El domingo empezó con un mal presentimiento. Se levantó con una preocupación en la boca del estómago. Conforme bajaba las escaleras, la sensación empeoraba. Al entrar a la cocina, Lupin estaba ya con el periódico y un té.

— Buenos días —le saludó.

— Buenos días.

Al cabo de unos minutos, oyeron las voces de los niños en la escalera. Severus miró a la puerta, esperando verlos entrar con Sirius, pero no. También Draco lo busco con la mirada al entrar.

— Sirius no está, le han llamado del cuartel hace dos horas —explicó Remus con voz calmada, mientras ayudaba a los niños a sentarse a la alta mesa.

A lo largo de la mañana intentó ignorar aquella molesta sensación, no quería dejar volar la imaginación. Se entretuvo con los niños y Lupin leyendo cuentos y escuchando historias, parecía que el talento narrador de Harry lo había heredado de su profesor.

Se sentó a comer con el estómago hecho un nudo. Iba a pedirle al elfo que le preparara una sopa, cuando dos hechos ocurrieron a la vez: sonó una llamada por la red flu y una lechuza picoteó la ventana.

Remus fue a atender la llamada mientras el elfo se hacía con el mensaje de la lechuza y se lo entregaba a Severus. Lo supo incluso antes de abrirlo.

— Sirius está en San Mungo. Voy a llevar a los niños con Molly, nos vemos allí —dijo Remus, entrando a toda prisa en la cocina con el rostro demudado.

Cuando llegó a la recepción del hospital se dio cuenta de que todavía llevaba el mensaje en la mano. Lo abrió con dedos temblorosos.

"El auror Black se encuentra en estado crítico. Preguntar en recepción por el medimago Smith"

Se quedó cerca del mostrador, esperando a que apareciera Remus. En lugares con tanta gente se sentía siempre observado, juzgado. Su pasado como mortífago era bastante conocido gracias a El Profeta. Le odiaban los del otro bando y los del suyo, por eso evitaba dejarse ver en público.

En pocos minutos estaban allí Remus y Andrómeda, haciéndose cargo de la situación. Ella era su familiar más cercano, él la persona de contacto para estos casos. La recepcionista, que se había negado a darle a él ninguna información con palabras muy poco amigables, se deshizo en explicaciones con sus acompañantes. Les indicaron una sala donde podían esperar a que saliera el medimago a contarles.

Mientras esperaban, un auror con galones de jefe de escuadrón se acercó a hablar con ellos. Saludó cortés a Andrómeda y a Lupin, a él se limitó a mirarle de reojo y después a ignorarle.

Les explico, con voz engolada, que las detenciones de esa semana habían acelerado los acontecimientos , y la noche anterior todo se había precipitado cuando uno de los detenidos había confesado que los principales responsables de la organización se iban a reunir en unas horas.

Los aurores habían irrumpido en la reunión y durante la refriega había estallado un incendio. Sirius había resultado herido mientras ayudaba a un compañero a salir. Y había sufrido quemaduras bastante graves.

Las quemaduras eran de los peores enemigos de la sanación mágica, sobre todo si se trataba de fuego mágico. Él lo sabía, conocía de cerca las técnicas de los mortifagos y había visto también de cerca las consecuencias. Aquello no era bueno.

Esperaron durante más de dos horas sin noticia alguna. No podía quedarse quieto, se paseaba por la pequeña sala, repasando mentalmente pociones para quemaduras mágicas y otros cuidados. Los ojos dorados de Lupin le seguían, Andrómeda los miraba a los dos, tratando de entender qué había cambiado desde Navidad.

Los tres se acercaron al agitado medimago cuando entró a la sala.

— ¿Cómo está? —preguntó Andrómeda.

El sanador les señaló las sillas y se sentó con ellos con cara de cansancio.

— Las quemaduras nos preocupan. Hemos visto este tipo de heridas con anterioridad en otros encuentros con mortifagos, pero aún sabemos poco de los hechizos que usan.

— Puedo ayudar —se ofreció Severus con voz ronca.

El sanador se giró hacia él. Esperaba un gesto de desagrado o de rechazo, pero no. Smith era un hombre de ciencia, sus pacientes estaban antes que cualquier ideología.

— Toda ayuda es bien recibida. —Extendió la mano hacia él— Thadeus Smith.

— Severus Snape.

— El pocionista, he oído hablar de usted. —Se giró a mirar a sus acompañantes, que observaban el intercambio con sorpresa— Ahora mismo el auror Black está estable, pero grave. En unas horas espero poder decirles otra cosa. Váyanse a casa, aquí ahora mismo no pueden hacer nada.

— Id con los niños —les pidió Severus, que no se quitaba a los pequeños y cómo se tomarían la noticia de la cabeza—. Yo os aviso de cualquier cosa.


No me matéis aunnnnnn. Y tengamos fe en los conocimientos de Severus.

¡Hasta mañana!