De algún modo, Lucy se las arregló para cocer pan aquella mañana y preparar el almuerzo cuando la mayor parte de la familia no estaba allí para sentarse a la mensa. Apenas recordaba haber hecho nada, de tan preocupada e inquieta que estaba. Los hombres todavía no habían regresado, o tal vez sí y estaban en los pastizales. Se moría de curiosidad por saber qué había ocurrido. ¿Estarían ilesos sus hermanos? ¿Había resultado alguien herido? Ojalá pudiese cabalgar hasta el rancho de su padre para averiguarlo. Ojalá nadie hubiese disparado antes de preguntar.

Por si no estaba ya suficientemente angustiada, aquella tarde casi había tenido una crisis con la criada de la planta de arriba. Ella había querido cerciorarse de que Yukino hacía bien su trabajo, pero cuando mencionó que habría que cambiar las sábanas a diario, Yukino levantó las manos y bufó:

—¡Me voy!

—¡Un momento! —Lucy siguió a la criada, que se marchaba airada del dormitorio que estaba limpiando—. ¿Por qué?

Yukino dio media vuelta. Bajita, rechoncha, de una edad que posiblemente rondaba la de Lucy, estaba enfurecida.

—Se tarda un día entero en lavar las sábanas de aquí arriba. ¡Un día entero! Y también lavo la ropa, limpio las habitaciones, hago las camas y cuido de la señora Dreyar. ¡No me vas a dar más faena!

Dios santo, la mujer acababa de describir tres empleos separados. Lucy jamás había oído hablar de una criada que hiciera dos a la vez, ¡mucho menos tres!

Horrorizada, dijo comprensivamente:

—Tienes toda la razón. Pero yo no lo sabía.

Sin embargo, debería haberlo sabido. Ya había visto que las criadas escaseaban en la región. No estaría en esa casa representando su farsa si no fuera así. Su respuesta hizo que la criada la mirase con recelo.

—Mi hermana ya me habló de ustedes, las amas de llaves. Dijo que se limitan a ir chasqueando el látigo todo el día y que incluso cobran por ello.

—Eso no es verdad… —replicó Lucy tratando de contener la risa—. Aunque como tal vez ya sepas, al no haber mucho personal en esta casa, también se me han asignado otras tareas, igual que a ti.

Aunque de repente recordó que iba a tener más tiempo libre, ahora que contaba con un pinche de cocina. Además de salir a cabalgar ocasionalmente, había pensado que podía tratar de pescar, para servir algo más aparte de vacuno y más vacuno. Tal vez los vaqueros no esperasen nada más que esa carne, ya que en eso consistía su trabajo, pero ella sí. No obstante, montar y pescar no serían actividades diarias.

Impulsivamente le ofreció parte de ese tiempo sobrante a aquella mujer agobiada. No podía quitar el polvo, sobre todo porque la hacía estornudar, pero tampoco podía costar tanto hacer alguna cama, adecentar algunas habitaciones e incluso ayudar a llevar la ropa sucia al lavadero. Y así se lo dijo, dejando a la criada boquiabierta.

—Lisanna ya se encarga de la mitad de la colada cuando está aquí —admitió Yukino, aunque añadió indignada—: Si no se está limpiando las uñas en vez de ensuciárselas.

¿Había cierta rivalidad entre ellas?, se preguntó Lucy. ¿O simplemente era una advertencia para que esperara problemas por parte de la criada de la planta baja cuando volviera?

—De momento, terminaré la habitación que estabas haciendo —se ofreció—. Y por la mañana, puedo hacer las camas de este lado de las escaleras.

Yukino esbozó una sonrisa radiante.

—Laxus necesitaba sábanas limpias. Ya se las he traído. Se lo agradezco mucho, señorita Realight.

¿La habitación de Laxus? Yukino salió a toda prisa antes de que Lucy pudiera replantearse su ofrecimiento. Hizo una mueca. Entrar en su dormitorio probablemente no fuera una buena idea. Aunque, mientras él no estuviera dentro, ¿qué peligro podía haber?

Era un dormitorio masculino. Un anaquel para rifles en una pared. En las otras tres, cuadros de escenas del Oeste: un rebaño de vacas, un vaquero tratando de domar un toro y un grupo de vaqueros alrededor de una fogata. A los pies de la cama grande había un baúl bellamente tallado, muy bonito. Como las sábanas limpias estaban encima del baúl, Lucy supuso que contendría más ropa de cama y echó un vistazo dentro. Pues no. Estaba lleno de cosas de vaqueros: cuerdas, chaparreras, espolones, algunas pistolas de cañón largo, y una pistolera más elegante que la que solía llevar Laxus.

Dos sombreros de ala ancha colgaban en ganchos junto a un armario de madera oscura, uno negro y el otro crema. Resistió la tentación de abrir el armario ropero. Bajo una de las dos ventanas había un sillón marrón con el respaldo descolorido y el asiento gastado; parecía muy cómodo. Se imaginó a Laxus ahí sentado leyendo y dando cabezadas de vez en cuando. ¿Habría echado alguna siesta allí? ¿Aquella había sido siempre su habitación? Si lo había sido, no quedaba ninguna prueba de su infancia.

Reconoció las dos cajas medianas apiladas en un rincón: eran las que habían recogido Rufus y Sting en la estación el día que llegó ella. O sea que era algo que Laxus había pedido que le enviaran. En tal caso, ¿por qué todavía no las había abierto? Pero ya había husmeado bastante, incluso demasiado. No debería sentir tanta curiosidad por aquel hombre.

Yukino ya había quitado las sábanas sucias y había enganchado la sábana bajera limpia. Lucy cogió la sábana plegada de arriba. Una preciosa colcha de punto marrón y azul oscuro, delgada para el verano, tenía que ir encima. Se preguntó si la habría hecho Porlyusica y decidió que se lo preguntaría cuando la viera.

Estaba desplegando la sábana de arriba haciéndola revolotear encima de la cama cuando oyó la voz de Laxus.

—Me preguntaba dónde estabas. Jamás hubiera pensado que te encontraría esperándome en mi habitación.

Lucy dio un respingo y soltó la sábana, que ondeó y cayó al suelo por el otro lado. Tenía que ser evidente lo que estaba haciendo allí, de modo que con aquel comentario él volvía a las andadas. La muchacha volvió la cabeza para decirle que su presencia allí no tenía nada que ver con él, pero tuvo que ahogar un grito y apartar la mirada. ¡Laxus estaba en el umbral sin más atuendo que una toalla a la cintura!

—¡Cielo santo! ¿Por qué no estás vestido?

—Me he caído de culo y quedé demasiado perdido de barro para esperar a un baño. La lluvia ha caído fuerte esta mañana. Tardará días en secarse.

Lucy no había salido al exterior. ¿Se había llenado de barro peleando a puñetazos con sus hermanos?

—¿Qué ha pasado en el rancho Heartfilia?

—No lo sé. Mientras íbamos para allá nos cruzamos con Erik, que venía del pueblo. Papá decidió llevarse solo al perro guardián y enviarnos a los demás de regreso al rancho para vigilar el rebaño. Si los Heartfilia han pasado a la ofensiva, podrían tratar de robarnos ganado.

—¿Y faltaban cabezas?

—Parece que no. Habrá que esperar a la hora de cenar para saber qué ha averiguado papá. Si no provocaste tú ese fuego, y tampoco un Heartfilia, eso nos deja solo a nuestros nuevos vecinos hacia el este.

—Otra vez estamos de acuerdo. La cosa empieza a asombrarme.

—¿Sorpresa y sarcasmo en una sola frase, Blondie? —dijo Laxus, y rio antes de preguntar—: ¿Cuándo fue la primera vez que estuvimos de acuerdo?

Su voz contenía una pizca de empatía. Nerviosa, ella dijo:

—Eso no importa, me gustaría saber por qué no le has dicho esto a tu padre esta mañana. Después de todo lo que he oído acerca de los mineros, y de lo que presencié ayer, para mí eran sin duda los primeros candidatos, no los segundos. No es únicamente el propietario de la mina quien se beneficiaría de echar a vuestra familia de aquí, sino también todos los mineros que trabajan para él. ¿No sabe eso tu padre?

—Lo sabe, pero implicamos en esto a un juez que dictó una resolución. Los mineros tienen que largarse en cuanto se haya agotado esa vena menor, y ya debe de faltar poco tiempo. Así que por muy rabiosos que puedan estar para buscar pelea, no ganarán nada con ello.

—La rabia ha sido suficiente para llevar a tu familia al rancho Heartfilia esta mañana, ¿no?

—Bien visto —respondió con una sonrisa.

—Hay muchas variables a tener en cuenta. Tal vez deberíais disponer centinelas por la noche.

—Esa es la intención. Pero no hace falta que tú te preocupes por eso.

Después de la angustia experimentada, aquella afirmación la molestó.

—No seas obtuso. Trabajo aquí. Así que lo que pase también me afecta a mí.

—Pero ya te dije que yo no permitiría que te ocurriera nada. ¿Crees que no hablaba en serio?

—Lo que creo es que te preocupas demasiado por mí. No soy tuya para que me protejas, Laxus.

—¿Quieres serlo?

Lo dijo en voz tan baja que Lucy no estuvo segura de haberlo oído correctamente. Pero de pronto recordó por qué tenía su mirada apartada de él y se sonrojó más, mortificada de seguir en presencia de un hombre medio desnudo. Debería haber salido pitando de allí, o al menos haber esperado a que él se vistiera para hacerle preguntas. Laxus debía de pensar que a ella no le importaba su desnudez. Así que, ciertamente con retraso, le dijo:

—Solo estaré unos minutos, si puedes esperar.

—¿Esperar a qué?

—Esperar fuera hasta que termine.

—Tienes unas ideas muy raras, Blondie. Es mi habitación. Y necesito mi ropa.

Ella se volvió y dijo:

—Entonces volveré más tarde para…

No pudo terminar la frase, pues de pronto tuvo a Laxus delante de ella, tan cerca que podrían haber chocado si el instinto no le hubiera hecho recular, pero chocó con la cama y acabó cayendo de espaldas.

Una sonrisa lenta arqueó los labios de Laxus.

—Si me lo pones así…

Lucy alzó las manos para evitar que se inclinara sobre ella, cosa que empezaba a hacer. Una defensa insignificante que no logró detenerlo. Laxus se apoyó lentamente en sus manos. Ella cayó en la cuenta de que podía parecer que le estaba acariciando el pecho, así que echó las manos atrás como si se quemara. Entonces Laxus quedó muy cerca de ella.

—Sé que besarte es una mala idea. Probablemente me arrepentiré hasta el día de mi muerte, porque jamás lo olvidaré. ¿Y tú?

A ella no le salían las palabras. Sofocó un grito cuando los labios de Laxus tocaron los suyos. ¡Apartó la cabeza a un lado, no podía permitir que aquello sucediera! Los labios de Laxus la siguieron a través de su mejilla. Un cosquilleo se le extendió por el cuello, bajando por los hombros. Su corazón comenzó a palpitar.

—Laxus…

—Cuando susurras mi nombre, me trastornas. ¿Cómo lo haces, Jenny?

Lucy sentía su aliento cálido en la mejilla. Laxus le pasó una mano por detrás de la cabeza para volver a guiar su boca hacia la suya. Fue un beso suave, pero el efecto que ejerció en ella fue de todo menos suave: le desató un torbellino en su interior. ¡Y lo sintió en sitios muy lejanos de la boca! Sintió impulsos desconocidos: rodear su cuello con los brazos y estrecharlos. Fue entonces cuando supo que estaba metida en un buen lío.

—¡Te daré un bofetón si no dejas que me levante!

Laxus rodó a un lado con un suspiro.

—Y yo que pensaba que el balde de agua fría se había quedado abajo…

Ella no contestó. Sin abrir los ojos hasta que se hubo levantado de la cama, hizo lo que tenía que haber hecho mucho antes y salió pitando del dormitorio.