Advertencia: Violencia, sangre y muerte.
Capítulo XXVI:
Namida 涙
(Lágrimas)
Japón, 1864
Ugetsu sintió como algo cálido caía de su rostro. Agua. Tal y como la que estaba cayendo en esos momentos del cielo. Pero a diferencia de la lluvia, la que escurría de sus mejillas quemaba. Al menos, él lo sentía de esa manera. Quemaba, y dejaba su rastro ardiente no sólo en su rostro sino en todo el camino que recorría desde su corazón.
Su corazón. Eso era lo que lo hacía sufrir. Dolía como si alguien le hubiera atravesado con una espada. Sentía un peso enorme que le impedía respirar, que le impedía moverse, que le impedía poder hablar.
Ugetsu apretó con fuerza la flauta que ahora estaba en su mano, y en medio de la lluvia, gritó.
Antes de que el fuego hubiera iniciado, Ugetsu había hablado con su padre.
"Cuando salgas, ve atento. Hay rumores extraños circulando últimamente." Había dicho con un leve ceño fruncido, lo que hizo que Ugetsu sintiera cierto nerviosismo recorrerlo. Asari Yoshio no era alguien fácil de impresionar, y mucho menos de preocupar. "Lo más seguro es que sean habladurías sin sentido, pero no quita el hecho de que están siendo demasiado frecuentes. Tienen que ver con las nuevas armas que se están empezando a utilizar, esas armas de fuego."
Pistolas, rifles, bombas. Poco a poco su presencia se iba haciendo más común, más normal de ver.
"Algunas personas juran que han visto como ciertos individuos las utilizaban mientras éstas estaban rodeadas de… Llamas."
Armas rodeadas de llamas, cuyo poder incrementaba todavía más su ya usual rango de destrucción. Esos eran aquellos extraños rumores que circulaban entre las personas, que terminaban aterradas ante esa idea.
Sonaba como algo fantástico, pero en esa era donde todo parecía ser posible, uno se podía esperar cualquier cosa.
Ugetsu volvió a suspirar. Por alguna extraña razón, esa noche, sentía una inquietud que le molestaba. Un zumbido en sus oídos, constante y fuerte que ocasionaba que su cabeza doliera. Sus movimientos los sentía pesados. Incluso parte de la luz natural de la luna lo molestaba, lo que hizo que cerrara los ojos durante unos segundos.
Presión. Preocupación.
Ver a su padre sin usual rostro impasible le había dado la sensación de que algo malo iba a ocurrir. Sus palabras no se iban de su mente.
De forma inesperada, captó el olor del humo. Como si algo estuviera quemándose.
Ugetsu abrió los ojos. Cuando lo hizo, pudo ver como a lo lejos la noche era iluminada por destellos naranjas y amarrillos que parecían ayudar a elevar una nube gris a los cielos.
Era…
— ¿Qué es eso que se ve? — escuchó como alguien cerca comentaba — Luce como…
Fuego. Y por la dirección en donde se podía ver el humo, estaba cerca de…
"¿Está seguro, samurai-san?"
"Lo estoy. Por favor, díganme por mi nombre."
"Entonces… ¿Asari?" Shurui ladeó la cabeza. Luego, una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro. "Me gusta."
"Es Asari-san. ¡Se más respetuoso, Shurui!"
Sin pensarlo, corrió.
Ugetsu detuvo un ataque, y utilizando la empuñadura de su espada, noqueó a su enemigo dándole un golpe en la cabeza. Se agachó para dar otro ataque, y de la misma forma, golpeó a otro agresor en el estómago.
Matones. Mercenarios. Ellos habían iniciado el incendio, y lo estaban expandiendo. Amenazaban a las personas, rompían las cosas. No dudaba que algunos también aprovechaban para robar. La gente corría por las calles. El humo empezaba a nublar la vista, y el calor a lastimar los pulmones.
Detrás de él, Ugetsu podía escuchar pasos de otros de sus compañeros que también habían decidido salir para ver que estaba pasando.
"¿Por qué estás pasando tanto tiempo con esa clase de personas?"
"Se dice que incluso hablas de forma usual con la hija de un mercante. ¿Qué es lo que tienes en mente para hacer algo así?"
Ugetsu sintió un dolor en su pecho que bajó por su cuerpo hasta llegar a su estómago y creó un nudo ahí. Seguramente, le recriminarían el haber hecho todo eso sólo para ver cómo estaban dos personas que a ojos de los demás no valían nada.
Pero para él valían demasiado. Por eso, estaba dispuesto a recibir cualquier castigo.
Después de dejar inconsciente a otro enemigo, Ugetsu tomó aire en un intento de tranquilizarse y continuó su camino. Sus pasos lo llevaron cerca de un hogar que conocía muy bien ya.
Ahí, los vio.
Hotaru se encontraba enfrente de Shurui, brazos extendidos en señal de protección, y mirada feroz. Detrás de ella, Shurui estaba de rodillas, agarrándose con fuerza su brazo derecho, por el cual se podía ver su ropa rota y un hilo de sangre correr. Enfrente de los dos, había un hombre con su espada desenvainada; su rostro mostraba desagrado.
Ugetsu podía ver la tensión en los músculos de aquel desconocido, listos para moverse en cualquier instante; la seguridad con la que agarraba su arma, la calidad de sus ropas, como de su cintura colgaba una Wakizashi(1), lo que sólo podía significar una cosa:
Era un samurái.
¿Qué hacía un samurái de otro clan en medio de ese caos?
Sintiendo como una fuerte preocupación lo recorría, Ugetsu corrió hacía ellos. Sin embargo, varios hombres se pusieron en su camino, cada uno de ellos con espadas desenvainadas y sonrisa torcida.
— ¿Se va tan pronto, samurái-san? — uno le habló — Por favor, estese con nosotros un poco más.
— ¿Te atreves a hablarme de esa forma?
— No es como si usted mereciera respeto — la chica contestó — No cuando ha venido aquí esperando llevarse todo y dejarnos sin nada. ¡No cuando está hiriendo a nuestro pueblo de esta forma!
Entrar a su casa sin pedir permiso, exigir dinero sin comprometerse a pagarlo (porque, después de todo, ¿qué les importaba a ellos, simples mercantes, en que ocuparía éste? Sin duda alguna sería una mejor razón que la de ellos, quienes sólo velaban por sus intereses, había dicho). Y cuando el padre de Hotaru se negó a darle algo, aquel hombre había sacado su espada y los había amenazado.
Hotaru nunca había estado tan aliviada de que su madre no estuviera en ese momento. Ella debería de estar a salvo con el doctor cercano, no ahí, en medio de la espada y la pared.
Su padre le había lanzado al hombre una jarra con agua mientras la jalaba a ella del brazo y la obligaba a salir. Shurui también había lanzado un pedazo de tela en un intento de retrasar a aquel indeseado visitante un poco más y bloquearle la vista unos instantes.
Cuando salieron de la casa, todo ya había empezado. El negro de la noche era iluminado por un gran fuego que se iba comiendo todo a su paso. Había muchos más hombres en las calles con armas, riéndose, aprovechándose de la situación. Los gritos de las personas empezaron a sonar en una cacofonía por todas las calles. Todos corrían despavoridos.
Cuando aquel hombre salió detrás de ellos y les pidió de nuevo el dinero, dispuesto a perdonarlos si accedían, Hotaru entendió:
El incendio era también una especie de distracción para que nadie notara la presencia de él. Para que nadie pudiera ver que les estaba pidiendo dinero, que había ido con ellos.
Todo aquello supuraba un secretismo y una contaminación tal que tuvo ganas de vomitar.
Su padre se volvió a negar, el hombre, con una mirada de resignación, atacó. En ese momento, Shurui se había interpuesto en el ataque y había recibido el golpe en su brazo mientras les gritaba que corrieran.
Ella debió de haber huido. Al principio, lo había hecho. Pero al ver como Shurui no había podido moverse, no dudó en regresar en medio de los gritos preocupados de su padre, quien era arrastrado a la dirección contraria por uno de sus conocidos que también estaba huyendo.
— Portando dos espadas como si de verdad tuviera honor — Hotaru le recriminó — Debería de darle vergüenza.
— Otra vez, ¿acaso no conoces el respeto?
— Lo conozco, y por eso sé que no lo merece.
El ceño fruncido del hombre aumentó. Sin dudar, movió su espada hacía ella con claras intenciones asesinas.
Segundos después, sus ojos se abrieron de la sorpresa en el momento en el que su ataque fue repelido.
Hotaru cayó hacía atrás, y Shurui la sostuvo antes de que impactara con el suelo. De su mano había salido volando una pequeña espada, con la cual había detenido el golpe de la katana de aquel hombre.
Ella siempre guardaba un arma entre su ropa en caso de que algo así sucediera. Su padre, preocupado por su seguridad, especialmente en los tiempos que vivían, le había enseñado a utilizarla.
Hotaru abrió los ojos con miedo cuando vio como aquel sujeto volvió a moverse para atacarlos. Shurui la abrazó en un intento de cubrirla del golpe, tal y como ella lo había protegido a él.
En ese momento, el sonido del metal contra el metal se escuchó.
El ataque fue de nuevo detenido, esta vez, por una firme katana. La resistencia que se opuso al golpe fue tal que el espadachín retrocedió un poco como reacción de las fuerzas.
— ¡Asari! — Shurui exclamó.
Ugetsu había detenido el ataque con su propia espada. Tenía permitido desenvainarla en momentos como ese, para proteger a otros.
— ¿Asari? — el hombre observó a Ugetsu con curiosidad— Ah, entonces eres tú. Aquel joven talentoso del que todo mundo ha estado hablando. Con una habilidad inigualable, según dicen.
— Tú no eres un ronin ni un mercenario — Ugetsu dijo — ¿De qué territorio eres? ¿Qué haces aquí?
— Lamento no poder responder a eso — contestó. El negar que era un samurái enfrente de otro no tenía sentido — Por ahora, nuestro daimio(2) está siendo cauteloso en ese aspecto.
Ugetsu entrecerró la mirada.
— Shimizu-dono — la llamó — Llévate a Sato-dono y-
— Oh, no. No dejaré que la chica se vaya. Todavía no ha pagado por la descortesía que tuvo al hablarme así.
Hotaru tragó saliva e inconscientemente apretó con fuerza su ropa. Aunque tenía miedo, también sentía ira.
— ¡Tú eres quién no tiene cortesía! — le gritó mientras se paraba — ¡Asari-san, es él quien está comandando a los matones! ¡Es él quien-
La chica dejó escapar un pequeño gritó mientras retrocedía unos pasos. Sin pestañear, el hombre había vuelto a dirigir un ataque hacia ella, que fue detenido de nueva cuenta por Ugetsu.
— ¿Por qué sigues metiéndote en medio?
— Atacar a alguien que no puede defenderse es un abuso — Ugetsu respondió
— Y dejar que alguien me hable de esa manera, es no defender mi honor. Es una falta de respeto, y tengo derecho a subsanarla.
— ¿Dónde está ese honor del que hablas si estás usando a alguien más para pelear tus batallas?
El hombre sonrió de medio lado.
— Es una lástima que me haya encontrado contigo en estos momentos — dijo. Con la mano que tenía libre, buscó algo entre su ropa — Me hubiera encantado pelear de manera justa con alguien como tú.
En ese momento, Ugetsu apenas fue capaz de esquivar el repentino disparo, moviéndose con rapidez hacia la derecha. Hotaru y Shurui se hincaron en el suelo a la vez que se llevaban las manos a los oídos.
Una pistola.
Sin inmutarse, el hombre bajó su espada. Luego, suspiró y cerró los ojos por unos instantes.
Segundos después, la pistola que tenía terminó rodeada de llamas de un amarrillo claro.
"Algunas personas juran que han visto como ciertos individuos las utilizaban mientras éstas estaban rodeadas de… Llamas."
Armas rodeadas de llamas.
Era verdad.
El hombre abrió los ojos, y antes de que Ugetsu volviera a reaccionar del todo, volvió a disparar. Esta vez, la bala salió a una velocidad mayor, tanto que Ugetsu no fue capaz de esquivar por completo y le terminó rozando el rostro, dejándole una cortada en su piel.
Y luego otro, y otro, y otro más.
Era una ráfaga de disparos que era difícil de seguir el ritmo. ¿Qué estaba pasando? Las balas no deberían de ser tan rápidas. Era como si alguien les hubiera dado más energía. Como si las hubiera activado para que su velocidad aumentara.
— ¡Basta!
Shurui y Hotaru corrieron hacía el hombre con todas sus fuerzas, chocando con él y lanzándolo a una casa en llamas. Un arma de fuego cambiaba la situación.
La madera chisporroteó. Después de unos segundos, aquel sujeto rechinó los dientes, los miró con enojo, y les apuntó. Cuando disparó, falló su objetivo ya que Ugetsu fue más rápido y movió a ambos, para que la bala no le diera a ninguno.
— ¡Shimizu-dono, Sato-dono! — les gritó — ¡No intervengan, es peligroso!
— ¡Pero-
— ¡Déjanos intentar ayudarte! — Hotaru dijo.
Ugetsu lo pensó. Era peligroso, pero en sus miradas vio que no se irían tan fácilmente.
No podía permitir que ellos pelearan contra aquel sujeto (contra alguien que, a aparte de tener una espada, también utilizaba una pistola), pero sí podían hacer algo más.
— Si quieren ayudar, alejen a la gente lo más que puedan de aquí — les pidió — Si pasan cerca, una bala les puede dar.
El hombre se paró y salió de la casa en llamas, ya derrumbándose, con un ceño fruncido. Ugetsu apretó con más fuerza el mango de su espada.
— Tengan cuidado.
Tanto Hotaru como Shurui dudaron unos instantes, pero asintieron. Se dieron la media vuelta y corrieron hacia la calle adyacente, gritando advertencias, guiando a la gente a un lugar más seguro.
— ¿Seguimos con lo nuestro, joven talentoso? — el hombre sonrió de medio lado. Ugetsu frunció el ceño.
— ¿Por qué estás haciendo esto? ¡El atacar de esta manera no-
— ¿No tiene razón? — completó — No sería la primera vez que algo así pasa. A veces tenemos demasiado orgullo en nosotros mismos.
— No es una justificación.
— Ah, todavía aprecias la vida. Te envidio — por unos momentos, su sonrisa lucía un poco más triste — Tal vez las cosas serían diferentes si te hubiera conocido en otras circunstancias. Es una lástima.
El hombre cargó la pistola. Ugetsu respiró hondo, se concentró, y dejó que sus instintos hablaran por él.
Cuando él volvió a disparar, Ugetsu se agachó y corrió, estando muy cerca de él en tan sólo segundos. El hombre abrió los ojos de la sorpresa; le apuntó y disparó. Ugetsu utilizó su espada para bloquear la bala; el sonido del metal contra el metal retumbó. Sin perder tiempo, alzó su katana en un claro gesto de querer cortar. El espadachín reaccionó retorciendo. En ese momento, Ugetsu utilizó el mango de la espada para darle un fuerte golpe en el estómago, dejando a su enemigo sin aire, quien cayó de rodillas. Aprovechando los instantes de debilidad, Ugetsu pateó la pistola, que el hombre soltó fácilmente, y luego colocó el filo de la espada cerca de su pecho.
Su enemigo lo miró con una sonrisa torcida.
— Ese movimiento… Sabías que esquivaría el filo del arma — dijo. Su rostro mostró enojo — Y utilizaste el mango en el ataque verdadero. ¿Acaso esto es un juego para ti?
— ¿Por qué? — Ugetsu le preguntó — ¿Cómo es posible? ¿Qué clase de truco-
— Tenemos que aprender de las nuevas técnicas que se están utilizando en el mundo; ¿no te parece? — respondió — Las armas de fuego son de lo más útiles en batallas. Y especialmente estas, que una persona en particular está haciendo…
¿Una persona?
¿Aquellas armas especiales de llamas venían de una sola persona?
— Joven talentoso — le habló — No debiste de haber tenido piedad. El mundo está lleno de injusticias.
Antes de que Ugetsu pudiera decirlo algo, una presencia amenazante justo detrás hizo que reaccionara. Sin poder permitirse ni siquiera segundos, Ugetsu bloqueó con su espada otro ataque dirigido hacía él.
Los matones que todavía quedaban cerca y no habían huido se estaban juntando para atacarlo.
Aprovechando la situación, aquel hombre se paró y corrió, directo a tomar su pistola.
Notándolo, Ugetsu intentó seguirlo, pero el matón volvió a cerrarle el paso; y antes de que pudiera enfrentarse a él, Ugetsu sintió otra presencia a su derecha. Esquivó un ataque, y en ese momento, otra persona más lo intentó atacar por la espalda.
Ugetsu dio una medía vuelta para bloquear, luego, haciendo un contrataque, logró que la espada del otro hombre saliera volando. Esquivó a la izquierda otra estocada, y con el mango de su katana, golpeó a su contrincante en el estómago, el cual calló al suelo. Volteó hacia la derecha, ya preparado para recibir otro ataque más, el cual detuvo con su espada. El hombre lo miró con sorpresa y miedo, lo que ocasionó que su fuerza disminuyera, y Ugetsu aprovechó ese momento para quitarle la espada de las manos con un movimiento y dejarlo inconsciente con un golpe en el cuello.
Había pasado menos de un minuto.
"Tu habilidad es asombrosa. Si sigues así, no habrá nadie que no envidie tu talento."
Recuperó aire, luego volteó hacia atrás. Cerca de ahí, Hotaru y Shurui terminaban de guiar a las personas que se habían atrasado hacia el camino que dirigía hacia el puerto, en donde la demás gente se había juntado para huir del fuego. Shurui incluso había volteado a verlo y le dedicó una sonrisa de alivio.
Ugetsu suspiró. Ese grupo con el que se acaba de enfrentar debió de ser los últimos matones que estaban cerca.
Sólo quedaba…
Miró su alrededor. No lo podía ver.
Aquel sujeto. El líder de los mercenarios, el espadachín con la pistola. ¿Dónde estaba? Buscó entre el fuego la pistola, pero ésta ya no estaba en el lugar en donde había caído, lo que significaba que-
En ese momento, el mundo se detuvo.
Shurui abrió los ojos con miedo, y corrió rápidamente para llegar a su lado. Ante el gesto, Ugetsu volteó hacia el enfrente, confundido, viendo como una sombra se movía entre el fuego.
— ¡Ugetsu!
Fue la primera vez que había dicho su nombre. La primera vez, en medio del eco de un disparo que resonó por todo el lugar.
Ugetsu contuvo la respiración en el instante en que vio como Shurui se colocaba enfrente de él, para que después el sonido atronador de la pistola se escuchara. Shurui se tambaleó, se llevó una mano a su pecho, y cayó atrás. Reaccionando, Ugetsu lo tomó entre sus brazos antes de que impactara contra el suelo. Una mancha roja se empezaba a expandir por su ropa, y su corazón latía a un ritmo estrepitosamente rápido como si de un segundo a otro, se hubiera adentrado a una lucha por seguir viviendo.
Cuando escuchó el gritó de Hotaru, algo dentro de sí se rompió.
Shurui estaba, Shurui estaba…
Otro disparo retumbó. Ugetsu se movió, todavía sujetando a Shurui, para poder esquivarlo. Ahí, se dio cuenta de la trayectoria de la bala:
A unos metros de distancia, oculto entre los restos de una casa que se quemaba. Era aquel hombre. Lo miraba con lástima. Lo miraba como si supiera que no sería capaz de hacer algo, como sí-
Sintió que algo quemaba dentro de sí. Una fuerza extraña le oprimió el corazón e hizo que el respirar le fuera difícil.
No recordaba en qué momento, de la forma más gentil que pudo, había colocado a su amigo en brazos de Hotaru, quien desesperadamente llevó sus manos hacia su pecho en un intento de detener la sangre que manaba. Ella estaba llorando. Eso sí lo recordaba.
No recordaba cómo fue que tomó su espada con tanta fuerza que sus manos le dolieron.
No recordaba en qué momento llegó tan rápido con aquel sujeto, tanto que el hombre había abierto más los ojos de puro terror. En acto reflejo de defensa, le disparó. Ugetsu fácilmente lo esquivó mientras, sin dudarlo, movió su espada para atacar.
El hombre utilizó su katana para detenerlo, pero Ugetsu había atacado con tanta fuerza que retrocedió. Intentó darse unos segundos para respirar, pero eso no fue posible pues sintió de nuevo la presencia amenazante del chico. Brincó hacía atrás, pero no lo hizo a tiempo pues sintió como algo le rasgaba la ropa y le hacía un pequeño corte en el pecho. Intentó disparar, pero Ugetsu fue más rápido, haciendo que su espada chocara con la pistola, ocasionando que la soltara y ésta saliera volando.
Ugetsu hubiera vuelto atacar en ese momento. Se hubiera dejado de llevar por aquel sentimiento casi salvaje, pero al mover su espada, notó el brillo rojo carmesí en la hoja de ésta.
Era sangre, justo como la que estaba en sus manos. Sangre que no era suya. Sangre como la de-
"Usted es una persona amable. Y también por eso… También por eso, es que está sufriendo, ¿no es así? Hay tristeza en cada una de las notas que toca."
Ugetsu se detuvo.
"Para alguien tan amable, debe de ser una tortura el tener que lastimar a las personas."
Sus manos temblaban, descubrió. Y su pecho…
"Déjeme ayudarlo. Cargaré con un poco de ese peso también."
¿Acaso una bala también le había dado? Porque dolía, dolía como si algo estuviera incrustado en él.
— Entonces lo que dicen es cierto.
Ugetsu volteó al frente. Los ojos de aquel hombre le fueron indescifrables.
— Eres talentoso como nadie, pero no quieres matar — sonaba hasta cierto punto decepcionado — ¿Tal vez es porque te están poniendo una responsabilidad y un peso demasiado grande para tu edad? — luego, negó con la cabeza — No, no es sólo eso. Aunque lo hubieran hecho cuando fueras más grande, el resultado sería el mismo. Es tu alma la que no te permite hacerlo.
"¿Por qué no acabas con el enemigo? ¿Enserio vas a orillar a nuestro señor a que te ordene a hacerlo?"
Había cadenas en él, Ugetsu pensó. Sobre sus brazos, en sus manos. Eran pesadas y le dificultaban moverse. Y las sentía siempre que alguien le recordaba ese hecho. Sabía que debía de tener ferocidad. La frialdad de un asesino. Pero él…
— Me temo que sabes que esto no terminará hasta que me mates, ¿verdad? — el hombre le dijo — Y es mejor que lo hagas pronto. Tu amigo morirá en cualquier instante. Y si sigo vivo para entonces, también mataré a la chica.
Eran ordenes que aquel sujeto había recibido, Ugetsu entendió. No dejar que alguien se enterara de quien era. No dejar que alguien lo pudiera reconocer en un futuro. Y también era orgullo. Irse vivo, escapar; no podía permitirse eso. O vivía, o caía en la batalla.
El hombre tomó con fuerza su espada y corrió hacia él.
"¡Ugetsu!"
Ferocidad. La frialdad de un asesino.
Ugetsu no las tenía. No quería tenerlas. No podía matar a alguien sin piedad. No podía asesinar a sangre fría.
Si la muerte tenía que llegar, él prefería que fuera una tranquila, una sin dolor.
Ugetsu se obligó a mantener los ojos abiertos, a sujetar con fuerza su katana.
Lucía triste, el hombre notó. Entonces, vio como el más joven se movía, vio un repentino destello azul. Y luego…
Un corte limpio. Sin demora, sin posible dolor.
Con piedad. Una que sabía, no se merecía.
« — ¿Armas de fuego? Eso-
— No es una pregunta, Kuwano. Desde ahora las usaremos. Además, estas, son especiales. Son más letales. Ese hombre nos dio las que tenemos a un precio bajo ya que son prototipos, si conseguimos las que estén totalmente completas, no tendrán comparación — ladeó cabeza — Necesitaremos dinero para eso. Investiga a las familias mercantes de territorios aledaños. Ve con la que tenga más dinero y pídeselo. No podemos permitir que sepan quienes somos, así que crea una distracción. Podemos utilizar mercenarios que creen caos si lo necesitas.
¿Obtener dinero para comprar armas de fuego? ¿Contratar mercenarios?
— Señor — habló — Le ruego que me disculpe. No puedo hacer eso. Por favor, elija alguien más para-
— No te di derecho de hablar — su señor le reprochó, y él calló al instante — Tú eres de los pocos que pudo utilizar esas llamas, y él más talentoso entre ellos.
— Pero, señor yo-
— ¡Las órdenes del clan deben obedecerse sin cuestionar! — le gritó. Kuwano bajó la cabeza en señal de vergüenza — ¡La mera idea de negarse a cumplirla es una ofensa! ¡Una palabra más y serás expulsado! »
Después de utilizar esos trucos y comportarse de esa forma, Kuwano Sanosuke sabía que no tenía derecho a morir de forma honorable. Y, aun así, aquel chico le estaba dando ese regalo.
Antes de cerrar los ojos y dejarse llevar por la calma de aquel destello azul, Kuwano le susurró a Ugetsu un nombre. El nombre del clan, como agradecimiento por permitirle estar en paz.
Y para que tuviera cuidado en el futuro.
"Akui."
Después, cayó al suelo. Al mismo tiempo, pequeñas gotas de agua empezaron a caer del cielo.
Cuando Ugetsu regresó a su lado, el cielo ya se había llenado de nubes que dejaban caer una leve lluvia, y el aire traía consigo una brisa fría.
— Duele… — Shurui logró decir. Su rostro reflejaba dolor. Su respiración estaba agitada. Su voz estaba entrecortada — Duele, es como si algo me estuviera quemando por dentro.
— No para — Hotaru dijo de forma desesperada. Era la primera vez que Ugetsu la veía así — No importa lo que haga, la hemorragia no se detiene. Y él está sufriendo, yo-
Ella sollozó y bajó la mirada.
Ugetsu llevó sus manos hacía el pecho de Shurui, intentando en vano buscar la herida entre tanta sangre, intentando en vano detener la hemorragia.
Un nudo se le formó en el estómago cuando hizo eso.
¿Por qué si todo se sentía tan frio, aquel liquido rojo era tan cálido?
Porque era la vida misma, pensó. Era la vida que se escapaba de entre sus manos.
Shurui soltó un lamento. El dolor que sentía era insoportable, y Ugetsu nunca se había sentido tan impotente en su vida, pues no importaba que hiciera, la sangre no paraba; y Shurui sufría.
Su garganta se cerró. Ugetsu no podía hablar. Una fuerza desconocida lo golpeó en el estómago e hizo que sintiera una presión horrorosa ahí.
¿Cómo era posible que fuera tan inútil? Paz. Calma. Tranquilidad. Si tan sólo Ugetsu pudiera darle todo eso. Si tan sólo pudiera darle la misma calma que él le daba, si tan sólo-
Sin que él se diera cuenta, sutiles destellos azules brillaron en sus manos. Parpadearon, crecieron.
Eran como llamas.
Pero él no las vio. No las sintió. Lo único que cruzaba por su mente en un eco incesante era que quería ayudar a Shurui, quería brindarle calma, quería que dejara de llorar de dolor.
Su voluntad era el deseo de, aunque sea, brindarle algo de tranquilidad a la persona que le daba lo mismo a él.
En eso, Shurui soltó una pequeña risa.
— Siempre supe que eras alguien lleno de calma y amabilidad — le dijo — Gracias por dármela en mis últimos momentos.
Ugetsu abrió la boca para hablar, pero no pudo decir nada. El agarre seguía ahí, impidiéndole si quiera respirar. Su visión se estaba volviendo borrosa.
¿Por qué le agradecía cuando él no había hecho nada? ¿Por qué le agradecía si todo había sido su culpa por haber permitido que le dispararan?
Si no fuera por él. Si no fuera por él…
— Hotaru… — Shurui susurró — Perdóname. No podré ir a Kioto contigo.
— ¡No digas tonterías! ¡Estarás bien! — aunque intentó controlar su voz, no resultó. Estaba desesperada, y cada palabra que decía lo confirmaba — Estarás bien. Luego de esto, juntos iremos a Kioto. Juntos iremos a Kioto y-
Algo se le atragantó en la garganta. Había lágrimas en su rostro. Y su pecho dolía.
Shurui acercó una de sus manos hacia el rostro de la chica, limpiándole las lágrimas con la poca fuerza que le quedaba. Hotaru ahogó un sollozo y tomó su mano entre las suyas.
— Gracias por todo.
Ugetsu sintió que su pecho se comprimía. El dolor le impidió moverse. Era como cadenas que se enrollaban en sus manos, en sus brazos; viajaban por todo su cuerpo y lo apretaban con fuerza.
Entonces, sintió un pequeño peso en sus piernas, y al voltear hacia abajo, juró que su corazón dejo de latir por unos segundos.
Tal vez eso hubiera sido lo mejor. Tal vez eso hubiera sido lo ideal.
Después de todo, ya sentía como si toda su alma se estuviera rompiendo de tan solo ver la flauta que Shurui le había puesto a su alcance.
Alzó la vista. Shurui estaba tan pálido, y su calidez estaba desapareciendo. Lo podía sentir.
— Me alegra haberte conocido, Ugetsu.
Le sonrió.
Hasta el final, le sonrió.
— Que este pequeño regalo pueda ayudarte cuando te sientas solo.
No, no. Por favor, no.
— Por favor, se feliz.
Cuando sintió que el corazón de Shurui dejo de latir, las manos de Ugetsu temblaron. Todo su ser tembló. Incapaz de procesar lo que sucedía, volteó a verlo con miedo.
Tenía los ojos cerrados, pero extrañamente lucía tranquilo como si estuviera durmiendo. Como si estuviera en paz. Incluso parecía que sonreía, como siempre lo hizo, pero ahora…
"Nunca había visto a alguien con tanto talento. Es asombroso."
"Cuando estoy con usted, me siento tranquilo."
"La música es una forma para poder liberar parte de nuestros sentimientos y alivianar nuestra alma. ¿No lo cree así?"
Música. ¿Por qué, si tenía la flauta tan cerca, no podía escucharla ya? Ya no podía percibir sonidos; la melodía de la vida se había apagado. Ya no existía. Ahora sólo había ruido. Ahora lo único que podía escuchar era el retumbar de la desesperación que amenazaba con romperle el alma en miles de cachitos.
Ugetsu no reaccionó. El peso que sentía, la fuerza que lo ahogaba era tan fuerte que ni siquiera pudo notar como Hotaru lloraba y abrazaba a Shurui. No pudo notar como la lluvia caía del cielo y los empapaba hasta los huesos. No pudo.
Lo único que sentía era un sentimiento que lo sofocaba por dentro. Era como un mar que lo abrazaba y lo ahogaba.
Era tristeza.
Era soledad.
La música de la vida había desaparecido. La melodía de la felicidad se había desvanecido junto con ella.
El cielo sintió sus emociones, y lloró con él. Lloró por él. Eso era la lluvia.
Porque había perdido a alguien.
Porque él también había desaparecido el latir del corazón de otra persona.
Porque ya no había vuelta atrás.
La garganta le dolió. Y en ese momento, Ugetsu entendió que era porque estaba gritando con fuerza.
(1) Las Wakizashi son espadas cortas que sólo los samuráis tenían permitido portar. Una persona normal podía tener una espada, pero sólo los samuráis podían cargar espadas cortas. Usualmente portaban dos: una larga (la Katana) y una corta (la Wakizashi), a este conjunto se le denominaba Daisho. También puede haber el uso de otra todavía más corta llamada Tanto (que por lo poco que se puede ver de las espadas de Ugetsu, por el tamaño, me parece que las tres más pequeñas eran Tanto).
(2) Japón se dividió en regiones que controlaban daimios, figuras similares a los señores feudales en occidente. Cada daimio controlaba un territorio y tenía bajo su mando a sus propios samuráis.
Pequeña aclaración: Ubicar temporalmente a la primera generación fue un reto, ya que tenemos aspectos "modernos" (fotografías es el mejor ejemplo) y otros con apariencia más antigua (como la ropa de Ugetsu, que luce como la que se utilizaba durante la era Heian de 794 a 1185). Me decidí por mitad de siglo XIX por ciertos aspectos (origen de la mafia, uso común de relojes de bolsillo, las reglas de boxeo creadas, inventos, etc). En el caso de Japón, fue justo a la mitad del siglo XIX que la política de asilamiento utilizada por el Shogunato Tokugawa (que abarcó el Periodo Edo, de 1603 a 1868) llegaba a su fin haciendo posibles aspectos como el intercambio con otras naciones. También, hay que tomar en cuenta que con la Restauración Meiji (el suceso que le dio fin al shogunato en 1868), se prohibió el uso de las espadas y se abolió la clase samurái, por lo que entonces para que Ugetsu pudiera comprar sus espadas (teniendo en cuenta que lo más posible es que fuera un samurái por la forma de hablar y el uso de una espada larga con otras cortas) y al mismo tiempo poder salir del país para ir con Giotto en un contexto donde la mafia ya existía y acababa de empezar, tuvo que ser antes de 1870 pero después de 1860; es decir, este periodo, que concuerda con otros aspectos de la primera generación antes mencionados. Estoy consciente de que la ropa de Ugetsu no es del Periodo Edo o la Era Meiji, pero es más lógico ubicarlo en esos tiempos.
Para realización de este episodio hice su correspondiente investigación, así como que pregunté por asesoría. Sin embargo, si notan algún error no duden en decírmelo.
