28

Después de una noche en la que me he levantado cientos de veces de mi cama dispuesta a meterme en la de Naruto, cuando amanece y salgo de la habitación en camiseta y pantalón corto, me lo encuentro sentado frente a la mesita tomando un café.

Nuestras miradas se encuentran, le sonrío, y él dice:

—Buenos días, rubita.

—Buenos días, vaquero.

Sin más, entro directamente en el baño, donde me lavo los dientes y me peino.

Cuando salgo, Naruto sigue sentado a la mesa. Sin hablar, me sirvo una taza de café, meto dos rebanadas de pan en la tostadora y, en cuanto lo tengo todo preparado, me siento yo también a desayunar.

El silencio que hay entre los dos es incómodo. Ninguno habla, hasta que suelto:

—Muy bien. ¿Qué ocurre ahora?

Naruto clava sus inquietantes ojos en mí y dice:

—Tenemos que hablar. ¿Tú no tienes nada que contarme?

Ay..., ay, ¿sabrá lo que le pedí a Tayuya? ¿O se habrá enterado de que Hinata conoce nuestra realidad?

Lo miro a la espera de que me dé una pista cuando suelta a bocajarro y sin anestesia:

—Cada día que paso a tu lado es un día especial. Me enfadé contigo por lo que me confesaste, aunque yo me siento igual que tú, y no busco pareja y creo que tú tampoco, ¿verdad?

Ay, madre..., ¡ay, madre!

¿Y qué digo yo ahora?

Rápidamente, mi mente intenta buscar opciones para responder como hace mi amiga Sakura. Plan A: le digo que en realidad no me gusta tanto. Plan B: le digo que me tiene loca. Plan... Plan... Dios, ¡no me sale ningún plan más!

¡Qué básica soy!

Sus ojos me piden que responda y, finalmente, pero sin mucha efusividad, respondo tras darle un mordisco a mi tostada:

—Vamos a ver, reconozco que...

—¿Te atraigo tanto como tú me atraes a mí, sí o no? —me corta.

¡Ostras, qué directo es!

Como una autómata, asiento sabiendo que debería negarlo y, finalmente, digo:

—Sí.

Nos miramos. Espero que me dé un besote de esos de enamorados que siempre veo que se dan en las películas ante una revelación así, pero, en cambio, coge una de mis tostadas, le da un mordisco y añade:

—Pues entonces tenemos un gran problema.

Lo miro boquiabierta.

Pero ¿éste de qué va?

¿Se ha propuesto volverme más loca de lo que estoy?

Estoy pensando en soltarle un gran borderío cuando digo:

—¿Quieres que me vaya?

—No. Por supuesto que no quiero que te vayas.

Dios..., estoy totalmente bloqueada. No sé qué quiere ni por qué está diciendo todo eso.

—A ver..., a ver... —replico—. No entiendo nada. Te enfadas cuando te digo que me gustas, luego me dices que sientes lo mismo que yo y... Por Dios, ¿puedes explicarme qué quieres?

Naruto me mira. Sin lugar a dudas, éste ha comido setas alucinógenas para desayunar.

—Estoy confundido —responde finalmente.

—Pues ya somos dos.

Mi Caramelito asiente. Soy incapaz de leer lo que su cara dice, cuando de pronto suelta:

—Tú y yo nunca hemos tenido una cita. ¿Quieres tenerla hoy conmigo?

Oigo a mi corazón, que grita: «Sí..., sí..., sí...».

Oigo a mi cabeza, que advierte: «No..., no..., no...».

El viento y el silencio ¡no los oigo!

Pero, tirando de la poca cordura que me queda, murmuro:

—No te equivoques, vaquero. No estoy dispuesta a abrirte mi corazón para que me lo destroces. Yo no soy un témpano de hielo como tú y tengo sentimientos.

—¿Me ves como un témpano de hielo?

Su pregunta y su cara de sorpresa me hacen sonreír.

—Sí. Eres un témpano de hielo en lo referente a las relaciones personales, como lo sois todos los hermanos Uzumaki.

Su ceño se frunce. No le gusta lo que oye, y protesta:

—Que yo sepa, tú tampoco te enamoras del primero con el que te acuestas.

—¡Pues claro que no!

—¿Lo ves? Hay que mantener la cabeza fría.

Su desapego ante lo que hablamos me subleva.

—Mira, admito que me acuesto con hombres por puro placer, pero no juego con sus sentimientos —replico.

—Yo tampoco. Y, antes de que continúes, recuerda lo que te dije la primera vez que me acosté contigo.

Asiento. Recuerdo que me dijo claramente que él no repetiría conmigo porque sólo era sexo. ¿Cómo olvidarlo? Y, mirándolo, insisto mientras me levanto:

—Lo recuerdo. Claro que lo recuerdo, pero no es buena idea tener una cita.

—¿Por qué no?

Lo mato... Estoy por coger la taza con café que hay sobre la mesa y estampársela en la cabeza.

—A ver cómo te lo explico —prosigo mientras siento que me mareo—. A mí me encanta el chocolate, pero sé que, si lo tomo en exceso, me cansaré de él, por lo que procuro racionarlo para comerlo sólo cuando me apetezca mucho..., mucho..., mucho.

—Vaya..., nunca me habían comparado con el chocolate —se mofa.

Miro la taza. Ésta acaba en su cabeza sí o sí.

—Naruto...

Él se levanta y da un paso hacia mí. Yo doy un paso hacia atrás, e insisto:

—Escucha..., escucha... Piénsalo mejor.

—Está pensado, rubita. Sólo falta que tú aceptes mi cita.

¡Mi madre!

Mi mayor tentación me está pidiendo lo que siempre he deseado. ¡Una cita con él en plan pareja pero pareja!

¿Qué he de hacer? ¿Debo aceptar? ¿Debo rechazarlo? ¿Qué hago?

—Creo que estás confundido por todo lo que está pasando.

—Tú me confundes.

—Ves a tu madre feliz y te gusta la sensación. Pero, créeme, si trajeras a otra mujer y te comportaras con ella como lo haces conmigo, a ella le gustaría también, ¿no te parece?

Mi vaquero da otro paso hacia mí. Yo doy otro paso atrás.

—Pero aquí estás tú. ¿Por qué traer a otra?

Vuelve a acercarse. Yo, a alejarme.

De pronto, su determinación me asusta. ¿Voy a ser capaz de rechazarlo? Y, sin permitir que me toque o sé que estaré perdida, respondo:

—Yo... yo, cuando tengo una pareja, lo quiero todo de él. Soy egoísta, ¡tremendamente egoísta y posesiva! Porque lo doy todo de mí y exijo lo mismo.

—Yo soy igual. O todo o nada. Nos parecemos más de lo que crees.

Ay, Diosito... El miedo crece y crece dentro de mí.

—Naruto, sientes algo por Tayuya.

—Contigo aquí, creo que puedo contener ese sentimiento.

Oír eso hace que abra la boca.

—Anda, mi madre, ¡ni que yo fuera un cortafuegos!

Sonríe.

—¿Qué tal si, como dice tu tatuaje, escuchas el viento, el silencio y a tu corazón?

Uf..., uf...

La sensación que noto en mi interior es rara. Quiero y no quiero. Pero, cuando pasa la mano por mi cintura, todas mis fuerzas se desintegran. No sé qué tiene este hombre que consigue que mi desvergüenza se aplaque, y más cuando pasea la boca por mi frente y mis mejillas mientras dice:

—Me gustas y me diviertes como llevaba años sin divertirme una mujer.

—No soy ningún mono de feria para divertirte —murmuro cerrando los ojos.

Aunque no lo veo, siento que sonríe; me levanta la barbilla con sus dedos y hace que lo mire.

—Me gusta tenerte cerca, y me encanta saber que vas a salir por esa puerta con cara de sueño cada mañana y lo primero que vas a hacer es sonreír.

Ay, madre..., ay, madre, ¡qué cosas me está diciendo!

Pero, sin querer creer que algo así me pueda estar ocurriendo a mí, insisto:

—Pero Tayuya...

No se separa un centímetro y murmura:

—Ahora estás tú.

—Naruto... —Y, con toda mi fuerza, lo empujo para alejarlo de mí y suelto—: Hace poco confesaste que sentías algo por ella. Incluso la has besado.

Él cierra los ojos. Es consciente de que tengo razón, de que digo la verdad, y afirma:

—Sé lo que te dije y sé lo que siento. Pero me he levantado mil veces esta noche dispuesto a arrastrarte a mi cama. No puedo apartarte de mi cabeza y sólo pienso en ti, no en Tayuya.

Y, antes de que le suelte una fresca, ancla las manos en mi cintura y, mirándome a los ojos, dice:

—Quiero besarte y quiero que me beses. Después quiero desnudarte para hacerte el amor como llevo deseando toda la noche. ¿Tú no me deseas a mí?

Lo miro..., siento que mi corazón da palmas y que yo voy a comenzar a bailar sin poder remediarlo. Maldigo. Me voy a dar un batacazo considerable por abrirle mi corazón, pero lo deseo, lo deseo con todas mis fuerzas y, olvidándome del razonamiento lógico de una mujer de mi edad, me dejo llevar por el momento y lo beso. Lo devoro. Me pego a él con anhelo y deseo y, cuando quiero darme cuenta, estamos desnudos y me lleva a su cama.

Allí, me suelta y nos hacemos el amor con locura, pasión y desesperación. Somos buenos en eso. Él disfruta. Yo disfruto. Sólo hay que ver nuestros gestos cuando nos tocamos, cuando nos poseemos, cuando nos besamos, para saber que todo lo que hacemos nos agrada y queremos más y más.

Media hora después, ambos estamos mirando al cielo a través de la ventana del techo con las respiraciones entrecortadas y Naruto pregunta:

—¿Tendrás esa cita conmigo?

Feliz y encantada por lo que acabo de hacer con él y que tanto necesitaba, asiento:

—Sí. Aunque creo que estamos locos..., verdaderamente locos.

Naruto sonríe.

—Dicen que la locura es buena amiga de la pasión.

Asiento. Sin duda lo que dice es verdad y, mirándolo, murmuro:

—Pues entonces, disfrutemos de ambas.

Tres horas después, cuando conseguimos salir de la cabaña y dejar de besarnos como críos de quince años, me propone comenzar nuestra cita visitando los alrededores de Hudson. Acepto encantada.

Nos dirigimos hacia la camioneta y, en cuanto llegamos a ella, Saori, que va acompañada de Hinata, corre hasta nosotros y dice:

—Temari, ¿puedo hablar contigo un segundo?

—¿Qué pasa, enana? —pregunta Naruto.

La cría lo mira. Pone mal gesto y él sonríe.

Me gusta ver el amor que siente por esa jovencita, hay algo en el modo en que la mira que me encanta.

Le guiño un ojo y replico:

—No seas cotilla, Caramelito, son cosas de chicas.

Mi vaquero sonríe, me da un beso en los labios y dice:

—No tardes.

Atontadita por todo, sonrío, agarro a la joven del brazo y, separándonos de él, le pregunto:

—¿Qué pasa ahora?

Una vez estamos lo suficientemente alejadas de Naruto, Hinata se acerca a nosotras.

—Al parecer —explica—, anoche Flor salió con unos amigos por Lander y Shii se ha enterado.

—Y ¿qué pasa?

Hinata baja la voz y cuchichea:

—Que los celos lo consumen, e Ise ha tenido que llevárselo a pescar para ver si lo tranquiliza. Creo que deberíamos hablar con ella de nuevo.

Lo pienso. Sí, supongo que será lo más sensato.

—La conozco —insiste Hinata—, y sé que está coladita por Shii. Te aseguro que quiere casarse con él a pesar del arranque de furia que ha tenido, y sé que, si no lo hace, será una desgraciada el resto de su vida.

Asiento.

—Vale —digo—, aunque la convenzamos para que siga adelante con la boda, sólo quedan cuatro días para el gran día, y no hay local donde celebrarla, ni mesas, ni comida, ni iglesia, ni nada de nada.

—El párroco sigue reservando la cita por si dan marcha atrás —afirma Hinata.

—Vale, eso está solucionado, pero no hay dónde celebrarlo, y ya oíste lo que ella deseaba: una boda bonita en un lugar encantador y lleno de luz, con un vestido de ensueño y un novio que estuviera locamente enamorado de ella.

—El novio lo tenemos, y el vestido de novia también —afirma Saori.

—Si hablas del vestido de novia de Chiyo, ¡olvídalo!

Hinata y Saori sonríen, y la primera afirma:

—Olvídate de esa antigualla. Flor tiene su vestido. Lo arreglé.

—Ay, pero qué rica eres, por Dios. —Sonrío al enterarme de eso.

Durante varios minutos, las tres hablamos acerca de cómo proceder.

No queremos atosigar a Flor. Lo mejor sería que ella sola tomase la decisión.

—¿Es cierto que mañana es tu cumpleaños? —pregunta Saori. Asiento, y ella cuchichea—: Pues damos una fiestecita, invitamos a Flor e intentamos que el tío la reconquiste.

—¿Reconquistarla ese burro?—se mofa Hinata.

—Pues habrá que hablar con el tío Shii y darle unas clases de conquista. ¿Qué os parece?

Hinata y yo nos miramos. Parece buena idea, y murmuro divertida:

—Si con dieciséis años ya piensas así, ¡miedo me da cuando cumplas más!

Las tres nos reímos y, una vez me separo de ellas y llego hasta la camioneta de Naruto, éste me pregunta:

—¿De qué hablabas con mi sobrina y con Hinata?

Encantada por la buena idea que se le ha ocurrido a Saori, sonrío y murmuro arrugando el entrecejo:

—Caramelito, ya te he dicho que son cosas de chicas.

Cinco minutos después, en la carretera, mientras él conduce y escuchamos música country en la camioneta, soy consciente de que estamos teniendo una cita. ¡Una cita!

Estoy sumida en mis pensamientos cuando me fijo en un cartel en el que dice ARAPAHOE. Encantada por conocer cosas nuevas, veo que Naruto se desvía por una carretera, hasta que llegamos a un enorme edificio y, después de parar, me explica que ése fue su instituto y, entre beso y beso, reímos por cosas que me cuenta de su adolescencia.

Una vez salimos de nuevo a la carretera principal, leo un cartel en el que pone RIVERTON. Cuando llegamos y aparcamos el vehículo, Naruto coge mi mano con fuerza y yo se la doy encantada para comenzar a caminar mientras me enseña la ciudad.

Esto es precioso. Entramos en un centro comercial. Durante un buen rato miramos los escaparates de los comercios, y yo disfruto; ¡mira que me gusta ir de tiendas!

Compro un par de cositas para Candela. Estoy segura de que le encantarán, y me quedo maravillada al ver unas increíbles botas camperas marrones con pespuntes más claros en forma de dibujos. Aun así, no me las compro; creo que son excesivamente caras.

Cuando salimos del centro comercial, Naruto me pide un momento para hacer una llamada. Sin prestarle atención, miro unos escaparates y él regresa a mi lado segundos después. A la hora de la comida, entramos en un bonito restaurante y, con galantería, me retira la silla para que me siente. Al ver cómo lo miro, sonríe y dice:

—Quiero que conozcas al Naruto que nunca permito conocer.

Uf, madre, ¡lo que me entra por el cuerpo!

Pero ¿de verdad está ocurriendo esto?

La comida es genial, la compañía insuperable, y simplemente me dejo mimar.

Hablamos de mil cosas, entre ellas, de nosotros, y vuelvo a sorprenderme al ser consciente de que él quiere dar una oportunidad a lo nuestro, aunque le suelto un pescozón cuando veo que gira la cabeza para mirar a una pelirroja que pasa por nuestro lado. Naruto sonríe, y yo matizo:

—Te lo dije: conmigo, o todo o nada.

Vuelve a sonreír.

Una vez acabada la sobremesa, salimos del restaurante y volvemos a la camioneta. De regreso al rancho, Naruto se dirige al lugar llamado la arboleda. Allí, aparca y, como si fuéramos dos críos, nos dejamos llevar por nuestra loca pasión.

Madre mía, ¡si hasta empañamos los cristales!

Horas más tarde regresamos al rancho, donde Kushina sonríe al vernos llegar cogidos de la mano. Es evidente que está feliz.