Capítulo 29

Transcurrieron un par de días hasta que Demelza comenzó a sentir una leve mejoría. El nuevo diagnóstico del Dr. Choake era 'neumonía'. Lo había diagnosticado cuando volvió a visitar la casa de los Poldark lo más campante y como si no hubiera lo más mínimo por lo que preocuparse. Había llegado por la tarde, ordenado a Prudie que le preparara un té con masas, habló con Jud acerca de los destrozos ocasionados por la tormenta del día anterior y luego de comer y quejarse por que las masas estaban viejas, había subido lentamente las escaleras para encontrar a Ross exactamente adonde lo había dejado por la mañana. Sentado junto a la cama observando a su esposa dormir.

"Ah, Señor Poldark. Ya veo lo que pagan mis contribuciones a Wheal Leisure. Quizás si dedicara algo de su tiempo a buscar cobre y no lo desperdiciara aquí, tal vez encontraría algo." – Ross lo fulminó con la mirada. Se suponía que debería sentirse agradecido de que Choake hubiera vuelto a controlar a su esposa, después de todo, su fama no era la de ser un médico al que le preocuparan mucho sus pacientes. El doctor la revisó mientras dormía bajo la atenta supervisión de su marido, además de la fiebre ahora se podía escuchar el pesado esfuerzo a los que sus pulmones estaban sometidos cada vez que respiraba. Así que el diagnóstico no fue algo sorpresivo ni modificó los cuidados que Ross ya le estaba brindando a Demelza. No abandonó su lado por casi dos días. Él era quien secaba su transpiración, la cambiaba, enjuagaba el trapo en su cabeza, la ayudaba a ponerse de costado para que pudiera respirar el vapor del agua hirviendo con hierbas que Prudie preparaba, quien la ayudaba a levantarse para ir al cuarto de baño y quien le obligaba a beber la sopa caliente y té cada cierta cantidad de horas. Demelza apenas si estaba despierta cada vez que lo hacía, aún sentía mucho cansancio y el solo hecho de abrir los ojos le parecía un esfuerzo enorme. Pero al tercer amanecer luego de su rescate se despertó más alerta que lo habitual.

Todos aún dormían, lo primero que escuchó fue el crepitar de lo que quedaba de un fuego en la chimenea que aún emitía un calor agradable. Se sentía toda mojada bajo las mantas y las extremidades aún le dolían un poco, pero la jaqueca no era tan profunda. Demelza tuvo el deseo de salir a dar una caminata como acostumbraba a hacerlo cada mañana, supuso que eso era una señal de que se estaba recuperando. Le dio algo de alegría. No estaba acostumbrada a estar ociosa, y haber estado en cama sin hacer nada durante no sabía cuántos días la hacía sentir terrible. Pobre Prudie, habría tenido que cargar con todos los quehaceres… y la casa estaría patas para arriba. Lentamente, abrió los ojos. Un suave resplandor pintaba los contornos de los muebles y paredes de la habitación. Sin poder moverse, por el peso de las mantas sobre ella y porque aún su cuerpo no le respondía del todo, apenas pudo girar su cabeza sobre la almohada. Ross estaba durmiendo junto a ella.

No estaba metido en debajo de las mantas, si no recostado sobre estas en el otro extremo, en una posición que no debería ser nada cómoda y tapado por una fina frazada que no llegaba a cubrirle los pies. Demelza lo observó durante un rato bajo la tenue luz del amanecer. Era consciente de que él la había estado cuidando todo este tiempo. Cada vez que se despertaba, cuando la invadía un acceso de tos o cuando debía levantarse, Ross estaba allí. No había vuelto a decirle mucho, o quizás no lo recordaba, solo palabras tranquilizadoras para que ella descansara y de aliento diciendo que todo estaría bien. No le había vuelto a reprochar porqué había hecho lo que hizo, ni tampoco había vuelto a intentar besarla. Demelza suspiró. Volver a pensar en cómo estaba la relación con su marido hizo que volviera el dolor de cabeza. Ya habría tiempo para eso. Después de todo, tenían una conversación pendiente… y además ahora él tenía otro motivo para reprocharle. ¿Intentaría castigarla de nuevo? Demelza se estremeció de solo pensarlo, y no estaba segura de que fuera de miedo. Se veía cansado aun durmiendo. Tenía los ojos hinchados y la arruga entre sus cejas demostraba tensión, como si no estuviera relajado aun en sus sueños. Demelza estaba segura que era la culpable por ello. Algo le había quedado claro en esos días, Ross quizás no la amara, pero si se preocupaba por ella. Todavía no entendía cómo, pero la había rescatado de ese precipicio. Cualquier otro hombre se habría desentendido, pero allí estuvo él durante esos días, cuidando de ella… algo pareció oprimirla en su interior, algo que no tenía nada que ver con su malestar físico ¿Qué podía hacer? ¡Judas! No era culpa Ross, él jamás quiso casarse con ella, ¡todo era culpa del Señor Joshua! Él había casado a su hijo sabiendo que amaba a alguien más, había esperado que estando obligado para con otra persona, Ross se olvidara de esa otra mujer. Que su honor pudiera más que su corazón y Ross era un hombre honorable… dentro de ciertos parámetros. Lo suficientemente honorable para cuidar de ella, para protegerla y preocuparse por su bienestar. ¿Podía exigirle algo más? ¿Hasta cuánto podría estirar el límite de esa relación que había empezado porque ambos fueron obligados? El temor y la incertidumbre de quien era ese hombre con quien la habían casado había quedado atrás. Demelza lo conoció poco a poco, aprendió a aceptar su carácter, a ver más allá de el. A aceptar sus peculiaridades y respetar al hombre detrás de la máscara de rebelde y obstinado que todos conocían. Su atracción era innegable. Ross Poldark era dueño y señor de su cuerpo, lo había deseado desde la primera noche que lo espió a escondidas desde esa misma cama, aún antes de saber que era el deseo siquiera. Y vaya que si había aprendido. Su esposo era un maestro implacable, le había enseñado el arte desconocido del placer hasta tal punto que ella se sentía sin poder controlar sus propias reacciones cuándo de sus aventuras nocturnas se trataba. Que ella lo amara, eso era solo culpa suya. Él la había hecho amarlo poco a poco desde el momento en que sus caminos se cruzaron. Y ese amor creció cada día un poco más, y podría seguir creciendo si su amor fuera recíproco… Pero eso no era posible.

Demelza suspiró y el sonido que hizo su pecho despertó al hombre que dormía junto a ella.

Ross demoró unos segundos en enfocar su mirada. El brillo del amanecer que se reflejaba en un par de ojos que lo observaban llamó su atención. Sin mover su peso sobre el colchón, estiró una mano y tocó la mejilla de Demelza. Había pasado dos días muy difíciles, a apenas despierta solo cuando él la despertaba para que tomara líquidos y apenas podía mantenerse con los ojos abiertos. Él también estaba agotado. Esa noche, como Demelza parecía más calma, se tendió sobre las mantas junto a ella. Allí había podido dormir algunas horas de corrido. Si Demelza se despertaba él estaría allí, y así había sido. Su piel aún estaba caliente, pero no tanto como lo había estado los días anteriores. Durante la noche pareció respirar mejor, según Prudie como resultado de su vapor con hierbas.

"Demelza…" – susurro quitando la mano de su mejilla – "¿Cómo te sientes?"

Demelza pestañeó – "Mejor." Ross leyó en sus labios. El hilo de voz no llegaba a ser un sonido completamente.

"Me alegra oír eso." Ross sonrió. Una sonrisa de alivio y cansancio en sus labios. Al fin podía estar confiado de que Demelza se recuperaría. Los últimos días habían sido un tormento que cayó sobre el, así como el temporal que cayó sobre Cornwall cuando Demelza se perdió. Ahora quedaría por ver que había quedado en pie después de la tormenta.

Demelza hizo ademán de querer levantarse, miró en dirección al cuarto privado y el entendió inmediatamente. "Aguarda…" – le dijo cuando ella se destapó.

Con mucho esfuerzo, Demelza se movió hacia el borde de la cama y bajo sus piernas al piso. Sintió la mano de Ross en su espalda, sosteniéndola suavemente mientras ella intentaba ponerse de pie por si sola. Ross estuvo a su lado a cada paso que daba y protestó cuando ella quiso cerrar la puerta y dejarlo del lado de afuera. Intentó decir "Ya puedo sola." – no quería ni pensar en cómo su marido la había visto mientras estaba enferma, pero ahora ya se sentía capaz de poder hacer sus abluciones por sí sola. Ross no dio el brazo a torcer del todo. La acompañó hasta adentro pero luego fue a esperar del otro lado. Si ya estaba lo suficientemente consciente como para sentir pena, no era más que otra buena señal. Ross aprovechó el tiempo para cambiar por undécima vez la cama. Había sido una fortuna haber traído sábanas nuevas de Truro, al menos algo bueno había salido de ese viaje. Eso y que la compra que había hecho Demelza en la modista ya había llegado. Al menos todo lo que ya estaba hecho, aún faltaban algunos vestidos que eran hechos a medida. Pero el envío incluía tres camisones nuevos y una bata de cama que Demelza tanto necesitaba.

Cuando volvió a entrar a la habitación, encontró a Ross levantando sábanas del piso. Demelza se quedó de pie observándolo, mientras intentaba estirar sus piernas y mover sus brazos que de tanto estar en la cama ya estaban entumecidos.

"Menos mal que trajimos las sábanas directamente nosotros…" – dijo mientras amontonaba las telas en el canasto para que Prudie las lavara. – "La cama ya está lista para que vuelvas a acostarte, cariño."

Demelza levantó la cabeza para mirarlo. 'Cariño…' otra vez la llamaba de esa manera. Creyó escuchar esa palabra mientras dormía, pero bien podía haber estado soñando. El no pareció darle mucha importancia pues siguió levantando cosas del suelo, trapos y toallas, y tirando el agua de las vasijas por la pequeña ventana.

"Bajaré a buscar más agua y te traeré un té. Si te sientes bien también debes intentar comer algo, Prudie se ha estado esmerando con los bollos estos días." Dijo acercándose y apoyando sus manos detrás de sus brazos. Ross se acercó más, Demelza se veía pálida y decaída, pero aun así era una gran mejoría que estuviera despierta y de pie por si sola. Ross inclinó la cabeza para besarla y apuntó a sus labios, pero ella movió la cabeza, tal como había hecho el otro día, y puso una mano sobre su pecho para alejarlo. – "Demelza…"

Demelza intentó decir algo, pero en vez de eso comenzó a toser. Una flema desagradable surgió en su garganta y se tuvo que dar vuelta para volver al cuartito privado. Todo era muy embarazoso. Cuando volvió a salir Ross aún estaba allí parado esperándola. No volvió a intentar besarla, pero si la tomó de la mano para ayudarla a llegar a la cama. Demelza lo observaba atentamente mientras le acomodaba las almohadas y la arropaba entre las frescas mantas. Tenía la barba crecida y los cabellos pegajosos, se preguntó si se había bañado en todo este tiempo… "Ross…" – Demelza dijo, su voz parecía el sonido de una brisa que pasa desapercibida en la inmensidad del mar. Ross se sentó a su lado y la miró de frente para poder leerle los labios. "Gracias… por salvarme." – dijo ella, esforzándose para que mantener a raya la aspereza que sentía en la garganta.

Ross la observó por un momento. Aún debajo de ese matiz enfermizo sus ojos lo miraban ansiosos, la viveza de su ser todavía estaba allí y él dio las gracias que así fuera. De verdad, no sabía lo que habría hecho si la perdía. El amanecer de ese día le parecía más brillante, el sol más fuerte, el aire más cálido y no tenía nada que ver con el clima sino por el hecho de que Demelza estaba allí, despierta, respirando, viva a su lado.

"No tienes nada que agradecerme. Prometí cuidarte ¿no es así? Es lo que mi padre hubiera querido." - Ross tomó un mechón de pelo colorado entre sus dedos y lo colocó detrás de su oreja. Dejo la mano en su mejilla, su pulgar acariciando su piel. Demelza no se inclinó al contacto de la palma en su mejilla por más que quería hacerlo. Él acercó sus labios una vez más y esta vez Demelza se dejó besar. Esto era lo que le ofrecía. Cuidado, protección, cariño… pasión. Era mucho más de lo que jamás se habría podido imaginar, eso tendría que ser suficiente…

¿Por qué no era suficiente?

Ross había obligado a Demelza a tomar una sopa que Prudie había hecho con mucho esmero y cariño. Por suerte todavía no podía sentir el gusto, por más que la mujer insistiera que le había puestos hierbas y condimentos que la harían mejorar más rápido. Ross comió en la habitación también, y por las caras que hacía se notaba que la sopa no estaba tan apetitosa como Prudie le quería hacer creer.

Demelza le había pedido a Ross que abriera las ventanas para ventilar la habitación y este, viendo a Demelza despierta e inquieta en la cama ya podía ver que querría levantarse pronto, le había ordenado que bajo ninguna circunstancia podía dejar la habitación hasta que el doctor Choake lo autorizara. Estaba siendo irónico por supuesto, al menos respecto al doctor Choake, pero a Demelza no pareció hacerle gracia su chiste y lo miró con seriedad mientras él sonreía.

Luego de avivar el fuego, abrieron las ventanas. Demelza, tapada hasta las orejas, respiró con dificultad el aire limpio de la brisa que se colaba en la habitación. Bien le haría salir a tomar aire puro, era uno de los mejores remedios según su experiencia. Pero Ross no quería saber nada al respecto, en cama hasta que el doctor dijera lo contrario ¡Judas! Ni siquiera recordaba que ese hombre la hubiera revisado.

Si Ross pensaba que mantener a Demelza en cama sería difícil, pues Ross revoloteando y alterándose por cada pequeño movimiento que hacía también parecía un pájaro enjaulado. Después de todo, él también había estado encerrado durante más de dos días y junto a Prudie lo convencieron de que podría ir a Wheal Leisure luego de que ella jurara y prometiera sobre la vida de Garrick que no se movería de la cama.

Luego de un beso en su frente, Ross se fue a la mina. Ambas, Demelza y Prudie, suspiraron aliviadas, la mujer cayendo rendida sobre la silla al lado de la cama.

"El Señor no se ha movido de aquí desde que la trajo a casa… ¿qué se le cruzó por la cabeza al subir por esas escaleras? ¡Se podría haber caído y partido el cogote! Se me pone la piel de gallina de solo pensarlo…"

"Así él hubiera sido libre para ser el amante de Elizabeth o casarse con Margareth…" - intentó decir, pero todo lo que Prudie llego a captar fue el nombre de las mujeres.

"No piense tonterías. Sí, el Señor Ross estuvo mal, muy mal en decirle lo que le dijo. Pero eso no significa que usted deba ponerse en riesgo así, uste es mucho más lista que eso. Y vale mucho más que esa mujerzuela, no debe ni siquiera pensar en ella. Esa vino aquí a ver si podía pescar un pez gordo, pero se encontró con que el pez ya estaba pescado. Uste es la señora de esta casa, que eso no se le olvide. Es a quien el señor Joshua, Dios lo tenga en la gloria, eligió. Y ni el joven Ross ni nadie puede cambiar eso…"

Pero ese era el problema, que si él pudiera cambiarlo lo haría. Especialmente después de todos los problemas que había creado.

"… Aquí tiene una oportunidad, Señorita ¿o preferiría volver a como era su vida antes? ¿Casarse con un pobre muerto de hambre y vivir en una choza que se cae a pedazos y luchando para llegar a fin de mes?"

Si el hombre fuera Ross y él la amara, sí lo preferiría – pensó Demelza.

"Él la quiere, solo es un tonto que no se da cuenta. Debería haberlo visto estos días. Estaba desesperado, no se movió de su lado ni un momento. No me dejó que yo la cuidara sola, nunca lo había visto así. Eso tiene que significar algo ¿no es así?"

"Culpa." – dijo ella. Seguramente se sentía culpable por la pelea que habían tenido y porque eso la había llevado a salir de casa y terminar en el acantilado.

"Pffff… Tenga un poco más de fe. El hombre es un terco, de eso no hay duda. Pero uste es su mujer y el señor Joshua no se equivocó al traerla aquí. No lo he visto más feliz que en este último tiempo y eso es gracias a uste, niña. No deje que otros arruinen lo que tienen… Ahora creo que a Garrick no le pasara nada si sale un momento de la cama para darse un baño, iré a calentar el agua."

La cabeza de Demelza empezó a doler de nuevo. Todo lo que Prudie le dijo ella ya lo había pensado antes. No era que no fuera capaz de perdonarlo, lo más probable es que él ya se considerara perdonado después de lo que había hecho por ella y hubiera dado por terminado el asunto. Lo mejor sería dejar todo este episodio atrás, volver a cómo eran antes del viaje a Truro e ignorar esos tres días de pesadilla que habían vivido… Podía intentar hacerlo. Lo que no podía era ignorar la herida en su corazón, el querer que él la amase también y que quisiera estar con ella no porque su padre lo había impuesto, sino porque él la elegía a ella.

Ningún milagro se produjo en la mina los días que estuvo ausente. Henshawe lo puso al tanto de los últimos avances y Ross había pasado gran parte de la tarde relatando una y otra vez a todo el que se cruzaba en su camino, como habían rescatado a Demelza del acantilado. Todo el mundo se asombró al enterarse cuán alto había llegado y que hubiera encontrado la vieja salida de Wheal Grace. Algunos hasta pensaron rebautizar la escalera como "Escalera de la Señora Poldark", pero no insistían mucho al ver la expresión de su patrón. Y todos le enviaban saludos y cariños y deseos de una pronta recuperación. Ross, por su parte, estaba exhausto. No veía la hora de poder echarse a dormir de nuevo, acurrucado en su cama y con Demelza en sus brazos. En la oscuridad de la mina, Ross se pasó una mano por la frente. De seguro Demelza lo dejaría dormir a su lado ¿verdad?.

A decir verdad, Ross no estaba seguro de cómo estaba su relación con su esposa. Había estado despierta toda la mañana, pero casi no le había hablado. No podía, claro, aún no había recuperado la voz, pero no era tan solo eso. Se había percatado de cómo ella lo observaba atentamente mientras él se ocupaba de lo que pudiera necesitar. Le dio las gracias por haberla rescatado y cada vez que la asistía con algo, pero nada más allá de eso. No debía de extrañarle, después de todo, casi muere congelada en ese precipicio, era suficiente para asustar al más valiente de los hombres, pero no era solo eso. Antes del accidente, no estaban en buenos términos y al parecer Demelza no se había olvidado.

Ross regresó a Nampara antes de que cayera la noche. Estaba ansioso por cómo reaccionaría Demelza cuando él se acostara a su lado. Había pasado junto a ella las tres últimas noches, pero Demelza no estaba consciente cuando él se acurrucaba a su lado y tenía muy presente que las dos últimas noches previas a eso, ella se había alejado y lo había enviado a dormir a otro lado.

Al acercarse notó que Nampara ya no parecía una casa fantasmal, había velas encendidas detrás de las ventanas y el ambiente se notaba distinto tan solo entrar a la casa. No se cruzó con nadie escaleras arriba, lo primero que quería hacer era ver como estaba Demelza después de una tarde separado de ella. Cuando se asomó en la puerta toda la ansiedad desapareció.

La encontró sentada contra el respaldo de la cama, mullida por las almohadas que la sostenían, con la bata color pastel nueva y con una amplia sonrisa de bienvenida. Ross le sonrió también.

Solo que esa sonrisa no era para él.

"¡Ross!" – exclamó una voz.

Ross miró alrededor de la habitación, su sonrisa desapareció tan rápido como había aparecido.

"Aquí está el héroe del momento."

Francis estaba de pie muy sonriente acomodando unas flores en el jarrón que estaba sobre el tocador de Demelza.

"Francis. ¿Qué… que haces aquí?" – Ross entró en la habitación. A regañadientes estrechó la mano extendida de su primo, quien también dio unas palmadas en su hombro. Ross observó de reojo a Demelza que los observaba aún sonriente. Era la primera vez que la veía sonreír en días, y sintió una punzada de dolor al ver que no había sido él el causante de esa sonrisa. Cuando Francis soltó su mano, Ross se acercó a la cama, y sin ningún tapujo se acercó a Demelza y la besó en los labios. La nariz de Demelza se puso colorada y Ross la rozó con el dedo mientras le preguntaba en voz baja como se sentía. Sorprendida, con los ojos bien abiertos y la boca formando una línea recta, Demelza asintió y formó un "Bien", en sus labios. Luego Ross se sentó junto a ella en la cama y puso su mano sobre la suya. Ella se las quedó observando.

"Vine a ver como estaba la paciente, un pajarito me contó que ya estaba mejor. Le traje flores del jardín de Trenwith, Verity misma las eligió." Ross observó de reojo como su mujer volvía a sonreír. "Las estaba acomodando aquí, estas ya estaban secas." – agregó señalando un ramo de flores marchitas que había sobre el tocador. ¡Pues él no había tenido tiempo de pensar en flores en los días que pasó cuidando a su esposa enferma! Aunque al parecer por la expresión de felicidad en la cara de Demelza, eso la había complacido más que todo lo que él hizo en las últimas horas.

"Le estaba relatando a Demelza la historia de su rescate. Aún no se la habías contado."

"No. Aún no. No debe alterarse, todavía está débil y debe descansar. Tampoco está en condiciones de recibir visitas."

Demelza se giró para ver a su marido, eso había sido bastante grosero. Más cuando efectivamente Francis le acaba de contar como la habían rescatado y como él había ayudado también. A encontrarla primero y luego a subirla por el acantilado. Demelza casi no recordaba nada, solo algunas imágenes borrosas de cuando subía colgada, la sensación de estar flotando en el aire y no tener de dónde sujetarse.

"Se ve muy bien a comparación de la última vez que la vi." – dijo Francis despreocupado. – "Y se tiene que reponer pronto. ¿Lo invitamos a él también?" - le preguntó a Demelza con una sonrisa cómplice. Ross no entendía a que se refería. Demelza asintió con entusiasmo a su lado.

"¿Invitarme a dónde?" - dijo con aspereza.

"A una fiesta, en honor a Demelza. En año nuevo, en Trenwith."

"No, de ninguna manera." – respondió al instante. Demelza quitó su mano de debajo de la suya. Ross se giró para mirarla y vio la sonrisa desaparecer de sus labios. – "Está enferma."

"Aún faltan semanas. Se recuperará para entonces. Será su bienvenida oficial a la familia, nada muy pomposo. Papá ya dio su aprobación y Verity ya está pensando en el menú."

"¿Y Elizabeth?" – preguntó, interesado en saber qué opinaba de su marido haciendo fiestas para homenajear a otras mujeres. Sintió a Demelza tensarse a su lado.

"¿A qué mujer no le gusta una fiesta?" – respondió su primo.

Pues él no sabía que a Demelza le gustaría ir a una hasta hacía tres minutos.

"Vamos Ross… solo una reunión. Después de todo, tienes motivos para celebrar ¿no es así? Luego de la hazaña de hace unos días, y Demelza no tuvo celebración de su matrimonio…"

Demelza bajó la vista a las sabanas. Le extrañó que Ross rechazara tanto la idea de una fiesta en su honor. ¡A nadie jamás se le había ocurrido hacerle una fiesta a ella! La idea la había halagado muchísimo. Allí, había pensado, podría ponerse uno de los vestidos que había comprado en la modista y podría demostrarle a esa mujer que no era una pordiosera. Pero claro que Ross no querría. ¿Por qué motivo querría celebrar un matrimonio que él no quiso?

¿A qué rayos estaba jugando su primo? Primero, haber hablado con Demelza a solas ese día, ¡quién sabe lo que le habría dicho! ¿y presentarse aquí? Meterse en su habitación mientras ella está convaleciente y traerle flores... Y ahora hacerlo quedar mal frente a ella… ¡Por supuesto que no quería ir a ninguna estúpida fiesta en Trenwith! Demelza debía poner toda su energía en recuperarse, no preocuparse por frivolidades. Francis debería habérselo preguntado a él primero y no hacer ilusionar a su esposa con una fiesta.

"No se lo negarás ¿no es así?" – insistió. Ross se giró para ver a Demelza de nuevo, pero de reojo llegó a captar como él le guiñaba un ojo y ella se sonrojaba.

El primo Francis era muy simpático. Alegre y jovial, no se parecía en nada a su primo. Le hacía recordar a sus hermanos pequeños, le generaba esa clase de afecto. Quizás, como Verity, él también podía ser un amigo, su primo también. Le había traído un enorme ramo de flores que dijo Verity había recogido para ella, y los buenos deseos de toda la familia y le dijo que la tía Agatha había leído las cartas y le había pronosticado una rápida recuperación, al menos en salud. Demelza se había emocionado de que su familia política se preocupara por ella, y se había sentido avergonzada de causar tanto alboroto. Durante un rato, la había distraído de la confusión de sus sentimientos hacia su esposo mientras le contaba como la rescataron de la Escalera de los Mineros. Le dijo como Ross la fue a buscar a Trenwith, pensando que podía estar con su hermana. Lo preocupado que se veía y su desesperación al no poder encontrarla y como había trepado sin dudarlo cuando se dio cuenta en donde estaba.

Pero ahora notaba a Ross nervioso a su lado. No entendía por qué se comportaba así, casi grosero con su primo, después de todo lo que había hecho para ayudarla. Demelza lo miró debajo de sus pestañas.

"¿Tú quieres ir?" - preguntó en su dirección.

Demelza asintió. Ross pareció suspirar.

"Bien. Sólo si está recuperada para entonces."

"¡Grandioso! Está arreglado entonces." - Exclamó Francis parado a los pies de la cama.

"Pero ahora Demelza debe descansar. Ya tuvo suficientes emociones por un día." - Ross dijo levantándose de la cama para escoltar a su primo fuera de la habitación de su mujer. Pero no pudo hacer nada cuando Francis lo rodeó y pasó a su lado para tomar la mano de Demelza y darle allí un beso. Si se quedaba un minuto más lo tomaría de las solapas de la chaqueta y lo sacaría a empujones.

"Buenas noches, prima. Descansa y recupérate pronto. Si no puedo venir a visitarte antes de que termine el año te deseo una Feliz Navidad y te esperamos en Trenwith para recibir el nuevo año."

Ross observó la sonrisa volver a brotar de los labios de Demelza. Y escuchó el "Gracias, Francis." con su apagada voz.

"Francis." - Ross estiró el brazo indicando la puerta. Lo siguió hasta la sala cuando volvió a hablar.

"¿Qué estás haciendo, Francis?"

Francis se giró y lo miró confundido.

"¿Cómo dices?"

"¿Qué haces aquí? ¿Qué haces con mi esposa?"

"¿Disculpa? Vine a visitarla, a ver como estaba. No comprendo qué otra cosa insinúas..."

"¿Qué hacías el otro día con ella?"

Francis lo observó por un momento antes de responder.

"La encontré en la playa y la acompañé a casa. No quería que la agarrara la tormenta."

"Pero no la trajiste a casa. Dime, Francis, ¿Elizabeth está de acuerdo en que escoltes mujeres a sus casas y les ofrezcas fiestas?" - Francis soltó una risita irónica.

"Lo que Elizabeth piense no es de tu incumbencia. Y no te preocupes, la próxima vez me aseguraré de ver a Demelza entrar por esa puerta." Dijo señalando el umbral de entrada a Nampara.

"No habrá una próxima vez. Quiero que te alejes de ella ¿Me oyes? Es junto a Elizabeth con quien debes estar, de seguro ella te necesita en su condición..."

"Gracias Ross, pero no necesito tus consejos matrimoniales. Quizás deberías preocuparte más por tú mujer que por mi esposa. ¿Acaso no fue precisamente por eso por lo que Demelza estaba deambulando sola el otro día?"

Ross se quedó callado.

"Sí. ¿No lo sabías? ¿Que tu mujer estaba llorando cuando la encontré? Así que no creo que estés en condiciones de darme consejos acerca de cómo llevar mi matrimonio... No es necesario que me acompañes, que pases una Feliz Navidad tú también, primo." - Francis se fue sin que Ross tuviera la oportunidad de responder.

Más tarde esa noche, Demelza ya se estaba acomodando para dormir cuando Ross entró en la habitación. Prudie le había llevado la cena, un caldo de gallina y un plato de estofado del que apenas había picoteado algo. Lamentablemente, estaba comenzando a sentir algo de gusto. Luego se había sentado al borde de la cama con una fuente de agua hirviendo llena de hierbas aromáticas a sus pies para que ayudara a despejar sus pulmones y también le había ayudado a peinar y trenzar su pelo. Demelza apagó la vela que descansaba en su mesita de luz mientras oía a Ross caminar por la habitación. No había vuelto a subir luego de que Francis se fuera. Le dio la impresión que no le había gustado la idea de que su primo hiciera una fiesta para ella. Prudie le había dicho que estaba en su estudio con los libros de la mina y había comido muy poco de su plato de estofado. Demelza se sonrió para adentro. Quizás mañana podía levantarse un rato y preparar la comida. Un momento después sintió hundirse el colchón a su espalda, la vela que quedaba encendida se apagó también y en la oscuridad Ross se acomodó en la cama. Demelza sintió sus dedos rozar apenas su espalda y ella se estremeció y se movió apenas. Ross apartó la mano rápidamente cuando la sintió alejarse. Se quedó un rato mirando la parte de atrás de su cabeza, sus ojos acostumbrándose a la oscuridad, el contorno de Demelza formándose a su lado. Quería abrazarla, estrecharla junto a su cuerpo después de los días de angustia. Ross aún estaba intranquilo, mucho más después de lo que Francis había dicho y de la marcada diferencia entre como Demelza se había comportado con él y como lo había hecho con Francis. Al parecer nada estaba resuelto, y todo había sido su culpa.

"Demelza..." Escuchó su voz susurrar después de un rato. Demelza pretendió estar dormida y no le respondió, pero luego él dijo: "¿Quieres que me vaya a dormir a la habitación de abajo?"

Demelza abrió los ojos en la oscuridad y se dio la vuelta para mirarlo. El reflejo de la luz de luna que entraba por la ventana brillaba en sus ojos.

"No. Tú debes descasar también." - dijo con un hilo de voz.

"¿Cómo te sientes?"

"Mejor... Fran-Francis me contó cómo me rescataron. Yo... no recuerdo mucho. Gracias, gracias por arriesgar tu vida para salvarme."

"Ya te dije, no tienes nada que agradecerme. No podía hacer otra cosa..." - una arruga se formó en la frente de Demelza por un segundo que Ross no llegó a comprender.

"Estaba tan asustado, cuando no te encontraba y luego cuando no me respondías. Demelza... lo siento. Siento lo que pasó en los últimos días, nunca quise lastimarte. Ni con mis palabras, ni con mis actos..." - Demelza lo observaba atenta. Sabía que si quería que regresaran a la intimidad y compañerismo que tenían, él debía disculparse. "Estoy muy avergonzado por cómo me comporté la otra noche. Yo... no sé lo que se me cruzó por la cabeza."

"Estabas molesto conmigo."

"Esa no es excusa..."

"¿Estás molesto porque lo volví a hacer y esta vez me metí en problemas?"

"No... sí. Estoy furioso, pero no contigo. Fue mi culpa..."

"Tú no me obligaste a trepar por el..." - La voz afónica de Demelza se apagó con un ataque de tos.

"Shhh... shhh... cariño. No esfuerces la garganta." - Ross frotó su brazo mientras ella se recuperaba.

"¿Cariño?" - llegó a preguntar con el último hilo de voz que le quedaba.

"Sabes que te tengo mucho afecto, Demelza..."

Ella lo miraba con ojos bien abiertos, parecían dos faroles en la oscuridad. Negó moviendo la cabeza de un lado a otro sobre la almohada.

"Claro que sí. Te lo he demostrado aquí muchas veces. Demelza... sabes que yo nunca quise este matrimonio. Pero, no reniego de él. Nunca lo haré. Eres mi esposa, la señora de Nampara, una Poldark. Eres mucho más que Margareth, jamás debes compararte con ella. Ella no es nada para mí. No tenía ningún derecho a venir aquí, y no volverá. Te lo prometo. Y respecto... respecto a Elizabeth. Demelza, tú eres una joven lista. Mucho más de lo que me imaginé cuando te conocí. Y creo, creo que debemos ser honestos el uno con el otro si queremos que este matrimonio funcione ¿no es así?"

Demelza asintió lentamente.

"He estado enamorado de Elizabeth desde el momento en que la conocí. Cuando estaba en América, todo lo que quería hacer era volver a Cornwall para casarme con ella. Fue lo que me mantuvo con vida en el campo de batalla... así que te imaginas mi decepción cuando regresé y la encontré casada con Francis." - Demelza lo escuchaba sin pestañar, su corazón parecía estar haciéndose añicos por dentro, pero ella no se movía. - "Pude, pude haberla ido a buscar. Podría haber ido a reclamarle una promesa rota y fugarme con ella. Pero no lo hice. No lo haré. Ella es la mujer de Francis y tú eres mi esposa. Esa es la única certeza. Y en estos meses me he dado cuenta de que eres una buena mujer, trabajadora y honrada... entre muchas otras cosas, claro. Siento un gran aprecio por ti... me atraes. Te deseo más que a cualquier otra mujer que haya conocido. Y no hay nada que no haría por ti. Prometí cuidarte y no faltaré a mi palabra. ¿Crees... crees que puedes vivir con eso? Te prometo que nada te faltará mientras estés conmigo. ¿Puedes perdonarme, cariño?"

Demelza respiraba con dificultad. Era lo que se había imaginado, no se esperaba menos... No podía pretender más. Apenas si movió la cabeza en asentimiento antes de que Ross besara su frente y la estrechara contra su cuerpo. Le tomó un buen rato poder conciliar el sueño. Un buen rato luchar contra la tristeza que la invadía y las lágrimas que querían brotar de ella. Pero no podía hacerlo, no en ese momento cuando estaba en sus brazos.

Fin del capítulo 30


NA: ¿Se habrá solucionado todo?... ¡Gracias por leer!