Capítulo 28

Por segunda vez en menos de dos meses, Ross Poldark pasó una noche de insomnio sentado junto a la cama de una persona convaleciente. Solo que esta vez era peor, mucho peor. Porque esta vez esa persona era una mujer joven, llena de alegría y repleta de vida como para irse de este mundo tan pronto. Distinto era de su padre que había tenido años de una vida bien aprovechada, con logros y pérdidas, amor y dolor, vivida sin arrepentimientos. Demelza no podía irse, aún no. Sus ojos, que estaban fijos en ella, casi no pestañaban. Por ratos derrumbado sobre la silla, en otros inclinado sosteniendo su mano. De tanto en tanto se levantaba a cambiar el paño que tenía en la frente, lo enjuagaba en el recipiente de porcelana que estaba sobre una de las mesitas de noche y lo volvía a colocar en su lugar. Demelza estaba ardiendo. A mitad de la noche había comenzado a respirar agitadamente, Ross pensó que iba a despertarse porque sus párpados aleteaban como las alas de un colibrí, pero no lo hizo. Ross despertó a Choake, que se había quedado a dormir en Nampara. El médico no había querido volver tan tarde en una noche cerrada y se autoinvito a quedarse.

"Mmmm… mhhhh." Gruñó, no muy contento que de que Ross lo hubiera despertado y aún con el bonete de dormir en la cabeza – aparentemente llevaba uno en el maletín – mientras revisaba otra vez a Demelza que se revolvía en la cama como presa de una pesadilla y cuya piel brillaba por un sudor nada saludable. "Ha comenzado lo peor. La fiebre ha estallado."

"¿Que se puede hacer?"

"Nada. Depende enteramente de la Señora Poldark atravesar la marea. Solo ella puede nadar hacia el otro lado. Cuando la fiebre pase, lo sabremos."

Ross lo miraba horrorizado. Nada lo frustraba más que sentirse impotente. Internamente maldijo a Choake por su inoperancia. Lo maldijo a Francis por no haberla acompañado hasta la puerta. La maldijo a Demelza por la estúpida idea de trepar por la pared del acantilado. Y, sobre todo, se maldijo a si mismo porque todo esto era su culpa.

"Todo lo que puede hacer es mantenerla cómoda."- agregó el médico al ver la vena en la frente de su anfitrión que estaba a punto de explotar. – "Iré a llamar a su criada para que venga a cambiarla."

"No hace falta, yo lo haré."

Choake lo miró de arriba a abajo. "Tiene costumbres extrañas, joven Poldark." – dijo. Y después de otro sonido de reproche en su garganta volvió a la habitación de invitados.

"¿Demelza? ¿Me escuchas, cariño? Escucha mi voz. Debes pelear, mi niña. Se que eres fuerte, debes luchar. No dejes que te venza. Vuelve a mi cariño… Demelza."

El único camisón que tenía era el que tenía puesto y estaba empapado. Demelza transpiraba, perdida en un sueño oscuro e intranquilo del que no parecía encontrar la salida. Ross buscó en su cajón una de sus camisas… Debería haber encargado un ajuar para su esposa mucho antes. No se había percatado de las pocas prendas que tenía. Sin embargo, siempre todo parecía limpio y perfumado. Hasta sus propias ropas, que sabía las hacía añicos en la mina, siempre volvían a estar blancas y presentables para volver a usar. También buscó otro par de sábanas limpias. Intentó ser rápido. La destapó de prisa y le quitó el camisón por sobre la cabeza. ¿Cuántas veces había hecho eso? No creía que fueran muchas, no las suficientes, aún no. Presuroso, le puso su camisa que le llegaba casi hasta las rodillas. Sus piernas, a diferencia de la parte de arriba aún estaban heladas. De prisa buscó otro par de medias y las encimó a las que ya tenía puestas. Luego vino la parte más complicada, cambiar las sábanas. Desparramó las mantas por completo en el piso. Quitó las puntas del colchón y colocó la nueva. Levantó a Demelza en sus brazos para sacar y colocar la tela por debajo de ella. Al hacer ese movimiento sintió que sus dedos le apretaban el brazo, instintivo querer sujetarse para no caer. Ross volvió a dejarla sobre el colchón.

"¿Demelza?" Susurró mirándola al tiempo que acomodaba las almohadas bajo su cabeza y volvía a estirar su camisa para que le cubriera los muslos. "¡Demelza!" la vio parpadear. La retina debajo de sus pestañas desenfocada hasta que abrió los ojos un poco más y los fijó en él, su pecho volviendo a subir y bajar agitado, respirando con dificultad.

"Cariño… sshhh… ya estás en casa. Debes luchar, Demelza." Pero sus párpados eran muy pesados para mantenerlos abiertos y mientras Ross se apresuraba para volver a armar la cama sobre ella, desenredando las mantas que había tirado al suelo, Demelza volvió a quedarse dormida.

"Demelza, escúchame. Tienes que resistir, cariño… no me dejes… no me dejes aquí solo."

Si Demelza lo escuchaba o no, no lo sabía. Pero Ross había pasado lo que quedaba de la noche sujetando su mano y hablándole en susurros desesperados para que no lo dejara.

Nampara estaba hundida en un silencio sepulcral. El doctor Choake se fue al amanecer, luego de revisar a Demelza y decirle a Ross que si todavía respiraba tenía que darle las gracias. No lo hizo, por supuesto, Choake no había hecho nada. Ross aún estaba en la habitación junto a Demelza. Había pasado otra noche en vela, ya no recordaba cuando había dormido por última vez. Una vez pasado el shock, su cuerpo empezó a cobrarle el gran esfuerzo que había hecho al rescatar a Demelza del acantilado, le dolía cada uno de sus huesos. Pero aun así, se rehusó a dormir. Vigiló a Demelza durante toda la noche. Su temperatura todavía era alta, pero ya había dejado de temblar y sacudirse. Ahora parecía dormir un sueño pacífico, solo interrumpido por el subir y bajar irregular de su pecho, que Ross observaba preocupado.

Si algo le pasaba nunca se lo perdonaría.

Era su culpa que ella hubiera estado fuera en medio de la tormenta. Todo lo que había sucedido en esos últimos días la había llevado a esto, y todo era su culpa. Por haberse encerrado en sí mismo y no compartir con su mujer la carga que llevaba, la responsabilidad de sacar la hacienda adelante ahora que Joshua no estaba. La había ofendido al mirarla con desdén cuando todo lo que ella hizo fue tratar de ahorrar unas monedas para intentar ayudar. ¡Casi había besado a Elizabeth allí, en la puerta de la modista frente a ella, por Dios! Y luego fue él quien la castigó a ella por no decirle que iría a ver a su familia… ¡deberían colgarlo! Aunque dudaba que el sufrimiento de la horca fuera peor que el que sentía ahora. Lo que no daría porque Demelza se despertara, por saber que ella estaría bien. Su padre de seguro lo estaba maldiciendo por haberla lastimado…

"No te la lleves, papá. Por favor, no te la lleves. A partir de ahora las cosas serán diferentes, te lo prometo. Por favor, papá…" Rogó en silencio una y otra vez.

Cuando Prudie y Jud se levantaron, temprano para ser ellos, la sirvienta fue de inmediato a ver a Demelza.

"¿No se ha despertado la niña?"

Ross le respondió con un solo movimiento de su cabeza.

"¡Dios bendito!... La señorita es fuerte, ya pasó lo peor, despertará de un momento a otro. Ya lo vera señor Ross. Iré a decirle al viejo, para que le informe al joven Francis. Le dio unas monedas para que lo mantenga al tanto…"

El único momento en que Ross dejó la habitación la noche anterior, fue cuando Francis golpeó la puerta para despedirse y volver a Trenwith. Le había pedido pasar a ver a Demelza pero Ross se había negado diciendo que no estaba en condiciones de recibir a nadie. Era cierto, y eso Francis lo sabía, pero solo era una excusa educada para evitar que su primo viera a su esposa, más allá de que le hubiera ayudado a encontrarla. Si no fuera por él, Dios sabe si la hubieran encontrado a tiempo. Así que le debía algo de consideración. Pero Ross no estaba de humor para ser educado y, posesivamente, no quería que Francis tuviera ningún tipo de relación con Demelza.

"Dile que no se mueva de esta casa. Debe estar preparado por si hay alguna emergencia." – ordenó – "Y tú, mantén una tetera caliente en caso de que despierte, y haz un caldo. Va a necesitar comer…"

"Si, señor. Ya le subo su desayuno también."

"No tengo apetito."

"Ah pues va a tener que comer igual. ¿Qué va a decir la señora si se despierta y yo no le he dado el desayuno?"

Ross intentó hacer un atisbo de sonrisa que no llegó a sus labios.

Después de tomar una taza de té y mordisquear un trozo de pan que Prudie tostó en la plancha, Ross envió a Jud a Wheal Leisure para que informara al Capitán Henshawe que no iría. Había acercado un banquito a la cama y se había estirado sobre las mantas, sujetando la mano caliente de Demelza. Prudie lo había ayudado a cambiarla de nuevo, y se había llevado para lavar las sábanas, el camisón y dos de sus camisas que Demelza había usado durante la noche. No se quería quedar dormido, debía estar atento por si ella despertaba y para cambiar el paño húmedo de su frente. Pero el cansancio lo venció.

Demelza parpadeó varias veces antes de abrir los ojos. El brillo de la habitación la encandilaba, no sabía cuánto tiempo había estado dormida. Junto con la conciencia, también apareció el dolor. La cabeza se le partía y la garganta le ardía y le picaba. Tenía la nariz congestionada y unas terribles ganas de usar el lavabo. Movió un poco la cabeza para mirar alrededor, le costó mucho esfuerzo, todos sus músculos parecieron quejarse. Pero tenía que ir al cuartito detrás de la habitación. Cuando volvió su vista hacia la cama lo vio a Ross. Estaba dormido en una extraña postura. La mitad superior de su cuerpo desparramada sobre el borde y una mano estirada hacia ella. Sus rulos oscuros le cubrían la cara.

Muy despacio para no despertarlo y porque le costaba horrores moverse, Demelza se deslizó hacia el borde de la cama, destapó las mantas y bajó una a una sus piernas al piso. Allí se quedó sentada un momento tratando de recordar que había ocurrido. Su cuerpo estaba como entumecido. Además de la cabeza, le dolían muchos los brazos y las piernas y el pecho, y le costaba respirar porque tenía la nariz tapada. Su cuerpo se estremeció con un escalofrío por el cambio de temperatura, aunque en la chimenea ardía un fuego intenso. Recordó la playa, recordaba haber caminado por horas y haberse encontrado con el primo Francis. Él la había traído a casa antes que se desatara la tormenta. Y luego… Demelza se puso de pie, las piernas le temblaron. Sosteniéndose de la mesita de luz y luego de la pared, a tientas se fue acercando al cuartito privado… Luego había tenido la idea de intentar subir por las viejas escaleras de los mineros. No sabía por qué. Ross se la había enseñado un día que salieron a cabalgar, le había dicho claramente que eran peligrosas y estaban en desuso, pero ella quiso intentar igual. Quiso probar que no tenía que hacer lo que él decía. Había sido una tonta.

Ross levantó la cabeza de golpe, se había quedado dormido, mitad de su cuerpo sobre el colchón estirado hacia Demelza… Demelza, que no estaba en la cama. Escuchó de nuevo, el ruido que lo había despertado. Un ataque de tos sordo que provenía del cuartito junto a la habitación. Estuvo allí en un instante, intentó abrir, pero estaba trabada del otro lado.

"¿Demelza?" – golpeó la puerta con la palma de su mano. Su cabeza pegada a la madera intentando escuchar, podía sentir la respiración entrecortada de su esposa y la tos que la invadía con cada respiro que daba. Pero al menos estaba despierta…

Unos momentos después en los que Ross consideró tirar la puerta abajo, esta se abrió. De ella surgió la figura de Demelza, pálida y sudando. Con un color enfermizo alrededor de sus ojos y en sus labios, el pelo suelto pegado a la frente y con el pecho subiendo y bajando con dificultad a cada respiro. Apenas se podía mantener de pie, y se sostenía de la pared. Cuando al fin sus miradas se encontraron sus piernas se rindieron, pero jamás llegó al piso porque que Ross la sujetó en el aire y la levantó sosteniéndola contra su pecho.

Internamente, Demelza protestó. En su mente apartó sus manos y empujó su pecho, se puso de pie y se alejó. Estaba enojada con el ¿no era así? Demelza creía recordar que sí. Pero en realidad su cuerpo no hizo nada de eso. No tenía la fuerza para comandar sus extremidades y todo lo que hizo fue apoyar su cabeza en su hombro y dejarse llevar. Pronto estuvo de nuevo en la cama. Ross la dejó un momento, corrió a la puerta y gritó por Prudie. Luego volvió junto a ella con algo en sus manos, la sentó en el borde y se arrodilló frente a ella.

"Demelza, ya estás en casa. ¿Puedes decirme adonde te duele, cariño?"

Demelza no estaba del todo enfocada en lo que le decía, le dolía mucho la cabeza y la garganta y le costaba respirar. Y tuvo otro ataque de tos nada agradable cuando escuchó la palabra 'cariño' que jamás había escuchado antes. Ross la sostuvo, se sentó a su lado y le frotó la espalda.

Mientras Demelza se doblada al medio por su ataque de tos, Prudie había entrado a la habitación. Ross le dijo que volviera a rehacer la cama y que trajera el té y calentara el caldo, debían darle la mayor cantidad de líquido posible. Cuando el ataque pareció terminar, y para que Prudie pudiera hacer la cama, Ross volvió a tomar a Demelza en sus brazos y se sentó en la silla en donde había pasado la noche en vela con ella en su regazo.

"Trata de permanecer despierta un rato más, solo un ratito más…" Ross dijo en voz baja mientras frotaba su brazo con una mano y con la otra la piel de sus piernas heladas. Estaba a punto de rendirse al sueño de nuevo, allí acurrucada sobre Ross. Intentar respirar por la nariz era imposible, así que tomaba bocanadas de aire por la boca que hacían arder su garganta. Nunca se había sentido tan mal. Ross se movió debajo de ella, para darle más instrucciones a Prudie que ya había terminado con la cama, y al hacerlo sus piernas rozaron su trasero en donde un leve ardor al hacer contacto le hizo recordar uno de los motivos por los cuales estaba enfadada. Intentó levantarse de su regazo, pero no era rival para Ross que la sostuvo con más fuerza contra su pecho. Y ella volvió a rendirse pronto, los recuerdos arremolinándose en su cabeza confundida.

Allí se quedaron un rato. Su respiración agitada pronto siguió el ritmo del subir y bajar del pecho de Ross, mientras él la abrazaba y rozaba sus labios en su frente, aún estaba ardiendo. "¿Demelza?"

Prudie había vuelto con el té y volvió a salir de prisa a colocar el caldo al fuego. "¿Demelza?" Ross la volvió a colocar en la cama. Estaba muy cansada, le dolía todo y quería volverse a dormir de nuevo, pero aun así se quejó cuando se percató que Ross le estaba quitando el camisón, aunque no era el camisón si no una de sus camisas. Intento decir algo, pero no tenía voz.

"Shhh… cariño, es solo un momento." Y un minuto después estuvo cubierta con otra de sus camisas. Ross acomodó las almohadas en su espalda de modo que quedó sentada sobre el respaldo, Ross junto a ella… "¿Qué estabas pensando? Demelza, ¿Qué rayos estabas pensando al subir por allí?" Le dijo, sus manos sosteniendo su rostro y su cara a pocos centímetros. Demelza logró enfocar sus ojos en los suyos, había captado algo en el tono de su voz que le llamó la atención entre su cansancio. "¿Qué te hubiera pasado si no te hubiera encontrado, Demelza?... Me habrías dejado solo… ¿Qué hubiera hecho sin ti?" Ross dijo, con un brillo en los ojos que no le pasó desapercibido, y se inclinó a besar su frente. Sus labios desesperados bajaron por su sien a sus mejillas, y aun sujetándola llegaron a sus labios, pero Demelza giró su rostro y Ross besó la comisura de su boca. Demelza intentó decir algo, pero la afonía dio paso a otro fuerte ataque de tos.

Ross frotó su espalda hasta que el acceso de tos pasó. Demelza se sintió algo avergonzada, no era para nada propio de una dama los sonidos que emitía y el líquido que chorreaba de su nariz. Pero a Ross no pareció importarle, la sostuvo hasta que se le pasó y con un pañuelo limpio su nariz y luego con una toalla húmeda refrescó su cara. Sus manos eran firmes pero delicadas y no parecía darle asco verla así, al contrario, se lo veía muy serio.

"Debes beber y comer algo, luego podrás descansar de nuevo." Su voz comandante no daba lugar a protestas y Demelza se dejó acomodar de nuevo contra las almohadas e intentó permanecer despierta mientras Ross le ayudaba a beber el té.

Ross había puesto las gotas que le había dejado Choake en la bebida, pero ella no pareció notarlas, dudaba que sintiera algún gusto con la congestión que tenía. Pero se alegró al ver que al menos intentaba beber el té. Demelza no tenía fuerzas para sostener la taza, así que él la llevaba a sus labios para que ella sorbiera, con mucho cuidado de no derramar el líquido caliente sobre ella.

Demelza sintió un ligero alivio al sentir que el calor pasaba por su garganta y la invadía desde adentro. Aunque el té caliente no hacía nada para calmar el dolor de sus músculos, al menos la reconfortó y la ayudó a calmar el ardor en su garganta. También, al distraerse, se despabiló un poco. Ross colocó la taza en una bandeja que estaba sobre su cambiador, y Demelza aprovechó la oportunidad para estudiarlo. Se veía desaliñado, más que lo habitual. Solo llevaba una camisa por fuera de los pantalones, y no tenía puestas las botas, solo medias. Su cabello estaba revuelto y se lo veía nervioso. Demelza intentó hablar, pero era como si se hubiera quedado muda. Algo asustada, se aclaró la garganta al mismo tiempo que Ross se volvía hacia ella y se dio cuenta que quería decirle algo.

"Shhh…" dijo acercándose y sentándose en el borde de la cama a su lado.

Demelza intentó hablar otra vez, las palabras "Lo siento" no se escucharon, pero se dibujaron en sus labios y Ross las comprendió.

"¿En qué rayos estabas pensando?" – dijo en voz baja también y con un nudo en la garganta. – "Casi me matas del susto…" Ross apoyó su mano sobre la suya, estaba caliente y si bien estaba despierta tenía que volver a descansar…

Demelza quería disculparse por todo el alboroto que había causado, no había sido su intención – para nada – cuando se trepó por las empinadas escaleras quedarse atascada a mitad de camino. Ahora recordaba con más claridad. Como no había podido seguir subiendo ni volver a bajar, el precario refugio en el que esperó acurrucada contra la pared del precipicio bajo la lluvia y con un viento helado que la azotaba y se colaba hasta sus huesos. Las horas parecieron años. Y esperó, no había otra cosa que pudiera hacer. Cuando la lluvia amainaba un poco gritó por ayuda, aunque sabía que no serviría de nada. Gritó hasta que le dolió la garganta pensó que iba a morir allí si nadie la encontraba pronto, si Ross no llegaba. Pero Ross si había llegado, ahora lo recordaba hablándole en el precipicio y sujetándole una cuerda a la cintura. Luego se debió de haber desmayado de nuevo porque no recordaba como la había bajado de donde estaba. Ross tomó su mano…

También recordaba otras cosas, todo lo que había sucedido antes y porque había salido a caminar por la playa… Recordaba a Francis, a Margareth, a Elizabeth. Recordaba el castigo a la que la había sometido y, sobre todo, recordaba que él amaba a esa otra mujer y que habían discutido…

"¿Qué hubiera sucedido si no te encontraba, Demelza? ¿Qué habría pasado si no llegaba a tiempo?" – Ross preguntó más para el mismo que a Demelza. La desesperación que había sentido cuando no la encontró en casa, cuando la buscó y no dio con ella, cuando la imagino perdida en el temporal, cuando se dio cuenta de donde estaba y la encontró desmayada. Cuando la vio subir, colgando peligrosamente en el aire sobre el precipicio… toda la angustia que sintió durante la noche cuando ardía de fiebre y no despertaba, todo, aún lo sentía a flor de piel y le oprimía el pecho. Pero esa desesperación se acrecentó aún más cuando inclinó su cabeza para besarla y Demelza giró su rostro y con mucho esfuerzo, quitó la mano de debajo de la suya.

Fin del Capítulo 28


NA: ¡Gracias por leer!