CAPÍTULO 26

Bella

—¿Sabías que estabas embarazada? —Los ojos de Edward eran feroces y tenía la mandíbula apretada cuando planteó la pregunta.

—Acababa de enterarme, —le expliqué—. Recién había aceptado el hecho de que estaba embarazada. Y sí, te lo iba a decir. Tenías derecho a saberlo. Pero no me dio tiempo antes de tener que operarme. El embarazo nunca fue viable. Después de la cirugía, descubrí que tenía endometriosis en ambas trompas y que estaban obstruidas. El médico me extirpó una de ellas e intentó limpiar la otra, pero ahora tengo tejido cicatricial y mi ginecólogo hizo pruebas para ver si pasaba un óvulo. Dijo que las posibilidades son casi nulas.

—Hay otras formas. ¿FIV?

—Es posible, pero difícil. Edward, después de perder al bebé, estuve deprimida. Muy desanimada. No estoy segura de poder volver a pasar por algo así. No fui yo misma en varios años.

Él se quitó la chaqueta del traje y la arrojó sobre la silla; luego me abrazó y me atrajo sobre su regazo.

—¿Querías al bebé cuando pensabas que el embarazo era normal? Lo miré con los ojos hinchados y rojos, aún un río de lágrimas.

—Sí. Cuando me hice a la idea de que estaba embarazada, lo deseaba mucho. Tenía los medios para mantener al bebé e ir a la universidad y lo quería porque... —Ni siquiera estaba segura de cómo explicarlo.

—Porque era nuestro, —terminó él. Yo asentí.

—Porque era tuyo, —lo corregí yo—. No podía reconocerlo por aquel entonces, pero sé que es verdad.

Edward usó el pulgar para limpiarme algunas lágrimas de las mejillas mientras preguntaba:

—¿Pensaste por un momento siquiera que no poder tener un hijo cambiaría lo que siento por ti?

—Para mí supone una diferencia, —reconocí—. Dijiste que querías ser padre, y serías un padre increíble.

—No me importa una mierda, Bella. Odio que hayas sufrido y desearía más que nada que me hubieras llamado para estar allí contigo. Aunque, dadas las circunstancias, entiendo por qué no lo hiciste. Pero ya no somos universitarios y lo único que siempre quise fue a ti.

—Vas a querer formar una familia, Edward, —protesté yo.

—No puedo tener una sin ti, —dijo él con voz ronca, los ojos suplicantes para que yo lo entendiera.

—Pero tampoco puedes tenerla conmigo, —dije yo con incertidumbre.

—Bella, lo eres todo para mí. Si no te tengo a ti, no soy nada.

—Te quiero, —solté incapaz de reprimir mis emociones por más tiempo.

«Dios, quiero a este hombre fuerte y obstinado que nunca me había olvidado ni me dejaría marchar».

Sentí su cuerpo grande estremeciéndose contra el mío.

—Yo también te quiero, cielo. He intentado hacerte entenderlo desde el momento en que volví a verte de nuevo. No hay otra mujer para mí. Nunca la ha habido y nunca la habrá.

Le envolví el cuello con los brazos y lo abracé con fuerza, apoyando la cabeza sobre su hombro.

—Entonces, ¿básicamente estamos jodidos?

—Cariño, yo estoy jodido desde el día que me miraste en ese refugio para personas sin hogar. Pero, si dices que serás mía, estaré jodido y contento.

Le golpeé el brazo.

—Esto no es algo que puedas decidir a la ligera, Edward. Si estás conmigo, probablemente no tendrás hijos.

—¿Por qué no podemos simplemente adoptar un niño, uno de esos niños sin hogar que necesitan padres? Bella, un niño no necesita mi ADN para que yo lo quiera y para que seamos padres. —Acarició mi cuello, intentando consolarme.

Yo siempre había querido adoptar a un niño y había planeado hacerlo como madre soltera cuando me asentara. Para muchos de los niños que necesitaban un hogar, un padre estable era mucho mejor que ninguno. Pero el hecho de que a Edward no pareciera importarle si el niño era hijo natural suyo hizo que mi corazón se hinchiera de una felicidad tal que ni siquiera me había atrevido a creer que pudiera existir.

Podía tener a Edward. Y podríamos formar nuestra familia. Lo único tenía que hacer era creer que se contentaría con eso.

Me eché hacia atrás e incliné la cabeza, mirando sus cálidos ojos grises, el corazón derritiéndose como mantequilla.

—¿Podrías vivir sin que tuviéramos un hijo propio?

—¿De qué sirve pasar por el proceso de intentar tener uno propio cuando tantos niños necesitan un hogar? —Preguntó, sonando realmente perplejo.

—Dios, eres un hombre increíble, Edward Cullen, —le dije con voz maravillada.

—No soy tan bueno, —descontó él. —Mucha gente adopta.

Sí. Lo hacían. Pero solía ser una decisión que se tomaba cuando no había alternativa o cuando querían aumentar la familia. Pero mi maravilloso y precioso Edward quería hacerlo solo porque le parecía lo correcto.

—Te quiero. Te quiero por tu apoyo, tu comprensión y tu corazón generoso.

Me encanta que puedas aceptarme, aunque esté un poco averiada.

—No estás averiada —dijo con voz áspera y cruda—. Bella, te dejé embarazada y luego no estuve allí para ti. Estuviste gravemente enferma y ¿quién hubo allí?

—Nadie, —respondí sinceramente—. No quería que mis padres lo supieran y ocurrió todo muy rápido. La única que lo sabe es Ángela y no se lo dije hasta años después, cuando supe que tenía demasiado tejido cicatricial para ser fértil.

Él me atrajo de nuevo contra su cuerpo y me sostuvo allí, acariciando mi pelo con la mano.

—Quédate conmigo, Bella. No vuelvas a dejarme. Quiero estar allí cuando me necesites. Quiero que te cases conmigo y viviremos felices para siempre. Te lo prometo. Lo único que realmente necesito es a ti. Cualquier otra cosa es un extra.

—Te quiero, —susurré en su hombro—. Te quiero mucho. Quería que lo tuvieras todo.

—Ya lo tengo, —dijo él con voz ronca—. La tengo aquí en mis brazos y, esta vez, no se irá a ningún lado.

—No, no lo haré. —Suspiré felizmente—. No ahora mismo, de todos modos. Tengo que volver a Boston en unos días.

Me levantó y se colocó una pierna a cada lado hasta que quedé a horcajadas sobre él.

—Entonces supongo que será mejor que me ponga manos a la obra. Le sonreí, una sonrisa de pura felicidad.

—¿Haciendo qué exactamente?

—Convenciéndote de que, si te casas conmigo, te haré tan feliz que nunca sentirás que te estás perdiendo nada, —respondió en tono sincero.

«Ay, Dios. ¿Como si no fuera mi sueño más salvaje que Edward fuera mío?», pensé.

—¿Y cómo planea hacer eso, senador Cullen? —Pregunté con picardía.

—Haciéndote venirte hasta que no puedas moverte, aunque quieras —me informó con una sonrisa sensual.

Tenía el corazón desbocado cuando empecé a desabrocharle la camisa lentamente.

—Quizás debería ser mi trabajo mantenerte feliz. Yo fui la que se marchó y quiero estar contigo desesperadamente durante el resto de nuestras vidas, — sugerí.

—No me malinterpretes, estoy totalmente a favor de que lo hagas; pero, cariño, en realidad, lo único que tienes que hacer es respirar para que siga deseándote. Nunca he dejado de hacerlo. Su voz era baja y pecaminosamente carnal.

Cuando llegué al último botón, abrí su camisa y apoyé las palmas en su torso musculoso. Edward estaba duro por todas partes y todo lo que quería hacer yo era fundirme en su cuerpo cálido y protector.

—Yo tampoco dejé de hacerlo.

Se puso en pie y me levantó con él, sosteniéndome hasta que puse los pies en el suelo. Me soltó para quitarse la camisa con un movimiento de hombros y yo no tardé en desnudarme delante de él, haciéndole saber que no me quedaban secretos. Era suya, estaba lista para mostrarme ante él, literalmente y también en sentido figurado.

Entonces prometí que nunca volvería a haber secretos entre nosotros. Si Edward podía lidiar con el hecho de que nunca podría tener un hijo sin esfuerzo, entonces no había nada con lo que no pudiéramos lidiar juntos.

Me lanzó una mirada salvaje mientras yo me desnudaba, quitándose el resto de la ropa sin apartar su mirada de mí.

El aire a nuestro alrededor estaba chispeando con tensión sexual, pero ninguno de los dos habló. Nos comunicamos con nuestros cuerpos y nuestros ojos. Entendió exactamente lo que yo intentaba transmitir y, en cuanto dejé caer mi última prenda de vestir, abrió los brazos.

Flui hacia él, mordiéndome el labio para contener un gemido al encontrarnos piel con piel; le envolví la cintura con los brazos y acaricié la piel caliente de su espalda con las manos mientras él empuñaba mi cabello para llevar mi cabeza hacia atrás y poder devorarme con un beso más carnal que nunca.

Mi cuerpo respondió casi con violencia, excitado por lo mucho que me necesitaba y lo vulnerables que estábamos el uno para el otro.

Gemí en su boca, desesperada por que uniera nuestros cuerpos, pero él liberó mis labios y se aferró a mi pelo, arrastrando la boca por cada centímetro de piel desnuda que encontró.

—Edward. Por favor. Te necesito, —gemí, clavando las manos en su pelo.

Mis emociones desbordaban mi cuerpo y necesitaba darles una salida rápida.

—Me atraparás. Cada centímetro —, raspó, retrocediendo para que sus manos pudieran ahuecar mis senos, provocando cada pezón antes de bajar y hundir sus dedos entre mis muslos.

—Sí—, exhalé alentadoramente. —Tócame—.

Ya estaba húmeda y lista para él y sentí su cuerpo tensarse cuando sus dedos se deslizaron fácilmente a través de mis pliegues.

—Cielo, estás preparada para mí.

—Ya lo estaba. —Deslicé la mano entre nosotros y envolví su verga con la palma de la mano.

—No lo hagas, Bella, —gimió, alejando mi mano de él—. Ahora mismo necesito estar dentro de ti.

Me agarró por la cintura, me levantó y me acercó a una mesa consola, aplanando mis manos sobre la superficie después de dejar que mis pies tocaran el suelo.

—Espera, —exigió mientras me instaba a abrir las piernas con los pies.

Yo sabía lo que iba a hacer y estaba tan lista para él que mi sexo se contrajo ante la idea de llevármelo lo más profundamente posible.

Me estremecí impaciente cuando él se situó detrás de mí, sus manos acariciándome la espalda y el trasero. Su mano se sumergió entre mis muslos separados, masajeando mi clítoris sensualmente mientras yo esperaba incapaz de contenerme a que él me tomara.

—Edward. Por favor —supliqué, necesitando que aquello se pusiera caliente, duro y rápido para saciar el anhelo en mi interior.

Volvió a agarrar un puñado de mi pelo, levantándome la cabeza.

—Mira, —insistió—. Míranos mientras te hago venirte.

Yo no había visto el espejo en la pared hasta que él me llamó la atención hacia este. Mis ojos se dirigieron a su rostro. Él ya me estaba observando y nuestras miradas se encontraron y se sostuvieron en el espejo.

El deseo al desnudo de Edward y sus ojos de plata fundida devoraron mi imagen lasciva; yo no tenía nada que ocultar. Ya no. Amaba a aquel hombre con locura y nunca volvería a ocultarle mis emociones.

Le lancé una mirada voraz y exigí:

—Jódeme ya.

Él se precipitó, sus ásperas manos me tomaron de las caderas y, de una rápida embestida, se enterró profundamente dentro de mí, estirándome hasta que gemí de satisfacción.

—¡Ah, Dios! ¡Sí!

Mantuve la cabeza en alto, observando con avidez que la expresión de Edward se volvía salvaje y hambrienta; la tensión aumentaba cada vez que retrocedía y volvía a penetrarme.

—Tan húmeda. Tan apretada. Dios, Bella. No me canso.

—Tómalo todo. Todo lo que quieras, —lo animé con voz entrecortada; necesitaba que Edward, después de todos aquellos años, me reivindicara por fin y para siempre.

—Mía. —Esta única palabra salió de su boca con codicia.

—Sí. Siempre he sido tuya. Tómame.

Él comenzó a penetrarme casi salvajemente, pero le di la bienvenida a la fuerza y al ritmo de castigo.

«Necesitaba esto. Lo necesitaba a él», pensé. Cuanto más duro embestía él, más feroz era nuestro deseo, y mis manos se deslizaron hacia adelante para agarrar los bordes exteriores de la firme consola de madera, sintiendo que perdía la cabeza mientras nuestra respiración fuerte y el sonido de nuestros cuerpos encontrándose eran los únicos ruidos de la habitación.

Sentí que el clímax se erigía, convirtiéndose en una fuerza que casi me asustó cuando la cara de Edward se volvió explosiva e incontrolable.

Su mano se deslizó desde mi cadera hacia la parte delantera de mi cuerpo; sus dedos se adentraron con osadía en mi sexo y me acariciaron el clítoris sin cesar el ritmo frenético con su pene.

—¡Edward! ¡Ah, Dios! ¡No puedo! —grité.

—Sí puedes. Vente por mí, —exigió.

Me miré en el espejo, sin reconocerme en la imagen primitiva mientras el orgasmo tomaba el control de mi cuerpo, sacudiéndolo hasta lo más hondo.

—¡Edward! ¡Te quiero! ¡Te quiero! —Las palabras salieron de mi boca en un grito de éxtasis que no pude controlar.

—Sí, cariño. Vente por mí.

Las palpitaciones eran tan intensas y los espasmos tan fuertes que apenas pude mantenerme de pie cuando Edward me penetró unas cuantas veces más antes de finalmente encontrar su propio desahogo con un gemido.

—Te quiero, Bella. Siempre has sido solo tú.

Me estremecí ante sus palabras y en la agonía final de mi clímax, Edward me empujó hacia atrás contra su cuerpo, envolviendo sus brazos alrededor de mi cintura para que no me cayera.

Nos desconectó y me levantó, llevándome de regreso al sofá antes de volver a bajarme con mi cuerpo desnudo sobre él.

Puse mi cabeza sobre su pecho y escuché mientras su latido volvía a un ritmo más lento, mi cuerpo se saciaba y mi corazón se llenaba de tanta alegría que apenas podía respirar. Le acaricié la mandíbula y el cuello. —Te quiero

—, repetí, incapaz de decirle lo suficiente ahora que finalmente había dicho las palabras.

—Yo también te quiero. Y vamos a casarnos, —dijo bruscamente, rodeándome el cuerpo con los brazos en gesto protector.

Sonreí. Sin ninguna razón para volver a negarme, respondí:

—Sí. Lo haremos. Nunca volveré a huir.

—Gracias, joder, —dijo con voz aliviada.

Me reí, preguntándome qué dirían sus electores si lo oyeran maldecir tan descaradamente.

Bostezó y supe que estaba realmente agotado.

—¿No tienes una cama perfectamente buena aquí?

Me sonrió.

—Sí. Es cómoda. ¿Te gustaría verla?

—Por supuesto.

Se levantó conmigo en sus brazos y una sonrisa feliz en su rostro que hizo que mi corazón diera saltitos de alegría.

Edward me mostró su dormitorio; tenía una cama perfectamente buena.

Saber que la compartiría con Edward para siempre la hacía mejor que buena; era espectacular.