Orgullo y tradición – El comienzo. CAP 27
Nada mejor que un licuado de fresa acompañando el desayuno en la comodidad de su habitación. El despertar perfecto para Bulma en un día tan radiante.
«Pasaré medio día con Trunks en la piscina, después iremos a comprar una bacinica entrenadora». Sonrió para sí misma, imaginando la cara del engreído saiyajin, al restregarle en la nariz el último pañal sucio de su hijo. «No debe ser tan difícil. Con mi genialidad, no tardaré en lograrlo en tiempo record», pensó positivamente, llevándose un trozo de panqueque a la boca.
Terminó el desayuno, lavó sus dientes y caminó rumbo al comedor, esperando encontrarse con su madre consintiendo a su nieto, algo común en las mañanas, ya que la rubia acostumbraba darle el desayuno al híbrido, junto con uno que otro postre. Amaba disfrutar de pastelillos al lado de su nieto favorito; como ella le decía.
Al no encontrarlos, se dirigió hacia el jardín principal. «Seguramente estarán allá», pensó apurando el paso.
Encontró a su madre parloteando por el teléfono con alguna amiga, intercambiando sus infalibles secretos de belleza.
—El joven Vegeta se lo ha llevado a entrenar —dijo la rubia, apenas vio a la científica acercarse.
—Pero si… ¡Es verdad! —exclamó, recordando lo dicho por el príncipe la noche anterior.
«Así que va en serio lo de entrenarlo».
La rubia se alejó un poco del teléfono para mencionar con emoción: —Ni siquiera tuvo que cargarlo, mi niño bonito lo siguió al verlo. ¡Se veía tan entusiasmado! ¡Ah… y le dijo papá!
—¿Se lo habrá llevado al otro jardín? —preguntó Bulma sin alterarse, con plena seguridad de que Vegeta no dañaría a Trunks. Le constaba que lo protegería.
—Creo haberlo escuchado mencionar que estarían en la cámara de gravedad —respondió Panchy, como si fuese la cosa más normal del mundo.
—¡¿QUÉ?! ¿La cámara?! ¡Es muy pequeño para eso! —chilló alarmada, dejando a su madre sola para dirigirse hacia el lugar donde se encontraba ese insensato saiyajin y su hijo.
«Ese irresponsable, ¿cómo se le ocurre llevárselo tan pequeño? No cabe duda de que los saiyajines no tienen cerebro».
Corrió a lo más que le permitían sus piernas, hasta llegar sin aliento frente a la puerta de metal reforzado.
—¡ABRE LA PUERTA DE INMEDIATO! —Exigió presionando el botón del intercomunicador.
No tuvo que gritar de nuevo, la puerta se abrió casi de inmediato.
—¡¿Cuál es la razón de tanto escándalo?! —Se quejó Vegeta, fingiendo ignorar el porqué del alboroto.
Sin respóndele, lo empujó para ir directo a buscar a su pequeño, encontrándolo de pie, sin un solo rasguño o golpe aparente. De cualquier manera lo cargó, revisándolo a pesar de que el infante se negaba a ser cargado.
—¿En serio creíste que le afectaría la gravedad aumentada? —inquirió Vegeta detrás de ella.
—Nunca ha estado aquí. ¿Tú qué crees? —Respiró de alivio al comprobar que su hijo no presentaba ninguna anormalidad—. Por si no lo sabías, cabeza hueca. Los bebés son frágiles —dijo, luchando en vano por mantener al inquieto niño en sus brazos, quien logró liberarse gracias a su insistencia, saltando directo hacia donde se encontraba el príncipe, elevando sus bracitos pidiendo ser cargado por él, ante la mirada incrédula de su madre.
—Ya vez que quiere continuar probando su resistencia. Tiene sangre saiyajin en sus venas. —No pudo evitar ocultar el orgullo hacia su vástago.
—Supongo que estarás usando poca gravedad, —murmuró Bulma sin salir de su asombro, viendo a su pequeño bebé insistir para ser cargado por su peculiar padre, que a pesar de no ceder ante la tierna petición del crío, tampoco le miraba con el desprecio que antes le dedicaba. Simplemente se limitó a observarlo con el ceño relajado y su eterna pose de brazos cruzados.
No respondería a la suposición de Bulma, no aceptaría en voz alta que efectivamente estaba comenzando con poca gravedad. No era un idiota como para ignorar que el pequeño cuerpo de su hijo, no estaba preparado para la enorme presión ejercida contra él.
—Necesito ponerlo a prueba un rato más. A menos que planees unirte al entrenamiento. —Le sonrió burlón. Lo cual era una clara invitación a retirarse y dejarlos solos.
«¿Qué puede salir mal? Creo que ya es hora de que comiencen a interactuar como padre e hijo», pensó la científica. Después de todo, el pequeño no mostraba ninguna señal de maltrato o incomodidad.
Suspiró reprimiendo sus celos de madre. Le daba gusto de que al fin Vegeta estuviera realmente presente en la vida de Trunks. No solo como una sombra a lo lejos, sino cumpliendo el rol que le correspondía en la vida del pequeño, el que le parecía difícil de presenciar a corto plazo. Sin embargo estaba sucediendo frente a sus ojos, y al parecer ya comenzaba a formarse un vínculo entre ellos. Trunks ya confiaba en él, le agradaba, se sentía cómodo en su presencia.
—Bien, te dejaré tenerlo aquí. —dijo con actitud calmada, la que cambió por una amenazadora para advertirle—: No te conviene que tenga un solo rasguño.
—¿Acaso crees que se fortalecerá tratándolo como lo tratas? No entiendo cómo el Trunks del futuro logró ese nivel de poder, contigo pegada a él.
—Lo entreno Gohan —respondió Bulma avanzando hacia la puerta.
—Es lo mismo. Por fortuna no le pegó lo llorón. —Se hizo a un lado para dejarla pasar, mordiendo discretamente su labio inferior al verla contonear las caderas, como lo hacía siempre que discutían por tonterías sin importancia.
—Eso porque yo no lo soy…
La sólida puerta de metal se cerró, dejándola con la palabra en la boca. Eso no evitó que le gritara, quejándose por la acción descortés del príncipe.
Dentro, Vegeta reía de buena gana. Disfrutaba de sobremanera el poder tener de nuevo ese tipo de discusiones "amenas" con la terrícola. Era como sentirse en casa de nuevo.
Exclusivamente en la tierra, experimentaba esa sensación de la que solo recuerdos quedaban. El sentirse cómodo en algún lugar que no fuese su planeta. Inclusive comenzaba a encontrar placentero el clima cambiante de las estaciones, los olores de la naturaleza, los colores bajo la luz del sol, la gravedad natural del planeta. Bien podría vivir allí el resto de su vida.
—Papa.
La vocecita de su hijo interrumpió sus pensamientos.
—Papa —dijo de nuevo, saltando con impaciencia.
—Se dice papá, no papa —respondió Vegeta con tono serio, como si estuviese hablándole a un adulto.
—Más papa, más.
«Paciencia. Por algo en mi planeta los mantenían dormidos en los primeros años de su vida… Paciencia». Frotó el puente de su nariz, aspirando profundo.
Tenía nula experiencia tratando infantes, y menos tan pequeños. Gohan era el primero con el que había cruzado más de una palabra, apenas lo necesario y siempre tratándolo de manera despectiva. Sin embargo con Trunks ya no podría actuar así, se lo debía al joven del futuro, se lo debía a sí mismo. Su hijo significaba la única conexión con su origen saiyajin, inclusive a pesar de sus colores tan terrícolas; la huella de sus genes se imponía en todo lo demás.
—Bien, Trunks. Continuemos —dijo, conservando el mismo tono neutral. Estaba seguro que le entendía en todo, a pesar de su corta edad. Al menos eso quería creer.
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Nunca imaginó que sería tan complicado entrenar a un niño para ir al baño. Tenía una semana desde que comenzó a sentarlo en la bacinica, inclusive lo mantenía en calzoncillos la mayor parte del tiempo, teniendo que verse en la necesidad de cambiárselos siempre.
En cuanto al entrenamiento con el saiyajin de sangre pura, Trunks solo estuvo un par de horas con su padre en la cámara de gravedad, hasta el momento en que el desagradable olor de sus pañales se hizo presente. Suficiente motivo para que el príncipe decidiera que su hijo estaba demasiado pequeño para la gravedad aumentada, eso no significaba que cesarían por completo sus enseñanzas. Trunks debía crear un vínculo con su origen saiyajin, para eso tenía a su padre, el príncipe de esa raza.
Mientras tanto, Bulma insistía con el pequeño, sacando paciencia de donde podía, en especial cuando Vegeta le recordaba que el tiempo corría.
—¡NO! —El híbrido se negó a sentarse en la bacinica, corriendo hacia la ducha, exigiendo la manguera con la que jugaba durante el baño.
—Primero debes hacer… pipi. —Agachó la cabeza con frustración, cansada de luchar contra su testarudo hijo, mientras él se orinaba de pie sobre las baldosas de la ducha. —Tú ganas por hoy. Pero mañana, muchachito, harás tus necesidades donde se debe, o dejaré de llamarme Bulma Briefs.
—Fírmalo, sería interesante ver cuál será tu nuevo nombre —dijo Vegeta, mostrando una sonrisa socarrona al irrumpir en el baño del menor.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Bulma, maldiciendo su descuido.
—Es mi hijo —respondió curvando los labios en un gesto burlón antes de agregar—: Solo vine a ver su avance en el uso correcto del inodoro.
—Papá… agua… —Señaló Trunks los grifos, pisando sus propios orines que recién había expulsado.
—¡Eso no se hace Trunks! Vamos a bañarte ahora mismo. —Le ordenó endureciendo las facciones, más que nada molesta por haber sido sorprendida por el príncipe de los burlones, en su fallido intento por hacer que el niño obedeciera sus peticiones. Aspiró y exhaló ruidosamente, tomando la manguera que Trunks sostenía, girando el grifo para regar el charco amarillento que se esparcía bajo los pies del menor.
—Vas lenta. Yo logré hacer que se dirigiera hacia mí pronunciando correctamente, mientras que tú…
Un chorro de agua en dirección hacia el guerrero lo hizo callar. De no ser por sus reflejos, hubiese terminado con la cara empapada.
«No tomé en cuenta su agresividad cuando se le provoca», pensó el guerrero.
—Eres bienvenido a ayudarme a bañarlo, ya que gustas tomar tu rol de padre con seriedad. —Le invitó la científica, mostrando su blanca dentadura en una sonrisa burlesca.
—Soy un padre saiyajin, no uno terrícola —respondió antes de dar media vuelta y salir a tiempo. Conociendo a la mujer, sabía que no se conformaría con haberle mojado el antebrazo izquierdo, lo mejor era, alejarse de ella y de los deberes que no fueron hechos para él.
Dentro del baño, Bulma terminó de desvestir al pequeño, prestándole la manguera con la presión del agua baja, mientras el resto del chorro caía de la regadera.
—Tu papá me ha impresionado, cada vez se interesa más en ti —dijo con una amplia sonrisa cariñosa, con el pecho inflado de esa sensación cálida que solía invadirla durante su embarazo.
Estaba convencida de que el duelo post batalla de Vegeta se acercaba a su fin; retornando poco a poco su antiguo sentido del humor. Las discusiones simples entre ellos comenzaban a ser divertidas de nuevo, con uno que otro sutil coqueteo, en donde el príncipe mostraba breves destellos de aquella mirada lasciva, que solía dedicarle antes de embarazarla.
Ya no le guardaba rencor, sin embargo, eso no significaba que olvidaría su manipulación e inicial rechazo hacia su hijo, haber intentado eliminarlo y permitir que los atacasen. Bulma no olvidaba.
«¿Qué fui para él?», se preguntó, secando los lacios cabellos del híbrido. Llegando a su mente los recuerdos de las sensaciones que experimentó en los brazos del guerrero, la intensidad de sus encuentros, en donde la sed por el otro podía palparse, inclusive después de saciarse, sorprendida al desear otro revolcón con ese exótico príncipe.
«¿Qué sentí en realidad por él? ¿Qué siento ahora mismo?»
Se negaba a admitir que su fugaz enamoramiento continuaba ardiendo en su pecho, se suponía que ya no era una jovencita soñadora, su corazón no debería saltar cada vez que tuviera un enfrentamiento verbal con él; en especial, cuando le miraba de manera larga y profunda, sin desviarle la vista. Algo frecuente en las últimas semanas.
Acostó al pequeño, tarareándole una canción de cuna, logrando invitarlo a dormir sin más esfuerzo. Una vez que estuvo segura de que ya no despertaría por el resto de la noche, bajó la intensidad de la luz, solo para no tropezar en caso de que tuviese que ingresar de nuevo, si llegase a llorar o llamarle, lo que sucedía en escasas ocasiones.
—Bien amor. Buenas noches —susurró antes de cerrar la puerta con cuidado.
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—Mujer sin nombre. —Lo escucho llamarla.
Sin voltear a verlo, ya podía adivinar la mueca burlona en su varonil rostro.
—Estoy ocupada… hombre sin profesión.
—Al menos tengo nombre, y título. —Cruzó los brazos, recargando su espalda en el marco de la puerta.
La científica levantó la vista brevemente, luego retornó su atención a las hojas sobre su mesa favorita. —El que Trunks sea un testarudo como tú, no significa que no lograré hacerlo dejar los pañales. Aún conservo mi nombre.
—Llevas tres meses con eso. Yo creo que ya dejaste de llamarte Bulma.
—¿Necesitas algo? —preguntó apurándolo, le molestaba que las cosas se le salieran de control, peor aún, que se lo recordasen constantemente.
Vegeta notó la molestia en las palabras de la mujer, sintiéndose extrañamente incómodo. «Creo que se me ha pasado la mano», pensó, pareciéndole que tal vez la presión sobre ella, estaba influyendo en el fracaso de la transición de los pañales a los calzoncillos de su hijo. Debía dejar la fiesta en paz, en especial por el crío.
Recordó la razón por la que acudió a su laboratorio, relamió sus labios y se acercó hasta quedar frente a ella, apoyando ambas manos sobre la mesa en la que trabajaba la terrícola. —Respecto al incidente de hace unos días, el que me comentaste que sucedió en el dichoso parque donde lo llevaste.
—Sí, ya sé que Trunks es más fuerte que los demás niños, no hace falta que me lo recuerdes. —Blanqueó los ojos, anticipándose a una posible llamada de atención, por minimizar el poder que pudiera tener un niño tan pequeño, por muy híbrido que fuera.
—Necesita un igual para eso que llaman jugar, llévalo con el crío menor de Kakaroto. Eso le ayudará a dominar sus habilidades y gastar la energía que le sobra —aconsejó, dando media vuelta apenas terminó de hablar.
Bulma parpadeó, abriendo la boca para hablar, sin embargo, se quedó congelada por unos breves segundos, sorprendida por el consejo del príncipe. Parecía que nunca terminaría de conocer al orgulloso saiyajin, entre más lo trataba, más le agradaba; en especial, cuando daba señales de ser un buen padre.
—Gracias, Vegeta. —Finalmente pudo decir, dejando de lado lo que hacía, corriendo hacia el príncipe para detenerlo por un brazo.
—¿No estabas ocupada? —inquirió Vegeta, girándose hacia ella, quedando tan cerca que podía oler el perfume del acondicionador en su cabello.
«Fresas, siempre huele a esa fruta empalagosa, que en su cuerpo la encuentro por demás exquisita». Pensó el príncipe, dando un paso hacia adelante, estudiando la reacción de la mujer, sonriendo para sí mismo cuando ella emitió un ligero suspiro, en el instante que la acorraló entre el marco de la puerta y él.
—Dime Bu… mujer sin nombre —habló con voz baja y ronca, casi como un ronroneo. Sin importarle la situación, no dejaría ir la oportunidad de fastidiarla, solo para tener la dicha de sentir su débil ki elevarse; le enloquecía. Lo disfrutaba tanto que a veces la buscaba solo para eso. Era como un bálsamo, a falta de sus encuentros sexuales.
—Mi nombre es Bulma Briefs —aseveró levantando la barbilla, a pocos centímetros de los labios del saiyajin. En esta ocasión, fue el príncipe quien rompió la distancia, presionándola contra el marco de la puerta, apoderándose de sus labios con voracidad.
Aspiró el olor de su piel mientras exploraba la audaz boca femenina, manteniendo las palmas de las manos extendidas contra el marco, detrás de la espalda de la científica. El encuentro fue breve e intenso, como la relación que sostuvieron antes de ser padres.
—Perdiste tu nombre al hacer esa apuesta; te lo devolveré cuando logres esa misión tan complicada para ti —dijo en un ronco susurro sobre los labios de la terrícola.
—Atrevido, te aprovechaste de que bajé la guardia. —Fingió reclamar sin poder evitar escucharse coqueta, lo que invalidaba su reclamo.
—Estamos a mano. Hiciste lo mismo cuando te lanzaste por la terraza. Mujer vulgar sin nombre. —Se alejó sonriendo de lado, dando media vuelta hacia la salida—. Toma en cuenta mi consejo respecto al crío de Kakaroto.
Bulma se quedó de pie, viéndolo desaparecer en la curva del pasillo, pensando. «Vegeta, realmente te preocupas por nuestro hijo».
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El sonido del generador de gravedad se mezclaba con el zumbido sordo de los nuevos robots de ataque, confundiendo los sentidos del guerrero, acostumbrado a los pitidos constantes de los modelos anteriores de esas máquinas creadas para su entrenamiento.
Un descuido bastó para que fuese herido por un certero rayo color rojo, causándole una abertura a la altura de la ingle, enfureciéndolo hasta el punto de transformarse, lanzando las molestas máquinas con su ki dorado, casi pulverizándolas.
—Maldita chatarra —gruñó presionando la herida.
No podía creer todo lo que había disminuido su condición después de un año y medio sin entrenar ni pelear. Su resistencia le daba pena, inclusive tuvo que hacer un mayor esfuerzo para lograr transformarse, ni qué decir de sus reflejos.
«¿Acaso tanto he bajado de nivel?», se preguntó, con la mirada fija en el robot que yacía destruido.
Retiró la mano para ver el daño en su cuerpo, encontrándose con una larga incisión en la ingle derecha. Fina y precisa, penetrando por casi un centímetro, no muy profunda, pero peligrosamente cerca de sus partes privadas.
—Al menos ya tengo un descendiente —murmuró con ironía, viendo que con un mínimo movimiento suyo, el rayo quirúrgico hubiese cortado un poco más arriba, dejándolo imposibilitado para reproducirse, o inclusive copular.
Le estaba costando trabajo respirar con normalidad, jadeaba a pesar de no encontrarse en movimiento. Lo que atribuyó a la gravedad aumentada cuatrocientas veces más que la tierra, cantidad que ya dominaba por completo antes de renunciar a las batallas.
Tenía apenas unos cuantos días de haber reanudado los calentamientos en algún lugar solitario del planeta, además de replantearse la posibilidad de volver a ser el príncipe Vegeta de antaño; el guerrero orgulloso que no se rendía. Estaba asqueado de su estilo de vida, después del fracaso que resultó ser durante la batalla contra Cell.
Inclusive el insecto de Yamcha entrenaba de vez en cuando con el fenómeno de tres ojos. Los podía percibir a lo lejos, en dirección hacia donde sabía que vivía el anciano al que llamaban maestro Roshi. Fue gracias a una de esas ocasiones en que los sintió entrenar a lo lejos, que avergonzado de su reacción ante la muerte de su rival, se propuso superar sus fracasos. Dejar de lado la mediocridad en la que estaba sumergido hasta el cuello.
Además, estaba su hijo, no estaba dispuesto a que ninguna sabandija se atreviese a entrenarlo. Al heredero de su linaje, única conexión con su origen. Nadie mejor que él para ese trabajo. Por lo que volvió a vestir su armadura, retornándole el orgullo de guerrero, el cual había estado magullado, abandonado en algún recóndito lugar de su interior. Finalmente se encontraba haciendo uso de su querida cámara de gravedad, construida para él, por primera vez en muchos años; algo hecho para él.
—Maldición, tendré que suturar la herida —gruñó con enfado, levantándose con dificultad.
Se dirigió hacia un espacio en la pared, donde presionó un botón que hizo emerger de entre la misma, una camilla dispuesta con cajones llenos de equipo médico para curaciones simples. Suspiró resignado, tomando las herramientas para coser la herida, algo en lo que tenía experiencia.
—Que jodido primer día de entrenamiento — dijo al terminar la última puntada, dirigiéndose hacia la puerta, no tenía el mismo ánimo de pocos años atrás, cuando continuaba a pesar de sus heridas, levantándose una y otra vez. Caminó hacia la salida ocultando el dolor punzante en su ingle, a pesar de que podía observarse la recién sutura sobresaliendo de la abertura de su traje, el príncipe avanzaba tragándose los quejidos, cada vez que el hilo hacía presión en cada paso que daba.
—¡Por Kamisama! ¿Qué te pasó? —preguntó Bulma al verlo caminar por el pasillo.
—Nada de importancia —respondió con su típica pose infranqueable.
—¿Acaso probaste el robot que hice con la información obtenida de los planos de dieciséis? —Se agachó para ver la sutura, comprobando que la herida correspondía con el nuevo laser de dichas máquinas.
—Eso explica muchas cosas —respondió tratando de seguir su camino, pasando al lado de la científica.
—¿Vas a tu nave?
—Trunks sigue usando ese aditamento ridículo para mantener seca su ropa —dijo sin retornar la vista.
—Ya no usa pañales.
Vegeta se giró, torciendo los labios en una mueca burlona, encontrándose con la mujer sonriendo con altivez, colocando las manos en las caderas en señal de triunfo.
La observó con escepticismo, pareciéndole que le estaba jugando una broma, ya que pocos días antes, había visto a su hijo vistiendo pañales mientras caminaba sobre el césped con su abuelo materno.
—Peor aún, ahora mojará literalmente sus pantalones. Dudo que ya haga sus necesidades en donde corresponde —respondió con sorna.
—Tú mismo dijiste que Trunks no era tonto. —Le recordó levantando una ceja.
—Y no lo es —respondió cruzando los brazos sobre su pecho—. Mi hijo es terco, y al parecer le complace llevarte la contraria. Otra cosa que sacó de mí.
—¿Te complace llevarme la contraria? —Se acercó al guerrero con actitud coqueta, lo que causó desconcierto en el calculador príncipe—. No es buena idea hacerme enojar.
La chispa única en los ojos de la mujer se encendió de pronto. Esa insignia suya que aparecía cada vez que deseaba mostrarse ruda, la que le traía a flote recuerdos de cuando vivía en su planeta natal, a tal grado, que inclusive podía recordar olores olvidados. Ni las charlas de Nappa sobre sus bastas experiencias en el planeta Vejita, le arrancaron memorias tan vívidas. Eso sucedía exclusivamente cuando la terrícola sacaba su lado agresivo. Estaba seguro de que el éxito en haber tenido un descendiente a la altura de su estatus, se debía en gran parte en haberla elegido para reproducirse. La que consideraba, una de las mejores elecciones de su vida.
—Como si pudiera temer a una criatura tan débil —dijo mostrando una sonrisa socarrona.
Bulma se acercó más, quedando a un paso de distancia, conservando la mueca burlona. Estiró los dedos de la mano derecha hacia la sutura en la ingle del guerrero. —Para ser una débil criatura, no estuvo mal mi ataque. Parece que lo lastimé, su alteza —susurró la última palabra.
—Querrás decir, el ataque de la chatarra que fabricaste en conjunto con tu padre.
—No. Sé muy bien lo que quise decir. —Pasó su dedo índice sobre algunas de las puntadas, apenas rozando, para luego detenerse en la piel enrojecida, presionando con suavidad—. Esos robots son completamente míos, mi padre no tuvo nada que ver en su creación. Por lo que sí, prácticamente yo te ataqué con mi inteligencia.
El toque de la cálida piel de la mujer sobre su carne, hizo reacción en el cuerpo del guerrero, provocándole un conocido cosquilleo entre sus piernas, amenazando con erguir su parte más íntima.
—Pues tendrás que hacer otros, quedaron arruinados —dijo con prisa, haciéndola hacia un lado con cuidado de no empujarla, huyendo antes de terminar doblemente humillado, ahora por culpa de su cuerpo caliente.
—¡Oye Vegeta, deberías tener más consideración! ¿Sabes lo complicado que es hacerlos? —Le recriminó viéndolo salir con pasos largos y firmes, estaba segura de que fingía no dolerle.
No podía estar más satisfecha, el padre de su hijo pensaba continuar entrenando. No solo le interesaba contar con la protección del poderoso saiyajin, también le interesaba la salud mental del mismo, y por supuesto, de su hijo; el pequeño lo necesitaba entero.
Suspiró con entusiasmo, le alegraba tener de vuelta al sarcástico, engreído y prepotente príncipe saiyajin, de nuevo deambulando por la corporación. Aunque en los últimos meses lo vio con frecuencia en su casa, no se comparaba verlo comiendo y reposando pensativo en algún lugar solitario de la propiedad, a verlo vistiendo el traje de guerrero, siendo de nuevo él mismo.
A todos les dolía la muerte de Goku, sin duda era muy querido entre sus conocidos, hasta el punto de impactar en la vida de aquel que decía odiarlo, dejando de lado lo que más amaba; los combates y su sueño por reinar.
Bulma tenía la certeza de que Vegeta había desistido de su obsesión por tomar el lugar del emperador Freezer, con todo y lo que significaba para él. El simbolismo detrás de aquello que parecía un deseo tan superficial, tan banal y común entre la mayoría de villanos. Pero que para el príncipe carecía de toda frivolidad aparente, era algo mucho más profundo; venganza, justicia.
Ante los demás guerreros, el príncipe siempre mantuvo una actitud infranqueable. Gozaba de provocar temor y desprecio, siempre fue así, desde niño, altivo y solitario a pesar de tener soldados de élite a su alrededor. Nunca tuvo amigos, se negaba a mezclarse con quienes consideraba inferiores a su nivel, en especial con los amigos de Bulma, quienes no comprendían cómo la científica terminó intimando con alguien tan antisocial, tan opuesto a ella. Y cómo era posible que mantuviera cordial trato con el saiyajin, después de que interfirió de manera muy estúpida para ayudar a Cell, poniendo en peligro a todos, a ella y a su hijo.
Lo que ignoraban los guerreros, era que Bulma tenía la capacidad para interpretar las miradas frías, las palabras secas, especialmente cuando hablaba con él sin testigos, cuando la barrera de guerrero orgulloso cedía para mostrar un poco al hombre que ocultaba detrás. No por nada se consideraba una mujer con inteligencia sobresaliente, por eso mismo sabía que a Vegeta le había afectado la muerte de Goku, y no por tenerle afecto, sino porque con Goku moría la posibilidad de demostrarse a sí mismo y a los demás, su superioridad como guerrero. Algo que soñó toda su vida; ser el mejor guerrero. Algo para lo que fue adoctrinado desde que salió de la incubadora, algo que tenía tatuado en su memoria, su mantra para no enloquecer cuando tuvo que pasar de príncipe de todo un planeta entero, a un soldado cualquiera.
Vegeta debía lamer sus heridas para poder levantarse y decidir su futuro, Bulma lo sabía, por lo que dejó que el tiempo hiciera lo suyo. No esperando hacerlo su pareja, mucho menos su esposo, no le veía posibilidades de formar una familia feliz con él, y no estaba dispuesta a ser una pareja disfuncional. Su principal interés radicaba en que su hijo tuviese a su propio padre como figura paterna, a diferencia del joven del futuro, quien vio a Gohan como un hermano mayor, sustituyendo la figura paterna que tanta falta le hizo.
En cuanto a ella, prefería no pensar en eso, temía llegar a la conclusión de que lo amaba. Podía con la certeza de que le gustaba, de que le encendía el libido a niveles que ni Yamcha pudo llegar a encender, en la etapa de su vida donde se suponía que la hormonas dominaban. Razón por la que le causaba inquietud cuando su corazón saltaba cada vez que discutían muy a su manera, con coqueteo incluido. En donde ella disfrutaba de cada palabra, cada lucha de miradas, especialmente de los escasos besos robados por parte de ambos.
«No debería, es peligroso», se repetía después, tirando en saco roto sus resoluciones al volverse a encontrar con él. Cayendo de nuevo al juego de tirar y aflojar; sin sobrepasar la barrera de aquel par de besos improvisados.
Tenía la convicción de terminar con ese juego tal excitante, al menos lo tenía contemplado en sus planes a futuro. Creía que mientras no lo tomara en serio, no tendría por qué afectar a su amena relación con el saiyajin.
«Fueron las hormonas». Se convencía, atribuyendo lo que definía como breve enamoramiento, a su pasado embarazo. Ahora, con la cabeza fría, veía lejana la posibilidad de hacer pareja con él. Al menos eso quería creer, por eso evitaba pensar demasiado al respecto. En el fondo sabía que deseaba intentarlo una vez más.
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La cabeza del pequeño híbrido ya mostraba una tupida cabellera lacia color lila, atrás comenzaban a quedar sus rasgos de bebé, hasta el punto de que ya tenía más de cuatro meses sin usar un solo pañal.
Corría animado detrás de su padre, le gustaba seguirlo cuando visitaba la corporación, sentarse a su lado cuando el príncipe comía en el comedor, robándole uno que otro bocado del plato, imitando sus gestos, su modo entre refinado y salvaje de engullir los alimentos.
Al principio le pedía brazos, pero al ver que su padre en ningún momento sucumbió ante sus pucheros e insistencias, decidió simplemente seguirlo. No sabía por qué su papá no lo cargaba, abrazaba y mimaba, como su madre y abuelos; pero por alguna extraña razón no le molestaba ni dolía. Se sentía cómodo a su lado.
—Un golpe más —ordenó Vegeta, siendo obedecido de inmediato por el menor, dando un salto más alto que el anterior, golpeando con más fuerza, sin lograr causar dolor en su progenitor. Sin embargo, comparándolo con un niño terrícola de su edad, la diferencia de fuerza era visible, a tal grado que Bulma le prohibía jugar en los parques con otros niños. No se arriesgaría a otro incidente vergonzoso en donde su hijo la desobedeciera, haciendo gala de su temperamento saiyajin cuando algún pequeño lo hiciera enojar. Por lo que el consejo de Vegeta le había resultado la mejor alternativa para que Trunks socializara con otro de su edad.
—Oto, papá, oto —dijo el híbrido, emocionado como siempre que convivía con su padre. Le encantaban esos juegos que el mayor le enseñaba. Para el pequeño solo era diversión, él no lo sabía aun, pero su sangre de guerrero lo dominaba en esos momentos.
A Vegeta se le llenaba el pecho de orgullo. Cada vez que lo entrenaba se convencía de que había sido su mejor creación, inclusive mejor que las técnicas de las que tanto se enorgullecía.
—Es suficiente por hoy, Trunks —dijo al verlo pestañear de cansancio, de pie, con sus puñitos listos para continuar, como todo un saiyajin de clase alta. Sin embargo, estaba consciente de que el niño no tenía la edad para un entrenamiento real, debía darle tiempo; no cansarlo demasiado y no herirlo. Al menos hasta estar listo para un enfrentamiento de verdad. Mientras tanto se limitaría a enseñarle todo lo que su joven mente pudiese absorber.
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El tiempo pasaba volando para el príncipe, a pesar de no participar en ninguna batalla desde hacía más de un año y medio. Lo que más le sorprendía, era que no le apetecía salir al espacio a enfrentarse con nadie, se encontraba cómodo en la tierra.
—Toma, sobró comida. Puedes refrigerarla en la nave. —Bulma le estiró la mano, ofreciéndole una cápsula—. Si vivieras aquí, tendrías a tu disposición más variedad de alimentos.
—No tengo problema con eso, estoy acostumbrado a valerme por mí mismo —respondió aceptando la cápsula.
—Eso no significa que debas vivir siempre así —opinó Bulma. Le causaba pena imaginarlo tan solo desde pequeño. No sabía por qué, pero le enternecía.
—No es ningún problema —repitió el príncipe—, me gusta así.
—Bien, saiyajin obstinado, como tú digas. —Blanqueó los ojos—. Pero no negarás que hoy te divertiste durante el espectáculo de payasos. Esa diversión no la obtienes en tu vida de ermitaño.
—Eres más cruel de lo que aparentas. —Levantó la barbilla al verla abrir los ojos, parpadeando confundida—. Es perverso regodearse de lo bajo que pueden caer otros para obtener unas monedas, hasta yo siento pena por la mediocridad de esos… payasos. Inclusive Trunks, que es un crío, tiene más dignidad.
—¡Oye, es su trabajo! Para eso son los payasos. Y en cuanto a Trunks, ese muchachito hizo mal en arrancarle la peluca…
Una sonora carcajada interrumpió a la científica, contagiándole el buen humor que se cargaba el saiyajin esa tarde. No pudo evitar reír al recordar el incidente.
—Fue lo mejor del espectáculo. Cada maldito segundo de tortura viéndolos sobre el escenario, valió la pena. Estuve a punto a alejarme volando, hasta que Trunks saltó para jalar esa ridícula mota rosada que el tipo llevaba en la cabeza.
—Se llama peluca, y es parte de su vestuario —le corrigió entre risas.
—Te prohíbo que vuelvas realizarle ese tipo de festejos, tan indignos para el primogénito del príncipe de los saiyajines. —Finalizó con orgullo.
—No necesito de tu permiso, también es mi hijo —espetó levantando la barbilla igual que él, demostrando su autoridad como madre.
A lo que el guerrero respondió curveando una ceja. —Bien, entonces no te quejes la próxima vez que mi hijo haga notar su disconformidad. Creí que tenías suficiente con el evento en el parque.
Bulma suspiró pensativa, hasta cierto punto entendía a Vegeta, debía tener cuidado con el comportamiento del menor. Las cualidades que su pequeño híbrido poseía, podían llegar a ser peligrosas en caso de no mantenerlo vigilado durante su crecimiento.
—Entiendo el punto, pero me niego a mantener a mi hijo encerrado, escondido como si fuese un fenómeno. Necesita convivir con otras personas, aprender a medir su fuerza, ser sociable —dijo antes de emitir un ruidoso suspiro de frustración.
—Si no te molesta que los accidentes suban de nivel, a mí me da igual. —Se encogió de hombros—. Lo que no estoy dispuesto a permitir, es que ridiculices a Trunks con numeritos como el de hace rato. Supongo que notaste lo incómodo que estuvo con esos estúpidos payasos.
La científica blanqueó los ojos, dando por terminado el tema. Su terquedad le impedía aceptar en voz alta que Vegeta tenía la razón; lo que ya no le sorprendía tanto, pues se estaba acostumbrando al interés que el príncipe mostraba por el pequeño híbrido.
—Entonces, debo agradecer que su majestad se haya rebajado a venir a nuestra ridícula tradición. Aunque supongo que viniste solo por Trunks, no por la fiesta. —«O por mí», pensó mostrando una sarcástica sonrisa.
—Y por la comida, no lo olvides —dijo curveado los labios, mostrando su canino derecho. «Y Porque me dijiste que para él era importante», pensó paseando su vista sobre el vestido que envolvía las curvas de la mujer.
Encantadora prenda para el resto de invitados, sugestivo a los ojos del saiyajin, a pesar de no ser demasiado entallado ni escotado. La pieza color rojo le evocaba recuerdos de una noche en particular, en la que desesperado por tener acceso a ella, tuvo la osadía de arrancarle una prenda del mismo color, ganándose un par de insultos que supo callar con un ardiente beso.
Para Bulma, no pasó desapercibida la forma en que Vegeta la devoró con los ojos, sin ningún reparo. Le encantaba sentirse atractiva y deseada, mucho más por un hombre que se mostraba tan reacio a entablar cualquier tipo de relación con nadie, era como si se colgara una medalla por haberlo poseído. Podría ser un pensamiento lleno de frivolidad, pero no podía evitar verlo de ese modo, Vegeta significaba un reto para cualquier mujer.
Se relamió los labios antes de hablarle al guerrero. —Podrías convivir más con él, si aceptaras mi propuesta de vivir aquí.
Vegeta negó con la cabeza. —En un principio acepté porque estaba de paso, me daba igual. Sin embargo ahora, solo sería un arrimado en tu familia, —respondió con honestidad—, mi único lazo contigo es Trunks. No tengo cabida aquí, y no estoy de acuerdo a vivir como un mantenido.
—Eres como de la familia —respondió Bulma sin dar crédito a las palabras del saiyajin.
—A estas alturas tengo bien comprendida tu cultura. Sé a lo que ustedes llaman familia, y yo no entro en esa definición. Tampoco eres mi mujer por medio del absurdo ritual terrícola, ni por el de mi planeta. —Entrecerró brevemente los ojos al verla reaccionar ante la última frase, por lo que se animó a acercarse un poco más. No le desagradaba la idea de hacerla su mujer, el problema era que no tenía la certeza de poder lidiar con los tecnicismos terrícolas, no deseaba dejar de ser él mismo por sucumbir ante un deseo. Porque para él, era solo deseo, apego y respeto, nada más profundo que eso. Ya que se suponía que los saiyajines evolucionaron para ser guerreros; el amor era una palabra que ni siquiera existía en el léxico de su cultura, algo propio de seres de otros planetas, de seres débiles que perecían sin dejar rastro de su existencia en el resto de la galaxia. En cambio ella, tan diferente a cualquier otra hembra que hubiera conocido antes. Ninguna le llegó a gritar con desdén, ninguna se atrevió a soltarle alguna palabra mordaz o cargada de burla, mucho menos hacerle frente en una discusión. Muy distintas a la mujer que tenía frente a él, con las manos en las caderas y la barbilla alzada, tan orgullosa de sí misma. ¿Cómo no sentir confusión ante semejante hembra?
Se le quedó viendo en silencio, admirando su figura enfundada en ese pedazo de tela, que de seguro se convertiría en víctima de sus fantasías al caer la noche, en el silencio absoluto de su nave.
—Lo único que pido a cambio, es que seas nuestro protector. Que entrenes para ayudarnos cuando sea necesario. —La escuchó romper el silencio, insistiendo con palabras firmes. Extrañada por la repentina actitud quisquillosa del guerrero, algo que desconocía en él.
Lo vio respirar hondo, pareciendo pensar en su propuesta, en lugar de responderle con una negativa inmediata, como en las pasadas ocasiones.
—¿Y Gohan? —Preguntó el príncipe, guardando la cápsula en una bolsa del pantalón que había optado vestir para el cumpleaños de su único descendiente—. El poder que posee basta para salvarlos de lo que sea.
—Milk ya tiene planeado su futuro, y él está de acuerdo. No le interesa entrenar ni pelear, es más… me confesó que nunca le gustó del todo, que lo hacía porque se vio obligado. —Finalizó torciendo los labios, su frustración era palpable.
—Es un idiota, quedamos pocos guerreros saiyajin. —La vio entrecerrar los ojos con intenciones de hablar, por lo que se le adelantó enfatizando—. A diferencia de mí, Gohan ha derrotado a su rival, a él debería interesarle preservar la vida de su propio planeta.
«Gohan ha derrotado a su rival». Las honestas palabras del guerrero le escogieron el corazón. No recordaba haberlo escuchado expresarse así sobre sus pasadas batallas, sobre sus fracasos, ni siquiera cuando llegó a mencionar su primer encuentro contra Goku.
En ese instante comprobó lo que sospechaba, la razón detrás de la negación a tener cualquier enfrentamiento: Estaba decepcionado de sí mismo.
No era solo enojo o coraje por la muerte de Goku y su venganza frustrada. Su "depresión" tenía un origen más profundo, más personal.
—De cualquier manera la oferta sigue en pie. Si decides aceptar, la habitación de mi hermana continúa disponible. —Se limitó a decir, evitando abordar el tema de aquello que lo aquejaba. Valoraba infinitamente la honestidad con la que el orgulloso guerrero se había expresado, lo que significaba que ahora tenía su confianza, de lo contrario, no se hubiese abierto de esa manera. Esa revelación la conmovió.
Vegeta asintió con la cabeza, apenas en un movimiento perceptible, con su distintiva mirada de ceño arrugado clavada en ella, en toda ella.
—¿Qué tanto me vez? —preguntó cambiando de tema, con intención de abochornarlo. Lo que no sucedió, pues el saiyajin no se inmutó ni sonrojó. En lugar de eso, curvó los labios un poco hacia arriba, mostrándose dispuesto a seguirle el juego.
—¿Acaso no es obvio? —soltó con un brillo en los ojos que ella conocía a la perfección.
—¿Te gusta mi vestido? —Dio una vuelta con su característica coquetería.
La sonrisa sutil del príncipe se amplió, mostrando gran parte de sus blancos caninos afilados. —¿El vestido? No me costaría trabajo arrancártelo. Lo sabes —soltó sin tapujos, provocándole un conocido escalofrío a la científica.
—No te lo permitiría —respondió Bulma cruzando los brazos sobre su pecho, haciendo más pronunciada la línea de su escote.
De no ser por la forma juguetona en la que habló, él lo tomaría como una señal de que su límite llegaba hasta ahí. Al menos en ese momento así fue, ya que la terrícola se despidió con la misma sonrisa radiante que la acompañó durante todo el festejo de su pequeño, dejándolo solo, viéndola alejarse con las piernas descubiertas gracias al ondeante vestido que se agitaba con los movimientos de sus caderas, elevándose con sutileza gracias al generoso viento, para regalarle una agradable postal de los muslos blanquecinos que deseaba volver a tener a cada lado de sus caderas.
Sonrió internamente, algo habitual en los últimos meses después de verla, partiendo hacia su nave con un cúmulo de cuestionamientos sobre su actuar, sobre su vida futura, sobre las consecuencias de sus deseos.
Esa noche decidió tomar un baño en la tina, relajarse con el sonido del agua, que irónicamente le recordó la ocasión en que la tomó en la bañera, cuando ponía a prueba su arsenal de trucos de manipulación para lograr preñarla.
«¿De dónde salió esa estupidez de que no quiero vivir a expensas de su familia?», se preguntó desconociéndose. Nunca le importó tomar ventaja cuando podía, prácticamente fue su estilo de vida, gracias a eso logró sobrevivir en un ambiente extremadamente hostil. Tuvo que pisotear a decenas para mantenerse con vida, nunca pidió perdón por saquear, por manipular y robar.
«O vives como guerrero, o mueres como gusano». Ese fue su lema por años, cuando tomaba todo lo que podía sin remordimientos.
Inclusive en su estadía pasada en la corporación, no tuvo reparo en tomar todo lo que se le ofrecía sin pensarlo dos veces, sin cuestionarse si lo merecía o no. Después de todo, se suponía que estaba de paso, aún a pesar de sentirse como en casa; sensación que no experimentó en ningún otro lugar que no fuera su palacio. Bufó recostándose en la tina, con el agua acariciándole la barbilla, consternado por su lengua floja de ese día.
En verdad que su orgullo le cegaba hasta el punto de no pedir ayuda, pero eso nunca significó, rechazar algo cuando le convenía. Sin embargo, con Bulma le incomodaba mostrar su cinismo convenenciero, al menos, después de su derrota contra Cell, después de su fracaso al protegerla.
Se desconocía, le perturbaba descubrir que contaba con prejuicios que supuestamente no poseía.
—De cualquier manera, no merezco nada de lo que me ofrece —musitó reflexionando—. No puedo aceptarlo.
Arrugó más el ceño, exhalando ruidosamente, molesto de sí mismo por complicarse tanto la vida, por su cobardía para arrojarse a sus deseos, por su terquedad de permanecer firme a sus convicciones del pasado, las cuales habían caducado, debido a los sucesos de los últimos años.
Le irritaba la idea de Bulma siendo abordada por cualquier otro macho, incluyendo al molesto insecto de la cicatriz, al que veía de vez en cuando en la propiedad de la mujer, rondando como mosca, posiblemente, pensando lo mismo que él, al verla con ese maldito vestido color rojo.
Le hervía la sangre de solo saber que Yamcha atesoraba más recuerdos con ella, después de todo, por varios años fue su pareja. Para este punto ya no tenía caso negar sus celos, los cuales debía ocultar debajo de su mal humor. Estaba consciente de que en cualquier momento Bulma conocería a alguien, o cabía la posibilidad de volver con su ex novio. Una mujer tan ardiente, no podía permanecer mucho tiempo sola.
«¿Qué vas a hacer al respecto, podrás permanecer sin matar a quien ocupe su cama, a quien la tome como su mujer?». Su ki se elevó de solo pensar lo último.
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…
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La vida nocturna de la ciudad le entretenía cuando se encontraba aburrido, en especial, cuando no entrenaba, como ese día en particular.
No le encontraba sentido entrenar sin descanso como los años previos a la llegada de los androides, ya que no existía amenaza por el momento, razón por la que mantenía una rutina más flexible, dándose el gusto de relajarse de vez en cuando, solo, o en compañía de Trunks, en los jardines de la corporación.
En escasas ocasiones visitaba algún bar, viendo y conociendo más de la cultura terrícola, hasta encontrarse completamente relacionado con ella, inclusive, a veces se sorprendía al descubrir varas similitudes con las de su planeta, o de cualquier otro que conociera.
Su único hijo ya contaba con tres años y medio, crecía con rapidez, aprendiendo de la misma manera, enorgulleciendo a sus padres y abuelos. Le parecía tan lejano el tiempo en que deseó eliminarlo, cuando se avergonzaba de su lazo consanguíneo y lo consideraba poca cosa. A veces se preguntaba qué hubiese sucedido de no haber conocido al Trunks del futuro, se le helaba la sangre al responder esa pregunta.
Salió de un bar al que había entrado por mera curiosidad, atraído por la luminaria que mostraba una silueta femenina en neón color rosa, meneándose en un baile que conocía gracias al televisor, lugar en donde mujeres se desnudaban bailando sobre una tarima, algunas contoneándose alrededor de un tubo plateado.
Bebió alrededor de cuatro tarros de cerveza, llegando a la conclusión de que aquellas mujeres le parecían demasiado vulgares e insípidas. Ninguna le pareció lejanamente atractiva. Tal vez algunos años atrás, con gran probabilidad hubiese contratado los favores de un par de esas hembras, en especial, una de cabello azul y curvas pronunciadas; parecida a Bulma solo en lo colores, solo en eso. No podía evitar compararlas con ella, le resultaba inevitable.
Recordó la última vez que se vio tentado a recurrir a una para bajar su libido, en la última ocasión que estuvo fuera del planeta, apenas unos tres meses después de la batalla contra Cell. En aquella ocasión, entró al burdel que conocía a la perfección, observó a las hembras disponibles, entre ellas estaba la última que había gozado algunos años atrás, la cual se vio entusiasmada al verlo entrar con el mismo porte arrogante de siempre. No obstante, apenas dio unos cuantos pasos en la sala principal, y se dio media vuelta para salir hacia su nave, no regresando de nuevo. Sencillamente, no deseaba a esas hembras.
Para él, no representaba ningún problema durar largos periodos en abstinencia. Pues algunos viajes tardaban meses, entre traslado y misiones, solo en su cápsula, o en algún planeta donde las hembras le resultaban repugnantes, teniendo que hacerse cargo de aliviar sus urgencias naturales en la soledad, sin testigos, lo que ya se estaba haciendo costumbre últimamente. Sobre todo, después de aquella charla con Bulma, al terminar la fiesta de Trunks.
Caminó sin aparente rumbo, simplemente disfrutando del clima, recordando el último entrenamiento con su crío, en donde logró hacerlo levitar por algunos segundos, superándolo cuando él tenía esa edad, flotando en una incubadora.
—¡Maldición! —murmuró al darse cuenta que sus pies lo habían conducido hacia ese lugar en particular. Del otro lado de la calle, a dos cuadras de la gran cúpula que se imponía sobre los demás edificios; igual a su palacio real en sus años de gloria.
Negó con la cabeza, curveando sutilmente los labios hacia arriba. «Es el equivalente a una princesa».
No le costó trabajo percibir el ki del guerrero terrícola, más fuerte que las energías del resto de habitantes en la zona, aun a pesar de tener tan bajo nivel de poder, a comparación de los otros guerreros
«¿Qué demonios hace ese gusano a esta hora?»
Cruzó la calle sin fijarse, recibiendo un ruidoso pitido por parte de un automovilista que casi se estrella contra él.
—Estúpido terrícola —gruñó en voz baja sin detenerse.
Saltó la barda que rodeaba las instalaciones de los Briefs, burlando sin complicación, los detectores dispuestos para encender las alarmas, en caso de que alguna persona intentara penetrar el circuito de seguridad. Efectivo contra cualquier persona normal, inútil contra seres como el príncipe.
Caminó sin ocultarse, bajando su ki para no advertir al insecto de su presencia. No quiso pensar en lo que hacía, la curiosidad le controlaba en ese momento.
«¿Cómo no lo había notado? La busca cuando no ando por aquí», pensó, pareciéndole lógico, ya que la gran mayoría de las visitas del desagradable hombre sucedían en su ausencia. En especial, desde que retomó sus entrenamientos en la cámara de gravedad, a la vez que pasaba algunas tardes con Trunks, instruyendo al pequeño sobre las artes de combate.
Los vio charlando mientras caminaban hacia el automóvil de Yamcha. «Patético. Continúa utilizando ese medio de transporte, sabiendo volar». Sus pensamientos se interrumpieron al verlo agacharse hacia el rostro de la científica. Contuvo la respiración, haciendo gala de su raciocinio al mantener a raya su ki, con el gesto endurecido, pero firme como el príncipe que era.
—¡Me saludas al maestro! —La escuchó decir después de aceptar el beso en la mejilla, alejándose un paso hacia atrás.
El guerrero terrícola se alejó sin notar que el saiyajin se encontraba a unos pocos metros de distancia, confirmando una vez más, lo frío que se encontraba en cuanto a sus habilidades.
—¡¿Vegeta?! —Exclamó Bulma sobresaltada, llevándose la mano al pecho—. Me pegaste un susto.
—Me sorprende que tú si lograras verme, —respondió acercándose a paso lento, con las manos en los bolsillos de su chamarra de cuero favorita—. Tu… amigo no me detectó, y se supone que tiene entrenados los sentidos. —Relamió sus labios al tenerla de frente, olfateando con discreción, averiguando si la esencia del insecto la envolvía.
—Yamcha es un despistado, además, nunca sueles venir a ésta hora. —El olor a cigarrillo le pegó de golpe a la terrícola, lo que le pareció extraño, ya que el príncipe no tenía el hábito de fumar—. ¿Haciendo vida social? —inquirió notando que vestía como un civil normal, encontrándolo bastante atractivo, con pantalones negros, botas negras y la chamarra de cuero que su madre le había escogido, cuando tenía poco tiempo siendo su huésped.
—Solo salí a merodear —respondió con su típica voz grave.
—¿Y… merodeas seguido por aquí tan noche? —Mordió su labio inferior, ladeando su cabeza, divertida con el inesperado descubrimiento.
—Recordé que olvidé algo en la cámara de gravedad. —Fue lo primero que se le ocurrió, solo esperaba que la mujer no preguntara qué.
—¿Qué se te olvidó?
«Maldición, ¿por qué tiene que ser tan curiosa?»
—¿Te molesta acaso que venga de noche? —Preguntó para desviar el tema de conversación—. Regreso después, no pensé que podría interferir en tus hábitos nocturnos.
—Por lo que veo, no soy la única en tener hábitos nocturnos —dijo, desconcertada por la repentina visita del príncipe.
A Vegeta no le pareció que luciera molesta por su intromisión, ni incómoda, y no lo estaba. Lo que significaba que no había interrumpido nada entre los terrícolas, no obstante, podrían repetirse esas visitas nocturnas por parte del guerrero de la cicatriz.
Se dio cuenta de que si continuaba haciéndose a un lado, el guerrero de bajo nivel continuaría ganando terreno. Con esa cara de amigo incondicional, siempre merodeándola como sombra, asechándola cuando él no estuviera presente.
Sintió que debía hacer algo al respecto, al menos complicarle la situación al terrícola. Tenía que regresar a la corporación.
—Estuve pensando en probables futuros ataques —soltó su carta, tirando a ganar—. Me he fijado que Gohan no ha entrenado un solo día, a excepción del namekuseí, todos se han dedicado a holgazanear la mayoría del tiempo. Y allá afuera —apuntó hacia el cielo—, existen muchos sujetos y grupos de piratas que están aprovechando la ausencia de Freezer.
—Eso es precisamente lo que temo. ¿Crees que alguno pueda sobrepasar a Freezer?
Vegeta respiró hondo, complacido con el pretexto que estaba utilizando para regresar, una perfecta coartada para contradecir lo dicho por él mismo meses atrás, sin quedar como un bocón. Aunque en realidad, ya no le agradaba vivir a expensas de ella y su familia, quienes se habían ganado todo su respeto. Sin embargo, necesitaba volver a su casa, hacer presente su ki en el lugar, marcar territorio.
Estaba consciente que su comportamiento era completamente egoísta, y hasta mezquino. Ya que no se decidía a pedirle que retornaran a su antigua relación, o hacerla su pareja definitiva. No encontraba la manera de proponérselo sin sentirse humillado. Además, Bulma no daba señales de ir más allá de coquetear con él. No lograba entenderla, no entendía su comportamiento; si solo lo hacía por diversión, o por algún otro motivo. De lo que sí tenía certeza, era que ella poseía sueños de hembra terrícola, lo que el príncipe de los saiyajines no podría ofrecerle, a pesar de ella merecerlo.
Humedeció sus labios, antes de soltar algo que ya había considerado. —Dudaba que eso pudiese llegar a suceder, a excepción del súper saiyajin. Pero al ver lo que pudo hacer un científico aquí, con tecnología obsoleta…
—¡Oye! Nuestra tecnología no es obsoleta —chilló ofendida.
—¿Por qué crees que no han llegado hasta hoy? Este planeta no es considerado para conquistar, no solo por su lejanía, sino porque el gasto que implica venir hasta acá, no vale la pena por los pocos recursos que se pudieran llegar a obtener. —Cruzó los brazos, encontrándose cómodo siendo tan comunicativo, le gustaba la manera en que la mujer le ponía atención, interesada en lo que tuviera que decir, con todo y las discusiones que pudiesen presentarse.
«¿De qué hablará con el insecto?». Su inseguridad le susurró, decidió no pensar en el asunto y continuar con su charla: —Como te decía. Si Maki Gero pudo crear sujetos más poderosos que Freezer, cabe la posibilidad de que en algún otro lugar puedan crear robots, seres biológicos, o incluso armas poderosas. Ahora que estuve fuera, comprobé que la comunicación entre algunas civilizaciones ha dado paso a alianzas para fortalecerse, a la vez que reina la anarquía, creando el escenario perfecto para los desertores del imperio que buscan aprovechar la falta de control. Y todo eso, con ayuda de tecnología que aunque quieras negarlo, es mucho más avanzada que la de poseen aquí.
—Eso que dices es alarmante. Es precisamente lo que temo —opinó realmente preocupada, al mismo tiempo cautivada por la forma tranquila y casual con la que hablaba el engreído príncipe—. Alguien podría saber que tenemos esferas del dragón, podrían venir preparados si llegaran a saber que aquí fue donde murió Freezer.
—Precisamente por eso estuve pensando al respecto, no puedo quedarme sentado, viendo a Gohan desperdiciando sus habilidades. Si él prefiere ser un monigote de esa castrante mujer que tiene como madre, es su vida. No me interesa.
Los ojos de Bulma se iluminaron al momento. —¿Eso significa que aceptarás mi propuesta?
—¿Confías en mis habilidades? —preguntó, interesado en la opinión que la mujer pudiese tener de él como guerrero.
—De no ser así, le hubiese ofrecido lo mismo a cualquiera de mis amigos.
—Supongo que el insecto aceptaría gustoso —escupió con un bufido.
—Yamcha tiene otros intereses, además, le falta disciplina y… fuerza —respondió Bulma.
—Yo no dije el nombre del insecto, pero concuerdo con tu respuesta. —Finalizó la frase entre risas burlescas.
Bulma negó con la cabeza, dejando escapar la risa que no pudo contener a costillas de su ex pareja. —Pobre Yamcha, pero se lo ha ganado por flojo, no toma en serio sus entrenamientos. Honestamente, ya no tengo expectativas en él como guerrero —confesó con desilusión.
Al saiyajin no le sorprendió la opinión de la mujer, el guerrero terrícola no aportaba ni una pizca de ayuda a la hora de los combates, sin embargo, había obtenido tenerla por años. Entrecerró sus ojos, preguntándose cuál sería la causa por la que ella continuaba aceptándolo en su casa, naciéndole nuevas inseguridades, que le gritaban que tal vez, en la intimidad no la decepcionaba. Que si antes no había regresado con él, tal vez se debía a su orgullo de mujer engañada. Sin embargo, los años podían borrar las fallas pasadas del lobo del desierto.
Tragó saliva, manteniendo su pose de brazos cruzados, evitando mostrar los celos que consumían su autoestima de príncipe.
—Aun con esa opinión sobre él, lo aceptas a estas horas en tu propiedad —comentó con el tono más neutral de su repertorio, funcionando tal vez para el resto de habitantes del planeta, pero no para la intrépida mujer que tenía en frente.
—Es un buen amigo. —Lo vio enfocarla con atención, como buscando algo más en sus palabras, no podía estar equivocada, el príncipe sentía celos de alguien que consideraba inferior a él. Lo que le pareció enternecedor, viniendo de alguien tan narcisista con complejos de superioridad. «¿Acaso querrá algo conmigo de nuevo? Y de ser así, ¿cuáles serán sus intenciones esta vez? ¿Querrá otros revolcones, otro hijo, o algo más formal?», pensó con la cabeza fría. Le encantaba el hombre, de eso no tenía duda alguna. Ya no le guardaba rencor, y a la vez lo deseaba
—Yamcha es divertido como conversador, con eso no tengo problema alguno —agregó con toda su atención a las reacciones que pudiese tener Vegeta.
—Habla mucho como tú, sus conversaciones han de parecer una competencia —dijo Vegeta relajando el ceño—. Como dos hembras parloteando.
«Lo que usted diga, príncipe. A mí no me engaña, pero le seguiré el juego para descubrir sus intenciones. No volveré a caer en sus juegos retorcidos», pensó Bulma, dando media vuelta, invitándolo a seguirla con un movimiento de su mano derecha.
—Dime algo, Vegeta. —Llegaron a una solitaria banca donde ella se sentó primero, luego el príncipe, recargándose y cruzando una pierna de manera masculina. Realmente se encontraba cómodo al lado de ella, ya no le molestaba esa familiaridad entre ellos.
—¿Y bien? —inquirió el príncipe.
Bulma agradeció con una sonrisa, valoraba tenerlo dispuesto a dialogar con soltura, de esa manera podía asomarse a través del caparazón de orgullo que lo cubría, algo que solo ella y su hijo del futuro tenían la dicha de jactarse.
Carraspeó con suavidad, antes de escupir esa duda que a veces le surgía. —Tengo muy presente lo que significaba para ti tomar el lugar de Freezer. ¿Acaso renunciaste definitivamente a tu sueño de toda la vida? —Mordió su labio inferior expectante de la respuesta, algo que le inquietaba a pesar de que el príncipe permanecía en la Tierra. Sin embargo, no era ajena de las verdaderas motivaciones del saiyajin para volverse más fuerte, al menos, antes de la batalla contra Cell.
Vegeta exhaló cerrando los ojos un par de segundos. Tenía meses que ni siquiera pensaba en su antigua meta, preguntándose si realmente no ambicionaba nada grandioso, extrañándose al no encontrar nada más allá que entrenar a su crío.
—No, ya no me llama la atención —dijo con voz calmada, pero a la vez evasiva.
—¿Se puede saber la razón? —insistió Bulma.
«Esa mujer y su curiosidad. ¿No puede simplemente conformarse con una respuesta?».
—No implica ningún reto —respondió Vegeta secamente.
—Acabas de decirme hace rato, que allá afuera hay tecnologías más avanzadas y sujetos poderosos. Me parece que no es nada fácil…
—¡No me interesa y punto! —Exclamó perdiendo la compostura. No estaba preparado para confesarle que no se sentía digno de tomar ese puesto, no después de fracasar una y otra vez en sus últimos combates. No dejaba de ser un príncipe orgulloso.
—Solo quería asegurarme que no dejarás botada la responsabilidad que estas asumiendo aquí, en la Tierra.
—Eso no sucederá. Lo que no puedo asegurar, es el tiempo que dure la paz en la Tierra. Tarde o temprano recibiremos visitas —opinó, dirigiendo la vista hacia el cielo.
—Estoy segura que les darás su merecido. —Levantó la mano derecha para cerrar el trato, para su grata sorpresa, el príncipe aceptó y le regresó el saludo con un ligero apretón, jalándola hacia él, inclinándose hacia su oreja izquierda.
—No tengo pensado ser un vividor, estoy dando mis servicios como guerrero a cambio. Tampoco soy un empleado… soy el padre de tu hijo —dijo lo último en un susurro grave, rozándole la piel con su cálido aliento. Regocijándose al percibir las leves variaciones en la energía de la hembra.
—Bien —respondió Bulma—. Mañana mismo te mudas a la habitación que te dije. Y no creas que eso significa nada más, no estoy dispuesta a volver a ser el pasatiempo de nadie —sentenció antes de levantarse, decidida a dejar de lado los coqueteos con él. No le convenía volver a caer en su red, no le convenían esos juegos, con alguien que no se comprometería en una relación.
Vegeta se quedó sentado un rato más, pensando en el significado de las palabras de la mujer, a veces le parecía un enigma, un enigma que le encantaba más con el tiempo.
Fin del capítulo.
Muchas gracias por continuar, espero que no se me escaparan muchas faltas de ortografía o errores narrativos. Me ha afectado mucho la vista escribir y dedicar tanto tiempo a las revisiones, a estas horas ya me arden los ojos. De hecho, ya no tengo tiempo para hacer otra revisión y había prometido publicar hoy mismo. Si ven errores me avisan, por favor, que además de ciega, soy disléxica.
Tal vez les parezca que voy muy lenta, pero me parece que la relación entre ellos se consolidó con el tiempo, no que fue de un día para otro. Tomando en cuenta que ambos son muy testarudos.
El próximo capítulo ya es el final, muero por escribirlo.
