargo, al mismo tiempo, sentía que era su deber romper ese silencio pues, primero, Severus jamás lo haría. Él era de los que callaba. Y, segundo, porque sentía que se iba a morir si permanecían un segundo más en medio de aquel silencio cargado de tensión.

—Yo... eh... Ayer, yo... —empezó torpemente. Esto era humillante, pensó. Tenía que empezar a ser más responsable consigo misma, por su propio bien—. Creo que ayer, tomé unas copas demás y... —

c¿Unas cuantas? —la interrumpió posando su mirada oscura sobre ella. El hombre tenía el ceño fruncido, pero no podía determinar si estaba molesto con ella o no— Hermione, estabas ebria —sentenció con voz seria—. Tuve que sacarte de la fiesta porque te estabas orinando encima.

Hermione se sintió estúpida. Pequeña y estúpida. Avergonzada, pequeña y sumamente estúpida. Se inclinó hacia adelante, apoyando sus codos sobre sus rodillas y cubriendo su rostro con sus manos. ¡¿Cómo pudo permitir que eso pasara?! ¿Cómo pudo hacerle eso a Penny Haywood? ¡Dios! ¡¿Cómo pudo hacerle eso a Snape?! Avergonzarlo frente a su ex alumna, aquella bailarina que tanto admiraba y a la que Snape pasó toda la velada tratando de convencer de que ella, Hermione Granger, era un talento que valía la pena ser apoyado.

Y ella solo se había puesto en ridículo frente a todos.

Asustada de lo que podía obtener como respuesta, retomó la conversación— ¿En algún momento me… me hice encima o vomité?

Por favor, di que no. Por favor, di que no...

—Para tu buena suerte, no. Solo estaba exagerando.

¡GRACIAS, ESPÍRITUS DEL CIELO!

—Pero sí hiciste algunas cosas de las cuales podrías avergonzarte más tarde —añadió al ver cómo su cuerpo se relajaba en señal de alivio.

Hermione levantó la cabeza de inmediato. Era difícil descifrar la expresión de Snape, era tan neutral. No parecía enojado, pero tampoco parecía divertido. Su voz no tenía ese tono de regaño, pero tampoco de burla, mucho menos de resentimiento. No sabía cómo interpretar esto. ¡Alguien dele una señal, por favor!

¡Maldita sea! ¡Ten expresiones, inexpresivo de mier... coles por la tarde y tú que no llegas, pensó.

Aunque no lo decía en serio, una parte de su ser quería desesperadamente que Snape le demostrara cualquier señal de emoción pues ya no podía con tanto misterio. El temperamento de Hermione por la mañana podía ser un "poco" impaciente y fácilmente irritable. La castaña levantó la mirada y observó al profesor en silencio, aguardando temerosa por una respuesta.

Sea lo que sea que hubiese hecho, lo iba a aceptar.

—¿Qué hice anoche?

Snape se acomodó en la silla. Abrió las piernas a lo ancho de la silla, inclinándose hacia adelante, entornado aquellos profundos y fríos ojos negros en su dirección. Al hacer eso, Hermione no pudo evitar sonrojarse. Recién se daba cuenta de lo intimidante que podía ser ese hombre por las mañanas.

—Creo que la pregunta es "¿Qué NO hiciste anoche?".

Antes de que se asusten, no, Hermione no hizo nada en público que pudiera avergonzarla más de lo moralmente permitido. No se cayó por los pasillos de los Winter Gardens ni se abalanzó sobre alguna "celebridad" pidiéndole una foto. Tampoco vomitó en el taxi ni hizo un escándalo al llegar al Heir. Entonces, si no hizo nada de eso, ¿qué fue exactamente lo que NO hizo anoche?

Una pista: todo ocurrió en la privacidad de la habitación de la castaña.

"—Suéltame... ¡Suéltame, Granger!"

"—¡Ño!

"—Granger, ya... ya, por favor, suéltame".

"—Dame un besito... jijiji" —rio burlona, estirando su cuello y sus labios para lograr alcanzar los delgados del profesor.

Esta no era la primera vez que Snape lidiaba con borrachos. Cuando era joven y estaba en la universidad, sus amigos solían esperar ansiosos los fines de semana para salir a tomar a su pub favorito de Oxford y relajarse un rato de aquella estresante y monótona vida universitaria. Por supuesto, él no podía faltar. Después de pasarse la semana entera en aburridas clases teóricas de ciencias y abrumadoras prácticas en el laboratorio, necesitaba una o dos cervezas para desestresarse.

Aunque no lo pareciera ahora, Snape solía disfrutar de las espontaneas fiestas que se armaban los fines de semana cuando no tenían eventos importantes al día siguiente. Él no era de las personas que les gustaba bailar, pero sí de las que les gustaba tomar. Muchas veces, él y sus amigos habían participado en tontas competencias con chicos de otras facultades. ¿Quién aguantaba más shots de tequila o whisky? Pues, podía decir con orgullo que había ganado algunas rondas. ¿Quién aguantaba más shots de vodka?

Él no.

Con esa cosa no se volvía a meter.

Muy peligroso.

Tal vez era por eso mismo que había aprendido a lidiar con borrachos. Después de siete shots de tequila, sus amigos no eran capaces de recordar ni sus nombres. Algunos se quedaban dormidos en sus asientos, otros se ponían a debatir de política o de la enseñanza universitaria y unos cuantos se lanzaban un discurso filosófico del sentido de la vida y lo qué hay más allá de la muerte. Él pertenecía al primer grupo, aunque, por lo usual, la bebida no solía pegarle lo suficiente como para llegar a ese patético punto.

"Debes beber por diversión, no para hacer un espectáculo".

El problema radicaba cuando tenían que volver a los dormitorios. Al estar más "alegres" de lo usual, a Snape y a sus amigos les costaba llegar a sus habitaciones sin pasar desaparecidos. Solían reír a carcajadas por tonterías, a veces gritaban a viva voz palabras sin sentidos, algunas veces se les vio saltando por las frías calles de piedra de la ciudad universitaria y puede que, en alguna ocasión, hayan tenido que cargar entre ellos a algún soldado caído hasta su cama, arrastrándolo a lo largo del corredor.

No diré nombres por respeto a los aludidos…

Tras años de experiencia acostando a Lucius Malfoy después de que el mayor se pasara de tragos, uno pensaría que lidiar con una joven de un 1.65 cm. que no pesaba más de 50 kilos sería una tarea muy sencilla. Sin embargo, nada de lo que había aprendido durante sus años universitarios lo prepararía para ese momento. Cargar a Hermione Granger en estado de ebriedad era mucho más difícil de lo que pensó.

El taxi que los trajo de regreso al hotel estacionó exactamente frente a la puerta de cristal. Un botones corrió hacia el vehículo para abrir la puerta del pasajero esperando encontrarse a uno de los tantos huéspedes, pero en su lugar, encontró los dos pies de Hermione Granger quien, cual Cenicienta, ya había perdido un zapato. Sorprendido, el trabajador dio un par de pasos hacia atrás, casi trastabillando con la acerca. Un malhumorado Severus Snape bajó del asiento del copiloto y le dedicó una gélida mirada.

Si ya sentía frío estando ahí afuera, después de la mirada de Snape, el botones sintió que se congelaba.

"—¿Qué estás esperando?" —dijo el mayor posicionándose frente a la puerta del pasajero y tomando a Hermione por ambos tobillos para tirar de ella— "¡Ayúdame a sostener la puerta!".

"—S-Sí, señor".

El hombre de uniforme rojo sostuvo la puerta con sus manos enguantadas mientras miraba incrédulo como el Sr. Snape, el invitado especial de la Sra. Malfoy, trataba de bajar a una inconsciente Miss Granger del taxi negro. Snape tiró de sus piernas desnudas, empujando la falda palo rosa en el intento. La joven se deslizó con suma facilidad por el asiento. El profesor se inclinó sobre ella, dándole al botones un despejado primer plano de su trasero. El muchacho tuvo que desviar la mirada por respeto.

Esto era humillante, pensaron ambos.

"—Despierta, Granger" —ordenó sentándola para tomar impulso y ponerla de pie—. "Por favor, Granger, vamos, levántate".

"—Hmmm…" —se quejó, dejando caer su cabeza a un lado, sin tener el control de esta.

—"Vamos, linda, levanta… Uno, dos, ¡arriba!" —Snape sacó a Hermione del auto y trató de ponerla en pie; sin embargo, la castaña estaba tan noqueada que no era capaz de mantenerse erguida sin caerse de lado o, en su defecto, sobre el profesor. Literalmente, no había más opción que arrastrarla hasta la entrada. Snape dejó que Hermione se apoyara sobre su pecho y pasó ambos brazos por debajo de sus axilas, manteniéndola escondida de la mirada fija del botones—. "Usted no se quede ahí parado. ¿Qué no le han dicho que es de mala educación mirar fijamente a alguien?

"—Lo siento, señor".

"—Busque el zapato de la señorita" —ordenó señalando el interior del auto—. "Y luego venga a ayudarme con la puerta".

El botones de turno se lanzó de inmediato al interior del auto, buscando el otro par de los zapatos metálicos de Hermione. El chofer del auto miraba divertido la escena a través de su retrovisor. No pasaban muchas cosas interesantes en la pequeña ciudad, así que era bueno tener algo diferente para variar. No se había divertido tanto con unos pasajeros desde que había transportado aquella pareja de turistas japoneses que apenas tenían nociones del idioma. La mirada verdosa del botones se encontró con la oscura del chofer. El hombre se encogió de hombros y sonrió.

"—Los recogí en los Winter Gardens. Escuché que hoy se celebra una fiesta o algo así. Parece que han tenido una noche divertida.".

"—Eso parece. Esa pobre chica está prácticamente inconsciente".

"—¿Son pareja?" —preguntó mirando de reojo a los dos huéspedes aún parados en la acera—. "Quise sacarle información, pero el hombre es más callado que una tumba, por no mencionar que parco como ninguno" —el botones asintió, completamente de acuerdo—. "Entonces, ¿lo son?".

"—No lo sé" —respondió secamente, encontrando el zapato de Hermione debajo del asiento del conductor—, "pero la mitad del hotel cree que sí".

"—Me cuentas cuando lo averigües".

El botones estuvo a punto de decir que no podía revelar información de los huéspedes, que era una de las principales políticas del hotel y que el Sr. Andrews era muy receloso con respecto a la información personal de cada uno de sus huéspedes. No podía permitir que ningún rumor, chisme y/o escandalo pudiera salirse de las puertas del Heir y correr libremente por la ciudad, afectando no solo la reputación de la cadena de hoteles, sino que también la de ellos.

Lo que pasaba en el hotel se quedaba en el hotel.

Sin embargo, la irritante voz de Snape apresurándolo de manera pedante hizo que el botones tomara otra decisión.

"—Hecho".

El botones sostuvo a Hermione mientras Snape se encargaba de ponerle el otro zapato. El muchacho se sorprendió cuando la joven se dejó caer de espaldas hacia él. Nunca antes había tenido que recibir a un huésped así, esto no lo había practicado en su capacitación. ¿Que debía hacer? Esto no estaba en el manual. Otra cosa que le sorprendió era lo mucho que ella pesaba. Para ser tan delgada y menuda, pesaba más que un saco de papas. Prácticamente era como cargar peso muerto.

"—Joven" —llamó Hermione, volviendo de entre los muertos. El muchacho inclinó su cabeza hacia ella tratando de escuchar mejor—. "Lléveme a mi casa, joven. Estoy tomadita".

Sus ojos grandes y mieles lo miraban cansados. Sus pupilas se veían dilatadas. Tenía la cara roja, el cabello desordenado cayéndole como una larga y fina cortina por su rostro y un ligero aroma a alcohol saliendo de su boca.

Esta chica no estaba tomada, ¡estaba ahogada!, pensó.

"—Ya, ya llegamos a casa, Granger, tranquila" —la calmó el mayor poniéndose de pie—. "Démela y abra la puerta, por favor... ¡¿Ya?! ¡¿Qué espera?! ¡¿Qué no ve qué está mal?!"

"—Sí, señor. Lo siento, señor. Perdone, señor" —se apresuró a decir mientras corría para abrirle las puertas dobles de cristal del edificio. Snape puso un brazo alrededor de la cintura de la bailarina y lanzó uno de sus brazos caídos por encima de sus hombros para que ella se apoyara y caminara junto a él. El botones empujó la puerta y les dio acceso libre al interior del hotel—. "Qué tenga buena noche, Sr. Snape".

El peligro solo lo miró de arriba a abajo antes de seguir con su camino, sosteniendo lo mejor que podía a una muy risueña Hermione Granger quien encontraba gracioso absolutamente todo lo que la rodeara. El muchacho sólo se animó a relajarse cuando la pareja desapareció de su vista.

Ufff... Qué momento para más incómodo. Esperaba que el Sr. Snape le dejara una buena propina después de esto. Él trabajaba ahí, pero no tenía por qué aguantarle sus gélidas miradas y mal humor.

"—Oh, ¡cierto! Casi lo olvido" —exclamó para sí mismo cuando un lejano pensamiento invadió su mente, haciéndolo olvidar ese aquel mal trago. Se llevó una mano a su oído y presionó el botón de su audífono para contactarse con sus demás colegas adentro del edificio—. "Leo... Leo... ¡LEO!".

"—¿Qué?"

"—Ya llegó".

"—¿Quién llegó?".

"—El sugar daddy".

"—¿Qué sugar?"

"—¡El sugar, pues! El invitado especial de la Sra. Malfoy"

"—¡Ahhh! ¡El Sugar!" —exclamó Leo, arrastrando las palabras mientras se acomodaba sobre su asiento giratorio en la planta baja del hotel, donde descansaba tranquilamente frente a los diez monitores de las cámaras de seguridad— "Ya, ya, ya, voy a avisarle a las chicas. Se morían por verlos llegar".

"—Ese par de gallinas chismosas. Voy a cobrarles por andar de campana" —se burló el botones—. "Oye, mantente atento al video. Te vas a morir cuando veas a su acompañante".

"—¿A la castaña? ¿la jovencita bonita?"

"—Sí".

"—¿Por? ¿Qué tiene?"

"—Ya verás… ¡Guarda el video! Será una sensación en YouTube".

Hasta aquí llegaba toda participación del botones de turno dado que no podía abandonar su puesto afuera del hotel. Sin embargo, aquí era donde iniciaba el trabajo de Leo, el encargado de las cámaras de seguridad del hotel The Heir. El hombre mayor de oscura piel morena presionó unos botones de su panel de control y, automáticamente, todas las pantallas mostraron las imágenes en tiempo real de la recepción del hotel. El hombre sonrió para sí mismo, complacido, mientras tomaba el micrófono a su lado y se contactaba con las camareras y mucamas en la sala de descanso.

No por nada le decían los ojos del Heir.

"—Atención, damas, atención" —se escuchó su voz gruesa por medio de los parlantes ubicados en las alas de acceso restringido del edificio, aquellos mismos lugares que estaban escondidos a los ojos de los huéspedes, pues era por ahí por donde todos los trabajadores del área de mantenimiento y limpieza se desplazaban para llegar a las diferentes áreas del hotel sin molestar a los huéspedes con sus carritos de limpieza. Las mucamas y mayordomos detuvieron sus actividades y escucharon atentamente, esperando por aquel misterioso anuncio—. "El invitado especial de la Sra. Malfoy, el Sr. Snape, acaba de cruzar la puerta principal del hotel. Repito, el Sr. Snape ya está aquí. Los interesados pueden acercarse a recepción pues todavía se encuentra ahí con su acompañante. Los que quieran ser más discretos pueden acompañarme aquí, en la sala de seguridad. Si lo harán, por favor, traigan café. Muchas gracias. Fin del comunicado".

En cuanto dijo eso, se desató un pandemónium al interior de las venas del Heir.

"—¡Ya llegó el sugar!"

"—¡Ya llegó! ¡Ya llegó!"

"—Corre, ven, vamos a verlo arriba".

"—Bernice y yo los veremos por las cámaras".

"—Háblale a las chicas del piso 17. Ahí está su suite".

"—¡Corre, corre, corre!"

"—Vamos a verlo por las cámaras".

"—Chale, ya quisiera un sugar daddy que me saque de este hotel y me lleve a pasear, así como ese".

"—Por dos. ¡Tsk! Hay personas que nacen con suerte".

"—Para mí que es de esos sugar que estafan. Si tiene tanta plata para pagar esa suite, ¿por qué no es capaz de dejar una buena propina?".

"—Maldito tacaño".

"—Ya quisiera ver la cara de la Sra. Malfoy cuando se enteré que su amado hotel se va a transformar en un motel".

Los trabajadores se dispersaron por los pasillos. La mayoría fue directo a la oficina de Leo donde tendrían una vista limitada, pero más segura del espectáculo que se estaba viviendo en recepción. Algunos, los más intrépidos y descarados, subieron a toda velocidad y se quedaron escondidos tras las paredes cercanas a la entrada, pasando disimuladamente por el gran hall de pisos oscuros y líneas blancas, tratando de camuflarse entre los muebles Art Deco.

A diferencia de las mucamas, los cuatro recepcionistas no querían formar parte de ese "circo" aunque eso no quería decir que no participaran activamente en los chismes de pasillo. Por eso mismo, no iban a privarse de ver la escena extraña que se desarrollaba frente a ellos, siempre detrás de la seguridad de su amplio mostrador de mármol. "Disimulo". Una palabra de vital importancia. Solían decirse a sí mismos que ellos actuaban con disimulo y que, si iban a chismear, lo harían desde el lugar donde se suponía que ellos debían estar.

Siempre disimulando.

"—No sé qué le ha visto al Sr. Snape" —dijo una de las jóvenes mientras se acomodaba su gafete sobre su pecho—. "Él no es precisamente un "papacito" y ella es muy bonita para él".

"—Pa mí que la chica esta ciega o él le dijo que tenía una enfermedad terminal".

"—Shhhhh… Ahí viene el sugar".

Ninguno de los trabajadores del Heir estuvo preparado para lo que vieron a continuación.

El Sr. Severus Snape, el huésped más importante dentro del Heir, arrastraba a una muy risueña Srta. Granger quien cojeaba a su lado, sujetándose de sus hombros pues estaba claro que no era capaz de mantenerse de pie. Ambos habían salido elegantes, reacios y hermosos del hotel. Ahora, unas horas más tardes, volvían desarreglados, tambaleantes y con la muchacha castaña apenas consciente entre los brazos del mayor. El pelinegro tenía cara de pocos amigos y eso era más que suficiente para mantener alejados a los indeseables y chismosos trabajadores.

"—¿Dónde estamos?" —preguntó Hermione, estirándose para alcanzar su oído y susurrar despacio, haciéndole cosquillas con su aliento—. "¿A dónde me llevas, Snape?"

"—Vamos a la habitación a darte un baño para que se te pase todo esto" —anunció mientras presionaba su dedo repetidas veces contra un botón para llamar al elevador.

"—Hmmm… Pero te bañas conmigo, ¿sí?" —pidió juguetona, inclinándose sobre él para jugar con los botones superiores de su camisa— "Quiero que te bañes conmigo".

Snape cerró los ojos y soltó un largo suspiro, contando mentalmente hasta diez. La amaba, en serio, pero esto era más de lo que podía soportar. Hermione era de esos borrachos que se ponían pesados y él estaba demasiado viejo para lidiar con ello. Sus pequeñas manos bajaron por su pecho hasta llegar a sus caderas y el profesor pegó un salto, apartándose al instante. La joven río, divertida, y dio un par de pasos hacia él, estirando sus manitas para abrirlas y cerrarlas de manera infantil.

"—Ven a mí".

"—Hermione, por favor, ya basta".

Estuvo a punto de agregar algo más cuando escuchó una voz familiar detrás de él.

Una voz muy irritante y familiar.

"—¡Sr. Snape!" —gritó el Sr. Andrews acercándose. Snape puso los ojos en blanco y contó hasta cien lentamente mientras se giraba sobre sus talones para encontrarse cara a cara con el gerente del hotel. —Ah, ¡qué bueno que ya llegó! Me preguntaba si... Eh... ¿Se encuentra bien la Srta. Granger?

Snape parpadeó un par de veces mientras seguía mirando fijamente al Sr. Andrews, examinándolo de arriba a abajo con una mirada tan fría que congelaría el Caribe.

—¿Qué le hace pensar que no se encuentra bien? —preguntó de manera seca.

Uno de los recepcionistas tembló al escuchar aquella pregunta.

El Sr. Andrews tragó hondo y señaló en dirección a la joven— Está jugando con el botón del ascensor.

Snape cerró los ojos antes de girarse a ver qué demonios estaba haciendo Hermione ahora. Rogaba que no fuera nada malo. La chica tenía la cabeza pegada contra la pared a modo de soporte para no caerse. Uno de sus brazos colgaba libremente hacia abajo al igual que su cabello y el otro jugaba con los únicos dos botones instalados en la pared para llamar al ascensor, iluminándolos cada vez que los presionaba.

—¡Puip! ¡Puip! ¡Puip! —sonorizaba ella misma los botones, riéndose bajito cada vez que los veía encender una luz verde alrededor de su circunferencia. El elevador abrió sus puertas con el sonido de una campanilla— ¡Wiiiiii!

Snape fue hasta ella y la sostuvo entre sus brazos pues, una vez más, Hermione se estaba inclinando lentamente a la derecha, decidida a tocar el suelo y no hacer nada para evitarlo.

El Sr. Andrews no podía creer lo que veía. Esto jamás había pasado en el Heir, al menos no en su guardia y ¡ya llevaba más de siete años como gerente! Los huéspedes siempre se comportaban bien. Sabían que este era un lugar con clase y ellos, personas pudientes; no se atreverían a actuar de la forma en como el Sr. Snape y su joven acompañante se estaban comportando. Era cierto que alguna vez habrían tenido a algún cliente ligeramente pasado de copas, pero nunca uno que llegara a tal grado de quedarse dormido en el pasillo del hotel frente al ascensor.

¿Acaso esa pobre niña estaba en problemas o qué? ¡Parecía desmayada!

"—Eh, ¿está todo bien? ¿Necesita que le llame a un médico?"

"—No, no, no se preocupe, Sr. Andrews, todo está bien" —se apresuró a decir mientras arrastraba a la castaña al elevador, completamente avergonzado por el espectáculo que estaban montando frente al gerente y su séquito de empleados chismosos. La joven bailarina estaba tan cansada que prácticamente se desplomó en sus brazos, por lo que al profesor Snape no le quedó otra opción más que cargarla—. "Gracias por el interés, pero no necesitamos nada".

"—¿Está seguro?"

"—¡Muy seguro!"

Presten mucha atención a este momento pues es muy importante. Es exactamente en este punto de la historia dónde resolveremos la más grande incógnita que ha tenido Hermione Granger desde que se levantó. Aquí es dónde descubriremos el porqué carajos le dolía la cabeza.

Alerta de spoiler: No, no era por la reseca.

A veces pienso que el tamaño de las puertas de los elevadores es muy pequeño.

Todo pasó muy rápido, tal vez demasiado, pero el Sr. Andrews siempre recordaría aquella noche oscura en la que castaña cabeza de Miss Granger chocó contra el marco del ascensor, provocando un fuerte sonido seco que resonó por la silenciosa recepción. Snape abrió los ojos completamente aterrado mientras miraba a su desmayada bella durmiente colgando entre sus brazos. No sabía si estaba noqueada, si le había dolido, ni siquiera sabía si se había dado cuenta del tremendo golpe que acababa de darse en la frente. Hermione seguía tan tranquila y tan dormida como cuando la metió en el taxi hace 20 minutos.

"—Ya la desnucó" —susurró una recepcionista quien no podía dejar de ver la entrada del ascensor.

"—¿Deberíamos llamar a emergencias?" —le respondió su colega.

"—¡AY! ¡YA LA MATÓ!" —gritaron Leo y sus amigos, mirando las cámaras de seguridad del ascensor desde el sótano.

"—Damas" —anunció una de las tantas mucamas escondidas tras las paredes de la recepción—, "el puesto de sugar baby está vacante".

Voy a salir en defensa de Snape y diré que no lo hizo a propósito, en serio, no lo hizo a propósito. Solo digamos que "se le resbaló".

Snape se apoyó contra una de las paredes del ascensor y sostuvo a la inconsciente Hermione con sumo cuidado junto a él, sacudiéndola ligeramente para despertarla. Golpeaba su mejilla derecha despacio, esperando que eso fuera suficiente para que la castaña abriera los ojos.

"—Eh, ¿Sr. Andrews?" —llamó dirigiéndose hacia el hombre en el pasillo— "Ahora que lo dice, creo que necesitaremos una bolsa de hielo".

"—Se la llevaré de inmediato, señor".

Las puertas se cerraron lentamente, finalizando todo movimiento con el sonido de una campanilla. Lo último que el gerente del hotel alcanzó a ver fue como su huésped estrella trataba desesperadamente de despertar a su muy atolondrada acompañante. El hombre soltó un suspiro agotado mientras volvía a recepción, espantando a todos los trabajadores chismosos que habían subido a disfrutar del espectáculo.

De no ser porque el Sr. Snape era invitado especial de la Sra. Malfoy, el Sr. Andrews ya habría llamado a la policía.

"—Sra. Miranda, por favor, consígame una bolsa de hielo, la necesitan en la suite Kensington".

"—Sí, señor".

¡Ah! Debieron infórmame que ser gerente era un trabajo agotador, pensó.

*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*

Snape presionaba con suavidad la compresa de hielo contra la frente de Hermione. La había envuelto en una pequeña toalla de mano que había encontrado en la habitación de la castaña para que no quemara su delicada piel. El Sr. Andrews le había ofrecido llamar al médico cuando le llevó la bolsa de hielo a su suite, pero el profesor se negó cuando escuchó a la joven quejarse adormilada desde su cama. Con total honestidad, me atrevería a decir que fue un alivio para él escuchar despertar pues no estaba de humor para recibir a alguien más a estas horas de la noche. Había sido un día largo, estaba muy cansado y parecía que este día todavía no iba a terminar.

—"Shhh… Tranquila, cariño, tranquila" —susurró despacio mientras acariciaba su cabello con una mano y mantenía la compresa con la otra.

Hermione arrugó la cara y murmuró con voz ronca—. "Hmm… Me duele la cabeza".

—"Shhh… Lo sé, lo sé, perdón" —el hombre se inclinó sobre la cama, moviendo sus rodillas sobre el suelo de madera para poder acercarse más a ella. El peso de su cuerpo se hundió ligeramente sobre el colchón—. "¿Te duele mucho?"

"—Un poquito" —balbuceó en tono infantil. Su labio inferior sobresalió un poco, dándole un aspecto infantil que encontró muy tierno—. "Hmm… Tengo sueño".

Snape se inclinó sobre ella y posó sus labios cálidos contra la fría piel de su frente, depositando un casto beso. Estaba aliviado de saber que ella se encontraba bien finalmente.

"—Vamos a ponerte el pijama, ¿sí?" —anunció cerca de su oído, sosteniéndola entre sus manos como si fuese la muñeca de porcelana más frágil del mundo.

"—¿Vamo' a mimir?" —preguntó adormilada.

Snape sonrió de lado para sí mismo mientras la cargaba con ambos brazos para sentarla en la cama y apoyarla contra la acolchonada cabecera. Sus bonitos ojos castaños lo observaban soñolientos y una pequeña sonrisa se formó en sus carnosos labios. Ella era tan bonita.

"—Sí, nena. A mimir".

Y la historia pudo haber acabado ahí y hubiese estado bien.

Pero no.

Porque por más que el cerebro cansado y alcoholizado de Hermione le estuviese pidiendo a gritos que se fuera a dormir porque ya era momento de apagarse, su cuerpo joven y todavía despierto le pedía saciar otro tipo de "necesidades". Y es que, cuando estamos ebrios, algunas personas tienden a mostrar su "verdadero yo" dado que ya no están limitados por las normas y estándares sociales. Algunos se vuelven bailarines; otros, cómicos. Algunos lloran recordando sus traumas pasados, otros intentan llamar a sus ex. Unos se ponen violentos y a un grupo muy reducido no se les ocurre mejor idea que coquetear, así lo hagan de manera patética y humillante, perdiendo toda dignidad que el alcohol todavía no se lograba llevar.

Lamentablemente, Hermione Granger pertenecía a este último grupo.

Mientras que Snape bajaba el cierre de su vestido, Hermione mantenía su cabeza apoyada sobre su hombro, respirando en su cuello, aspirando el ya casi imperceptible aroma de su colonia. Podía oler el ligero aroma salado de su sudor, aquella esencia a hombre que le revolvía tanto las hormonas. Olía tan bien que sus sentidos despertaron. Las manos ligeramente ásperas del profesor acariciando la sensible piel de su espalda, tratando de quitarle la ropa le nubló todos los sentidos. Hermione tembló y sonrió atontada, mientras se acercaba al cuello del mayor para esparcir torpes y pequeños besos.

"—Hermione, ¿qué haces?" —preguntó deteniéndose en seco, quedándose inmóvil aún con las manos en la espalda de la joven.

"—Hmmm… Hueles bonito" —murmuró contra su piel, haciéndolo temblar.

Snape se retiró al instante como si el solo contacto de sus labios contra su piel le quemara. Empujó a la joven con ambas manos y ella cayó sobre la cama, riendo burlona por la inesperada reacción del profesor. Mientras Snape se levantaba completamente indignado por aquella acción, Hermione Granger se removía sobre la cama, usando ambas manos para quitarse la parte superior del vestidor. Dobló un brazo y deslizó la manga larga fuera de este. Dobló el otro y no le importó tironear de la delicada tela oscura, su único objetivo era quitarse la prenda lo más rápido posible.

Diversos estudios han comprobado que el cuerpo humano tiene memoria kinestésica. Al practicar y practicar ciertos movimientos específicos como una coreografía de baile o alguna rutina de ejercicios, nuestro cerebro almacena esos movimientos voluntarios y los recopila para usarlos más adelante. De esta forma, estos se ejecutarán con mayor fluidez y velocidad en futuras ocasiones. Por ejemplo, todos los bailarines tienen memoria kinestésica. De otra manera, sería muy complicado para ellos realizar los elaborados movimientos de sus coreografías en un solo intento.

Bajo esta premisa, podemos afirmar que Hermione tenía muy bien desarrollada su memoria kinestésica no solo para el baile, sino que también para otras actividades. Al haber pasado un buen tiempo desarrollando y perfeccionando su antigua rutina de seducir hombres y pasar la noche con ellos, el cuerpo de la castaña ya sabía automáticamente qué hacer cada vez que alguien la tiraba a la cama después de haberle intentando quitar la ropa. Al mismo tiempo, sabía lo que tenía qué hacer después de eso: terminar de desnudarse.

También sabía lo que veía después: sexo.

Hermione terminó de quitarse la parte superior del vestido y está cayó hacia adelante, revelando aquel sujetador negro que mantenía sus pequeños pechos juntos para crear la apariencia de mayor volumen. Hermione usó sus codos para impulsarse sobre el colchón, reincorporándose hasta quedar medio sentada frente a Snape quien seguía yendo y viniendo a lo largo de la habitación, rebuscando todos los posibles lugares en los que Hermione pudo haber guardado su pijama. Snape se detuvo en seco cuando vio a la joven dejar caer su cabeza hacia atrás, permitiendo a su cabello castaño caer libre sobre la cama y exponiendo su cuello largo y esbelto, sus clavículas profundas y aquel par de senos atrapados en el sujetador negro.

¿Acaso es nuevo? No recuerdo haberlo visto... ¡Oh! ¡Concentrate, Severus! Mantén la cabeza fría.

—Ven aquí —susurró traviesa mientras sus labios se curvaban en una sonrisa tonta. Su dedo índice se estiraba hacia él, llamándolo con un movimiento pausado y constante. Quiso dirigirle una mirada que aspiraba a ser coqueta y seductora, pero fallaba en el intento—. Ven a mí, Severus Snape.

Snape se le quedó mirando fijamente desde el armario, sosteniendo el pijama de la joven contra su pecho a modo de escudo, incapaz de formular alguna frase coherente en su cabeza. Hermione pronto perdería el equilibrio y volvería a caer sobre la cama, perdiendo cualquier pequeño rastro de dignidad que le quedara.

Todo esto era tan raro, pensó Snape mientras se acercaba de nuevo a la bailarina.

Es así como llegamos de nuevo al inicio de la historia, teniendo como protagonistas a un agotado Severus Snape batallando fieramente contra una juguetona e incansable Hermione Granger, intentado escapar a toda costa de sus caricias torpes y besos robados mientras trataba inútilmente de ponerle el pijama para cubrir su desnudez.

"—Suéltame... ¡Suéltame, Granger!"

"—¡Ño!

"—Granger, ya... ya, por favor, suéltame".

"—Dame un beso" —rio antes de estirar sus labios en dirección a la boca de su contraparte mientras este último luchaba en vano por alejarse.

"—No. Estás ebria".

"—No es cierto" —respondió haciendo un puchero mientras sus brazos rodeaban su cuello y tiraban de él, arrastrándolo a la cama junto a ella, posicionándolo arriba de su cuerpo—. "Hagamos el amor".

"—¡¿QUÉ?!" —chilló él tratando de levantarse, apoyando sus manos sobre el colchón, mas Hermione, quien se encontraba aferrada a él como una lapa, hacía contrapeso con su cuerpo, impidiéndole levantarse— "¿Estás consciente de lo qué estás hablando? Estás loca, Granger… Ya… ¡Hermione, no!"

"—Hermione, sí" —refutó ella, enganchando una de sus piernas a su cadera, ignorando su delicada falda palo rosa que se arrugaba con cada uno de sus movimientos. Una de sus manos descendió desde sus hombros hasta su pecho, donde empezó a jugar torpemente con los botones de su camisa oscura—. "Hagamos el amor esta noche, Severus, así como solíamos hacerlo en tu casa… en tu cama… en la ducha… en todos lados".

"—No, no quiero" —dijo secamente, tirando para atrás

"—Hmm… ¿Es por qué no soy bonita? —susurró justo cerca de su oído, cambiando ligeramente el tono de su voz.

Snape se detuvo y cerró los ojos, tomando un poco de aire para calmarse. ¡¿Por qué carajos preguntaba algo así?! ¡No lo entendía! ¿Acaso estaba tratando de chantajearlo emocionalmente? Probablemente, pensó, porque sabía que ella estaba diciendo todo eso solo para que él le respondiera que no, que ella era la criatura más hermosa que alguna vez había pisado la tierra, y, de esa forma, darle el permiso implícito para acostarse con él. ¡Ay! ¡Granger!, dijo su subconsciente en medio de una crisis, ¿por qué me haces esto? ¿Qué te hice para merecer esto?

Sus manos pequeñas jugando con los botones de su camisa, desabrochándola con torpeza, lo trajeron de vuelta a la realidad.

"—No te atrevas a chantajearme, Granger. Eso no va contigo".

"—Por favor…" —susurró terminando de abrirle la camisa, besando su mandíbula hasta subir a sus mejillas—. ¿Sí? Quiero estar contigo, Sev…—

"—Hermione, por favor" —pidió agotado, apoyando su cabeza sobre su pecho. Su nariz grande y ganchuda tocaba sin querer la intersección entre sus senos, aquellas curvaturas cálidas escondidas al ojo público. Severus sintió la suavidad de aquella piel joven por lo que se vio obligado a subir hasta el hueco entre su hombro y su cuello para no parecer irrespetuoso—. "No me hagas esto, nena, por favor. Yo no soy de piedra".

Su aliento cálido golpeando directamente sobre la piel sensible de su cuello hizo que Hermione gimiera debajo de él. Aquel sensual sonido gutural resonó dentro de la silenciosa habitación, enloqueciendo al pobre profesor de Química quien se vio obligado a hacer uso de todo su autocontrol para no cometer una locura. Nada le costaba hacerle caso, arrancarle la ropa y hacerle el amor, pero él no hacía esas cosas.

¡Maldición! Esta era una mala noche para ser "un buen chico", pensó.

Las largas piernas de Hermione se enroscaron en sus caderas, presionando su cálida entrepierna contra su miembro el cual, si bien no estaba erecto, sí tenía una notoria presencia dentro de esta escena. Aquel gemido había cumplido su función. Había despertado sus más bajos y primitivos instintos. Este sabía que, si aquella bailarina seguía frotándose contra él de esa manera, pronto tendría un problema mucho más grave que una Hermione lujuriosa.

Piensa en otra cosa, piensa en otra cosa... ¡Matemáticas! ¡Fórmulas químicas!... ¡IMPUESTOS!

Hermione estiraba su cuello para darle al profesor mayor acceso para besarla a pesar de que este no estaba haciendo absolutamente nada. Le gustaba sentir el peso de su cuerpo sobre el suyo, se sentía maravilloso. Sus delicadas manos subieron por su ancha espalda, reptando lentamente sobre la tela de su camisa, produciéndole escalofríos al pelinegro los cuales intentaba retener.

¡Oh! ¡Lo tendría encima todo el día si pudiera!

"—Se…verus" —suspiró cerrando los ojos, llevando una de sus manos a su cabello para jugar con este entre sus dedos, acariciando su nuca con pereza—. "Quédate conmigo… por favor".

Puede que, en otras circunstancias, Snape hubiese aprovechado aquel momento de debilidad para escaparse. Esa idea era muy tentadora, todavía rondaba con fuerza dentro de su cabeza. Lo único que quería hacer era salir corriendo de la habitación y refugiarse en la seguridad de la suya, dejando a Hermione con sus propios problemas y que se hiciera cargo de ella misma. Después de todo, él no tenía por qué cuidar a una niñata que no sabía tomar. Esa no era su obligación, él no era su niñera.

Sin embargo, Hermione pronunció aquellas palabras cargándolas con un sentimiento tan profundo que Snape no fue capaz de apartarse ni aunque lo intentara.

Su voz, hasta ahora juguetona, seductora y atractiva, cambió, transformándose en una dolida, decaída, triste y agotada, como la de una persona demasiado lastimada por la vida. Cualquiera que hubiese escuchado aquella voz se hubiese conmovido. Con más razón, lo hizo Snape. Hermione se escuchaba herida y vulnerable. Su voz parecía estar a punto de romperse cual una finísima copa de cristal.

No se lo estaba ordenando, le estaba suplicando que se quedara con ella. Era un ruego desesperado, un grito de auxilio el cual jamás obtendría una respuesta. Snape levantó la cabeza de su escondite y encontró a Hermione dormitando debajo de él, con aquellas bonitas pestañas rizadas cerradas y sus carnosos labios entreabiertos. Su respiración lenta hacia que su pecho subiera y bajara, dándole a esa imagen un aura de paz que hace mucho tiempo no veía.

Iba a quedarse.

Hermione lo necesitaba. Estaba rota y vulnerable, necesitaba de él. Lo necesitaba a su lado, abrazándola y cubriéndola con las mantas, arrullándola con ternura, protegiéndola de todo mal que pudiera lastimarla. No sabía por qué había dicho, no entendía cómo era posible que una persona pudiera pasar de la lujuria a la tristeza tan rápido, pero eso no le importaba. ¡Ya nada importaba! Solo estar ahí… ahí para ella.

Puede que no recordara nada de esto mañana por la mañana, es más, puede que ni siquiera haya tenido control sobre su boca cuando dijo esas palabras hace un minuto, pero había sonado sincera y eso era más que suficiente para él. ¡Ella lo necesitaba! No podía dejarla en esa fría habitación completamente sola. Sabía que no era su obligación quedarse, tampoco quería hacerlo, pero tampoco quería dejarla sola, al menos no esta noche. Quería meterse en la cama con ella, arroparla, vigilar sus sueños y sujetar su cabello en la mañana cuando su estómago devolviera todo el alcohol que había ingerido durante la cena.

Llámenlo cursi, no importaba.

Él se quedaría.

"—Tú ganas, linda, me quedó" —sentenció besando su frente—. "Pero solo por esta noche".

En su lejano mundo de sueños, Hermione sonrió levemente, complacida y aflojó el agarre de sus brazos y piernas, liberando poco a poco al viejo profesor de Química. Eventualmente sus brazos caerían a los lados de su cuerpo y sus piernas se relajarían lo suficiente como para que Snape pudiera retirarlas con sus manos. Él aspiró el aroma de su cabello y se sacudió levemente, escapando finalmente de aquella enredadera humano que era la bailarina.

"—Vamos… Levanta… Voy a ponerte el pijama y nos iremos a dormir, ¿sí?"

"—Hmmm… ok".

El pelinegro terminó de quitarle el vestido sin mucho esfuerzo. Para su buena suerte, Hermione estuvo dispuesta a colaborar en todo lo que necesitara. La joven levantó sus caderas y Snape deslizó la prenda lejos de su cuerpo. Tuvo que tirar un poco de este pues se había atorado en sus caderas. Para cuando la retiró por completo, ese vestido no parecía más que una simple funda de ropa de colores pasteles. Hermione despertó un poco debido a todas esas sacudidas bruscas, pero su mente estaba tan cansada que apenas logró articular un quejido antes de empezar a revolcarse de un lado al otro, buscando una posición cómoda para dormir.

Agradecido por ello, Snape se giró para buscar el pijama de la joven. Hacía algo de frío esta noche, pero pensó que este debería abrigarla lo suficiente. Se veía abrigador. En todo caso, siempre podía subirle a la calefacción si la sentía temblar más tarde. Es decir, no le iban a cobrar por eso, ¿verdad?

"—¡¿Qué estás haciendo?!" —exclamó abriendo los ojos horrorizados, incapaz de creer lo que estaban viendo— "¡No hagas eso!" —Snape tiró el pijama sobre la cama y corrió hasta la joven para tomarla de las manos y detenerla— "Deja de desnudarte, por favor".

Hermione estaba intentando quitarse las bragas. Prácticamente, ahora la prenda negra colgaba de su pie izquierdo. Snape cerró los ojos a consciencia mientras trataba de inmovilizarle ambos brazos. Por más que se estuviera muriendo por echar un vistazo, no le parecía correcto aprovecharse del patético estado de ebriedad de Hermione solo verle aquel par de pechos atrapados en su sujetador y su dulce feminidad escondida tras aquella finísima mata de vello rizado castaño.

"Se había depilado desde la última vez que… ¡Concéntrate, Severus!"

Tras una exhaustiva batalla para controlar sus brazos, logró ponerle la parte superior del pijama. Intentó cerrarle los botones, pero apenas pudo llegar hasta la mitad. Luego intentó ponerle los pantalones, pero fue en vano. Hermione simplemente rechazaba esa idea con fervor.

"—Tengo calor" —se quejaba, pataleando para apartar a Snape y su pantalón—. "Hace calor".

"—Afuera está a 10 C".

"—¡Tengo calor!" —gritó desabrochándose el primer botón de su camisa, intentando que el aire fresco llegara a sus pulmones y exponiendo su piel una vez más— "Tengo calor".

¡Esto era demasiado ridículo!

Al final se dio por vencido. Si ella tenía calor, quién era él para detenerla.

En su lugar, prefirió acomodarla sobre la cama, poniendo una de las mullidas almohadas blancas entre sus brazos para que la abrazara. Tiró de las sábanas y cubrió su cuerpo semidesnudo con ellas, asegurándose de que la cubriera por completo para que no sintiera frío más tarde, cuando se despertara a vomitar —cosa que estaba 99% seguro de que pasaría—. El hombre acarició su cabello y volteó la almohada debajo de su cabeza para que el lado frío refrescara su mejilla.

"—Muy bien, mi amor, a dormir".

Hermione sonrió en sus sueños y buscó su mano para entrelazar sus dedos con los suyos y llevarla a su pecho, justo encima de su corazón y retenerla ahí todo el tiempo que pudiera.

"—Gracias por quedarte conmigo" —susurró besando el dorso de su mano y volviéndola a dejar sobre su corazón, sujetándola fuerte para no dejarlo escapar—. "Te amo, Sev".

Luego de eso, Hermione no se volvió a despertar por el resto de la noche.

Severus apenas sí sonrió. Sus delgados labios se curvaron hacia a un lado, casi de manera imperceptible. En realidad, parecía más una mueca que una sonrisa.

Siempre pensó que se emocionaría con esas palabras. Pensaba que sentiría su corazón estallar de felicidad cuando por fin escuchara a Hermione decirle que lo amaba. No sabía cuándo ni dónde pasaría eso, pero, por supuesto, jamás esperó que fuera de esa manera. Nunca lo diría en voz alta, pero le gustaba imaginar los diferentes escenarios en los que Hermione Granger podría declarársele, casi siempre era uno más romántico que el otro. Sonaba cursi y muy tonto, pero le gustaba fantasear.

Declararse ante él, ebria, apenas consciente y semidesnuda en una cama de hotel no era precisamente uno de ellos.

No pudo evitar preguntarse si ella lo habría dicho de verdad. Su experiencia le decía a gritos que no era buena idea confiar en las palabras de un borracho. Casi siempre tendían a ser incoherencias, mentiras patéticas o verdades muy crueles, dependiendo el punto de vista. Sus miedos e inseguridades reprimidas coincidían con ese pensar. Probablemente solo lo dijo porque tenía cuatro copas de vino corriendo a toda velocidad por su torrente sanguíneo.

El hombre apretó la mano de la joven y se inclinó hacia ella, sentándose por completo a su lado.

"—Buen intento, Granger" —susurró mientras depositaba un tierno beso en su mejilla, sintiendo tranquilidad de su respiración—, "pero me temo que eso no cuenta".

Aun así, a pesar de todas sus dudas y pensamientos conflictivos, Snape cumplió su promesa y se quedó con a ella por el resto de la noche.

Retiraría su mano con suavidad y luego acariciaría con infinita ternura la cabeza de la castaña. Usaría sus hábiles dedos para apartar aquellos mechones de cabello rebelde que cubrían su rostro, impidiéndole apreciar en su totalidad la belleza propia de todo rostro humano. Con su dedo índice, recorrería la curva de su frente, teniendo especial cuidado de no presionar demasiado sobre la zona que había golpeado hace un par de horas. Peinaría sus cejas y admiraría sus rizadas pestañas. Acariciaría sus mejillas calientes y perfilaría la forma de su pequeña nariz. Por último, dibujaría con su pulgar una línea curva sobre su carnoso labio inferior antes de inclinarse sobre ella y depositar un fugaz beso apenas perceptible.

"—Descansa, pequeña Granger".

Esas serían las últimas palabras que el profesor diría en voz alta por el resto de la noche pues, en cuanto terminó de arropar por enésima vez a la bailarina durmiente con las suaves sábanas y edredones que decoraban su cama, el pelinegro cayó dormido a su lado, completamente agotado después de una noche llena de tantas emociones, perdiéndose tanto en la oscuridad de la habitación como en la de su mundo de sueños.

Solo cuando los primeros rayos del frío sol de otoño interrumpieran en la habitación muchas horas más tardes, Snape se retiraría en completo silencio, teniendo cuidado de no producir ningún ruido que pudiera despertar a su dormida pareja. Le echó un último vistazo para asegurarse de que todo estaba en orden antes de cerrar las puertas corredizas de la habitación y seguir su camino hasta la suya propia, donde trataría de recuperar algunas horas de sueño hasta que el reloj marcara una hora prudente para bajar a desayunar.

Con esto, nos trasladamos al aquí y al ahora, al momento exacto en el que Snape le estaba contando todo lo ya relatado a la Hermione Granger recién salida de la ducha y aún en bata de baño.

—¿Es una broma?

—No.

—¿En serio?

—Muy en serio.

—¡No puede ser! —exclamó avergonzada dejándose caer de espaldas sobre la cama con cierto dramatismo, cubriéndose la cara con ambas manos y asegurándose de que sus piernas siguieran juntas, presionadas una contra otra— Tiene que ser una broma. Eso no pudo ser real.

—Quisiera que lo fuera, Granger, pero me temo que yo lo sentí muy real —concluyó mirándola divertido, apoyando su cabeza sobre sus propias manos mientras miraba complacido el rostro colorado de su amada—. Por un momento, pensé que ibas a violarme —añadió con una pequeña risa petulante que hizo a Hermione sentirse mucho peor de lo que ya se sentía—. Tuve que salir corriendo de aquí.

—Oh, lo siento tanto —lamentó extendiendo los brazos y mirando hacia el alto techo labrado que decoraba la habitación. No había notado los bonitos detalles que tenía hasta ahora. Soltando un suspiro, se reincorporó hasta volver a sentarse sobre la cama. Encontró al hombre mayor mirándola a los ojos detenidamente, cosa que el sorprendió dado a que, por culpa de sus bruscos movimientos, su bata se había abierto ligeramente, dejando ver el espacio vacío entre sus pechos. Inconscientemente, volvió a cubrirse con ambas manos. Sus mejillas rojas le quemaban, tuvo que sacudir la cabeza para calmarse—. Estoy tan avergonzada. En serio, lo siento mucho, perdóname. No fue mi intención incomodarte, mucho menos ofenderte, te lo juro. Yo nunca quise hacer eso, no sabía lo que hacía. Perdona si me propasé demasiado contigo.

—Estás perdonada —anunció acomodándose sobre su asiento, mirándola con cierto aire de superioridad. El hombre se impulsó con sus brazos sobre sus rodillas y se levantó para caminar hacia su dirección, como si fuera una elegante pantera al acecho. Sus ojos negros desprendían un brillo burlón que la asustaba y, a la vez, intrigaba. Se detuvo justo frente a ella, escondiendo sus manos dentro de sus pantalones de chándal e inclinando la cabeza hacia abajo para no perder el contacto visual—. De cierta forma, podría decir que fue hasta "halagador" el que lo intentaras. Nunca antes había visto a alguien tan desesperada por acostarse conmigo.

Hermione abrió los ojos sorprendida antes esas palabras y su cuerpo inmediatamente se enderezó. Su espalda quedó totalmente recta, tal y como solía mantenerse cuando bailaba. No había esperado esa respuesta por parte de su interlocutor. Snape no era una persona que bromeara fácilmente, mucho menos con esos temas. Sin embargo, para su sorpresa, descubrió que ese tono burlón y actitud descarada le gustaba y le gustaba mucho. La hacía temblar, la hacía querer gritar del más puro nerviosismo, la hacía sentir… ¿sucia?

Contrólate, Herms.

Inclinó la cabeza ligeramente hacia un lado, rompiendo todo contacto visual. Todo eso era demasiado para ella. ¡No podía soportarlo más! Era demasiada tensión y él estaba muy cerca. Demasiado cerca. Incluso podía olerlo. Trago profundo e intentó volver a levantar la mirada para buscar sus ojos negros. No obstante, en su lugar, se topó con una vista mucho más ¿interesante?

Frente a ella, casi al nivel de su nariz, se encontraba un muy poco sutil primerizo primer plano de la entrepierna del profesor de Química. Podía ver su silueta grande colgando atrapada tras la tela gris de sus pantalones holgados. Snape no estaba exhibiéndose frente a ella, ni siquiera parecía ser consciente de que ella había notado que su miembro estaba a un brazo de distancia de su rostro. Sin embargo, no se atrevió a decir nada, solo a contener la respiración mientras miraba fijamente a… eso.

No recordaba que fuese tan… impresionante, pensó inclinándose un poco hacia atrás para alejarse de aquella cosa "monstruosa" que tanto la intimidaba. ¡Madre santa! Ni siquiera estaba erecto y ya le parecía grande. ¿Cómo hice para tenerlo adentro?

—Eh… —alargó la vocal, forzando a su cerebro a salir de aquella zona en blanco en la cual no podía formular ni una sola palabra. Su garganta se sentía seca.

¡Concéntrate, Hermione!

—Eh… Yo… Eh, ¿En algún momento yo… eh… yo te rogué que tú y yo…? —Snape enarcó una ceja y esperó a que ella terminara de formular su oración. Hermione agachó la cabeza y se sonrojó aún más— No me hagas decirlo, por favor.

—Quiero oírlo —contestó sin apartar la mirada, poniendo esa petulante sonrisa que tanto le desesperaba—. Me lo debes.

Hermione soltó un suspiro, derrotada, y cedió ante la mirada triunfal de Snape.

—¿Yo te rogué que lo hiciéramos? — preguntó firmemente y de una sola respiración, sin detenerse a pensar en el peso de sus palabras— ¿En algún momento, te supliqué que te acostarás conmigo?

Snape tiró de sus pantalones para sentarse al lado de Hermione, dejando caer el peso de su cuerpo hacia atrás, echándose sobre la desordenada cama de la castaña. Llevó sus manos hacia su nuca y los usó como una especie de almohada para sentirse más cómodo.

— ¿Tú qué crees?

Hermione ya sabía la respuesta. Se conocía demasiado bien a sí misma como para saber que su yo inconsciente probablemente le habría suplicado al profesor sin ninguna vergüenza ni mesura que le arrancara la ropa y la hiciera suya hasta el cansancio, hasta que ella gritara su nombre y se desmayara de placer, aquel placer que solo él podía darle. En otras circunstancias, eso hubiese romántico, diría que hasta cursi, pero teniendo en cuenta de que ella estaba ebria y que estaba obligando a Snape a aceptarla, la situación solo podía describirse como patética.

Por no mencionar que había perdido toda su dignidad en cada una de sus suplicas.

Oh, por favor, rogó en silencio mientras se dejaba caer a su lado, cerrado los ojos. ¡Me quiero morir!

—¿Fue patético?

—Un poco… demasiado —contestó mirando al techo. Una imperceptible sonrisa se formó en la comisura de sus labios—. Me pedias que te hiciera el amor en diferentes posiciones —la joven se cubrió la cara con ambas manos mientras Snape se permitía disfrutar de su broma unos segundos más—. Algunas me tentaron, eran creativas —rio. Hermione se encogió en sí misma, humillada—. Sin embargo, llámame anticuado, pero lo mío no es hacer el amor con personas inconscientes.

—¿Estuve inconsciente?

—Unos minutos, sí —Hermione se dio la vuelta y escondió su cara contra el pecho de Snape, sintiendo la tela rasposa de su camiseta vieja contra su piel. Snape deslizó uno de sus brazos para rodear a la muchacha por los hombros, acercándola a él—. Para serte sincero, fue lo más entretenido que ha pasado en este viaje.

—Cállate —murmuró malhumorada.

—En serio, Granger —el hombre se giró, tratando de sacarla de su escondite—. No sabía que eras tan divertida ebria. Mi primera y última impresión de ti con un par de copas de más era la de una jovencita muy bailarina que le gustaba besar a todo quién se le cruzara. Pensé que solo era la adrenalina del momento, pero ahora me doy cuenta de que eres ese tipo de borracho.

—¿Ese tipo de borracho? —preguntó levantando ligeramente la cabeza, abriendo un ojo para cerciorarse de que no estaba tomándole el pelo— ¿A qué te refieres?

—A ese tipo de borracho: del que coquetea y falla en el intento, quedando en completo ridículo y convirtiéndose en la anécdota favorita de sus demás amigos hasta que ocurra una mejor que haga olvidar la suya —Hermione frunció el ceño al igual que los labios. Parecía que el chiste no le hizo ninguna gracia—. Si te hace sentir mejor, yo soy de los que se quedan dormidos.

Hermione volvió a esconderse contra su pecho. Snape pudo darse el lujo de oler su cabello aún algo húmedo. Olía a ese rico shampoo de vainilla que siempre usaba.

—Me siento avergonzada. Demasiado —murmuró contra su pecho— ¿Te avergoncé anoche?

—Hermione…—

—Responde. ¿Te avergoncé anoche?

Snape se mordió el interior de sus mejillas y lo pensó un poco. No lo iba a negar. Anoche había pasado demasiada vergüenza frente a Haywood y frente todas las demás personas que se encontró a lo largo de la noche, pero no quería hacerla sentir mal. No quería justificarla, pero no era su culpa. Ella simplemente no sabía tomar. Lo había demostrado antes en la playa y lo había demostrado anoche en la gala. No la iba a hacer sentir peor de lo que ya se sentía.

—No.

—Dime la verdad —pidió con voz fuerte y clara, tomándolo por sorpresa—. Quiero saberlo, tengo derecho a saberlo. Fui irresponsable e hice el ridículo frente a… ¿frente a quienes?

—¿En serio quieres que te responda? —ella asintió, levantando la cabeza de su escondite. Veía determinación en sus preciosos ojos miel por lo que no fue capaz de negarse— Pues, prepárate, la lista es algo larga.

Hermione se acomodó en su pecho, aferrándose a la tela de su ropa mientras escuchaba horrorizada a todas las personas frente a las cual había hecho el ridículo. Podía soportar al taxista o al botones pues era muy probable que jamás los volviera a ver. Podía soportar a las mucamas pues hasta ahora no había hablado con ninguna y probablemente no lo haría hasta que dejara el hotel. Podía soportar a las recepcionistas, ella no tenía que hablarles, ¿verdad? Eso podía hacerlo Snape. Después de todo, era él quien se encargaba de todos esos temas administrativos. ¡Incluso podía soportar al Sr. Andrews! Por más que tuviera vergüenza de verlo a la cara por el espectáculo de anoche en el lobby del hotel, ella podía soportarlo.

Pero no con Penny Haywood.

No con ella.

Snape se había esforzado tanto haciendo todos esos arreglos para que ellas se conocieran y ella solo lo había arruinado como siempre arruinaba todo. No podría verla a los ojos después de todo lo que había ocurrido anoche. ¡Había hecho el ridículo frente a su ídola! Frente a su ídola, su compañero y el resto de invitados de la gala. Esa sala estaba llena de los directores y representantes de las distintas federaciones internacionales de ballroom, por no mencionar a la gran variedad de bailarines adultos con mucho más prestigio y experiencia que ella, personajes que ella admiraba desde hace años…

Y no se le había ocurrido mejor idea que emborracharse frente a todos ellos.

Así llegarás muy lejos, Hermione, se reprendió.

No era que lo fueran a recordar, ¿verdad? Es decir, nadie sabía quién demonios era ella. Su carrera estaba en la ruina, estaba hundida hasta el fondo, había dejado de ser la promesa de una estrella para convertirse en una completa desconocida. Nadie iba a recordar a la chica bailarina que había tomado un par de tragos demás, ¿vedad?

Aun así, no podía dejar de sentirse avergonzada.

—¿Estaba enojada? —preguntó tirando de las sábanas para cubrirse el rostro. Solo quería desaparecer bajo las sabanas y no volver a salir hasta nuevo aviso— Por favor, dime que no hice nada que pudiera avergonzarla frente a los demás bailarines —Snape se quedó en silencio unos eternos minutos. Esto desesperó tanto a la castaña que se vio obligada retirar las sábanas de su cara y gritar— ¡Habla!

—Yo no me preocuparía por ello. Haywood lo encontró muy divertido, ella siempre encontró divertido absolutamente todo.

—¿Seguro que no estará enojada? —pregunta angustiada, curvando sus cejas hacia arriba.

—Seguro… Aunque tal vez podrías disculparte esta tarde cuando vayamos a verla —sugirió.

Hermione frunció el ceño y se reincorporó rápidamente, apoyando ambas manos sobre la cama para elevarse. Su cabello ondeado caía por un lado de su rostro, llegando a cubrirle el interior del escote de su bata blanca. ¿Iba a ver a Penny Haywood está tarde?

—¿A qué te refieres?

—Haywood me llamó hace como una hora o un poco menos. Se quedó preocupada por lo que pasó anoche y quería saber cómo estabas —explicó usando sus codos para acomodarse sobre la cama—. Le dije que estabas dormida, pero que estabas bien.

—¡¿Qué más te dijo?! —preguntó ansiosa, acercándose más.

—Pues nos invitó a ver el último ensayo del concurso —respondió mirándola a los ojos, notando aquella emoción reprimida en los suyos—. Dijo que sería una experiencia divertida para los dos mientras no interrumpamos a los otros bailarines.

Hermione se tomó unos segundos para procesar la información. ¿Ir al último ensayo de los finalistas? ¡Sería como un sueño! Snape no era consciente la magnitud de esa invitación y tal vez por eso no se veía entusiasmado con la idea. Una persona que no estaba familiarizada con el mundo de los concursos podría rechazar esa tipo de oferta así por así, sin darle la importancia debida, pero ella sabía por experiencia propia que acceder a un lugar como la sala de ensayos era prácticamente imposible a menos que fueras alguien importante dentro del medio. Por lo que tenía entendido, la sala era reservada para el uso exclusivo de los finalistas. De acuerdo al día, tenían una hora exacta para practicar su coreografía final y, luego de eso, se les asignaba cierto número de minutos para practicar los bailes de secuencias todos juntos antes de iniciar con los preparativos para la gala de esa noche. Todo estaba tan cronometrado que nadie ajeno a la competencia podía entrar a interrumpirlos. Los finalistas debían estar concentrados en todo momento, no necesitaban la distracción de curiosos.

Hermione se preguntó qué habría tenido que hacer la joven rubia para invitarlos a ver algo así. ¡Ella ni siquiera pudo hacer entrar a sus padres cuando fue finalista!

—También me dijo que quería hablar contigo.

Aquella última oración la sacó abruptamente de sus pensamientos. Eso sonaba grave, demasiado grave. ¡¿Acaso quería regañarla por lo que había hecho anoche?! O peor, ¿acaso quería decirle que la había avergonzado frente a gente importante? Snape le había dicho que se mantuviera tranquila, pero no podía hacerlo. Era obvio que Penny no le diría directamente a su ex profesor lo que pensaba de ella. Le daba la impresión de que apreciaba demasiado al profesor como para decir o hacer algo que lo hiciera sentir mal.

Probablemente, ella quería llevarla aparte para hablar sobre su bochornoso actuar de anoche.

Aunque no lo pareciera, lo agradecía muy internamente. Ya le había causado muchos problemas al pelinegro a lo largo de este viaje como para sumarle uno más. Prefería que este tema quedara entre Penny y ella. Estaba dispuesta a escuchar lo que sea que ella tuviera que decirle pues se lo merecía. Había sido irresponsable y tenía que asumir las consecuencias de sus actos.

Es lo que sus padres hubiesen querido.

—Ok —susurró acostándose sobre su pecho, apoyando su mentón sobre sus manos cruzadas sobre su torso—. Iré a pedirle perdón.

—Me parece correcto —Snape levantó una de sus manos y la guio hacia la cabeza de la joven, acariciando suavemente su cabello limpio—. Tienes que tener más cuidado, ¿ok, nena? No puedes ponerte así cada vez que sales a tomar —percibió sinceridad tanto en su voz como en sus ojos—. Es muy peligroso allá afuera, sobre todo para personas como tú. Te desmayaste de cansancio después de bailar, ni siquiera eras capaz de mantenerte de pie —no estaba segura si le estaba reprendiendo o no. No sonaba a un regaño y la mano acariciando su cabeza le daba otro mensaje; sin embargo, él estaba tocando un tema muy serio—. Cualquiera pudo haberte sacado de ahí y llevarte muy lejos de aquí. Si no hubiese estado ahí contigo, no sé qué habría pasado.

Hermione se quedó en silencio un par de segundos. La sola idea la aterraba. ¿Cómo es que jamás se había detenido a pensar en el enorme riesgo al que ella misma se exponía cada fin de semana?

—Perdón —musitó.

—Tienes que ser más consciente, ¿sí, cariño? —pidió mirándola a los ojos. Su mano derecha acariciaba su nuca, generándole una agradable sensación de calidez y afecto. Su otra mano subió a su espalda, manteniéndose tibia justo ahí, encima de la curva de su espalda— No debes confiarte demasiado de las personas, nunca terminas de conocer sus verdaderas intenciones. Odiaría que algo malo te pasara y no seas capaz de defenderte… No podría vivir con ello.

La voz profunda y suave de Snape se había deslizado susurrante en sus oídos, haciéndola temblar. Su corazón empezó a latir rápido, encogiéndose dentro de ella. Una sensación cálida la invadió. Había pasado mucho tiempo desde que había sentido algo así. Se sentía protegida, cuidada y sumamente amada. El hombre debajo de ella se preocupaba genuinamente por su bienestar, por su salud, por su seguridad y por cualquier cosa que pudiera pasarle.

Era bonito volver a sentirse cuidada y a salvo.

Usualmente sus padres eran los que se preocupaban por ella. Ellos velaban por su seguridad y siempre estaban pendiente de todo lo que hiciera. Hermione vivía feliz y tranquila dentro de aquella burbuja de seguridad que sus padres habían creado a lo largo de los años. Sin embargo, con sus peleas y su nueva independencia, la castaña había perdido esa red de seguridad que tanto necesitaba. De la noche a la mañana, se vio sola contra el mundo, enfrentando su nueva y abrumadora realidad:

Sola, desempleada y sin saber qué carajos hacer con su vida.

Era cierto que aún tenía a sus amigos con los que siempre podría contar, pero no era lo mismo. Ni de cerca. Ellos eran amigos, estaban ahí para darle apoyo, bromear y puede que vigilar, mas no podían darle esa sensación de seguridad que sus padres, un par de adultos responsables, sí podían darle. Ahora, Severus tampoco podía suplantar ese rol. Él no era su padre o su madre por más que la protegiera como el primero y cocinara como esta última. Y estaba bien, él no tenía por qué intentar suplir un rol que no era suyo, ese no era el papel en su vida.

Él era su pareja y ya. Su rol en su vida era amarla y respetarla, ser un apoyo y un compañero.

Sin embargo, era bonito volver a sentir aquella red de seguridad debajo de ella. Snape le daba la confianza que necesitaba para seguir adelante. Con él cerca, ya no le tenía tanto miedo a equivocarse pues sabía que él estaría ahí abajo para atraparla cuando cayera. Tal vez aún tenía inseguridades, tal vez aún no tenía completamente claros sus sentimientos, tal vez no era lo mismo, pero le bastaba y le sobraba y no lo cambiaría por nada.

No cambiaría a Snape por nada del mundo.

—No deberías ser tan lindo conmigo —susurró acercándose a su rostro, usado sus brazos para impulsarse. Snape contuvo la respiración momentáneamente pues la joven le estaba aplastando el pecho con tanto movimiento—. No me lo merezco.

—Claro que sí —susurró apretándola ligeramente contra él—. Te mereces todo —su mano cálida y grande seguía acariciando su cabeza, produciendo aquella bonita sensación que la hacía temblar—. Me importas mucho, Hermione Granger. Estos últimos meses, te has convertido en, tal vez, la persona más importante en mi vida, cosa que no puedo entender aún —soltó un suspiro que contenía una risilla oculta, como si él mismo se burlara de sus propias palabras—. Mira, no sé mucho sobre emociones humanas, ¿de acuerdo? Ni siquiera soy capaz de comprender mis propias emociones. Es decir, mírame, llevo dos años completos en terapia, acabo de volver a ella, solía ver a mi psicólogo tres veces por semana hasta hace menos de un mes —explicó de manera apresurada, enumerando todos y cada uno de los pequeños dramas personales que vivía día tras día—. Soy un ermitaño solterón muy malhumorado, poco paciente, un cabezota obstinado, terco como nadie y un científico frustrado que tiene los mismos seis amigos de toda la vida porque es un introvertido de mierda que necesita que otro extrovertido lo adopte para poder hacer amigos. No soy capaz de salir de mi zona de confort sin sobrepensar por lo menos unas cien veces las cosas antes de hacerlas y, para el gran final, soy de esas personas que no despiertan ni la más mínima empatía a la gente que lo rodea —Snape tomó una larga bocanada de aire después de eso. Habló muy rápido, necesitaba oxigeno—. Ya puedes darte una idea de lo jodido que estoy.

Hermione curvó ligeramente sus labios y estiró uno de sus dedos para tocar la punta de la gran nariz del profesor.

—Que "estamos" —corrigió.

—Que estamos —repitió como si saboreara esas palabras—. En fin, el punto es que tengo un completo caos mental aquí adentro —dijo llevando uno de sus dedos a sus sienes, señalando su cabeza— y aquí —ahora, se dirigió hacia su pecho, a su corazón— y muchas veces me despierto sin saber qué es lo que realmente quiero, sin tener idea de qué carajos estoy haciendo con mi vida e inventándome cientos de patéticos artilugios tan solo para darle, aunque sea, algo de sentido —admitió sonando avergonzado, pero sintiéndose cómodo con la conversación pues lo decía de verdad. Realmente sentía todo lo que estaba diciendo, jamás se había sentido tan cómodo diciendo la verdad—. Pero, estos últimos meses, me he dado cuenta de que hay una nueva constante en mi vida y esa constante eres tú —la bailarina abrió los ojos sorprendida y Snape sintió sus orejas arder—. Sé que puede sonar cursi, pero lo que quiero decir es que, desde tú llegaste a mi vida, Granger, esta ya no se siente tan vacía.

Hermione sintió derretirse ante esas palabras. ¡Era lo más dulce que alguien le había dicho en su toda su maldita vida! Sintió sus ojos humedecerse pues sus palabras habían calado en lo más profundo de su ser y tuvo que hacer grandes esfuerzos para no ponerse a llorar como una niña pequeña ahí mismo, sobre su pecho.

—Te amo, Hermione Granger.

No había planeado decirlo pues sentía que aún era muy pronto para esas palabras, pero estas salieron automáticamente de su boca sin que él fuera capaz de evitarlo. Era como si las hubiese estado conteniendo en su garganta por tanto tiempo que simplemente ya no podía retenerlas más. Ellas querían salir, ser libres y, por sobre todo, ser escuchadas. Muy pocas veces tenía la oportunidad y la valentía de expresar sus verdaderos sentimientos sin sentir que las personas a su alrededor se iban a burlar de él. El Dr. Sharpe solía recordarle que esa paranoia no era buena. No debía suprimir sus emociones, al contrario, debía exteriorizarlas y trabajar en ellas.

Tal vez era momento de hacerlo.

No obstante, a veces seguía dudando.

Hermione sonrió con ternura y subió lentamente hasta llegar a la altura de sus labios. Su cuerpo delgado reptó sobre el suyo haciéndolo suspirar, sus bonitas piernas se acomodaron una a cada lado de las suyas, inmovilizándolo por completo, manteniéndolo indefensa bajo ella, a su completa merced. Parpadeó un par de veces, su respiración cálida le hacía cosquillas en el rostro. Una de sus manos acarició su mejilla izquierda, su pulgar derecho jugó con su delgado labio inferior. Snape cerró los ojos y se dejó llevar por las sensaciones. Su corazón latía de forma incontrolable.

Quería que lo dijera.

Quería que lo dijera de verdad.

Quería desesperadamente que lo dijera de verdad.

Quería que lo dijera ahí, justo ahora, estando consciente.

Quería escucharlo.

En su lugar, solo sintió sus carnosos labios tocando tímidamente los suyos. Apenas sí se movían, era como si estuvieran esperando su permiso para profundizar el beso. Sus pestañas temblaban, podía sentirlas moverse contra su piel. Este era un beso muy diferente al resto de todos. Usualmente los besos que Hermione le daba eran juguetones, apasionados y muy intensos, casi tanto como la bailarina misma. Sin embargo, este era diferente. Este parecía tener miedo.

¿Miedo a qué? ¿Al rechazo? ¿A arruinarlo? No lo sabría nunca.

Lo que sí sabía era que quería corresponder ese beso. Quería desesperadamente convertir ese patético intento de beso en uno real, uno del cual ambos pudieran disfrutar. Es por eso que fue el primero en mover sus labios, besando con delicadeza, como aquellos primeros besos que solía darle. Al sentir ese repentino movimiento, Hermione suspiró aliviada. No sabía a ciencia cierta si lo estaba, él quería creer que sí puesto que sintió su cuerpo relajarse bajo sus manos. Sus labios bailaron sobre los suyos hasta que ambos se separaron por falta de oxígeno.

Dicen que los ojos son la ventana del alma y puedes descubrir mucho a través de ellos. Pues, Severus Snape descubrió mucho cuando sus ojos negros se encontraron con los mieles de la castaña. Detrás de estos, había cientos de cosas que probablemente le costaría aceptar en su momento, pero que, con mucho trabajo y comprensión, podría hacerlo. Una de esas cosas era que Hermione no podría decirle aquellas dos palabras que tanto anhelaba escuchar, al menos no por ahora. Era difícil aceptar esa realidad porque él se sentía listo. Quería ser capaz de amar libremente, ser capaz de aceptarlo y poder decirlo sin miedo, sabiendo que sus sentimientos eran correspondidos. No obstante, eso tenía que esperar hasta nuevo aviso. Ella no estaba lista, no ahora.

Y no la iba a forzar.

Sin embargo, existían otras formas mucho más creativas de expresar ese afecto además de las palabras como, por ejemplo, los gestos. Hermione subió para besar su frente y siguió bajando, esparciendo pequeños besos por toda la curvatura de su nariz, la punta de esta, sus mejillas, las comisuras de sus labios, su barbilla y, nuevamente, sus delgados labios. Snape se dejó llevar por aquellas agradables sensaciones. Le gustaban, le gustaban mucho. Eran pequeños y fugaces besos que le producían cosquillas y le hacían sentirse amado y eso era mucho mejor que un par de palabras vacías dichas de manera forzosa. Hermione cerró los ojos y frotó su pequeña nariz contra la suya juguetonamente, haciéndolo sonreír.

Tal vez no era lo que él quería en un inicio, pero era igual de bueno.

—Te quiero, Sev.

—Y yo a ti, linda.

Hermione frunció el ceño y se apartó de inmediato, apoyando ambas manos sobre la cama y enarcando una ceja en su dirección. Snape la observó sorprendido, sin poder moverse y sin saber exactamente qué decir o hacer. ¿Había hecho algo malo? No creía haber dicho algo malo, es decir, solo le había correspondido sus lindos gestos a su modo. ¿Acaso había elegido mal sus palabras? ¿Acaso había apretado su sin cintura muy fuerte? ¡¿Qué había hecho mal?!

—¿Me llamaste "linda"? —preguntó con un brillo travieso en sus ojos miel los cuales se habían abierto en su totalidad. Sus incisivos grandes mordían juguetones su labio inferior. Se veía demasiado emocionada por aquella insignificancia— Me dijiste linda… ¡Me acabas de poner un apodo cariñoso!

—No —contestó el hombre fingiendo indiferencia, girando su cabeza hacia la derecha para evitar mirarla a la cara.

—¡Claro que sí!

—Claro que no.

—¡Sí! Tú me acabas de decir "linda" —chilló emocionada, buscando la mirada del profesor con la suya, convirtiendo aquel tierno momento de pareja en una intensa batalla campal para descubrir ver quien tenía el control sobre el otro. Snape movía su cabeza de un lado al lado, evitando a Hermione a toda costa. Esto solo hacía que la joven se empeñara aún más en ganar ese absurdo juego—. ¿Ya vamos a iniciar con los apodos lindos, Sr. Snape? ¿Puedo ponerle uno?

—No, Miss Granger.

—¡Pero yo te escuché! ¡Me dijiste "linda"! Y antes me dijiste "cariño", yo lo escuché —dijo sentándose sobre su pelvis, apoyando ambas manos sobre su pecho. La bata blanca se recogió sin querer, dejando expuestos no solo sus perfectos muslos, sino también su largo escote. Snape dobló sus rodillas por instinto, creando una especie de respaldar humano para que la joven pudiera sentarse sin ninguna dificultad. Hermione se inclinó ligeramente hacia adelante, entrecerrando sus ojos y sonriendo con descaro y coquetería—. Tú, Severus Snape, me dijiste "cariño".

—Me temo, Miss Granger, que usted está presentando serios problemas auditivos. Está escuchando disparates —respondió con seriedad, usando el mismo tono de voz que usaba para hablar con extraños—. Espero que nuestra encantadora Miss Lovegood no le haya pegado su… peculiar habilidad para escuchar cosas que no existen.

Hermione soltó una carcajada mientras lanzaba su cabeza hacia atrás. Sus rizos castaños se movieron de un lado al otro, danzando en el aire antes de caer por su espalda. La bata blanca se iba abriendo cada vez más, revelando sus bonitas clavículas y su esbelto cuello. Snape guardaría aquella imagen mental en el fondo de su corazón. Era un recuerdo que quería atesorar para siempre.

—¡Ven aquí, anciano!

Antes de que se diera cuenta, el pelinegro se vio expulsado de sus propias fantasías pues los torpes dedos de la bailarina estaban atacando la delicada piel de la zona lateral de sus costillas. Hermione había metido sus manos por debajo de su vieja camiseta y ahora le estaba haciendo cosquillas por todos lados, tocando cada parte de su cuerpo al cual tuviera acceso.

—¡Granger, no! —gritó removiéndose, contrayéndose sobre sí mismo, haciéndose bolita como si fuese Nagini, la pitón de su ahijado—. Jajajajajaja… ¡Ya para! ¡Hermione!

—No hasta que me digas "cariño" —la joven rio, intensificando su ataque. Sus manos subieron de inmediato hacia sus axilas, moviéndose con mucha más prisa. El torso de Snape se contrajo, mas sus piernas se movían frenéticas, soltando patadas a diestra y siniestra, intentando escapar—. ¡DIME "CARIÑO"!

—¡Ya! ¡Cariño! —exclamó tomando una gran bocanada de aire antes de que la risa volviera a invadir su garganta— Cariño, cariño, cariño, jajajaja… ¡Ya! ¡YA!... Tú ganas —añadió jadeante— ¡Ah! Tú ganas, Granger.

El hombre reunió la poca fuerza que le quedaba y, con un rápido movimiento, tomó a Hermione por ambas muñecas, lanzándola al otro lado de la cama. Hermione rebotó sobre el colchón, completamente sorprendida por la repentina acción. El profesor se posicionó justo encima de ella, sujetando sus muñecas y llevándolas por encima de su cabeza para inmovilizarla. La joven chilló y se removió como un gusano debajo de él intentando escapar, pero Snape era demasiado grande y pesado como para poder quitárselo de encima. Al igual que ella hace un par de minutos, él se encontraba sentado sobre la pelvis de la joven, con sus rodillas apoyadas a cada lado de sus caderas. Sus manos grandes viajaron directo hacia sus axilas, jugando por encima de la bata, produciéndole las mismas cosquillas que ella había causado en él.

—¡No! ¡No! Jajajajajaja… ¡Severus, no! ¡No me gustan las cosquillas! —exclamó completamente roja. Luego, soltó una carcajada.

—A mí tampoco me gustan y eso no te detuvo.

—¡Para! Jajajajaja… ¡YA!

La habitación se llenó de risas y muchas, muchas carcajadas. El estómago le dolía de tanto reír, incluso un par de lágrimas habían escapado de sus ojos. ¡Nunca en su vida había reído tanto! Tal vez estaban haciendo un completo escándalo en el hotel pues Hermione reía mucho y muy fuerte y había una pequeña probabilidad del 10% de que sus carcajadas se escucharan afuera de la suite, por los pasillos del piso 17, pero eso no importaba. ¡Se estaban divirtiendo mucho!

Para cuando acabaron, Severus Snape tenía a una muy jadeante Hermione Granger debajo de él, con su cara bonita completamente roja y su pecho subiendo y bajando, tratando de recuperar el aire perdido. Él seguía arriba, lo que le daba una vista completa de su bata de baño, la cual se había abierto casi en su totalidad debido a todo el movimiento brusco de su espontanea pelea de cosquillas. Ahora podía ver aquel espacio de unión entre ambos pechos, todavía ocultos parcialmente por la mullida tela. La piel de esa zona era mucho más pálida que la del resto de su cuerpo, era clara como la parte interior de sus muñecas, lo que resaltaba las finas marcas de presión que le había dejado su sujetador.

Nunca se había tomado el tiempo para apreciar eso de ella.

Pensaba que era hermoso.

—¿Te gusta lo que ves? —preguntó captando su atención. La joven lo miraba fascinada, curvando ligeramente sus labios. Su cabello revuelto se esparcía por la cama y sus mejillas estaban coloreadas de un intenso color carmín.

—Mucho —susurró volviendo su mirada hacia el escote de su bata. Snape curvó su espalda para inclinarse sobre ella, acercando su rostro hacia dicha zona. Se detuvo a escasos centímetros de su piel y levantó la mirada para encontrarse con la de Hermione—. ¿Puedo?

Su voz susurrante hizo eco en su cabeza, dejándola totalmente indefensa ante él.

La bailarina sintió que la boca se le secaba. No era capaz de emitir ni un solo sonido pues no sabía qué decir. Lo único que su cerebro pudo ejecutar fue el asentir rápidamente con la cabeza. Snape le dedicó una pequeña sonrisa, una que dejaba entrever ese desbordante deseo pasional carnal que sentía por ella, y siguió bajando hasta que su respiración cálida chocó contra su piel sensible, haciéndola temblar. Hermione cerró los ojos y contuvo la respiración. Se sentía demasiado vulnerable, sentía que podría gritar en cualquier momento. Tuvo que apretar sus labios con fuerza hasta formar una delgada línea para no pegar un grito que se escuchara hasta la recepción del hotel.

¡Oh, por Dios!¡Esto iba a pasar! ¿Esto iba a pasar! ¡Ay! ¡Sí! Esto iba a pasar.

Los labios cálidos de Snape besaron descaradamente su piel, dejando un rastro de humedad que ella podía percibir con total facilidad. Quería gritar, necesitaba gritar. Esto era tan emocionante y sensual y... ¡No podía pensar en más adjetivos para describir el momento! No podía pensar cuando tenía a su más nuevo alumno trazando un camino de besos con su boca, viajando directamente hacia el sur.

Sabía que habían acordado dejar a un lado el tema del sexo y todo lo referente a este, pero ella también tenía necesidades, necesidades que solo él podía saciar y todo indicaba que estaría a punto de hacerlo. Llevó sus manos hacia su propia cabeza, sus dedos peinaron su cabello hacia atrás quitándolo de su rostro. Sus ojos se cerraron. No podía verlo, no quería verlo pues, de hacerlo, no podría controlarse.

Esto era tan placentero. Su boca estaba haciendo maravillas y…

De pronto, sin ningún aviso, aquellas intensas oleadas de placer se detuvieron abruptamente. Snape se había detenido. Se había detenido justo a un par de centímetros de su ombligo, exactamente en la zona en la que la bata aún seguía cerrada. ¡Qué frustrante!, pensó la joven abriendo los ojos. Hermione gimió a modo de protesta y levantó su cabeza esperando por más. Snape aún tenía la boca presionando sobre su piel y lo sintió sonreír contra su estómago, totalmente divertido por ser el causante de su frustración.

—Ya voy, ya voy —susurró juguetonamente, volviendo a trazar el mismo camino de besos, solo que esta vez, en dirección contraria, ascendiendo por su cuerpo.

Hermione soltó un gemido casi gatuno en agradecimiento.

Mientras el profesor iba subiendo por su cuerpo, las pequeñas manos de Hermione iban subiendo por la espalda de este, acariciando sus omoplatos, usando sus uñas para arañar suavemente por encima de su camiseta. Snape besó su clavícula y subió hasta su cuello donde empezó a succionar la sensible piel de su zona erógena. Hermione se mordió el labio inferior para ahogar un gemido en su garganta. Se removió debajo de su cuerpo, queriendo abrir sus piernas para rodear las caderas del mayor y poder sentir su hombría presionando contra su centro, pero no podía, él estaba encima y no se lo permitía.

Sin embargo, eso no sería necesario.

Si bien Snape no estaba teniendo una erección en ese momento, su miembro aún atrapado tras sus pantalones de chandal estaba chocando contra su entrepierna, haciendo que su libido se elevara a niveles exorbitantes de solo imaginar todo lo que podrían hacer si Snape se animaba a ir más allá de lo "respetable".

En un momento, Snape lamió de la base de su cuello hasta su mandíbula, provocando que Hermione gritara audiblemente, ya incapaz de poder contenerse.

—Hoy estás muy sensible, ¿eh? —se burló riendo cariñosamente contra su piel antes de empezar mordisquear. Una de sus manos viajó lentamente hacia el sur, pasando más allá de los límites de su bata, metiéndose entre su entrepierna y la de ella. Hermione empujó sus caderas contra su mano cuando sintió sus dedos bailar por sobre su ropa interior. Sentía su interior palpitar. Si Snape seguía haciendo eso, ella terminaría arruinando su ropa interior—. Tranquila, Granger. No seas ansiosa.

Su voz había sonado tan grave…

—No juegues conmigo, por favor —susurró moviendo su cabeza a un lado. Su pequeña nariz chocó contra su mejilla izquierda y sus manos subieron hacia su cabello negro, enterrando sus dedos en este para despeinarlo sensualmente—. Severus… Hmm…

—¿Sabes que, cada vez que haces ese ruido, me vueles loco? —jadeó cerca de su oído, jugando con su lóbulo.

—Ese es el punto —susurró llevando sus labios hacia su boca para besarla una vez más, suspirando audiblemente con cada caricia—. No pares, continua.

Snape sonrió contra sus labios y volvió a besar— ¿Continuar con qué?

La joven colocó una de sus manos contra su mejilla y acarició con ternura. Su índice golpeteó cariñosamente la punta de su nariz, haciendo que le profesora la arrugara— Con lo que estabas haciendo antes —respondió coqueta.

—Ah eso —respondió el hombre fingiendo recordar algo muy importante. Volvió a bajar por su cuello, esparciendo húmedos besos por todos lados—. ¿Segura, cariño?

—Muy segura.

—¿En serio?

—En serio.

—Ok, si eso es lo que quieres.

Hermione cerró los ojos y preparó su receptivo cuerpo para lo que sea que Snape quisiera hacer con ella. No se lo diría —o bueno, tal vez, sí—, pero ella estaría dispuesta a hacer todo lo que ese hombre le ordenara. El pelinegro bajó besando por sus clavículas y siguió descendiendo hasta llegar a sus pechos. La castaña, envuelta en olas de incontrolable placer, llevó sus manos de regreso al cabello negro de su hombre, tirando de él sensualmente. Snape sonrió con descaro, deteniéndose a plantar un largo beso sobre su esternón. Hermione suspiró agradecida.

—¿Hermione?

—Sí.

—Tienes que cerrar el botón.

Ok… Eso fue muy raro, pensó saliendo de sus pensamientos.

Hermione frunció el ceño y abrió los ojos confundida— ¿Qué?

El profesor llevó sus manos a los bordes de la bata hasta detenerse a la altura de su corazón. Tomó las esquinas de la mullida prenda y las junto lentamente, revelando un botón blanco interno en uno de los lados y su respectivo ojal en el otro. Snape observo a la castaña moviendo las cejas con aire burlón. La mujer lo miraba incrédula. Finalmente, abrochó el botón y luego ajustó las cintas que sujetaban su bata, haciendo un bonito nudo para cerrar todo.

—Ahora no se abrirá —concluyó sonriente.

Hermione se quedó boquiabierta sin saber muy bien qué decir. ¿Esto era una maldita broma?

—Vístete —ordenó levantándose, liberando por fin a la joven y frustrada bailarina—. Ya van a ser las once y yo quiero desayunar… aunque, por la hora, creo que sería un brunch.

Hermione se reincorporó rápidamente, apoyándose con ambos codos sobre el colchón. Su pecho subía y bajaba, pero la bata cerrada ya no le permitía verlos. ¿Acaso ese siempre fue el plan del profesor? ¿Jugar con ella y con sus deseos pasionales para burlarse luego?

—¡¿ES EN SERIO?! —chilló indignada mientras lo veía dirigirse hacia la puerta tan tranquilo como si nada hubiese pasado— Severus Snape, ¡vuelve aquí ahora mismo! ¡No te atrevas a dejarme así!

—Vístete. Tengo hambre —exclamó abriendo la puerta, saliendo triunfal y sin mirar atrás.

—¡SNAPE!

Una almohada voladora impactó de lleno contra las puertas corredizas de su habitación. En mi opinión personal, creo que fue un buen lanzamiento, Hermione tenía un buen brazo. Sin embargo, fue una lástima que la lanzara tan tarde. Snape ya se había ido, dejándola sola sobre la cama.

Sola, frustrada y muy excitada.


Más tarde ese mismo día, después de haber disfrutado de un tranquilo almuerzo en el restaurante debajo del hotel, la pareja se dirigió hacia los Winter Gardens para encontrarse con la finalista Penny Haywood exactamente a la hora que habían acordado. Hermione no había querido avergonzarse más de lo que ya lo había hecho en la gala de anoche, por lo que se mantuvo en silencio y cabizbaja todo el camino. El impresionante complejo de salones de recepción y restaurantes estaba más o menos vacío. Se encontraron con algunos turistas que, al igual que ellos, exploraban curiosos el interior, tomando fotos de los bonitos decorados de la arquitectura, pero en sí, el lugar parecía muerto en comparación del día de ayer.

—Haywood dijo que nos encontraríamos en el salón Olympia —dijo el profesor revisando su celular, mientras daba largas zancadas a lo largo del Floral Hall—. ¿Dónde es eso?

—Déjame revisar el mapa una vez más.

—La verdad es que este lugar es todo un laberinto —suspiró el hombre siguiendo a Hermione delante de él, doblando a la derecha por el mismo pasillo—. ¿Qué ya no pasamos por este café?

—No, ese era otro.

—No, era el mismo.

—Que no.

—Que sí.

—¡Profesor! —gritó una voz a sus espaldas. Ambos se giraron buscando con la mirada al dueño de esta— ¡Profesor! ¡Por aquí!

Un atlético Graham Carter se encontraba caminando hacia ellos a paso lento. El hombre llevaba unos pantalones negros de vestir formales, los zapatos de baile y una camiseta sin mangas negra que se pegaba a su cuerpo, marcándole la cintura estrecha y la caja torácica amplia. Snape pensó que el compañero de su ex alumna se asimilaba demasiado a una pantera negra. Tenía ese andar felino y sus ojos pardos parecían centellar buscando a su presa. Llevaba una toalla blanca colgando desde su largo cuello y una botella de agua azul en su mano derecha.

Hermione se removió nerviosa sobre su sitio, incapaz de abandonar su postura tensa. Siempre había considerado al Sr. Carter como alguien atractivo en sus fotos, pero sin duda, verlo en persona era una experiencia completamente diferente.

—¡Hola, profesor Snape! —saludó con energía estirando su mano para apretar la del mayor—. Buenas tardes. Penny me avisó que vendría.

Snape notó que el moreno tenía el cabello y la piel del cuello algo mojados. A juzgar por su mirada cansada, la cara colorada, el calor que emanaba su cuerpo y el olor a sudor que lo envolvía, supuso que el hombre acababa de terminar su rutina de ejercicios de calentamiento.

—Hola, Hermione —saludó alegre el bailarín cuando la vio escondida detrás del pelinegro.

Hermione abrió los ojos como plato y se tensó aún más.

¡Me está hablando!, pensó. ¡Di algo, Hermione, di algo!

—Hola —graznó bajito, haciendo un tímido gesto de saludo con la mano.

—Me da gusto ver que te encuentras mejor —sonrió hacia ella y Hermione sintió que desfallecería no solo por su bonita sonrisa, sino por la vergüenza de saber que aquel bailarín que tanto admiraba la había visto ebría— Linda bufanda —añadió señalando la prenda que colgaba de su cuello.

"¡LE GUSTA MI BUFANDA!", gritó su mente de fanática.

No era una prenda tan bonita. Es decir, lo era cuando la compró de oferta en un almacén hace unos cuatro años. Ahí sí era muy bonita, tenía la lana roja brillante y divertidas rayas color mostaza, pero ahora, después de haber pasado incontables veces por la lavadora, la prenda se veía algo usada y viejita. ¡Pero eso no importaba! A Graham Carter le gustaba su bufanda.

—Te la regalo —balbuceó con tanta rapidez que en serio se sintió afortunada cuando los dos hombres junto a ella pusieron expresiones de confusión en sus rostros. Las palabras habían salido tan atropelladas de su boca que prácticamente fueron incomprensibles—. Es decir, eh… Sí, eh… Gracias.

—Eh… Ok

—Carter, qué bueno que está aquí. Estábamos buscando el salón Olympia. Miss Haywood…—

—Oh, sí, justo iba para allá. Vengan, síganme.

Ahora que tenían un guía, encontrar el salón Olympia no fue tan difícil. Al poco tiempo, entraron en un gran salón rectangular cuyas puertas decían "ACCESO RESTRINGIDO. SOLO PERSONAL AUTORIZADO". El cartel se veía intimidante; sin embargo, no había nadie en la puerta que estuviera vigilando quien entraba o salía. Adentro, encontraron un salón muy grande y amplio que tenía una pared entera repleta de espejos sobre los cuales se reflejaban las siete parejas finalistas que competirían esta noche en el Empress Salon.

Al igual que Carter, la mayoría estaba vestidas de negro, con pantalones holgados y camisetas que acentuaban sus siluetas. Al instante, Snape las relacionó con el tipo de prendas que usaban Hermione o McGonagall cuando daban sus clases en Earl's Court. Tal vez era alguna norma estándar que los bailarines debían seguir. En fin, podría preocuparse del vestuario más tarde, ahora estaba a punto de presenciar —a su punto de vista— una de las hazañas artísticas más asombrosas que vería en toda su vida.

Los seis bailarines varones finalistas de esta noche se desplazaban a lo largo de la sala, atravesando una "improvisada" pista de obstáculos formada por sillas y conos de diferentes tamaños y colores. Parecían los mismos conos que usaba su colega, Madame Hooch, la profesora de deportes, durante sus clases de gimnasia en las áreas al aire libre de Hogwarts. En múltiples ocasiones, había visto a los alumnos de primer año atravesar esos conos, saltando uno sobre otro con ambos pies juntos, antes de pasar a correr una carrera de 50 metros planos.

Él siempre había sido malo en eso. ¡Ni siquiera fue capaz de saltar con ambos pies juntos hasta que cumplió siete! Su coordinación de manos y pies había sido nula hasta que empezó a trabajar con McGonagall a inicios del año. Sin embargo, ese no era el caso de estos bailarines. Ellos, en una elogiable demostración de elegancia y agilidad, mantenían aquella postura erguida propia del vals, colocando sus brazos en alto, como si sujetaran a su compañera, mientras zigzagueaban entre los conos a una velocidad media que buscaba ser rápida. Era como ver a un par de cervatillos de fuertes piernas, largos cuellos y cabezas altas, saltando en cada uno de sus pasos, pisando el suelo únicamente con las puntas de sus pies lo que creaba la ilusión de estar volando.

—Wow —susurró para sí mismo mientras miraba hipnotizado cómo uno de ellos pasaba hacia el siguiente obstáculo: una fila separada de cuatro sillas las cuales tenía que bordear usando la fuerza de sus caderas para mantener el equilibrio cuando zigzagueara—. Son asombrosos.

—Lo son, ¿verdad? —respondió la joven castaña a su lado, quien sujetaba su celular para grabar ese momento para la eternidad—. Él es el representante de Rusia.

—Espérenme aquí —pidió Graham, dejando su botella de agua apoyada contra la pared detrás de ellos, justo al lado de un cúmulo de bolsos deportivos de diferentes tamaños y colores apilados unos sobre otros—. Iré a llamar a Penny. Traten de no hacer ruido, por favor. Muchos de los finalistas se ponen intensos cuando los desconcentran.

La pareja asintió y se quedó en silencio junto a la pared, mirando con atención a los bailarines que ensayaban concentrados. Había algunos que usaban la pista de obstáculos bajo la atenta mirada de sus propios entrenadores; otros trabajan con sus parejas, efectuando pequeños fragmentos de sus propias coreografías para ensayarlos "por última vez". Más allá, había algunas mujeres estirando, ya sea sujetadas de las barras de metal frente al espejo o sobre el suelo de madera. Penny Haywood se encontraba dentro de este último grupo. La rubia se encontraba de espaldas a ellos, haciendo un split lateral. Sus piernas estaban tensadas a cada lado, sus pies en flex y su cabeza tocaba el piso.

Se veía doloroso, pensó Snape.

—¿Te diviertes? —preguntó al ver a la castaña a su lado tomando fotos con total descaro, sin siquiera tomarse la molestia de disimular ni un poco— Esto no es un zoológico, Granger. Podrías incomodarlos y Carter dijo que no hiciéramos nada que pudiera desconcentrarlos.

—Es que quiero replicar los ejercicios cuando este en casa.

—Tu departamento no es lo suficientemente grande para eso—recordó sonriendo para sí mismo, volviendo su atención a las bonitas bailarinas que estiraban al frente. Aquella ratonera que Hermione llamaba hogar apenas sí tenía espacio para sus dos plantas y ella—. Te golpearas contra la pared.

—Podría intentarlo en tu casa, tienes pasillos largos —contestó confianzuda, levantando la mirada de su teléfono, dándose cuenta de que el profesor se encontraba demasiado ocupado mirando a las hermosas y extranjeras bailarinas que estiraban frente a ellos. Hermione entrecerró sus ojos en su dirección, frunciendo los labios en un intento desesperado de llamar su atención, pero al ver que este no le hacía caso, decidió darle un ligero codazo en sus costillas. Snape se quejó y se giró a ella, encontrando a una pequeña ardilla castaña enojada— ¡Hey! Ojos aquí.

El hombre enarcó una ceja y sonrió de lado— ¿Me está celando otra vez, Granger?

—No.

—Ajá —respondió con sarcasmo—. Creí que ya habíamos hablado de esto.

En fin, no había tiempo para celos, no ahora que Penny Haywood se acercaba a ellos, con esa perfecta sonrisa en su rostro que iluminaba la habitación entera. La rubia tenía el cabello atado en dos grandes trenzas gruesas y estas saltaban con cada uno de los pasos que daba. Al igual que su compañero, también se veía cansada. Su rostro estaba rojo debido a la reciente actividad física y pequeñas gotas de sudor perlaban su frente. Aun así, no perdía esa aura carismática tan característica de ella.

—¡Profesor! ¡Hola! Buenas tardes —dijo extendiendo su mano a modo de saludo—. ¡Qué bueno verlo! No lo saludo con un beso porque estoy toda…—

—Sí, sí, Haywood, ya lo noté —la interrumpió correspondiendo su saludo—. ¿Entrenando duro?

—Como siempre —rio. Sus ojos celestes se desviaron de inmediato a la tímida castaña a un lado del pelinegro. Hermione sonrió tímidamente y sacudió su mano derecha esperando ser correspondida —. Hola, Hermione.

—Hola.

—Veo que estás mucho mejor que anoche —comentó inclinando su cabeza, sin dejar de sonreír—. Me alegro. Espero que no hayas tenido resaca. ¿Cómo te sientes?

—Como si me hubiese pateado un caballo —admitió nerviosa y sonrojada.

—Hmmm… Me imagino. Debes tomar mucha agua. Te ayudara —la joven los rodeó para tomar uno de los tantos bolsos que estaban tirados por el suelo, colgándoselo en el hombro—. Vengan conmigo, vamos a sentarnos por allá para no molestar a los demás.

—No te interrumpimos, ¿verdad, Haywood? —preguntó siguiéndola.

—No, claro que no, estaba por tomarme mi descanso. Vengan por aquí.

La rubia los guio hasta una improvisada tribuna de no más de cinco hileras sobre la cual descansaba uno que otro entrenador extranjero. Se sentaron en la tercera fila, mirando en dirección a la pista de baile. Penny tomaba agua de una botella de plástico rosada, su bonita mano derecha adornada con una elegante manicura francesa temblaba errática mientras sostenía la botella contra sus labios, haciendo que un par de gotas se deslizaran accidentalmente por su mentón. Tanto ejercicio la había dejado exhausta.

Los tres adultos se mantuvieron entretenidos en una superficial conversación que abordaba únicamente el tema de la gala de esta noche. De vez en cuando, la rubia señalaba con disimulo hacia su competencia, identificando quienes serían —bajo su punto de vista— los futuros tres candidatos a portar en sus cuellos las medallas de oro, plata y bronce al final del evento.

—Entonces, ¿crees que los rusos se llevaran el oro? —preguntó el profesor mirando los mencionados quienes en ese momento se encontraban intercambiando algunas palabras con su entrenador unas gradas más abajo. Aquellos tres extranjeros se veían serios, muy serios. No parecían ser de aquellos concursantes que venían a ser amigos.

—Sí, yo creo que sí —respondió la finalista mirando de reojo al lado. Hermione estaba sentada en silencio, grabando con su teléfono a los otros finalistas— ¿Tú qué opinas, Hermione?

—¿Qui-quieres mi opinión? —preguntó incrédula, sorprendida de ser tomada en cuenta.

—Por supuesto, cariño.

La castaña barrió todo el salón con su mirada color miel. Se detenía unos cinco segundos en cada bailarín antes de continuar con su rápido análisis. Era como si fuera una supercomputadora que escaneaba a cada participante lo mejor que podía antes de dar su veredicto.

—Yo creo que deberías cuidarte de los americanos —susurró un par de minutos después, señalando en dirección al bailarín estadounidense que se encontraba en ese preciso momento dando una tercera vuelta a la improvisada pista de obstáculos—. Los rusos se llevarán el primer lugar, eso dalo por garantizado. No intentes superarlos —complementó. Hermione tenía suficiente experiencia respaldándola como para estar 90% segura de su opinión; sin embargo, le seguía dando miedo ver la reacción de sus interlocutores, sobre todo la de Penny. No quería poner ansiosa a la alumna estrella de su pareja—. Yo te sugeriría enfocarte en obtener el segundo o el tercer lugar. Ve a lo seguro.

Penny levantó las cejas sorprendida, pero no dijo nada, solo se limitó a asentir mientras volvía a darle otro sorbo a su botella. Hermione se removió nerviosa sobre su asiento. Algo le decía que la había cagado en grande. ¡Maldita sea ella y su manía por dar su humilde opinión!

—No te angusties, Haywood —animó el pelinegro poniendo una mano sobre su hombro—. Eres mucho mejor que cualquiera dentro de esta habitación. Podrías vencerlos con los ojos cerrados y una mano atada a la espalda.

Aquel comentario —que, cabe aclarar, no buscaba ser malintencionado— provocó el surgimiento de un par de frías miradas amenazadoras en su dirección, sobre todo por parte de los entrenadores extranjeros que compartían la tribuna con ellos. Puede que muchos de los presentes en el Olympia no hablaran inglés como primer idioma, pero entendían lo suficiente como para saber lo que el profesor Snape estaba tratando de insinuarle a su ex alumna.

Al verse descubierto, Snape optó por cerrar la boca.

—Necesito un descanso. Creo que iré a tomar aire —anunció Penny en voz alta, poniéndose de pie con un simple movimiento—. ¿Me acompañas, Hermione?

La mencionada levantó la cabeza.

—¿Qui-Quieres que te acompañe? —preguntó sorprendida, casi atragantarse con sus propias palabras.

Penny asintió, cruzando su celeste mirada con la de su ex profesor.

—No creo que al profesor Snape le moleste si te robo por unos minutos, ¿verdad, profesor?

El mayor frunció el ceño y enarcó una ceja, entrecerrando sus ojos en su dirección. A pesar de que al inicio no entendió muy bien cuáles eran las "oscuras intenciones" que su ex alumna tenía para su actual pareja, solo le bastó un fugaz guiño por parte de ella para comprender todo.

—Solo cuídemela muy bien, Haywood —contestó fingiendo desinterés—. Le prometí a su entrenadora que la regresaría sana y salva a Londres antes de que acabe la semana.

—Descuide, profesor. Prometo que será un paseo... catártico —añadió.

La elección de palabras siempre hacia sido el fuerte de Penny Haywood. Como presidenta del comité estudiantil en sus años de estudiante y miembro del club de debate de Hogwarts, ser clara y precisa durante cualquier tipo de discurso era de vital importancia. Hermione, al igual que Penny, había formado parte de estas actividades académicas durante sus épocas de colegio por lo que no lograba entender el porqué de tal peculiar elección. ¿Sería acaso que Penny Haywood quería impresionarla usando palabras rebuscadas? Pues no era necesario, Hermione de por sí ya se encontraba impresionada con tan solo su mera presencia.

Sin embargo, Snape pareció entenderlas pues asintió con la cabeza y les deseó un agradable paseo.

—Ya volvemos, profesor. Trate de no meterse en problemas. Cualquier cosa que necesite, puede llamar a Graham.

El pelinegro asintió y observó complacido como ambas féminas bajaban despacio por las gradas hasta retirarse por completo del salón. Hermione le dedicó un tímido gesto de despedida antes de desaparecer junto a la rubia por las puertas dobles. Snape soltó un suspiro y se acomodó sobre su asiento, volviendo su atención una vez más a la pista de baile. Graham entrenaba distraído frente al espejo, ignorando su presencia por completo.

Supuso que se quedaría solo hasta nuevo aviso.

Derzhi spinu pryamo! —escuchó gritar al entrenador ruso dos gradas debajo de él.

El profesor de Química casi pegó un salto que— por poco— lo hace tocar el techo con la cabeza. La voz del entrenador había retumbado con fuerza dentro del salón, tomándolo desprevenido por completo. Y, al parecer, fue el único pues cuando se giró a ver la reacción de los demás, nadie parecía alterado. Posó sus oscuros ojos en la silueta del hombre ruso que se encontraba dirigiendo a sus bailarines desde su asiento en las gradas. No entendía nada de lo que salía de su boca, pero no se veía contento con el desempeño de sus aprendices. La pareja finalista que se perfilaba para el primer lugar redobló esfuerzos y continuó con su perfecta rutina de baile.

Con gran pesar Snape tuvo que reconocer que, tal y como Hermione había anticipado, aquella dupla estaría sí o sí dentro de los tres candidatos finales para llevarse el oro esta noche. Si así se esforzaban en los ensayos, no quería ni imaginarse cómo se esforzarían en el momento de la verdad, cuando tuvieran a los jueces sobre ellos, examinando con lupa cada uno de sus movimientos, aguardando por el más mínimo error en el caso de que lo hubiera.

Hermione tenía razón: la pareja Carter-Haywood no tenía oportunidad contra ellos.

El entrenador ruso se giró hacia él, observándolo directamente con su penetrante mirada azul. Dibujó una sonrisa de medio lado en su rostro, una sonrisa ganadora que destilaba superioridad por donde sea que se le mirase. Era como si le estuviese presumiendo a sus aprendices, burlándose en silencio de él y de su alumna por atreverse a aspirar a algo mejor que el tercer puesto. El pelinegro se enderezó sobre su asiento y frunció el ceño en respuesta, poniendo su mejor mirada asesina, aceptando ser partícipe de aquella sigilosa guerra de miradas.

¿Qué es lo que ese hombre estaba intentando hacer? ¿Acaso pretendía intimidarlo o qué? ¡Já! Cómo si él fuese a dejarse asustar por un simple entrenadorsucho de cuarta, pensó apretando los dientes.

*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*

—¿A dónde vamos? —preguntó Hermione rompiendo el silencio incómodo en el cual ambas bailarinas habían caído desde que salieron del salón Olympia.

—A ningún lado en específico. Solo quería despejar la mente un rato —contestó. Sus pisadas hacían eco en las paredes y se mezclaban con los tranquilos ruidos de las cafeterías abiertas de los Winter Gardens—. Me gusta entrenar, aunque no lo creas, es la parte que más disfruto, pero cuando se trata de galas finales… no lo sé, siempre necesito tomarme un tiempo para mí, para despejar la mente.

Hermione no había tenido una larga carrera, pero sí lo suficientemente exitosa como para llegar a varias finales en diversos concursos. Hasta ahora, solo hubo dos que habían sido lo suficientemente memorables como para tomarse la molestia de recordar: la final de las nacionales en la cual se coronó "campeona nacional youth" y, por supuesto, la trágica final aquí en Blackpool, pero no iba a hondar en ese tema. En su lugar, se iba a poner una mano al pecho e iba a empatizar con la joven Haywood. Por experiencia, sabía que no importaba el número de finales en las cuales uno había participado, ni siquiera importaba si habías ganado en la mayoría de ellas, una final siempre sería motivo de estrés incluso para el bailarín más experimentado.

Penny no debía ser la excepción.

Por más que acabara de ganar una competencia muy exigente de alto rendimiento como las Nacionales, nada le aseguraba que pudiera tener una oportunidad hoy. Después de todo, era de conocido público que Blackpool era tierra de nadie. Ni siquiera se atrevería a comparar la final de esta noche con aquella histórica y glamurosa final trasmitida por televisión nacional cuando la coreógrafa inglesa se disputó la copa de la temporada 11 de Dancing with the Stars contra Aljaž Škorjanec, un bailarín esloveno 19 veces campeón nacional en su país natal.

—Entiendo, me pasaba lo mismo —susurró bajito—. Cuando competía, recuerdo que no podía dormir el día anterior a la final. Ni siquiera era capaz de tomar agua sin sentir que iba a vomitar… Es una sensación horrible.

—¿Has estado en muchas finales antes?

—No tantas como habría querido, pero entiendo el sentimiento… Una final siempre es estresante. A mí se me solía caer el cabello cada vez que legaba a una… Gasté mucho en extensiones.

Penny forzó una sonrisa y siguió su camino.

—¿Puedo decirte algo? —preguntó de repente, empujando una de las puertas de cristal del Floral Hall para pasar hacia otro salón— Pero no se lo vayas a decir a nadie, por favor.

¡¿Un secreto entre Penny Haywood y ella?! ¡Aaahhh!, chilló su subconsciente.

—¡Por supuesto! —exclamó tan fuerte que llamó la atención de los visitantes— Perdón.

—A veces, cuando estoy a punto de tener una presentación muy importante como esta, solo quiero salir corriendo y volver a mi pequeño y aburrido mundo de números y fórmulas químicas —confesó sonrojada, evitando mirar a la castaña—. Sé que suena tonto. ¡¿Quién cambiaría trofeos y patrocinadores por trabajar ocho horas diarias encerrada dentro de un laboratorio?! —exclamó con una risa nerviosa— Pero a veces siento que no soy tan buena como todo el mundo cree.

—¿En serio? —interrumpió atónita— ¡Pero eres asombrosa! Te he visto bailar en televisión tantas veces, siempre te ves tan segura de ti misma… Lo haces ver tan fácil —añadió en un susurro.

—Aunque no lo parezca, prefiero bailar en televisión nacional que bailar en un concurso de verdad. En fin, allá, en el set, yo conozco a las personas que están detrás de las cámaras o en el panel de jurados. Tengo una semana entera para ensayar cuantas veces quiera la coreografía de mi preferencia. Tengo la asesoría de un talentoso equipo de coreógrafos que, además, son mis amigos, mis colegas de trabajo. Si me equivoco una vez, puedo repetir la toma o hacer que lo editen en producción para que el púbico no me vea fallar… Sé que, aunque lo haga mal, aún hay un gran chance de que pueda ganar porque tengo un maravilloso club de fans detrás de mí que me apoya y que vota por mí en cada gala… pero esto es… es muy diferente —respondió mirándola a los ojos, sin temor a mostrarle ese miedo característico propio de todo artista antes de salir a escena—. Aquí no hay segundas oportunidades o el "favorito de la semana"… Aquí estoy sola.

Hermione reflexionaría mucho sobre esas palabras a lo largo de ese día. La rubia las había pronunciado de tal forma que su mensaje había calado en lo profundo de su ser. Por más que conociera la vida artística de su ídola, Penny Haywood seguía siendo una completa desconocida para ella —apenas tenía un día de conocerla—, por lo que ciertamente le chocó que alguien como ella fuera tan sincera y le confesara un miedo tan grande como ese a pocas horas de dar inicio a la clausura del Sequence Dance Festival.

Fue cuando cayó en cuenta de una cosa transcendental: su ídola era tan humana como ella.

Penny Haywood, la gran Penny Haywood que amaba y que veía cada fin de semana en televisión, era humana. Era tan humana como ella, como Snape o como cualquiera de los otros turistas que visitan los Winter Gardens. Penny Haywood también tenía inseguridades, Penny Haywood también tenía miedo. Penny Haywood no era perfecta, cometía errores como ella o como cualquier otro ser humano y era consciente de ello.

Y, al igual que ella, Penny Haywood también tenía miedo de no ser lo suficiente buena para este demandante mundo de bailes y concursos.

Fue quitarse una venda de los ojos. Fue como abrir los ojos y despertar de un mágico sueño en el que solo ella parecía desencajar del lugar. Acababa de darse cuenta de que todos esos bailarines que ella tanto admiraba, todos esos campeones internacionales, estrellas del mundo de la danza, bailarines veteranos, directores de federaciones y maestros consagrados, absolutamente todos ellos eran humanos. Humanos que sentían al igual que ella, humanos que tenían inseguridades al igual que ella, humanos que tenían miedo al igual que ella.

Humanos que, por el hecho de ser humanos, no podían ser perfectos.

De pronto, aquellas estrellas inalcanzables que brillaban en lo más alto del firmamento dejaron de ser inalcanzables. Tal vez estaba más cerca de lo que hubiese imaginado.

Podía sonar algo cruel, pero saber eso era liberador. Ciertamente sintió que se quitaba un peso de encima al saber que ella no era la única que sufría ataques de pánico al ver la abrumadora cantidad de personas esperando del otro lado de las puertas cada vez que hacía su "gran entrada"; que no era la única que se pasaba ocho de los doce meses del año haciendo estrictas dietas para poder entrar en los apretados vestidos de competencia; que no era la única que al mirarse al espejo se sentía vulnerable respecto a su imagen; que no era la única que al llegar a una final no podía dormir en toda la noche y ni siquiera se atrevía a comer algo por temor a vomitar.

Que no era la única que creía que no tenía lo necesario para ser una verdadera bailarina profesional.

Al menos no estaba sola en esto.

Pronto llegaron a un salón cuya entrada estaba marcada por un par de puertas francesas de madera clara. Hermione observó parcialmente hacia adentro y descubrió lo que vendría a ser una exhibición de trofeos, maniquíes con vestidos y esmóquines de competencia y cientos y cientos de fotografías tanto en blanco y negro como a color.

—¿Qué es eso?

—Es el salón La Arena. Usualmente lo usan para fiestas privadas, pero cinco veces al año lo decoran así para los concursos —explicó abriendo la puerta—. Funciona como un museo. Cada ganador de los Blackpool está aquí.

Hermione entró en el espacioso salón rectangular de paredes blancas. Parecía un salón de ensayos como cualquier otro, solo que sin los espejos.

—Nunca había entrado aquí antes —anunció la joven mientras posaba sus ojos en un cartel con una breve reseña del primer concurso desarrollado en la ciudad costera. Las lentejuelas rosadas de uno de los trajes que vestían los maniquíes llamó al instante su curiosidad—. No sabía que existía esta exposición.

—A mí me gusta entrar aquí cada vez que se da la oportunidad. Me gusta ver las fotografías.

Ambas bailarinas exploraron el alargado salón, poniendo especial atención a los rostros estáticos de todos los demás bailarines de antaño, sus "antepasados" dentro de ese bonito mundo de bailes y galas. Había muchos rostros sonrientes, otros más serios y algunos desprevenidos pues daban la impresión de que les habían sacado la foto en medio de alguna gala de clausura, cuando todos ya están algo pasado de tragos y demasiado eufóricos como para darse cuenta de las cámaras frente a sus narices.

Era como estar dentro de un túnel del tiempo. Las fotografías en blanco y negro mostraban a elegantes caballeros y distinguidas damas circulando de un lado al otro dentro del Spanish Salon o en medio del Empress Salon, posando junto a sus medallas y trofeos. A medida que iba avanzando y las fotos iban adquiriendo color, todos esos rostros de gente antigua eran reemplazos por bailarines de los 60, 70 y 80s. Hermione reconoció fácilmente a un par de veteranos bailarines en algunas de estas. Los había conocido gracias a las pocas galas a las que había logrado asistir; sin embargo, la impresión fue tan grande en ese momento que rara vez olvidaría un rostro.

¡Todavía tenían cabello!, pensó divertida.

—Hermione, ven, mira —llamó Penny desde el otro lado del salón, de pie frente a una de las tantas fotografías—. ¿No me dijiste que tu maestra era Minerva McGonagall?

—Así es.

—Encontré su foto. Mira, ¡allá! A la derecha.

Los ojos miel de la bailarina castaña se posaron en la fotografía que Penny Haywood señalaba. Se trataba de una fotografía con filtro en blanco y negro de una jovencísima profesora McGonagall en medio de lo que parecía ser una fiesta o un cóctel. Estaba rodeada de muchos otros bailarines y, a juzgar por su expresión, se notaba que la estaba pasando de maravilla. Llevaba un vestido de noche oscuro, el cabello corto en perfectos bucles cual diva de cine y miraba distraída hacia algún punto fuera del cuadro, dándole una apariencia despreocupada y alegre, muy diferente a lo que Hermione conocía en la actualidad.

Incluso su sonrisa era diferente, era la de alguien que estaba viviendo la mejor etapa de su vida.

—¿Es ella tu maestra?

—... Sí —susurró entrecerrando los ojos, parándose de puntillas para acercarse a la imagen—. ¡Sí! ¡Es ella! Es la profesora McGonagall.

"Dougal McGregor y Minerva McGonagall —medallas de plata del Sequence Dance Festival 1976— en la fiesta de clausura de la temporada, saludando al director del BDC" — la rubia leyó en voz alta la pequeña descripción debajo de la foto—. Wow. Era muy bonita. Parece una actriz de cine.

—Lo sé.

En ese momento, Hermione sintió una fuerte presión en el pecho, invadiendo su cuerpo de pies a cabeza, golpeándola como una enorme ola rompiendo contra una roca. De pronto, una sensación espantosa la hizo sentir triste, pequeña y sumamente decepcionada de sí misma: la culpa.

Pero, ¿por qué? ¿Por qué sentía tanta culpa ahora?

La respuesta era sencilla: porque, en el fondo, sabía que ella no solo estaba decepcionando con su actitud derrotista a la profesora McGongall actual, sino que también a la profesora McGonagall del pasado, a la hermosa bailarina que ganó esa medalla de plata en el 76, aquella mujer que vivía el mejor momento de su vida ganando medalla tras medalla en competencias que ella jamás podría ganar.

La profesora McGonagall tenía todas sus esperanzas puestas en ella, por así decirlo. Sabía que Hermione era su última oportunidad de tener una aprendiz, una aprendiz que llegara lejos y fuera una estrella más en el firmamento. Ya no era la joven mujer de la foto, ya habían pasado demasiadas estaciones por su cuerpo y el invierno de su vida se acercaba más y más, anticipando el final inevitable de la vida de todo ser viviente. Hermione era su última esperanza de ser reconocida como la gran entrenadora y maestra de danza que era.

Odiaba no ser capaz de cumplir sus expectativas.

McGonagall podría no ser la misma mujer que era hace 40 años. Había cambiado tanto en aspecto como en carácter. En la fotografía lucía como una joven amigable, dulce y con muchas ganas de vivir. Ahora, solo era una mujer mayor de mirada severa, algo solitaria, golpeada por la vida, convertida en viuda de la manera más trágica posible y empeñada en salvar cosas rotas como su estudio de baile o ella misma, su lesionada y estúpida aprendiz. Sin embargo, no debía olvidar que ella fue la primera y única persona en extenderle la mano en el momento que más lo necesitaba y salvarla de una vida pausada y monótona en Cambrigde. La primera en creer en su capacidad y la primera en darle una oportunidad. Le debía todo lo que era ahora a la profesora McGonagall y a su estudio por lo que odiaba fallarle y se odiaba a sí misma por haberle fallado en tantas ocasiones.

No sabía cómo era capaz de seguir yendo al estudio a diario y mirarla a los ojos sabiendo lo mucho que le había fallado.

—¿Hermione? —la voz preocupada de Penny la trajo de regreso a la realidad. Todavía seguían de pie frente a la fotografía de la profesora McGonagall, en medio de aquel mar de miradas vacías de los antiguos campeones de antaño. La castaña se giró a ver a la ex estrella de Dancing with the Stars. Penny la observaba preocupada— ¿Está todo bien?

—Sí, sí —se apresuró a contestar, sacudiendo ligeramente la cabeza para apartar aquellos profundos pensamientos de su mente—. Solo, eh...—

—¿Sí?

—Solo... —¡Rápido, Herms! ¡Busca una excusa!— Solo me preguntaba que... qué se siente saber que probablemente, después de esta noche, tu foto y la de Graham podría estar colgada aquí... para siempre.

Penny volvió la mirada hacia el cuadro de McGonagall y se quedó un momento en silencio, pensando. Hermione se sintió complacida con su patética excusa, al menos había sido lo suficientemente ingeniosa como para sacarse a la rubia de encima por un par de minutos. La finalista se humedeció los labios y relajó su postura soltando un largo suspiro

—¿Te soy honesta? No es algo en lo que haya pensado hasta ahora… Realmente no es algo que me quite el sueño. Solo quiero que esto acabe ya e irme a mi casa.

[N/A #1]: A partir de ahora están a punto de leer lo que pasa cuando tienes a una fanficker mentalmente inestable escribiendo a las 03:04 a.m. porque tiene la mente cagada, insomnio, miedo a dormirse y una crisis de sinceridad absoluta.

—¡Oh, por Dios! —susurró llevándose una mano a la boca para ahogar un gemido. Sus ojos celestes se abrieron horrorizados y una expresión del más puro dolor y empatía cubrió su semblante— Tú eres la bailarina que se accidentó aquí en el 2013.

No era una pregunta.

Otra vez había aparecido. Otra vez podía sentir aquella etiqueta pegada sobre su frente. Fue una estúpida al creer que algún día podrían olvidarlo. Ella era y seguiría siendo la desafortunada bailarina que tuvo un trágico final en la primavera del 2013.

El debut y despedida más trágico de la historia de Blackpool, habían escrito en la nota de prensa que relataba su accidente.

Al parecer ella no fue la única quien lo leyó.

—Sí, esa soy yo —respondió forzando una sonrisa, asintiendo lentamente, incapaz de mirar a la rubia que seguía en shock—. Supongo que es algo difícil de olvidar, ¿verdad?

—Oh, cariño, lo siento tanto —se disculpó acercándose a ella, rodeándola con sus brazos y apoyando su barbilla sobre sus delgados hombros—. No quise hacerte sentir mal, te juro que esa no fue mi intención... Jamás habría imaginado que tú… Lo siento tanto. Debió ser tan…—

—¿Trágico? —respondió con amargura, recordando cada palabra de los artículos que le siguieron a ese. "Tragedia" era un término que se repetía muy seguido en ellos.

—¡Horrible! —exclamó frotando su espalda con cariño, acariciando sus cabellos castaños con su otra mano tratando de consolar a la invitada de su profesor— No puedo ni imaginarme por todo el dolor y la angustia que debiste pasar luego del accidente. Romperse una pierna de esa forma, perder a tus patrocinadores… ¡Por Dios! ¡La rehabilitación!

[N/A #2]: Se suponía que aquí iba a haber una conversación seria sobre la vida entre Hermione y Penny. Sí, esa conversación que iba a ayudar a Hermione a abrir los ojos, dejar de ser tan derrotista, darse el valor que se merece y continuar con su vida junto Severus para que ella persiga sus sueños y lo que quiere dentro de una relación estable… pero ahora mismo no estoy pasando por el mejor momento de mi corta vida y no tengo la capacidad ni intelectual ni psicológica como para escribirlo, así que se los debo.

[N/A #3]: Para que tengan una idea, yo había investigado muchos temas, había buscado diferentes opiniones de diferentes personas para orientarme —se iba a tocar temas como las expectativas que otras personas tienen de ti, la abrumadora realidad de entrar en la vida adulta, los traumas de Hermione, el no saber qué hacer con tu vida porque se te acabaron los planes, el miedo al fracaso, etc—. Realmente le había invertido mucho a esto, pero no puedo ordenarlo en escrito y que quede decente y eso es muy frustrante porque ya quiero actualizar y no puedo porque soy maldita perfeccionista de mierda y no quiero publicar algo incompleto, pero a la vez quiero publicar porque no sé cuánto tiempo ha pasado y ya siento la presión y el sentido de responsabilidad respirándome en la nuca.

[N/A #4]: Explicaré todo qué está pasando final del capítulo, les prometo que tengo una justificación para esto. No me odien :c

[N/A #5]: Ahora sí, volvemos a su programación habitual.


Sus delgados dedos teclearon con precisión sobre el teclado, bailando entre las teclas blancas con letras negras. Conocía de memoria la posición de cada una de ellas, por lo que sus ojos grises se enfocaban únicamente en la brillante pantalla frente a él, leyendo con atención cada palabra que escribía sobre el documento de Word. Mientras terminaba de redactar un importantísimo balance para la siguiente junta de accionistas, Lucius Malfoy pensó que él no debería estar haciendo esto. Él era el CEO de esta empresa, tenía una asistente que podría redactar esto por él, pero ¡no!

Le dejaban todo el trabajo duro a él.

Lucius dejó escapar un suspiro agotado y se recostó sobre su cómoda silla de escritorio. Estaba cansado, pasarse casi seis horas a diario, sentado frente a una computadora en una oficina de cristal en lo más alto de un edificio en medio de la siempre agitada City de Londres era, sin duda, agotador. Sí, puede que sus empleados pasaran dos horas más que él haciendo prácticamente lo mismo todos los días en oficinas mucho menos cómodas, pero ¡hey! ¿quién es el jefe aquí? Él. ¡Él! ¡Lucius Malfoy! El único que puede quejarse aquí, es él.

Además, es mi historia, yo decido a quien darle voz para quejarse.

Al estar conforme con su informe, deslizó el cursor por la pantalla para guardar el documento y no perderlo por accidente como tantas otras veces le había pasado. Estiró su brazo para alcanzar el vaso de whisky que descansaba inmóvil sobre la superficie de madera y se lo llevó a los labios, saboreando ese casi imperceptible dulzor tan característico del líquido ambarino.

Qué buen Bourbon, pensó mientras giraba su silla hacia el ventanal tras él para admirar la vista del atardecer inglés.

No había sido un día fácil. En realidad, no habían sido unos días fáciles.

Desde que su mejor amigo, Severus Snape, había abandonado la capital inglesa para trasladarse a la ciudad costera de Blackpool, su mundo entero se ponía de cabeza cada vez que llegaba a casa y eso tenía un motivo. Un motivo peludo, cuadrúpedo, perteneciente a la familia de los mamíferos canidos y con una energía tan desbordante que podría alimentar a toda una ciudad entera durante días.

Lamarck, el samoyedo mestizo.

Solo habían pasado tres días —cuatro, si consideramos válido desde el día uno—, pero sentía que ya llevaba viviendo semanas junto al perro.

Como un favor después de tantos años de amistad, Severus le había pedido a su amigo que cuidara de su perro mientras no se encontraba en casa. Al principio, no vio ningún motivo para darle una negativa. Puede que a su esposa no le gustara que Lamarck se subiera a sus sillones con sus patas sucias y puede que a él no le gustara que el can intentara perseguir a sus pavos reales cuando salía a correr por el jardín, pero en sí, no había motivos para no aceptar albergar al perro por un par de días. Solo serían cinco, ni siquiera una semana. Cuidar a un perro sería pan comido.

¿Verdad?

—¿Segura que van a poder con él? —preguntó el profesor la noche del sábado antes de abandonar Malfoy House para subir a uno de los tantos autos de sus amigos para regresar a su hogar en Southfields— No hay problema si no pueden. Tengo un amigo que tiene un perro y no tendría problemas en cuidar de Lamarck. Ambos se llevan de maravi…—

—¡Pero por supuesto que sí podemos! —exclamó la rubia cruzándose de brazos— Es solo un perro, ¿qué tan difícil puede ser? —añadió con un tono de autosuficiencia.

—Snape, soy tu mejor amigo. Si no pudiera cuidar de tu hijo, ¿qué clase de mejor amigo sería? —le siguió el rubio de pie junto a ella— Además, no puedes dejar a mi único sobrino tuyo en manos de un extraño.

—No es un extraño. Es un colega del trabajo.

—¡Es lo mismo! —siguió el aristócrata—. ¿Prefieres dejar a tu único hijo en la casita chiquitita de un desconocido que aquí conmigo, su tío Lucius, en una mansión con jardines tan grandes como un parque, su propio paseador de perros, un equipo de mayordomos que lo cuidaran 24/7 y su propia recamara con cama Queen? ¿Dónde dormiría con tu amigo? ¿En una caja de zapatos?

Snape rodó los ojos y negó con la cabeza. Esos dos jamás iban a cambiar.

—Está bien —aceptó con una sonrisa de lado, sintiéndose ligeramente más aliviado—. Bueno, les dejé su mochila con sus pastillas, sus gotas para el ojo, sus croquetas favoritas, sus peluches, su pelota y su correa. Ah, y también deje una lista con las dosis y las horas en las que deben darles su medicina y sus comidas. También te envié una copia a tu correo y un respaldo al correo de Cissy.

—Sí, sí, no te preocupes. De eso se encarga Dobby —le aclaró Narcisa, acercándose para tomar sus dos manos—. Tú no te preocupes por nada y encárgate de disfrutar el viaje. ¡Estoy segura de que te divertirás en esa convención! Y no te preocupes de nada en el hotel, ya llamé avisando que llegaras. Tú pide lo que quieras y ellos te lo conseguirán —añadió orgullosa—. ¿Seguro que no quieres que te ponga una movilidad?

—No es necesario, Cissy, ya te lo dije —respondió apretando sus manos con cariño—. Igual, muchas gracias. Gracias a los dos por esto. No confiaría en nadie más que ustedes para cuidar de Lamarck.

—Gracias a los tres dirás —intervino una voz arrogante tras ellos, seguida de dos pares de patas trotando por el pasillo del vestíbulo de la casa—. Porque todos sabemos que Lamarck me quiere más a mí que a ellos.

Draco hizo su aparición, llegando frente a los tres adultos acompañado del perro. El muchacho había aprovechado el fin de semana para regresar a casa de sus padres y grande fue su sorpresa cuando, esa misma tarde, se enteró que su querido padrino se iba de viaje y les dejaba la tutela de Lamarck a sus padres. Probablemente, él no hubiese tomado esa decisión ni de chiste, pero entendía su padrino.

A diferencia de él, el pelinegro no tenía más amigos a quienes confiarle algo tan importante como Lamarck.

De cierta forma, le tranquilizaba saber que Draco estaría ahí con ellos para cuidar de su cachorro. No es que no confiara en sus amigos, pero la pareja Malfoy nunca se había destacado por ser "buenos niñeros". Todo lo contrario. Aún recordaba con mucha gracia como fue que ninguno de los dos había notado la ausencia de su único hijo de ocho años por más de 20 minutos hasta que Narcisa quiso darle la mano a su niño y no lo encontró por ningún lado. Buscaron en todas partes, incluso avisaron a los guardias de seguridad del lugar en el que estaban, pero el niño no aparecía. La mujer tenía lágrimas en los ojos y parecía estar a punto de desmayarse por lo que Lucius la llevó de regreso al auto para que descansara. Por suerte para ambos, al abrir la puerta del coche, encontraron a Draco dormido en el asiento trasero mientras que el chófer vigilaba por el retrovisor al pequeño durmiente, completamente preocupado por la reacción de la Sra. Malfoy. El hombre les dijo que habían bajado tan deprisa que olvidaron llevarse al niño con ellos por lo que Draco jamás estuvo en peligro pues jamás había abandonado el auto.

En conclusión, sin su nana ni sus mayordomos, Draco probablemente no hubiese llegado con vida ni a los 10 años.

Obviamente un perro no era lo mismo que un niño, pero tratándose de Lamarck y tratándose de ellos, prefería asegurarse de que los "niñeros" tuvieran a alguien cercano y de confianza que los supervisara.

—Estará bien aquí, padrino —tranquilizó el universitario—. Aquí tiene todo lo que pueda desear. Además, ya le dije a Dobby que sea él personalmente quien administre lo de la comida y medicinas. Mientras no se acerque a Salazar, creo que todo estará bien.

—Es muy caprichoso en las noches. No le gusta dormir solo —advirtió el mayor.

Sin darse cuenta, Snape se estaba resistiendo a la idea de dejar a Lamarck con sus amigos.

—Yo me encargaré de él hasta el lunes, pero estoy seguro que estará bien si duerme solo un par de días —respondió poniéndose en cuclillas para acariciar el pelaje blanco del perro.

—Ya lo oíste, todo estará bien, Snape —le repitió Lucius—. Deja de comportarte como un padre primerizo. Además, lo estás malcriando mucho. ¿Como es eso que no puede dormir solo?

—Necesitas tomarte un tiempo para ti, Severus —le recordó Narcisa mirando hacia el perro y luego hacia su pelinegro amigo—. Tómalo como un respiro. Ve, diviértete, haz amigos y descansa. Lamarck estará bien aquí con nosotros.

Snape se puso de cuclillas para unírsele a Draco en la ronda de mimos hacia su perro, pero al final terminó acaparando al can, obteniendo toda su atención mientras rascaba debajo del hocico y encima de su lomo. Lamarck lo observaba curioso con sus ojos heterocromáticos, su ojo celeste cubierto de aquella membrana grisacea brillaba lagrimoso, como si sintiera que había algo malo. Al instante, el perro se abalanzó hacia él, apoyando el hocico sobre su hombro para que lo abrazara. Snape lo envolvió con sus brazos y lo atrajo hacia él, plantando un beso sobre su cabeza de peluche.

—No puedo llevarte conmigo, amigo. Este evento no es para perros —susurró el hombre cerca al oído del animal—. Además, no puedo subirte al avión. Estás muy gordo. Si subes, el avión se cae —aquella improvisada broma logró liberar el ambiente de aquella aura triste de despedida. Lamarck volvió a agitar su cola y lamió su mejilla fría—. ¿Seguros que podrán cuidarlo?

—¡Claro que sí! —respondieron al unísono.

—Será fácil —añadió Lucius, caminando hasta su amigo ya de pie para rodear sus hombros con un brazo y acompañarlo a la puerta—. Ya verás, Lamarck será tratado como un rey. No tienes nada de que preocuparte. Él estará bien aquí, nosotros lo cuidaremos. Será pan comido, como un día en el parque. Estoy seguro que ni siquiera se dará cuenta de que te fuiste de lo entretenidos que vamos a estar.

Él y su bocota.

Debió darse cuenta de que todo esto saldría mal desde que Snape abandonó Malfoy House dejando a un pobre Lamarck llorando y aullando en la puerta, rasguñando la superficie de madera en un intento por seguir a su humano. Parecía imposible poder callarlo, el pobre can estaba sumamente destrozado. Su amo lo había "abandonado".

Lo había abandonado en una lujosa casa con sus tíos, su primo y una quincena de empleados, pero lo había abandonado, al fin y al cabo.

Lamarck era un perro de raza grande, sí, pero por más grande que fuera, seguía siendo un cachorro. Apenas tenía como unos 10 meses, ni siquiera tenía un año, todavía era un bebé. Un bebé demasiado consentido por Severus Snape a quien lo consideraba su salvador y el más grande objeto de su devoción. Estar lejos de él por cinco días sería todo un suplicio para él. El único que pudo levantar, aunque sea un poco, su ánimo fue Draco quien lo consintió en todo lo que quiso y lo llevo a su habitación para que durmiera en su cama, a su lado, para que no se sintiera solo. Incluso, le puso el iPad al frente para que pudiera hacerle una última videollamada a Snape antes de irse a dormir, solo para crear la falsa ilusión de su presencia.

Serán unos días muy largos, pensó el aristócrata al irse a dormir a la noche siguiente, el domingo, cuando escuchó los desgarradores ladridos del can, llamando a su dueño desde la habitación de Draco.

El error de los esposos Malfoy fue haber subestimado al perro.

¿Pensaron que cuidar de Lamarck sería cosa fácil?

Pues no, mi ciela.

Los dos primeros días fueron "fáciles", por así decirlo. Gracias a que Draco aún se encontraba en casa, Lamarck había logrado establecer una pequeña rutina muy fácil de seguir que lo mantendría lo suficientemente ocupado como para no mortificarse todo el día pensando en su amo. Las mañanas eran sencillas y mucho más fáciles ya que Lamarck ya estaba acostumbrado a estar solo durante esas horas. Solía desayunar en el comedor y luego salía a los jardines a jugar con total libertad junto al joven rubio hasta que alguno de los dos se cansara. Después, volvía al interior donde se entretenía jugando con sus peluches. Llegaba la hora del almuerzo donde devoraba todo lo que encontrara a su paso antes de tomar una pequeña siesta en el sofá de la Sra. Malfoy ya que le gustaba lo cómodo y calientito que este era.

Ya en la tarde, como a eso de las seis, las cosas se salían un poquito de control pues empezaba a ponerse ansioso. A esa hora usualmente llegaba su amo, por ende, solía buscarlo por todas partes, subiendo y bajando las escaleras de Malfoy House mientras olfateaba cualquier pequeña señal que pudiera guiarlo de regreso a su casa en Southfield. Ni siquiera el robot-monitor de juguete que el profesor había comprado podía calmarlo. A Lamarck no le bastaba con escuchar la voz de Snape, él necesitaba verlo. La única solución viable que Draco encontró fue llamar a su padrino por videollamada para que hablara, aunque sea un par de minutos, con su perro.

Las noches eran prácticamente imposibles.

Lamarck entraba en modo bebé y necesitaba que alguien estuviera a su lado en todo momento, acariciando su cabeza y debajo de su hocico. No se despegaba de Draco bajo ninguna circunstancia, incluso se sentaba a su lado en la mesa del comedor y comía entre los Malfoy, no dispuesto a ser ignorado. Finalmente, tomaba uno de sus peluches y corría a la cama más cercana de la primera persona que le abriera la puerta donde dormía enroscado entre los cobertores, no sin antes haber aullado durante casi 30 minutos llamando a Snape.

Podía ser algo molesto, pero el lado bueno era que ni Narcisa ni Lucius pasaban mucho tiempo en casa como para notarlo. Prácticamente, solo se enteraban de todo ya sea de primera mano por Draco o por los murmullos de sus empleados. Sin embargo, el día que Draco regresó a Oxford para sus clases, les llegó su verdadero calvario.

"AAAAUUUUuuuuu..."

Narcisa se revolvió incómoda sobre su cama, tratando de cubrir sus orejas con una de sus almohadas. Trataba de controlarse a sí misma, era demasiado educada como para quejarse en voz alta por tanto ruido. A su lado, Lucius hacia prácticamente lo mismo, manteniendo los ojos cerrados repitiendo su mantra personal:

"Si lo ignoro, no existe. Si lo ignoro, no existe".

Muertos de sueño, los Malfoy iniciaron su primer día solos completamente a cargo de Lamarck con un desayuno silencioso mientras el perro se les unía en el comedor, moviendo la cola enérgico y feliz, esperando ser atendido por Dobby y el resto de empleados. Lucius se despidió de su esposa con un beso antes de subirse al auto que lo llevaría a MALFOY CO. mientras que la rubia hacia lo mismo y se deslizaba con suma delicadeza dentro de la camioneta negra que la trasladaría a la sede principal del hotel The Heir.

Ninguno de los dos recordó despedirse del perro.

En fin, no debían preocuparse por ello, después de todo, tenían a Dobby y a un equipo entero de mayordomos que cuidarían y entretendrían al perro por el resto del día. Medicina, comida, paseo, juegos, siesta, comida, paseo, juegos, medicina. No era una rutina difícil de seguir ni nada parecido, excepto porque no contaban con una cosa: Lamarck era un perro que necesitaba atención. Atención de verdad, no por compromiso, y haría lo que fuera por conseguirla.

¡Lo que fuera!

—¡No! ¡No! Lamarck, Lamarck, regresa aquí. ¡Regresa!

Tres empleados de Malfoy House corrían por los jardines de la mansión, persiguiendo al perro que corría a toda velocidad tras los pavos reales albinos del Sr. Malfoy. Solo bastó un pequeño descuido, el más mínimo, para que Lamarck lograra escapar por las puertas francesas de la parte posterior de la casa y saliera corriendo hacia a la zona oeste de los jardines, directamente al dominio de Salazar, el pavo real, y sus amigos.

—¡Perro malo! ¡Regresa aquí!

—Lamarck, ven aquí. Ven, perrito, ven, ven.

—¡No! ¡No! ¡No! ¡No! Deja a ese pavo tranquilo. ¡Suéltalo! ¡LAMARCK, SUELTA A ESE PAVO!

Lamarck era inagotable. No entendían como era que ese can podía seguir corriendo después de haberse pasado casi 20 minutos correteando a los pobres animales quienes, al verse amenazados, emprendiendo vuelo como último recurso para poder escapar. Quien no se pensaba huir era Salazar. Esos eran sus dominios, de él y solo de él, por lo que se le plantó ante el perro y empezó a graznar y perseguir, lanzando picotazos a diestra y siniestra.

Ahora eran ellos quienes trataban de detener al pavo para que no matara al pobre can.

—¡Salazar, detente! ¡No, Salazar! ¡No!

Cuidar de pavos y perros no estaba especificado en sus contratos.

Para cuando dieron las seis, hora de la videollamada con el Sr. Snape, Lamarck se encontraba dentro de la casa, completamente agotado, con las patas cubiertas de barro, un par de heridas menores que resaltaban sobre su pelaje blanco y una insaciable necesidad por tomar agua ya que se encontraba exhausto. Ni que hablar de los mayordomos. ¡Esos tres estaban cubiertos de tierra y césped por donde se les mirase! Todo era un completo desastre.

No les pagaban lo suficiente para esto.

¿Ahora qué le dirían al Sr. Snape cuando este viera la cara herida de su perro a través de la cámara? Peor aun, ¡¿qué le dirían al Sr. Malfoy cuando este se diera cuenta que faltaba uno de sus cinco pavos reales albinos?! No, no, no, mucho peor aún. ¡¿Qué le dirían a la Sra. Malfoy cuando descubriera que su jardín era un completo desastre, lleno de huellas de perro y pisadas humanas?!

Sin duda, no les pagaban lo suficiente para esto.

El sonido de su teléfono de escritorio lo sacó abruptamente de sus pensamientos. Presionó el botón del altavoz y escuchó la agradable voz de su secretaria al otro lado de la línea.

—Sr. Malfoy, el paseador de perros ya regresó. Lamarck ya se encuentra en recepción.

—Perfecto —respondió el CEO—. Dile que suba con el perro.

Hubo una pausa y la voz de Emily volvió a surgir del intercomunicador.

—Señor, dice que no puede, que tiene que irse ya.

—¿Qué? ¡¿Entonces para qué le pago?! Dile que suba al perro.

—Me indican en recepción que ya se fue.

—¡¿Qué?! ¿Cómo que ya se fue?

—Tenía otros seis perros con él, señor. Me dijeron que el portero no lo dejó entrar con todos, así que solo dejó al perro y se fue. Ahora está con William en recepción.

—Pues dile a William que suba con Lamarck y ya. No quiero a ese perro corriendo por ahí, en el vestíbulo de mi edificio.

—Sí, señor.

La llamada se cortó y Lucius Malfoy volvió a lo suyo, decidido a disfrutar de los últimos minutos de tranquilidad antes de que el samoyedo entrara por esa puerta trayendo consigo todo ese caos tan característico de él. La verdad es que nunca entendería como Snape había logrado acostumbrarse a todo ese alboroto. Su amigo era la persona menos paciente que conocía, así como también, una de las más malhumoradas, lo que le hacía imposible entender cómo fue que un hombre que amaba la soledad y el silencio se había acostumbrado tanto a la presencia de un can tan revoltoso como Lamarck al punto de considerarlo su hijo.

Estas eran preguntas que no lo dejaban dormir de noche.

Escuchó cierto bullicio tras las puertas dobles de su oficina y solo necesitó contar hasta cinco para que Emily golpeara tres veces la puerta, anunciándose antes de entrar atropelladamente sosteniendo a Lamarck de la correa roja. El perro entró algo jadeante, pero con la misma energía desbordante de siempre. Al parecer el paseo por la pequeña City de Londres no fue lo suficientemente largo como para cansarlo. La pobre Emily, de cuerpo delgado y sumamente delicado, prácticamente fue arrastrada hacia su escritorio. La siempre impoluta secretaria ya se encontraba hasta despeinada por la atropellada carrera a la que la había arrastrado el perro. Sus delgados brazos envueltos en su impecable blusa blanca sujetaban con todas sus fuerzas la correa, tirando de regreso cada vez que el samoyedo intentaba correr hacia adelante como caballo desbocado.

—A-Aquí está el perro, señor… ¡No! ¡Quieto! ¡Por favor! —pedía abriendo las piernas todo lo que su falda de tubo le permitía, balaceando su peso sobre sus tacones para no caer— Señor, ¿puedo…?

—Sí, sí, por supuesto que sí, Emily. Cierra la puerta antes de soltarlo, por favor. Odiaría tener que mandarte a perseguirlo por los pasillos.

La joven secretaria suspiró aliviada y cerró la puerta con su espalda, empujándola antes de que la correa escapara del control de sus manos, quemándole las palmas en el proceso.

Lamarck se acercó hacia el Malfoy moviendo la cola en alto, contento de ver a su tío favorito después de un emocionante paseo con nuevos amigos perrunos. Se sentó a sus pies y apoyó sus dos patas delanteras sobre sus rodillas, posicionando su cabeza justo al frente de su mano, listo para ser acariciado, esperando pacientemente a que el aristócrata se dignara a estirar su mano para darle algo de afecto. El rubio enarcó una ceja y volvió su mirada a su secretaria quien observaba atónita como el perro "huracán" se mostraba calmado y manso ante su jefe.

Al parecer esa frase que solía decirle su madre era cierta. Los niños y los perros eran iguales, sabían con quién podían hacer sus travesuras y con quién, no.

—Envié un correo con la propuesta final del nuevo balance para la corrección final. Asegúrate que Anderson la tenga lista para el jueves y que me la envié. Presiónalo si hace falta —la joven asintió, apuntando mentalmente todo lo que tenía qué hacer—. ¿Ya hiciste la reservación del catering para la junta?

—Sí, señor, lo hice esta mañana.

—¿Qué traerán para comer? —preguntó fingiendo indiferencia.

—Me enviarán el menú la mañana de la junta para ordenarlo —respondió al instante, tratando de leer a su jefe para asegurarse de no estar colmando su paciencia que de por sí, hoy, era la mínima—. ¿Desea ordenar algo especial o pido lo mismo de la vez pasada?

—No, no. Quiero ver que menú nos traen esta vez —el hombre volvió su mirada a la computadora y con eso dio terminada su conversación—. Quiero que llames a Lee y a Harrrison y cítalos mañana a las 11 a.m. a mi oficina; contacta a Mora y dile que esté atento a mi llamada, necesito hablar urgentemente con él sobre mis aerolíneas y, por último, quiero que llames a mi esposa y…—

—¿A-A la Sra. Malfoy, señor? —preguntó incrédula, parpadeando un par de veces.

No era la primera vez que llamaría a Narcisa Malfoy. Desde que había conseguido este puesto en MALFOY CO., Emily había llamado a la Sra. Malfoy en múltiples ocasiones. Sin embargo, solo eran bajos circunstancias muy específicas. La primera, cuando el Sr. Malfoy se encontraba demasiado ocupado en reuniones con potenciales clientes como para atenderla. La segunda y la menos frecuente, cuando esos dos estaban en malos términos.

Dado que no se encontraba en una reunión ahora mismo, dedujo que debía ser la segunda opción.

—Sí, a ella, mi esposa, la única que tengo, Emily. No hay razón para que te confundas.

Como secretaria de presidencia, Emily tenía ciertos "privilegios" —si es que podía llamarlos así— dentro de la empresa, como el conocer la vida íntima de su jefe. Era por eso que sabía perfectamente que si el Sr. Malfoy le ordenaba llamar a su esposa estando él totalmente libre era porque estaban peleados y ella no quería responderle el teléfono. Se preguntó qué era aquello tan malo que el rubio había hecho como para hacer enojar a su esposa, la mujer perfecta que nunca se enojaba con el fin de guardar las apariencias ante los demás. Entrecerró los ojos y lo examinó, esperando encontrar algo que le indicara haber pasado una mala noche. Se le notaba algo cansado, pero no más de lo usual lo que significaba que no había pasado una mala noche lo que, a su vez, significaba que había dormido en su cama lo que también significaba que la pelea entre ellos no debió ser tan grave pues seguían compartiendo la habitación.

Ya sabía que no debía meterse en la vida de sus jefes, pero no podía evitarlo. Necesitaba temas de conversación para intercambiar con sus amigas de recepción a la hora del almuerzo.

—Hoy estás muy distraída, ¿verdad? —Emily parpadeó un par de veces y sacudió su cabeza, sintiéndose algo tonta— En fin, necesito que la llames y me pases la llamada. Que sea lo primero que hagas, por favor —la pelirroja asintió—. Eso es todo, Emily, te puedes retirar.

La bonita secretaria pelirroja inclinó la cabeza y se fue por donde ingreso, cerrando la puerta tras sí.

Lucius volvió su mirada al perro que aún se encontraba a sus pies, observando aquel par de bonitos ojos heterocromáticos. Le gustaba aquel ojo ciego, un ojo azul cubierto por un fino velo de neblina blanca que jamás reflejaba absolutamente nada. Le parecía hipnótico. El otro era todo lo contrario, brillante y lleno de vida, de un precioso color castaño. En realidad, era una mirada muy tierna.

El millonario vació el contenido de su vaso, sintiendo como el líquido ambarino quemaba su garganta al pasar.

—Debería estar enojado contigo. Por tu culpa mi esposa no quiero contestarme el teléfono —Lucius estiró su mano hacia el hocico del perro para acariciarlo, sonriendo de lado al notar como el can cerraba los ojos ante su contacto—. Pero no puedo, eres demasiado adorable. Además, eres tan poco inteligente como para darte cuenta de que estoy enojado contigo.

El intercomunicador sonó Lucius Malfoy contestó.

—Sr. Malfoy, su esposa está en la línea 1.

—Gracias, Emily.

Lucius suspiró y se preparó mentalmente para hablar con la mujer dueña de su corazón, de su cama y la mitad de todos sus bienes mancomunados durante todos sus años de matrimonio. Presionó el botón y esperó a que la fría voz de su esposa resonara por el altavoz, pero en su lugar solo escuchó el calmado sonido de su respiración.

—¿Sigues molesta? —preguntó rompiendo el silencio.

—No lo sé. ¿Has hecho algo para que esté molesta? —respondió al instante, sonando fría y distante— Porque si es así, sí, estoy molesta, pero si no has hecho nada para molestarme, entonces no lo estoy.

—Eh… No —contestó, aunque más sonaba como otra pregunta.

—Entonces no estoy molesta.

Sí estaba molesta. Conocía a su esposa casi como la palma de su mano. Ella estaba molesta.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que lo siento? —Malfoy se recostó sobre su asiento, meciéndose con suavidad sobre este— Ya te dije que no es mi culpa que el perro no pueda dormir solo. Es culpa de Snape, él lo malacostumbró.

—Estoy agotada, Lucius. Ayer tuve una de las peores noches de mi vida, apenas sí pude dormir y eso que no voy a mencionar lo que ese perro le hizo a mis rosas.

Su esposa siempre había estado orgullosa de sus jardines, un vasto terreno lleno de bonitos arbustos perfectamente podados y decorado con numerosas fuentes y rosedales. En su travesía correteando a Salazar por los terrenos de Malfoy House, Lamarck había causado un gran destrozo en el jardín principal. A la mañana siguiente, cuando la luz permitía a todos tener una mejor vista de lo que había pasado, los jardineros descubrieron todos los perjuicios que el perro había causado. Había mucho que replantar así como muchas flores que reemplazar. Sin duda, les esperaba un arduo trabajo si querían dejar todo tal y cómo estaba antes.

Cuando su pobre esposa vio el desastre causado casi se desmayó de la impresión. De por sí ya se encontraba irritable, no había dormido sus ocho horas. Ya podían darse una idea de lo enojada que debió ponerse luego de ver el jardín.

"¡No quiero a ese perro en mi casa por el resto del día!", exclamó antes de subirse a su auto y partir rumbo a su centro laboral lo que no le dejó a su esposo más opción que llevarse a Lamarck por el resto del día o, al menos, hasta que se le pasara el mal humor.

—No eres la única que perdió algo. Yo perdí a uno de mis pavos —le espetó dando vueltas en su silla. Uno de sus pavos había desaparecido ayer. Al parecer, emprendido el vuelo debido a los ladridos de Lamarck. No debía de andar lejos o eso supuso. De todas formas, todos sus pavos tenían un chip rastreador implantado en el cuerpo por lo que tardarían en encontrarlo—. Espero que Dobby haya sido capaz de encontrarlo. Le dije que lo quería de regreso para cuando yo llegara esta noche.

—Ah, lo dudo —bufó la dama—. El pobre hombre de seguro no durmió anoche teniendo que soportar los aullidos de Lamarck al lado de su cama. No me sorprendería si llegamos y nos encontramos con su carta de renuncia sobre la mesa del comedor —la mujer hizo una pausa y pensó muy bien sus siguientes palabras—. Tal vez no fue una buena idea mandarlo a dormir con el perro.

Lucius se quedó en silencio, pensando un poco en su fiel mayordomo. Dobby llevaba con ellos todo el tiempo que él y Cissy llevaban casados, tal vez incluso un poco más. Era un trabajador eficiente y fiel por lo que, en el fondo, sabía que no se merecía haber pasado tan mala noche como la que pasó ayer. No pudo evitar sentirse un poco culpable, pero solo un poco.

Tal vez debería compensárselo con un día libre… y tal vez un bono extra.

—Te prometo que eso no volverá a pasar, Cissy—susurró inclinándose sobre el intercomunicador, recostándose con ligereza sobre la superficie de madera. Sin darse cuenta, estaba adoptando la misma pose sus solía hacer Lamarck cada vez que quería pedir algo a Snape. Oh, si tan solo Narcisa Malfoy pudiera verlo ahora. Probablemente lo miraría con indiferencia antes de informarle que ya tenía su perdón—. Te lo voy a compensar esta noche —añadió con un ligero tono seductor en un intento desesperado por hacer las paces con su mujer.

—Ni creas que me vas a convencer con sexo, Lucius Abraxas Malfoy. Ya sabes que eso no funciona conmigo —respondió con frialdad.

—Esa era mi mejor carta.

—Creí que te había quedado claro que la carta de sexo era completamente inútil conmigo —susurró con suavidad, saboreando cada palabra—. Yo no caeré en sus juegos perversos, Sr. Malfoy.

Su linda esposa, excepcionalmente inteligente y descarada, jamás dispuesta a dar su brazo a torcer, decidida a obtener lo que quisiera, ya sea de un modo o de otro. A veces cariñosa, a veces frívola e indiferente y, por supuesto, demasiado educada como para pedirle directamente lo que quería.

Qué bueno que él ya era un experto en tratar con estas situaciones.

—¿Qué necesito hacer para que me perdones? —preguntó en un bufido, reincorporándose sobre su silla.

—Si te lo dijera sería demasiado fácil, ¿no te parece? —podía sentir su perversa sonrisa de lado a través del teléfono. No necesitaba estar a su lado para saber que aquellos bonitos y delgados se estaban curvando en una sonrisa ganadora como la glamurosa reina que era— Además, no es mi estilo. Si tengo que pedírtelo, ya no lo quiero. Así que... Hmmm... Te escucho.

—Mi bella esposa, tan directa como siempre —suspiró más para sí mismo que para la rubia. El hombre cerró los ojos y pensó qué podría hacer para contentarla— ¿Qué tal si te regalo ese bonito collar que vimos en Tiffany's? —preguntó con voz sedosa, intentando atrapar a su mujer en sus redes— ¿Te acuerdas? Aquel bonito colgante con un onix rodeado de pequeños diamantes. ¿Te lo imaginas? Aquella fina cadena de oro de 18 rodeando tu hermoso cuello, mi amor.

—Hmmm... No necesito que me compres un collar. Si yo lo quisiera, ya lo hubiese comprado, ¿no lo crees, "mi amor"? —indicó con aire de superioridad.

—¿Y qué tal un anillo? Sé cuanto te encantan.

—No soy como las otras mujeres, Lucius —contestó con suavidad, imitando la voz sedosa de su marido—. Las joyas no van impresionarme, siempre he tenido todas las que he querido. Solo tenía que chasquear los dedos—la rubia chasqueó sus propios dedos a través del altavoz solo para enfatizar su punto—. Lo siento, pero un simple diamante no compensará mis ocho horas de sueño.

Lucius suspiró cansado. ¿Qué le regalas a una mujer que siempre lo ha tenido todo? Era su culpa por haberse casado con la hija más consentida de Lord Cygnus Black III y Druella Rosier, última hija del Barón de Ellenborough.

—¿Qué tal si nos vamos de viaje tú y yo solamente? Un escape espontaneo, como los que solíamos hacer antes… Podríamos ir a la cabaña de Escocia. Tú y yo tomando chocolate frente a la chimenea como en los viejos tiempos. ¿Qué opinas? Podríamos irnos ni bien Snape regrese de Blackpool.

Cissy Malfoy se mantuvo en silencio, pensando muy bien la propuesta. El aristócrata se encontraba confiado, de hecho, ya se sentía ganador. Su esposa siempre le exigía tiempo de calidad para con ella y un viaje podría darle eso. Sin embargo, con Narcisa, nunca tenía nada garantizado al 100%. La mujer cambiaba de pensar como cambiaba de zapatos.

—Hmmm… Imposible. Estoy demasiado ocupada con el evento de Halloween, no puedo abandonar la ciudad por el momento.

Siempre le gustaron las mujeres difíciles, por eso se había casado con ella, era la más difícil de todas las que había conocido.

—¡Prometo ser más amable con tu hermana! —exclamó ya perdiendo la paciencia. Esta era su última carta, si esto no la convencía, nada lo haría. Podría sonar desesperado, claro estaba, pero necesitaba hacer las paces con su esposa ahora pues prefería estar en buenos términos antes de regresar a casa y pasarse toda la noche encerrado en su habitación con ella y su fuerte mirada asesina— Prometo guardarme todos mis comentarios mordaces frente a ella la próxima vez que venga a comer con nosotros. ¿Te parece?

Al no escuchar ni un solo ruido al otro lado de la línea, se preocupó, pero solo necesitó un par de segundos para que escuchara la delicada y mal disimulada risa de su mujer lo que le indicaba que, por fin, todo estaba arreglado.

—No tienes por qué sacrificarte tanto, cariño… no aún —comentó cubriendo sus labios con su mano—. Esa será una carta que reclamaré en otra ocasión, cuando metas la pata aún más hondo. Por ahora solo… hmmm… Solo quiero que me gires un cheque.

El hombre frunció el ceño y preguntó— ¿Un cheque?

—Sí, un cheque. Que sea de 50,000 dólares, por favor. ¡Ah! Casi lo olvidaba, necesito que el cheque esté a nombre de MALFOY CO. En realidad, no me importa de cual de todas las empresas del consorcio sea, solo necesito que sea una persona jurídica.

Eso lo extraño incluso aún— Cissy, cariño, ¿puedo preguntar por qué?

—Necesito que las empresas Malfoy hagan una donación para mi gala de Halloween y creo que 50,000 dólares es una cantidad aceptable, ¿no te parece? —ni siquiera le dio la oportunidad de responder pues siguió con su discurso— El año pasado, el consorcio de los Avery donó 45,000 dólares.

—Creo que es una cantidad muy generosa... Tal vez demasiado, cariño.

"Eso no era una donación, eso era prácticamente el capital para una microempresa".

—Lucius, yo seré la organizadora de esta gala. ¿Qué va a decir la gente cuando noten que la anfitriona no ha hecho la mayor donación?

El aristócrata pudo escuchar aquel rastro de tristeza y decepción en la voz de su esposa. Era consciente de lo importante que era todo esto para ella. Le encantaba su trabajo organizando eventos para su cadena de hoteles, la hacía sentir útil e importante, pero al mismo tiempo le daba una imagen que mantener frente a sus demás "amigos". Su imagen lo era todo para ella y no sería él quien la avergonzara delante de todos.

Así tuviera que rehacer el balance de este mes para agregar una donación a...

—¿Al menos puedes decirme a quien le estoy donando este año?

—Al Hospital Infantil de Londres. Quieren implementar no sé qué a no sé qué área y necesitan fondos —informó la mujer, sonando algo triste, cosa que no pasó desaparecida para su esposo—. No lo hagas por mí. Hazlo por los niños. Ellos nos necesitan.

Lucius asintió para sí mismo. Esta reconciliación iba a salir algo costosa.

—Todo lo que tú quieras, mi amor. Solo pídelo y te lo haré llegar en esta semana.

—¡Gracias, cariño! —exclamó emocionada— No tienes idea de lo feliz que me haces.

—Y tú a mí —se quedó en silencio durante un par de segundos, escuchando la tranquila respiración de su interlocutora a través del altavoz. Era fácil imaginarla con sus bonitos trajes de dos piezas, en medio de su pequeño despacho, sosteniendo el auricular de su teléfono junto a su oído—. Ya estaba por salir de la oficina. ¿Quieres que vaya a recogerte?

—¿Está tratando de hacer puntos conmigo, Sr. Malfoy? —preguntó juguetona.

— Tal vez. Entonces, Sra. Malfoy, ¿voy por usted?

Soltó una risilla y contestó— Aquí te espero.

Con ello finalizó la llamada. Lucius sonrió mientras estiraba su cuerpo antes de levantarse de su silla y prepararse para salir de su edificio. Lamarck se puso de pie ante tanto movimiento y lo siguió como su sombra, frotándose contra sus piernas como un gato.

—Por suerte pude resolver tu pequeño desastre, mi cuadrúpedo amigo —le comentó mientras se ponía el saco—. Así que no dormiré en el sofá esta noche. Colabórame y no hagas nada que pueda arruinarlo, ¿quieres? Tu pequeño berrinche de anoche me costó 50,000 dólares.

El perro inclinó la cabeza hacia la derecha, mirando fijamente al rubio antes de emitir un ladrido y menear su cola.

Sí, demasiado inocente e ingenuo como para comprender sus palabras.

—Vamos, Lamarck —dijo tomando un extremo de su correa roja y abriendo la puerta—. Vamos a casa para llamar a tu papá y decirle lo mal que te has portado —el perro volvió a ladrar, emocionado al escuchar la palabra "papá" la cual asoció al instante con Snape. Emily, detrás de su escritorio, solo podía ver extrañada como su jefe le hablaba al perro antes de meterse dentro del elevador—. Hasta mañana, Emily.

—Hasta mañana, Sr. Malfoy —contestó la ojiazul.

Condujo por las abarrotadas calles londinenses, escuchando la radio y hablando en voz alta con el can, pensando seriamente que ya debía estar enloqueciendo por el hecho de estar hablando con un perro. Llegó hasta el parking del hotel The Heir donde aguardó a que su esposa saliera. La rubia caminaba a paso veloz, haciendo resonar sus tacones negros en cada pisada. Detrás de ella, podía ver cómo sus dos asistentes, un par de millennials muy coloridos que la seguían como una sombra, apuntando todo lo que tenían que apuntar en sus celulares.

Toda una mujer de negocios, pensó.

—Quiero que te contactes con los representantes de Shane Connolly para que discutamos el tema de las flores, ¿de acuerdo? Quiero algo que vaya de acuerdo a nuestra paleta de colores —ella hizo una seña con su mano y de inmediato uno de sus asistentes, un chico con lentes y traje claro, corrió hacia el carro para abrirle la puerta del copiloto. Narcissa agradeció y se deslizó con delicadeza sobre el asiento, esperando con la vista al frente a que su asistente cerrará la puerta—. Ah, todavía sigo esperando la llamada del sastre. Quiero saber como van los trajes para el elenco de baile.

—Llamaré a los de Savile Row mañana a primera hora, jefa —contestó su segunda asistente, una joven de alta coleta.

—Perfecto. Bueno, que pasen una buena noche, nos vemos mañana. Cuídense.

Luego de eso, los dos jóvenes se despidieron de la rubia mientras ella presionaba un botón de la puerta del auto para subir la ventana polarizada, ocultando su figura de todos. La mujer se giró para ver a su esposo quien la observaba con suma atención, enarcando una ceja rubia, divertido por aquel espectáculo. La mujer enarcó su propia ceja, imitando la reacción de su esposo.

—¿Qué? —cuestionó ella, abrochándose el cinturón de seguridad— ¿Pasa algo?

—¿Desde cuándo mi mujer se convirtió en una copia británica de Miranda Priestly? —bromeó revelando una encantadora sonrisa que divirtió a la rubia— Toda una abeja reina.

—Calla —Narcisa estiró su mano para acunar su rostro y estampar un tierno beso en su mejilla a modo de saludo—. Además, tú no puedes decirme nada. Mira a la pobre Emily, la tienes corriendo de un lado al otro todos los días.

—Es su trabajo, para eso le pago.

—Pues es lo mismo con Charles y Bárbara. Además, soy una jefa increíble —Lucius encendió el auto, negando con la cabeza para sí mismo. Conocía a su esposa y podía asegurar que ella no era una jefa fácil, para nada. Era demasiado perfeccionista y un verdadero dolor de cabeza para su pobre asistente Charles. Ya podía imaginarse cómo debía tenerlos con todo eso del evento de Halloween—. ¿Como estuvo tu día? ¿Se portó bien Lamarck?

Ambos se giraron hacia el asiento trasero para ver al can recostado a lo largo del asiento. El cuadrúpedo los observaba con atención, esperando alguna reacción por parte de la recién llegada.

—Sí, creo que sí. En realidad, no lo sé. Le pagué a un paseador de perros para que lo llevara a recorrer toda la City de Londres y no causará problemas dentro de MALFOY CO. —los ojos grises del aristócrata conectaron con el ojo castaño de Lamarck y este ladró como queriendo decir algo—. Creo que al menos logró cansarlo por hoy. Ha estado tranquilo desde que subimos al auto.

—Eso espero. No quisiera tenerlo ladrando otra vez toda la noche —la rubia enarcó una ceja en dirección al can y arrugó la nariz—. ¿Qué me miras? No, no te hagas la víctima. No te voy a perdonar tan fácilmente —Lamarck escondió sus orejas hacia atrás y bajó la cabeza, pareciendo herido por aquellas palabras—. No, no me voy a conmover. Primero destrozas mi jardín, luego te subes a mis muebles con tus patas sucias y después no me dejas dormir. Tendrás que hacer muchos puntos para que te perdone.

Lamarck ladró.

—Ya deja de pelear con el perro, Cissy. No es listo, no entiende lo que dices —el Malfoy piso el acelerador y maniobró el auto hasta salir del parking —. Vámonos, quiero llamar a Snape antes de que sea más tarde. No vaya a ser que lo llamemos durante la cena, no nos conteste y este perrito se vuelva loco por no verlo.

—¡Ay! Ni lo digas. No soportaría tener que limpiar todo el salón otra vez —por "limpiar" se refería a ordenarle a Dobby que lo limpiara—. Voy a considerar seriamente permitir la entrada a los perros en el Heir. Así, la próxima vez, Lamarck tendrá que viajar con Snape.

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—Ven, Lamarck, ¡ven aquí, amigo!

Ante la llamada entusiasta del rubio, el mencionado salió corriendo de la casa para dirigirse a la pequeña mesita en el jardín donde Lucius Malfoy se encontraba sentado, sosteniendo su iPad entre sus manos. El rubio todavía tenía el cabello algo mojado y una toalla blanca rodeaba su cuello para evitar mojar sus ropas de diario. Al frente, había una lata de cerveza a medio tomar y había arrastrado una de las sillas de jardín para que Lamarck se sentara a su lado para ser partícipe de la tan ansiada videollamada.

—Eso es, siéntate, siéntate. ¡Sentado! —le indicó con su índice, señalándole la nariz. Inmediatamente, el perro se quedó quieto— Eso es, calmado. Vamos a llamar a tu papá.

—¡Guau!

—Sí, tu papá. Tu papá Snape. Vamos a llamar a tu papá para decirle lo que le hiciste a Salazar —bromeó el mayor, paseando su dedo por encima de la pantalla—. Por poco y nos quedamos sin ti y sin él —Lamarck se giró sobre sí mismo para rascarse el lomo, justo encima de la zona donde había recibido un picotazo del pavo real albino—. Vamos a llamar al viejo Snape a ver qué está haciendo. De seguro estará llamando a servicio al cuarto para tragar. ¿Tú qué piensas?

—¡Guau!

—Sí, ese hombre ya debe estar en su cama con su pijama y su cocoa... Vamos a llamar.

El iPad emitió el típico sonido de videollamada, atrayendo la atención de ambos seres. Timbró una vez. Timbró dos veces. Timbró tres veces y siguió timbrando sin recibir respuesta alguna.

—¿Y ahora? ¿Y este por qué no contesta?

—¡Guau!

—¿Estará en el baño?

—¡Guau! ¡Guau!

—Hmmm... tal vez ha bajado a comer. ¿Deberíamos llamarle a su celular?

El aristócrata volvió a presionar el botón de llamada y esperó pacientemente a que su amigo le contestara. Le urgía que respondiera pues, de no hacerlo, Lamarck estaría insoportable el resto de la noche. Finalmente, la pantalla se puso en negro para que, en cuestión de segundos, el rostro de Snape apareciera en el iPad.

—¡Hola, Lucius! ¿Que tal? ¿Todo bien por allá? —saludo con ánimos el profesor, agitando la mano en el aire a modo de saludo.

Snape espero que su saludo fuese correspondido con uno igual o incluso más animado, pero lo que recibió fue uno completamente diferente.

—¡Oh-por-Dios! —susurró el rubio acercándose a la pantalla, regalándole a su amigo un primerísimo primer plano de su cara— ¡¿Qué traes puesto?!

Snape frunció el ceño algo confundido. ¿Acaso se veía mal? Bajo su mirada hacia su ropa. Llevaba puesto un traje oscuro muy elegante con una camisa blanca y una corbata roja, prácticamente era el mismo traje que había usado para la gala del Bloomsbury, la única diferencia residía en el patrón del estampado de la corbata. Tenía unas finas líneas diagonales que apenas eran perceptibles. Había quedado claro que él no sabía vestirse, no tenía la habilidad de Lucius para combinar textura y colores en sus outfits, por lo que no quiso arriesgarse haciendo combinaciones extrañas y prefirió ir a lo seguro y reutilizar su anterior traje.

No quería lucir mal esta noche.

—¡¿Qué es eso?! —exclamó cubriéndose la boca con una mano— ¡¿QUÉ ES ESO?!

—Eh... mi traje de gala —respondió, aunque más sonaba como otra pregunta.

—Ponte de pie, quiero verte completo —le ordenó. Snape se tomó unos segundos para procesar la orden. Si bien le molestaba algunas veces la exagerada reacción que solía tener su amigo hacia cualquier cosa que él hiciera o dijera, le vendría muy bien recibir su opinión justo ahora por lo que colocó el iPad sobre la cama de tal forma que, cuando se puso de pie, pudo regalarle a Lucius Malfoy una vista clara y completa de su traje de gala—. ¿Te vestiste tu solo?

—Sí.

—¿En serio?

—En serio, Lucius. No tengo cinco años, puedo vestirme solo.

Snape quiso acercarse a recoger la tableta, mas un gritillo emocionado de su amigo rubio lo detuvo. El hombre se veía feliz, es más, me atrevería a decir que satisfecho y realizado, como su acabara de ser nombrado Caballero por la mismísima Reina.

—¡Recordaste las reglas! —chilló, asustando al pobre samoyedo a su lado— La elección de colores, el balance de texturas, la forma en como mezclaste las capas para ocultar esos kilos de más que tienes —Snape rodó los ojos—. Ese corte tan... tan clásico. ¡Oh! y el porte... Es perfecto.

Lucius acababa de decir todo eso desde el fondo de su corazón, incluso parecía que estaba a punto de llorar de la emoción. Snape solo podía observarlo muy avergonzado. No entendió nada de lo que el rubio acababa de decir. ¿Qué balance? ¿Cuales capas? Él solo se puso un pantalón, una camisa, una corbata y ya, eso era todo. Preocupado por que todo esto fuera una mala broma, decidió preguntar qué pasaba.

—No me quedó claro si esto es una broma o un halago.

—Lograste combinar de manera excepcional un conjunto tú solo, Snape. Estoy tan orgulloso —bromeó volviendo a la normalidad, con una encantadora sonrisa en el rostro—. Date la vuelta, quiero verte bien —Snape negó con la cabeza antes de extender ambos brazos como una cruz y dar una vuelta completa, dejando al aristócrata ver su outfit en su totalidad. Snape sonrió de lado al escuchar los solitarios aplausos de su amigo—. ¡Ay! Qué rápido crecen. Estoy tan orgulloso. Ahora sí estás agradecido de que te haya arrastrado por todo Savile Row, ¿verdad?

—Sí, sí, tenías razón —comentó, aguantando la risa— y te agradezco que me ayudaras a elegir un par de buenos trajes, me han sido de mucha ayuda estos últimos días.

—Y ¿por qué tan elegante, Snape? Nunca vistes así de elegante para comer fish & chips. Usualmente lo haces en pijama.

—Ja, já, muy gracioso —rio con sarcasmo—. Para tu información, tengo un evento muy importante.

—Ah, ¿sí?

—Sí, hoy es la clausura de la convención —explicó moviéndose a un lado de la habitación, buscando un peine para acomodarse el cabello—. Habrá una cena, un discurso, ya sabes, lo usual.

—Entonces, ¿es una cena con muchos cerebritos para hablar de cosas de ciencia y eso?

—Algo así.

—Al menos serás el mejor vestido de la noche —comentó estirando su brazo para alcanzar su cerveza y darle un sorbo—. Es imposible que la gente no note ese traje. Mi trabajo aquí está hecho.

—Creo que voy a reconsiderar cambiarme el traje. La idea era pasar desapercibido.

—¡Ni se te ocurra! —gritó, arrancándole una carcajada en Snape.

—Por cierto, ¿dónde está Lamarck? ¿Cómo se ha portado hoy? —preguntó volviendo a sentarse sobre la cama para ponerse los zapatos.

En cuanto el perro escuchó su nombre, se abalanzó sobre el rubio para ponerse frente al iPad y olfatear la pantalla, intentando tocar la imagen de su amo al otro lado. Lucius empezó a relatarle a detalle todo lo que había pasado con su perro desde la última vez que tuvieron contacto, es decir, hasta hace 24 horas atrás aproximadamente. Snape frunció el ceño varias veces, pero también reveló varias sonrisas al enterarse de todas las locuras y desastres que su amado perro le estaba haciendo pasar a la familia Malfoy. No necesitaba comunicarse con Narcisa para saber que la elegante dama no estaba nada contenta con él por el momento.

Apostaba lo que fuera a que la rubia no permitiría que su perro se quedara en su hogar una segunda vez no sin antes hacerle firmar un seguro en caso de destrozos a sus jardines.

—Qué maleducado, Lamarck —regañó a través de la pantalla, aunque más sonaba como una burla muy mal disimulada. El can acercó su hocico a la pantalla y lamió encima un par de veces—. ¿Cuántas veces tengo que decirte que no molestes a tu tía Cissy? ¿Dónde están tus modales? Yo no te enseñé a ser tan irrespetuoso.

—¡Guau!

—Y eso que todavía no te he contado cuánto me costó la reparación de todo ese destrozo.

—Lo siento —se disculpó avergonzado—. ¿Cuánto te cobrará el jardinero? Te lo devolveré.

—¿Qué? ¿Cuál jardinero? ¡Yo te estoy hablando de Cissy! —exclamó agitando la lata de cerveza en el aire como si fuese una copa de vino a medio terminar—. La pobre no pudo dormir casi a nada anoche por culpa de Lamarck y sus ladridos y ya sabes como se pone cuando está de mal humor —Snape apretó los labios y asintió con la cabeza. Narcisa Malfoy era un alma dulce y pacífica cuando estaba de buenos ánimos, pero cuando estaba de mal humor y se enojaba, no había lugar en la tierra en el cual ocultarse de su mirada de diablo—. ¿Sabías que ocho horas de sueño completo para ella cuestan 50,000 dólares?

—¡¿QUÉ?!

—Lo que escuchas —sus brazos envolvieron el cuerpo del perro y jugaron con él, apoyando su frente contra la cabeza del can—. Este amiguito me debe 50,000 dólares. Ahora tendrás que trabajar para mí, ¿oíste? Te convertirás en un adulto trabajador, ¿no es así? —el perro levantó su hocico para olfatearlo y luego lamer la mejilla de su nuevo cuidador repetidas veces— ¿Cómo crees que se vería con corbata y lentes? He pensado darle trabajo en MALFOY CO. Podría trabajar de becario y llevar cafés a todos mis trabajadores, ¿qué opinas?

Lucius rio enderezándose sobre la silla. El can inclinó la cabeza a un lado sin comprender una palabra.

—Qué idea tan inteligente —respondió con sarcasmo, aliviado al ver lo bien que se llevaban su amigo y su perro—. Podría trabajar por turnos en cada piso haciendo sesiones de relajo. Le encanta que lo acaricien y le den atención, ese sería su trabajo soñado.

—Crearíamos un monstruo si lo dejáramos hacer eso —el rubio dejó sus manos sobre el cuerpo peludo del perro y se quedó acariciando mientras volvía su atención a la pantalla—. ¿Vienes mañana?

—No, me voy a quedar un día más. Quiero tomarme un día solo para mí antes de volver a la ciudad.

—Me parece correcto —indicó su interlocutor—. Solo habla con tu perro y dile que no ladre de noche, por favor. En serio necesito mi sueño reparador y mi esposa, sus ocho horas de sueño completas. No puedo desembolsar 50 mil dólares diarios —sentenció con dramatismo.

—Pónmelo al frente. Voy a darle el regaño de su vida.

Siguieron intercambiando palabras y bromas. Snape le comentaba de forma muy superficial como lo había pasado estos últimos días en Blackpool. A pesar de que no daba muchos detalles sobre sus actividades, se le notaba extremadamente feliz y muy, muy relajado, como si se hubiese quitado unos 20 años de encima o como si hubiese cerrado un ciclo de muchas tristezas y desengaños. Había algo diferente en su mirada, había cierto brillo en ese par de ojos oscuros que era imposible de ocultar. Lucius se mordió la lengua para no decir nada. Podría ser metiche y algo chismoso, pero sabía lo que era la prudencia. Ser amigo de Severus Snape significaba ser una persona muy prudente y saber hasta qué punto podía preguntar para no espantarlo.

Para Lucius, Snape era como un erizo. Si lo asustabas, se hacía bolita, se cerraba y te atacaba con su frialdad y comentarios sarcásticos cual si fuesen espinas.

—Bueno, ya debo irme, tengo que salir. Los del evento vendrán a recogerme. ¿Dónde está Lamarck? Ponlo en pantalla, quiero despedirme.

—Ya, espera. Te lo pongo.

Mientras Lucius acomodaba el ángulo de la cámara para que enfocara a Lamarck, el hombre escuchó un ruido desde la habitación de hotel de su amigo, un ruido muy similar a una voz femenina.

"¡Severus! ¡Ya estoy lista!".

Lucius se giró a verlo al instante, sorprendido y con los ojos peligrosamente abiertos. Snape se congeló frente a la pantalla, completamente inmóvil y abriendo los ojos como si fuese un búho. Su amigo palideció ante sus ojos. Si antes se veía gallardo y elegante —hasta se atrevía a decir que atractivo—, ahora parecía que estuviese a punto de desmayarse. Lucius abrió la boca involuntariamente, queriendo contener tanto un grito como una carcajada. Un brillo peligroso apareció en sus ojos grises.

Esto no pintaba nada bien.

—¿Qué fue eso?

—Nada.

—No soy sordo, Snape. Yo sé lo que oí —refutó acercándose a la pantalla, sosteniendo el aparato con ambas manos, como si haciendo eso pudiera atravesar la pantalla y llegar a la suite junto a él—. ¿Con quién estás?

—¡Con nadie! ¡Es la televisión, carajo! —exclamó irritado el pelinegro.

—¡No me quieras ver la cara de estúpido, Severus Snape!

Un par de segundos después, escuchó un sonido similar al de un par de puertas corredizas abriéndose, indicando que sí había alguien en la habitación junto con su amigo. A continuación, todo intento de mentira por parte de Snape se fue por el caño y prácticamente quedó expuesto ante el rubio.

"Ya estoy lista. ¿Nos va… Ah, ¿estás ocupado?".

Lucius quiso gritar en ese momento, en serio que quiso hacerlo, pero la voz no le salía por la garganta.

—¡Severus Snape! ¡¿Quién es ella?! —pudo decir al fin, asustando tanto al profesor que casi se le cae la tableta de sus manos— ¡¿Cómo se llama?!

—Ya me debo ir. Salúdame a Cissy —dijo atropelladamente, volviendo a sujetar el aparato con firmeza pues temía que se le fuera a caer en cualquier momento—. ¡Adiós, Lamarck! Cuídate mucho, te quiero —añadió al instante.

"¿Estás hablando con Lamarck? ¡Ay! Yo también quiero hablar con él. Lo extraño mucho".

La desconocida mujer dio un par de pasos hacia el profesor quien, sin pensarlo dos segundos, levantó su dedo para presionar el botón rojo de "Finalizar llamada", justo un par de nanosegundos antes de que un pedazo de la cabellera castaña de su pareja se asomara por la esquina de la pantalla.

—Snape, ¡SNAPE! ¡ESPERA! No te atrevas a colgar…—

LLAMADA DESCONECTADA

—…me.

Snape se había ido.

Lucius se giró indignado hacia el perro quien lo observaba curioso, con la cabeza inclinada ligeramente hacia la derecha y las orejas en alto, atento a cualquier ruido. El hombre frunció el ceño y abrió la boca para hablar, pero las palabras se quedaron atrapadas en su garganta. ¿En serio acaba de pasar todo eso? Es decir, ¿esa conversación fue real?

—¿En serio me colgó?

—¡Guau!

—¡Ese desgraciado me colgó! —el hombre se llevó una mano a la boca, como si quisiera ocultar su sorpresa. Volvió su mirada al perro y exclamó— ¡Tenía una mujer! Tú, tú escuchaste lo mismo que yo, ¿verdad? ¡Había una mujer en su habitación!

—¡Guau! ¡Guau! ¡Guau!

—Sí, sí, había una mujer. No estamos locos. Había una mujer—el hombre pasó su mano por su barbilla, jugando con ella mientras analizaba de forma rápida los últimos segundos de la videollamada. ¡Su amigo había metido a una mujer a su suite en el hotel! No solo eso, era muy probable que fuesen a pasar toda la noche juntos dado que la mujer estaba avisando que ya estaba lista para salir y él estaba vestido con un traje muy elegante. ¿Acaso sería una nueva amiga que conoció en esa dichosa convención? ¿o acaso era alguien más? Sea quien sea, Snape se la había tenido muy bien guardada durante estos días. Una sonrisa divertida se dibujó en sus finos labios anticipando una jocosa risa—. Ese hijo de su madre... ¡Está con una mujer y me lo quería ocultar!

La risa se transformó en carcajada y esta resonó con tanta fuerza por el jardín trasero de la casa que un par de mayordomos muy curiosos asomaron su cabeza por las ventanas para averiguar si su jefe ya había enloquecido.

—Ese desgraciado…¡Qué bien guardado se lo tenía! Ah, pero cuando vuelva, me va a escuchar. Este chisme no me lo voy a perder por nada del mundo —el hombre se giró a ver al can quien seguía mirándolo con curiosidad y devoción, como si fuese la única persona en su mundo—. ¿Tú sabes quién es ella? ¿La conoces? Vives con él, deberías saberlo.

—¡Guau!

—¡Ay! Si tan solo pudieras hablar —suspiró apagando todo y estirándose antes de ponerse de pie—. Tendríamos tanto de qué hablar —jamás había deseado tanto que los animales hablaran como ahora. Le vendría tan bien que ese perro le contara todas las actividades que su amo hacía a escondidas… Bueno, no todas— ¡Mira la hora! Vamos a entrar, ya es hora de cenar, ya tengo hambre. ¿Tú tienes hambre? Debes tener hambre.

El perro lo siguió adentro de la casa, ladrando y moviendo la cola, restregándose contra las piernas del aristócrata casi haciéndolo caer.

—¿Qué cosa? ¿Qué cosa? —preguntó siguiéndole la corriente al perro— ¿Tu papá? ¿Que qué está haciendo? Ay, Lamarck, algo me dice que el viejo Snape estará ocupado esta noche —suspiró negando con la cabeza, tornándose serio de repente, aunque en el fondo solo quisiera reír—. ¡Míralo! Dejándote aquí conmigo, sin importarle nada ni nadie. ¡¿Por qué?! ¡Por una mujer!

—¡Guau! ¡Guau!

—Nos ha abandonado, Lamarck, nos ha abandonado por un par de piernas y una voz chillona de ratón —exclamó con dramatismo mientras caminaba por los pasillos seguido del perro—. Vete acostumbrado, mi amigo. Cuando ese hombre se enamora, pierde la cabeza por completo. ¡Uy! Si te contara todo lo que solía hacer cuando salía con su ex —Lucius subió las escaleras y el perro le siguió de cerca, casi tropezando en cada escalón—. ¿Qué? ¿Qué quién cuidará de ti ahora? Yo voy a cuidar de ti, amigo. No necesitamos a tu papá, déjalo que se vaya con su fulana esa. Tú y yo saldremos adelante solos como la familia que somos. No te preocupes, amigo, tu tío Lucius cuidará de ti.

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Más tarde esa misma noche, en uno de los comedores secundarios de Malfoy House, las mucamas terminaban de servir la cena para los señores esposos. Narcissa revisaba en su iPad personal los últimos preparativos para su gala benéfica de Halloween. Al parecer, por más que intentara dejar de lado su rol como organizadora, no podía olvidar que estaba en una carrera contra reloj para tener todo listo para el fin del mes.

Al otro lado de la mesa, Lucius Malfoy le daba una última calada a su cigarro antes de apagarlo en un cenicero cercano. Miraba con atención a su esposa y a sus delicados dedos presionar contra el vidrio del aparato electrónico. La comida se veía deliciosa, su chef se había esforzado. No esperaba menos de ella, los Malfoy solo contrataban a la excelencia. Era una pena que su esposa no admirara la belleza de ese filete recién hecho por estar preocupada en otras cosas. Ya le había dicho en múltiples ocasiones que no le gustaba en lo absoluto que se usaran aparatos electrónicos durante la cena, pero parecía haberlo olvidado —otra vez—. Siguió mirándola y, hasta que ella levantó la mirada, no se atrevió a tomar algún cubierto.

—¿Qué? —preguntó fastidiada al sentirse observada.

—Ya hemos hablado de esto —respondió con suavidad, jugando con el cigarro, dejando que el humo hiciera espirales que se perdían en el aire—. La cena es momento de familia, tú misma lo has dicho.

—Esto es importante. Llevo mucho tiempo planeando este evento y quiero que todo sea perfecto.

—Y lo será, no es la primera vez que organizas una gala —se levantó y caminó hasta su esposa con una sonrisa seductora en sus labios. Despeinó con pereza su cabello platinado y le regaló un guiño. Conocía muy bien las técnicas de seducción necesarias para que su esposa soltara con facilidad sus herramientas de trabajo e hiciera lo que él quisiese. Ya con la tableta en mano, se inclinó sobre ella y depositó un delicado beso en su mejilla derecha mientras le susurraba—. Vamos a cenar ¿sí? Además, tengo algo que me muero por contarte.

La mujer abrió los ojos sorprendida y un brillo vivaz iluminó sus ojos grises— ¿Qué cosa es, Lucius? ¿Un chisme, tal vez? ¿Un escándalo? ¿Alguien a quien conozca?

—Tal vez —susurró alejándose lentamente de su lado.

Lucius volvió a su asiento y ambos tomaron sus servilletas y cubiertos para empezar a comer.

—Vaya, vaya, quien lo diría, Lucius "Cotilla" Malfoy está de regreso —tomó la copa frente a ella con sus delicados dedos y le dio un sorbo—. Cuéntamelo todo, cariño.

Lucius sonrió y meditó por un segundo lo que iba a decir a continuación. Snape era su mejor amigo, tal vez su único amigo de verdad. El resto de sus amistades solo lo eran porque habían crecido juntos, por obligación, por compromiso, por conveniencia o por temor, pero Snape era diferente. Sin embargo, esa actitud nerviosa de su amigo para con él lo extrañaba un poco, por no mencionar que el hecho de que el "tímido" pelinegro haya metido a una mujer desconocida a su suite lo desconcertaba por completo. Tal vez no estaba exactamente preocupado, pero sí inquieto ante las misteriosas acciones del hombre y con la única persona que podía comentarlo era con su mujer.

Por lo que fue fácil, muy fácil, abrir la boca.

—¿Te has comunicado con Severus últimamente? —preguntó mientras empezaba a cortar su carne.

—Hmm… no realmente, he estado ocupada.

—¿Y te has comunicado con el hotel?

—En lo absoluto. Tampoco he recibido llamadas.

De hecho, sí. Había recibido una llamada el mismo día que Snape llegó a Blackpool, pero había estado tan ocupada con sus propios asuntos que la llamada fue delegada a uno de sus dos asistentes, específicamente a Charles quien, como ya sabemos, ya estaba informado de todo por lo que no hubo necesidad de informarle a Narcisa absolutamente nada.

—Ya veo, entonces esto será más divertido de lo que pensé —comentó con una sonrisa de lado—. Estuve conversando con nuestro amigo hace un rato y no vas a creer qué fue lo que vi.

—¿Qué viste?

—No, la pregunta es "¿qué viste él?". ¡Debiste verlo! Camisa impecable, traje negro a la medida, corbata roja y el cabello perfectamente peinado hacia atrás —la mujer formó una pequeña "o" con sus bonitos labios rosados y su tenedor quedó colgando en el aire, sostenido por su mano inmóvil—. Y ese porte. Parecía un pavo real, sacando pecho y parándose erguido, como si quisiera ser más alto.

—¡No! —exclamó con los ojos brillando de diversión—. ¿Really?

El hombre asintió mordiéndose el labio inferior, controlándose para no sonreír.

—¡Sí! Y yo no me resistí. Le pregunté qué a dónde iba tan elegante y me dijo que hoy era la clausura de su convención y que habría una cena y todo eso. Yo, por supuesto, lo felicité porque me da gusto de que siga mis consejos y por fin se preocupe por su imagen. Yo siempre le he dicho que vestir como un vago no lo iba a llevar a nada. Me tomó 20 años, pero por fin logré que se diera un baño y se pusiera un traje —la mujer rodó los ojos y negó con la cabeza, procediendo a pinchar sus verduras con el tenedor—. En fin, yo estaba muy orgulloso por mi trabajo cuando de pronto, escuché algo que, creo, nuestro amigo Snape no quería que escuchara.

La mujer frunció el ceño intrigada. ¿A dónde quería llegar con todo esto? Frunció los labios y alzó la cabeza, haciendo notar su nariz respingada, y levantó su mano derecha para darle a su esposo una señal para continuar. El hombre rubio sonrió de lado y procedió a llevarse un trozo de carne a la boca, tomándose su tiempo para digerirlo y, así, desesperar aún más a su, de por sí, ansiosa esposa.

—¡Dime! ¡No me dejes así! ¿Qué escuchaste?

—Escuché-una voz-femenina-en su cuarto —canturreó incapaz de esconder su gatuna sonrisa burlona—. Una voz de una mujer que le decía que "ya estaba lista". ¿Para qué? No sé. Lo que sí sé es que Snape me negó su presencia no una, sino ¡dos! veces.

El rostro de Narcisa Malfoy, el rostro más bonito de las tres hijas de Lord Cygnus Black III, palideció totalmente, tornándose tan blanco como la tela de su blusa. Sus ojos, al igual que su boca, se abrieron por completo, como los de una lechuza albina. Lucius tuvo miedo de que su esposa necesitara una operación de mandíbula más tarde pues parecía que esta se le había caído. La mujer se había quedado inmóvil, su mirada gris detonaba sorpresa. Parecía no ser capaz de procesar la nueva información compartida por su esposo hace tan solo un par de segundos. Tampoco podíamos culparla, lo que acababa de escuchar le había caído como una bomba o como un balde de agua helada sobre su cabeza.

¡¿Una mujer?! ¿Severus Snape, su amigo, junto a una… una mujer?!

¡¿QUÉÉÉÉÉÉ?!

—¡¿QUÉ?! —graznó la Malfoy, parpadeando repetidas veces, como despertando de un trance— ¿Cómo que escuchaste a una mujer?

—Escuché a una mujer.

—¡¿En su suite?!

—En su suite —el hombre le dio un sorbo a su copa y luego, continuó—. De hecho, en su habitación. Oí claramente como abría la puerta y se acercaba a él para preguntarle por Lamarck.

—¡¿QUÉ?! —volvió a graznar— ¡¿Quieres decir que ella conoce a Lamarck?!

—Aparentemente —bufó dejando la copa sobre la mesa—. Yo pensaba que era alguien que había conocido en la convención. Ya sabes, alguna amiguita que hizo por ahí, pero ahora que lo dices, el hecho de que haya preguntado por Lamarck me hace pensar que esta mujer es alguien que Snape conoce desde hace ya un buen tiempo —la mujer frunció el ceño, como pidiéndole que se explicara—. Tú y yo sabemos que Snape no le presentaría a Lamarck a cualquier persona. ¡Es su bebé!

—Tienes razón —concluyó Narcisa, sonando tan seria como cuando hablaba con sus empleados—. Si esa mujer sabe de la existencia de Lamarck es porque han convivido juntos, lo que significa que es importante para Snape… ¿Crees que tengan algo? ¿Una relación o algo así?

—No lo sé.

—Pero Snape no nos ha dicho nada sobre una mujer.

—¡Snape jamás nos diría nada sobre una mujer! —exclamó Lucius, perdiendo esa actitud calmada y elegante tan propia de él. A estas alturas, la conversación ya se había tornado acalorada—. Ya sabes lo reservado que es con su vida íntima. ¡No descubrimos que estaba con Valerie hasta el día que cumplieron un año de noviazgo!

La rubia tuvo que darle la razón. Snape era un experto para ocultar cosas, sobre todo si se trataba de relaciones amorosas.

—¡Agh! No menciones el nombre de esa bruja en mi casa, por favor —gruñó entredientes, arrugando la nariz como si acabara de oler algo completamente desagradable, como pescado podrido o perro mojado—. Se me revuelve el estómago de solo escuchar su nombre. Por su culpa no puedo escuchar Valerie de mi preciosa Amy Winehouse sin acordarme de su estúpida cara de pez dorado.

—Por favor, Cissy, ya hemos hablado de esto antes. Ya déjala en paz —pidió su esposo haciendo uso de todo su autocontrol para no reírse por el comentario—. Concéntrate en el aquí y el ahora porque lo que te voy a contar a continuación requiere de toda tu atención.

Narcisa asintió con firmeza, siendo consciente de que, si Lucius decía esas palabras, era porque se venía algo tan fuerte que corría el riesgo de bajársele la presión por culpa de ello.

—Me sorprendió que se vistiera tan elegante para una convención de cerebritos, así que me puse a investigar qué tipo de evento era en realidad al que piensa ir esta noche.

—Severus me dijo que era una convención de cinco días de la IOP.

—Sí, algo así me comentó también. Tengo un par de amigos dentro del directorio, pensé que podía contactarme con ellos para que me contaran algo del evento —explicó tornándose serio—. En fin, no encontré mucho en internet así que llame a Emily y le pedí que hiciera un par de llamadas y averiguara todo lo que pudiera sobre el evento de esta noche y ¿sabes lo que encontró?

—¡¿Qué encontró?!

Otra vez, pausa dramática para alargar el suspenso.

—¡Demonios, Lucius! ¡Dime que averiguaste!

El mencionado dejó escapar una carcajada que humilló a la rubia. Cómo le encantaba dejarla con la miel en los labios. Le gustaba ver su cara de desesperación por saber la conclusión del chisme de turno, sobre todo cuando su cabello siempre perfecto empezaba a despeinarse por cada movimiento brusco que hacía.

Sin duda, le seguía fascinando esta mujer.

—No me dejes con el suspenso, por favor. ¡Esta angustia me está matando!

—Está bien, está bien, te lo cuento —río el hombre, limpiándose la comisura de sus labios con una servilleta—. Agárrate de la mesa que te vas a ir para atrás tal y como lo hice yo cuando me enteré.

—¡YA DIME! —gritó aferrándose a ambos extremos de la mesa.

—... —una pausa más y la pobre Narcisa Malfoy estallaría. Finalmente, lo soltó—. No hay ni un solo evento de la IOP desarrollándose en Blackpool esta noche.

Si esto hubiese sido una escena de telenovela, probablemente tendríamos un zoom intenso al rostro en shock de la Sra. Malfoy con una penosa música dramática sonando de fondo, alargando el momento unos 20 segundos o un poco más. Y es que no había otra forma de describir todo lo que estaba pasando en ese comedor. Narcisa Malfoy tuvo que recostarse sobre su silla, perdiendo por complétenla clase y la elegancia.

¿Snape les había mentido?

Pues, eso era obvio, ¿no? Les había mentido descaradamente para viajar a Blackpool a hacer quien sabe qué con quien sabe quién.

—Pero... debe haber algún error —comentó la mujer esperanzada de que esto solo fuera un mal chiste—. No creo que Severus...—

—Emily dice que buscó todos los eventos programados para esta noche en la ciudad. Está una de las tantas presentaciones del Blackpool Illlumination, un par de conciertos en unos pubs, la inauguración de un restaurante de comida china y la clausura de un festival de baile o algo así, eso es todo —el hombre se dejó caer sobre su silla, pasándose una mano por el rostro porque simplemente no podía dejarla quieta. No estaba triste ni enojado porque Snape hubiese creado una elaborada mentira para despistarlo a él y a su esposa, pero sí un poco decepcionado de que él hombre no hubiese confiado lo suficiente en él como para decirle, aunque sea, que este viaje era para pasar tiempo de calidad con su nueva conquista—. Algo me dice que Snape no está en ninguna convención ni nada parecido. Yo creo que nuestro amigo está teniendo una cita justo ahora en algún lugar elegante con esta mujer misteriosa. Mi instinto de mejor amigo me lo dice.

Pues, si era así, tenía un 70% de posibilidades de estar en lo correcto. Ninguno de los eventos programados para esta noche en la ciudad costera parecía ser de interés del químico. ¿Un concierto? Obvio no. ¿Un concurso de baile? Mucho menos. Lo único que podría salvarse era la inauguración del restaurante, pero no había necesidad de ponerse un traje gala para asistir a un lugar que, probablemente, jamás volvería a visitar.

Esto olía a gato encerrado.

—¿Qué te dijo cuándo le preguntaste por ella? —preguntó después de unos segundos, levantando la cabeza por fin. El rubio enarcó una ceja en su dirección— ¡Ay! Por favor, Lucius, no te hagas. Tú y yo sabemos que eres incapaz de quedarte callado cuando algo te interesa y, juzgar por el tamaño de esta noticia, sé que hasta estuviste gritando.

—Culpable —se autodeclaró, chasqueando la lengua—. Pues, le pregunté, pero me dijo que era la televisión. Ya cuando la fulana esta se acercó a él, me colgó. Apenas sí se despidió. Debiste verlo, parecía que en cualquier momento le iba a dar un infarto —rio trayendo el vivido recuerdo del rostro asustado de Snape a su mente—. Siempre pensé que mi amigo era bueno ocultando cosas, pero nunca tanto. ¡Esconder a una mujer durante cuatro días seguidos! Y yo le estuve llamando todos los días y jamás me di cuenta... Creo que estoy perdiendo el toque.

Narcisa escuchaba las palabras de su esposo muy lejanas, pues tenía sus propios pensamientos resonando con fuerza dentro de su cabeza. ¿Cómo es que eso había sido posible? Ella misma había hecho la reservación de su suite simple, por lo tanto, a menos que hubiese alguien más registrado, a la habitación solo podía entrar una persona.

Era política de la empresa.

—¿Dijiste "acercarse"?

—Sí.

—¿Quiere decir que la viste? —el hombre se quedó callado, terminando de masticar su filete— ¡¿Pudiste verla o no?!

—Cálmate, mujer —exclamó cubriéndose la boca con una servilleta—. Quien debería estar así soy yo y no tú.

—Solo responde.

—No, no pude verla. Bueno sí, pero no.

A Narcisa le explotó la cabeza después de eso.

—¿Qué? —chilló— ¿A qué te refieres?

—Sé que vi parte de su cabello cuando se acercó, pero Snape cortó la llamada antes de dejarme ver su rostro —explicó con calma, observando la reacción de sorpresa de su mujer—. Es castaña por si te lo preguntas.

—Castaña —repitió, asintiendo lentamente con la cabeza como procesando la información. Tomó el cuchillo y tenedor y procedió a cortar la carne—. Hmm... Al menos dejó de lado a las pelirrojas. Es bueno saber que ya cambió de gusto.

—Sí... ¿Te imaginas que fuera pelirroja y ojona? No podría evitar compararla con Valerie.

—O con un pez dorado.

La pareja soltó una sonora carcajada que llamó la atención de Lamarck quien se encontraba comiendo en silencio en la cocina, empujando su plato a medida que iba devorando la suave carne de su filete recién hecho. El perro levantó las orejas, pero no le dio más importancia de lo debido. Había un filete que lo esperaba y olía delicioso.

—¡Ay! —exclamó la rubia cubriéndose la boca con la servilleta, roja de tanto reír. La mujer tomó una bocana de aire y trató de recuperar la compostura, pero la risa de su esposo era contagiosa por lo que rápidamente volvió a caer en lo mismo— Ya, ya... Me duele el estómago.

Se tomaron su tiempo para calmarse. No había necesidad de hablar, estaban cómodos en ese tranquilo silencio propio de su hogar. Lucius se dio cuenta de que había pasado un buen tiempo desde la última vez que ambos habían reído de esa forma. Se sentía bien. No entendía por qué no lo hacían más seguido, ella tenía una risa hermosa.

Tal vez deberían pasar más tiempo juntos.

—Dijiste "castaña", ¿verdad?

La voz de Narcisa interrumpió sus pensamientos una vez más. ¿Qué no podía quedarse callada unos segundos más? Quería disfrutar este momento.

—Sí.

—¿Que no me dijiste que esa chica que le gustaba, la ex niñera de Lamarck, era castaña?

Al escuchar eso, Lucius adoptó una apariencia seria y pensativa. Su frente se frunció y apretó los labios en una delgada línea, señal que Narcisa conocía a la perfección. El aristócrata estaba pensando. No estaba seguro si se la había descrito o no, Severus era una tumba en cuanto a su niñera se tratase. Ya lo había dejado claro, Snape no iba a hablar de ella frente a él porque quería "protegerla".

¡Excepto por aquella vez en la que llegó a su oficina con la cara triste y el corazón roto!

"—Soy idiota por pensar que alguien como ella iba a estar con alguien como yo. Es que ella era tan... tan linda".

"—Ay, por favor, ni que estuviera tan buena".

"—¡En serio, Lucius! ¡En serio! Es una de las mujeres más bonitas que he visto en mi vida. Tiene unos ojos miel, grandes y brillantes, de esos que tienen pestañas rizadas. Su carita es pequeña, su nariz, pecosa y sus labios, carnosos. Me gustan sus incisivos, son algo grandes, pero le quedan bien. Es menuda, bronceada, tiene un muy bonito cuerpo y sus piernas son... Su cabello es bonito, tiene elegantes ondas castañas... Bueno, sí, resultaron ser de mentira porque en realidad es rizada, se plancha el cabello, pero creo que me gusta más su pelo al natural... Ahora que lo pienso mejor, se parece en algo a Brittany Murphy".

—Ahora que lo dices... Sí, sí me dijo que era castaña —recordó el hombre, cerrando los ojos y masajeándose las sienes para concentrarse aún más—. Sí, dijo que tenía como 20 años o algo así. Castaña, delgada, dientes grandes y, según él, se parece a Brittany Murphy.

La mujer enarcó una ceja, con una expresión apática en su fino rostro— ¿Brittany Murphy? ¿En serio?

—Ya sabes cómo es Snape —contestó levantando los hombros—. Cuando se enamora, se vuelve ciego.

Tan ciego que se terminó casado con un pez dorado, pensó.

La rubia asintió y volvió a su plato, terminándose el contenido en silencio al igual que su marido. Al parecer, habían decidido darle una pausa al asunto para pensarlo mejor. Tampoco querían exagerar con el tema y equivocarse rotundamente sobre la identidad de esta mujer. Después de todo, ellos no estaban ahí en Blackpool como para saber qué demonios estaba haciendo Snape con esta desconocida. Aprovecharon el descanso para terminar de cenar puesto que, mientras más pasaba el tiempo, más rápido se enfriaba su comida.

—Hmmm... Sabes, ella, la niñera... creo que ella encaja en todo esto —dijo Narcisa después de terminarse todo el contenido del plato, justo en el preciso momento en el que uno de sus mayordomos retiraba la vajilla de la mesa. Lucius se limpió los labios con una servilleta de tela y movió la cabeza en un ademán para que se explicara—. Claro. Mira, ¿qué sabemos de esta mujer, la que está en el hotel con Snape?

—Que es castaña, que conoce a Lamarck y que, probablemente, se esté hospedando en la misma suite que la de Snape.

—¿Y qué sabemos de la niñera?

—Que es castaña, que Snape estaba enamorado de ella, que le agrada Lamarck y que... y pues, que es joven, es todo.

—Hmmm... Ambas son castañas y conocen a Lamarck.

—Ella dijo, y citó, "También quiero hablar con él. Lo extraño mucho" —Lucius agudizó su voz varonil todo lo que pudo, intentando imitar la voz que había escuchado por la videollamada—. Eso quiere decir que no se ven desde hace un buen tiempo, ¿verdad?

Narcisa frunció el ceño y apretó los labios, pensativa— ¿Tú crees que sean la misma persona? ¿La mujer del hotel y la niñera?

Ahora fue turno del rubio de fruncir el ceño.

—No… ¡No! Claro que no. Snape será un idiota a veces, pero no tanto como para ir detrás de alguien que ya lo rechazó una vez y llevarla de vacaciones a una suite de cinco estrellas en Blackpool —anunció con seriedad, poniendo toda su fe en su mejor amigo.

Sí, Snape tenía un largo historial de encapricharse con la misma mujer durante años y perdonar todos sus rechazos, volviendo de inmediato a sus brazos en cuanto se presentara la más mínima oportunidad, demostrando por enésima vez que era totalmente dependiente del cariño de su pareja. Sí, lo sé, el panorama no pintaba nada bien, pero eso había quedado en el pasado. Ahora, Snape era un nombre nuevo, un hombre que iba a terapia y que estaba reconstruyendo los pedazos rotos de su vida y de su autoestima. Su amigo no iba a caer otra vez en sus mismos errores.

No lo haría.

¿Verdad?

Lucius levantó los ojos grises en dirección a su esposa quien lo observaba con una expresión antipática en el rostro, como si estuviera diciendo "Really?"

—Estamos hablando de Snape. Ese hombre no aprende de sus errores, sobre todo si se trata de mujeres.

Lucius dejó escapar un suspiro cansado y se sujetó la cabeza con ambas manos, lamentándose.

—¿No dijiste que esa desgraciada cazafortunas le había roto el corazón?

—Sí.

—¿Y aun así está con ella en Blackpool, compartiendo una suite de MI hotel?

—Al parecer.

—Este hombre no aprende, ¿verdad? —se lamentó la Sra. Malfoy, imitando a su pareja.

—Ese hombre es un masoquista.

Los esposos Malfoy se quedaron en silencio, cada uno procesando todo lo que acababan de descubrir. Por un lado, Lucius estaba algo decepcionado. Cuando conversó con Snape en la sala de juntas hace un par de meses, estuvo muy feliz porque su amigo había decidido alejarse de esa niñata inmadura. Verlo tomar la decisión de olvidarla lo hizo sentir orgulloso. Ahora que sabía que, probablemente, él estaba con ella haciendo Dios sabe qué en Blackpool lo decepcionaba un poco. No por el hecho de que estuviera intentando salir con alguien otra vez o que le hubiese mentido durante cuatro días seguidos—bueno, puede que eso último sí lo decepcionara. ¡Eran mejores amigos! Los mejores amigos no se decía mentiras, ¿cierto? —. Le decepcionaba el hecho de que le hubiese dado una segunda oportunidad a esa cazafortunas castaña e inmadura.

Snape había viajado en su aerolínea en clase ejecutiva. ¿Le habría pagado un boleto en primera clase a ella también? Pues, obvio. Conocía a su amigo, él no la dejaría viajar en turista por nada del mundo. ¿Estaría él financiando todo ese viaje a Blackpool? No lo dudaba. Esa mocosa paseadora de perros probablemente no tendría ni donde caerse muerta. Estaba claro que todo esto corría del bolsillo del profesor de Química. ¡Oh! Su pobre amigo… ¡Pero él se lo advirtió! Él le dijo que esas cazafortunas operaban de esa forma. Te enamoran, se pelean contigo, te hacen sentir culpable y, cuando menos te das cuenta, ya estás llevándola de viaje por toda Europa.

Sí, Blackpool no era lo mismo que el continente, pero estaba seguro que no pasaría mucho tiempo para que ella le exigiera ir a un destino más costoso como París o Berlín. Oh, ya podía imaginarlo. Su pobre amigo terminaría siguiendo los pasos de Rasbastan y, en poco tiempo, estaría comprándole un departamento a esa castaña a pedido de ella.

O algo peor.

Por otro lado, Narcisa pensaba sobre cómo debía proceder ahora. Sí, estaba algo molesta. Molesta porque Snape les había mentido a los dos en la cara y había maquinado una elaborada mentira sobre una convención de ciencias y todo. Molesta porque el profesor la había engañado a ella y a su pobre asistente, Charles, para hacer una reservación para uno que, a la larga, terminaría siendo para dos. Molesta con su equipo de trabajo en Blackpool porque ninguno de ellos se había tomado la molestia de infórmale de nada. ¿Para qué les pagaba si no podían cumplir con una simple tarea? Y, por último, algo decepcionada de que su mejor amigo no hubiese confiado en ninguno de los dos como para contarles sobre esta nueva relación.

¡Ah! Pero para dejarnos al crío, ahí sí somos sus amigos, pensó despechada.

No le molestaba que Severus intentara rehacer su vida amorosa, para nada, al contrario, estaba agradecida. Lo que le molestaba era que lo hiciera con ella, aquella mujer de la que tantas cosas malas había escuchado. De seguro ahora, la desconocida esta debería estar disfrutando del elegante restaurante cinco estrellas en el primer nivel de su hotel después de un largo día de spa auspiciado directamente del bolsillo de su amigo y, por supuesto, del de ella misma.

¡¿Ya habrían convertido su hotel en un motel?!, pensó angustiada. ¡No quería ni pensarlo!

—¿Sabes cómo se llama esa niña? —preguntó reincorporándose sobre su silla, rompiendo el silencio— ¿Te dijo su nombre?

—Eh, no lo sé, no lo recuerdo —contestó haciendo memoria de todo lo hablado referente a la joven—. Creo que sí, aunque no recuerdo muy bien. Tenía un nombre muy extraño, de esos que parecen inventados.

—¿Recuerdas algo? ¿Lo que sea?

—Era como exótico… ¿Scheherazade? —su mujer abrió los ojos sorprendidos. No esperaba esa respuesta. ¿Quién se supone que ella era? ¿Una princesa de oriente o una bailarina exótica?— No, era algo como… Her… ¿Gertrudis? —la mujer arrugó su nariz. Tampoco esperaba ese nombre— ¿Hermelinda?

—Ninguno de esos nombres se parecen entre sí.

—¿Herminia?

—Cada vez estás peor.

—Te estoy diciendo que tiene un nombre raro… ¿Hildegarde? ¿Heidi?

—Olvídalo —bufó Narcissa, levantándose de la silla y caminando en su dirección para plantar un suave beso en su mejilla—. Haré una llamada. Voy a llegar al fondo de todo esto y quitarme la duda de una vez por todas —le anunció antes de apartarse y caminar lentamente hacia la puerta, haciendo resonar sus tacones en toda la habitación.

—¿A quién llamarás?

—A Charles. Necesito que me ponga en contacto con el personal de Blackpool y que me expliquen qué demonios está pasando —anunció con voz fría.

—Cissy —llamó, haciéndola detenerse—. No me parece que te metas en la vida privada de Snape. Ya sabes cómo se pone. No llames y compliques las cosas, por favor.

—¿Quieres saber con quién está?

Lucius se quedó en silencio unos minutos y luego, asintió. ¡Debía salvar a Snape! Tenía que salvar a su vulnerable amigo de las garras de esa desconocida mujer antes de que terminara viviendo en su sofá, sin un centavo y con el corazón roto… ¡otra vez!

—Entonces déjame llamar al gerente.

—Tampoco iba a detenerte.

La mujer rio y negó con la cabeza.

—Despreocúpate, me aseguraré de que todo sea discreto. Ya vengo —dio un par de pasos más y despareció por un pasillo, dejando al hombre solo con sus pensamientos—. ¡Y NO OLVIDES SACAR A LAMARCK AL PATIO ANTES DE CERRAR LAS PUERTAS!

—¡YA!

Casi como si hubiese estado escuchando la conversación, el samoyedo blanco entró en la habitación una vez que la dueña y señora de la casa abandonó el comedor. El can caminó lentamente hacia el rubio, apenas moviendo la cola y, luego, se dejó caer a un lado de su silla. El can tenía cara de estar cansado, pero muy satisfecho. Las manchas de comida en su hocico le indicaban que había disfrutado de su cena y, probablemente, había comido más de lo debido.

Ahora le dolía la pancita.

—¿Tú recuerdas cómo se llamaba tu niñera? ¿Hermila? —preguntó. El perro estaba tan cansado que solo pudo levantar sus orejas y emitir un suave gruñido— No, ¿verdad? Era algo con Her… ¿Hermione?

—¡Guau! —ladró, moviendo la cola débilmente.

¡Ay! Si tan solo Lamarck no estuviera demasiado agotado como para ladrar… Si tan solo Lucius pudiera comprender idioma perruno… Pero en fin, no todo se puede en la vida, ¿verdad?

—No, no creo… Sabes, tal vez ni siquiera empezaba con Her-. Tal vez empezaba con Ge-. ¿Gemma? ¿Genoveva? ¿Grecia?


"Damas y caballeros, antes de iniciar con la ronda final, tenemos la última presentación en solitario de esta noche: la de la pareja 531, Penny Haywood y Graham Carter, Reino Unido, quienes nos bailarán un Chachachá... ¡Música, maestro!"

En cuanto el maestro de ceremonias mencionó el nombre del dúo britanico, Severus Snape procedió a aplaudir poniéndose de pie. Había una sonrisa genuina en su rostro que reflejaba el más grande orgullo. Hermione, quien aplaudía a su lado, pensó que era extraño verlo sonreír así. Snape no era de esas personas que sonrieran, ni siquiera la fisionomía de rostro le permitía sonreír sin que se viera extraño. Sin embargo, a lo largo de este viaje, Hermione notó que Snape no había dejado de hacerlo.

Aún seguía pareciendo una mueca y puede que asustara a los niños, pero le gustaba verlo sonreír. Tenía cierto encanto.

Como si un tiburón sonriera.

La pareja conformada por la ex alumna del profesor Snape y el joven de rizado cabello y ojos pardos entraron en la pista de baile tomados de la mano. Hicieron una reverencia a la mesa de jurados y luego al público. Hermione sonrió cuando Penny Haywood le devolvió la mirada y le guiñó un ojo a modo de saludo. La falda corta de su vestido se pegaba a sus caderas y muslos resaltando sus curvas. Los flecos color plata se movían con cada uno de sus movimientos, creando la sensación de velocidad. Hermione se moría por verlos en acción.

Graham se puso a tres pasos de distancia de la rubia mientras que esta hacía una pose típica de la categoría latina, con un brazo apoyado en su cintura y el otro, en el aire. Hermione miró a un lado de la pista y encontró a uno de los tantos fotógrafos del evento capturando el momento. El bailarín alto y delgado separó las piernas y sacó pecho, moviendo su cabeza de un lado al otro a modo de relajo antes de darle la señal al maestro de ceremonias para que el espectáculo comenzará.

"WHOAAA!... I FEEL GOOD!"

Al instante la gente empezó a vitorear y a aplaudir al ritmo de la música del padrino James Brown. Snape no podía dejar de sorprenderse ante la versatilidad de los músicos del evento para lograr adaptar la variada colección de canciones populares a covers apropiados para este género de baile. Hasta ahora, había escuchado canciones pop de verano que habían sido hits mundiales, baladas icónicas del rock clásico y un sinfín de otras canciones cuyas versiones originales eran muy diferente a las que se escuchaba por los altavoces.

Hoy era la clausura del Sequence Dance Festival y todos se encontraban demasiado ansiosos puesto que, dentro de unos minutos, iniciaría la última ronda de bailes de secuencia entre las siete parejas finalistas para definir de una vez por todas el título de "campeones internacionales" de este año.

Obviamente ya sabemos qué pareja era la favorita de nuestro profesor de Química.

Todos los asistentes dentro del Empress Salon estaban portando sus mejores galas, en especial los que se encontraban en el primer nivel junto a las cámaras, es decir, los bailarines, entrenadores e invitados especiales. Hermione, quien esta noche portaba un hermoso vestido verde de hombros caídos y falda negra vaporosa, le había explicado que la etiqueta era muy importante en esta última fecha. Era casi una tradición que los espectadores más cercanos a la pista de baile portarán trajes de gala pues era un evento oficial de la British Dance Council. Incluso el director y secretarios de la BDC se encontraban ahí, a unos cuantos asientos a la derecha de ellos.

Eso quería decir dos cosas:

La primera, que este evento iba a estar lleno por lo que sería un milagro que consiguiera un par de asientos de la galería superior. Las tres zonas ya deberían estar llenas. Los boletos para esa fecha específica se reservaban con semanas de anticipación.

La segunda, que la única opción para ver la final sería sentarse en algunas de las butacas del primer nivel, cosa que también era imposible… a menos claro, que te colaras como todo buen pobre.

No obstante, habían tenido suerte de que Penny Haywood les hubiera reservado dos lugares cerca de la pista pues un guardia ya los estaba echando de aquella "zona exclusiva" en cuanto los vio acercarse. Si no fuera porque el Sr. Poe se encontraba ahí en el momento exacto para aclarar la situación, ellos se encontrarían viendo el evento de pie desde el balcón del segundo piso o peor.

Podrían estarlo viendo a través de un directo de Facebook.

Luego de haber terminado la videollamada con su mejor amigo de manera tan abrupta, Snape apenas sí había logrado controlar sus niveles de ansiedad. Se pasó todo el trayecto hacia los Winter Gardens mirando por la ventanilla del taxi mientras su pierna izquierda se sacudía de arriba abajo en un ataque epiléptico. Se preguntaba qué estaría pensando su chismoso amigo y en lo que probablemente podría estarle diciendo a su igual de chismosa esposa en ese preciso instante.

No necesitaba estar en Malfoy House para saber qué estaba pasando. Conocía a Lucius desde que era un estudiante, sabía perfectamente cómo iba a reaccionar el rey del chisme y el dramatismo.

¿Sería seguro volver a Londres después de haberse expuesto de esa forma?

En fin, no había tiempo para preocuparse por sus dramas personales. Ahora tenía mejores cosas que como ir a los camerinos de los bailarines a desearle buena suerte a Miss Haywood. Su amigable y siempre sonriente ex alumna se veía preciosa en su traje de competencia, aunque también ligeramente tensa por todo lo que se le avecinaba. No le quitaron mucho tiempo por lo que solo le desearon suerte, intercambiaron un par de palabras y luego se dirigieron al Empress Salón a buscar sus asientos. A partir de ese momento, todas las preocupaciones personales del profesor pasaron a un segundo plano pues ahora se encontraba más enfocado en preocuparse por su ex alumna y su desempeño en la competencia. No pudo evitar compararse con la misma Hermione cuando ella veía a sus propios alumnos competir.

Si Hermione entraba en modo entrenadora ansiosa; él entraba en modo ex mentor angustiado.

Hermione pensaba que eso era muy tierno. A pesar de apenas conocer a Penny Haywood —en persona, pues conocía su carrera casi a la perfección—, le gustaba aquella relación relajada y cómplice que tenía con Snape. Al parecer, aquel poco tiempo que compartieron juntos en Hogwarts fue suficiente para que Penny dejara una gran huella en el profesor y viceversa. Por alguna razón, los veía como maestro y aprendiz tal y como ella lo era con McGonagall.

Tal vez se debía a que, en su momento, lo fueron, aunque no exactamente dentro de la pista de baile.

Volvió su mirada hacia el escenario. Graham Carter hacía girar a Penny Haywood sobre su mismo eje una, dos, tres, cuatro, hasta cinco veces. Las lentejuelas de su traje amarillo brillaban bajo la luz blanca de los reflectores y los flecos bailaban alrededor de su cuerpo con cada movimiento que daba.

Eran asombrosos.

Tanto como… tanto como… tanto como ellos en el pasado.

Al parpadear, el vestido amarillo de Penny se había transformado en un vestido de seda roja con falda de plumas y lentejuelas doradas. Graham ya no estaba ahí. En su lugar, había un jovencísimo muchacho alto, pecoso y pelirrojo que daba saltos de un lado al otro al ritmo de la música. La chica al lado del bailarín pelirrojo era una muchacha pecosa, castaña, de mejillas rosadas por el esfuerzo físico y sonrisa un tanto dispareja pues esos dientes incisivos eran demasiado grandes para su rostro.

Eran ella y Ron... o al menos sus versiones de quince años.

El fuerte y ensordecedor aplauso del público la empujó lejos de sus pensamientos, trayéndola de regreso a la realidad con tanta brutalidad que ni siquiera fue capaz de aplaudir cuando la pareja Carter-Haywood hizo su reverencia final y se retiró de la pista de baile, lista para cambiarse para el siguiente número musical. La pista se vació y el maestro de ceremonias empezó a llenar el silencio del gran salón con su voz de locutor y sus chistes pasables.

—¿Está todo bien, Granger?

Hermione levantó la cabeza y se encontró con un enérgico Severus Snape de pie a su lado, cortando lentamente su sesión de aplausos. En su rostro cetrino, aún quedaban rastros del fantasma de su sonrisa. Se veía feliz, esa felicidad parecía rejuvenecerlo, incluso ya no se le parecía tan bizarro como antes.

Tal vez debería sonreír más seguido, pensó.

—Sí, sí... Eh, ¡¿ya terminaron?! —contestó volviendo su atención al aquí y al ahora.

—Sí —respondió frunciendo el ceño, sentándose—. Acaban de anunciar que en cinco minutos iniciará la ronda final y, luego, pasaremos a la premiación.

La muchacha asintió sin decir palabra.

¿Por qué esos recuerdos volvían a ella justo ahora? ¿Por qué ahora? ¿Era normal que se pusiera algo nostálgica por encontrarse ahí, en la final de un evento profesional en Blackpool? ¿Era normal que sus manos le sudaran y sintiera que el pecho se le cerrara con el solo pensar en la presencia del distinguido jurado analizando a profundidad a cada uno de los participantes? ¿Era normal que sintiera el mismo miedo y angustia que sintió aquel lejano día hace ya casi cuatro años? Y, por sobre todas las cosas, ¿era normal que, justo ahora, su ex novio pelirrojo invadiera sus pensamientos?

No quería pensar en Ron, en serio era lo último que quería hacer. Él ya formaba parte de su pasado, era un tema cerrado, historia antigua. Todos los conflictos personales que alguna vez tuvo con él ya había sido solucionados o, al menos, eso fue lo que acordaron aquella lejana tarde en la que se reunieron en uno de los tantos cafés de Neal's Yard. Ya no había sentimientos intensos hacia él; sin embargo, por alguna razón que no podía entender, el ver la gran química que Miss Haywood y Mr. Carter tenían en la pista de baile hacia que Hermione recordara la buena pareja de bailarines que alguna vez fueron ella y Ron.

De no haber sido por su accidente o por su infidelidad, ¿realmente habría tenido la oportunidad de ganar? ¿Realmente habría sido lo suficientemente buena como para llevarse al menos una medalla?

Tragó hondo, sintiendo un amargo sabor invadir su boca.

Tal vez así era como sabía la melancolía.

No pudo evitar pensar una vez más en la conversación que tuvo con Penny hace un par de horas. Al igual que ella hace tres años, la joven coreógrafa estaba por enfrentarse a ese monstruo invisible conformado por los años de experiencia de sus contrincantes, el ojo crítico de los jueces y las altas expectativas del público. Ahora que sabía la verdad de su pensar y conocía sus más profundos temores, se preguntaba si Penny creería lo suficiente en sí misma como para tener una oportunidad de ganar. Ella había creído en sí misma cuando le tocó competir en su momento y ni siquiera eso había sido suficiente para evitar su tragedia.

¿Acaso la historia sería diferente para ella o el monstruo de Blackpool también la consumiría?

"¡Qué inicié la competencia!"

"JIVE"

Siete parejas de bailarines adultos de entre 25 a 35 años dejaron de lado sus perfectas poses de ballroom para iniciar con el primer baile de secuencia de la categoría latina. Los oídos de los espectadores se llenaron con el sonido de catorce pares de pies brincando coordinadamente sobre el brillante piso de madera. Las parejas se juntaban, estirando los brazos todo lo que podían para realizar agraciados, pero rápido movimientos antes de empezar a desplazarse o dar vueltas a lo largo de la pista. Sus pies saltaban en coordinados pasos, dando pequeñas patadas en el aire antes de cambiar de pie. Los competidores mantenían esas características sonrisas ganadoras y ojos brillantes. Se lanzaban entre ellos guiños o sonrisas picaras, demostrando la gran complicidad que se tenían unos a otros.

El pie derecho de Snape llevaba el ritmo de la música desde donde se encontraba sentado. Sus cinco sentidos se encontraban concentrados en todo lo que veía y escuchaba, maravillándose por la habilidad del este grupo de bailarines profesionales. Ya podía entender todo el furor que había detrás de la competencia, ya entendía por qué los bailarines decían que se jugaban la vida en los escenarios.

Se sentía honrado de poder presenciar este momento.

Penny Haywood y Graham Carter se encontraban en su elemento, tanto así que, dentro de ese minuto y medio, tuvieron tiempo para acercarse hacia la esquina donde se encontraban Snape y Hermione y bailar un poco para ellos antes de lanzar un beso al público, volviendo al centro de la pista. Los flecos plateados del vestido de Haywood se movían de un lado al otro, haciéndola más atractiva a la vista de los anotadores en comparación al resto de bailarinas. Graham, por su parte, hizo uso de sus habilidades de actor de teatro y, mientras bailaba, hacía vivaces expresiones cargadas de tanta empatía que incluso al profesor le arrancó una sonrisa.

Se estaban luciendo.

"PASODOBLE"

Hermione sonrió al escuchar aquella música que tanto conocía.

Le gustaba.

Las parejas hacían elegantes y gallardos movimientos, sobre todo los varones. Ellos caminaban como si fuese gallos de pelea, sacando el pecho y estirando las piernas, antes de acercarse a sus contrapartes femeninas y rodearlas con aquel aire posesivo en su mirar. Era un juego interminable de acercarse y alejarse, acercarse y alejarse y ¡posar! Vio muy buenos movimientos que guardó dentro de su cabeza y en la memoria de su celular pues pensó que podrían usarlos como futuras referencias para preparar a Sirius, Neville y Snape para el concurso del Syllabus de Escuelas de Londres.

Al ser un baile mucho más rápido y enérgico, hubo varias ocasiones donde varias parejas se cruzaban con otras haciendo que se separaran o, en el peor de los casos, cerrándolas contra otras o contra los anotadores. Metafóricamente, el lugar era una matanza. Ya había visto a la pareja rusa cerrar dos veces a una de las parejas estadounidenses. De no haber sido por la rápida intervención del bailarín americano, estas habrían chocado, perdiendo todos los puntos acumulados en el proceso. Hermione entrecerró los ojos buscando a la pareja 531 quienes se encontraban a punto de dar un movimiento perfectamente coreografiado cuando la pareja 495 los interrumpió, atravesándoles justo por el medio.

Snape apretó el puño y golpeó fuerte contra su rodilla, apretando los dientes en una mueca de enojo.

—¿Qué? —exclamó cuando vio a Hermione mirándolo fijamente y muy sorprendida—. Los han cerrado, ¿no? ¡Eso está mal!

—En realidad, los han atravesado.

—¡Da igual! —contestó fastidiado, volviendo su atención a la pareja 531— Haywood y Carter tienen que despertar si no quieren perder puntos ahora. En la categoría anterior solo acumularon 78.46 puntos. Si quieren remontar, necesitan esforzarse en las siguientes dos categorías para entrar entre los tres primeros puestos... Los rusos van muy por encima de ellos.

La joven castaña abrió los ojos sorprendidas y contuvo una risilla. Snape se estaba tomando demasiado en serio la competencia. Le divertía un poco verlo tan comprometido con el evento, sobre todo con su pareja favorita. Penny y Graham tenían suerte de tener un admirador tan entusiasta como el profesor Snape entre su club de fans.

—Sí tú lo dices… Me alegro de que al menos ya estés aprendiendo las reglas y faltas del ballroom —comentó codeándolo despacio, mordiéndose el labio inferior—. Espero que sigas así más adelante.

—¡ESO ES FALTA! —exclamó pasándose las manos por la cabeza al ver que, una vez más, alguien había cerrado a la pareja Carter-Haywood— ¿El árbitro está ciego o qué?

"Damas y caballeros, con este último baile se finaliza la ronda de bailes latinos. Tomaremos un intermedio de quince minutos antes de pasar a la ronda de bailes estándar. Muchas gracias por su atención".

Snape se acomodó sobre su butaca y se quedó mirando fijamente hacia la mesa del jurado calificador, cuyos miembros se encontraban demasiado ocupados debatiendo entre ellos. Su ceño estaba fruncido, lo que le daba un aspecto aterrador, y sus ojos negros, cargados de ira. Su mirada intimidaba, parecía que quería fulminar con la mirada a los miembros del jurado. Hermione nunca lo había visto así antes. Sí, el Sr. Snape que conocía podía tener cara de pocos amigos, pero este parecía tener cara de asesino.

A veces, el deporte y la competitividad podían sacar lo peor de uno.

—¿Oye? ¿Qué tienes? —preguntó la castaña con suma precaución. No quería activar algún botón que descontrolara al ya de por sí alterado profesor— Nos van a echar a patadas de aquí si sigues mirando de esa forma al jurado y a los anotadores.

—Es que me parece sumamente injusto que no sancionarán a la pareja 644 y 547 cuando cerraron a Haywood —se quejó cruzándose de brazos, aún negándose a apartar la mirada—. No me parece justo. ¡Eso es falta!

—¿Y tú desde cuando sabes distinguir cuando hay falta o no? —preguntó enarcando una ceja, ocultando su sonrisa tras su mano.

Al verlo enojado por algo así, Hermione no pudo evitar compararlo con un niño pequeño que hacía un berrinche porque no le habían dejado ganar en las escondidas. De cierta forma, le hacía recordar un poco a Teddy Lupin estos últimos meses. El pequeño y, hasta ahora, hijo único del matrimonio Lupin se había convertido en un verdadero dolor de cabeza para sus padres debido a los celos naturales de su nuevo papel como hermano mayor.

Snape estaba muy cerca de convertirse en su dolor de cabeza personal.

—¡Ya deja de mirarlos así! ¡Nos van a echar por tu culpa! —hizo uso de sus manos para girar a Severus hacia ella y acabar con esa tontería— Ya está grande, Sr. Snape. Compórtese, por favor.

Los otros espectadores sentados junto a ellos trataron de ignorar su comportamiento infantil, aunque no podían dejar de preguntarse qué demonios hacían esos dos ahí abajo junto a ellos en lugar de estar sentados en las galerías del segundo nivel. Era obvio que no pertenecían a aquel círculo cerrado de ballroom profesional. Por más elegantes que vistieran, no dejaban de ser simples espectadores.

—A ver, ¿por qué piensas que es injusto? —el profesor puso los ojos en blanco, cruzándose de brazos—. Dime, pues. A ver, dime, ¿cuál es la falta? Si tanto dices que no es justo, quiero saber cuál es la falta.

—No voy a jugar este juego, Granger.

—No quieres jugar porque sabes que no hay falta —se burló, picando al mayor.

—Que sí hay, yo la vi.

—Entonces, dime, ¿cuál es la falta? —retó sin dejar de burlarse. Snape tuvo que controlar un tic nervioso en su ojo pues, en ese preciso instante, ella había sonado exactamente igual a Sirius Black y eso solo lo desesperaba aún más— Usa todo lo que aprendiste en clase y responde.

—... Es que yo vi que la cerraron —masculló poniendo los ojos en blanco.

Hermione río ante la respuesta tan infantil.

—Granger, en serio, yo vi cuando esa chica casi le quita las plumas al vestido de Haywood de un codazo. ¡Eso debería ser ilegal! —exclamó en voz baja al sentir como los otros asistentes se giraban a mirarlo con escaso disimulo— ¿Qué no le pueden sacar una tarjeta amarilla o algo así? ¿No hay un VAR para que lo revisen?

—¡Que esto no es fútbol!

"Damas y caballeros, reanudaremos con la categoría estándar. Luego de esto, procederemos a la deliberación del jurado y la premiación. Participantes, por favor, tomen sus respectivas posiciones".

Los siete participantes volvieron a entrar a la pista en completo orden, uno detrás del otro. Ya no llevaban esos trajes exóticos y coloridos de la primera ronda. Atrás habían quedado las plumas, los flecos y las lentejuelas. Ahora las damas portaban elegantes vestidos de colores sólidos, con largas faldas vaporosas que ondulaban con cada uno de sus pasos y adornos de tul que salían de sus brazos, dando la ilusión de delicadas alas. Los varones, por su parte, habían cambiado los apretados trajes negros con brillos dorados para portar impecables esmóquines negros de camisas y parejitas blancas. Sus zapatos lustrados brillaban bajo la luz de los reflectores, al igual que el gel en sus cabellos.

No fue fácil ubicar a la pareja 531, pero la encontraron justo antes de que la música empezara. Penny y Graham vestían los mismos trajes de ayer con un único arreglo de ciertos detallitos por aquí y por allá en la falda de la bailarina rubia.

"TANGO"

Tanto Severus Snape como Hermione Granger se removieron tensos y algo incómodos cuando escucharon aquella palabra salir a todo volumen de los parlantes. Tango. ¡Tango! Habían aprendido que, en determinadas circunstancias, el tango era un baile muy peligroso, demasiado peligroso.

¡Para ellos!

Hermione se sentó recta sobre su butaca y evitó a toda costa mirar hacia Severus. Para ella, el tango, ese precioso baile extranjero que tanto amaba, había adquirido un nuevo significado desde que se había acostado con el profesor hace ya tanto tiempo. Ahora, cada vez que mencionaban en voz alta esa palabra, no podía evitar sonrojarse hasta más no poder, recordando aquellas caricias suaves y seductoras que Severus Snape, alguna vez, había esparcido sobre su cuerpo, junto a besos y gemidos roncos cerca de su oído.

De inmediato, sus pensamientos la trasladaron a esta mañana en su suite en el Heir. La boca cálida de Severus besando entre sus senos, bajando por su abdomen, lamiendo y mordisqueando cada centímetro de su piel. Podía recordar con total claridad aquel par de dedos acariciando por encima de su ropa interior. Se vio obligada a presionar una pierna contra otra y tomar una profunda inhalación para calmarse pues ya podía sentir sus piernas temblar.

Sacudió su cabeza para alejar esos sucios pensamientos. ¡Debía concentrarse! No se encontraba ni en el lugar ni en el momento adecuado para fantasear sobre esas cosas.

Por su parte, Severus hizo uso de todo su autocontrol para alejar de su cabeza aquellos vividos recuerdos de Hermione Granger desnuda en su cama. A pesar de que esta mañana estuvieron jugando la versión adulta de las cosquillas en su cama, ya había pasado un buen tiempo desde la última vez que habían intimado. No se sentía orgulloso de decirlo, pero en sus noches de soledad, cuando sentía la necesidad de compañía, podía sentirla a su lado, su piel cálida y suave acariciando la suya y sus mejillas sonrojándose más y más con cada embiste.

¡¿Pero en qué estaba pensando?! Este no era el lugar ni el momento.

Además, se había prometido que este viaje sería para únicamente conocerse mejor, pasar tiempo juntos, crear lazos fuertes, sanar heridas, alejar malos recuerdos y crear nuevos y, por sobre todas las cosas, marcar el punto de inicio de esta nueva relación, sin miedos, sin inseguridades, sin traumas y sin mentiras ocultas de un pasado turbio.

¡No para follar!

Aunque —si nos ponemos en modo terminólogo profesional e investigamos un poco— una de las tantas interpretaciones que tiene el verbo "conocer" en la Biblia es "tener relaciones carnales entre marido y mujer". Es un dato que no tiene gran relevancia aquí, pero al menos le daría una excusa mediocre en el caso de que no pudiera controlar sus instintos y terminara "conociendo mejor" a Hermione Granger en su cama.

Controlate, Snape, por favor.

Volvió en sí cuando sintió la mano tímida de su compañera rozar la suya. Su pequeño meñique acariciaba el suyo lentamente como pidiendo intrínsecamente que le correspondiera, pero no fue lo suficientemente caliente, digo, valiente como atreverse a tomar su mano.

Mejor pasemos a la siguiente categoría.

"VALS VIENÉS"

¡Por fin! ¡El vals! Su elemento, algo que no podrían malinterpretar ni aunque lo intentaran.

Las siete parejas de deslizaban a lo largo y ancho de la pista de baile, dando vueltas. Los hombres se veían altos, gallardos, como unos verdaderos caballeros de la época de la regencia o, tal vez, un poco después. Las damas, envueltas en las finas telas de sus largos vestidos y elaborados recogidos, se inclinaban con gracia hacia atrás para estirar sus esbeltos cuellos. Los hombres las sujetaban por en medio de los omóplatos con sus manos y, así, lo único que ellas tenían que hacer era sonreír.

O eso es lo que hubiese pensado antes, cuando aún no llevaba las clases. Ahora, ocho meses después, sabía que esas perfectas sonrisas escondían un ágil y entrenado cerebro que contaba a toda velocidad el número exacto de pasos para no descoordinarse durante los deslices o los giros. Ahora sabía que, por más fácil que aparentara ser, el vals vienés era un baile que muy pocos podían dominar a la perfección.

Eso sí, no quitaba que fuera una de las danzas más hermosas que había visto en su vida.

—Mira —señaló la joven castaña en dirección a la pareja Carter-Haywood.

Graham sostenía a la rubia con suma delicadeza, como si ella fuese una muñeca de porcelana y él tuviera miedo de que fuera a romperse. Penny Haywood se sujetaba de los brazos de su compañero y se inclinaba hacia atrás, estirando su esbelto cuello y una de sus piernas oculta bajo la falda vaporosa, usando su pierna derecha como único punto de apoyo.

Una impresionante demostración de equilibrio, fuerza y concentración, pensó el profesor.

Su ex alumna realizó aquella pose de ballroom y la sostuvo un par de segundos, aguantando todo lo que podía. Su cabeza giró en su dirección y sonrió, mostrando aquellos bonitos dientes rectos.

—Perfecto —susurraron ambos sin darse cuenta.

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"El tercer lugar es para… ¡la pareja 539! Desmond Murphy y Nicole Miller. ¡ESTADOS UNIDOS! ¡Felicidades, Murphy, Miss Miller!"

Los bailarines mencionados cerraron los ojos y pusieron su mejor sonrisa ganadora mientras se dirigían al podio de ganadores, tomando su lugar en la sección más baja. Sus demás compañeros se encontraban de pie junto a ellos, dos parejas a cada lado, flanqueando el podio blanco. En sus manos sostenían sus respectivos certificados de participación, así como también un pequeño ramo de flores amarillas a modo de recuerdo. Uno de los jurados se acercó a la pareja estadounidense y procedió a colgar las respectivas medallas en los largos cuellos de estos. Las medallas de bronce del tercer brillaban opacas sobre sus pechos orgullosos.

Solo quedaban dos parejas aguardando por el resultado final. Temblaban de pie una frente a otra, apartados de sus demás compañeros, resaltando notoriamente en medio de la enorme pista de baile ahora casi vacía.

Hermione llevó su mirada a la derecha en dirección al profesor de Química. El pelinegro, a su vez, miraba al frente, justo al lado izquierdo del podio de ganadores donde su ex alumna, Penny Haywood, sostenía con ambas manos su certificado de participación en la final del Sequence Dance Festival de la temporada abierta Blackpool 2016. A su lado, Graham Carter hacía lo mismo, sonriendo con galantería mientras las cámaras profesionales capturaban la escena para después publicarla en alguna edición especial de la revista oficial de la British Council.

—Ella se ve feliz —trató de animar la joven—. El cuarto puesto es un buen puesto… Justo en medio.

—Supongo que sí —musitó en voz baja, cambiando de posición su pierna. Su ceño estaba fruncido y parecía haber perdido todo el buen ánimo que hasta hace poco le hacía sonreír—. ¿Por qué tanto demoran en anunciar al ganador? ¿Qué no da igual? Ambos son rusos.

—Tienen que seguir el…—

—Protocolo, ya lo sé, ya lo sé.

"Los ganadores de la medalla de plata del Sequence Dance Festival de ese año son… ¡La pareja 352! Dmitry Grigorovich y Yekaterina Vaganova. ¡RUSIA! Lo que quiere decir que los nuevos campeones internacionales del Blackpool 2016 son la pareja 461, Evgenia Ivanova y Misha Sokolov, también de Rusia. Felicitaciones, muchachos, por favor, suban a recibir su premio"

Los cuatro compatriotas caminaron triunfales hacia el podio de ganadores, sonriendo a las cámaras mientras saludaban victoriosos. Una vez más, ellos tocarían la gloria con sus manos y se llevarían los más altos galardones con ellos de regreso a su país. Podrían cantar su himno nacional a viva voz y protagonizar la portada oficial de la revista Dancing Time de este mes. Ahora, esos cuatro rusos acababan de convertirse en "héroes nacionales" y sus nombres quedarían registrados para siempre en los documentos oficiales de la ceremonia, así como en los muros del salón de la fama de los Winter Gardens.

Mientras tanto, Penny Haywood se limpiaba una silenciosa lágrima mientras levantaba en alto su pequeño ramo de flores y mostraba su mejor sonrisa para la foto oficial de clausura.

"Muchas gracias, damas y caballeros, por acompañarnos una vez a una clausura aquí, en nuestro hermoso Empress Salon. Con ustedes, la nueva generación de bailarines categoría Adulto II del Sequence Dance Festival 2016. ¡Un fuerte aplauso para ellos, por favor!".

El público se puso de pie, brindándole una ovación de cinco minutos completos a los jóvenes bailarines. Los aplausos inundaban el enorme salón antiguo, opacando el propio ruido de los parlantes. Los seis medallistas saludaban desde lo alto de sus podios, agitando sus medallas con una mano y sus rosas rojas con la otra. Las otras cuatro parejas participantes flanqueaban el podio como si fuesen glamurosos guardias o miembros de la corte real de los Royals del ballroom dance, pasando a ser actores secundarios dentro de esta enorme puesta en escena. Ellos aplaudían alegres en dirección a sus compañeros, permitiéndoles disfrutar de su momento, un momento que ellos mismos hubiesen deseado protagonizar.

Severus Snape disminuyó la intensidad de sus aplausos mientras veía a su exalumna estirar su mano para tomar la de su contrincante rusa y felicitarla por haber obtenido el segundo puesto. Su sonrisa se veía autentica y, aunque no sabía qué le estaba diciendo, la medallista parecía feliz de escucharla pues se inclinó para darle un abrazo.

Tal vez sí estaba feliz después de todo.

"¡Buenas noches, Blackpool! ¡MUCHAS GRACIAS!"

Después de desalojar el Empress Salon y recorrer aquel pequeño museo ubicado en el salón La Arena por casi una hora entera, Severus Snape y Hermione Granger por fin pudieron tener un momento a solas con la cuarta ganadora del Sequence Dance Festival de este año. Penny se encontraba en su vestidor con una bata de seda gris cubriendo su cuerpo y el rostro a medio desmaquillar. Se veía algo cansada y ligeramente triste; sin embargo, no se atrevió a mostrarse sin su perfecta sonrisa ensayada. Acababa de cortar una importante llamada telefónica cuando los vio llegar a través del reflejo de su espejo. Para su buena suerte, había terminado de llorar hace tan solo un par de minutos gracias a la calmante voz de su madre al otro lado de línea.

Ya estaba muy grande como para ponerse a llorar por no haber ganado.

Snape golpeó dos veces contra la puerta, anunciándose ante Haywood. La joven hizo un ademán con la cabeza y los invitó a entrar.

—Sé que no son las magníficas rosas rojas que esperabas —dijo con voz tranquila mientras se acercaba a su exalumna con un ramo de tulipanes rosados en sus manos, envueltos en papel kraft y sujetados por una hermosa cinta blanca—, pero creo que son igual de bonitas.

Penny forzó una sonrisa y acercó las flores a su nariz para aspirar su delicioso olor.

—Son perfectas, profesor —contestó en voz baja, poniéndolas junto al resto de las flores adornaban su vestidor, cortesía de sus fans—. ¿Se divirtieron? Los vi muy sonrientes durante la competencia.

—Sí, lo hicimos —contestó Hermione por él, dando un par de pasos hacia ella—. Estuvieron fantásticos, Penny. Felicita a Graham de mi parte, lo hicieron asombroso. Disfrute mucho la coreografía de su solo. Fue impecable.

—Esos jueces son unos idiotas. ¿A quién se le ocurrió la gran idea de darles la potestad de nombrar a los ganadores? No saben calificar —interrumpió el profesor posando una mano en el hombro de la bailarina mayor—. Para mí fuiste la mejor, Haywood. Tú debiste ganar.

—Está bien, profesor. Así es como son las cosas en estos concursos; a veces se gana, a veces se pierde —contestó enderezándose, fingiendo no estar afectada—. Nosotros, los bailarines, estamos acostumbrados a este tipo de resultados. No tiene por qué sentir lastima. La competencia estuvo fuerte este año. ¿No es así, Hermione?

La castaña levantó la mirada al escuchar su nombre. Ahora se encontraba bajo el escrutinio de ambos adultos. Ambos querían que les dieran la razón, pero solo podría apoyar a uno. Abrió la boca para contestar, pero se quedó sin voz. No sabía exactamente qué decir. Sus ojos miel se posaron rápidamente sobre los orbes celeste de la rubia y encontró una expresión muy familiar en su mirar. Detrás de sus ojos, se escondía un sentimiento que ella conocía a la perfección, una fortaleza impenetrable dónde se refugiaba el orgullo herido, curándose en silencio para algún día volver a exhibirse ante el mundo.

Hermione se identificó al instante con Penny. Ella también sabía qué era perder un concurso.

—Sí… Los rusos siempre son una competencia fuerte. Yo nunca logré vencerlos —contestó con una sonrisa, acercándose a ella para darle un abrazo. La joven correspondió el gesto cerrando los ojos y dejando escapar un silencioso y largo suspiro. Bajo su tacto, la rubia se tensó, mostrándose incomoda y cohibida. Hermione entendió de inmediato lo que eso significaba. Era una súplica para que la ayudara a cambiar de tema—. ¿Y ahora qué sigue? ¿Cuál es el nuevo plan?

La apariencia de la joven pareció mejorar después de eso. Recuperó el brillo en los ojos e incluso se atrevió a dibujar una bonita sonrisa.

—Bueno, por ahora volveremos a Inglaterra mañana por la mañana —explicó volviendo su atención a sus invitados—. Creo que no aceptaremos más concursos, al menos no por lo que queda del año. Graham estará muy ocupado con la temporada Dreamsgirls en el teatro Savoy. Lo llamaron para que formara parte del ensamble en el estreno en West End en diciembre. Le esperan unos duros meses de ensayo por delante. Será la primera vez que este musical se hará aquí en Reino Unido y él está muy emocionado. Ya firmó contrato así que estará ocupado hasta marzo o un poco más, dependiendo de cuánto tiempo se extienda la temporada.

—¿Y qué hay de ti, Haywood? —preguntó el profesor quién parecía mucho más interesado en saber qué sería de su ex alumna que del bailarín de teatro que era su compañero— ¿Ya tienes algo seguro?

—¿Me está interrogando, profesor? —bromeó la joven, intentando aligerar el ambiente— Creí que la detective era Tonks, no usted.

La broma era buena, pero por más risas nerviosas que despertara en ella o en Hermione, ahora el profesor Snape no estaba de humor para ello.

—Solo quiero saber que vas a estar bien —respondió con seriedad.

Penny negó con la cabeza para sí misma. Podrían haber pasado muchísimos años desde la última vez que se vieron, pero no había duda de que Severus Snape seguía siendo aquel mismo profesor que había dejado en Hogwarts cuando ella tenía no más de 17 años: siempre preocupado por ella, por su futuro, por su salud y su desempeño, tratándola como un padre sustituto y abnegado el cual quería protegerla de las "malas juntas" que eran sus traviesos compañeros. Su corazón latió conmovido. Sintió como sus mejillas se calentaban. Ahí estaba el viejo profesor Snape, el profesor más temido en Hogwarts y el más incomprendido a la vez.

Ahí estaba aquel mentor al cual le debía muchos de sus logros dentro y fuera del mundo académico.

—Creo que voy a descansar lo que queda del año, profesor —dijo finalmente—. He pensado volver a Southampton para pasar una temporada en el campo con mis padres. Mi hermana, Beatrice, ¿la recuerda? —Snape asintió. ¿Cómo olvidar a la pequeña Bea, la rebelde sin causa de su generación? — Pues ella pasará el resto del año aquí en Inglaterra y he pensado pasar tiempo con ella. Mi madre y yo la estamos presionando para que nos presente a su novio formalmente, así que creo que sería una buena oportunidad para pasarlo en familia, ¿no lo cree?

La joven Haywood parpadeó un par de veces, poniendo una sonrisa tierna. Su aspecto pareció mejorar tras la mención de su hermana. El profesor conocía la alta estima que su ex alumna tenía hacia la menor de las Haywood y entendía a la perfección su cambio de humor.

—¿La pequeña Haywood con novio? —exclamó para sí mismo— Vaya, qué sorpresa. ¿Y quién es el afortunado? Si se puede saber.

—Ah, es un chico muy, eh, agradable —dijo dubitativa, tratando de formar una sonrisa decente, pero fallando en el intento.

—Hmm… Se nota que te agrada —respondió con sarcasmo.

—No es que no me agrade. Jae Kim es un buen chico. Tiene mi edad y es muy agradable y divertido cuando lo conoces bien —explicó volviendo su atención hacia el espejo para terminar de quitarse los últimos rastros de maquillaje en el rostro con una toallita húmeda—. Es solo que… Me preocupa un poco que sea una, eh… una mala influencia para Beatrice, eso es todo.

Hermione, quien hasta ahora se mantenía en silencio, vio en el tema una buena oportunidad para poder intervenir y abandonar ese mutismo al cual la había relegado.

—¿Por qué te preocupa? —preguntó curiosa— Si no es una molestia preguntar —añadió al instante, rogando internamente no haberse pasado de la raya.

—Ah —suspiró apretando el pañuelo desmaquillante contra su mejilla—. No me malinterpretes. Jae me agrada y mucho. He conversado algunas veces con él y es un buen chico, sé que quiere a Bea. Es solo que… me preocupa un poco su, eh, su forma de ganarse la vida… Tiene unos negocios un tanto, eh… fuera de lo común —tanto el profesor como su joven acompañante fruncieron el ceño, preocupados— ¡Eh! No, no, no, no se asusten. No es nada de lo que piensan. Solo se dedica a las importaciones. Todo es legal… O al menos eso es lo que siempre me dice Bea.

—Estoy segura que es completamente seguro —intentó animar la castaña, acercándosele para ayudarla con la limpieza de su rostro— ¿Qué tipo de importaciones comercia? Tal vez podamos hacer negocios.

Snape se quedó en silencio mientras las dos bailarinas intercambiaban opiniones.

El pelinegro no olvidaría nunca a la Srta. Beatrice Haywood, la hermana pequeña de su alumna estrella. Ambas hermanas eran físicamente muy parecidas o, al menos, lo eran durante el último año de Penny en Hogwarts, época en la cual las conoció. Beatrice, al igual que su hermana, tenía pestañudos ojos celestes y cabello rubio y lacio. Sus colegas la describían como "una niña tierna y bien portada que disfrutaba del aire libre y el taller de costura". Beatrice Haywood seguía los pasos de su hermana en casi todo, tanto metafórica como literalmente dado que era imposible no verlas juntas caminando por los pasillos. Los profesores siempre esperaron mucho de ella debido al gran desempeño de su hermana. Lastimablemente, Penny Haywood había dejado la barra muy alta, haciendo casi imposible que la última de los Haywood pudiera superarla. Viviendo siempre a la sombra de su hermana mayor, Beatrice Haywood parecía condenada a vivir lo que muchos hermanos menores padecen a lo largo de su vida: la inevitable comparación con sus hermanos mayores.

Solo bastó que la mayor de las Haywood egresara de Hogwarts para que la pequeña Beatrice se soltara las trenzas y se liberara por completo de la carga que significaba ser la hermana pequeña de la gran Penny Haywood. Ahora, sin la vigilancia constante de su hermana, Beatrice Haywood era libre de hacer lo que ella se le antojara. Era como si hubiese estado esperando ese momento desde hace años. Tras un cambio de imagen radical, nuevos amigos y una actitud desenfadada y apática, poco o nada quedaba de aquella dulce niña que disfrutaba de dibujar hámsters en los márgenes de sus cuadernos. Snape nunca se atrevió a decirle a Haywood la clase de rebelde sin causa en la que se había convertido su hermanita, pero no fue necesario. Constantemente recibía e-mails de su parte pidiéndole que "hablara con ella" y "la orientara".

Tal vez por eso no le sorprendía que la menor estuviera emparejada con alguien de "dudosa reputación" según su hermana. A Beatrice siempre le habían atraído los problemas. Le gustaba vivir la adrenalina de portarse mal y ser conocida por ello. Aunque claro, a Penny Haywood le gustaba exagerar. Era toda una mamá gallina cuando se trataba de su "hermanita" y a veces solía exagerar demasiado con respecto a la seguridad de ella.

Nunca sabría quién decía la verdad: si a la sobreprotectora Penny Haywood o a la buscaproblemas Beatrice Haywood.

Dramas familiares en los que prefería no meterse.

—Entonces, un descanso indefinido de las pistas, ¿eh? —preguntó el profesor luego de un rato.

Las dos féminas levantaron la cabeza cuando escucharon la voz susurrante del profesor interrumpir su amena charla. Penny asintió silenciosa. Hermione notó una ligera sombra de tristeza en sus celestes ojos. Sabía lo duro que era el luto post derrota. Lo que Penny necesitaba ahora era mantener su mente ocupada en lo que fuera, literalmente en lo que fuera. Lo peor que podía hacer ahora era echarse a la pena y pensar en lo que pudo ser.

—¿Sigues interesada en la investigación?

—Sí, diría que sí. Tengo un título en Ingeniería Química. Aún recuerdo un poco de lo que aprendí en Oxford por si le interesa —respondió a modo de broma, aunque, a juzgar por la mirada intensa del profesor, algo le decía que se traía algo entre manos—. ¿Tiene algo en mente, profesor?

Snape sonrió de lado y se cruzó de brazos— De hecho, sí. Hace poco trabaje con un colega, el Dr. Hadwing, no sé si lo ubicas.

—Leí que hace poco había presentado una tesis extraordinaria financiada por el Museo de Ciencias Naturales. Fue brillante. No sabía que usted trabajó con él.

Aunque no lo pareciera, a Snape no le molestó que su alumna estrella ignorara por completo su participación en la última gran investigación de su colega, el único —y más popular que él— Dr. Hadwing. La mitad de la respetable comunidad científica lo ignoraba, ¿cómo se le ocurría pretender que una ingeniera que se había dedicado la mayor parte de su vida profesional a hacer coreografías para la televisión lo supiera? Penny estaba tan alejada del mundo académico como él del mundo del baile de salón profesional.

Sin embargo, conocía la gran capacidad del cerebro de su ex alumna. Sabía que, con algo de estudio y esfuerzo, podría retomar muy bien aquellos trabajos de investigación que había dejado a medio completar desde sus días en la universidad.

Solo necesitaba el estímulo correcto.

—El Dr. Hadwing me ofreció trabajar con él una vez más para un proyecto de investigación financiado por la Facultad de Ciencias de Oxford. El tema es interesante y me encantaría participar, pero he tenido mucho trabajo acumulado estos meses por lo que sería imposible para mí ajustarme a ellos —explicó de manera pausada.

La verdad era que, aunque le pagaran, ya no quería trabajar en más proyectos que jamás le otorgaría el reconocimiento que se merecía. Le agradaba el Dr. Hadwing, pero por más que tuvieran una buena dinámica trabajando juntos, no quería repetir una vez más la experiencia de la humillación pública.

Los postulados científicos y las defensas de tesis serían cosa del pasado a partir de ahora, al menos, hasta nuevo aviso.

—Tal vez tú quieras reemplazarme —sugirió posando aquellos penetrantes ojos negros sobre los celestes claros de ella—. Digo, por si te interesa.

La propuesta sonaba tentadora o, al menos, lo era para Penny Haywood. Hermione, en cambio, no tenía ni idea de lo que estaban hablando. ¿Quién demonios era el Dr. Hadwing? Jamás había oído hablar de él, pero no la culpen, eso tenía una explicación. Hermione Granger era un cero a la izquierda en cuanto a temas relacionados a investigación científica se trataba. Había sido un genio durante sus años escolares, pero ya habían pasado seis años desde la última vez que había tocado un libro de química o resuelto un problema complejo de matemáticas. Ya ni siquiera recordaba cómo sumar fracciones mixtas sin demorarse más de diez minutos en el intento.

Lo único que su mente almacenaba por ahora eran coreografías baile, biografías de bailarines famosos y sus deudas con su casero.

—Sería maravilloso, profesor —suspiró la rubia—, pero llevo años fuera del medio. ¿Está seguro que me aceptarían? No creo que el equipo del Sr. Hadwing quiera trabajar con una novata.

—No te preocupes por ello, Hadwing me debe un favor —le debía más que un favor. Después de la mala jugada con el artículo en el New Scientist, su colega científico necesitaría más que una simple disculpa para compensar todo el "daño" causado—. Irás muy bien recomendada de mi parte. Además, si mal no recuerdo, tu tesis abarcó justo el tema en el que están interesados.

Penny asintió con la cabeza.

Agradecía la ayuda del profesor Snape. Incluso si ya habían pasado casi 10 años desde la última vez que se habían visto en persona, ahí estaba su viejo profesor de Química, listo para atenderle una mano amiga e introducirla una vez más dentro de aquel exclusivo circulo académico en el cual no habría logrado ingresar por su propia cuenta ni en un millón de años.

—Para mí sería un honor, profesor. Lo voy a pensar y me comunicaré con usted. Muchas gracias por la oferta.

—Piénsalo y me avisas. Tienes mi número.

Un par de golpes en la puerta del camerino privado de Miss Haywood llamó la atención de los tres presentes. Una asistente mujer con un auricular en su oído derecho y un portapapeles bajo el brazo asomó la cabeza avisando en voz alta a la bailarina rubia que tenía quince minutos antes de que fueran a buscarla para llevarla a la gala de clausura del Festival. Penny Haywood agradeció el aviso y la coordinadora desapareció tan rápido como había llegado.

—Supongo que aquí es donde nos despedimos —anunció el maestro cuando se quedaron solos.

—Parece que sí. ¡Oh, profesor! Ha sido un verdadero placer volver a verlo después de tanto tiempo —la bailarina se levantó de su asiento y extendió sus brazos hacia el pelinegro para darle un fuerte abrazo que Snape no dudó en corresponder—. Muchas gracias por venir a apoyarme a mí y a Graham. Ha sido todo un regalo.

—El honor ha sido mío. Estoy orgulloso de ti, Haywood. Mírate, te has convertido en toda una señorita —contestó complacido—. Sigue así, ¿de acuerdo? No te pierdas y arriba ese ánimo.

—Lo mismo para usted, profesor. No se desaparezca y ensaye mucho, por favor. Voy a ir a verlo a su presentación en el Syllabus de Escuelas de Londres, iré a ver a todos los miembros de la escuela de la profesora McGonagall —comentó risueña sujetándolo por ambos brazos—. Voy a presumirle a todos mis amigos sobre usted así que hágame sentir muy orgullosa —Snape solo cerró los ojos y negó la cabeza con suavidad. Luego de eso, la rubia se giró en dirección a la silenciosa castaña que seguía de pie inmóvil junto al espejo del tocador—. Ven aquí. Ha sido todo un placer conocerte, Hermione.

La tímida castaña avanzó con cuidado antes de verse atrapada entre los brazos de su colega bailarina.

—El placer fue mío, Penny. En serio, no tienes idea de lo feliz que me hace conocerte. Eres una persona maravillosa, mucho más de lo que habría imaginado. Te admiro mucho, he seguido tu carrera desde casi el inicio así que este encuentro significó mucho para mí —respondió cerrando los ojos, temblando por culpa de la emoción contenida que le producía abrazar a su ídola—. Espero seguir viéndote en la tele.

—¡Ja! Ya veremos, yo también espero eso —rio separándose ligeramente—. Y yo espero verte pronto otra vez en las pistas de baile, ¿sí, linda? Prométeme que no te vas a rendir y no olvides nunca lo que hablamos. Eres una mujer muy fuerte y hermosa que algún día volverá a hacer pronto una estrella —Hermione asintió con vehemencia, complaciendo a la rubia quien tenía que mirar hacia arriba por momentos para no soltar un par de lágrimas—. Eres una gran chica y una prodigiosa bailarina. Sé que llegarás muy lejos. Espero pronto podamos compartir escenario algún día. Sería fantástico.

—¡Sería un sueño!

—Y prométeme una cosa más.

—¿Qué? —preguntó intrigada, sujetando con fuerza las delicadas manos de la mayor.

—Que vas a cuidar muy bien del profesor Snape —añadió mirando de reojo al mencionado, poniendo esa mirada pícara propia de una persona que sabe un secreto que otras personas ignoran—. Puede ser un poco terco y malhumorado muchas veces, pero es un buen hombre. Aunque no lo parezca, tiene un gran corazón. Solo tenle paciencia… mucha paciencia.

Snape se llevó una mano a la frente y masajeó sus sienes, tratando de ignorar las inoportunas palabras de su alumna. Hermione, por su parte, solo rio nerviosamente mientras se ponía colorada. No pensó que la rubia haría una insinuación como esa, pero no le molestaba. Al contrario, por alguna razón le aliviaba saber que veía con buenos ojos su relación. Muy pocas personas se habían mostrado a favor de esta y tener a alguien tan especial como Penny apoyándolos significa mucho.

—Se nota que lo haces feliz —susurró a su oído cuando la abrazaba por última vez—. Gracias por eso. Cuídamelo mucho, ¿sí?

—Lo haré.

*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*

—¿Qué vamos a cenar? —preguntó Hermione más tarde, cuando caminaban calle abajo por el boulevard afuera de los Winter Gardens— ¿Se te antoja algo en especial?

—Hmmm… no realmente —contestó Snape, sujetando su brazo con fuerza. Los demás transeúntes pasaban junto a ellos, ocupadas en sus propios asuntos. Al estar aún tan cerca del lugar en donde se desarrolló el festival, no eran los únicos vestidos de gala, por lo que no llamaron demasiado la atención como habrían esperado—. ¿Qué hay de ti?

—Hmmm… no lo sé. Ya hemos comido italiana, mediterránea…

Mientras seguían bajando por la calle repleta de brillantes luces amarillas, Hermione logró divisar un camión de comida a mitad del camino. Estacionado junto a un frondoso árbol de hojas rojizas, había un vehículo celeste cuyo enorme cartel de letras amarillas en la parte superior lo hacía resaltar a los ojos de sus espectadores. Sus letreros de letras blancas exhibían el menú a todos los hambrientos comensales que hacía fila a un lado. Las letras que formaban las palabras "FISH & CHIPS" se leían claramente, llamando la atención de la pareja.

—¿Quieres comer grasita? —preguntó riendo, apretando su brazo—. Yo sé que te gusta.

—Siempre sabes cómo hacerme pecar, ¿verdad? —la joven rio, escondiendo juguetona su rostro en el brazo de su pareja. ¿Acaso estaba tratando de hablarle en doble sentido?— Vamos.

La fila era larga, pero no demoró mucho en avanzar; sin embargo, sí los tuvo de pie el tiempo suficiente como para que algún adolescente con celular en mano les tomara una foto pues no era recuente ver a un par de personas vestidas en sus mejores galas esperando su turno en la fila de un food truck. Hermione enarcó una ceja cuando vio a una joven levantar su celular a la altura su cara, disque para tomarse una selfie. El problema radicó en el flash de la cámara delantera del aparato, el cual apareció cuando la joven tomó la foto, poniéndose en evidencia al instante. No le quedó de otra que salir corriendo, uniéndose al resto de sus amigos burlones.

Hermione rogó internamente que esa foto no terminara en Facebook como la última vez. No había sido viral, gracias al cielo, pero sí había creado uno que otro meme memorable para el mes de mayo.

Como el de la novia que se arregla de más.

Mi novio: "Amor, no te arregles mucho, solo iremos a cenar a la esquina".

Yo: "Sí, mi amor"

Also me: "Antes muerta que sencilla"

Y abajo de la descripción, salía la foto de ellos dos en traje de gala dentro de aquel chippy que visitaron durante su escapada de la gala del Bloomsbury, dandole la espalda a la cámara pues se encontraban ocupados pidiendo su cena.

O el meme de Homero.

"¿Por qué tan elegante, Homero?"

"Porque ya no tengo ropa seca, muchacho"

Y salía la plantilla de Homero sentado en su sofá con una edición muy mal photoshopeada de su cabello castaño y su vestido rojo.

O el de la quinceañera.

"Te dije que iba a usar el vestido más de una vez, mamá".

O el del sugar. ¡Cómo olvidar el del sugar!

"Cuando ya te tiraste toda la plata de tu sugar y ahora eres tú a la que le toca invitar".

Sí, ya podía imaginarse la siguiente ola de memes edición octubre-noviembre que rondaría por el feed de su Facebook durante los siguientes días.

"La novia que se arregla de más parte II".

Ya con la comida en mano, caminaron juntos calle abajo hasta salir del boulevard. Habían acordado tomar el camino más largo de regreso al hotel pues querían cenar viendo las luces de la ciudad en todo su esplendor. Ninguno de los dos supo cómo fue que terminaron en una de las calles principales frente a la playa, repleta de luces, música, algunos restaurantes y bares y, obviamente, la enorme Blackpool Tower, la atracción turística más importante de la ciudad costera.

Según Google Maps, se encontraba en ese preciso instante justo encima de la Comedy Carpet, una atracción turística que consistía en un revestimiento colorido sobre el suelo al frente a la Blackpool Tower, exactamente al otro lado de la calle.

Snape pensó que esta "alfombra" de recortes de periódicos y carteles coloridos era como el Paseo de la Fama de Hollywood solo que, en lugar de inmortalizar el nombre de las estrellas del cine y la música, inmortalizaban los chistes, bromas, canciones y algunas frases icónicas de famosos comediantes británicos, dando una probadita del tan peculiar y característico humor inglés a todo turista que se detuviera a leer la exposición.

Luego de comer, de reír, de comer, de reír una vez más y de por poco morir atragantados, la pareja fue a sentarse a una de las bancas al lado de la exposición. El lugar no estaba tan lleno como hubiesen esperado. Aunque había algunas personas paseando por ahí, la mayor parte del tiempo se mantuvo vacío y muy tranquilo. Las olas del mar se escuchaban a lo lejos, la brisa salada les hacía cosquillas en la piel y las luces brillaban con mayor intensidad. Hermione sentía frío entre las piernas y su bonito, pero inútil abrigo no era capaz de brindarle el suficiente calor como dejar de temblar. Para su buena suerte, tenía un encantador profesor de Química que estaba dispuesto a brindarle todo el calor que ella necesitara.

—Este lugar me encanta —susurró Snape, rodeando su espalda con su brazo y atrayéndola a él—. Es tan tranquilo, no hay niños corriendo por ahí ni tráfico ni ruido ni nada. Solo el mar y las luces.

Hermione levantó la cabeza y solo encontró el retrato de su pareja mirando en dirección al mar. Su perfil fuerte y sereno la deslumbró. Por primera vez después de casi ocho meses de haberse conocido, recién se daba cuenta de que Severus Snape podía ser una persona atractiva sin proponérselo. Su nariz ganchuda, vista desde cierto ángulo como lo hacía ella, no se veía tan tosca. Sus labios parecían los de una estatua griega, delgados y fríos como el mármol y su rostro, sin aquel ceño fruncido de siempre, se veía un par de años más jóvenes.

Realmente, era un hombre atractivo.

— A mí también me gusta aquí… Estoy feliz de haber venido —la joven correspondió ese abrazo y rodeó el torso del mayor con sus propios brazos—. Gracias por traerme… Por todo en realidad.

Snape sonrió y besó su frente.

Había mucho que quería decir, pero no encontraba las palabras exactas para expresarlo.

—Sabes, cuando vine aquí por primera vez, recuerdo que Viktor, Nadya y otros chicos con los que hicimos amistad fuimos al puerto —sus recuerdos la transportaron a aquel día de otoño hace tanto tiempo, cuando un colega bailarín, un par de años mayor que ella y Ron, los conducía a ella y a sus nuevos amigos través de aquel puerto. Era de día, por lo que no había muchos puestos abiertos, la verdadera diversión comenzaba en la tarde y duraba hasta altas horas de la noche—. Podríamos ir allá mañana. Me quedé con las ganas de subir a algún juego la última vez.

—Está bien. No me gustan mucho las ferias, pero puedo intentarlo —contestó el mayor no muy seguro del porqué estaba aceptando. Las ferias llenas de niños y mucho ruido no eran lo suyo, pero a Hermione parecía emocionarle la idea y si eso la hacía feliz, él estaría dispuesto a intentarlo.

—¡Ah! Recuerdo que había un museo de Madame Tussauds. Me pregunto si seguirá ahí. ¡Oye! ¡Podríamos ir allá también! —exclamó emocionada— ¿Crees que deberíamos tomar un tour? No hemos visto el resto de la ciudad aún. Supongo que este lugar debe tener más lugares que solo playas —la joven tomó aire, llenando sus pulmones de la brisa marina y suspiró—. No puedo creer que fui tan… ¡tan tonta! como para perderme todo esto. Pasarme esos poquísimos días encerrada dentro de cuatro paredes en lugar de salir a conocer, de estirar las piernas, tomar fotos, pasar tiempo con mis padres —Hermione sonrió antes de estirarse para besar la mejilla de Snape y aferrarse aún más a él—. Gracias por abrirme los ojos, Severus.

—No hay de qué —susurró—. No eres la única que se ha pasado días encerrada haciendo algo que se supone que es "importante" y ha dejado de lado muchas otras cosas que sí lo eran realmente.

Tal vez no él no se pasó años encerrado en un estudio de baile practicando para grandes concursos internacionales, pero sí en un pequeño departamento frente a una computadora, digitalizando toda la información recopilada para redactar una tesis que, probablemente, jamás sería leída por aquellos "jueces" que tanto quería impresionar. Mientras tanto, afuera en el mundo real, tenía una familia que esperaba por ella y a la cual había descuidado. Una madre a la cual le había limitado las visitas una sola vez por semana a pesar de que sabía que ella anhelaba compañía; así como también, una bonita novia —ya prometida— a la que tenía abandonada en casi todo sentido desde que se había embarcado en esta aventura de obtener un mejor trabajo para comprarle la casa que ella se merecía.

A veces se preguntaba si se habían casado por la simple costumbre y no por amor como tanto creían.

—… ¿Crees que sea muy tarde para decirles a mis padres que "lo siento"?

Su voz dudosa alejó a su ex, Valerie, de sus pensamientos. Hermione lo observaba con una expresión de angustia en su bonito rostro. Sus cejas estaban curvadas hacia arriba y sus grandes ojos miel se notaba asustados como si tuviese miedo de su respuesta, como si esperara una dura negativa la cual no podría soportar.

—No —contestó seguro mientras pasaba sus manos por su castaña cabellera—. Nunca es tarde. Por alguna razón que no entiendo aún, los padres son capaces de perdonar toda la mierda que le hemos hecho, incluso si son demasiado dolorosas como para recordarlas —sonrió con tristeza—. Tal vez deberías hablar con ellos. Podrían sorprenderte.

—No lo sé. Ya conociste a mis padres —suspiró algo decepcionada—. Son muy… Eh…

—¿Sobreprotectores? ¿Inoportunos? ¿Imprudentes? ¿Aterradores?

Hermione abrió los ojos y se tensó, alejándose de su lado.

Al instante, Snape supo que había metido la pata.

—Iba a decir "cerrados".

OK. Esto se volvió incómodo.

—¿En serio piensas eso de mis padres?

¿Sería un problema si decía que sí?

—No, no, no, no —agregó de inmediato. Su cerebro trabajaba a mil por nanosegundo para formular una respuesta apropiada que no terminara arruinando su incipiente relación de apenas una semana. Hermione frunció el ceño y enarcó una ceja, para nada convencida de sus palabras—. Lo que sucede es que, bueno, nuestra primera impresión no fue, eh, no fue la mejor… Parecían odiarme. Al menos tu papá no se tomó la molestia de disimular lo mal que yo le caía por invitarte a bailar.

La joven sonrió, sonrojándose— Siempre ha sido algo celoso.

—¡¿ALGO?!

—Está bien, muy celoso —rio.

Desde el día en que Hermione nació, ella se convirtió automáticamente en la niña de los ojos del Sr. Granger. Thomas era un buen esposo y un buen padre. Amaba a aquellas dos mujeres castañas por igual y siempre se preocuparía por darles todo lo que ellas merecieran, pero cuando se trataba de Hermione, su única hija, solía exagerar las cosas un poco… demasiado.

Digamos que el título de "Padre del año" se quedaba corto para describirlo.

El castaño tenía grandes planes para con su niña. Quería darle la mejor educación que su salario de dentista pudiera pagar pues quería que ella fuera alguien en la vida, alguien mucho mejor que él. Quería que fuera más que una simple dentista, quería que fuera autosuficiente, independiente y que jamás —¡jamás!— tuviera que depender de nadie, sobre todo, de un hombre. Siempre se preocupó por darle todo lo que él jamás tuvo. Su niña era su princesa y se merecía todo. No solo la llenó de todas las comodidades que podía darle, también de libros, enseñanzas, tradiciones y valores con los que, esperaba, fuera una mujer de la cual pudiera estar orgulloso. Le había enseñado que, no importara lo que ella quisiera en el futuro, él siempre iba a estar ahí para ella, sujetándola de la mano, asegurándole que jamás la dejaría caer.

Sin embargo, después del accidente, después de su ruptura con Ron y de los millones de comentarios en redes que lastimaron a su princesa, Thomas Granger se cerró en la idea de crear una barrera protectora alrededor de Hermione para que nadie más pudiera hacerle daño. Decidió que lo mejor sería tenerla en casa, así estaría cerca de él, la única persona que podría cuidarla. Mientras más lejos se mantuviera de ese mundo dañino del ballroom, más a salvo estaría.

Le iba a doler, sí, pero lo superaría con el tiempo.

¿Verdad?

Alerta de spoiler, no lo superó.

Solo había conseguido que ella se alejará más y más de su casa, de su familia, de él y de su mujer. Ahora los recuerdos felices de su infancia yacían en el fondo de su mente, olvidados. No recordaba haber pasado tiempo de calidad con su hija desde que ella tenía 14, la edad en la que ella empezó a competir dentro de este mundo de bailes de salón. Hermione había aprendido a ser disciplinada y lo había aprendido tan bien que dejó de lado a sus padres a tal punto que a ellos les daba igual si su hija seguía estudiando en el colegio a tres paradas de autobús de la casa o en un internado en lo más profundo de las Tierras Altas escocesas.

Ella jamás estaba en casa, solo se pasaba el día en ese maldito estudio de danza practicando para la siguiente competencia.

Ahora que todo había acabado, el originario de Cambridge pensó que tal vez podrían recuperar el tiempo perdido y ser una familia otra vez, pero nada de eso fue así. En su dolor, Hermione se había enojado con el mundo y estaba insoportable. Solo quería descargar su rabia en lo primero que tuviera a su alcance y ¿quiénes estaban en primera línea?

Exacto, los Granger.

Mucho antes de que surgiera todo el conflicto con respecto al tema de la universidad, Hermione había dicho y hecho cosas muy hirientes que habían lastimado profundamente los sentimientos de su madre, la Sra. Granger —la persona con la que más tiempo compartía en casa— y, por ende, los del Sr. Granger. No lo hizo con mala intención, por supuesto que no, pero estaba tan enojada y frustrada que no se daba cuenta del daño que sus acciones producían hasta que este ya estaba hecho.

No le sorprendía que ya no la quisieran apoyar, ella había sido demasiado ingrata con ellos.

Hermione sentía que, después de todo lo ocurrido, solo había logrado defraudarlos y no se sentía en la capacidad de regresar a Cambridge con la cola entre las patas para pedir perdón.

—Creo que deberías ir algún día —intervino el profesor sacándola de sus pensamientos. La fría brisa marina golpeteó su rostro haciéndola temblar—. No tiene que ser ahora, puedes tomarte todo el tiempo que necesites, pero eventualmente tendrás que enfrentarlos. No puedes huir siempre de tus problemas, Hermione. Necesitas pedirles perdón y perdonarlos, así como hiciste con el Sr. Weasley. Son tus padres y es claro que te quieren. Solo tienen… una forma de pensar muy diferente a la tuya.

Hermione asintió en silencio.

—Hermione, yo… Yo no sé qué ha pasado entre ustedes y creo que tampoco me corresponde saberlo. Son conflictos de familia, pero por mucho que yo te quiera, no me voy a meter en eso. Son asuntos privados que solo les conciernen a ti y a tus padres —Hermione volvió a asentir, agachando la cabeza para esconderla en el pecho de su pareja—. Tienes que ir en son de paz, sentarte con tus padres y hablar con ellos de forma clara, decirles lo que sientes, lo que piensas y lo que quieres, tal y como me lo dices a mí. Luego, tienes que escucharlos a ellos. Te darán sus razones para haber tomado esa posición respecto a ti y me parece correcto que los escuches y trates de entenderlos —su mano grande se posó en su hombro y acarició sus brazos fríos de arriba abajo para calentarla—. Recuerda que no fuiste solo tú la que sufrió. Tus padres debieron pasar por mucho también y, de seguro, no fue fácil.

Hermione volvió a asentir.

Era muy consciente de todo lo que sus pobres padres habían padecido por culpa de ella.

Sobre todo, su mamá.

Ella fue la que estuvo con ella sujetando su mano durante todos esos meses en los que estuvo postrada en cama. Ella fue quien la ayudaba a bañarse, la que la ayudaba a ir al baño, la que la llevaba a las terapias, la que la ayudaba a vestirse y la que le hacía compañía por el resto de los días. Sin ella, Hermione probablemente jamás habría logrado caminar otra vez, tal vez ni siquiera habría logrado levantarse de la cama.

—Necesito tiempo… Aún no sé qué les voy a decir.

—Nadie te está apurando, pero prométeme que vas a hacerlo, ¿ok?

—Ok.

—Esta es una batalla que debes enfrentar sola, Hermione —Severus Snape inclinó su cabeza y usó su mano izquierda para levantar el rostro de su pequeña bailarina y obligarla a buscar sus oscuros ojos. Se miraron el uno al otro y Snape le sonrió—, pero nunca olvides que voy a estar detrás de ti y te voy a estar apoyando en todo momento.

Los ojos miel de la joven brillaron bajo la intensa luz amarilla del alumbrado eléctrico, dándoles una apariencia más clara, como si fuesen ojos del color de aquel whisky que tanto tomaba. El corazón de Hermione se conmovió con aquellas palabras. Una corriente eléctrica recorrió su cuerpo, intensificándose justo en su cintura, la zona en la cual Snape apoyaba su otra mano. La hacía sentir adormecida y tan solo se dejaba sujetar pues ya no tenía fuerzas para resistirse. Sus labios carnosos temblaron al estar tan cerca del rostro del mayor. Sus mejillas eran de intenso color carmín tanto por la carga de sus emociones como por el frío de lugar.

—Eres tan lindo, Severus —susurró antes de terminar el espacio que los separaba, estampando sus labios cálidos contra los delgados de él—. En serio.

—Lo sé —contestó con ese aire presumido que la hacía reír, arrugando su gran nariz contra la de ella.

—Eres hermoso y muy bueno conmigo —Hermione volvió a besarlo, siendo correspondida esta vez. Su beso fue tierno y cálido. No duró mucho, pero estuvo lleno de afecto—. Te quiero tanto, Severus.

Snape acomodó su cabello detrás de su oreja antes de inclinarse y darle otro beso.

—Y yo a ti. Te quiero mucho, Hermione.

Hermione sonrió, mostrándole aquel par de incisivos grandes que tanto adoraba. Rodeó su cuello con ambos brazos y cerró los ojos para volver a besarlo en la boca repetidas veces. Snape subió sus manos por su espalda, acercándola a él. Sus besos eran dulces, muy tiernos y suaves. Eran esos besos pequeños que se repetían una y otra vez, arrancándole una sonrisa por cada uno. Nunca había sido fan de las demostraciones de afecto en público, sobre todo, si se trataba de besos. Él odiaba ver a parejas de adolescentes besándose bajo los árboles o dentro del vagón el metro. Sin embargo, ahora él estaba haciendo exactamente eso mismo que tanto criticaba.

Y no se avergonzaba por ello.

Se sentía como un adolescente hormonado que se había escapado de su casa solo para ver a su novia. Estaba tan estúpidamente enamorado de la mujer que estaba entre sus brazos que no le importaba encontrarse en un lugar público, ni que hubiese gente por ahí mirándolos con recelo. Él solo quería corresponder esos besos juguetones y jugar con su cabello tal y como ella hacía con él. No le importaba que Hermione tuviera cientos de problemas existenciales, no le importaba que fuesen la pareja más dispareja que alguna vez había visto, no le importaba que él mismo tuviera tantas dudas dentro de su ser con respecto a esta relación. ¡Ya ni siquiera le importaba el tema de la edad!

Solo quería amar libremente e iba a hacerlo.

Estaba decidido a hacerlo.

—Oye —susurró la castaña contra sus labios. Snape tenía la frente apoyada contra la de ella y su respiración caliente le hacía cosquillas a la sensible piel de su rostro—. ¿Me acompañas a un lugar? Quiero hacer algo.

Snape se apartó y enarcó una ceja, como preguntando silenciosamente qué era eso que quería hacer. Una chispa pícara brilló dentro de sus ojos negros, una señal de peligro que Hermione supo detectar.

—No pienses mal —río poniéndose en pie—. Necesito hacer algo.

—Ah, ¿sí? —su cuerpo se relajó bajo su mirar. Una sonrisa petulante de lado se dibujó en sus delgados labios— ¿Y qué es?

—Ya verás —contestó mordiéndose el labio inferior, tirando de su brazo para levantarlo—. Vamos.

*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*

—¿Estás segura de esto?

Hermione retuvo el aire dentro de sus pulmones mientras sus ojos miel volvían a releer por enésima vez el contenido del documento gastado que sostenía entre sus manos. ¡Por Dios! Era tan extraño sostener aquel recorte de papel entre sus dedos, sabiendo que, dentro de un par de segundos, ya no iba a existir más. No era que como si se fuera a morir por no volver a leerlo en el futuro. Lo había leído tantas veces que se sabía todas las palabras de memoria. Conocía la ubicación exacta de cada punto, coma, mayúscula e, incluso, se sabía el nombre el autor de aquel texto periodístico.

No obstante, había un valor sentimental muy grande que le impedía soltar el papel.

Era la única prueba que le quedaba de que, alguna vez, ella había tocado el cielo con las manos y se había hecho un lugarcito dentro del mundo de los profesionales del ballroom. No era la gran cosa, era un simple recorte de la revista Dancing Times que no contaba con más de 150 palabras. Ni siquiera era algo actual, había sido escrito de hace más de cinco años. Sin embargo, era importante para ella. Tan importante que tuvo que sacarlo de un viejo álbum de fotos y recortes guardado en el ático de la casa de sus padres antes de irse para siempre. El pobre álbum de recuerdos, al igual que sus zapatos, vestidos y trofeos, se encontraba empolvándose dentro de una caja que nadie quería abrir.

Probablemente, ella era la única persona que aún recordaba la existencia de ese artículo.

—Completamente.

Hermione había llevado a Snape hasta el borde de la playa, justo en el lugar donde la arena se encontraba con el mar. Snape estaba confundido pues no entendía lo que ella quería hacer hasta que la joven sacó de su abrigo un papel cuidadosamente doblado en dos. Parecía de esos que usaban las revistas, brillosos y resbalosos. Hermione lo desdobló temiendo hacer un movimiento brusco y romperlo. Lo sostenía con tal delicadeza que Snape pensó que estaba hecho de cristal templado.

¿Qué eso? —había preguntado.

Esto es un recorte de la revista Dancing Times… Es una revista muy importante para los bailarines y todos aquellos que se dediquen a la danza —explicó al ver el rostro de confusión de su pareja.

La joven se lo entregó y esperó pacientemente a que terminara de leer las 142 palabras que componía el texto del artículo. Snape estiró el papel lejos de él y entrecerró los ojos para leer mejor. Fue un mal momento para haber dejado sus lentes de lectura en el hotel, pensó. Se trataba una nota periodística —si es que podía llamarla así— muy simple y concreta. Alababan el trabajo que venía haciendo Miss Granger y le patrocinaban un brillante futuro al "Cisne de Cambridge".

Fue la primera vez que un medio tan importante como el Dancing Times me reconocía como una bailarina profesional… La primera vez que una autoridad internacional me reconocía de esa forma —susurró más para ella que para Snape. Después de tantos años, seguía sin ser capaz de creer que eso era real—. Fue extraño que me pusieran un apodo, ¿sabes? ¡Nadie le pone un sobrenombre así a una desconocida!

Se llama apelativo —respondió devolviendo el trozo de papel.

Hermione frunció el ceño, deteniendo abruptamente su apasionante discurso—¿Qué?

Eso, el "apodo". Se le dice apelativo —la joven parpadeó un par de veces, incapaz de creer el rumbo al que estaba dirigiéndose esa conversación—. Ya sabes, eh… El cisne de Avon, el Manco de Lepanto, el Caballero de los Mares… Puedo seguir.

Sí, sí, sí. ¡Sí sé lo que es un apelativo! —exclamó de manera atropellada.

En realidad, no. Ya había olvidado como se le decía a eso, pero Snape no tenía por qué saberlo.

En su defensa, había salido del colegio hace mucho tiempo.

La joven se llevó ambas manos a las sienes para masajear la zona. ¿Cómo rayos habían terminado hablando de lenguaje? Se suponía que estaban a mitad de un momento muy importante. Estaba a punto de contar su historia y la interrumpían de esa manera solo para corregirle un mínimo error. Snape se calló al instante, dándose cuenta de su grave error. Parecía que estaba hablándole desde el corazón y él había cortado el momento.

—Perdón… Es la costumbre. Ya sabes, soy profesor… Suelo corregir errores sin darme cuenta.

—Olvídalo —suspiró—. Lo que quiero decir es que me sorprendió que me pusieran un "apelativo" —acentuó aquella última palabra de manera sarcástica solo para que Snape se sintiera más avergonzado de lo que ya se sentía—. Nadie le pone uno a un novato. Se lo dan a personas que han hecho algo importante en el campo. Yo solo había ganado las nacionales, no era nada fuera de otro mundo. Sin embargo, una revista internacional me había otorgado ese nombre. El apodo de Ron se lo había dado el público, pero a mí me lo había dado una autoridad fundadora en este medio. Era como si los mismísimos dioses del Ballroom me hubieran bautizado con ese nombre —exclamó con los ojos miel brillando de la emoción—. De la noche a la mañana, me había convertido en alguien importante y estaba orgullosa de ser el Cisne… ¡Yo era el Cisne!

Su alegría infantil rápidamente se contagió a Snape. El profesor podía identificarse fácilmente con las emociones de su joven amante. Sin embargo, sus ojos miel se apagaron poco a poco. Su mente abandonó aquellas fantasías del pasado y volvían a la abrumadora realidad del presente.

—Sin embargo, el "Cisne" ya no puede volar —musitó agachando la cabeza.

El hombre inclinó la cabeza a un lado y trató de buscar su mirada para animarla— Claro que puede.

—¡Ya lo sé! —masculló entre dientes un tanto desesperada, pisoteando la arena mojada con sus pies descalzos pues ambos tacones yacían dentro de cada uno de los bolsillos del enorme abrigo del profesor—. Lo que quiero decir es que ESE cisne en específico ya no puede volar porque murió en el Empress Salon hace tres años.

—Cuatro.

—¡Cuatro! —chilló sintiendo como su cabeza empezaba a dolerle— ¡Agh! ¡Snape! ¡¿Por qué haces esto tan difícil?! ¡Te estoy diciendo algo muy importante! Se supone que este sería un momento romántico de aprendizaje y sanación y esas tonterías —Snape abrió los ojos, sobresaltado. Hermione se había puesto roja mientras despotricaba palabra tras palabra todo lo que quería decir y él no se lo permitía por tantas interrupciones. Pensó que, si seguía así, terminaría desmayándose por la falta de aire—. Te iba a decir que yo ya no quiero ser ese "cisne". Quiero ser yo, ¡solo yo! Hermione Granger, una bailarina profesional común y corriente que no tiene nada que probarle a nadie. ¡No quiero más etiquetas! —gritó. Su voz se perdió entre el murmullo de las olas del mar—. ¡Pero no me dejas decir nada porque me sigues interrumpiendo! ¡Carajo!

Al terminar, solo tuvo a una irritada Hermione Granger frente a él. Roja como un tomate, jadeante como un gorila a punto de atacar y con un tic nervioso saltándole en el ojo derecho.

Demasiado enojo para un cuerpo tan pequeño, pensó el profesor.

—Lo siento —susurró quedito, dando un paso al costado por pura precaución—. Continua.

—No, ya no quiero nada. Lo arruinaste —respondió cruzándose de brazos, haciendo un puchero.

—Hermione, lo siento, por favor —pidió acercándose para abrazarla, pero ella no lo permitió—. Me estabas diciendo que no querías más etiquetas…—

—No, no, ya fue. Ya no quiero nada. Ya se me cortó la inspiración —respondió frunciendo los labios y dándole la espalda para volver sobre sus pasos y alejarse de la playa—. Vámonos —ordenó.

—Hermione…

—¡No! Ya no quiero nada —la joven siguió caminando dando pisotones, hundiéndose en la arena en cada intento de avanzar. La falda de su vestido se agitaba con fuerza con cada paso y sus piernas se levantaban y hundían torpemente, dándole la apariencia divertida de un potro recién nacido que apenas aprendía a caminar—. Y ven aquí porque tú tienes mis zapatos y no me puedo ir sin ti.

—¡HERMIONE! ¡Hermione! Her…—

Por más que siguió llamándola, la castaña hizo oídos sordos a su voz. Snape se quedó de pie junto al mar, conteniendo la risa que le provocaba ver a su amada intentando avanzar inútilmente por la playa pues lo único que conseguía era hundirse más y más en la arena. Le daba risa verla dar zancadas, haciendo uso de todo su equilibrio para no caerse, pero le daba mucha más risa el verla tan molesta.

Le gustaba ver su bonito rostro completamente rojo como un tomate maduro. Le gustaba ver su nariz fruncida pues le recordaba a la de un gato. Le gustaba como esos labios carnosos se apretaban formando una boca muy pequeñita como de muñeca y, por sobre todas las cosas, le gustaba que cruzara sus brazos sobre su pecho pues, al ser mucho más bajita que él, la hacía lucir adorable.

Demasiado tierna como para infundirle miedo.

—¡¿YA VIENES?! —gritó la joven desde el otro lado de la playa, haciéndolo saltar del susto. Giró la cabeza en dirección a la ciudad solo para encontrarse a Hermione ya de pie y descalza sobre la fría superficie de cemento— ¡TENGO FRÍO!

Snape soltó una risilla mientras negaba con la cabeza.

Adorable.

—¡YA VOY!

*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*

—Hmmm… Me haces cosquillas.

—Shhhh… No quiero alarmar a nuestros vecinos.

—¡Ya! ¡Déjame! —chilló la joven inclinando su cabeza hacia su hombro derecho para bloquearle el acceso a su cuello al hombre mayor que se encontraba detrás de ella, rodeándola con sus brazos por su cintura, apoyando su peso sobre su pequeño y esbelto cuerpo— Sr. Snape, no puedo abrir la puerta si usted sigue besándome ahí.

—Permíteme, por favor.

Snape tomó la tarjeta imantada de las pequeñas manos de la joven y con dos sencillos movimientos, desbloqueó la puerta de su suite, permitiendo el paso a la cansada, pero juguetona pareja.

El enojo no le había durado mucho a la joven Granger. A pesar de que Snape se pasó persiguiéndola la mayor parte del camino, solo le bastó pedir disculpas un par de veces y besar por aquí y por allá para que Hermione cayera rendida a sus pies. Snape la hacía reír y Hermione hacía titánicos esfuerzos para aguantarse la risa y seguir con aquel teatro de la novia resentida. Actuaron como una pareja de jóvenes adolescentes el resto del camino: Snape avanzando detrás de ella la mayor parte del tiempo, abrazado a su pequeño cuerpo y apoyando su barbilla sobre la cabeza de la castaña quien mantenía a Snape cerca al entrelazar sus dedos con los de él.

¡Incluso empezaron a hablar como esas tontas parejas melosas que veía por las calles!

—"¿Sigues molesta?"

—"Hmmm… Un poquito".

—"Ya no estés molesta".

—"Hmmm… No".

Necesitaré medicina contra la diabetes después de haber escrito eso.

La temperatura a su alrededor cambió en cuanto atravesaron las elegantes puertas de cristal del hotel. Lo que era una temperatura típica de una noche de otoño de una ciudad costera frente al mar de Irlanda se convirtió al instante en el agradable calorcito generado por calefacción de la solitaria recepción del Heir. Tomados de la mano, continuaron su camino hasta el elevador en donde aguardaron pacientemente a que llegara vacío.

Los trabajadores del hotel los observaron de manera extraña al pasar por el vestíbulo. Snape no entendía el porqué. Por acuerdo mutuo, ambos dejaron a un lado su meloso comportamiento y actuaron con total normal frente a ellos. Si no fuera porque el ascensor estaba estratégicamente ubicado lejos de la recepción, probablemente habrían tenido que aguantar todas las indiscretas miradas hasta que el elevador llegara a por ellos.

¿Qué mosca les habría picado?, pensó el maestro.

Al entrar dentro de la suite, Hermione tuvo que darse la vuelta pues Snape ya estaba otra vez detrás de ella, inclinándose para besar la parte trasera de su cuello, haciéndola estremecer. La castaña puso ambas manos sobre el pecho del pelinegro para detenerlo y se inclinó hacia atrás, doblando su espalda ligeramente. El profesor enarcó una ceja y sonrió de lado. ¿Por qué lo detenía?

—Hoy estamos muy cariñosos, ¿verdad? —bromeó ella.

—Un poco… Tal vez.

La castaña se mordió el labio inferior y le lanzó una mirada coqueta antes de pararse de puntillas para besar sus labios una vez más.

—Voy a ir a lavarme los pies. Los tengo llenos de arena —la joven caminó rumbo a su habitación y deslizó la puerta, quedándose apoyada en el marco—. ¿Me quieres acompañar?

No fue necesario insistir. En un abrir y cerrar de ojos, Snape se encontraba sentado en la esquina inferior derecha de la bañera de la habitación de Hermione mientras que esta se encontraba sentada al otro lado, en la esquina superior izquierda, con ambos pies hundidos dentro del agua tibia de la tina a medio llenar. Sus dedos rojizos jugaban bajo el agua, distorsionando su imagen para que Snape no pudiera ver las marcas de sus lesiones.

La arena restante se almacenaba en el fondo de la bañera.

—Fue un buen día, ¿verdad? —susurró ella inclinándose sobre sí misma para pasar una mano por sus piernas. Su mano libre sujetaba el largo de su falda de su vestido, procurando que no se mojara.

—Lo fue.

—Me divertí mucho.

—Yo también —el hombre se acomodó sobre su improvisado asiento, apoyándose con una mano con sumo cuidado. La verdad es que el lugar lo incomoda mucho, pero podía aguantar un rato más. Ahora que se había quitado el chaleco y el frac, al menos tenía más libertad de movimientos para mantenerse en equilibrio y no caer dentro de la tina—. Me alegra que Haywood se haya tomado bien el resultado. No voy a negar que me decepciona un poco que no ganara, pero me tranquiliza saber que ella se lo ha tomado como toda una profesional… Ha dado lo mejor de sí misma y me siento orgulloso por eso.

—¡Sí! Lo hizo increíble —continuó acomodándose sobre sí misma y apoyando su espalda contra la pared—. Ella y Graham son increíbles. Me comentado que ha pensado en viajar a Estados Unidos para probar suerte. La han invitado a un Open profesional-amateur en Florida.

—¿Es diferente a los que ya ha ido antes?

—Un poco… Digamos que los estadounidenses les gusta… diferenciarse de nosotros —comentó salpicando sobre el agua, casi mojando a Snape en el intento—. Tienen más bailes, algunas categorías extras y otras reglas. Les dan más libertad para hacer ciertos movimientos en ciertos bailes.

—Ya veo.

—Es una chica muy linda. ¡Fue tan amable conmigo! —comentó alegre.

—Me alegra que se lleven tan bien. Haywood es una persona importante para mí.

Hermione levantó la mirada y sonrió con picardía, entrecerrando los ojos

—Ya me di cuenta, Sr. Snape. Solo espero que Miss Haywood no me quite mi lugar como tu bailarina favorita —añadió levantando las cejas. Snape soltó un suspiro y sonrió de lado negando con la cabeza—. Odiaría tener que competir contra ella. Sería una victoria muy simple.

El hombre negó divertido— ¿Y qué te hace creer que eres mi bailarina favorita?

—Me ofende, Sr. Snape —respondió, llevándose la mano izquierda al corazón y fingiendo indignación—. Me ha dicho tantas palabras tan bonitas y ¿ahora me dice que no soy su bailarina favorita? Está jugando con mis sentimientos de una forma muy cruel.

Snape rio, esquivando unas gotas de agua que los pies rojizos de la bailarina salpicaron.

—Sabes, Granger, quédate tranquila que no tendrás que competir contra Haywood —contestó serio, arremangándose las mangas blancas de su camisa y doblándolas hasta por encima de los codos.

—Qué alivio —rio la joven.

—Pero sí de McGonagall —añadió sin mirarla, haciéndola abrir la boca completamente indignada—. Es una increíble maestra y una prodigiosa bailarina. Me atrevería a decir que es, hasta ahora, mi favorita de todas las bailarinas que he visto.

Hermione chapoteo con fuerza sobre la superficie de la bañera, usando sus pies para lanzarle una buena cantidad de agua que terminó por mojar parte de su camisa y pantalón, exactamente sobre la zona del abdomen. El hombre dio un salto, poniéndose en pie mientras que la risa burlona de la castaña hacía eco dentro de las paredes de loseta del baño.

Oh, pero esto no se iba a quedar así. Si quería jugar, ellos iban a jugar.

—Severus... Severus... Espera. ¡No! ¡No!

—Vamos, Granger, es solo un poco de agua.

—¡No! No, no, no, no, ¡no!

Sin importarle mojarse por completo, Snape tomó a la castaña de su pierna derecha y tiró de esta para hacerla caer dentro de la tina. Hermione resbaló al instante, deslizándose hasta el fondo de la bañera, mojando toda la falda de su vestido y rebalsando gran parte del contenido de la bañera.

—¡Severus! —chilló usando sus manos para salpicarle toda el agua que pudiera.

Snape correspondió su ataque.

Al final, ambos terminaron envueltos en una batalla semiacuática que finalizaría con la mayor parte del piso del baño mojada por el agua rebalsada de la tina y manchada por las sucias pisadas de los zapatos de Snape. A todo eso, debíamos sumarle la descontrolada y bulliciosa risa de Miss Granger resonando por toda la suite. Snape rogó internamente que los otros huéspedes del piso 17 no fueran capaces de escucharla.

Tal vez deberían llamar a limpieza mañana. Habían dejado el baño completamente asqueroso.

Cuando acabaron de jugar, Hermione estaba empapada de la cintura para abajo y Snape sentía algo de frío en el estómago debido a la humedad de su camisa. Podía dar por arruinados sus elegantes zapatos, estos necesitarían secarse al exterior toda la noche si quería volver a usarlos.

Como todo un caballero, el profesor ayudó a su pareja a salir de la tina y la sostuvo con sumo cuidado entre sus brazos para evitar que resbalara. Ambos estaban muy cerca —peligrosamente cerca—. Hermione era capaz de percibir la respiración de Snape, su aliento cálido golpeaba la piel de su rostro. Las manos de la bailarina subieron por su espalda, quedándose estancadas sobre ambos omóplatos, aferrándose a él. Sus miradas se conectaron y, por un instante, no existió nada más que ellos dos mirándose el uno al otro.

Dos pares de ojos que transmitían calidez y amor.

—Severus.

—¿Si?

—Yo...

Quería decirlo. ¡Se moría por decirlo! Solo eran dos palabras, tres sílabas. Podía hacerlo, ¡podía hacerlo! En serio amaba a ese hombre que la sostenía como si fuese lo más delicado del mundo. Lo amaba con todo el corazón. Ella ya sabía que sus sentimientos eran correspondidos, no había ningún riesgo de que sus palabras cayeran en saco roto. Tenía que decírselo. Podía hacerlo, ¡podía hacerlo!

—... te quiero.

Tal vez no podía hacerlo.

La pequeña Hermione que vivía dentro de su cabeza gritó, pataleo y luego se dejó caer derrotada no sin antes recordarle lo tonta que era.

—Y yo a ti.

Snape acunó sus mejillas rosadas en sus manos, obligándola a levantar la mirada. Sus ojos negros, usualmente fríos, la observaban con infinita ternura, examinando cada rincón de su alma a través de ellos. Notaba devoción en su mirar, una infinita devoción hacia su persona, como si todavía no fuese capaz de creer que estaban ahí, solo los dos, compartiendo aquel momento tan especial en la completa privacidad de su suite.

Hermione asentó ambos pies sobre el suelo mojado, asegurándose de que sus duros metatarsos fuesen capaces de aguantar su peso. Sus brazos subieron hasta rodear el cuello del mayor y, finalmente, se estiró todo lo que pudo para acabar con aquella distancia que los separaba. Sus labios carnosos se posaron tímidos sobre los de él, arrancándole un suave suspiro. Snape deslizó sus manos hacia su cintura y la atrajo más a él, incrementando la intensidad de su beso.

De pronto, lo que comenzó como un beso tímido formado por simples caricias terminó convirtiéndose en una escena erótica que solo podría cobrar vida en las fantasías sexuales más oscuras del pelinegro.

Snape sostenía los carnosos muslos de la joven con ambas manos, manteniéndola suspendida en el aire mientras que sus contorneadas piernas rodeaban sus caderas. Los delgados brazos de Hermione rodeaban su cuello y sus labios besaban los suyos con fiereza. En varias oportunidades, tuvieron que separarse para poder recuperar el aliento, Hermione era muy demandante y Snape estaba muy ansioso. La joven lamió juguetona el labio inferior de su amante, pidiendo permiso para entrar en su boca, cosa que él aceptó gustoso. El pelinegro tuvo que hacer uso de toda su fuerza y equilibrio para acomodar a la castaña sobre él pues, al no estar acostumbrado a cargar peso, era casi imposible que no se inclinaran hacia adelante, corriendo el inminente riesgo de caer dentro de la bañera medio vacía.

Hermione reprimió un gemido en el fondo de su garganta cuando sintió la hombría de su pareja golpear contra su entrepierna. Snape se encontraba tan concentrado marcando su cuello con sus besos que ni siquiera se daba cuenta de que su pelvis estaba empujando fuertemente contra ella, marcando aquel ritmo salvaje y casi primitivo de los placeres carnales del ser humano.

Se sentía firme entre sus piernas.

—Eres tan hermosa, Granger —lo escuchó susurrar mientras apretaba más su cintura con sus manos, haciéndola chillar—. Me encantas… No tienes idea de cuánto me encantas.

—Severus… —jadeó contra su oído, frotando su entrepierna contra la de él, uniéndosele en aquel rítmico baile pélvico—, por favor… Por favor.

—Por favor, ¿qué? —preguntó sonriendo con descaro, haciendo uso de aquella voz susurrante que tanto adoraba—. Debe hablar claro, Miss Granger. No logro entenderla y yo no sé leer mentes.

La joven soltó una risita y apoyó su frente contra la suya—. Quiero que me hagas tuya, Severus Snape.

—Con mucho gusto —respondió frotando su nariz ganchuda contra la de ella, besando sus carnosos labios de manera esporádica para arrancarle suaves suspiros—. Oh, Hermione… Mi Hermione…

Hermione… Hermione… Hermione… ¡Hermione! ¡HERMIONE!

—Hermione.

La voz clara y potente del profesor la trajo de regreso a la realidad. Se encontraba aún en el baño, de pie junto a la bañera casi vacía y acorralada entre el cuerpo del profesor de Química y la pared. Snape la sujetaba por los hombros y la escudriñaba con la mirada, tratando de captar alguna señal de vida inteligente detrás de sus ojos miel. Hermione parpadeó un par de veces más, despertando por fin de su intensa ensoñación.

¿Todo eso había pasado o solo había sido un producto de su imaginación? ¿En serio se habían besado de esa forma tan apasionante? ¿Había sido real? ¡Se había sentido real! Todavía podía sentir la esencia de los labios de Snape sobre los suyos, pero a juzgar por su evidente expresión de confusión, podía dar por sentado que solo lo había imaginado.

¿Tan urgida estaría que ya estaba empezando a fantasear con ese tipo de cosas?

—¿Estás bien? —preguntó poniendo una respetuosa distancia entre ellos.

—Eh… Sí, sí. Estoy bien.

—Te quedaste en blanco por un momento —comentó divertido— ¿Dónde estabas?

—Yo… eh… —sus mejillas se tiñeron de un intenso color rojo. Tuvo que llevar sus manos hacia estas para calmar un poco el ardor. Estaba demasiado avergonzada—. Perdón.

Snape negó con la cabeza y dejó escapar un suspiro.

—Ya es tarde. Creo que lo mejor sería que nos fuéramos a dormir —anunció apretando su mano—. Te dejaré para que te cambies y descanses —se inclinó para besar su mejilla derecha y se despidió—. Buenas noches.

—Duerme bien —murmuró su interlocutora en voz baja, mirándolo algo decepcionada por aquella sensata decisión.

—Tú también. Qué descanses.

La bailarina dibujó una pequeña sonrisa de lado— Adiós…

Snape giró con gracia sobre sus talones, salió de la recamara de la castaña, cruzó aquella pequeña sala de estar y entró en su habitación, cerrando la puerta tras él. Soltando un suspiro agotado, se apoyó sobre ambas puertas corredizas y cerró los ojos. Todavía podía sentir aquellos carnosos labios rojizos sobre los suyos, esparciendo fugaces besos en repetidas ocasiones a lo largo de toda la velada. Cálidos, húmedos y con un ligero sabor a algo dulce que lo embriagaba. Sus dedos largos se posaron con delicadeza sobre sus propios labios como si intentara retener el recuerdo de aquel dulce contacto.

Una corriente eléctrica recorrió su cuerpo, generando una sensación cálida sobre su pecho, justo encima de su corazón.

Encendió las luces y procedió a quitarse la ropa. Cambió los formales zapatos negros por las pantuflas de cortesía del hotel y se deshizo de aquella pajarita que le cortaba la respiración. Esto de ser elegante tenía sus sacrificios, pero nunca imaginó que tanto. Guardó su frac y chaleco dentro del armario y procedió a quitarse la camisa mojada para dejarla colgada sobre el respaldar de una silla. Con algo de suerte, estaría seca para mañana. Buscó su pijama justo en el lugar donde lo había dejado, encima de su almohada sobre la cama y, luego, entró al baño a secarse la piel fría de su estómago con una toalla antes de alistarse para irse a la cama.

Justo terminaba de cepillarse los dientes cuando escuchó un ruido fuerte y brusco que lo hizo girar asustado, presionando la toalla de mano contra su boca para no manchar su pijama con agua. Snape dejó de lado todo lo que estaba haciendo y asomó la cabeza por la puerta para ver de qué se trataba todo ese alboroto.

Una Hermione Granger sonrojada, despeinada y descalza había abierto las puertas corredizas de par en par y ahora caminaba hacia él a paso firme para llegar a su altura, pararse de puntillas, tomar con ambas manos la tela afelpada de su ropa de dormir y tirar de él para estampar sus carnosos labios contra los suyos una vez más en un beso demandante y posesivo que tomó a Snape por sorpresa.

El profesor ni siquiera tuvo tiempo para formular una pregunta coherente, muchos menos para emitir un ruido o para preocuparse por su aliento fresco sabor a menta. Estaba tan sorprendido por aquella acción que tan solo atinó a cerrar los ojos y dejarse llevar.

Flojito y cooperando, ¿verdad?

En su cabeza, todavía dudaba que todo eso fuese real, pero cuando sintió la pequeña y tímida lengua de Hermione lamiendo su labio inferior para intentar invadir su boca, se dio cuenta que sí era real —y muy real, debía admitir— por lo que se apartó al instante, usando sus manos para empujarla lejos.

—¿Qué...? —jadeó tratando de recuperar el aliento. Sus manos yacían sobre los hombros de la castaña, reteniéndola en ese lugar para que no volviera a lanzarse sobre él— ¿Qué es esto, Hermione? ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué tú...—

—¡Ya no quiero esperar más! —exclamó sonrojada, mirándolo a los ojos— Ya no puedo. Severus, te quiero conmigo. Te necesito… Por favor —tomó sus manos entre las suyas y dio un paso hacia él, quedando al nivel de su pecho—. Yo sé que dijimos que llevaríamos esto con calma, que nos tomaríamos nuestro tiempo para construir una relación sólida y, pues, eventualmente, estaríamos listos para dar el siguiente "gran" paso.

Snape abrió ambos ojos sorprendido. ¡¿El "Gran" Paso?! ¿Se estaba refiriendo a ese "gran paso" o a otro gran paso del cual no se había enterado?

—Pero ya no puedo esperar más, Sev...

¿"Sev"? ¡¿Le había dicho "Sev"?!

Hermione lo hizo colocar sus manos en sus caderas, tocando la delgada tela de los shorts de su pijama, aquellos mismos que la castaña se había negado a usar anoche. Sus femeninas manos subieron lentamente por sus brazos hasta desplazarse a su torso, acariciando toda la extensión de su pecho de manera sensual. El profesor tragó hondo y soltó un fuerte suspiro pues no se había dado cuenta de que estuvo conteniendo la respiración todo ese tiempo.

—Yo te… —tomó aire a través de una gran bocanada. Las palabras otra vez se quedaban atoradas en el fondo de su garganta—. Yo… Yo te deseo a ti.

Sí, se refería a ese "gran" paso.

Hermione maldijo dentro de su cabeza. ¡¿Por qué no podía decir "Te amo" sin que su cerebro se reiniciase en el intento?! ¡¿Por qué, en lugar de decir una cosa, decía otra completamente diferente?! No era que se arrepintiera de sus últimas palabras porque sí, ella lo deseaba y quería estar con Severus Snape ahora mismo. Quería lanzarse a sus brazos, besarlo, decirle que era solo suya y rogarle que le hiciera el amor hasta el amanecer o hasta que ambos quedaran saciados. Lo que ocurriera primero. Pero dejando de lado el sexo y todas las artes amatorias que Snape le había demostrado conocer muy bien en anteriores ocasiones, Hermione se moría por abrirle su corazón y confesarle su amor. Quería decirle que lo amaba con todo su ser y que estos últimos días había sido un completo sueño a su lado.

"Te amo".

"¡TE AMO!".

Dos palabras, tres sílabas. Un sujeto tácito, un pronombre personal y un verbo en tiempo presente. No era tan difícil. ¡Podía decirlo! ¡Maldita sea! ¡Solo dilo, Granger!

Por otro lado, Severus Snape tenía sus propios problemas.

No era que no quisiera acostarse con Hermione. Todo lo contrario. Desde que había probado las dulces mieles de su cuerpo y entrado en la calidez de su feminidad, Severus Snape ya no estaba dispuesto a quedarse encerrado otros seis años dentro de esa tortura llamada "abstinencia". Sin embargo, eso no significaba que quisiera apresurar algo tan hermoso como esta naciente relación con sexo, corriendo el riesgo de arruinarlo todo tal como ocurrió la última vez. Si bien Hermione le estaba demostrando que esta vez iba en serio, que estaba dispuesta a construir una relación con él desde cero y que sus sentimientos eran auténticos, aún tenía miedo de volver a desilusionarse.

Su corazón ya había sido lastimado, pisoteado, apuñalado y maltratado de todas las formas posibles. No soportaría una nueva decepción amorosa. Llámenlo cursi y anticuado, pero para Severus Snape, el sexo era un tema sumamente delicado. Era invitar a una persona ajena a él a su espacio personal y a su intimidad. Era exponerse no solo en cuerpo, sino también en alma. Era permitirle ver todos sus defectos e inseguridades que tenía dentro y que no quería revelar. No podía hacerlo con cualquiera por más que se esforzara. Él no quería solo una sacudida de fin de semana —aunque a veces se le antojara—, él quería una verdadera conexión humana.

Quería algo real que no fuera a desparecer a la mañana siguiente.

¡Por eso había elegido dos camas! ¡Por eso había reservado dos habitaciones separadas! Para precisamente evitar este momento.

Después de todo, ¿qué le garantizaba que esta vez todo iba a ser diferente?

—Her-Hermione... —la boca se le había secado en ese preciso instante. Jamás hubiese esperado esa declaración tan directa por parte de ella, mucho menos ahí y ahora. Esto era tan indecente y escandaloso. Las niñas bien portadas no hacían eso—. Tú, eh, tú me halagas, pero no podemos…—

—¡¿Por qué no?! —reclamó haciendo un puchero, su labio inferior sobresalía de forma tierna. Oh, maldita sea, esa acción solo lograba que cayera rendido a sus pies completamente indefenso. El hecho de que su pijama blanco resaltara las femeninas curvas de sus caderas tampoco ayudaba a decirle que no. Cualquier otro hombre en su sano juicio habría aceptado, ¿por qué él no? ¿Por qué tenía que complicarlo todo como siempre?— Yo te quiero.

—Yo también te quiero —susurró acariciando su cabello suelto—. ¡Maldición! No solo te quiero, Hermione. Yo te amo. Te amo con locura, te amo como hace tiempo no he amado a alguien —la bailarina abrió la boca para retomar sus suplicas, pero Snape la detuvo—. Y es exactamente por eso que no quiero volver a arruinar lo nuestro con sexo —completó la idea antes de que fuera demasiado tarde—. ¿Acaso olvidaste lo que pasó la última vez? Por meternos a la cama, todo se fue a la mierda. ¡Tú y yo dejamos de hablarnos durante semanas! Y no quiero pasar por eso una segunda vez.

Hermione agachó la cabeza para apoyarla contra su pecho, reflexionando seriamente en sus palabras.

Él tenía razón. Cuando se acostaron y todo salió mal, se dejaron de hablar durante varios días.

Una tortura que no pensaba repetir nunca más.

—No habrá una segunda vez —susurró bajito, mirando hacia el suelo—. Te lo prometo —estiró sus pequeñas manos para tomar la derecha del profesor, acariciando el dorso con sus pulgares—. Yo quiero, realmente quiero que esto funcione. Me siento lista para empezar una relación formal contigo —elevó su mano hacia sus labios y besó sus nudillos, apoyando su mejilla sobre su dorso cálido. Snape la observaba con atención, fascinado con cada una de sus acciones. Nunca nadie le había besado las manos como ella solía hacerlo—. Quiero que construyamos algo hermoso juntos y no me importa si es perfecto o no, si es intenso o rutinario. Ni siquiera me importa si dura años o tan solo unos pocos meses. Lo que me importa es que es contigo, lo que me importa es que estamos juntos… solos tú y yo —sus ojos miel se posaron sobre sus orbes negros. Sus bonitas cejas castañas se curvaron hacia arriba, dándole un aire de súplica que conmovió cada fibra de su ser—. Me importas tú, Severus… Siempre me has importado.

Snape acomodó su mano contra la mejilla rosada de Hermione. Acarició su piel suave con su pulgar, observando como la bailarina cerraba los ojos para sentir mejor su tacto. Sus bonitas pestañas rizadas temblaban al igual que sus manos aferradas a su pijama.

Tal vez, estaba frente a esos raros momentos en los que Hermione se abría y era sincera.

—Sé que todavía no lo he dicho en voz alta —continuó al ver que su interlocutor no respondía—. Tú sí lo has hecho, muchas veces. En realidad, lo haces seguido sin darte cuenta y eso me hace sentir culpable porque de verdad me muero por decirte cuando te amo, Severus. Dios sabe que sí... pero… pero sigo sintiéndome algo asustada por todos estos sentimientos —apretó los labios con fuerza uno contra otro hasta formar una delgada línea. El profesor era capaz de ver los engranajes de su cabeza operando a toda velocidad, pensando en qué decir a continuación—. Son nuevos para mí y muy intensos en algunas ocasiones y, en el fondo, muy en el fondo, me da miedo no ser lo suficientemente digna para merecerlos…—

—No digas eso.

—¡Es la verdad! Yo no tengo miedo de abrirte mi corazón. Ha sido tuyo desde antes de que me diera cuenta de lo que siento por ti —comentó con una sonrisa rota—. Entraste a mi vida poniendo orden a todo mi caos y dándome un norte el cual seguir. Prácticamente me has salvado. Has hecho tanto por mí que siento que todo lo que te puedo darte es poco en comparación a todo lo que tú me has dado… Tengo miedo de no ser lo que esperas y que tarde o temprano te des cuenta de la horrible persona que soy realmente… lo imposible que puedo ser a veces… y sé que te terminarás decepcionando de mí.

Snape tomó su mentón entre su índice y su pulgar y la obligó a levantar la cara. Sus ojos miel evitaban a verlo. Hermione tuvo que parpadear varias veces para evitar que las lágrimas escaparan. ¡Carajo! Odiaba tanto ponerse sentimental. Sus ojos siempre le terminaban ardiendo.

—Jamás me decepcionaría de ti, Hermione. No podría porque cada mínima cosa que haces la encuentro fascinante —el hombre se inclinó para depositar un suave beso en sus labios y acariciar su mejilla con su mano libre—. Yo también tengo miedo, ¿sabes? Han pasado tantas cosas en mi vida estos últimos años que siento que todo esto también es nuevo y, al igual que tú, tengo miedo de que algún día se acabe ese efecto mágico del enamoramiento y te des cuenta de que no soy ese héroe que crees que soy.

Por alguna razón, escuchar eso por parte de él la alivió. Saber que su pareja tenía los mismos miedos que ella la hacía sentir menos vulnerable. Era como si de repente inclinaran la balanza hacia su lado, nivelando por fin aquella carga afectiva que, usualmente, Snape solía dar en mayor medida cada vez que se encontraban juntos. Saber que esos miedos e inseguridades eran algo que tanto él como ella debían trabajar le hacía sentir liberada de esa enorme carga.

Besó el dorso de su mano y sonrió tontamente cerrando los ojos.

—Somos un desastre.

—Sí, somos un desastre... Somos patéticos —susurró apoyando su frente contra la de ella. Las puntas de sus narices se tocaban y Snape se concentraba únicamente en la pausada respiración de la joven bailarina castaña—, pero nadie tiene por qué saberlo.

Hermione sonrió aún con los ojos cerrados y rodeó el cuello del mayor con sus brazos, parándose de puntitas para poder estar a una altura decente con respecto a él.

Sentía que su corazón latía a toda velocidad, incluso era capaz de oírlo retumbar dentro de su cabeza. Una corriente de escalofríos recorrió su cuerpo, haciendo temblar sus piernas siempre firmes. Era extraño, ¿saben? Por más tiempo que pasaran juntos, Hermione todavía no se acostumbraba a la idea de perder el control cada vez que se encontraba cerca de Snape. Como bailarina y como alguien que vivía del perfecto control y balance de su cuerpo en cada coreografía que realizaba, perder el control por una "tontería infantil" como la presencia del pelinegro en la habitación era algo frustrante; sin embargo, esta vez no le molestaba.

Le gustaban todas estas nuevas emociones que experimentaba a su lado y esperaba poder quedarse ahí junto a él el resto de su miserable y patética vida, aunque eso significase quedar a su completa merced, mostrarse vulnerable y, por sobre todas las cosas, aceptar todos esos defectos y miedos que le impedían avanzar.

Aceptar que necesitaba ayuda.

Tal vez, sin darse cuenta, Severus Snape la estaba convirtiendo en una mejor persona. La estaba convirtiendo en la mejor versión de ella misma, una versión de la cual podía sentirse orgulloso… O de la cual, esperaba, pudiera estarlo algún día.

Realmente amaba a ese maravilloso hombre.

No quería arruinarlo esta vez.

—¿Severus? —llamó bajito. Su aliento cálido golpeó su rostro sensible.

—¿Sí?

Podía hacerlo... ¡Iba a hacerlo! Iba hacerlo por él.

Hazlo por él.

—... Yo… Yo te amo... Te amo mucho.

Después de decir aquella oración, Hermione se sintió en paz consigo misma.

Sus palabras temblorosas resonaron dentro de los oídos de Snape quien se apartó bruscamente y abrió los ojos sin creer lo que estaba escuchando. ¿Ruralmente lo había dicho? No era otra fantasía producto de su imaginación, ¿verdad? ¡Ella lo había dicho! Había dicho la palabra con A, aquella palabra que llevaba mendigando desde la primera vez que la vio hace casi cuatro años en la estación Southfields a unas seis calles de su casa.

"Yo te amo… Te amo mucho".

Su corazón creció dentro de su pecho, duplicando su tamaño y calentando su interior como si fuese una cálida himenea encendida en un día de invierno. Hermione no tenía idea de cuán feliz acababa de hacer al viejo profesor de Química Después de tantos meses, de cientos de altibajos, de un sinfín de crisis existenciales y muchas heridas ya curadas, finalmente sus sentimientos eran correspondidos por nada más y nada menos que aquella muchachita castaña que había idealizado durante años mientras se sentaba en el café bajo la ventana del estudio de McGonagall, al otro lado de la calle.

¡Santa ciencia!

Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que una mujer le había dicho "te amo" en voz alta.

Se sentía dichoso.

Muy dichoso.

—Y yo a ti, Hermione… Te he amado incluso antes de habernos conocido —susurró acortando aquel espacio que los separaba, inclinando su cabeza sobre los bonitos labios de la castaña.

La bailarina dejó escapar un sonoro gemido cuando los labios delgados de su pareja empezaron a danzar sobre los de ella, arrancándole sensuales suspiros con cada uno de sus demandantes roces. El mayor había posado ambas manos en la curvatura de su cintura, sus dedos largos lograban tocar su cadera y la zona en la cual la espalda cambiaba de nombre. Consciente de la situación, la castaña elevó sus brazos para rodear el cuello del mayor y, tal y como había ocurrido en sus más profundas fantasías, dobló sus rodillas para tomar impulso y saltar hacia él, rodeando sus caderas con sus contorneadas piernas, obligándolo no solo a sostenerla, sino que además a intensificar el beso.

—Te amo —susurró contra sus labios, aprovechando esos escasos segundos separados para recuperar el aliento. Podría tener buena resistencia física por tantos años haciendo deporte, pero eso no quería decir que no necesitara del oxígeno como cualquier persona normal—. Te amo… te amo… te amo.

—Y yo a ti, Granger —jadeó, tomando aire para reanudar su sesión de besos con la misma intensidad—. Te amo… Te amo, te amo.

Casi por instinto, las piernas del mayor avanzaron a paso lento hacia la cama. Cuando sintió el colchón chocar contra sus rodillas, se inclinó hacia adelante para depositar a Hermione sobre el perfecto edredón oscuro que cubría la cómoda superficie. Snape subió sobre ella, colocando sus rodillas entre sus piernas abiertas y sus manos sobre el colchón, acorralando a la indefensa muchacha bajo él. Sus labios delgados besaban con pasión los de su joven amante y sentía que la cabeza la daba vueltas debido a la enorme ola de emociones encontradas que cubría su razón. Su mente, usualmente despierta y sagaz, solo se concentraba en una cosa: la agitada respiración de Hermione Granger.

Las bonitas manos de la castaña se deslizaron por su ancha espalda, bajando con lentitud por sus caderas hasta tocar su trasero el cual empujó ligeramente contra su propia entrepierna, como si intentara acercarlo más a su centro. Severus Snape abrió los ojos sorprendido cuando sintió su pequeña mano apretar de más sobre aquella zona. Aquella repentina acción lo había sacado de sí pues no se lo había esperado para nada. Nunca nadie le había tocado el trasero, mucho menos, apretado.

Se sintió raro.

—¿Qué pasa? —jadeó la joven pasando a besar su mandíbula, bajando por su cuello— ¿Sev?

—Tranquila, no pasa nada —susurró restándole importancia y volviendo a sus asuntos. Había una bailarina de ballroom muy ansiosa debajo de él y tenía que encargarse de ella. Su entrepierna empezó a frotarse contra la de él, buscando alivio y fue ahí cuando Severus Snape se dio cuenta de que, por más que quisieran hacerlo esa noche, no iban a poder. Había algo llamado "responsabilidad" y, como el adulto en la relación, era su deber ser responsable—. De hecho, sí. Detente.

—Pero…—

—Hermione.

Al escuchar esa voz potente que lo caracterizaba, Hermione supo que debía parar. Snape se sentó sobre la cama, poniendo ambos pies sobre el suelo y la joven hizo exactamente lo mismo, juntando sus piernas y agachando la cabeza como si estuviera esperando un regaño por la travesura cometida. Sus dedos se movían nerviosos, poniendo en evidencia su nerviosismo. Snape posó su mano derecha sobre las suyas intentando calmarla.

Ella no había hecho nada malo.

El problema era él.

—¿Hice algo malo? —preguntó con miedo.

—No, no. Tú estuviste perfecta —se apresuró a decir—. El problema soy yo —Hermione frunció el ceño y abrió la boca para replicar, pero Snape la interrumpió antes de que empezaran con una escena dramática innecesaria—. No traje condones.

La castaña parpadeó un par de veces mirando fijamente en su dirección antes de que una risilla nerviosa escapara de su boca hasta convertirse en una contagiosa carcajada que resonó en el silencio de su habitación. Snape sonrió de lado sin saber exactamente qué hacer y negó con la cabeza.

—¡¿Es en serio?! —exclamó calmándose— Ay, por un momento pensé que había hecho algo mal o que te había incomodado.

—No, nada de eso… Es solo que me acabo de dar cuenta de que no tengo ni un solo preservativo a la mano y eso es un gran problema —confesó sentándose derecho, sintiendo como la sangre viajaba a sus orejas de lo avergonzado que estaba—. En mi defensa, no se suponía que los íbamos a utilizar en este viaje… Mi plan no incluía tener sexo.

—Pues, me parece un plan incompleto —bromeó abrazando su cintura y apoyando su cabeza sobre su hombro—. ¿Crees que vendan abajo?

Snape frunció el ceño— Esto no es un motel, Hermione.

Ya podía imaginarse la reacción que habría tenido su querida amiga, Narcisa Malfoy, si llegase a enterarse de que su amado hotel, el más grande orgullo de su variado patrimonio, estuvo a punto de ser profanado por él y por Hermione, convirtiéndose en esa forma en no más que un motel lujoso y demasiado costoso para una sola noche. Ya podía ver su rostro arrugado como si oliera algo apestoso y su amenazador ceño fruncido — "la mirada de diablo" — que le atormentaría el resto de su vida.

"¡FUERA! ¡FUERA LOS DOS! ¡PERVERTIDOS! ¡INSOLENTES! ¡LARGO!".

Estaba describiendo un futuro cercano que no quería vivir.

—Rayos —se quejó ella poniéndose en pie, estirándose como un gato frente a él, presumiendo de su figura esbelta la cual se moría por tocar y ya no podía—. Entonces, lo haremos sin protección —sentenció como si aquellas palabras no fuesen peligrosas.

—¡¿QUÉ?! —chilló mientras la observaba indefenso. Hermione subió encima de él, sentándose sobre sus muslos para inclinarse sobre su oído para jugar con el lóbulo de su oreja usando únicamente sus labios, haciéndolo temblar— ¿Qué cosa? ¿Hermione…—

—Shhh… —susurró de manera seductora, poniendo su dedo índice sobre sus finos labios—. Le quitas lo divertido a la vida.

—Hermione, por favor —reclamó usando sus manos para mantenerla quieta, cosa que le fue imposible—. Apenas estamos iniciando. No quiero que nueve meses después estemos compartiendo la cama con alguien más. Ya tengo suficiente soportando a Lamarck.

—Jajajaja… Tranquilo, tonto, estamos cubiertos. Tenemos mi DIU.

Snape frunció el ceño y enarcó una ceja —¿Tu DIU?

—Mi T de cobre —respondió como si fuese lo más obvio del mundo—. He usado este método desde hace unos años. No te preocupes por tus soldaditos —bromeó besando sus labios con descaro, dejando al profesor boquiabierto—. Estamos protegidos.

Sintió alivio al escuchar esas palabras mágicas. Por un momento, temió que su perfecta noche se fuese a arruinar por culpa de una mala planeación y su inoportuno sentido de responsabilidad. El pequeño Snape que yacía dentro de su consciencia saltaba de alegría mientras ordenaba al resto de su cuerpo prepararse para la batalla. Esta noche iba a ser especial y quería dar su mejor desempeño.

—Entonces, ¿qué estás esperando? —respondió aún con sus labios contra los de ella— Ven aquí.

Hermione sonrió coqueta y volvió a besar al hombre sentado en la cama de manera demandante, acomodando ambas piernas sobre su regazo de modo que estaba sentada exactamente encima de su abultada entrepierna. El mayor la tomó de la cintura y sus dedos apretaron por encima de la ropa de dormir, disfrutando de la estrechez de aquella parte de su cuerpo. Mientras correspondía el beso con la misma o incluso mayor fiereza que la castaña, el profesor la atrajo con un rápido movimiento más cerca de él, acomodándola para que sintiera su creciente erección despertar poco a poco.

—Hmmm... Señor Snape —suspiró divertida contra sus labios, sonriendo excitada—. Parece que alguien está contento de verme —empujó su centro y empezó a moverse, trazando tortuosos círculos sobre su miembro atrapado en su pijama—. Hola, viejo amigo.

—Te extrañaba —bromeó sin cortar el beso. Sus manos subieron por la espalda de la joven y acariciaron suavemente por debajo de la camisa del pijama blanco.

Hermione soltó una risilla ante tal comentario— Y yo a él.

Snape rompió el beso por falta de aire, pero lo compensó bajando por su mandíbula, su cuello y sus clavículas, besando sin parar la suave y cálida piel de su joven pareja. La bailarina acariciaba sensualmente el cabello negro de su hombre con una mano y, con la otra, se deslizaba lentamente entre ambos cuerpos, llegando a los primeros botones de su pijama para empezar a desabrocharlos con torpeza, con el único objetivo de despejar el camino que Snape estaba trazando con su boca.

—Permíteme. Yo quiero hacerlo —anunció retirando las manos de su espalda.

Hermione se quedó quieta, aún sentada sobre el regazo de su alumno, y observó pacientemente como los dedos ágiles del profesor iban desabrochando sus botones uno por uno. Era como si estuviera en una carrera contra reloj, el hombre le quitaba los botones a una velocidad extraordinaria. Si no fuera porque se salían de sus ojales con facilidad, Hermione habría jurado que Snape habría sido capaz de arrancarlos de un tirón.

La camisa de la joven se deslizó por sus brazos hasta quedarse atorada en sus codos, revelando aquel par de pechos pequeños de pezones claros y textura suave. Las pupilas negras del profesor se dilataron al verlos. Hermione casi podía verlo relamiéndose los labios, saboreando ya su piel incluso antes de haberla tocado. La muchacha dibujó una sonrisa gatuna en su rostro y lanzó su cabello hacia atrás, dejando que cayera libre como cascada por su espalda, solo para darle una mejor vista de sí misma a su amante.

—Pero qué atrevido, Sr. Snape —Hermione se burló mientras su cabello a un lado cubría parcialmente su rostro. Su piel se erizó debido a la excitación del momento, incluso sus pezones se mostraron erectos ante él—. Hmmm... ¿Te gustan?

—Me encantan —murmuró acercándose seductor, dejando que su cálido aliento le hiciera cosquillas sobre la piel expuesta de su cuello. Su prominente nariz recorrió el largo cuello de bailarina hasta llegar a su mandíbula donde empezó a besar ávidamente—. Todo de ti me encanta.

Juguetona, sacudió ligeramente los hombros, meneando sus pequeños pechos como si fuesen un premio por el cual había esperado décadas.

—Oh, Granger, qué muchachita tan mala —susurró rodeándola con sus brazos y acercando sus labios a su oreja para jugar con su lóbulo mientras seguía musitando susurrantes palabras que lo único que lograban era excitar más a la castaña—. ¿Torturar así a un pobre hombre? Eres cruel... muy cruel.

—Hmmm... Más cruel has sido tú —suspiró mientras sentía como el profesor iba bajando por su cuello, lamiendo y mordisqueando para seguir su camino hacia el sur—. Me dejaste esperando por más toda la mañana y nunca volviste —sus delicadas manos subieron hasta sus negros cabellos, despeinándolos de manera sensual—. Esta es mi pequeña venganza, profesor.

—No sabes cómo me excita cuando me llamas así.

Sus manos grandes viajaron hasta sus pechos los cuales empezó a apretarlos con delicadeza, sin presionar demasiado para no lastimarla. Debía recordar lo aprendido de sus anteriores encuentros. Esto era sexo, no un examen mamario. Su boca cálida descendió a su seno izquierdo, donde empezó a lamer por toda su circunferencia, llegando hasta su pezón el cual besó con la más pura ternura. Hermione soltó un suspiro pesado y empezó a moverse lentamente, dibujando pequeños y tortuosos círculos con sus caderas. El miembro del profesor se erguía cada vez más, empujando contra la entrada de la bailarina.

Mientras se retorcía de placer gracias a la habilidosa lengua del pelinegro, la castaña llevó una de sus manos hacia la mesita de noche, tanteando sobre la superficie, buscando el interruptor de la lámpara para apagarlo y dejarlos a ambos sumidos en la más profunda oscuridad a la cual estaba acostumbrada.

—No, espera —pidió dejando de succionar su pezón para tomarla por ambas muñecas y detenerla.

—Solo voy a apagar la luz —le aclaró sorprendida por tal reacción—. ¿Pasa algo?

Tal vez solo había sido la imaginación de Hermione, pero por un nanosegundo, le pareció ver un ápice de miedo y vergüenza en los ojos oscuros de su amante. Su expresión relajada se había modificado ligeramente, haciendo que sus cejas se curvaran hacía arriba. Fue casi imperceptible, pero ella estaba lo suficientemente cerca como para notarlo. El hombre se humedeció los labios y escondió de nuevo su cabeza entre los suaves pechos de la joven, simulando aspirar su aroma, aunque en realidad solo estaba tratando de ocultar su rostro sonrojado.

—Quiero verte... Por favor.

Hermione sintió como la sangre viajaba a sus mejillas. Un ligero temblor recorrió su columna vertebral. Eso había sonado tierno. Incluso la reacción del profesor le parecía tierna. Nunca lo habían hecho con la luz encendida, ella siempre solía apagarla a último minuto para que Snape no pudiera verle "sus defectos". No había nada que bajara más rápido la libido que ver la enorme cicatriz de su pierna derecha o la piel rojiza de sus pies. No importaba cuantas parejas sexuales pudo tener en el pasado, jamás permitió que ninguna le viera aquellos defectos y Snape no había sido la excepción. El profesor nunca se había quejado de ello, por lo que simplemente asumió que no le molestaba.

Ahora veía que sí.

Hermione sonrió con ternura e inclinó su cabeza hacia abajo para besar sus largos cabellos. Le pareció admirable que mostrara iniciativa propia y tuviera el valor de comunicarse con ella. Era la primera vez que le pedía algo dentro del dormitorio y, aunque todavía no se sintiera cómoda con la idea de mostrar aquella parte de su cuerpo, ella estaría muy feliz de complacerle por esta noche.

—Está bien. Será con la luz encendida.

Lo sintió sonreír contra su piel y continuó esparciendo lentas caricias por todo su torso. La luz amarilla de la lámpara caía directa sobre su rostro, iluminando sus toscas facciones, su cálida piel cetrina y sus oscuras pestañas que ocultando sus ojos. Sus manos grandes sujetaban sus costillas, manteniendo su cuerpo en la posición adecuada para que pudiera degustar del exquisito sabor de sus tiernos senos. Hermione dejó caer la cabeza hacia atrás y un sonoro suspiro escapó de su garganta cuando sintió la boca caliente del pelinegro atrapar su pezón derecho, su lengua humeda empezó a jugar por encima de este, dibujando círculos al ritmo con el que ella dibujaba los propios sobre su entrepierna

Luego de una fugaz mirada, Hermione supo que guardaría aquella imagen de Snape dentro de su mente para siempre.

—Qué generosa, Miss Granger —susurró elevando una mano para acunar uno de sus senos. Se sentía tibio y suave. No dudó en apretar. Cabía a la perfección dentro de su mano—. ¿Todo esto es para mí? —ella asintió, mirándolo con lujuria y deseo— Que bueno que aún me queda espacio para el postre. Jamás rechazaría una delicia como esta.

Hermione se terminó de quitar la parte superior del pijama y la lanzó hacia cualquier otra parte, sin importarle en donde cayera. Reptó sus manos por sobre el pecho del profesor hasta subir a sus mejillas y acunarlas para levantar su rostro y obligarlo a besarla. Sus labios danzaron uno sobre otro, con una pasión desmedida que ya no podía ser contenida por más tiempo. Su pequeña lengua lamió tímidamente su labio inferior, pidiendo permiso para entrar, permiso que Severus no dudó en otorgarle. Sus manos recorrían su espalda, sus uñas cortas arañaban sensualmente por encima de la tela del pijama. Snape la tomó de la cintura y se reclinó con ella sobre la cama, sin dejar de besar sus carnosos labios.

Esto tomó por sorpresa a la castaña quien, soltando un gritito, apoyó ambas manos sobre el colchón automáticamente a modo de soporte para evitar la caída. Ahora ella estaba sobre él, con una mano a cada lado de la cabeza de su amante, inmovilizándolo por completo. Su cabello caía sobre ambos, protegiendo su privacidad tras una cortina castaña y sedosa de cabello rizado y sus pechos se balanceaba frente a él, a tan solo un par de centímetros de su boca. Literalmente solo tenía que levantar un poco la cabeza para enterrar el rostro en aquel par de pequeños picos rosáceos.

Se veía tan apetecibles como fruta fresca.

Solo necesitaba... estar... un poco más... cerca.

—Oh, Hermione Granger, usted me quiere matar, ¿verdad, señorita?

—Solo quiero que hagas un poco de cardio —río ella, acomodándose sobre sus codos y bajando para que sus rostros estuviesen uno frente al otro—. Recuerda que ya no haces ejercicio. Ya no sales a correr y apenas estás retomando mis clases.

—Prefiero hacer otro tipo de... ejercicio —concluyó antes de besarla en los labios y darle la vuelta para que ella quedara debajo de él. Hermione intentó removerse debajo de él para liberar de su agarre posesivo, pero Snape acababa de encontrar a su presa y no tenía planeado dejarla ir hasta que terminara de hacerle todo lo que su pervertida mente se le antojase—. Ahora, mi estimada Miss Granger…—

—No olvides hermosa e inteligente —presumió mientras se mordía el labio inferior. Lo observaba de forma burlona, ocultando parcialmente su rostro con el dorso de su mano. Una risilla traviesa escapó de sus labios, música para sus oídos—. Que no se te olvide —añadió.

—Hmmm... tienes razón —murmuró atacando sus labios —. Mi hermosa... inteligente —volvió a besar bajando por su cuello y aspirando fuerte para capturar el olor de su perfume ya casi completamente disipado—. Divertida... sensual... divina diosa —pasó a su clavícula y siguió descendiendo hasta llegar a su pecho izquierdo donde empezó a lamer por encima de su pezón, haciéndola gritar—. Deliciosa... ruidosa... traviesa... y muy ansiosa Miss Granger —terminó dejando en paz su pezón y levantando la cabeza para mirarla a los ojos—. Es hora de quitarle el resto de su pijama para que podamos... continuar con nuestra... rutina de ejercicios.

Hermione río mientras elevaba sus caderas, permitiéndole al profesor quitarle los pantaloncillos cortos total facilidad. Probablemente hubiese esperado que simplemente se los arrancara y los lanzarse hacia cualquier lado, sin importarle donde cayera, pero Snape se tomó su tiempo deslizando la delgada tela, descubriendo poco a poco cada centímetro de su sensible piel. El hombre deslizaba su boca sobre esta, esparciendo besos a medida que su short iba cayendo. Hermione solo cerró los ojos y se dejó llevar hasta que ya no sintió la tela de su pijama por ningún lado.

Ahora lo único que se interponía entre ella y la completa desnudez era aquellas bragas oscuras que, convenientemente, se encontraban mojadas en el centro, señal inequívoca de que estaba más que lista para entrar en acción.

Al levantar la vista, el pelinegro se encontró con una de las obras de arte más hermosas que sus ojos tuvieron la dicha de presenciar. Bajo la luz amarilla y tenue de la lámpara, Hermione retozaba sobre la cama, cómodamente enredada sobre el arrugado cobertor y las almohadas aplastadas. Su piel suave —la cual, notaba, iba palideciendo a medida que se acercaban al invierno— tenía marcas rojizas por toda la zona superior de su torso, pechos y cuello debido a la fuerza de sus besos. Incluso fue capaz de percibir un destello brillante de su saliva sobre uno de sus pezones antes de que la joven se cubriera con uno de sus brazos, reincorporándose sobre la cama con la ayuda del otro.

Su miembro se agitó dentro de sus holgados pantalones, presionando contra la tela de su ropa interior, exigiendo con entusiasmo ser liberado de inmediato.

La joven lo observaba ligeramente avergonzada, con las mejillas encendidas y los labios carnosos entre abiertos. Sus incisivos grandes sobresalían de entre ellos. Severus Snape se le había quedado mirando fijamente por demasiado tiempo que la jovencita se estaba empezando a asustar. Creía que había algo malo con ella y le fue imposible no avergonzarse. Recogió sus piernas, apegándolas a su cuerpo y, apenada, preguntó.

—¿Qué? ¿Qué sucede?... Ya, dime algo.

—Eres... eres bellísima —susurró acercándose lentamente.

La joven se sonrojo aún más e inclinó su cabeza a un lado, evadiendo la mirada.

— No digas tonterías —replicó encogiéndose aún más, alejándose de él y arrastrándose por la cama para llegar a la mesita de noche—. Voy a apagar la luz.

—No, no, no —se apresuró a decir subiéndose a la cama para impedir que ella estirara su brazo en dirección a la lámpara. El hombre tomó a la muchacha por la muñeca y besó el interior de esta, subiendo por su brazo, su hombro, sus clavículas y su cuello hasta llegar a su fino rostro el cual acunó entre ambas manos—. No vas a apagar la luz porque yo quiero verte. Eres preciosa, no me niegues el placer de verte —besó sus labios con delicadeza y luego apoyó su frente contra la de ella—. Nunca lo hagas... por favor.

Ella asintió hipnotizada, dejándose llevar por aquellas palabras cálidas dichas con tanta devoción.

—Ahora... ¿en qué estábamos? —susurró en su oído antes de mordisquear su lóbulo, arrancándole una risilla— Mi memoria me falla, Miss Granger. Necesitaré su ayuda.

Hermione dejó los temores a un lado y se le unió en aquel extraño juego que el profesor se estaba inventando.

—Hmm... Estábamos en la parte en la que le quitó la ropa, Sr. Snape —respondió deslizando sus manos dentro de su camiseta, paseándose por su espalda y torso antes de quitarla sin prisa de su blanquecino cuerpo. Snape cerró los ojos ante su tacto. En su mente sólo podía escuchar aquellas palabras, dichas de manera tan sensual, haciendo eco por todos lados. Nunca pensó que podía excitarse tanto con solo oír su apellido precedido del siempre respetuoso "señor"—. Está demasiado vestido para esta actividad y para mí gusto. Además, me parece totalmente injusto que sea yo quien sea la única que está casi desnuda y usted aún esté bien vestido.

—Tiene razón, Miss Granger. Tiene toda la razón —sonrió con picardía, recostándose a su lado para inclinarse sobre ella—. Ahora, ven aquí.

Sus labios bailaban demandante sobre los suyos, cada beso le robaba el aliento. Sentía que estaba a completa merced de aquella fierecilla salvaje de enredado cabello castaño. Hermione se separó de él para permitirle respirar, su pecho subía y bajaba tratando de recuperar el aliento, distrayendo al viejo profesor en el proceso. Este se encontraba demasiado ocupado mirando aquel par de hermosos senos balancearse tentadores frente a él como para preocuparse por respirar.

Hermione apoyó ambas manos sobre su pecho, pasando una pierna sobre su cuerpo para sentarse sobre su entrepierna. Sus ojos miel desprendían fuego, una pasión desmedida hacia él. Deseo. Lo deseaba. Estiró su delicado cuello haciéndose más alta y lanzó su cabello rizado hacia atrás, cayendo sensualmente a un lado de su sonrojado rostro. Snape aún recostado en la cama pensó que esa era una hermosa vista y él, demasiado afortunado por ser el único que gozaba de ella.

—Eres hermosa —susurró estirando su mano derecha para acariciar una de sus mejillas. Hermione apoyó su rostro contra la palma y cerró los ojos, dejándose llevar por las sensaciones—. Eres mía... MI hermosa Hermione.

La mencionada abrió los ojos y le dedicó una sonrisa tierna que poco a poco se convirtió en una más felina. Nunca habían hablado de eso en voz alta, pero todas las veces en las que estuvieron juntos, Severus siempre le decía esas palabras. La joven asumió por culpa del calor del momento, pero tal vez había una razón oculta en ello. Tal vez, Snape sentía la necesidad implícita de tener algo solo para él, sentir que era dueño de algo o alguien.

No le molestaba ser ella ese alguien.

—Tuya —susurró tomando su mano para besarla y bajar por su brazo, besando toda la extensión de este hasta llegar a su cuello—. Solo tuya... tuya y mil veces tuya.

—Mía... solo mía —siseó cerca de su oreja, provocando un temblor en la muchacha.

Los delgados dedos de la castaña acariciaron juguetonamente el torso desnudo del profesor, empujando con ambas manos para indicarle que se acomodara debajo de ella. Snape no tardó en cumplir sus deseos. Sus caderas se movían contra ella de forma inconsciente, presionando contra su sensible entrepierna.

—¿Ha estado haciendo ejercicio, Sr. Snape? —preguntó burlona mientras besaba su pecho, dejando un camino húmedo de besos mientras descendía lentamente por su abdomen—. Lo noto más fornido.

—He tenido una instructora muy exigente —respondió con una sonrisa altanera en sus delgados labios. Hermione había llegado a la zona media de su abdomen y ahora jugaban con aquella ligera capa de vello oscuro que empezaba a formarse. Contuvo repentinamente el aliento cuando la sintió besar por debajo de su ombligo, entrando a la zona peligrosa—. Me obliga a hacer 50 abdominales en cada calentamiento que tenemos.

Nunca pensó que a sus 42 años terminaría haciendo más ejercicio que a sus veintes.

—Hmm... deberías estarle agradecido. Tus esfuerzos están dando resultados —río contra su piel, depositando un sonoro beso antes de levantarse—. A mí me gusta como se ve.

A veces, no se tiene idea de lo aliviador que puede ser escuchar un cumplido con respecto a tu cuerpo.

Sus manos recorrieron de arriba abajo su apenas marcado abdomen antes de posarse encima de sus pantalones de dormir, acariciando aquella creciente erección atrapada detrás de la tela. Snape miraba hipnotizado cómo esa desnuda hada llamada Hermione jugaba concentrada con su miembro, pasando no solo sus manos sobre él, sino también su boca. Sus labios abiertos suspiraban por encima de sus pantalones, dibujando el contorno de su miembro. Tuvo que lanzar la cabeza hacia atrás en varias ocasiones y reprimir gemidos cuando sintió el aliento caliente de ella golpear su pene. No le quería dar el gusto de saber que lo tenía gusto donde ella quería.

—Hmmm... ¿Qué tenemos aquí? —murmuró usando sus manos para bajar lentamente la tela del pijama. Su rostro se encontraba a tan solo un par de centímetros de su pelvis y podía sentir su respiración chocando contra este— Oh.

Su pene erecto había golpeado suavemente su rostro al verse liberado de su prisión y ahora se erguía orgulloso frente a ella, exhibiendo cada centímetro que tenía. Un miembro de buen tamaño y grosor se agitaba ligeramente entre aquella mata de desordenado vello negro. La cabeza hinchada se veía rosada y brillante por el líquido pre-seminal que se había escapado sin querer. Hermione pensó que, ciertamente, se moría por tenerlo dentro, llenandola toda y empujándola hacia el orgasmo.

—¿Qué? —preguntó el mayor al ver a su joven amante mirando muy entretenida su miembro. Snape se reincorporó usando sus codos para obtener una mejor— ¿Te quedaste sin comentarios, Granger?

Hermione apartó su mirada color miel para posarla en la de Snape. Se relamió los labios, dibujando una sonrisa altanera. Depositó un tierno beso sobre su punta rosada y luego ascendió hasta llegar al nivel de su rostro. Su pequeña y traviesa mano había rodeado su eje y se movía tortuosamente de arriba a abajo tocando sin pudor su aterciopelada piel, excitando al ansioso profesor.

—Solo estaba tomándome mi tiempo para admirar su miembro, Sr. Snape —susurró estampando sus labios una vez más contra los suyos, ahogando un gemido que Snape correspondió—. Tiene un bonito pene, Sr. Snape.

—¿Bonito? —preguntó enarcando una ceja, bajando por su mandíbula para besar su clavícula. La mano de Hermione seguía moviéndose de arriba a abajo, las caderas del profesor se movían con ella— Esa no es la palabra que yo usaría para describir mi hombría, Granger.

Ella rio— ¿Tú como lo describirías?

—Hmm... Poderoso —murmuró besando la creciente curva de sus pechos—. Magnífico... varonil... —la joven quiso soltar una risilla, pero en cambio soltó un sonoro gemido al sentir como los dientes de su amante jugaban con su pezón derecho, mordisqueando suavemente. Su mano se cerró sobre el eje de Snape, haciendo que este parará con las atenciones de su boca—. Grande.

—Pero qué ego, Sr. Snape —rio moviendo su mano con mayor rapidez—. Espero que no me esté mintiendo.

—No he tenido quejas hasta ahora —Snape la empujó contra el colchón y se arrodilló frente a ella, usando sus manos para doblarle las rodillas hacia arriba y así tener acceso a la parte interior de sus muslos y su redondo trasero—. Ahora, abre las piernas, Granger. Hay un lugar que aún no he visitado y esta es mi penúltima noche en Blackpool. No la pienso desperdiciar.

—Jajajaja… Hmmm… No —gimoteó de manera infantil desde su posición.

—¿No? —siguió él— Qué gracioso, me pareció escuchar que decías que no —ella volvió a reír—. Abre las piernas —repitió palmeando su muslo derecho. El sonido de su mano golpeando contra su piel desnuda fue audible por toda la habitación—. Vamos…

—No.

—¿En serio vamos a jugar este juego?

—Sí.

—Entonces, ¿me has a obligar a abrírtelas?

—Hmmm… Sí, creo que sí.

—Bien, tú te lo buscaste —Snape se agachó hasta quedar a la altura de sus glúteos y usó sus manos para tomar sus pantorrillas y elevarlas al cielo. Hermione soltó un gritito, apretando aún sus piernas una contra la otra. Su tobillo derecho descansaba elegante sobre el izquierdo, sus pies estaban estirados, sus empeines se arqueaban quedando completamente estirados. Por un momento, la joven temió que algo pudiera pasar si su alumno enfocaba su atención en ellos, pero este tenía otro objetivo—. No te muevas.

Su boca descendió hasta llegar a su centro y, aún con la ropa interior puesta, empezó a lamer y besar con avidez, haciendo a la joven perder la cabeza. Uno de sus dedos tiró de la tela hacia a un lado, revelando aquellos labios rosados y húmedos que aguardaban por él. Su nariz grande se acercó a ellos, provocando que toda ella temblara de nervios al sentirlo tan cerca.

—Hmmm… —suspiró olfateando. Uno de sus dedos acarició lentamente su entrada, haciéndola gritar. Casi al instante, Hermione aflojó sus piernas, abriéndolas poco a poco hacia él—. Veo que ya estás lista.

—Severus.

—Shhh-Shhh… —calló poniendo una de sus piernas sobre sus hombros para poder acceder mejor a su feminidad. Su lengua lamió por encima de sus labios, degustando su almizclado sabor— Hmmm… Sabes deliciosa —sus manos subieron para tomar el elástico de su ropa interior y tirar de ellos por sus piernas para quitárselos de una vez por todas—. Y por eso voy a comerte, Granger.

—No seas así… ¡Ah! ¡Sí! Oh…—

Hermione contuvo el aliento cuando sintió la lengua del profesor merodear sobre sus labios inferiores, recorriendo con gran habilidad su entrada. Su lengua penetraba dentro de ella y cada vez iba más rápido, simulando ser su propio miembro. Snape puso su otra pierna sobre su hombro y se acomodó más sobre ella, sin despegarse ni un segundo. Uno de sus dedos se le unió en su recorrido por su feminidad, entrando y saliendo con facilidad, empapándose de sus fluidos.

Atrás había quedado todo pudor, Hermione empezó a gemir en voz alta, rodeándolo con sus piernas.

No tardó en encontrar su clítoris, este se levantaba ansioso, anhelando ser atendido. Su lengua empezó a golpetear sobre su botón de placer repetidas veces, mandando pulsaciones eléctricas a todo su cuerpo. Hermione sentía que la cabeza le daba vueltas. Sentía que una burbuja iba creciendo dentro de ella, estirándose cada vez más y más. No quería pensar en nada, solo se iba a dedicar a disfrutar de las magníficas habilidades que su amante tenía para con ella. Un segundo dedo se unió al primero. Esta vez fue más adentro, más profundo, y sus caderas fueron a su encuentro.

—Severus… Por favor…

—Por favor, ¿qué? —preguntó contra su vagina, mandando vibraciones con cada una de sus palabras.

—Por favor, ah —la lengua de Snape golpeteaba más rápido sobre su pequeño botón de placer. El hombre succionaba con una devoción casi religiosa—. Te quiero… Te necesito dentro de mí, ah, por favor… Estoy… tan cerca… ¡Oh!

Oírla suplicar fue como música para sus oídos. Su miembro se agitó entre sus piernas, contento de por fin ser tomado en cuenta, triste por haber sido olvidado durante un par de minutos.

—Severus… Hazme tuya —el pelinegro abandonó la húmeda entrada de la muchacha y bajó sus piernas para poner una a cada lado de sus caderas. La tomó de la cintura y la atrajo hacia él, intentando voltearla en el proceso. Hermione al darse cuenta de lo que estaba intentando hacer puso resistencia usando sus dos manos para sujetarse de la cama— ¡E-Espera! Así no.

—Pero... recuerdo que me pediste hacer eso antes —respondió apartando sus manos, frunciendo el ceño confundido—. ¿Está mal? ¿Ya no te gusta?

La castaña humedeció sus labios y curvó sus cejas hacia arriba, algo preocupada. Se acomodó sobre la cama, usando sus manos y piernas para moverse. Algo cohibida, se posicionó frente a él, apoyando sus manos sobre sus hombros. Tuvo que tomar una profunda respiración —junto con un poco de valor— antes de levantar la mirada y ver al profesor a los ojos.

—No, no es eso. E-es solo que quería probar… algo diferente —susurró sonrojada.

Momento indicado para aclarar que Snape no era muy atrevido en cuanto a posiciones se tratara. Si no fuera porque Hermione había entrado en su vida sexual, probablemente él seguiría limitándose a la vieja y confiable postura del misionero. No obstante, cuando empezó a tener sexo con la castaña, ella le abrió un amplio panorama de juegos y posturas sexuales que no hubiese esperado conocer a su edad. Arriba, abajo, de lado, de espaldas, de pie, sentados, la lista era variada y tenía para rato; sin embargo, había una que funcionaba bien para ambos y que —Hermione había descubierto— era la que más le agradaba: la de en cuatro.

Antes de que se escandalicen por los gustos y preferencias de la castaña, déjenme decirles que había un motivo oculto detrás de esa elección además de la simple calentura y ese motivo era el "molesto" hábito de Snape de besarla en la boca. Recordando que, en ese entonces, Hermione no quería nada serio con el profesor, le incomodaba en gran medida tener que besarlo en la boca constantemente mientras lo hacían, sobre todo porque él siempre lo hacía con ternura, cosa que la distraía de su verdadero objetivo el cual era llegar al orgasmo. Teniendo en cuenta eso, la mejor opción que encontró para no tener que besarlo y, al mismo tiempo, no rechazarlo directamente fue darle la espalda adoptando otro tipo de postura en la cual sus bocas jamás tuvieran ningún tipo de contacto. Así fue como Snape se terminaría acostumbrando a tomarla de las caderas y penetrarla desde atrás. Su miembro entraría en la humedad de su vagina y se deslizaría fácilmente mientras ella mordía la almohada, lejos de él y sus demandantes besos.

Él no se había quejado en su momento, pero —tal y como había descubierto recientemente— al parecer Snape nunca de atrevería a quejarse delante de ella.

Ahora todo sería distinto.

—Yo... Yo quiero verte —respondió encogiéndose sobre sí misma, usando sus manos para acariciar sus propios brazos intentando reconfortarse—. Por favor.

El pelinegro humedeció sus labios y asintió en silencio.

—¿Estás segura de esto? —cuestionó con un apenas perceptible rastro de inseguridad en su voz. Aunque no lo pareciera, esto también era duro para él. Muchos miedos dentro de su cabeza intentaban salir al exterior y él no quería permitir que eso arruinara su momento juntos— Creí que pensabas que el misionero era aburrido.

—No tiene por qué ser aburrido —refutó soltando un suspiro—. ¿Puedo probar algo? Solo sí quieres, claro —añadió rápidamente, sintiéndose una tonta por haberlo olvidado—. No tienes por qué decir que sí ahora, podríamos intentarlo después... si quieres.

—Eh, no, no. Está bien —respondió tomándola de las manos, juntándolas con las suyas en una sola—. ¿Qué quieres hacer?

—Quiero intentar algo —susurró rodeando su cuello con sus brazos y arrastrándolo despacio a la cama junto a ella—. Relájate.

—Estoy relajado.

—Me lo decía a mí.

Ambos terminaron recostados uno al lado del otro, de costado. Hermione aún rodeaba al profesor con sus manos y su pierna derecha se deslizaba despacio por sobre las suyas. La fricción le permitía sentir sus vellos erizados debido a la expectativa del momento y su miembro erecto chocaba contra su entrepierna. Hermione contuvo un gemido cuando la cabeza caliente de Snape palpitó junto a su entrada.

En ningún momento dejaron de mirarse. Los ojos oscuros del profesor se concentraban únicamente en los mieles de ella, los cuales temerosos brillaban bajo la luz amarilla de la lámpara. Sus rostros estaban cerca, muy cerca. Podía percibir su aliento cálido y jadeante golpeando su piel. Su piel estaba sudorosa tanto por toda la actividad que estaban haciendo como por la temperatura elevada de la habitación. Su frente, al igual que su cuello y clavículas, estaba perlada por pequeñas gotas de sudor y hasta casi podía ver el vapor que esta desprendía

Muy caliente.

—Quiero verte cuando lo hagamos... Quiero verte cuando estés dentro de mí.

Su pierna subió hasta alojarse a la altura de sus caderas. Una de sus manos bajó hasta ella para agarrarla por el muslo y acariciar con ternura. Sus dedos recorrieron la curvatura de sus fuertes piernas hasta detenerse en la parte interior de su pantorrilla, justo donde la enorme y blanquecina cicatriz de su fractura permanecía oculta del resto del mundo. Hermione contuvo la respiración y reprimió un temblor mientras los largos de su pareja tocaban sus cicatrices.

—Cálmate —pidió el mayor.

—Estoy calmada.

—No parece.

—Perdón.

La joven se acercó más a él, empezando a besar la curva de su mentón para ascender a sus labios. Snape acaricia sus piernas, teniendo especial atención a su herida.

—Me gusta cómo se siente.

—No tienes por qué ser condescendiente conmigo.

—En serio... se siente diferente y me gusta —sus manos acariciaron su piel desnuda, subiendo hasta su trasero el cual apretó juguetonamente–. Aunque no lo creas, me gusta todo de ti... Me gustan las heridas de tus pies. Me recuerdan lo duro que has trabajado para ser quien eres actualmente —apegó su boca contra su mejilla, suspirando con fuerza y siguió subiendo con sus manos—. Me gusta tu cicatriz. Es suave al tacto y me gusta el color, incluso me gusta cuando intentas ocultarla. Eres creativa con ello —pasó un brazo por debajo de la cabeza de la castaña, permitiéndole usarlo de almohada—. Me gusta todo de ti, Hermione Granger —beso sus labios una vez más y su mano se deslizó entre sus pliegues. Hermione soltó un suspiro pesado— ¿Sabes qué más me gusta?

—¿Qué?

—Esos gemidos fuertes que haces en mi oído cuando...—

Ella lo interrumpió riendo, olvidando sus problemas— ¿Es en serio? Este estaba siendo un momento muy romántico, ¿sabes?

—Muy en serio —susurró guiando la mano derecha de la joven hacia su duro miembro, acariciando la cabeza para prepararlo—. De hecho, los extrañó un poco.

—Ah, ¿sí?

—Sí y mucho —la joven sonrió divertida, acercándose para besarlo mientras su mano seguía masturbando su miembro grande, llevando la punta hacia su entrada para empaparla con sus propios fluidos—. Oh... Eso se siente bien.

—Hmm... Creo que ya estamos listos.

—Sí, ya retrasamos mucho el momento.

—Es tu culpa —río volviendo a besar.

—¿Mía? Tú eres la que estuvo alargando todo el juego previo.

—No es cierto.

—Sí lo es.

—Oye, ¿me vas a hacer el amor o no? —preguntó poniéndole fin a esto— No soy una chica paciente, Sr. Snape, y tampoco creo que su tu amiguito aguante así de duro por más tiempo.

—Qué insolente muchachita, Miss Granger. Alguien tiene que enseñarle modales —rio abriéndole las piernas— Prepárate, esto podría dolerte.

—Puedo aguantar —tomó su miembro entre sus dedos y lo guio hasta su entrada, penetrando lentamente, abriéndose camino entre sus paredes cálidas—. Ah...

Con un último esfuerzo, Severus Snape empujó sus caderas hacia adelante, entrando por completo en ella. Los labios carnosos de la muchacha se entreabrieron, dejando escapar un sonoro gemido que el mayor atesoraría para siempre. Se quedó un momento quieto, permitiéndole adaptarse a su tamaño. Sentía sus paredes aterciopeladas apretar todo su eje, aflojando y presionando de forma intermitente. Era como estar de nuevo en casa, en aquella cálida cavidad que cubría perfectamente toda su hombría. Sus bonitos ojos miel luchaban por mantenerse abiertos pues quería ver la expresión de su amado mientras entraba en ella. Una de sus manos acarició sus cabellos con ternura y se posó con suavidad en su mejilla. Cuando la sintió lista, el mayor empezó a moverse, bombeando lento al principio, como si estuviera esperando que ella marcara el ritmo.

El tango tiene muchas variaciones. Podía ser rápido o lento, suave y tierno o apasionante e intenso o, a veces, podía ser un exquisito punto medio y variar de acuerdo al gusto de la pareja.

El sexo era igual.

Y, gracias al cielo, ellos ya sabían qué tipo de ritmos preferían para sus "tangos".

—Ah… Ah… Ah… ¡Oh, Severus!

Hermione atacaba sus labios con los suyos, besando con intensidad mientras sus caderas se mecían contra las de él a un ritmo más calmado, disfrutando de la placentera sensación de la penetración. Su miembro golpeaba su interior, abriendo su feminidad, haciendo que arqueara la espalda con cada uno de sus embistes. La mano izquierda del pelinegro bajó hasta sus labios inferiores y su índice se deslizó con profesionalidad entre sus pliegues buscando su clítoris, intensificando a un 100% las sensaciones. Hermione apoyó su boca a un lado de su rostro cerca de su oído, sus pulmones luchaban por conseguir algo de aire.

Snape seguía embistiendo de forma casi animal.

—Si-sigue, Sev… ¡Ah! Sigue, por favor.

—Estás tan… apretada —murmuró mordiendo su hombro, haciéndola gritar—. Oh, mi hermosa gatita… Tan hermosa y ruidosa —su mano libre giró para enterrar sus dedos entre aquella maraña de cabello castaño y tirar de él hacia atrás con suavidad, creando un dolor placentera que la bailarina podía soportar—. Mía… Oh…

—Hmm… ¡Ah! ¡Ah!

Snape la ayudó a cambiar de postura, poniéndose encima para poder tener mejor acceso. Seguía penetrando a la vez que su boca descendía hasta sus pechos, mordisqueando su pezón izquierdo mientras que la mano que estuvo jugando con su clítoris viajaba hacia su otro seno para apretarlo. Con el cambio de posición, el alumno tenía más libertad para ir más rápido y más profundo dentro de ella. Hermione abrió más las piernas, moviendo sus caderas en respuesta. El solo escuchar el sonido de su piel desnuda chocando contra la de su amante hacía que la sensación del orgasmo creciera más y más dentro de su vientre. Las manos de la bailarina tiraban de sus negros cabellos, replicando la sensación placentera que Snape había creado en ella. Su miembro se agitaba dentro, creciendo entre sus paredes, buscando el lugar exacto en el cual explotar.

Todo era un espectáculo de manos y piernas moviéndose de aquí para allá bajo la musicalización de los gemidos de la bailarina y los jadeos del profesor. La luz amarilla de la lámpara iluminaba la performance y la cama queen size se transformó en el escenario sobre el cual Hermione le entregaba su cuerpo y su alma a aquel hombre que la amaba con locura.

—Severus... Yo… ¡Ah! Siento que ya… Estoy tan cerca.

—Aguanta un poco más… Por mí, nena —jadeó— Aguanta por mí.

Su respiración era errática y sus caderas se sacudían con violencia golpeando contra su pelvis. La cama chocaba contra las paredes de la habitación. En medio del torbellino de descargas eléctricas que había nublado su mente, Hermione rogó en silencio que las paredes de la suite fuesen lo suficientemente gruesas para no incomodar a los otros huéspedes.

—Oh, Hermione…

—¡No puedo! —chilló usando sus manos para tomarlo de las mejillas y tirar de él para estampar sus labios contra los suyos— ¡Ah!

Entonces lo sintió, el dulce y arrebatador placer del orgasmo liberándose desde lo más profundo de su vientre, lanzándola al cielo para que pudiera explotar junto a las millones de supernovas que se habían formado con cada una de las embestidas que Severus dio. Hermione se corrió con un gemido fuerte y sonoro, un gemido que no tuvo pudor y que se quedaría grabado en la mente del profesor por el resto de su vida.

Snape siguió bombeando dentro de ella, alargando su orgasmo mientras sus manos tomaban su trasero redondo para apretar la suave piel de sus glúteos. El hombre jadeaba en voz alta. Estaba dando su máximo esfuerzo, podía sentir como las paredes cálidas de la feminidad de su amada apretaban su miembro hinchado, arrastrándolo junto a ella hacia aquella aventura efímera llamada orgasmo. Él siguió embistiendo con la misma intensidad inicial, pero con mayor torpeza y brutalidad, resistiendo todo lo que podía para que ese momento durara, aunque sea, un par de segundos más.

Quería que durara para siempre.

Llegar al orgasmo junto aquella pequeña mujercita a su lado se había convertido en su sensación favorita en el mundo. Le gustaba escuchar aquellos ruidosos gemidos de placer que salían desde el fondo de su garganta. Le gustaba la calidez y humedad de su centro. Le gustaba sentir lo apretada que podía ponerse mientras se contorsionaba de placer. Le gustaba sentir sus manos pequeñas acariciando de manera sensual sus brazos y su espalda. Le gustaba ver aquella magnífica expresión de placer tatuada en su rostro. Sus dientes apretados, sus labios carnosos entreabiertos, sus cejas curvadas y sus ojos cerrados, ocultos tras esas largas pestañas.

Y sus mejillas sonrojadas.

Oh, esas hermosas mejillas calientes y rojizas que tanto se moría por apretar.

Esas eran la mejor parte.

No puedo resistirse a abrir los ojos, aun cuando estos estuvieran cansados. Tenía que ver su carita mientras se venía, tenía que ver esa dulce expresión. Sí, ahí estaba. Con los ojos cerrados y las mejillas sonrojadas, Hermione Granger gimoteaba a vivo a voz debajo de él, dejándose llevar por las incontrolables olas de placer de su orgasmo.

Eso fue suficiente para que el profesor diera sus últimas embestidas antes de que él también se corriera.

Una, dos, tres embestidas más y sintió que aquella burbuja que se había creado en su bajo vientre explotaba. Su miembro se agitó dentro de su vagina, ocupando todo el espacio que podía entre aquellas paredes cálidas y, finalmente, su semilla salió disparada, provocando que sus caderas se sacudieron con violencia y que un ronco gemido escapara de sus labios.

Snape cayó rendido.

Eso fue… ¡espectacular!, pensó su mente atolondrada.

Se quedó adentro un rato más, empujando por inercia y con suavidad contra ella, terminando de esparcir su semen caliente dentro de Hermione. Cerró los ojos agotado y rodó al costado, dejando caer todo su peso sobre la cama, completamente exhausto. Su corazón latía fuerte contra su pecho, queriendo escapar de su encierro. La cabeza le daba vueltas y le pesaba.

Solo quería descansar.

La castaña deslizó sus manos por sus brazos, subiendo por sus hombros hasta pasarlos a su cabeza, la cual acarició con ternura. Solo podían escuchar el tranquilo sonido de sus respiraciones erráticas, uno al lado del otro. Su semilla caliente llenaba sus paredes y la sintió escurrir por sus piernas cuando Snape salió de ella. Su pene flácido golpeó contra su vientre, reposando junto su piel.

Apoyó su frente contra la suya y cerró los ojos, tomándose su tiempo para sincronizar sus respiraciones.

Este encuentro había sido diferente a todos los anteriores. Este había sido más personal. Hubo una conexión, incluso se atrevieron a intercambiar un par de palabras. No había sido tan intenso como en anteriores ocasiones, pero no importaba, es más, ni siquiera lo notó. Tal vez así era cómo verdaderamente se hacia el amor, pensó Hermione suspirando agotada. Era más que simplemente meter y sacar, era crear una conexión verdadera con tu pareja, exponerte de la manera más íntima y tener la certeza de que esa persona no te iba a juzgar por más imperfecciones que tuvieras. Era poder bromear y compartir palabras que tuvieran un significado real para los dos. Era desnudar el alma al mismo tiempo que desnudabas tu cuerpo.

Esta podría ser la primera vez en toda su vida que Hermione Granger hacía el amor.

La muchacha levantó los ojos y encontró el rostro pacifico de su amante dormitando a su lado. Sus ojos estaban cerrados y su pecho subía y bajaba. Su cabello estaba grasoso y despeinado por todas las caricias que le había propiciado y, por primera vez en mucho tiempo, tuvo el privilegio de ver al profesor sin su eterno ceño fruncido. Bajó la mirada y encontró una enorme marca rojiza en su cuello. Sonrió divertida. De seguro lo había marcado sin querer en medio de la pasión del momento. Snape abrió los ojos al sentirse observado, sus pestañas negras revolotearon unos segundos.

Al descubrirla, le sonrió.

Nunca había visto una sonrisa más bonita que esa.

—¿Severus?

—¿Hmmm? —suspiró.

Sus nudillos acariciaron con ternura su mejilla y se inclinó para depositar un casto beso en la punta de su nariz, entregándole la más pura muestra de afecto que podía ofrecerle. Su oreja viajó hasta su pecho, quedando justo encima de su corazón, escuchando los erráticos latidos de este.

—Te amo.

En el silencio de la habitación, su voz había sonado fuerte y clara, imposible de no ser escuchada. Hermione movió su cabeza contra el pecho de su amante, frotando su pequeña nariz sobre su piel tibia para aspirar aquel característico aroma a sexo que ahora lo envolvía. Las manos ásperas de Snape subieron acariciando su cuerpo. La izquierda jugaba entre sus rizos despeinados y la derecha frotaba su espalda, relajándola y adormeciendo sus sentidos. Hermione envolvió la espalda del mayor con sus propias manos, apretujándose más contra su cuerpo para sentir su calor. Sus palmas se posaron sobre sus omóplatos y dibujaban pequeños círculos invisibles que relajaban al mayor.

—Y yo te amo a ti, preciosa —lo escuchó responder luego de unos segundos, tranquilizando aquel perpetuo miedo que iba creciendo al no verse correspondido.

Por un momento, pensó que él no le iba a contestar, tal y como ella lo había ignorado en su momento.

Todo lo que se hace se paga, le recriminó su mente, mas su corazón le decía a gritos que Severus no era así y que él jamás le haría eso.

Sus delgados labios se posaron sobre su cabeza, besando su cabello con dulzura y trayéndola de regreso a la realidad.

— Sé que ha sido complicado para los dos, pero te prometo que a partir de ahora todo va a mejorar. No voy a dejar que nada ni nadie se interponga en nuestra felicidad, ¿de acuerdo? —ella asintió, sintiéndose segura y a salvo entre sus brazos—. Te amo, Hermione Granger.

Esto no podía ser más perfecto.

Era como estar en el Paraíso.

Solo faltaba algo…

—¿Listo para la segunda ronda? —preguntó después de un rato, cuando su respiración por fin se calmó.

Su mano traviesa viajó hacia la entrepierna del mayor, encontrando su miembro pálido durmiendo plácidamente entre aquella mata oscura de vello púbico. Sus dedos acariciaron sus testículos y subieron despacio por su piel, intentando despertarlo. El mayor abrió los ojos al sentir como su privacidad era invadida. Su cabeza giró hacia un lado, encontrándose con los bonito ojos de su amada. Le dedicó una extraña sonrisa y la rodeó con su brazo por la cintura.

—¿Otra? Qué golosa, Miss Granger —susurró divertido apoyando su barbilla sobre su cabeza—. Dame unos minutos, nena, y te prometo que te hare el amor como nunca.

—Creí que te estabas durmiendo.

—Lo estaba —rio adormilado—. Tengo 42 años, Hermione. A mi edad, se necesita más que un par de minutos para "entrar de nuevo en combate" —ahora fue ella quien soltó una risilla. Su mano tibia seguía moviéndose sobre su pene, acariciando su aterciopelada piel de arriba a abajo—. Perdóname por envejecer.

Hermione se reincorporó sobre la cama usando sus codos y se apoyó sobre el pecho del mayor. Su cabello despeinado caía a un lado de su rostro como una cortina y sus labios rosados le dedicaban la sonrisa más tierna y tonta del mundo. La mano del profesor todavía estaba posada en su cintura, justo en el área encima de su trasero.

—¿Sabías que mientras más viejo el vino, mejor sabe? —bromeó inclinándose para plantar un suave beso en sus labios— Eres como el vino, mejoras con el tiempo.

—Qué halagador.

—Y qué suerte que a mí me gustan los vinos —murmuró volviendo a besar—. Sobre todo los dulces.

—Sí, lo noté ayer.

—Qué chistoso —respondió con sarcasmo. Su boca descendió por su cuello, marcando el otro lado de este—. Mejor vamos a prepararlo para la siguiente ronda, Sr. Snape.

—Sí, "cariño".


El hotel The Heir funcionaba como la perfecta maquinaria de un reloj suizo. Cada pieza tenía su lugar y una función específica que cumplir para el correcto funcionamiento de este.

Si un reloj tenía tuercas, manecillas, engranajes y tornillos; el Heir tenía un gerente, administradores, cocineros, recepcionistas, botones, mayordomos y mucamas. Estas últimas eran de vital importancia dentro de las paredes del lujoso edificio. Vistas por todos, ignoradas por muchos, las mucamas eran las encargadas de que toda esa gran maquinaria llamada hotel de cinco estrellas funcionara. Sin ellas, no habría habitaciones limpias, camas hechas, servicio a la habitación y ninguna de las comodidades de las que tanto disfrutaban los huéspedes.

Usualmente podías verlas por ahí en los pasillos, empujando sus metálicos carritos de limpieza cargados siempre con perfumes, jabones, toallas limpias y diferentes productos de aseo. Moviéndose cual hormigas obreras dentro de un hormiguero, las mucamas se repartían el edificio en secciones, cinco mucamas por cada piso.

Deberían ser suficientes para limpiar todas las habitaciones de cada nivel, pensaba el administrador.

Según la opinión de ellas, no.

Sin embargo, a pesar de que el trabajo era muy duro, el gerente podía ser un completo imbécil y la paga no era tan buena, ser mucama dentro del Heir tenía sus beneficios como el seguro médico y dental, los horarios flexibles en el caso de querer un trabajo de medio tiempo, el encontrarse con celebridades de vez en cuando y —el mejor beneficio de todos— escuchar los mejores chismes de la clase acomodada inglesa y ser pagadas por ello.

Un claro ejemplo de esto era el revuelo que había causado entre ellas la llegada de la pareja Snape-Granger al hotel. La sala de descanso se había transformado en un gallinero y ellas, en gallinas debido a todo el cacareo que eran sus conversaciones sobre el tacaño Sr. Snape y la indecente Srta. Granger.

—Ah, estoy agotada —exclamó una de ellas a su compañera mientras empujaba su carrito por los anchos pasillos del piso número 17—. A pesar de que solo hay dos huéspedes en este piso, parece que todas las habitaciones estuviesen ocupadas.

—Ni me lo digas, mana. Estos ricos ensucian peor que puercos —respondió la otra estirando su cuello de un lado al otro, relajando sus tensos y adoloridos músculos—. Ay, si tan solo hubieses visto el desastre que me dejó el "encantador" hijo del Sr. Davis en el baño principal de la suite Picadilly. ¡Ay! Odio los niños.

—Te entiendo. Te juro que vomitaré si tengo que volver a limpiar otro baño en este piso —suspiró su interlocutora, sintiendo como sus pies la estaban matando por pasar tantas horas de pie—. Pero todo sea por recibir ese chequecito a final de mes.

—Oye, mana, pero ¿qué no tu turno ya había acabado hace una hora?

—Sí, pero le dije al Sr. Andrews que iba a hacer horas extras esta semana. Ya sabes que sigo ahorrando para llevarme a mi hijito de viaje estas vacaciones y con las pocas propinas que nos ha tocado este mes, pensé en hacer un par de horas extras para ver si me gano alguito —suspiró agotada, limpiándose la frente con un pañuelo rosa que extrajo del bolsillo de su delantal.

—Pues sí. Este mes no ha sido fácil. Con tan pocas personas hospedándose, las propinas han escaseado. Y ni hablar de los huéspedes tacaños como el Sr. Snape —dijo con cólera contenida—. Lleva tres días aquí y no nos ha dejado ni una sola maldita libra por limpiarle la habitación y eso que le dejamos todo impecable tanto a él como a su querida —se quejó—. Hoy me tocó limpiar la habitación de ella y, n'ombre, si te contara el chiquero que encontré. No es por hablar mal, tú sabes que no me gusta hablar mal de la gente, pero esa señorita será muy bonita y todo lo que quieras, pero es más desordenada que el hijo del Sr. Davis.

—¡Ay! Estos millonarios y sus queridas. Parecen que ya no lo hacen como antes.

Dieron vuelta en la esquina y con ello terminaron oficialmente su última ronda del día. Ya podían tomar el ascensor de servicio y bajar hasta la sala de descanso para sellar sus tarjetas e irse a casa. Ambas mujeres empujaron sus carritos pasando frente a la suite Kensington —la suite del huésped estrella del hotel— cuando escucharon un sonido agudo y gutural provenir de dicha habitación. Ambas mucamas se detuvieron abruptamente, frunciendo el ceño y mirándose la una a la otra. Había sido un sonido seco y ahogado. Realmente no estaban seguras si habían escuchado algo, pero cuando el sonido se repitió por segunda vez, supieron que no estaban alucinando.

—¿Qué fue eso?

—Se escuchó como un… como un gemido —respondió la otra.

La primera mucama observó atenta como la segunda abandonaba su puesto al lado de su carrito y caminaba de regreso a la puerta principal de la suite Kensington para apegar su oído a las elegantes puertas blancas y así escuchar mejor qué demonios pasaba al otro lado.

—Marisa… Marisa… ¡Marisa! —llamó en voz baja, asustada de que alguien pudiera descubrirlas espiando a los huéspedes en cualquier momento— ¡¿Qué estás haciendo?!

—Shhhh… —chitó la otra poniendo un dedo sobre sus labios pues el pánico de su amiga no le permitía escuchar a gusto—. Creo que la está golpeando —respondió con seriedad luego de unos segundos, cuando otro gemido femenino hizo acto de presencia—. Nooo, sí la está golpeando.

—Ay, ni digas, Marisa —dijo llevándose ambas manos a la boca completamente espantada y acercándose a la puerta para también escuchar. Otro gemido más llegó a ellas. Se oía doloroso. La pobre Srta. Granger seguro estaba pasando una mala noche, pensó—. Y tan tranquilo que se veía el sugar… Oye, ¿crees que sea por el espectáculo que hizo anoche en recepción?

—Ay, ya ni sé, Eve —lamentó haciéndose a un lado para permitirle a su amiga apegar su oído a la puerta— Pobrecita, la Srta. Granger. Por querer tener la vida fácil, le ha tocado salir con…—

¡Ah! ¡Ah! ¡Oh, Severus! ¡Sí! ¡Sigue! ¡Ah!

Esos gemidos no eran precisamente de dolor.

Ambas mujeres abrieron los ojos como platos y sus mandíbulas cayeron, formando unas enormes "O" que fueron cubiertas de inmediato por sus manos. Un par de gritos se habían quedado atorados en sus gargantas y estaban a nada de caerse al piso debido a la fuerte impresión. ¡Ellas preocupándose por el bienestar de su joven huésped y ella bien tranquila acostándose con el señor que pagaba toda su estancia! Eve sintió como la sangre corría directo hacia sus mejillas y orejas, poniéndose roja de vergüenza. Marisa, por su parte, tenía un brillo divertido en sus ojos marrones y una sonrisa burlona amenazaba con formarse en sus labios pues no sabía de qué otra forma reaccionar.

No era la primera vez que descubrían que sus huéspedes tenían sexo; sin embargo, sí era la primera vez que escuchaban algo así de escandaloso.

—Oh-por-Dios…

—No puedo creerlo —rio— ¡Oh por Dios! Lo están haciendo.

¡Hmm…! Sev-Severus… ¡AAAHH!

—Oye, ¿no estará fingiendo?

—¡No! Ese tipo de gemidos no se pueden fingir —Marisa se burló, apartándose la puerta—. Parece que nuestro sugar tiene más atractivo que solo su dinero.

—Ay, ojalá la Srta. Granger se esfuerce y lo ponga de buen humor —comentó Eve volviendo a su carrito lista para continuar su camino e irse a casa—. Tal vez hasta nos quiera dejar propina mañana.

—¡Ay, mija, ojalá! ¡Dios te escuche! —bromeó la otra siguiéndola.

Mientras tanto, en la oficina privada del gerente del hotel, el Sr. Andrews…

—Sí, Sra. Malfoy… Correcto… Sí, señora… Lo que usted diga.

—Quiero recordarle, Sr. Andrews, que para mí esto es un asunto extremadamente delicado —dijo la voz femenina al otro lado de la línea. Se escuchaba seria y precavida, como si cuidara de cada detalle de su discurso para no alarmar a su interlocutor. Desde el tono de voz hasta la elección de las palabras, todo lo que Narcisa Malfoy dijo por teléfono había sido premeditado con suma precaución—. Le voy a pedir la máxima discreción, por favor.

—No se preocupe por ello, Sra. Malfoy. Ninguna información con respecto al Sr. Snape saldrá de esta oficina.

—Cuento con ello, Sr. Andrews. Muchas gracias y recuerde: esta conversación…—

—… jamás pasó. Lo sé.

Narcisa sonrió complacida desde su silencioso estudio en Malfoy House. Frente a ella, la brillante pantalla del ordenador mostraba una copia de todos los documentos que su querido amigo, el profesor Snape, tuvo que firmar a la hora de registrarse en el hotel.

Simples formalidades.

—Muchas gracias, Sr. Andrews. Esperaré el resto del material. Que pase una buena noche.

—Igualmente, señora. Buenas noches.

La rubia cortó la llamada y dejó el celular a un lado sobre el escritorio. Adoraba a sus trabajadores. Siempre eran tan eficientes, obedecían sus órdenes sin dudar y nunca hacían preguntas. Se felicitó a sí misma por la gran elección que había hecho en la sede en Blackpool. Sin duda, el Sr. Andrews le había sido de mucha ayuda esta noche. Había cumplido todo a la perfección, se merecía la renovación de su contrato por unos cinco años más.

Y tal vez un aumento, pero eso lo decidiría luego.

Su mano viajó hacia el mouse sobre el escritorio y movió el cursor por la pantalla, pasando por la infinidad de carpetas que el gerente le acababa de mandar. Sin duda había sido una chica muy lista al momento de establecer las políticas de su empresa. "Todo huésped tenía que registrarse, incluso si no son quienes hicieron la reservación. Para ello tendrá que usar algún documento que pueda probar su identidad ya sea un carnet, número de seguro social, licencia de conducir, pasaporte, etc".

Lo que había decretado como una medida de seguridad en el caso de albergar a una persona "potencialmente peligrosa" según estándares de la policia, terminaría sirviéndole para otros fines.

¡Sí, era una chica muy lista!

Ahora, en su pantalla, Narcisa Malfoy podía ver una copia escaneada del documento de identidad de la señorita…

—Hermione Jane Granger —susurró para sí misma mientras miraba la foto que acompañaba el carnet. Joven, cara redonda, nariz pequeña, labios carnosos y ojos miel. Bonita, sí. ¿Hermosa? Había visto mejores—. Qué interesante nombre.

Narcisa volvió a la carpeta llena de archivos y empezó a explorarlos uno por uno. El hotel tenía cientos de cámaras de seguridad no solo en el vestíbulo, sino también en los pasillos, el restaurante y los ascensores. Serían muchas grabaciones que tendría que ver antes de encontrar a su amigo y a su joven acompañante en alguna de ellas, por no mencionar que tendría que ver todo el material filmado los últimos tres días. La mujer se masajeó las sienes y reprodujo el primer video, lista para adelantar el filme hasta que divisara a Snape.

Sí, serían muchas horas de material audiovisual que revisar.

Necesitaría una café muy cargado.


HOLA CHIQUIS!

AY! LOS EXTRAÑÉ TANTO! EN SERIO, ME HICIERON MUCHA FALTA :c

LAMENTO TANTO LA DEMORA YA SABEN QUE ES ALGO NORMAL EN MÍ XD PERO DESPUÉS DE 127 PÁGINAS, POR FIN ESTOY AQUÍ CON USTEDES, TRAYENDOLES OTRO CAPÍTULO MÁS DE MIS DESOPILANTES IDEAS CON RESPECTO A ESTA PAREJA EN SERIO, ¿QUÉ LE VEN A MI FIC? JAJAJA A MÍ ME DA RISA RELEERLO PARA RECORDAR EN QUÉ ME QUEDÉ.

COMO RECORDARAN EN LÍNEAS MÁS ARRIBA PUSE UNA "NOTA DEL AUTOR" ([N/A]) DONDE PUSE QUE LES IBA A EXPLICAR QUÉ PASÓ EN ESA PARTE. PUES, ¿RECUERDAN CUANDO DESAPARECÍ MUCHO TIEMPO Y CREYERON QUE HABÍA ABANDONADO LA HISTORIA O QUE ME HABÍA DADO COVID? PUES, JAJAJA, MIREN COMO ES LA VIDA… ME DIO COVID.

*inserte música dramática de la Rosa de Guadalupe*

YO SÉ QUE ESTO NO ES UN JUEGO Y QUE NO HAY QUE TOMARLO COMO TAL, O SEA, PERTENEZCO A UNA FAMILIA CUYOS MIEMBROS HAN IDO MUERTO UNO POR UNO POR CULPA DE ESTE MALDITO VIRUS, SÉ QUE NO DEBO JUGAR CON ESTO, PERO REALMENTE NO TENGO IDEA DE CÓMO TOMARLO. ESTAS ÚLTIMAS SEMANAS HAN SIDO MUY DURAS PARA MÍ Y PARA MI FAMILIA, BASICAMENTE FUE VIVIR CON UN CONSTANTE CANSANCIO TANTO FÍSICO COMO MENTAL.

ME CONTAGIÉ DE LA FORMA MÁS ESTUPIDA POSIBLE Y ESO ES LO QUE MÁS CÓLERA ME DIO. LITERALMENTE NO HE SALIDO DE MI CASA ESTOS DOS AÑOS MÁS QUE PARA IR A VOTAR —ASÍ QUE ESO NO CUENTA PORQUE NI SIQUIERA ME CONTAGIÉ AHÍ— Y AÚN ASÍ ME CONTAGIÉ CON COVID… ¡EN MI PROPIA CASA! ME SENTÍ COMO UNA HUEVONA POR ESO Y REALMENTE FUE FRUSTRANTE. MI TÍO CONTAGIÓ A MI ABUELA, MI ABUELA A MI TÍA, MI TIA —QUIEN VIVE EN LA CASA DE AL LADO— A MI PAPÁ Y ÉL A MÍ, A MI HERMANO Y A MI MAMÁ. ENTONCES, YA SE PUEDEN IMAGINAR CÓMO ESTUVO LA COSA, TODOS CONTAGIADOS, SIN PODER LEVANTARNOS DE LA CAMA, ARREGLANDONOSLA ENTRE NOSOTROS Y RECIBIENDO MEDICAMENTOS. PARA COLMO, DOS DÍAS ANTES DE QUE DIERA POSITIVO ME DIO UNA COSA EN EL OÍDO Y PRACTICAMENTE ME QUEDÉ SORDA POR UNA SEMANA.

PERO ESO ES OTRA HISTORIA MUY APARTE.

EN FIN, SEGÚN NUESTRO DOCTOR, EL COVID QUE NOS TOCÓ FUE UNO "DEBIL" EN COMPARACIÓN A OTROS, AÚN ASÍ, FUE DURO. HUBO UNA VEZ DÓNDE EN SERIO PENSÉ QUE ME IBA A MORIR, NO PODÍA RESPIRAR Y ME DABA PÁNICO DORMIR PORQUE EN SERIO SENTÍA QUE MI GARGANTA SE CERRABA Y YA NO IBA A DESPERTAR. ESTUVE A NADA DE ESCRIBIR UNA NOTA AQUÍ PARA AVISARLES DE L SITUACIÓN —Y DESPEDIRME DE PASO—, PERO GRACIAS A DIOS NO LLEGÓ A MAYORES.

ESTA NO ES UNA ENFERMDAD BONITA, ES MUY DURA DE PASAR POR MÁS QUE SEA LEVE COMO ME TOCÓ A MÍ. ES AGOTADOR A NIVEL PSICOLOGICO Y REALMENTE ME TUVO HECHA MIERDA POR DÍAS. AÚN ME QUEDA UNA SEMANA PARA SALIR COMPLETAMENTE DE ESTO, MI NEUMOLOGA DICE QUE DEBO CUIDARME PORQUE ES EN ESTOS DÍAS DONDE SE PONE MÁS TRAICIONERO, ASÍ QUE SOLO ESPERO QUE ESTO PASE YA Y SÍ, EN EL CASO DE QUE SE AGRAVARA Y PUES, ME FUERA AL OTRO LADO, PUEDEN TOMAR ESTO COMO EL FINAL DEL FIC —CREO QUE ES DECENTE Y FELIZ—, PERO NO HAY QUE PENSAR QUE SERÁ ASÍ.

VOY A ESTAR BIEN uwu

POR OTRA PARTE, LES VOY A DEBER LA PLÁTICA ENTRE HERMIONE Y PENNY PORQUE REALMENTE NO TENGO CABEZA PARA ESCRIBIRLA, SON MUCHAS IDEAS QUE NECESITAN SER DESARROLLADAS Y NO TENGO LA CAPACIDAD EMOCIONAL PARA HACERLAS —ADEMÁS DE QUE EL CAPÍTULO YA ME QUEDÓ LARGO DE POR SÍ—, ASÍ QUE SE LAS VOY A DEBER. TAL VEZ MÁS ADELANTE, EN UN FUTURO CUANDO EDITE TODO ESTO, PUEDE QUE LO AGREGUE, PERO SINO, QUIERO QUE SEPAN QUE IBA A SER UNA CHARLA SOBRE LA IMPORTANCIA DE SER QUIEN ERES, NO TRAUMARTE POR LOS ESTANDARES IMPOSIBLE QUE TE PONE LA GENTE QUE TE RODEA, A ABRAZAR TUS MIEDOS Y APRENDER A VIVIR CON ELLOS HASTA SUPERARLOS, A QUERERTE TAL Y CÓMO ERES, A REDESCUBRIR TUS PASIONES, SABER QUE NO TIENES QUE SER UNA PERSONA FAMOSA Y CON MUCHO DINERO PARA SER CONSIDERADO "EXITOS ", DEL MIEDO AL FRACASO Y DE QUE NO TIENES QUE SENTIRTE MAL SI LAS COSAS NO ESTÁN SALIENDO COMO LO HAS PLANEADO, LA VIDA TIENE MUCHOS CAMINOS Y SÍ, TAL VEZ TU DÍA EN LA PLAYA NO SALIÓ COMO PLANEABAS PERO TE PUEDE CONDUCIR A COSAS TAL VEZ INCLUSO MEJORES.

UNA COMPLETA FILOSOFADA DE LA VIDA QUE ME HUBIESE GUSTADO QUE ALGUIEN ME LO DIJERA ANTES DE LOS 20, PERO COMO NO SE PUDO, ESPERO QUE SE LO PUEDAN IMAGINAR xD

EN TODO CASO, SI LLEGARAN A DESEAR SABER UN POCO DE LO QUE ESA CONVERSACIÓN IBA A TRATAR, LES INVITO A ESCUCHAR UN PODCAST MUY INSPIRADOR —AL MENOS PARA MÍ— DE UNA YOUTUBER PERUANA QUE SIGO DE HACE TIEMPO QUE LE GUSTA HABLAR DE ESTOS TEMAS. SE LLAMA criesinquechua, LA PUEDEN ENCONTRAR ASÍ EN YouTube COMO "cries in quechua". EL PODCAST SE LLAMA "Fiesta de té" Y EL VIDEO ES: "Capítulo 1: Expectativas de otras personas y miedo al fracaso". BASICAMENTE SUS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS TRATAN DE LO QUE QUERÍA HABLAR.

NO LE ESTOY PUBLICITANTO NI NADA —ELLA NI SABE QUE EXISTO XD — PERO SUS PALABRAS ME AYUDAN MUCHO Y ME HAN INSPIRADO Y CREO QUE ESO SERÍA ALGO QUE MÁS O MENOS QUEDARÍA BIEN EN ESA CONVERSACIÓN. TE INVITO A ESCUCHARLA SI CREES QUE ES UN TEMA QUE TE PODRÍA INTERESAR O SI NO TIENES NADA MEJOR QUE HACER. RECUERDEN #lasaludmentalimporta

YO SÉ QUE ESTO ES MUY POCO PROFESIONAL, PERO ENTIENDANME, POR FAVOR, YA NO PUEDO MÁS, AL MENOS NO POR ESTE CAPÍTULO. ADEMÁS DEL COVID, ESTOY PASANDO POR UN MOMENTO MUY DELICADO EMOCIONALMENTE Y TENGO MUCHAS EMOCIONES ENCONTRADAS. SE LOS CUENTO NO CON EL FIN DE JUSTIFICARME O DARLES PENA, PARA NADA. SE LOS CUENTO PORQUE ESTE ÚLTIMO AÑO SE HAN CONVERTIDO EN PERSONAS MUY IMPORTANTES PARA MÍ Y NECESITO COMPARTIRLO CON ALGUIEN. IGUAL, NO SÉ QUIENES LLEGARAN A LEER HASTA AQUÍ, PERO TE AGRADEZCO QUE TE TOMARAS LA MOLESTIA DE HACERLO :3

POR ÚLTIMO, YA PARA ACABAR PORQUE ESTO ME QUEDÓ MUY LARGO, QUIERO AGRADECERLES POR SEGUIR AQUÍ, POR APOYAR ESTA HISTORIA Y LO QUE HAGO, POR DARME LA CONFIANZA DE QUE SABER QUE LO QUE ESCRIBO NO ES TAN MALO Y DARME UNA RAZÓN PARA LEVANTARME DE MI CAMA, TOMAR LA LAPTOP Y EMPEZAR A ESCRIBIR. GRACIAS A TI, PERSONA QUE ESTÁS LEYENDO ESTO, POR TOMARTE EL TIEMPO Y EL INTERÉS DE SEGUIR ESTA HISTORIA Y APOYARME. TE QUIERO MUCHO, ERES MUY IMPORTANTE PARA MÍ, Y ESPERO QUE ESTÉS A SALVO EN CASA, CUIDATE MUCHO, USA DOBLE MASCARILLA Y BEBE MUCHA AGUA.

RECUERDA QUE, CUALQUIER COSA QUE ESTES PASANDO, TODO VA A MEJORAR. TE PROMETO QUE EL SOL BRILLARÁ NUEVAMENTE SOBRE NOSOTROS… (POR CIERTO, SE VIENE LA SERIE DE MI BEBÉ TOM ASÍ QUE VAYAN A VERLA)

LOS QUIERO MUCHO, NOS LEEMOS PRONTO

BESOS!