Las siguientes horas fueron de actividad frenética. Sentados con un café, y un emparedado para el exhausto sanador, le contó todo lo que sabía de aquellos hechizos. Él había sido el creador, con apenas veinte años, de varias pociones para contrarrestar sus efectos.

Al escuchar aquello, Smith no dudó. Mando mensajes a la jefa de pocionistas y a otros sanadores para que acudieran e hizo que Severus repitiera lo que había contado. Recibió todo tipo de miradas, pero nadie se atrevió a levantar la voz contra él. Además de Sirius, había otros cuatro pacientes en estado crítico en ese momento que se iban a beneficiar de los conocimientos de Severus.

Cuando quiso darse cuenta, estaba en el laboratorio de San Mungo. Para alguien como él, era increíble tener acceso a uno de los mejores laboratorios de pociones del mundo mágico. No pudo pararse mucho en ese pensamiento, la jefa y dos pocionistas más le miraban expectantes, dispuestos a trabajar bajo sus órdenes.

Doce horas después de haber llegado a San Mungo, se dejó caer en un sillón de la sala de descanso del laboratorio. No había sido consciente del paso del tiempo hasta que le habían obligado a sentarse y le habían puesto un emparedado delante.

— Le ruge el estómago, Profesor —le había dicho tímidamente uno de los pocionistas, que había sido alumno suyo su primer año en Hogwarts.

Aún así, se negó a comer hasta tener noticias de Sirius y comunicarlas a su vez a los que esperaban ansiosos en casa.

— Los cinco heridos evolucionan positivamente —le contestó seco el jefe de departamento de lesiones producidas por hechizos oscuros.

— Sabremos más en unas horas, pero no le quepa duda de que sus conocimientos han sido vitales en este caso, Snape —intervino Smith con un tono más amable.

— ¿Cuándo podremos verlo? —preguntó en un tono bajo y cansado, consciente de repente de que estaba hambriento y le dolía la espalda del tiempo de pie ante el caldero.

— Coma algo —le dijo el jefe, aún seco—, no queremos que se caiga redondo y tiene cara de estar a punto de hacerlo. Puede acompañarme en media hora cuando haga mi ronda.

No rechistó. Se centró en comer y beber agua, tenía la garganta seca de los vapores del laboratorio. Cuando el sanador apareció, lo siguió sin decir nada, temeroso de que el hombre cambiara de opinión.

La planta estaba silenciosa, lo que le recordó que en realidad eran las cuatro de la mañana. Una sanadora y un estudiante salieron de la habitación justo cuando ellos iban a entrar. Ella habló en voz baja con su jefe un momento antes de saludarle con una inclinación de cabeza y marchar con su estudiante pasillo abajo.

— Aunque haya visto esto antes, tengo que avisarle de que va a ser un shock —le dijo con voz sorprendentemente empática el sanador antes de abrir la puerta.

Tomó una profunda bocanada de aire antes de entrar, pero lo soltó todo de golpe al ver la figura sobre la cama. Su mente racional le dijo que tenía el aspecto que cabía esperar por las pociones, que estaban renovando la piel maldita por el fuego. Esa piel debía caer para que otra de las pociones ayudara a crear piel nueva.

Pero su estómago se apretó igualmente. El pelo había desaparecido por completo, no había melena ni cejas ni pestañas.

El sanador le miraba desde la puerta, serio.

— Dígale a su familia que mejora, porque es la verdad. Pero decida usted si es conveniente que le vean así, es una imagen que cuesta olvidar.

— Gracias, sanador.

— Vaya a descansar Snape. Y vuelva a mediodía si quiere verlo. Le mandaré una lechuza si hay novedades.

Cuando salió de la chimenea de Grimmauld Place se encontró a los Tonks y a Remus esperando. Fue capaz de sonreír antes de decirles, con voz ronca, que todo saldría bien.


Se me hace dura la imagen de Sirius quemado, pobre Severus. Ya estamos llegando al final, amigues...

¡Hasta mañana!