LA ROSA SALVAJE


26 Lecho de Rosas


Hinata deseó qué no cabalgaran tan cerca del precipicio; el sendero que seguían serpenteaba a través de un denso follaje que podía interrumpirse en cualquier momento, con lo que se encontrarían al borde del abrupto acantilado.

Era su tierra natal y conocía esos parajes tan bien como Toneri, se dijo para tranquilizarse. Pero era inútil. Seguía cabalgando en continua agitación, aterrorizada de que la yegua tropezara y ella y el bebé cayeran por las escarpadas rocas hasta estrellarse allá abajo.

Estaba tan cansada que, de no ser por Himawari, casi se habría alegrado de poner fin a todo…

En efecto, a medida que caía la noche y proseguían su rápido avance hacía el norte, el desespero y agotamiento de Hinata aumentaron de tal modo que sólo Himawari, dulcemente dormida en sus brazos y ajena a las penalidades, impidió que desfalleciera.

Urashiki cabalgaba en la retaguardia. De pronto Toneri empezó a retroceder y Hinata se mordió el labio, deseando que no lo hiciera, pues se hallaban en lo alto del acantilado y el sendero era estrecho.

Lo vio sonreír en medio de la creciente oscuridad y supo que se mofaba de sus temores. Pero no habló, se limitó a mirarlo fijamente con los ojos entornados y recelosos.

–¡Ánimo, amor mío! Pronto haremos un alto.

Ella no respondió.

–Más adelante hay unas cuevas tan profundas que cualquiera podría perderse en ellas durante días.

Hinata sabía donde se hallaban. De niños las llamaban «las fauces del infierno» y sabía que se extendían profunda e interminablemente a lo largo de la costa.

Los rebeldes se habían refugiado allí en el pasado; gracias a ellas los celtas habían escapado de los romanos.

De pronto bajó la cabeza. Lejos de asustarla, Toneri le había infundido un poco de esperanza. Parecía haber olvidado que ella era una Hyūga, hija de ese escarpado lugar, y conocía las cuevas tanto o más que él. Si le daba la más mínima ventaja, lograría escapar.

Tenía que conservar la esperanza… o se volvería loca. Se había pasado el día rezando. Ojalá Dios hubiese salvado del fuego a Kurenai, Hanabi y los demás. Pero las cosas debían de haber marchado mal o Naruto ya les habría alcanzado. Oh, Dios mío, tenía que hacerlo, si no por ella, al menos por Himawari…

Toneri iba en cabeza y Hinata vio con alivio que daba un brusco giro hacia el interior y se alejaba del peligroso precipicio. Llegaron al claro frente a las entradas de las cuevas.

Toneri desmontó y condujo la yegua de Hinata al interior de una. Urashiki los siguió, alumbrando con una antorcha y utilizándola a continuación para prender fuego a un montón de astillas, sin duda preparado previamente para la ocasión.

Toneri lo había planeado todo con cuidado, se dijo angustiada. Había esperado a que Naruto abandonara Byakugan antes de secuestrarla a ella y su hija.

Toneri la miró fijamente y no se volvió hacia Urashiki cuando le ordenó:

–Vigila la entrada y no me interrumpas. El hombre salió en silencio de la cueva.

–¿Qué os parece mi nido de amor, milady? – sonrió Toneri, observando a Hinata.

–Estáis enfermo, Toneri.

–Te equivocas, me siento en plena forma. Y muy viril. Pronto descubriréis lo dulcemente viril que puedo llegar a ser.

Alargó una mano hacia ella y Hinata no pudo impedir que la sujetara. Estaba de pie con la niña y los brazos de Toneri a su alrededor, y por un instante creyó que se desvanecería. Parecía haber llegado el horror final. Si la tocaba, ella se arrojaría por el acantilado; sencillamente no podía aguantar más.

Luego pensó que debía resistir y se apartó de él.

–¡Quitadme las manos de encima!

Él rió, pero la soltó. Aún no estaba listo para iniciar su ataque.

–¡Sois tan arrogante, Hinata! Me encanta, me fascina… pero cambiaréis.

Se alejó unos pasos para vaciar las alforjas de cuero. Había traído una merienda como si fueran amantes, advirtió Hinata con incredulidad.

Sacó un odre de vino, barras de pan y trozos de queso, que dejó sobre un mantel ante el fuego. Luego se sentó e indicó a Hinata que se acercara. Ella continuó donde estaba, acunando al bebé y mirándolo fijamente.

–Dejad esa niña y sentaos aquí conmigo.

Hinata respondió sin vacilar lo que podía hacer con sus propósitos. Con una sonrisa sombría, Toneri replicó que tenía intención de seguir su sugerencia… pero con la colaboración de ella.

–¡Menudo lenguaje, milady! ¿Susurráis tales cosas a vuestro caballero lancasteriano en el calor de la pasión? ¿Os enseña él estas palabras y cuándo utilizarlas para incrementar las acometidas de su espada?

Ella lo miró con una expresión y postura tan indiferentes que él empezó a levantarse y rió al ver que ella retrocedía.

–Vamos, Hinata, ahora que la niña duerme. Coged esa manta de allí y ponla a dormir, porque si llora en el momento inoportuno, me encargaré de silenciarla.

Hinata le dio bruscamente la espalda para ocultar las lágrimas de horror, miedo y repugnancia que afloraron a sus ojos. Sacó la manta de la alforja de cuero y, llevando a Himawari tan lejos de él como le fue posible, la dejó en una pequeña cavidad en la roca justo donde la cueva se prolongaba en un oscuro laberinto de pasadizos.

Pensó que tal vez ésa era su oportunidad: podía coger a Himawari en brazos y echar a correr. Pero si él la atrapaba, sin duda mataría a Himawari allí mismo, ante sus propios ojos.

«Ya se presentará una oportunidad mejor», pensó. Había observado que él llevaba un puñal en el tobillo. Si lograba distraerlo unos minutos y quitárselo, se lo hundiría en el vientre.

Así pues, Hinata se sentó a su lado. Toneri le entregó un vaso de vino y ella bebió un sorbo, observándolo. Luego él le ofreció un trozo de pan y ella lo aceptó para reunir fuerzas para la lucha.

Él la observó con una sonrisa satisfecha.

–¿Sabéis lo que haremos cuando terminemos?

Hinata guardó silencio. Él se incorporó sobre un codo y la miró con una sonrisa tan dulce que por un instante ella pensó que todo aquello era una pesadilla. Allí estaba el atractivo y afable caballero que paseaba con Shino.

Y con quien habían cabalgado a menudo hasta los bosques y extendido una manta sobre el frío suelo para disfrutar de un día primaveral, comer pan, queso y fruta, y beber vino. Ése era el risueño y bromista Toneri, que se entusiasmaba al hablar de torneos y justas.

De pronto se le revolvió el estómago. Estaba loco, o tan desesperado que venía a ser lo mismo. Había asesinado a su padre, y en el ardor de la batalla no había matado al enemigo sino a su mejor amigo.

–¿Sabéis una cosa, Hinata? – preguntó con suavidad, alargando la mano para acariciarle la barbilla.

–Vais a violarme -respondió ella con desprecio.

–Oh, no. ¡Eso jamás! Vos, amor mío, vais a entregaros a mí. Haréis realidad mi sueño en esta cueva… ¡traeréis oro a ella! Os pondréis de pie y sonreiréis como le habéis sonreído a él, con esa sonrisa que hace perder la cabeza a cualquier hombre. Y despacio, seductoramente, iréis despojándoos de vuestra ropa hasta quedar ante mí completamente desnuda, sólo con vuestro cabello. Entonces dejaréis caer esa cascada sobre mi cuerpo…

–¡Estáis enfermo! Él rió suavemente.

–Lo haréis. Porque si os negáis, atravesaré el corazón de Himawari con un cuchillo.

Hinata desvió la mirada para evitar que viera la desesperación que sentía. ¡Dios mío, y pensar que había intentado impedir que Naruto matara a ese hombre! ¡Cómo le gustaría verlo desangrarse en esos momentos!

–¡Matasteis a mi padre! – susurró.

–¿Acaso vos no intentasteis hacer lo mismo con De Namikaze cuando creíais que era él quien tenía las manos manchadas de sangre?

–¡Eso era la guerra, no un asesinato! – exclamó ella. Libraba una terrible batalla en su interior. Si existía una posibilidad para hacerse con ese puñal, era intentar que él bajara la guardia. Sin embargo no lograba reunir ánimo suficiente para mostrarse seductora.

El corazón le latía con fuerza. ¡Ah, aquella lejana noche en que había conducido por primera vez al salón a Naruto, totalmente aterrorizada! A pesar de que todas las esperanzas estaban puestas en esa traición, había experimentado un extraño fuego en su interior.

Había odiado la arrogancia de Naruto, pero había admirado los firmes rasgos de su rostro, y sabido que se enfrentaba con un verdadero caballero, educado en el honor y la galantería.

El tiempo había demostrado que la noble firmeza de su rostro era cierta, y la había enseñado a amar como jamás había creído que podría hacerlo.

Y ahora tenía la sensación de que jamás volvería a ver ese rostro fruncir el entrecejo o sonreír de nuevo, ni volvería a oír su voz en un tierno susurro o un furioso bramido. Jamás tendría la oportunidad de arrodillarse a sus pies y confiar lo bastante en su amor para confesarle la verdad…

Oh, Dios. Cerró los ojos y tragó saliva mientras sentía un escalofrío que la atravesaba como una espada. Luego miró a Toneri, obligándose a reír.

Él arqueó las cejas.

–¿Os reís, milady? Me alegra comprobar que tenéis sentido del humor.

–Pensaba en lo irónico del destino. En Rasengan Heath abundaban los fantasmas, y aquí, en las salvajes tierras galesas, está el fantasma en persona. Jamás lo habría imaginado. – Se inclinó hacia él con cautela-. Toneri, mi padre al morir me pidió que jamás me rindiera. Y entonces vos propusisteis ese plan de matar a Naruto y sus hombres. Y pedisteis mi mano con toda galantería antes de partir a combatir como un verdadero caballero. Pero, al ver perdida la causa de Tobirama, os apresurasteis a cambiar de bando. ¡Qué amargo debió de ser para vos descubrir que habían vuelto a tomar el castillo! – Cerró los ojos. Se hallaba casi encima de Toneri, quien la miraba fijamente a los ojos.

¡Ahora! Alargó una mano para arrebatarle el puñal y, desenfundándolo, se lo apretó contra el vientre antes de que pudiera reaccionar. Él se quedó mirándola inmóvil, aparentemente divertido aún; ella lo oyó respirar hondo y observarla con cautela.

–Dádmelo, Hinata.

–Si hacéis un sólo movimiento…

Toneri miró por encima de su hombro y esbozó una sonrisa que llenó de pánico a Hinata.

–Volveos, milady -sugirió.

–¡No os mováis! – susurró ella, apretándole aún más el cuchillo en el vientre.

Pero cuando se volvió advirtió que Urashiki había entrado con sigilo en la cueva y permanecía de pie al lado de Himawari, y en la mano sostenía un cuchillo de caza que brillaba como el fuego.

–¡Oh, Dios mío! – susurró Hinata.

Toneri aprovechó la ventaja para cogerle la mano. Guiada por el instinto, Hinata aferró el puñal, pero Toneri se volvió y ella se encontró de pronto debajo de él; trató fieramente de apuñalarlo, pero el cuchillo resbaló sobre el polvoriento suelo de piedra sin alcanzarlo.

Toneri le sacudió la mano hasta hacerle soltar el puñal. Entonces se sentó a horcajadas sobre ella y la abofeteó con salvaje violencia. Como una bestia herida, ella se debatió y le arañó el rostro, pero él le sujetó las manos y se precipitó sobre su cuerpo con repentina furia.

–Vuestra última oportunidad, Hinata. ¡Otro movimiento en falso y la matará!

–¡No! – exclamó ella, estremeciéndose-. Está bien, me rindo.

Toneri sonrió, indicando con un ademán a Urashiki que regresara a su puesto.

–¡Ahora, bruja del infierno, haréis lo que os digo! ¡Y más vale que os esforcéis, milady!

Se puso de pie y la levantó de un tirón. Ella se tambaleó y casi cayó al suelo.

–¡Vamos, Hinata! Si no colaboráis la mataré ante vuestros ojos… y muy despacio, para hacerla sufrir.

Podéis resistiros si lo deseáis, pero os mataré lentamente también a vos.

–¡Basta! – gritó ella, apartándolo de un empujón-. Basta. – Casi al borde de la histeria, se quitó la capa de los hombros y la arrojó al suelo. Permaneció de pie temblando, paralizada de terror.

–¡Vamos, desnúdate!

–¡Os desprecio!

–¿Quieres que el bebé muera?

–¡No! – gritó ella mientras se agachaba para quitarse los zapatos. Tal como Toneri había ordenado, lo hizo despacio, tratando de ganar todo el tiempo posible-. ¡Vomitaré sobre vos, maldito canalla!

–Sugiero que os abstengáis, milady.

Ella se quitó las medias a un ritmo lento para complacer a Toneri. Durante todo el tiempo sintió sus ojos clavados en ella, llenos de lujuria.

Se volvió para echar un vistazo a su hija y se quedó paralizada. ¡Himawari había desaparecido! No había sangre en el suelo, ni señales de violencia. El bebé había desaparecido, como engullido por las fauces del infierno.

–¡Maldita bruja! – exclamó Toneri, y corrió hacia ella y la agarró por los hombros.

Le desgarró la ropa y ella gritó con furia. De pronto se oyó un rugido que retumbó como un trueno en la cueva. Y al mirar de nuevo hacia la oscuridad, vio a Naruto, salvaje, espléndido, todo agilidad y poderío.

Se abalanzó sobre Toneri y ambos se enzarzaron fieramente. Hinata gritó de asombro y terror, y se volvió hacia la entrada, temerosa de que Urashiki atacara a Naruto por la espalda, pero él no había entrado en la cueva.

Y cuando ella se volvió de nuevo, vio la mano de Toneri alargarse para recuperar el puñal. Se hallaba debajo de Naruto, quien cerraba las manos alrededor de su cuello.

–¡Naruto, el puñal! – gritó ella.

Pero Toneri ya lo tenía en su poder y trató de clavárselo con ferocidad. Naruto se apartó y la hoja no le atravesó el corazón, sólo le hirió el muslo.

Toneri aprovechó para quitárselo de encima, pero no volvió a atacar, porque sabía que la furia del caballero era tal que jamás lo vencería. Se levantó tambaleante y aferró a Hinata del cabello.

Naruto, que se disponía a abalanzarse de nuevo sobre él, se quedó paralizado: Toneri sostenía el puñal bajo el pecho de Hinata, señalando con la punta el corazón.

–¡Apartaos, De Namikaze!

–¡Naruto, salvad a Himawari! – gritó Hinata.

–¡Marchaos! – chilló Toneri. Y empezó a salir de la cueva arrastrando a Hinata consigo.

Ella apenas podía respirar, tan fuertemente la sujetaba. Arrastraba los pies descalzos por el suelo mientras él la sacaba a rastras de la cueva. Reparó en Urashiki, que yacía muerto a la entrada de la cueva.

Entonces se sintió desvanecer. Sin embargo, notaba las heridas de los pies causadas por las afiladas rocas, y la punta del puñal contra el pecho, por el que se deslizaba un hilo de sangre.

Naruto los seguía sin apartar los ojos de Toneri. Se habían detenido casi al borde del acantilado. Todos se arrojarían por él, pensó ella: los tres encontrarían la muerte sobre las rocas, y a Hinata casi le traía sin cuidado.

–¡Soltadla! ¡Enfrentaos a mí y luchad por ella! – bramó Naruto.

–¡Atrás!

Las olas resonaban a lo lejos. Toneri siguió retrocediendo y arrastrando a Hinata, quien oía angustiada las piedras que se despeñaban a su paso.

–¡Marchaos de aquí o la arrojaré al mar! ¡Alejaos de mí y dejadme un caballo! Me la llevaré como garantía, pero podéis quedaros con la niña. Vos no queréis a Hinata, no la necesitáis. Está conmigo, De Namikaze, ¿no lo veis? Vuestra preciosa fulana ha estado conmigo desde el principio. Era mía cuando…

–¡Apartaos, Hinata! – exclamó Naruto. Y durante unas décimas de segundo ella no oyó aquel silbido en el aire. Apenas había visto moverse a Naruto.

Pero se había movido. Había desenfundado el cuchillo que llevaba sujeto al muslo y lo había lanzado con tanta precisión que apenas se percibió el movimiento, sólo el silbido…

Y alcanzó a Toneri en el hombro. Al oírlo gritar, ella le propinó un codazo en las costillas. Toneri aferró desesperado la empuñadura del cuchillo para arrancárselo del hombro, sin dejar de rodear a Hinata firmemente con un brazo mientras caía al suelo.

Ella gritó horrorizada al ver las espumosas olas que brillaban a la luz de la luna al pie del acantilado. Tenía medio cuerpo colgando en el vacío y se aferraba desesperada al borde.

–¡Hinata! – gritó Naruto.

Corrió hacia ella, que seguía prisionera de Toneri. Los dedos de éste le apretaron con más fuerza la muñeca, pero la soltó cuando Naruto se abalanzó sobre ellos.

–¡Hinata! – volvió a gritar por encima del estruendo del oleaje y los latidos del corazón de la joven, que se sentía demasiado aterrorizada para moverse.

Luego los oyó pelear a su lado, levantando nubes de polvo y piedras. Perpleja, los vio rodar juntos por el suelo, cada vez más cerca del borde del precipicio, con las piernas colgando…

Entonces se oyó un grito desgarrador, como un presagio de muerte. Y en medio de aquella horrible oscuridad Hinata también empezó a gritar. Vio cómo un cuerpo se despeñaba y caía rodando y dando botes como un muñeco de trapo hasta aterrizar sobre las olas rompientes.

Finalmente vio cómo la marea lo arrastraba mar adentro.

Hinata gritó una y otra vez hasta que unos cálidos brazos la rodearon y la alejaron de aquel precipicio de sangre y muerte.

–¡Naruto! – susurró su nombre, mirándolo fijamente.

Luego volvió a pronunciarlo una y otra vez, y le echó los brazos al cuello. Pero no bastaba, tenía que tocarle la cara. Y cuando lo hizo, sollozó extasiada.

–Oh, Naruto… -balbuceó. Y él la silenció con un beso y la llevó en brazos de vuelta a la cueva. De pronto, ella recordó a su hija y exclamó-: ¡Himawari! ¿Dónde está…?

–Está en la cueva, con Asuma. No te preocupes.

–Pero ¿cómo…?

–Kurenai también ha venido. No me atreví a atacar a Toneri en el sendero del precipicio, pues era demasiado estrecho… Asuma, Konohamaru y Kurenai me alcanzaron allí. Kurenai conocía las cuevas y me condujo hasta aquí. No podíamos irrumpir precipitadamente, sabiendo que os tenía a las dos.

–Creí morir cuando vi que había desaparecido. Gracias a Dios…

–Vi vuestro rostro. No podía permitir que os pasara nada.

–¡Oh, Naruto!

Se hallaban casi a la entrada de la cueva, y él se detuvo y la miró. El resplandor del fuego y la luz de la luna proyectaban sombras en su magullado y polvoriento rostro; sin embargo, a Hinata jamás le había parecido tan noble, ni tan elegante.

Se echó a temblar en sus brazos, sintiendo unas ganas ridículas de llorar ahora que estaba a salvo con él.

–Naruto, yo no… -empezó con un hilo de voz y se apresuró a explicárselo todo de un tirón-. ¡Toneri mintió! Yo no lo sabía. Mató a mi padre y a Shino. Los mató él… cuando todos creíamos que habían muerto luchando. Y luego me aseguró que era mi amigo y… ¡oh, Naruto, os juro que yo sólo lo protegí por lealtad!

–Lo sé… -la interrumpió él en voz baja, sonriendo con ternura.

–¿Lo sabéis?

–Fui un estúpido, amor mío. Temía confiar en vos. ¿Me perdonaréis?

Las lágrimas acudieron a los ojos de Hinata, que lo miró temblando mientras le acariciaba un cardenal en la mejilla.

–¿Perdonaros, Naruto? Si os hubiera advertido desde un principio en Rasengan Heath que estaba tramando algo…

–Shhhh, amor mío.

–Pero mi silencio ha resultado terriblemente peligroso. ¡Oh, Dios mío, todavía me estremezco cuando pienso en Himawari!

Naruto sonrió y la besó brevemente en la cabeza.

–Oh, tu cabello, tu cuerpo, tu voz, tu alma… Eres mi tesoro, mi amor, mi vida. – La voz se iba llenando de ternura y descansó una mejilla sobre su cabello, estrechándola-. Tuve miedo al verme tan cerca de esas rocas que no puedo sino dar gracias a Dios por habernos dado la oportunidad de seguir viviendo y volver a amar.

–¡Oh, Naruto…!

–Disculpadme, pero eso puede esperar - dijo una voz.

Los dos se volvieron sobresaltados. Era Asuma, sosteniendo con delicadeza a Himawari en sus brazos, quien reía y le golpeaba el rostro con sus diminutos puños.

–¡ Himawari! – exclamó Hinata con júbilo y se soltó de Naruto para coger al bebé.

–Está muy mojada -comentó Asuma.

–¡Oh, cariño mío! – exclamó Hinata.

Finalmente derramó las lágrimas sobre el bebé, de modo que las dos quedaron empapadas. Naruto se acercó y las rodeó con el brazo en un gesto protector, recordando a Asuma que más le valía irse acostumbrando a cambiar pañales.

–Hummm -respondió Asuma sonriente, y sugirió que montaran los caballos, pues Kurenai y Konohamaru ya debían de estar preocupados.

Echó un vistazo al cuerpo del acompañante de sir Toneri y murmuró que debían enterrarlo rápidamente. Naruto dijo a Hinata que recogiera sus cosas mientras tanto, pero ella no deseaba volver a entrar en la cueva, y él fue a buscar sus zapatos y la capa, que le echó sobre los hombros con delicadeza.

Hinata esperó a que enterraran aquel cuerpo sin ningún remordimiento, mientras mecía al bebé que él no habría vacilado en apuñalar.

Hinata no regresó a lomos de su yegua, sino de Pie, delante de Naruto y acunando a Himawari en los brazos. Se reunieron con Konohamaru y Kurenai al pie del acantilado, y tía y sobrina se abrazaron, llorando y reconociendo cuan aterrorizadas habían estado.

Luego reemprendieron una vez más el camino de regreso a Byakugan. Transcurrieron horas antes de ver alzarse la luna por encima de los muros y parapetos del castillo. La luz del día se abría paso por detrás de las nubes, pero la luna llena parecía reacia a retirarse, como si quisiera competir con el sol.

Konohamaru, Asuma y Kurenai se habían adelantado, esta última con el bebé en brazos. Las manos de Naruto descansaban sobre las de Hinata en el pomo de la silla, y ambos se sentían cansados, aunque curiosamente satisfechos con el lento y lánguido paso de Pie.

–Lo incendiaron -murmuró Hinata-, pero no murió nadie. Somos afortunados, amor mío.

–Así es. – Él hundió el rostro en su cuello-. Pero ¿qué voy a hacer ahora, cariño? Ya no hay muros para retener a la errante y salvaje rosa que tengo por esposa.

Hinata sonrió y volvió la cabeza para mirarlo.

–Hace mucho tiempo que no necesitáis muros para retenerme, milord. Hay en torno a mi corazón delicadas cadenas que me atan para siempre a vos.

Él rió suavemente.

–¡Cadenas! Sí, redes de seda y delicados susurros. Fui vuestro prisionero mucho antes de que me pertenecierais, milady.

–¡Oh, os amo tanto, milord!

–Y yo a vos, milady.

–Ése es nuestro hogar -murmuró ella con embeleso. Aun asolado por las llamas, Byakugan era algo más. Era el hermoso y salvaje mar, los acantilados, la gente. Y ahora era una ciudad. Era lo que ellos quisieran hacer de ella. Su futuro-. Tendremos que reconstruirlo.

–Así es.

–Y ampliarlo. Por cierto, Naruto, me impresionó mucho Rasengan Heath. ¿Creéis que podríamos tener esas magníficas ventanas?

–Lo que queráis, amor mío.

–Y esas maravillosas alfombras, sobre todo en la habitación de los niños. Y necesitaremos un aula. Y maravillosas y acogedoras habitaciones de huéspedes para alojar a los visitantes de todo el mundo que acudan avernos. ¡Y músicos! Y…

–¿Un aula?

–Sí. Hanabi debe aprender cosas aparte de costura. Y Himawari será una joven extraordinariamente inteligente, estoy segura. Y Asuma y Kurenai podrían tener un hijo esta vez, y…

–¿Y? – preguntó él estrechándola en sus brazos.

Ella sonrió y luego se echó a reír.

–¡Bribón, ya lo sabéis!

–Bueno, Kurenai mencionó algo. Pero pensé que preferiríais decírmelo vos.

–Podría ser un hijo esta vez -susurró ella.

–Sí -respondió él.

Tiró de las riendas de Pie para detenerlo, le volvió el rostro con delicadeza y la besó profunda y largamente. Cuando se separó de ella, sonrió, y juntos volvieron a mirar el horizonte.

Sí, habían incendiado el castillo, pero las piedras permanecían en pie tan altas y orgullosas como siempre. El aire era puro y el cielo azul sobre los chamuscados pero nobles cimientos de Byakugan.

–¡Naruto, mirad cómo se refleja el sol en los parapetos! – susurró Hinata-. Siento una increíble dicha, y no puedo dejar de preguntarme si la merezco.

–Sí, amor mío -murmuró él-. Debemos aceptar y mimar la felicidad cuando llega. – La rodeó con los brazos y la estrechó contra el pecho, descansando las manos bajo sus senos-. En cuanto a mí, lady de Byakugan, yo también me siento increíblemente dichoso, más satisfecho de lo que jamás habría soñado. Cada vez me complacéis más, milady.

–¡Bribón! – exclamó ella riendo.

–Sí, pero también el más ferviente, hechizado y seducido de los maridos. Una rosa roja de la casa Lancaster, señora, que desea ardientemente entrelazarse con la rosa blanca de los York. Inglaterra unida… nuestro hogar unido.

–¿De veras lo creéis? – susurró Hinata-. ¿Han cesado por fin las guerras?

–La nuestra sí, amor mío -repuso él con firmeza-. Nuestro hogar es uno.

Ella sonrió, satisfecha.

–¡Sí, milord! ¡Esa rosa blanca ha dejado para siempre a un lado las espinas!

Naruto sonrió y espoleó a Pie para que reanudara el camino. A medida que se aproximaban a las puertas del castillo susurró al oído de Hinata:

–Venid conmigo, amor mío, y complacedme, y aunque no dispongamos de una cama como esta noche, yaceremos eternamente en un lecho de rosas, libre para siempre de esas endiabladas espinas.

El sol se elevó por encima del acantilado y los muros de Byakugan mientras seguían avanzando, y el cielo se tiñó de tonos dorados y carmesí con la llegada del nuevo día.


Fin


¡Hola! Gracias por leer esta adaptación. Espero les haya gustado a pesar que me tarde en terminar.

Voy a pausar por un breve tiempo el adaptar historias, publicare historias que ya tengo adaptadas, esas historias ya las había publicado pero las borraron en wattpad.

Información:

Titulo:Un lecho de rosas

Autora: Heather Graham

Personajes: Tristán de la Tere = Naruto De Namikaze

Geneviève de Edenby = Hinata Hyuga