Los personajes de Twilight no son míos sino de Stephenie Meyer, yo solo los uso para mis adaptaciones :)
CAPITULO VEINTIOCHO
Bella despertó lentamente. Un sonido leve, furtivo, perturbó su sueño aunque no le produjo temor.
-¿Edward? -murmuró- . ¿A qué estás jugando ahora?
Una forma oscura se le acerco y se irguió.
-¡James! -Bella se sorprendió, pero pensó que este tonto era inofensivo. - ¿Qué está haciendo aquí, en mi dormitorio?
-Vaya, mi querida Bella -dijo el caballero en tono burlón-. Estaba imitando lo que he visto hacer a su galante esposo. ¿Por lo menos, no soy yo tan bien parecido como él?
-¡Claro que no! -exclamó ella. Todavía estaba semidormida. Pero él... no estaba presente cuando el arribo de Alice. ¿Cómo pudo enterarse de su casamiento?
-Antes que llame a los sirvientes y lo haga arrojar de aquí, le pregunto otra vez, sir James. ¿Qué hace aquí?
-Tranquilícese. -El inglés apoyó un largo mosquete en el respaldo de una silla y se sentó-. Estuve ocupado en algunos asuntos personales y sólo quiero hablar con usted en privado.
Bella se levantó y se alisó el vestido de terciopelo. Miró el reloj de la chimenea. Eran unos minutos después de mediodía. Sólo había dormido unos momentos, después de todo, y Edward regresaría pronto para reparar la puerta.
-No me imagino qué temas podemos tener en común, sir James -dijo Bella con altanería.
-Ah, mi hermosa lady Bella. - Whiterdale se recostó en la silla-. - ¡La reina de hielo! ¡La intocable! ¡La mujer perfecta! -En su risa suave hubo un eco malvado-. Pero no tan perfecta. Mi querida, usted ha cometido un engaño y ahora debe pagarlo. Ha llegado el momento de pagar.
Bella lo miró ceñuda.
-¿Qué dice usted?
-Su casamiento con Masen Edward, por supuesto. ¿Usted, no quiere que nadie lo sepa, verdad?
De modo que él no sabia que el secreto había sido revelado. Pero estaba enterado del casamiento.
-¿Señor? ¿Usted tiene intención de pedirme dinero?
-Oh, no, mi lady -dijo él, y sus ojos la siguieron hambrientos cuando ella se alejó un poco.
James se puso de pie y se ubicó entre Bella y la puerta. La miró y adoptó esa pose afectada, con una rodilla medio flexionada.
-Nada tan ruin -dijo con una mueca-. Sólo necesito su ayuda y usted tiene algo que ceder en cambio. Si usted convence a su padre y a los Cullens de que inviertan una buena suma en el astillero de mi familia, yo nada diré de su casamiento con este individuo Edward ni informaré a las autoridades que su marido es, en realidad, un asesino fugitivo.
-¿Cómo sabe usted eso? -preguntó Bella, empalideciendo. -El tonto de Biers, me lo dijo a bordo del Hampstead, me contó que había comprado a un asesino en la cárcel y que ese hombre era Masen Edward. Yo había seguido muy atentamente los escritos de mi padre acerca del juicio a su marido. Por supuesto, entonces él era Edward Cullen. Lo que más me intrigó era cómo usted se casó con el bribón. Yo creía que había sido ahorcado, y cuando usted se presentó como su viuda me sorprendí, porque yo creía que el hombre era soltero. Nunca había visto a Edward Cullen y sólo cuando Biers me informó de su acción pude adivinar que Masen Edward y Edward Cullen eran una misma persona.
¿Usted se casó con él en la cárcel, verdad? Bella asintió lentamente. -Sí. ¿Y qué hará usted si yo me someto a sus exigencias?
-Bueno, me iré a Londres, por supuesto -repuso él-, para ocuparme de mis asuntos allí.
-Dice que regresará a Londres. -Bella empezó a entender. Había pensado poner al hombre en ridículo con la verdad, pero ahora decidió satisfacer su curiosidad-. Se me ocurre, sir James, que usted ha estado muy necesitado de dinero... Usted habla de su pobreza pero se comporta en forma muy esplendorosa. Usted era amigo del señor Biers. Quizá él le prestó unas libras...
- ¿Y eso qué importa, señora? -Se mostró a la vez nervioso y encolerizado-. ¿Acaso es asunto suyo?
-Claro que no. -Bella sonrió para calmar los temores del hombre-. Es sólo que él tenía un anillo de mucho valor e insistió que se lo habían dado en pago de una deuda.
-¡Ah, eso! -El caballero pareció aliviado-. La mayor parte de mis, joyas y algo de dinero estaban en el equipaje enviado a Richmond. Yo le pedí una suma prestada hasta que pudiera llegar a puerto y devolvérsela.
-¿Y el anillo? ¿Cómo llegó a su poder?
El la miró con ojos entrecerrados. -Yo presté un dinero a un escocés y acepté ese anillo como pago.
-Parece que hay muchas deudas en este mundo.
-Ajá, ¿pero por qué este interés en el anillo, señora?
-Hay otra cosa que -quiero preguntarle. -Bella trató de cambiar de tema-. ¿Cómo llegó usted a saber que Masen Edward es mi esposo? Evidentemente, fue usted quien se lo dijo a Biers. Muchas personas conocen parte del secreto, pero muy pocos saben del casamiento de Masen Edward y yo. No puedo imaginar quién...
De pronto Bella sintió frío y fue hasta la ventana para abrir las cortinas y dejar entrar el sol.
-Sólo estaban Sam... y Victoria. Yo confío en Sam, y debió de ser Victoria. Pobre Victoria, estaba encinta... Bella miró a James a los ojos-. Edward no podía casarse con ella, y ella debió acudir a... -De pronto comprendió y abrió la boca, horrorizada-. ¡Usted! ¡Usted mató también a Victoria...!
Bella empezó a darse cuenta del peligro que corría cuando los ojos de James se clavaron en los de ella. Supo que tenía que escapar y corrió hacia la puerta. James la atrapó fácilmente de un brazo.
-¡Sí, Victoria! -dijo el inglés-. Y no se crea usted a salvo de un destino semejante, de modo que cierre la boca, mi lady. Sacó de abajo de su chaqueta una gruesa fusta y se golpeó sugestivamente la palma de la manos con la empuñadura. Bella recordó las marcas en el cuerpo de Victoria y se estremeció.
-¡Esa perra vulgar! -dijo James-. ¡Hija de una pescadora! ¡Ja! Quedó encinta y creyó que podría atraparme. -Giró sobre los talones y agito la fusta-. Pero cambió de idea. ¡Sí, eso hizo! Me imploró misericordia y juró que no diría nada. Yo me aseguré bien de que no hablaría más.
Bella sintió náuseas. Se sentó en el borde de la cama y trató de controlar el espantoso pánico que la invadía. Sin duda, él también había asesinado a la muchacha de Londres cuando ella se convirtió en una molestia.
-Mi padre... -empezó ella, vacilante.
-¡Su padre! -exclamó James despectivamente-. ¡Lord Swan! ¡Un plebeyo! ¡Hijo de un ladrón! Cómo odié tener que pedirle dinero. ¡A él! Un comerciante que estafa a la gente de alta condición, privándola de sus riquezas, quedándose con sus propiedades y fortunas porque ellos no pueden seguir satisfaciendo sus ultrajantes exigencias. Lores y pares reducidos a tener que arrastrarse por dos peniques. Hombres cuyos planes pueden modificar el destino de Inglaterra, obligados a acudir a un plebeyo mercader para pedirle fondos.
Bella salió en defensa de su padre. - ¡Mi padre no ha estafado a nadie! Si ellos se vieron en aprietos, fue por su falta de buen sentido.
-Mi tío discutiría esa afirmación. -James pareció sentirse, ofendido-. Los tribunales le ordenaron entregar las propiedades de la familia en pago de sus deudas. Creo que su padre ahora llama a esa propiedad "su casa de campo". Pero usted lo defiende a él, Bella, cuando tiene sus propios enemigos. Usted sabe demasiado para que yo pueda dejada en libertad.
Se detuvo a pensar un momento y se rascó el mentón con el extremo, de la fusta.
-¿Qué voy a hacer? Necesito el dinero de su padre, pero no puedo dejarla en libertad para que difunda sus historias. -Se detuvo junto a ella-. Y su curiosidad acerca del anillo... Dígame por qué le llamó la atención esa sortija.
Puso, un pie sobre la cama y apoyó un codo en la rodilla. Bella se encogió de hombros y respondió, lo más inocentemente que le fue posible:
-Fue sólo que parecía demasiado valioso para los medios de que dispone Biers.
-Señora, tengo poco tiempo y menos paciencia. Cuando Bella abrió la boca para replicar, el la abofeteó salvajemente. La fuerza del golpe la arrojó de espaldas sobre la cama
-La próxima vez que yo le haga una pregunta, trate de darme una respuesta mejor, querida mía. -Su voz sonó dura-. ¿Qué sucede con el anillo?
-Pertenecía a Edward -dijo Bella, furiosa.
-Así está mejor, querida mía. -La observó intensamente-. ¿Entonces su Edward ya sospecha que yo asesiné a la mujerzuela? ¿El no -cree que obtuve el anillo del escocés? Usted ha dicho que yo también maté a Victoria. Y él, por supuesto, ha hablado con su padre. -Asintió y vio que Bella lo miraba con renovado desprecio-. Ah, sí, entiendo. ¡La mascarada ha terminado! -Se enderezó y se alejó un poco de ella-.
¡Bien, basta ya! Estoy cansado de hacer el petimetre tonto para que ustedes se diviertan.
Bella comprendió que su cara la había vuelto a traicionar.
-¿Qué sucede? ¿Está sorprendida, querida mía? -preguntó él con arrogancia-. Yo me di cuenta de que las mentes plebeyas de ustedes encontrarían divertido a un petimetre afectado. Sin embargo, señora, me siento herido porque usted lo creyó tan prestamente.
Bella lo miró con odio. James, pareció sumirse en profundas reflexiones, hasta que por fin exclamó:
-¡Piratas! ¡Demonios, ese es el camino! ¡Un rescate!
Fue hasta la silla y tomó el largo rifle. Ella reconoció el arma de Edward, la que él había dejado en el establo antes del incendio.
-Sí, mi lady -dijo James cuando siguió la dirección de la mirada de ella-. Es de su marido. Yo tomé sus armas del establo después de golpeado. Hubiera debido terminar la tarea allí mismo, antes de poner fuego al lugar. Debo decir que fui muy astuto al usar á Attila para atraerlo. Si hubiera planeado mejor los dos intentos anteriores, me habría librado más pronto de él. Pero entonces yo no sabía que - él era su marido. Yo estaba en el henil, con Victoria, mientras ustedes dos retozaban abajo. Entonces comprendí que tenía que deshacerme de él, porque usted estaba enamorada del hombre. Yo necesitaba de veras la fortuna de su padre. Vaya -rió- no hubiera podido seguir eludiendo hasta ahora a mis acreedores si no fuera por el tesoro que encontré en la habitación de la muchacha de Londres. Ella trató de sacarme unas, monedas, sabe usted, pero yo no tenía nada para hacerla callar. Ella merecía morir.
James sacó un largo pañuelo del guardarropa y obligó a Bella a ponerse de pie.
-Ni un sonido, querida mía -advirtió-. Tiene suerte de que yo haya encontrado una nueva utilidad para usted.
Le hizo poner los brazos a la espalda y los ató fuertemente.
-Sea dócil, querida mía. -Le acarició ligeramente los pechos y toda la longitud de su cuerpo. Bella abrió la boca para gritar pero él le metió un pañuelo de mano. Después le tapó la boca con otro pañuelo, dejándola completa y efectivamente amordazada. Sir James revolvió en el baúl hasta que encontró una capa que puso sobre los hombros de Bella. El caballero, entonces, se terció el rifle al hombro y con la otra mano sacó una pistola de su cinturón. A continuación retorció una mano en el cabello de Bella hasta que ella dio un respingo de dolor.
Sir James se detuvo y dijo, para sí mismo:
-¿Pero cómo lo sabrán? -Miró el pequeño escritorio que estaba en un rincón-. ¡Por supuesto! Una nota para ellos. Venga, querida mía.
Tomó una hoja de papel y hundió la pluma en el tintero. Después escribió:
De los Cullens y lord Swan, exijo Cincuenta mil libras de cada uno. Seguirán instrucciones.
Como firma, trazó una ornamentada "B", terminando la letra en la parte inferior con un florido adorno. Arrojó el papel sobre la cama, tomó nuevamente la pistola y llevó a Bella al pasillo.
Se habían acercado a la cima de la escalera cuando súbitamente él empujó a Bella contra la pared y le apoyó la pistola en la garganta. Miró hacia abajo y vio que la puerta principal era abierta por un hombre pelirrojo y flaco que se hizo a un lado para dejar pasar a Edward. El último tenía las manos ocupadas con herramientas y recortes de madera. El hombre siguió a Edward y lo ayudó a dejar su carga en un rincón.
-Mi nombre es Eliazar Dennali -dijo el pelirrojo-. Estoy buscando al señor Sam.
Bella vio que James se ponía rígido cuando el desconocido se presentó a sí mismo.
-El señor Sam está aquí. -Edward llevó al hombre al salón.
Cuando la entrada quedó despejada, Whiterdale hizo bajar a Bella escudándose en ella y amenazándola con la pistola. Del salón llegaban voces.
-No, yo no tenía motivos para matar a mi muchacha -dijo la voz del escocés-. Tampoco este señor. El que yo busco era más grande, más alto y pesado. Pero el maldito asesino está aquí. Yo seguí su equipaje desde Londres. Dijeron que él había ido a la isla de los Cullens. -El hombrecillo estudió atentamente los rostros de todos los presentes-. ¿No hay nadie más aquí? ¿Alguien así de alto? Casi tan alto como el señor Sam. Una especie de dandy, con modales señoriales y un gran sombrero con plumas. Sí, era un caballero del reino.
-¡Sir James Whiterdale! - Exclamó Edward.
-¡Sí, ese es su nombre! -dijo el escocés- . ¡Sir James Whiterdale!
Bella se retorció en manos de James pero él levantó la pistola como si fuera a golpeada. Empujándola por delante, rodeó la escalera. y se dirigió a los fondos de la casa. Los sirvientes estaban reunidos en la cocina y James no tuvo dificultad en sacar a Bella por la puerta trasera sin que lo vieran. La hizo pasar fácilmente sobre el cerco y se dirigió a la arboleda.
Cuando llegaron entre los árboles, allí esperaban Jezebel y un caballo de los Cullens, ya ensillado. La yegua tenía solamente una manta sobre el lomo, atada con una cuerda, y estaba cargada con dos sacos de provisiones. James hizo montar a Bella y le ató los pies por debajo del vientre de la yegua con una tira de cuero crudo.
-No muy cómodo, quizá, pero adecuado. Como usted puede ver,. yo pensaba usar a la yegua como animal de carga, pero ahora servirá para llevada a usted, querida mía.
Le desató las manos y la empujó con el caño del rifle.
-Usted vaya adelante, mi lady -dijo. Volvió a atarle las manos y le puso entre los dedos un mechón de las crines de Jezebel.
James montó en el otro caballo con una agilidad que Bella no le conocía. Ella nada pudo hacer para demorar la huida, pero estaba decidida a aprovechar la primera oportunidad.
Cruzaron el prado al galope, en dirección a los robles del extremo más alejado. Por fin entraron en el bosque y siguieron el sendero que Bella conocía. Llevaba a la cabaña de Edward, en el valle. Por supuesto, sir James no podía saber que el lugar adonde pensaba llevarla y refugiarse era el menos seguro de todos.
Estaban bien dentro del bosque cuando James se detuvo y quitó la mordaza de Bella.
-Grite todo lo que quiera, querida mía -rió James-. Nadie podrá oírla. Además, no quiero ocultar su belleza más de lo necesario.
-Disfrute todo lo que pueda, mi lord -dijo Bella, dirigiéndole un sonrisa serena, casi amable-. Su fin se acerca rápidamente. Yo llevo en mi seno el hijo de Edward y él lo perseguirá. El ha matado antes a hombres como usted, que trataron de alejarme de él.
James la miró sorprendido y rió burlonamente.
-¡Así que usted espera un hijo de él! ¿Cree que eso me preocupa? Crea lo que se le dé la gana, señora, pero tenga cuidado. Ya he soportado demasiado el aguijón de su arrogancia. Tenga consideración de mi mal carácter y no sufrirá ningún daño. Nadie nos ha seguido. No pueden saber el camino que hemos tomado.
-Edward vendrá -dijo Bella, en tono de gran seguridad.
-¡Edward
James espoleo su caballo y trató de arrastrar a la yegua, pero Bella ordenó a Jezebel, con sus rodillas, que se detuviera. La lucha fue inútil, pero hizo que Bella olvidara un poco su miedo.
El mayor se puso de pie y preguntó, casi encolerizado:
-¿Y cómo sabe usted que fue sir James quien mató a su esposa? Eliazar Dennali se puso súbitamente nervioso.
-Bueno, yo...
-Hable tranquilo, hombre -dijo Edward-. Ya hemos esperado demasiado. Yo no formularé acusaciones contra usted y creo -que el mayor estará de acuerdo en que lo que usted tiene que decir permitirá aclarar un deleito mayor, uno que también a usted le gustaría ver castigado debidamente.
-Bueno -empezó Eliazar lentamente-..:. Mi esposa y yo... ella se mostraba audaz con los hombres y los llevaba a su habitación, dónde ponía una poción en la bebida que les servía. Mientras los hombres dormían, nosotros...ah... nos apoderábamos de sus cosas de valor. No mucho -se apresuró a añadir-. Pero nunca lastimamos a nadie. Nosotros...
-¿Pero cómo sabe que fue sir James? -insistió el mayor con severidad.
-Ya llegaré a eso. Entienda, conseguimos a este hombre -señaló a Edward- y él se quedó dormido en la cama de ella. Yo le quité la bolsa y ella otras pocas cosas que. guardó en su cofre. Estábamos ahorrando para regresar a Escocia y casi lo habíamos logrado. Ahora todo ha desaparecido. No era suficiente para matarla por ello, pero el condenado se llevó nuestros ahorros duramente ganados. -El escocés parecía tener ideas muy peculiares sobre la propiedad.
Edward sacó el anillo y se lo enseñó. - ¿Recuerda esto? Eliazar miró la sortija y asintió. -Sí, ella se lo quitó a usted, con una cadena que llevaba al cuello. A ella le pareció bonito. No tenía nada parecido. Era una buena muchacha. Fuerte y leal. -Sollozó y se limpió la nariz con .el dorso de la mano. -Echo de menos a la muchacha. Nunca encontraré otra como ella.
-¿Y sir James? -le recordó rudamente el mayor.
-¡Ya llego a eso! -replicó el hombre-. Tenga un poco de paciencia. Bueno, este muchacho se durmió y nosotros le quitamos sus cosas y las guardamos. Entonces llaman a la .puerta. Yo no puedo dejar que me vean allí, porque ella está sacando dinero a un par de caballeros con eso de que quedó encinta, y amenazándolos por contárselo a sus familias. Sir James era uno de ellos. Bueno, sir James estaba allí, en la puerta, y dijo que quería hablar con ella. Yo me deslicé por la canaleta de desagüe que pasa cerca de la ventana y bajé para tomar uno o dos ales en el salón mientras esperaba. Entonces él salió, con su sombrero hundido hasta los ojos como si no quisiera que nadie lo viera. Yo aguardé un poco más. Después subí y allí la encontré, toda ensangrentada y muerta. El señor Edward estaba todavía dormido. No se había movido desde que yo los dejé y ella lo había cubierto con una frazada, de modo que sir James no pudo saber que él estaba allí. Pero ese caballero encontró el cofre. Había allí una pequeña fortuna, y todo lo que me quedó fue la bolsa del señor Edward.
Edward rió, pero no muy divertido.
-Ajá, y, ahí también había una pequeña fortuna.
El hombre asintió con la cabeza. -La gasté siguiendo a este maldito caballero, o por lo menos siguiendo á su equipaje y a esa fragata en la que zarpó de Londres.
Carlisle tomó al mayor del brazo. -Mayor Carter, yo, por lo menos, ya he oído lo suficiente. Le pediría que ponga algunos hombres al rededor de la casa. Sin duda, Sir James regresará.. Si no lo hace, podemos empezar a buscarlo.
Edward fue hasta la puerta.
-Discúlpenme -dijo-. Tengo que hacer unas reparaciones arriba.
Reunió sus herramientas, y recortes de madera y se dirigió hacia la escalera. Después entró en su habitación. Dejó sus herramientas sobre una mesa y miró hacia la cama.
¡Vacía!
Se acercó y un momento después su grito de furia hizo temblar la casa. Bajó la escalera saltando los escalones de a tres a la vez y entró en el salón, donde arrojó el pedazo de papel sobre el regazo de Swan.
-¡Se la ha llevado! -gritó-. ¡El bastardo tiene a Bella!
-¡Edward! ¡Contrólate! -exclamó Esme en tono firme y autoritario-. Así no podrás ayudarla.
Swan miró la nota que tenía sobre su regazo. La suma exigida no haría la menor mella en su fortuna y había más que eso en la caja fuerte del Hampstead. Pero lo que más lo hería era la cólera. Pese a toda su capacidad para juzgar a las personas, había dejado que esta serpiente anidara en su propia casa.
Biers no se atrevió a intervenir. El no estaba enterado de la naturaleza de James y sólo había planeado conseguir una parte de la dote.
Sam se levantó y leyó por encima del hombro de Swan. Su voz fue la primera que rompió el silencio. .
-He visto esa firma antes -dijo.
-Claro que sí -dijo Swan con desusado rencor-. Está bordada en cada uno de sus pañuelos, en sus camisas y en cualquier parte donde pueda ponerla. Es una "W" de bastardo.
-¡No! ¡No! -dijo Sam-. Quiero decir que la. vi en alguna otra parte. Sí, ya sé. ¡La "R" de Victoria No era una "R". La muchacha no sabía leer ni escribir y sólo trató de dibujar lo que vio. Una "W" con un pequeño adorno en la parte inferior. Una "W", de Whiterdale.
Swan levantó el papel y se lo tendió al mayor.
-¡Fue ese caballero suyo quien mató a Victoria!
-Con todo respeto, señor -dijo calmosamente el mayor-. El no es mi caballero.
Sam intervino:
-Oí la historia de labios de un joven teniente en la taberna de Los Camellos. Parece que un caballo pisó el pie de sir James y él cayó sobre un general y una granada estalló allí cerca. El general dijo que James le salvó la vida y habló de la buena acción hasta que al hombre lo hicieron caballero.
El mayor enarcó las cejas y dijo, en tono de disculpa:
-Esas cosas suelen suceden en una batalla.
-¡Ya ven! ¡Ya ven! -exclamó el escocés, casi fuera de sí-. El maldito le hará a su muchacha lo mismo que le hizo a la mía, con su fusta y sus puños.
Súbitamente, Carlisle dejó de pasearse y dijo:
-Si un hombre quiere llegar lejos con una cautiva, tiene que tener caballos, y los únicos caballos ahora están en el granero.
Tomó su rifle y lo mismo hizo Sam, pero cuando empezaban a ponerse en movimiento, Edward ya salía corriendo por la puerta principal. Biers quedó indeciso pero Charlie Swan se levantó dificultosamente de la silla, alcanzó su bastón y salió tras los demás, ignorando el dolor de su pie lastimado.
Carlisle Cullen llegó al granero a tiempo para oír a Edward que interrogaba al sargento.
-¡Caballos, hombre! ¿Quién ha sacado caballos hoy?
-Solo sir James, señor -dijo el sargento-. Vino poco después de mediodía y ordenó que le ensillaran un caballo- El había estado cabalgando toda la mañana y quería un caballo descansado. Yo mismo lo ensillé. Después se llevó también la pequeña yegua roana, la que tiene cicatrices en las patas. Dijo que tenía permiso del amo.
-Está bien, sargento -dijo Carlisle.
Un agudo relincho hizo que todos se volvieran. Attila pateaba las tablas de su establo y parecía muy agitado.
Carlisle señaló al animal y preguntó al sargento:
-¿Qué le sucede?
-No sé, señor -el sargento se encogió de hombros-. Empezó a agitarse cuando sir James llegó, y se puso aún más nervioso cuando el hombre se llevó la yegua.
Carlisle miró a Edward. Edward asintió y corrió a abrir la puerta del granero. Carlisle desató a Attila, quien al ver la puerta abierta se volvió inmediatamente, hacia allí. Antes que pudiera echar acorrer, Edward aferró un mechón de crines y saltó sobre su lomo. Attila se detuvo y empezó a saltar furioso hasta que Edward apretó las rodillas y dio un agudo silbido.
El caballo reconoció a su jinete, y sintiendo que estaban en una misma misión, salió disparado. Emmet y el mayor, entre tanto, empezaron a gritar órdenes.
Edward dejó que -Attila eligiera su camino y se limitó a mantenerse sobre el animal. Entraron al grupo de árboles y el semental se detuvo en un claro. Agitó la cabeza, olfateó el aire y volvió a salir disparado. - El olor de James estaba fresco en las narices de Attila, pero más que eso, el olor de la yegua.
James miró a Bella. La seguridad y compostura de ella eran inquietantes. El quería verla sometida, humillada, aunque fuera por el temor.
-Hasta un tonto sabe cuándo ha encontrado a su amo -dijo él.
-y usted, señor -replicó ella con una serena sonrisa- por fin ha encontrado al suyo. -Bella sintió el peso de la pequeña daga contra su pierna. No se atrevió a usarla ahora. Ya llegaría el momento.
James trató de razonar con ella.
Yo no soy un hombre cruel, señora, y usted es muy hermosa. Un poco de amabilidad de su parte. podría hacer que encontrara misericordia en mi corazón. Sólo quiero compartir con usted un momento de placer.
-Mi placer, señor, será no volverlo a ver en mi vida.
¡La perra! ¿Cómo se atrevía a despreciado así?
-¡Usted está desamparada! -gritó él y se irguió en toda su altura sobre sus estribos-. Está en mi poder y haré con usted lo que se me dé la gana.
-¿En un húmedo bosque, señor? Podría ensuciarse sus ropas.
-¡Nadie vendrá a salvarla! -gritó él.
-¡Edward ya viene! -dijo ella suavemente.
James sacudió furioso el rifle.
-¡Si viene, lo mataré!
Ella sintió miedo pero trató de no ponerse a temblar. Llegaron a un lugar elevado, donde el sendero empezaba a descender hacia el valle. James se detuvo y miró a su alrededor. Bella ladeó la. cabeza y escuchó con atención. Súbitamente tuvo la seguridad de que venían a rescatada. James la miró con recelo. 'Ella se irguió y asintió levemente,
-Sí -dijo-, ya viene Edward.
Doblaron. la última curva. James hizo detener las cabalgaduras frente a la cabaña. Se apeó, ató la yegua a la cerca, sacó las maletas que iban sobre la yegua de Bella-, abrió la puerta de la cabaña y entró. Salió en seguida y se acercó a Bella. Le desató un pie y pasó al otro lado para desatar el otro. Se tomó su tiempo y sus dedos acariciaron innecesariamente los tobillos de ella. Bella contuvo el aliento, temerosa de que él encontrara la daga.
Súbitamente, un ruido de cascos en la entrada del valle les llamó la atención. Por un instante, el flanco gris del caballo y el bulto de su jinete fueron visibles entre los árboles. Bella sintió una inmensa alegría y los ojos se le llenaron de lágrimas.
James tomó el rifle, rió por lo bajo, amartilló apoyó sobre la silla de su montura. Cuidadosamente, apunto hacia el camino hacia su última curva.
Fue una equivocación de James volverle la espalda a Bella. Cuando los cascos sonaron cerca de la curva, ella levantó un pie y golpeó el flanco de la yegua con todas sus fuerzas. Con un agudo relincho, Jezebel saltó y su movimiento sorprendió a James, quien quedó apretado entre los dos animales.
El rifle saltó hacia arriba como una flecha mal dirigida y cayó entre los arbustos, en el momento que Edward doblaba la curva montado en Attila.
James olvidó su rifle y sintió un helado estremecimiento a lo largo de su columna vertebral. Sacó rudamente a Bella del lomo de la yegua y la arrastró hacia la cabaña. Con los brazos todavía atados, ella tropezó y cayó sobre la cama. James cerró la puerta y estaba buscando la pesada tranca cuando la madera pareció deshacerse en astillas.
Edward se había lanzado desde el lomo del caballo con los pies hacia adelante y toda la velocidad que llevaba.
- Vamos, bastardo -gritó- ¡Si quieres a mi esposa, primero tendrás que matarme con las manos desnudas!
James no era un hombre pequeño y ahora se enardeció con el calor de la lucha. Se llevó las manos al cinturón en busca de sus pistolas, pero las mismas habían caído bajo los cascos del caballo. El caballero apenas tuvo tiempo de percatarse de la pérdida antes que Edward atacara.
Edward quedó sorprendido por la fuerza de su antagonista. James resbaló y sintió que nuevamente lo doblaban hacia atrás. Trató de esquivarse hacia un lado, pero Edward resistió. Cayeron los dos al suelo en una nube de polvo.
Bella se levantó las faldas y aferró el puño de su daga. Sus manos, atadas, estaban semi adormecidas, pero consiguió sacar el cuchillo y sostener el mango entre sus rodillas. Empezó frenéticamente a cortar las cuerdas con la hoja.
Los dos hombres se pusieron de rodillas. Edward metió su cabeza debajo del mentón de James y rodeó con sus brazos el tórax del caballero, hasta que la columna vertebral del otro estuvo a punto de romperse. James gimió y súbitamente se retorció hacia un lado. Nuevamente cayeron entre una nube de polvo.
La mano del caballero había tocado un trozo de madera largo y pulido. James aferró ese palo, uno de cuyos extremos estaba cubierto por una piel de animal, rodó y apretó con la madera el cuello del siervo, apoyando todo el peso de su cuerpo. Edward aferró la madera y en su cuello y sus brazos los tendones resaltaron como tensas cuerdas. La rodilla de Edward se elevó debajo de la barriga del caballero y así alivió algo del peso que le oprimía el cuello. Su pie se deslizó debajo de la cadera de James y así consiguió arrojar al inglés por encima de su cabeza. Pero la piel cayó y Edward, con súbita claridad, vio que en el extremo del palo había un hacha de doble hoja. Era el hacha que él había dejado en la cabaña.
Bella ahogó una exclamación y James rió regocijado, blandiendo el hacha de doble filo mientras Edward se ponía de pie. Edward aferró un trozo de leña para defenderse mientras el caballero se le acercaba. Edward sólo pudo retroceder mientras el filo del hacha lo amenazaba dentro del limitado espacio de la cabaña.
Edward sintió que la parte posterior de sus muslos chocaba contra el borde de la mesa y ya no pudo retroceder más. Con un grito de triunfo, James aferró el hacha con las dos manos y Bella gritó. Edward se hizo a un lado y la mesa se partió en dos cuando la hoja la cortó limpiamente. Mientras James trataba de sacar el hacha de entre las astillas, Edward arrojó el trozo de leña a las espinillas del caballero y aferró otro. El hacha pasó a - escasos milímetros del vientre de Edward y fue apenas desviada por el corto trozo de leña. James lanzó otro golpe y Edward saltó hacia atrás para esquivarlo.
El grito de victoria de James terminó en un gemido de dolor. Había alcanzado a ver el brillo del metal pero la pequeña daga lo mismo se clavó en su mejilla y le abrió la carne hasta el cuello.
Edward se abalanzó sobre él y empezó a golpeado desde todos los lados. James empezó a temer la derrota y, peor aún, la muerte. Edward lo atacaba con un salvajismo feroz. James cayó de rodillas y un golpe brutal le destrozó la cara. Su mano tocó suave terciopelo. Levantó !a vista y vio un rostro de mujer.
-¡Deténgalo! ¡Deténgalo! -sollozó-. ¡Me matará!
Bella sacudió la cabeza, confundida, y recobró la visión.
-Edward -imploró-, déjalo para que el verdugo se encargue de él.
Echó los brazos al cuello de Edward y lo besó en la boca, hasta que él recobró la cordura y se serenó.
Bella estaba sentada en un banquillo mientras Edward le aplicaba paños mojados en su mejilla magullada cuando Emmet y el mayor detuvieron sus monturas frente a la cabaña. James estaba sobre un tosco banco, bien atado de pies a cabeza con cuerdas.
Los recién llegados observaron la escena. Carlisle y los demás se les unieron. Carlisle miró la puerta destrozada y dijo:
-Hijo mío, parece que tienes una forma especial de abrir puertas.
James fue puesto sobre un caballo y Bella montó a Attila junto con su marido. Estaban asegurando con cuerdas la puerta de la cabaña cuando oyeron un grito y ruido de cascos que se acercaban. Poco después apareció una vieja yegua de patas rígidas. No hubiera podido decirse quién jadeaba más, si la animosa yegua o el valiente jinete que la montaba. Emmet se adelantó y ayudó piadosamente a apearse a Charlie Swan. Después sacó la silla de la montura de Swan y la puso sobre el lomo de Jezebel, la yegua de trote más suave, para que el hacendado pudiera regresar.
El grupo de regreso fue directamente al granero, donde Carlisle señaló un sólido establo destinado a contener a algún toro o semental ocasional que dieran demasiado trabajo: Se lo usaba poco. Pusieron allí una pequeña mesa y un banco, junto con un montón de paja y varias mantas. Sir James fue desatado y arrojado a la improvisada celda.
-Pueden maltratarme así, si les place, pero un caballero del reino debe ser juzgado nada menos que por el alto tribunal.
-Quizá -dijo pensativo el mayor Carter - de eso se encargue el magistrado que se encuentra en Williamsburg.
-¡No aceptaré nada de la justicia colonial de ustedes! –Protestó James-. Mi padre se ocupará de que yo sea tratado como corresponde.
-El mismo, por supuesto. -El mayor se rascó el mentón. -Lord Whiterdale ha venido a las colonias para... Hum... mejorar el primitivo sistema, creo que ha dicho. El ocupa el estrado en Williamsburg y será el primero que oirá su caso.
Las risas y las exclamaciones de alegría hacían vibrar toda la casa. La historia fue contada y vuelta a contar, y cada uno añadió su parte. Sólo Charlie Swan permanecía hosco en su sillón y bebía ale con bitter que Sam había conseguido preparar. En medio de la catarata de felicitaciones, Carmen entró con una bandeja de bocadillos para calmar el apetito de los hombres, y lanzó un grito agudo.
-¡Eliazar! ¡Eliazar Dennali!
-¿Carmen? -dijo lentamente el escocés, con los ojos dilatados por la sorpresa-. ¡Mi Carmen! ¡Mi único amor verdadero!
-Hum -dijo Carmen-. ¡Han pasado un montón de años!
- Yo... yo... -tartamudeó el pobre hombre-, no encontré huellas de ti cuando por fin me dejaron ir.
Carmen no respondió y siguió sirviendo a los demás. Pero cuando Bella la miró, vio algo nuevo en Carmen, algo al mismo tiempo suave y firme, y adivinó que el escocés, podría recuperar lo que había perdido.
Bella se acercó a su padre y preguntó-: ¿Te duele el pie?
-No es mi pie lo que duele sino otra parte -replicó él-. Me costó, mucho subir al lomo de esa yegua, pero aunque la tierra se estremezca bajo mis pies, no volveré a hacerlo.
No puedo encontrar comodidad ni de pie ni sentado. Tendré que tenderme en la cama para poder descansar.
Bella no pudo contener la risa. -Oh, papá, es una pena que hayas tenido, que hacerlo por mí. -Se inclinó y lo besó en la frente.
-¡Bah! -dijo Swan-. Me duelen todos los huesos y ella ríe como una tonta. Ten cuidado, hijo -agregó dirigiéndose a Edward-, o ella hará contigo lo que quiera.
Bella tomó las manos de su marido. Después se sentó en el brazo del sillón de su padre.
-Estoy rodeada de bestias -sonrió para suavizar sus palabras-. Un dragón a mi izquierda y un oso a mi derecha. ¿Tendré que cuidarme siempre de los colmillos?
-¡Tenla siempre encinta, muchacho! -rió Swan, ahora de mejor humor-. Es la única manera. ¡Siempre encinta!
-Es lo que yo pienso, señor -dijo Edward, y miró amorosamente a Bella.
Bueno se supo la verdad por fin... de quien intentaba matar a Edward
Fue James era de esperarse...
que opinan? leo sus reviews
Como saben este es el ultimo capitulo, gracias por acompañarme y espero que hallan disfrutado esta historia
besos y abrazos
