Hola mis queridxs! He aquí el último capítulo.
Mil disculpas por la demora, pasaron muchas cosas.
Me tomaré el trabajo de responder cada review, lo prometo.
Muchísimas gracias por acompañarme en este hermoso viaje, no hay forma en que pueda expresar con justicia mi enorme gratitud. Espero que les sea grato el final de la historia. Voy a estar ansiosa de leer sus comentarios, de los buenos y los malos.
Les mando un abrazo grande.
Esta historia es sin fines de lucro, siendo mi única ganancia el placer de escribir. Los personajes de Ranma 1/2 son propiedad de Rumiko Takahashi.
ERES MÍA
Cap 28: Promesas cumplidas
-¡Ahora! _gritó a la muchedumbre tras él, alzando el brazo en señal de avance.
Irrumpieron por el ingreso lateral del palacio, por aquel donde se ingresaban alimentos a ser clasificados y almacenados en la despensa junto a la cocina.
Tenían que ser rápidos, pero cautelosos a su vez. No quería advertir a nadie de su presencia, pues suponía que el General Kudo estaba detrás de esto.
No sabía a ciencia cierta cuántos de sus hombres permanecían fieles al rey y cuántos se habían rebelado. Prefería creer que el general que una vez tanto admiró supo jugar sus cartas valiéndose de la confianza y respeto que los soldados sentían por él para ubicar las formaciones estratégicamente lejos de la ceremonia, distrayéndolos así de lo que realmente acontecía en el interior del jardín. El escudero fervientemente quería creer que cada uno de ellos desconocía las verdaderas intenciones detrás de la orden impartida por su superior, y que su lealtad seguía estando por sobre todas las cosas con el Rey Gemma y su heredero.
Mientras avanzaba confirmaba su sospecha, porque todos los guardias que debían estar patrullando aquellos sectores estratégicos del palacio, no estaban en su lugar.
Casualmente, los pasillos que conectaban con las habitaciones de la realeza permanecían sospechosamente accesibles. En esas habitaciones estaban precisamente los principales pasadizos, ya no tan secretos.
Continuaban marchando en dirección al jardín. Y de nuevo el vacío. Toda formación que debiera estar custodiando el acceso interno al jardín estaba ausente.
Pronto comenzaron a escucharse clamores, lloriqueos, gritos y el sonido de hojas de metal chocando contra sí.
Indicó a sus soldados esperar atentos, mientras él se acercaba al lugar para apreciar lo que estaba sucediendo.
Apenas se asomó, escondiéndose con experticia tras una columna, vio cómo unos hombres con el inconfundible uniforme amazona vigilaban celosamente una de las entradas internas al jardín.
¡Tenían razón!, pensó. El matrimonio del estado de la perdición estaba en lo correcto.
La identidad de quienes hasta ese momento permanecía desconocida fue develada ante sus ojos. Poco importaba ya. El palacio en efecto fue atacado y seguramente los hombres de confianza del General Kudo estaban entre aquellos sospechosos que solían reunirse en las calles de mala muerte del estado de los Mikado, planeando de forma vil el ataque contra los Saotome.
Acertó al haber confiado en sus instintos. Ante la sospechosa actitud del General en los últimos tiempos decidió preparar un ataque defensivo por su cuenta. Es que era imposible pensar en invadir el reino sin que su poderoso ejército lo supiera o pudiera, en todo caso, responder exitosamente al ataque invasor. No existía posibilidad alguna de vencer a los Saotome, mucho menos en su territorio. A menos que el propio ejército decidiera retroceder ante el avance enemigo. ¿Quién tendría el poder suficiente para doblegar a las filas de su ejército, sino fuese el mismo general que las conducía?
Secretamente se reunió entonces con cada jefe de familia del pueblo de la amada consorte y junto a ellos prepararon a sus mejores hombres para atacar ante el menor movimiento sospechoso en sus tierras, mientras mujeres y niños fueron instruidos a esperar en sus casas con agua hirviendo, piedras, hachas y demás objetos contundentes que sirvieran para defenderse si la batalla ganaba las calles del pueblo.
Con tan solo tres decenas de soldados bajo su mando, en pocos días intentó entrenar ocultamente a los hombres del pueblo que voluntariamente se ofrecieron a luchar. Estaba, para todo el mundo, incluso para su señor, patrullando la zona de las cosechas por rumores recientes de posibles invasores.
Luego de analizar brevemente el escenario decidió, con la experticia que lo caracterizaba, avanzar hacia uno de los guardias. Lo atacó por la espalda, degollando su cuello en el acto mientras se dispuso a esquivar el ataque de un segundo usando el cuerpo del agonizante soldado como escudo, el cual recibió de lleno el cuchillo que había sido impulsado en su dirección. Lanzó entonces el cuerpo del soldado sobre su atacante, que cayó al piso como plomo debido al importante peso del enorme hombre, ahora sobre si. Ryoga reaccionó justo a tiempo para bloquear con su espada una nueva arremetida por parte de un tercer hombre, a quien golpeó certeramente en el rostro con su mano libre. Ante el aturdimiento del amazona por el golpe recibido, Hibiki aprovechó para hincar su espada directamente al corazón enemigo. Dirigió ahora sus pasos hacia el único soldado que todavía respiraba para dar el toque final, justo cuando éste acababa de retirar el peso muerto sobre él. Le concedió una muerte rápida con su propia daga arrebatada de sus manos segundos antes de insertarla profundamente en su garganta, dando por finalizado el breve enfrentamiento.
Es que a pesar de que los amazonas eran muy buenos guerreros, los estilos de lucha eran por completo diferentes. Ellos eran atléticos y veloces, acostumbrados a usar armas pequeñas si bien poderosas. Los Saotome manejaban espadas grandes y pesadas, pero eran expertos en ellas y sus variantes.
Despejada la entrada, retrocedió sobre sus pasos e indicó a sus tropas avanzar con sigilo.
Cuando todos estuvieron listos ingresaron abruptamente al lugar.
Con la orden de derribar a cada soldado amazona y liberar a todos los invitados, los soldados, los expertos y también los novatos, comenzaron de inmediato con su tarea bajo la dirección del escolta del Príncipe Ranma, .
Al advertir su presencia, los amazonas fueron a su encuentro.
De inmediato, Ryoga reconoció a un gran número de soldados desertores.
El plan contra los Saotome parecía cada vez más grande y complejo.
¿Qué vínculo posible existía entre los desertores y los amazonas?, se preguntó.
Podía entender las razones detrás del ataque de los ex-soldados. El rencor y la sed de venganza eran motivos suficientes para arremeter contra el reino que los expulsó. Pero la presencia de los amazonas lo habían sorprendido. ¿Acaso no eran aliados?
No pudo continuar con sus cavilaciones pues dos pares de oponentes se lanzaron directo hacia él. Nadie desconocía el poderío del joven militar y más de un desertor había probado el acero de su espada. No era de extrañarse que aprovecharán este inusual encuentro para cobrárselas.
Cuando terminó con ellos, demostrando una vez más por qué era el escudero del heredero al trono, continuó su avance entre el gentío en dirección a la familia real. Debía rescatar al Príncipe, a su Rey y a su querida amiga.
Sin embargo, no lograba divisar dónde se encontraban.
Un gran grupo de gente rodeando algo o alguien llamó su atención.
Hacia ellos decidió orientarse. Con cada paso que daba en aquella dirección veía a sus hombres luchar con todas sus fuerzas. La realidad era lamentable, pues los superaban en número y experiencia. Muchos de ellos caían a su lado en manos del enemigo. ¡Tenía que hacer algo!, resolvió con urgencia. más. Desafiando su suerte y siguiendo su intuición, interceptó al más veloz de sus soldados indicando escabullirse por el palacio hasta la entrada principal del castillo, lugar donde seguramente estarían todos los soldados reunidos inútilmente. Le dio su insignia e instruyó que los convocase con urgencia al jardín principal donde una vil jugarreta de sus enemigos estaba poniendo en riesgo la vida de su rey.
El joven soldado con suma habilidad se hizo camino entre el caos acontecido, logrando abandonar el lugar con la orden de su General a ser transmitida.
Hibiki siguió avanzando, encontrándose a cada paso una mayor resistencia. Los amazonas también lo habían identificado: era el hombre de confianza del heredero a la corona. No iban a desaprovechar la oportunidad de vencerlo y llevarlo ante su jefe.
Herido y agotado, respondió cada arremetida. Sus hombres lo divisaron luchando contra el increíblemente cobarde número de oponentes, y corrieron a su lado a protegerlo.
Gracias a ello lo vio con claridad. Distinguió a su Príncipe en medio de la ronda de gente. Estaba enfrentándose a duelo contra otro hombre de larga cabellera, un amazona según infirió por sus ropas. No podía creerlo. ¿El joven Mousse? ¿El amigo a su Amo peleando contra él? ¿Cómo era posible? El príncipe creía en él. En estos últimos años fue su confidente y su consejero de confianza.
Y luego todo tuvo sentido, porque las mujeres amazonas no tenían excusa alguna para luchar en este momento, no ahora cuando habían conseguido lo que más deseaban.
Él era el único amazona que podría estar implicado, sin entender todavía el porqué de su vil acto.
Entonces se acercó aún más y vio a su señora siendo aprisionada… por ese hombre. Entendió de esta manera el enorme error que había cometido y el precio que por su culpa Akane estaba por pagar.
Los soldados desertores estaban allí gracias a Touma, estaba seguro de eso. Pero la conexión entre el ex prometido de su señora y el amazona seguía siendo un enigma.
Con infalible resolución continuó avanzando. Debía salvar a su señora. El príncipe había sido muy claro al respecto, que ella siempre estaba primero.
Un repentino golpe en su cara corrió el foco de su atención hacia el suelo. Para cuando pudo encargarse de su asaltante y volver su vista hasta Su Majestad presenció con claridad el momento exacto en que el Rey Genma se interponía entre el cuerpo de su hijo y la filosa espada del amazona.
-¡No, Su Majestad! - exclamó el escudero con horror.
Había llegado tarde. Su Rey había sido abatido y probablemente el próximo en caer sería el príncipe.
Tres ex soldados del reino de los Saotome bloquearon su paso una vez más, impidiendo su acceso a la abatida familia real. El enemigo estaba decidido a acabar con su existencia.
A pesar de la lucha que libraba la escuchaba clamar por él, con desespero, con impotencia.
Podía oír también la voz de su príncipe, lamentándose por su padre.
Incluso distinguió cuando el amazona ordenó a su señora acercarse al cuerpo maltrecho de su esposo.
Y mientras batallaba con sus últimas fuerzas liberándose finalmente de los enemigos, escuchó a la Reina Madre declarar la victoria de Mousse.
Todos se paralizaron ante su resolución.
Nadie se atrevió a dar un paso en falso, apuntando recíprocamente sus amenazadoras espadas los unos a los otros.
El llanto enfurecido de la princesa heredera inundó el lugar.
Ante la escandalosa reacción Ryoga comprendió por fin el motivo de la traición del joven Mousse.
-Puedes hacer uso de tu derecho, toma a tu mujer y vete de aquí _ sentenció Cologne.
Era ella. La razón de toda esta masacre fue ella, concluyó el escudero con indignación.
-¡Vámonos! _ vociferó el traicionero.
Tomándolo desprevenido ante el caos comenzó a desatarse nuevamente a su alrededor, recibió un golpe en la nuca que lo dejó completamente aturdido, provocando su caída contra el duro suelo del jardín real.
El mundo se volvió difuso para el valiente escudero. Corridas, gritos, espadas chocando, gente cayendo. Todo se transformó en un escenario casi irreal.
-Mi General, levántese _dijo un soldado tomándolo del brazo en un intento de incorporarlo.
Ryoga se puso de pie todavía mareado como efecto en parte del golpe que le dieron, en parte por la sangre que perdió en el campo de batalla.
Estaba sumamente debilitado. Aún así no se consideraba vencido.
Jamás.
-¿Dón-dónde está?
-Están huyendo, Mi Señor.
-¡El Príncipe! repentinamente exclamó explicándose.
Caminando todavía de forma torpe y errática, se aproximó al cuerpo inconsciente del príncipe. A su lado estaba el Rey Genma letalmente herido.
Del cadáver de Cologne, unos metros más atrás, seguía brotando sangre por el enorme corte que atravesaba su cuello.
Lady Ukyo, de rodillas junto a su esposo, lloraba por ayuda a la nada misma, pues las bajas eran considerables y nadie podía socorrerla.
Lady Kodachi, por su parte, no aparecía por ningún lugar... al igual que Lady Akane.
Su corazón se contrajo ante tal conclusión. ¿Se habían llevado a Su Señora?
-¡Mi General! _ alguien gritó a sus espaldas.
Era el joven Hinata, y detrás suyo comenzaron a asomarse las filas de sus soldados que no lograban esconder la sorpresa y el horror en sus caras al contemplar la escena que comenzó a aparecer ante sus ojos.
-¡A-aquí! _gritó con dificultad el escolta real.
Los soldados llegaron junto a él.
-¡Llévense al Rey! Busquen a algún médico… si es que alguien continúa con vida _ indicó reconociendo a pocos metros de distancia el cuerpo sin vida del médico de mayor jerarquía.
Obedeciendo sus órdenes, tomaron el cuerpo ensangrentado del Rey llevándolo al interior del palacio.
Dirigiendo ahora su total atención al príncipe, preguntó a la mujer que estaba velando por él.
-¿Lady Ukyo… él?
-Aún respira... pero su pulso es muy débil. Yo… yo no sé qué haré si muere, yo… por favor… ¡Por favor! ¡Debemos ayudarlo! _gritó histérica, con su rostro bañado en lágrimas.
-Debemos llevarlo a sus aposentos también_ resolvió_ Hinata, ve a buscar al doctor Tofu, el cuñado de Lady Akane. Debe estar en la casa de su suegro. Pídele que traiga consigo cualquier tipo de ayuda que pueda obtener para curar a los heridos. Lleva contigo una decena de hombres… no sabemos cómo están las calles del pueblo.
Hinata aceptó las nuevas órdenes del escudero y partió del lugar de inmediato.
-Mi General, ¿perseguimos a los desertores? _ consultó otro militar.
-No, solo asegúrense que el castillo esté despejado. Vigilen cada entrada, cada túnel, cada maldito hueco. Solo cuando el palacio esté resguardado envíen a los hombres a rastrillar el pueblo.
-Sí, Mi Señor.
- ¡Daiki! _ convocó con urgencia.
-¡A sus ordenes!
-Junta a tus soldados y revisen cada pasadizo del palacio. Tú los conoces a la perfección. Lady Akane fue secuestrada, encuentren alguna pista sobre su posible derrotero.
-Como ordene, General.
Ryoga presenció cómo el cuerpo desvalido de su príncipe era llevado al interior del palacio. Rogaba a los cielos que Su Señor permaneciera con vida.
Todo fue una tragedia. Padre e hijo, el Rey y su Príncipe heredero, ambos entre la vida y la muerte.
-¡Otani! _siguió indicando _ Lleven a todos los invitados al salón de asuntos reales. Que los revisen en búsqueda de heridas. Clasifiquenlos según su gravedad. Toda sirviente que siga de pie deberá atender a los heridos. Todo hombre que pueda moverse, que ayude a apilar los cuerpos que se vayan encontrando dentro y fuera del palacio. Debes identificarlos siempre y cuando sea posible.
-En seguida, Señor.
Ahora que cada soldado tenía asignada una tarea, el escudero se propuso ir en búsqueda del cómplice de tal tragedia. Kudo se lo pagaría con su propia vida, y la de toda su descendencia.
Con dificultad, respiró profundamente antes de dirigir sus pasos en dirección a la salida norte del jardín, hasta que de repente una voz a sus espaldas lo detuvo.
-¡Ryoga!
El aludido giró en dirección a la dulce voz.
Era ella, estaba allí, respirando.
-A..Akane _enunció con alivio.
La muchacha, con lágrimas en los ojos corrió hacia él, fundiéndose en un necesitado abrazo.
-Pensé… pensé que te habías ido _le dijo al oído.
-No… no pude… no quise.
-Fue él, ¿verdad?
Akane se apartó de su amigo para poder verlo a la cara.
-Lo dejaste vivir.
-Fue un grave error. Debí haber cumplido con las órdenes que me dio Su Majestad.
Akane negó con su cabeza frenéticamente y volvió a abrazarlo con ímpetu.
-No, él no merece morir. Créeme, es un buen hombre. Gracias, Ryoga. Siempre te estaré agradecida.
Sus palabras aliviaron el culposo corazón del militar. Porque si ella se lo agradecía, entonces todo había valido la pena.
-Ryoga, ¿Dónde está? _inquirió separándose de él_ ¿Acaso… acaso él...?
-No, Akane _respondió comprendiendo lo implícito en sus palabras_ Lo llevaron a su recámara. Mandé a buscar a Tofu. El médico real ha muerto. Solo queda el médico de los siervos, pero él debe estar cuidando del Rey.
-¡Llévame con él! Yo… yo cuidaré de él hasta que llegue Tofu.
Ryoga asintió y tomando de la mano a la Cuarta Consorte cumplió con su deber de escoltarla hasta la habitación del heredero.
Al llegar, Ukyo estaba junto con otras siervas limpiando sus serias heridas.
Akane lo vio inconsciente sobre el lecho, sintiendo de repente un agudo dolor en el pecho.
En ese momento entendió que tenía miedo. Estaba aterrada de perderlo. Sentía que si él moría ella no podría seguir en pie. Porque Ranma era su todo.
Finalmente entendió lo que pasaba en su corazón de la peor manera. ¿Ya era tarde?
Saliendo del estupor caminó apresurada hasta la cama.
-¡Ranma! _exclamó soltando una lastimosa angustia junto a su llamado.
-¿Qué haces aquí? _cuestionó colérica Ukyo_ ¿Acaso tu amante no vino por ti?
-¿Cómo está? _preguntó ignorando el agravio de la primer esposa_
-¡Vete de aquí! ¡Eres libre de volver a los brazos de tu amante!, ¿no es eso lo que querías?
-¡Ukyo, por favor! ¡Déjame ayudarlo! _pidió intentando acercarse a él.
La Primera Consorte se interpuso, empujándola bruscamente.
Akane retrocedió ante la arremetida, cubriendo su vientre instintivamente con sus brazos.
No va a dejar que nadie la lastime.
-¡Todo esto es tu culpa! ¡Ese hombre vino por ti!
-¡Fueron los amazonas quienes vinieron por Shampoo! _necesitó aclarar.
-¡Pero Ranma peleó por ti! ¡Porque tu vida estaba en las manos de aquel tipo, no pudo pelear con todas sus fuerzas! ¡Tú lo distrajiste todo el tiempo con tu mera presencia, con tus gritos y lloriqueos! ¡Tú lo mataste!
-¡No! ¡Yo nunca quise eso! _expresó Akane sintiéndose culpable.
-¡Por tu culpa él está a punto de morir! Mi suegro seguramente ya debe estar muerto, todo por ti! ¡Vete de aquí, solo traes desgracias!
-¡Mi Señora! _gritó con horror una de las sirvientas interrumpiendo la discusión.
El cuerpo de Ranma estaba sacudiéndose sobre el lecho.
-¡Ranma! _gritó Ukyo, volteando hacia él.
-¡Está convulsionando! _dijo Akane corriendo hacia su príncipe_ ¡Está volando en fiebre! _aseguró al tocar su rostro_ ¡Preparen la bañera, llenenla con el agua más fría que puedan conseguir! _indicó a las mujeres presentes en la habitación.
-¡Tú, muchacho, ayúdame a desvestirlo y llevarlo a la bañera! _demandó con apremio a un joven soldado.
Ukyo solo podía llorar. El amor de su vida, su amigo y confidente estaba muriendo.
-¡Ukyo, busca algunos trapos de algodón para que podamos reposar sobre su frente y debajo de sus axilas! ¡Pide que preparen una infusión con jengibre, eso ayudará con la fiebre!
Ukyo sin embargo permaneció inmóvil, perturbada ante la imagen de su esposo convulsionando.
-¡Ukyo! ¡Ve! _vociferó Akane sacándola del estupor.
Finalmente la Primera Consorte reaccionó y salió en búsqueda de lo que Akane indicó. A pesar de que una parte suya se negaba a obedecer a la campesina que tanto daño le había hecho, su esposo necesitaba ayuda y ella no podía perder el tiempo en disputas.
Llevaron el cuerpo de Ranma a la bañera. Las sirvientas comenzaron a llegar con baldes de agua del río, agua prácticamente helada debido a la creciente. Cuando el liquido comenzó a cubrir el maltrecho cuerpo del Príncipe, la bañera quedó teñida de color carmesí.
Akane empezó a mojar los cabellos del hombre inconsciente. Su rostro, sus extremidades y su pecho fueron lavados por la mujer.
Mientras, la consorte le rogaba con todas sus fuerzas que por favor no se rindiera , que ella tenía algo muy importante que decirle. Que no se había ido de su lado y que jamás lo haría.
Los minutos transcurrieron y las convulsiones cesaron. El semblante adolorido del joven esposo finalmente se había apaciguado. Sus heridas, apenas cubiertas con trapos improvisados, sin embargo seguían sangrando.
Cuando la fiebre descendió lo llevaron de vuelta a su cama. Akane dejó los paños que trajo Ukyo bañados en agua fría sobre su frente y bajo sus axilas.
Con suma dificultad comenzó a introducir la infusión en la boca de su esposo, mojando sus labios con otra tela bañada en el té medicinal.
Luego de dos horas en que la consorte cuidó a su esposo con devoción llegó finalmente su cuñado.
Al verla exhausta le pidió que descansara mientras él trataba las heridas del heredero. Como era de esperarse, la menor de los Tendo se negó. Pero cuando el médico mencionó que su cuerpo sufriría los efectos de su terquedad, accedió a la recomendación de su cuñado.
Horas más tarde la despertó una mano acariciando sus cabellos.
-¡Ranma! _exclamó incorporándose de inmediato sobre su cama.
-No, mi niña. Soy yo.
Los ojos de Akane se llenaron de lágrimas. De alegría, por ver a su Kasumi junto a ella, de tristeza porque era no era su esposo quien la despertaba.
-¡Oh, ven aquí, mi pequeña! _la invitó al confort de sus brazos maternales.
Akane no dudó en aceptarla.
-Kasumi, yo… todo fue demasiado.
-Lo sé querida, ya pasó, ya pasó. Estás a salvo.
Se abrazaron por un largo rato, hasta que las lágrimas de la consorte dejaron de fluir.
Más tranquila, Kasumi le contó todo lo acontecido en las últimas horas. La llegada de los invasores al pueblo y a su casa. Cómo el nombre de Touma fue enunciado por la boca de aquellos maleantes. Describió cuando el pueblo salió a defender las calles al ver a las filas enemigas escapando del palacio. Y finalmente la llegada de Touma a su casa solo para despedirse por siempre, llevándose consigo a los tipejos que habían irrumpido momentos antes.
Akane se enteró además que Ryoga había planificado un ataque secreto ante los rumores de un posible ataque, informados por sus aliados, de una posible arremetida. Y cómo todo hacía sospechar de la traición del General Kudo.
-¿Y Ranma? ¿Cómo está Ranma? _preguntó con apuro.
-Sigue inconsciente, pequeña. Pero Tofu ya curó sus heridas y le dio medicamentos para controlar la infección que una de las heridas generó.
-Por eso la fiebre _concluyó.
-Por eso la fiebre, sí. Me dijo que hiciste un buen trabajo. Si no hubieses controlado la temperatura podría haber muerto.
Akane sintió escalofríos con tan solo imaginar ese desenlace.
-Pero ya está estable _continuó explicando Kasumi_ Solo que…
-Dime Kasumi _insistió al verla dubitativa.
-Solo que no sabe cuándo despertará.
-¿Pero… por qué? Si él ya está estable, ¿no es así?
-Perdió mucha sangre, hermana. Además se sometió a un enorme estrés.
Akane sintió nuevamente la angustia avanzando sobre ella. ¡No era justo! ¿Por qué el destino se empeñaba en hacerla miserable? ¡Justo ahora!… ¿Qué haría sin él?
-Ranma despertará, Akane. Él luchará por volver a ti.
-Me vio _dijo de repente_ ¡Me vio partir con Touma!, ¡Él… me dio la libertad, Kasumi!. ¿Y si cree que me fui? ¿Y si se rinde? _expresó con pánico.
-Debes hablarle, querida, _explicó tomándola de las manos_ Él te escuchará y despertará para estar contigo. Es un hombre fuerte, va a salir adelante, créeme.
Akane quiso confiar en las palabras de su hermana, aunque aquella voz en su cabeza se empeñaba en recordarle que por su culpa lo habían herido con tanta gravedad.
Un golpe en la puerta interrumpió su charla.
Era Tofu, que vino a contarle a su cuñada el estado de su esposo.
Tal como aseguró Kasumi, él se encontraba estable pero no podía asegurar cuando recobraría la consciencia.
Pidió a la consorte que no desespere, que confíe en la fuerza de Ranma y en los cuidados que de allí en adelante ellos tendrían con él.
Akane asintió, compartiendo una tímida sonrisa. Intentó incorporarse de su lecho para volver junto a su esposo, pero un mareo inesperado casi la hizo perder el equilibrio.
-Déjame revisarte, Akane _pidió el médico recostado a la consorte nuevamente en su cama_ Déjenos solos, por favor _solicitó a quienes estaban a su alrededor_ Revisaré tu pulso.
Quedando los dos en la habitación, procedió a evaluar su estado de salud.
Puso dos dedos sobre la muñeca de la consorte. Frunció el ceño, al sentir los latidos irregulares.
Y luego, como si las piezas encajaran, le preguntó.
-Akane… ¿acaso tú?
La consorte, comprendiendo el descubrimiento de su cuñado, sólo pudo asentir con una orgullosa sonrisa.
-Es un secreto, nadie puede saberlo todavía.
-¿Ni siquiera tú familia?
-Nadie _enfatizó.
-Comprendo. Te dejaré estas hierbas. Prepara infusiones con ellas, te darán vitaminas necesarias de aquí en adelante. Debes descansar y alimentarte apropiadamente, ¿entiendes?
-Entiendo.
-Descansa.
-¡Tofu! _ lo llamó deteniendo sus pasos_ ¿Qué pasó con el Rey?
Un silencio letal se instaló en la habitación, borrando todo atisbo de alegría.
-Akane… hicimos lo posible pero, su edad…
-Comprendo.
Ya le habían informado sobre lo ocurrido con su suegro horas antes mientras cuidaba de Ranma, pero ella se rehusaba a creerlo. Ahora las palabras de su cuñado fueron suficientes para asimilar que lo que le dijeron era cierto.
-Descansa, más tarde vendrán Nabiki y tu padre a cuidar de ti.
Se despidieron entre silencios incómodos.
Tristeza e incertidumbre contaminaban el aire.
Así transcurrieron los días que siguieron.
Akane cuidaba de su esposo con devoción. Cambiaba sus vendajes, desinfectaba sus heridas, lavaba su cuerpo entero y susurraba en sus oídos las palabras más bellas y amorosas que Ranma podría haber escuchado.
Por las noches volvía a su recamara a cuidar de sí misma, luego de dejar un casto beso en los labios de su esposo y la súplica de terminar con su largo descanso.
Sabía que una vez que ella partiera la Primera Consorte ingresaría junto a él. Nunca lo acordaron, simplemente pasó, como si fuera un acuerdo tácito entre las dos esposas para cuidar de su marido padeciente.
No le molestaba, él era su esposo también.
También era su gran amor, y sabía que los sentimientos de la mujer eran sinceros.
Akane solo quería que despertara. Nada más importaba. Ni Ukyo, Kodachi o Touma.
Ni todo el caos en el que había caído la región entera luego del asalto al reino de los Saotome.
La desconfianza reinaba en cada rincón de la nación luego de confirmar la traición de Kudo, quien fue puesto en prisión por el mismo Hibiki.
El mismo día en que todo aconteció el escolta partió en búsqueda del infiel General, quien al saber que su deslealtad fue descubierta, se dio a la fuga de inmediato.
No llegó muy lejos, pues a pesar de lo malherido que se encontraba Ryoga dio con él de inmediato, sacando las fuerzas necesarias del rencor y desagrado que sentía por el que alguna vez fue su ejemplo a seguir.
El escolta asumió temporalmente el mando del ejército por indicación de las consortes, llevando a cabo junto al ministro de justicia las investigaciones por el asalto al palacio.
Provisoriamente, también, Ukyo asumió el trono al ser la máxima autoridad de la monarquía Saotome con vida, o por lo menos consciente. Sin embargo, el poder real estaba sostenido por los ministros, quienes no dudaron en aprovechar la ausencia del rey para aumentar sus ganancias y poder, presionando a la consorte en la aprobación de cuánto decreto y ordenanza se les antojara. La Primera Consorte estaba sumamente devastada como para notar la manipulación de los ministros. Akane intentaba participar de las asambleas advirtiendo de la situación, pero pronto descubrió el desprecio y rechazo que tenían hacia su persona. Su voz no era escuchada ni respetada, por lo que era inutil perder el tiempo allí. Tenía que lograr que su esposo despertara lo antes posible para que pusiera en orden al reino entero. Así que resolvió ocupar todo su tiempo y fuerzas en cuidarlo durante las horas de sol, dejando a la primera esposa lidiar con el poder.
Decenas de siervos murieron en la sangrienta ceremonia. Algunos invitados de alta cuna también encontraron el final de sus días. Entre ellos Lord Kuno Tatewaki, cuyo cuerpo fue descubierto en los pasillos del palacio. Akane no podía decir que se alegraba de su muerte, pero por una extraña razón comenzó a creer en la justicia divina. Algunos otros estaban desaparecidos, como la mismísima Lady Kodachi de quien nadie sabía si había muerto o había logrado huir de alguna forma. Todavía continuaba el trabajo de identificar los cuerpos para darle sagrada sepultura. Así que no estaba descartada la posibilidad que entre ellos apareciera la Tercera Consorte Saotome.
Su hermana Nabiki le transmitió en su primera visita que la calma había vuelto al pueblo. Los hombres que se ofrecieron a defender el palacio junto a Hibiki fueron recompensados económicamente. A los caídos en batalla se les dedicó una ceremonia funeraria con honores, otorgándoles el reconocimiento póstumo de Héroes de la Nación, compensando económicamente de igual manera a sus familias.
Todos estaban aguardando, sin embargo, que Ranma despertase de sus ya largos días de inconsciencia.
El peor escenario comenzaba a dibujarse, pues habían pasado tres semanas, por lo tanto veintiún días, sin un jefe de estado. Y ello revestía un riesgo enorme, porque a pesar de no tener noticias alarmantes por fuera de sus fronteras, todo el panorama político después de la coronación sangrienta había cambiado.
La paz que había sido sostenida por años se había derrumbado.
Tal es así que una mañana llegó la noticia de que en un mes se presentaría a las puertas del palacio el sobrino mayor del Rey Genma para reclamar su derecho al trono.
Nadie lo conocía personalmente, pero todos sabían que tanto él como su padre habían estado esperando con ansias este momento. En los primeros años de vida de Ranma rogaban porque el niño no sobreviviera siendo víctima, como solía ocurrir, de alguna enfermedad letal o por lo menos discapacitante. Luego en sus años de entrenamiento militar, esperaban la noticia del trágico deceso del heredero en el campo de batalla. A medida que la reputación del príncipe empeoraba, aguardaban que alguno de sus enemigos se cobrara las ofensas que el arrogante Príncipe le había proferido, contratando algún asesino o comprando la lealtad de algún siervo para que envenenase sus alimentos. Nada de esto había ocurrido. Ranma era un hombre fuerte, sagaz y brillante, no sería tan fácil derribarlo. Ellos eran demasiado cobardes como para armar una rebelión en su contra o planear su ejecución. Empero, la última esperanza estaba puesta en el hecho de que a pesar de los años que llevaba el muchacho casado con tres bellas mujeres, ni un solo heredero había nacido, muy a diferencia de su primo que tenía ya cinco hijos varones en línea de ascenso al trono. Habían comenzado un fino trabajo político en dirección de declarar al príncipe impotente, culpándolo de poner en riesgo a la nación por ser incapaz de procrear descendencia. Estaban a muy poco de lograr el apoyo necesario para elevar la denuncia al trono, cuando se supo que la Segunda Consorte estaba encinta.
Ahora, tanto el rey como el príncipe estaban fuera de juego gracias a esta bendecida consorte.
Había llegado inesperadamente la oportunidad de oro que ambos estaban esperando. Y por supuesto, no se atreverían a desafiar su suerte.
Ese atardecer Akane recordó el cuento que su hermana le relataba cuando era una niña, aquel sobre una princesa que por un hechizo permaneció dormida por años junto con todo su pueblo. Para romper el hechizo debía recibir el beso de su verdadero amor. Fue así que después de décadas de imperturbable descanso, un joven hombre dio con el lecho donde la desafortunada mujer dormía profundamente. Cautivado por su inusual belleza besó sus labios. La princesa despertó entonces de su largo sueño y con ella todo el reino, rompiendo por fin la maldición. "Así de poderoso es el amor", solía explicar Kasumi a su pequeña hermana que encontraba la historia un tanto ridícula.
Ahora de grande, después de todo lo que había vivido, Akane supo que las palabras de su hermana no podían ser más ciertas. Por eso, justo antes de retirarse a su desolada habitación, besó los labios de su amante y le pidió al oído.
-Ya es hora de despertar, mi príncipe durmiente. Te estamos esperando…
Acarició sus cabellos una última vez y luego de secar las lágrimas que caían por sus mejillas dejó al durmiente guerrero, deseando que el hechizo de una vez se rompiera gracias al poder de su amor.
Agitado.
Así despertó. Sentándose súbitamente sobre la cama, sintiendo que el aire escaseaba de sus pulmones.
Estaba transpirado.
Su visión, borrosa.
Su corazón martillaba en su pecho con premura e intensidad.
Cerró los ojos de inmediato, pues la intensa luz de la ventana lo cegaba.
Y entonces la punzada en su cabeza se hizo presente, aturdiendo sus oídos.
Movió sus piernas, sintiendo como cada músculo de su cuerpo dolía en el acto.
Se quedó quieto, esperando que su cuerpo se acomodase a los estímulos que lo rodeaban e invadían.
Abrió lentamente los ojos una vez más y miró a su alrededor. Reconoció el lugar de inmediato, y luego al llevar sus ojos a su cuerpo vendado lo recordó.
La ceremonia de coronación.
La sonrisa satisfecha de Shampoo.
Los ojos tristes de Akane.
Los invitados expresando falsas felicitaciones.
La sonrisa cálida de Akane a la distancia, transmitiéndole confianza.
Los gritos repentinos.
Las corridas desesperadas.
El filo de las espadas.
Y aquel hombre aprisionando a su consorte más amada.
Recordó la traición de quien creía su amigo.
Recordó como Akane lo llamaba preocupada.
Después, la pelea por el amor de una mujer. En su caso, por Akane.
El cansancio, temor, apremio, nerviosismo.
Todo eso vino a su cabeza mientras escenas de la lucha se abarrotaban en su consciencia.
Y luego la escena final.
Su padre cayendo ensangrentado a su lado.
Su Akane siendo llevada por aquel hombre que creía muerto.
Todo se volvió negro, sin ella todo era oscuridad.
Sin ella, su Akane.
Recordaba que le había dado la libertad, eso que tanto ella deseaba.
Su amada esposa se había ido. Para siempre.
Sus ojos se humedecieron. Su garganta se cerró por completo. Sus manos comenzaron a temblar mientras la desesperación se apoderaba de él.
Su peliazul se había ido… ¿Qué sería de él?
Morir. Eso era mejor que estar sin ella, pensó.
Así que haciendo caso omiso al ardor expandiéndose por sus músculos, se paró del lecho que lo había alojado por semanas. Y completamente acongojado pero firmemente resuelto, se dirigió a la habitación de su esposa.
Todavía debían estar sus ropas, ¿no? ¿Cuánto tiempo había pasado? Debía existir aún algún rastro de su aroma entre sus prendas, tal vez en sus sábanas.
Si iba a morir quería hacerlo rodeado de su olor.
Llevaba entre sus ropas la daga que llegó a recoger de su mesa de luz antes de abandonar su dormitorio.
Muchos siervos lo vieron pasar atónitos.
¡El Príncipe Ranma había despertado!
¡Debían avisar a Su Señora!
¡Debían anunciar al pueblo entero que por fin el Príncipe había recobrado la consciencia!
Se postraban a su paso.
Lo saludaban felices.
Los pasillos del palacio se llenaron de exclamaciones de asombro y expresiones de verdadera felicidad.
Sin embargo Ranma no podía registrar nada de lo que estaba sucediendo a su alrededor a medida que avanzaba hacia la habitación de Akane.
Sus pensamientos, sus sentidos y pasos estaban orientados a encontrar lo que quedaba de ella en las frías paredes de ese maldito palacio.
Al llegar, Yuka abrió los ojos como platos. Ella estaba en el pasillo, instruyendo a una sierva sobre cómo preparar las nuevas infusiones que el Dr. Tofu había dejado el día anterior.
-¡Mi… Príncipe! _exclamó la muchacha.
Ranma abrió la puerta con impaciencia, haciendo caso omiso a la muchacha que lo llamaba.
Y ahí estaba.
Todo seguía igual a la última vez que estuvo allí junto a su Akane.
Incluso sus delicados pañuelos de seda estaban colgados en el respaldo de la silla junto al espejo.
Caminó hacia ellos a punto de derrumbarse. Tomó las delicadas prendas entre sus manos, llevándolas instintivamente a su nariz.
Inhaló profundo, llenándose de la fragancia que estos desprendían.
Las lágrimas comenzaban a mojar las telas, cuya dueña dejó atrás.
Abrió sus ojos dirigiendo ahora su mirada al lecho de su amada, y con las telas aún sobre sus fosas nasales avanzó hasta la cama.
Se sentó acariciando el cobertor de color esmeralda y luego lo retiró apoderándose en el acto de la almohada que su esposa solía usar para dormir.
Los recuerdos de su mujer desparramando sus cabellos sobre el mullido objeto terminaron por quebrarlo.
Desconsolado, comenzó a llorar completamente angustiado, mientras hundía su rostro en el almohadón en un intento desesperado de fundirse con el rastro que quedaba de su amante.
-¡Fui un cobarde, no pude defenderla! _dijo para sí mismo.
Se sentía un inútil. No había podido proteger a su familia, ni a su pueblo. Había perdido a la mujer que le daba sentido a todo en una batalla en donde se dejó vencer por el miedo. Debió haber degollado al maldito de inmediato y sin rodeos. Debió tener la sangre fría y la cabeza despejada para resolver de raíz el problema, pero no. Solo pudo sentir pánico.
Es que antes no existía ella. Y el temor a que la lastimaran fue más poderoso. Ella definitivamente era su mayor fortaleza y su peor debilidad.
Debilitado, así se sentía.
Una brisa rozó su rostro empapado.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que la puerta del jardín de su esposa estaba abierta.
¿Quién había osado hacer uso de ese sagrado lugar?
Colérico, tomó la daga que permanecía entre sus ropas.
Avanzó con furia, secando como pudo las lágrimas de su rostro. Atravesó la apertura que conectaba al hermoso patio interno con el claro fin de terminar con la vida de quien estuviese usurpando el jardín de su mujer.
Pero entonces se detuvo.
El sonido del metal cayendo contra el piso de piedra la despertó.
Estaba sentada en una banca de madera bajo el cálido sol de la mañana, a la espera de que Yuka le trajera su desayuno.
No había logrado descansar bien esa noche, por lo que el cansancio terminó ganando haciéndola dormitar en aquel banco abrigada por los rayos del astro.
La observó con detalle.
Realmente estaba allí con sus cabellos sueltos. Su larga melena brillaba bajo el sol, dándole ese color tan especial que coincidía con sus propios ojos.
Segundos después vio girar su rostro hacia él, sintiéndose desfallecer justo como aquella mañana en que sus ojos se conectaron entre la multitud que la rodeaba fascinada con su relato de Otelo.
Ella lo vio de pie, allí, a tan solo un par de metros de distancia.
Ranma percibió como llevaba sus suaves manos hacia su boca, tapando con ellas el asombro que escapaba a través de sus labios entreabiertos.
Akane observó cómo los ojos azules que tanto amaba comenzaban a cristalizarse, y aquellas manos que solían tomarla con posesión temblaban como hojas agitadas por el viento.
-¿A-Akane… Akane?
La aludida despejó su rostro, sonriendo con inconmensurable júbilo, mientras asentía a la pregunta no enunciada por su príncipe.
"Sí, mi amor, no me fui. Aquí estoy, esperando por ti".
-¿Estás aquí? ¿No… no estoy soñando? _preguntó rogando a los cielos no estar alucinando.
La consorte dejó escapar una breve pero encantadora carcajada. Sus ojos también comenzaron a llenarse de lágrimas de alegría.
-¡Ven a mi! _le dijo la consorte, abriendo sus brazos de par en par.
Ranma corrió hacia ella, cayendo de rodillas ante la mujer que lo alojó gozosamente contra su pecho.
El príncipe rodeó su cintura con sus brazos, apretujándola con todas sus fuerzas. No podía creer que ella, su Akane, estaba de verdad allí. No la dejaría ir, nunca, nunca, nunca.
Akane se dejó tomar por la efusión de su esposo, acariciando y besando sus cabellos.
Pero de un momento a otro fue tan intenso su agarre sobre ella que debió detenerlo por su propio bien.
-Espere, Mi Señor. Debe tener más cuidado.
Ranma se apartó ante las palabras, horrorizado ante el pensamiento de que estuviera lastimada.
-¿Estás... estás herida, mi amor? ¿Quién te lastimó? _inquirió revisando sus brazos, su cuello, su rostro.
-Tranquilo _pidió acariciando el rostro de Su Señor esposo_ Estoy bien _declaró mirándolo a los ojos.
-Entonces por qué -
Akane tomó la mano del hombre arrodillado ante si, y luego de dejar un tierno beso sobre ella la llevó a su vientre.
Ranma siguió con sus ojos el derrotero de su mano y fue entonces cuando lo vio con claridad.
Era pequeño, apenas perceptible, pero ahí estaba.
La miró derramando aún más lágrimas de felicidad.
-Akane, ¿tú? _preguntó incrédulo.
Su suerte no podía ser tanta.
-Sí, mi amor _respondió repleta de contento.
Ambos sonrieron ampliamente, mientras sus ojos seguían humedecidos.
Ranma tomó el rostro de su mujer entre sus ásperas manos, pero con la delicadeza con la que se sujeta una valiosa pieza de porcelana.
La observó a los ojos con tanta, tanta devoción que Akane sintió ser la mujer más afortunada del mundo entero.
Y luego de un "Te amo, Akane", de esos que ella moría por volver a oír, la besó con vehemencia.
Akane rodeó el cuello de su amado y correspondió con fervor el ataque que los labios del príncipe estaban ofreciendo.
Nada amable había en ese encuentro, solo pasión, necesidad, sed por el otro.
Solo cuando ya todo oxígeno se había agotado en sus pulmones, Ranma se apartó de su boca para comenzar a regar dulces besos por toda la extensión de su cara.
Akane reía ante el comportamiento de su marido, quien ahora parecía un pequeño cachorro que había reencontrado a su dueño.
Ranma la volvió a abrazar, esta vez con mucho cuidado, llenando sus sentidos con el olor de sus cabellos, el calor irradiando de su cuerpo, con la suavidad de piel, el sonido de su risa y el sabor de sus labios.
-Yo también, Ranma _pronunció con vergüenza.
Ranma se apartó para mirarla a los ojos con curiosidad, mientras acariciaba su cabellera afectuosamente.
-¿Tú también qué, mi amor?
-Yo también… te amo _confesó sonrojada.
Ranma se quedó inmóvil ante aquellas palabras. ¿Acaso había escuchado bien?
-Te amo, Ranma Saotome. Te amo_ confirmó la consorte adivinando los pensamientos de su esposo.
El príncipe, completamente conmovido, volvió a fundirse en los brazos de su mujer.
No podía creerlo. ¡Ella de verdad lo amaba!
-¿Es enserio? _ pronunció contra la piel su cuello.
-Te amo _reiteró con más confianza.
El futuro Rey comenzó a besarla nuevamente, con tanto amor como pudo expresar.
Sus labios más tarde emprendieron el descenso hasta el pequeño vientre. Se separó del cuerpo de su esposa a penas para posar sus enormes manos sobre él. Acarició las telas que cubrían la presencia de su bebé y luego de sonreír al darse cuenta de lo afortunado que era, acercó su rostro nuevamente a la pancita de casi tres meses. Y sin vergüenza alguna hizo lo que su corazón le demandaba hacer.
-Mi bebé, soy tu papá. No sabes cuanto te desee. No veo la hora de que estés con nosotros. Quiero que sepas que tú y tu madre son la única razón de mi existencia, así que debes crecer sano y cuidar de su mamá mientras estés allí _luego de una breve pausa, continuó_ ¡Ya te estoy amando, mi bebé!
Besó el vientre emocionado, contagiando a su consorte con su pronunciado entusiasmo y su inesperada (casi ridícula, según pensó la mujer) ternura.
No podía creer que iba a ser padre. No podía creer que iba a desear tanto ser padre.
Pero lo sabía, era por ella. Por Akane es que conoció esas facetas que jamás imaginó posible. El sentir amor por una mujer. Ahora el amor de padre.
-Los amo tanto, Akane. Gracias por quedarte a mi lado _dijo de rodillas todavía ante ella_ Perdóname por todo el mal que te hice, mi vida. ¡Perdón, perdón! _suplicó con urgencia.
Akane lo contempló con misericordia, con bondad y completa admiración.
Amaba a ese hombre, a su príncipe, su alumno, su esposo, amante y ahora el padre de su bebé.
-Te perdono, Ranma. Ahora miremos hacia adelante, ¿si? _dijo acariciando sus cabellos.
Ranma besó sus manos, asintiendo. Luego se puso de pie, ayudando a su esposa a incorporarse también.
Se volvieron a abrazar y besar sin poder evitarlo, deteniéndose solamente para admirar la presencia del otro. Es que todavía no podían creer que estaban juntos de nuevo, los tres.
Fue Akane quien insistió en regresar a la habitación para que lo revisaran.
Él se negó a dejar su lado, así que la consorte solo pudo convencerlo de que permaneciera en su recámara y se recostara en su cama mientras aguardaban la llegada de su cuñado.
-¿Y mi padre? _ preguntó de repente.
-Te contaré todo, pero debes prometer que mantendrás la calma _pidió la futura madre, sentándose a su lado.
-¿Qué pasó Akane? ¡Dime la verdad, por favor! _ pidió exaltado.
Akane tomó su mano izquierda, apoyándola sobre su vientre
-Te diré todo, pero debes permanecer tranquilo, hazlo por nuestro bebé.
Ranma cerró los ojos procurando calmarse. Debía ser fuerte por su familia.
Abrió los ojos nuevamente y asintió, mientras acariciaba a su descendencia dentro del seno de su madre.
Akane entonces procedió a contarle lo sucedido con el monarca de la nación.
El día de la ceremonia, al ver a su hijo en peligro, no dudó en sacrificar su propio cuerpo para proteger a su progenie.
Resultó herido en la espalda, perdiendo el conocimiento de inmediato.
Cuando la situación culminó, rápidamente los guardias lo llevaron a sus aposentos donde fue atendido por el médico de la tercera casta, el único que seguía con vida pues no fue, por supuesto, invitado a la ceremonia.
Genma, a diferencia de su hijo, no había perdido tanta sangre, pero su herida fue casi letal.
Sin embargo el hombre era fuerte y esa entereza lo mantuvo con vida hasta que tres días atrás recobró finalmente la consciencia.
Todos respiraron aliviados al verlo despierto, eso fue hasta que el rey exclamó: "¡No siento mis piernas!", desatando el terror nuevamente.
Atónitos, procuraron revisarlo a profundidad. Concluyeron, y en esto Tofu sumó su experticia, que la herida en su espalda había daño su médula, ocasionando la parálisis total de sus miembro inferiores.
El estado del Rey Genma fue totalmente reservado. Nadie debía saber que ya había despertado, mucho menos que su estado de salud era tan delicado.
Si se sabía que el Rey seguía con vida, pero era ahora un inválido, sería la excusa perfecta para generar algún movimiento en su contra de forma "legal". Lo obligarían a elegir un nuevo monarca, sin poder oponerse a dichos designios, todo esto sin generar una revuelta y por sobre todo el descontento del pueblo.
Todas las esperanzas estaban puestas en Ranma, ya que tarde o temprano el estado real del rey sería descubierto.
Ranma no pudo contener las lágrimas. En parte quería llorar de alegría pues su padre seguía con vida. Pero saber que el gran y poderoso rey no volvería a andar sobre sus dos piernas lo atormentaba.
-Quiero verlo.
-Pronto, mi cielo. Primero debemos cuidar de ti. Tu papá está bien, recuperándose lentamente pero a paso firme. Está aguardando por ti. Debes estar fuerte para él también. Así que deja que Tofu cure tus heridas primero y luego iremos a ver a tu padre. Si llegas en este estado solo lograrás preocuparlo, y no podemos dejar que eso pase, ¿entiendes?
Ranma asintió de nuevo. Confiaba en Akane, así que dejaría que lo revisen primero.
En ese instante, la puerta de la habitación se abrió abruptamente y ella entró corriendo hacia él.
Se lanzó a sus brazos, apretando el cuerpo de su esposo con todas sus fuerzas.
-¡Despertaste! ¡Estás vivo! ¡Por dios, pensé que te perdería! _exclamó sollozando.
La mujer era un mar de angustia. Estas últimas semanas todo había sido demasiado para ella.
No sabía qué hacer. Estaba profundamente conmovida. Temía que el hombre que tanto amaba muriese. ¿Qué sería de ella? ¿Cómo seguir con vida si la razón de su existir desaparecía?
Su dama de compañía le contó la noticia apenas supo que su señor había despertado de su largo sueño.
Con el rostro bañado en su propio llanto y con una enorme sonrisa en sus labios, se dirigió a la recamara de su esposo encontrándose con el lecho vacío.
Supo de inmediato donde Ranma se encontraba.
No le molestó en absoluto saber que estaba junto a ella. Ya no tenía sentido alguno enojarse ante la realidad. Ukyo realmente estaba feliz de que su amigo, su confidente y esposo estuviera con í que iba a cumplir con la promesa que le había hecho a los cielos. Si Ranma volvía a la vida ella haría lo necesario para verlo feliz. Incluso si fuese con esa mujer, conformándose con velar por él a la distancia.
-Estoy bien, Ukyo _finalmente enunció apartándola de su cuerpo, un tanto incómodo por el arrebato de su Primera Consorte.
-¡Estoy tan feliz, pensé que no volvería a verte con vida!
Ranma asintió brevemente, sin saber o querer decir mucho más.
-Ukyo cuidó de ti por las noches, y también estuvo representando a la corona ante la ausencia de tu padre y la tuya. Se ocupó además de la organización del palacio ya que bueno… tanto Shampoo como Kodachi no están más en el reino.
-¿Qué pasó con ellas? _preguntó un poco curioso.
-Shampoo se fue con el amazona que llegó a reclamarla _explicó la primera esposa_ Kodachi simplemente se esfumó. Nadie sabe qué sucedió con ella, si la mataron o si huyó.
-¿Cologne?
-Ella… fue asesinada, Ranma _explicó Akane.
-¿La… mataron?
-Así es, los mismos amazonas. A ella y al consejo entero _agregó la peliazul.
Ranma quedó cavilando. Era demasiada información. No podía decir, sin embargo, que la desaparición de las tres mujeres que habían hecho de su vida un infierno no fuera una buena noticia. Pero lamentaba que todo hubiese tenido que ser de esa forma tan violenta.
La puerta se abrió nuevamente y el Dr. Tofu hizo su entrada.
Sonrió con alegría al ver al joven príncipe consciente.
Ambas consortes se apartaron de Ranma, dándole espacio al médico para poder comenzar con su trabajo.
Ranma, sin embargo, pidió a su esposa predilecta que se quedara junto a él.
Ukyo, entendiendo lo solicitado por él, se excusó prometiendo volver más tarde.
El estado de Ranma era alentador. La mayoría de sus heridas estaban sanas, y las restantes estaban en proceso de curación. La infección había sido combatida exitosamente, solo restaba un largo proceso de rehabilitación para recobrar la fuerza y la característica agilidad de sus músculos.
Al finalizar su revisión tomó un largo baño que su esposa había preparado para él. Luego se alimentó con una sabrosa cena rica en proteínas.
Akane de a poco lo fue poniendo al tanto de los acontecimientos que conocía, diciendo lo justo y necesario para no preocuparlo de más.
Antes de descansar fue a ver a su padre. Ambos, por completo conmocionados, compartieron el abrazo más conmovedor que pudieran haberse dado en su historia familiar.
Se agradecieron mutuamente, se perdonaron mutuamente.
Entre lamentos y promesas resolvieron volver a hablar el día siguiente. Ambos debían descansar y recuperar sus fuerzas para lo que se avecinaba.
Antes de partir, Ranma le dijo a su padre.
-¿Recuerdas la promesa que te hice?
-¿Qué promesa, hijo?
-Que iba a darte herederos antes de lo que esperases.
La cara de Genma al escuchar a su hijo se iluminó.
-¿Akane?
-Así es, yo lo supe hoy también. ¡Vas a ser abuelo! Tu primer nieto de muchos más. Así que debes curarte pronto para poder jugar con ellos, ¿entendido?
Entre lágrimas de alegría Genma asintió.
-Debes entonces cumplir con la otra parte de tu promesa.
-¿Cuál, padre? _inquirió confuso.
-Que le darás a este reino su próxima reina.
Ranma sonrió ante dichas palabras con enorme goce.
Asintiendo, dejó la habitación dirigiéndose sin perder tiempo a la recamara de su futura reina.
Ella estaba leyendo, recostada sobre la enorme cama.
Al verlo ingresar dejó el libro a un costado y le regaló unas de esas deslumbrantes sonrisas que tanto temía perder.
Caminó lentamente hacia el lecho; que definitivamente sería matrimonial a partir de ese mismo día; despojándose una por unas sus ropas ante la mirada tímida y las mejillas coloradas de la madre de su heredero.
-¿Qué- qué crees que haces? _ le preguntó nerviosa al verlo avanzar hacia ella como un temerario predador.
-Voy a recuperar todo el tiempo perdido.
Akane retrocedía sobre la cama al ver como Ranma se quitaba la última tela que cubría su aún atractivo cuerpo.
-¡Estás herido! ¡Y débil! ¡No puedes… no puedes hacer esfuerzo! _dijo completamente sonrojada.
-Entonces, mi querida _trepando sobre ella_ tendrás que hacer tú todo el trabajo.
Y con esa última frase tomó su boca con desespero.
Akane, para su propia sorpresa, lo recibió con igual hambre.
La verdad es que lo había estado esperando con ansias. El volver a entregarse a él.
Ranma comenzó a frotar su cuerpo desnudo contra las suaves telas que cubrían el cuerpo de la futura madre, mientras sus manos se alternaban entre acariciar sus brazos y despejar sus piernas de la molesta ropa de dormir.
La consorte se prendió de sus hombros, acariciando su cuello. Al sentir sus manos ascendiendo por sus piernas, enterró sus dedos entre los pelos azabaches de su esposo, acercando su cara aún más a la suya ante sus ansias repentinas de profundizar su desaforado encuentro.
Entendiendo las intenciones de su esposa, Ranma siguió devorando la boca de su mujer con apremio, recorriendo con su lengua la húmeda cavidad de Akane, quien sin quedarse atrás mordía sus labios como si se tratasen del dulce más sabroso sobre la faz de la tierra.
La cuarta consorte abrió sus piernas para que su esposo se acomodase entre ellas. Instintivamente, Ranma comenzó a mover sus caderas buscando penetrar a la mujer bajo suyo.
Sus manos impacientes empezaron a acariciar los pechos todavía cubiertos, robando sonoros quejidos de la princesa heredera ante el excitante roce de los expertos dedos de su esposo contra sus sensibles pezones.
El miembro por completo duro de Ranma buscaba ingresar en el interior de su mujer, quien correspondiendo al asalto moviendo en sincronía sus caderas anhelando satisfacer sus bajas intenciones.
Ranma abandonó la boca de Akane comenzando un derrotero de besos húmedos a lo largo de su fino cuello. Su aroma, su amado aroma estaba allí enloqueciendo. Ese mismo que también lograba tranquilizarlo en las largas noches de insomnio.
-¡Oh, Ranma! _gimió Akane ante el avance de su boca por su cuerpo.
Sin poder aguardar más, se arrodilló sobre la cama para despojarla de la prenda que los separaba de una maldita vez.
Tan desesperado estaba que al hacerlo realizó un movimiento sumamente brusco e imprudente, que lo hizo gritar del dolor ya que uno de los puntos de su herida fue estirado al punto de abrirse parcialmente.
-¿Estás bien?_ preguntó la consorte llevando sus manos a la zona donde el príncipe había sentido el punzante dolor.
Inspeccionó con alarma la herida que afortunadamente no se había abierto por completo.
-Estoy bien, mi amor, sigamos _dijo recuperándose del dolor, impaciente por tomar a la mujer.
-No, no, no _dijo frenando su avance, empujándolo con ambas manos sobre el pecho.
-¡Estoy bien Akane, mírame! _pidió nervioso, apartando las manos de la muchacha que intentaban detenerlo, mientras comenzó a besar su cuello con ansias.
-Sigues herido _susurró afectada inevitablemente como efecto de los labios que estaban succionando la piel de su cuello.
-Voy a lesionarme definitivamente si no te tomo en este instante.
-Por eso mismo, Ranma _dijo con dificultad _Vas a lasti-
-Siéntelo, mi amor _dijo interrumpiéndola, llevando la mano de su consorte a su necesitado falo_ Va a estallar, ¿lo sientes? Me duele... mu-mucho, ¡ah! _declaró siseando ante el efecto que tuvo el sentir la mano de su esposa en su erguido órgano.
-Dijiste que yo… ¡Mmm, Ranma! _ enunció la mujer cediendo a las caricias que su esposo comenzó a dejar sobre su vulva_ Que yo tenía… ahh... que tenía que hacer todo el trabajo.
Ranma se detuvo, apartándose a penas del cuerpo femenino que respiraba agitadamente ante el excitante momento compartido. Observó entonces a su esposa completamente avergonzada ante sus propias palabras, mordiendo sus labios carmesí, nerviosa por su lujuriosa mirada.
Tomando coraje, Akane empujó a su esposo quien cayó de espaldas contra la cama.
Ranma se dejó hacer, siguiendo con excitante expectativa los movimientos de su mujer.
La menor de los Tendo se sentó sobre él, montándolo, rozando en el movimiento el miembro masculino ya humedecido por la incontenible excitación.
Mirándolo a los ojos, tomó el borde de su camisón y lo retiró de su cuerpo en un movimiento que Ranma definió como endemoniadamente sensual.
Sus pechos quedaron libres. El príncipe notó como estos parecían más grandes que la última vez que los había tomado entre sus manos.
Y luego entendió la causa de tal magia, sabiendo de antemano que iba a adorar el embarazo de su esposa.
Intentó llevar sus manos a ellos, pero Akane se lo impidió golpeando ambas manos traviesas.
-Yo haré todo el trabajo, ¿recuerdas?
-Mi amor, te juro que tocarte no es en absoluto un trabajo.
Akane movió su trasero contra el pene erecto de su esposo, y este apretó sus hermosos muslos ante la repentina excitación.
-¡Por dios Akane, vas a acabar conmigo!
-Pero… ni siquiera he comenzado, Mi Señor _dijo de forma sensualmente prometedora.
La consorte continuó con el rítmico movimiento contra el miembro masculino, haciendo que el príncipe emitiera quejidos repletos de placer.
No sabía si era por el tiempo que había pasado inconsciente, si su miembro estaba hipersensible o solo era el hecho de que la mujer que amaba, cada vez más, estaba sobre él de esa manera tan increíble y poderosa.
Pero cuando Akane se detuvo para quitarse la última prenda interior que restaba en ella, la expectativa ante lo que vendría, casi lo hizo eyacular.
Akane volvió a subir sobre el cuerpo de su esposo completamente desnuda.
Este sin poder evitarlo la tomó con ambas manos por las caderas con firmeza.
Ella se inclinó hacia su rostro besándolo con renovada pasión. Ranma recibía sus labios con fervor, devolviéndole el gesto con creces, mientras amasaba ahora sus glúteos con experticia.
Akane comenzó a descender por el torso de su esposo, desparramando caricias, besos y pequeñas mordidas que estaban enloqueciendo al futuro monarca.
Se cuidó, sin embargo, de no lastimar sus heridas todavía sin cicatrizar.
Al llegar al bajo vientre del hombre, escuchó sus plegarias con orgullo ante el arduo trabajo que estaba realizando y accedió con benevolencia a su pedido.
-Ya mi amor, estoy por explotar, necesito estar dentro de ti ahora, por favor.
Así que elevando sus caderas lo suficiente, con la ayuda de las fuertes manos del príncipe, alineó su entrada expectante con el miembro necesitado de Su Majestad.
Descendió con parsimonia por este, centímetro a centímetro.
Ambos gimieron sonoramente por la sensación de placer que sintieron en su encuentro.
Cuando sintió por completo a su esposo dentro suyo, comenzó lentamente a moverse sobre él. Movimientos circulares, ascendentes y descendientes, profundos y certeros. Primero lentos y luego sumamente ligeros, haciendo del encuentro un mar de sensaciones, de aquellas tan contrapuestas y profundas como los solían caracterizar.
Ranma apretaba sus muslos, amasaba sus pechos y mordía sus erguidos pezones. Akane dejaba marcados sus dedos en los antebrazos y hombros de su esposo, mientras se impulsaba contra él una y otra vez.
El príncipe la tomaba por la nuca acercándola a su boca, mientras sus caderas se elevaban chocando contra ella, entrando en su cálido interior sin poder frenar su descontrolado impulso por acabar en ella.
Los gemidos y súplicas. Las palabras de amor. Las caricias suaves y de aquellas otras que dejaban marcas en la piel. Llevaron a la joven pareja al límite, desbordando ambos cuerpos en un inolvidable orgasmo.
Akane cayó sobre el cuerpo sudoroso de Ranma.
Ranma recibió entre sus brazos el cuerpo tembloroso de Akane.
Se abrazaron, se olieron, se besaron lo que restó de la noche.
Y fue solo cuando el príncipe llenó de besos y caricias el vientre de su consorte que ambos se entregaron, mezclados en el cuerpo del otro, a un reparador sueño luego de tantas noches de desasosiego.
Los días que siguieron fueron estresantes para el Príncipe. Sin descuidar su rehabilitación comenzó a ocuparse de los asuntos reales.
La noticia de que Ranma estaba con vida y había asumido el poder provisorio como máxima autoridad del reino, ya circulaba en cada rincón de la región.
La mañana siguiente a su despertar empezó deliciosamente, pues el abrir sus ojos y encontrarse con la magnífica figura desnuda junto a él lo hizo sentirse agradecido con los cielos por estar con vida.
Se propuso despertarla con besos desparramados por cada centímetro de su piel. Y entre risas y caricias que fueron subiendo cada vez más su intensidad, terminaron hundiéndose el uno en el otro nuevamente, no pudiendo saciar de una vez la necesidad y el deseo que sentían al estar juntos.
Fueron interrumpidos, ya en horas del mediodía, por la dama de compañía de la consorte que preocupada por su señora ingresó a la habitación encontrándose con una imagen sumamente reveladora y perturbante para una doncella que desconocía el arte de hacer el amor.
Una vez que esta salió despavorida, la pareja concluyó que había llegado el momento de iniciar con sus respectivos labores reales.
El joven Hibiki pudo finalmente reencontrarse con el Príncipe esa tarde. Grande fue su sorpresa cuando este lo recibió con un abrazo y un "Gracias amigo", conmoviendo hasta las lágrimas al fiel escudero.
El militar le comentó lo que había investigado secretamente lo ocurrido dentro de la milicia aquel fatídico día. Según le informaron, el General Kudo recibió una enorme cantidad de dinero por parte de los desertores, financiado por los hombres amazonas, para liberar el ingreso de los invasores al concentrar todas las filas presentes ese día en la entrada principal de la fortaleza. Días previos a la ceremonia, envió a más del sesenta por ciento de las tropas a desarmar una decena de revueltas distribuidas a lo largo de los límites del reino entero. Cuando estas regresaron días después informaron que ni una de las supuestas revueltas existían.
Ranma no podía creer la traición de Kudo. Siempre había sido un hombre que presumía su honor y lealtad. Ellos confiaban en él y en su eficaz trabajo.
Nunca pudieron ver la avaricia creciente en su corazón. Tampoco sabían sobre su simpatía con los soldados desertores.
Ranma ordenó la ejecución del General y su descendencia por traición. Tres días después en un acto público se llevó a cabo la sentencia.
Una semana más tarde, noticias llegaron por parte de sus aliados respecto de sus dos consortes.
Efectivamente Kodachi había huido. Dentro de tres semanas tomaría lugar la ceremonia de su coronación como nueva soberana del reino de los Kuno, a la que por supuesto no estaban invitados. En dicho acto el título de consorte que había sido otorgado por parte del reino de los Saotome quedaría sin efecto. Lo mismo aconteció con quien fue la Segunda Consorte Saotome, quien acababa de contraer nupcias con el General Mousse.
En aquel reino todo era un descontrol. Ya no existía el consejo de ancianas. Ni una sola de ellas quedó con vida. La reina ahora estaba sola en sus funciones. Se decía que los hombres amazonas estaban planeando una revuelta y se sospechaba de que en cualquier momento una guerra civil entre las mujeres y los hombres amazonas se desataría inevitablemente.
De los Daimonji poco se sabía. Todos temían que lo ocurrido en el palacio diera pie a un ataque por parte de la nación enemiga. Pero todo parecía indicar que el actual monarca estaba más preocupado por las reservas de vino para pasar el pronto invierno que lo que ocurría en el territorio vecino.
Quien no pudo ocultar su mal humor ante las noticias nuevas en el reino de los Saotome fue el primo de Ranma. Envió una carta, por supuesto, expresando su alegría y alivio ante la noticia de que el Príncipe Heredero estaba con vida, augurando buena salud y prosperidad para él y sus esposas. Los rumores, empero, corría como el río y decían que el segundo en la línea al trono de los Saotome había tenido un ataque de ira al enterarse de la noticia, al punto de cobrarse la vida del pobre mensajero que no hizo más que cumplir con su trabajo.
Quince días después de que Ranma recobrara la consciencia, el Rey Genma convocó a su hijo a su recámara. Ya era hora de decidir, concluyó el soberano.
-Hijo, acércate pidió al ver a su heredero ingresar.
Ranma obedeció curioso.
-Es hora de que asumas el trono, muchacho.
Ranma lo miró consternado. No esperaba semejante anuncio por parte de su progenitor.
-Pero padre, tú estas con vida, no es nece-
-Estoy incapacitado _interrumpió_ Sabes que el daño en mi columna es permanente. Jamás podré caminar nuevamente. Y este reino no necesita un anciano discapacitado, no cuando hay una joven promesa para dirigir el rumbo de la nación.
-¡Padre yo no puedo! _exclamó asustado.
-Claro que puedes. Sé que no era tu deseo ser rey. Fui muy egoísta contigo todos estos años. Primero poniendo sobre tus hombros un destino predeterminado. Te obligué, además, a casarte con mujeres que nunca amaste, recordándote día a día la necesidad de traer hijos al mundo por motivos políticos, y no por amor. Has sido rebelde... y muy inteligente. Porque a pesar de todo nunca te sumiste por completo en mis deseos. Estoy orgulloso de ti.
Ranma estaba conmovido por las inesperadas palabras de su padre.
-Seguiste a tu corazón _continuó_ De manera caprichosa, cruel incluso. Con Akane… por Akane has mostrados los costados más oscuros de tu personalidad… pero también los más nobles y humanos. Serás padre, no puedo creerlo todavía. Debes aprender de mis errores y tratar a tus hijos con amor y paciencia. Siempre debes escucharlos y respetar sus deseos y ambiciones, como yo nunca pude hacer.
-Eso no es así papá.
-Lo es _Genma tomó las manos de su hijo entre las suyas_ y por ello te pido perdón.
Ranma lo abrazó con fuerza, abrazo que fue correspondido con ansias por el ahora inválido hombre.
Ambos dejaron rencores y desavenencias atrás, mirando con ilusión los tiempos por venir.
La fecha de la coronación del Rey Ranma Saotome fue establecida ese mismo día. Sería el mes entrante, cuando los preparativos pudieran ser culminados y la salud del príncipe estuviese totalmente repuesta.
La segunda resolución del futuro rey fue hablar con Ukyo.
-¿Estás bien? _preguntó sorprendida por la visita de su esposo a sus aposentos.
-Lo estoy. Gracias.
-No hay porqué, me alegro que estés bien.
Ranma se quedó en silencio unos instantes, ordenando las ideas en su cabeza.
-Gracias por cuidar de mí estas semanas _comenzó por decir.
-Eres mi esposo… solo cumplía con mi deber _respondió con cierta timidez.
-Sé que lo hiciste porque me quieres.
-Lo hice porque te amo, Ranma _corrigió de inmediato_ Casi… casi muero al verte cubierto de sangre, inconsciente sobre el piso. Yo... no podría seguir en este mundo sin ti _terminó por confesar.
-Es justamente por eso que he decidido hablar contigo.
- ¿A qué... a qué te refieres? _indagó preocupada.
-La segunda resolución que he tomado como inicio de mi reinado ha sido revocarte el título de Consorte Real, Ukyo.
-¿Qué? _preguntó parándose de repente_ ¡No! ¿por qué? _gritó aterrorizada.
-Porque no deseo tener consortes, nunca las quise _explicó con envidiable paciencia_ Solo quiero estar con una sola mujer, y sabes que es Akane.
-Ranma _dijo arrodillándose ante él_ no tienes… no tienes que cumplir ninguna obligación conmigo, ¿está bien? No pediré ninguna atención de tu parte. No debes darme regalos, no … no debes dormir conmigo, ni siquiera tocarme, lo juro.
-Detente Ukyo _pidió tomándola por los brazos, apartándola de él_ no es justo.
-¡Déjame decidir qué es justo para mi!
-¡No hablo de ti! ¡Nunca fue justo para mí! _dijo poniéndose de pie_ ¡Tú me engañaste, forzaste tu vida a la mía de una manera que jamás desee! Sacrificaste nuestra amistad por permanecer a mi lado como consorte. ¡Sacrificaste tu vida Ukyo! ¡Esto debe parar!
-¡Por favor, Ranma! _rogó arrastrándose hasta quedar nuevamente a sus pies_ Déjame estar a tu lado, aunque sea como tu sierva.
-No. Deberás dejar el palacio hoy mismo. Te compensaré económicamente, a ti y a tu familia. Jamás te faltará nada. En agradecimiento por tus cuidados, jamás escucharás una palabra negativa para contigo, nunca te desacreditaré como mujer o como esposa. Por el contrario, diré a quien sea que pregunte por ti que has sido maravillosa y una gran compañera, que el problema radicó desde siempre en mi. Estoy seguro que con mi palabra bastará. Encuentra a alguien que te quiera y te valore como te mereces.
-¡No! ¡Ranma, yo te amo a tí! ¡No quiero a nadie más! ¡Déjame quedarme!
-No lo haré. Te estoy haciendo un enorme favor, creeme. Vive tu vida antes de que sea demasiado tarde.
Con estas palabras, Ranma caminó alejándose de la mujer. Dejó la habitación y ordenó de inmediato a todos los siervos de la que fue hasta ese día la Primer Consorte que dejaran el palacio junto a ella. Recompensó economicamente a cada uno de ellos y dejó una pequeña fortuna para Ukyo y su padre, que les garantizaría vivir por el resto de sus días sin preocupación alguna.
Esa noche Ukyo dejó el palacio con el que tantas veces había soñado. Esa noche dejó atrapada en la enorme construcción su corazón abarrotado de amor por Ranma.
El tercer decreto que Ranma realizó fue ascender a su escolta personal a General Supremo del Ejército Saotome. Ryoga se negó de inmediato, pues prefería seguir velando por Su Señor y Señora. Pero Ranma insistió firmemente, asegurándole que necesitaba un hombre fiel a su lado para gobernar de allí en adelante. Hibiki terminó aceptando, tampoco es como si tuviera la posibilidad real de negarse. También le informó que lo liberaba del juramento que había realizado siendo solo un niño, el cual establecía que no podía formar familia ya que su vida debía ser entregada por completo al servicio de la corona. Cumplió de esa manera con lo que le había prometido alguna noche en la que el escolta fue el único testigo del tormento por el que pasaba el joven monarca debido a su amor desesperado por la hermosa lectora de ojos chocolate. Las mejillas del escudero se tiñeron de rojo cuando escuchó las palabras de su futuro rey. No fueron las únicas, sino que las de otra persona presente en la habitación; ahora matrimonial; también ardieron ante lo que implicaba.
Akane no dejó de percibir el rubor en los cachetes de su amiga, y no pudo evitar recordarle al oído que no había juramento alguno que recayera sobre ella, por lo que era totalmente libre de casarse con quien deseara y tener su propia familia.
Yuka expresó que de ninguna manera dejaría su lado, pero Akane le recordó una vez más que no era necesario hacerlo… si su amante estaba en el palacio.
Yuka, ahora roja como un tomate, solo asintió tímidamente.
Los siguientes decretos reales tuvieron que ver con reacomodar la labor de los sirvientes, ahora que ya no existían las consortes ni la reina madre a quienes servir, así como el destino de los fondos económicos que eran despilfarrados por aquellas mujeres. También intentó nombrar a Tofu como máximo médico real, pero fue fallido pues él se rehusó a abandonar la atención de los pobladores. Sugirió, sin embargo, que dicho honor fuese concedido a quien realmente había salvado la vida del rey y la de tantos otros. Es por ello que quien fue hasta ese día el médico de la tercera casta, se convirtió en el médico real.
Así mismo se ordenó revisar todos los tratados militares, políticos y económicos con los reinos y estados del territorio, teniendo en cuenta que las relaciones políticas en la región habían cambiado. Los lazos con los aliados se fortalecieron, y con aquellos reinos que los habían traicionado el castigo fue radical. Sabían que la respuesta por parte de éstos no tardaría en llegar, pero confiaban que el caos en los que estaban hundidos les daría el tiempo suficiente para volver a fortalecerse y reordenarse.
Todos los decretos dictaminados por Su Majestad Ranma tuvieron indudablemente el asesoramiento de la Cuarta Consorte, todos menos los dos primeros.
Si bien Akane no sabía sobre las intenciones de su esposo de expulsar a Ukyo, no pudo negar que la decisión le trajo paz. Se sintió, así mismo reconocida, pues su esposo declaró con dicho acto que solo la quería a ella como su mujer y esposa… y a nadie más.
Si se están preguntando por el primer decreto, obviamente sabrán que el Príncipe Heredero dictaminó con absoluta convicción y alegría, que la Cuarta Consorte Akane Tendo sería coronada reina de la nación de los Saotome, otorgando por un corto plazo de tiempo el título real de Princesa Heredera.
Akane se sintió conmovida y contrariada ante este hecho. Sabía que su esposo la coronaría, pero por alguna razón nunca tomó en cuenta lo que ello implicaría. Era un escenario que jamás, ni en sus pensamientos más remotos, había pensado. No podía negarse a tal resolución, por supuesto. Pero realmente se sintió abrumada cuando llegó el decreto real a sus manos.
Ranma lo percibió, el miedo en sus ojos. Y se aseguró en expresar que ese mismo miedo sentía él. Pero estaba seguro que juntos, sin embargo, lo atravesarían, siendo la fuerza del otro.
-Construiremos un reino de paz y prosperidad para nuestros pequeños.
-¿Pequeños? _preguntó volteando a ver a su esposo, quien se encontraba abrazándola por la espalda.
-Sí. Debemos tener muchos hijos, ya sabes. Ahora no hay consortes, entonces es tu deber, mi Reina, darme muchos herederos.
-Creo que puedes ir revocando el decreto en cuanto a ello entonces, mi Rey, y comenzar a buscar otras mujeres que te llenen de hijos _dijo irritada, intentando fallidamente apartarse de él.
El embarazo definitivamente estaba haciendo estragos con su humor, siendo Ranma, por supuesto el blanco de todos sus ataques.
-Eso es imposible, porque solo quiero hijos suyos, Mi Señora _bromeó dándole un beso en zon de paz.
Akane no lograba ser inmune a las palabras y gestos de su esposo, así que no pudo ocultar la sonrisa que apareció en su rostro al escucharlo.
-Él será mi primogénito, por lo tanto el heredero al trono _dijo con seriedad mientras acariciaba el prominente vientre de su esposa_ Pero no quiero obligarlo. Por eso quiero tener otros hijos. Siempre pensé que era injusto que mi primo no pudiera gobernar cuando tanto lo deseaba, mientras yo solo quería leer de corrido.
Akane acarició el rostro de su esposo, y dejó un beso en su frente.
-Tendremos más niños, pero por ahora concentrémonos en recibir este pequeñin.
Ranma asintió feliz.
-Por lo menos tres _refirió luego de besarla.
-¿Tres qué?
-Tres niños más.
-¿Estás loco?
-Lo estoy, y usted lo sabe, Mi Reina.
Akane golpeó rabiosa con sus dedos la frente de Ranma y luego, en una demostración de cómo funcionaba sus cambios de humor esos días, lo besó tiernamente sus labios, luciendo radiante de tanta felicidad.
-Lo sé, mi Rey, usted es un loquillo.
Se miró al espejo. Las capas de tela de seda roja ocultaban su vientre de casi cinco meses. Era la vestimenta más hermosa que había visto en su vida. Su cabello estaba peinado y adornado con suma delicadeza. Las pocas pero brillantes joyas que adornaban su cuello, sus manos y orejas combinaban a la perfección con su atuendo.
Se veía bella. Se veía feliz.
Los recuerdos de su llegada al palacio la asaltaron. Definitivamente la imagen que reflejaba el espejo aquel día de su boda con Ranma era por completo opuesta a la de hoy. Ella lo era, había cambiado en muchos aspectos, pero en otros seguía siendo igual.
Él también era lo opuesto a aquel despiadado príncipe, por eso había llegado a amarlo con sinceridad.
Estaba lista. Habían llegado a buscarla para llevarla al salón donde transcurría la coronación.
Allí la esperaba su familia, sus sirvientes, sus amistades más allegadas y sus aliados. No había pomposos políticos ni nobles desconocidos. No habían sido invitados aquellos que consideraban simples socios comerciales que no tenían interés alguno en la pareja de amantes. No, estaban junto a ellos quienes los querían de verdad. Y eso hacía de la ceremonia de coronación un evento histórico único, como ningún otro.
Su príncipe la aguardaba en lo más alto de la tarima, apuesto como nunca antes y como siempre. A su lado, el Rey Genma quien estaba a punto de claudicar a su puesto. Para su absoluta sorpresa estaba del lado opuesto su padre Soun. Al verlo lágrimas de emoción escaparon de sus ojos, pues era tan poco protocolar que un simple campesino estuviera de pie junto al trono que todo de alguna manera tenía sentido. Porque ella era, al fin y al cabo, una campesina que solía ganarse la vida vendiendo pan y dando lecciones de lectura a quienes se lo solicitaban.
Él la miraba con ojos llenos de amor. No podía creer que finalmente Akane sería su reina. Sería además la madre de sus hijos, su única mujer y compañera.
Llegó ante él y con ayuda de su amiga Yuka se postró para recibir el decreto real que la nombraba reina de la nación.
Ranma leyó emocionado las palabras que estaban escritas en el rollo de papel. Había solicitado hacerlo él mismo en vez del eunuco real. Practicó por semanas cada palabra con la ayuda de su amigo Ryoga, sorprendiendo a su docente por la claridad y la fluidez de su lectura.
Orgullosa aceptó el decreto entre sus manos, y con la ayuda ahora de su esposo y Rey se levantó para posar a su lado. Todos los presentes se postraron ante la pareja real.
-¡Viva el rey Ranma!
-¡Larga vida a la Reina Akane!
-¡Bendiciones al futuro heredero al trono!
-¡Que los cielos los iluminen!
Caminaron luego hacia el balcón principal del palacio.
El corazón de Akane latía desesperado.
Al asomarse un clamor estalló bajo ellos. Todo el pueblo estaba presente para saludarla.
No solo el pueblo que la vio crecer, sino gente de los lugares más recónditos del reino entero se habían reunido para saludar a su reina campesina.
Incluso pobladores de los reinos y naciones vecinas habían acudido, pues era realmente un acontecimiento nunca antes visto el que estaba aconteciendo.
Entre lágrimas Akane saludó a los presentes. A su lado el Rey Ranma la sostuvo con firmeza y acompañó su saludo con entusiasmo.
Fue la celebración más grande y diferente que habían tenido, pues la fiesta no se realizó dentro del palacio sino en cada calle del reino.
La felicidad brotaba por toda la nación. También lo hizo, en menor medida, el recelo, el rencor y el rechazo.
Ese día la envidia se pronunció en el corazón de cierta amazona.
El deseo de venganza en la mente de la soberana de los Kuno se hizo una determinación.
La tristeza se apoderó de quien insistió en nombrarse como Primer Consorte Saotome.
Y aquellos indignados ante la proclamación de una reina tan poco digna, establecieron nuevas alianzas en contra del nuevo matrimonio real.
En la recámara del señor y señora Saotome reinó el contento. Se despojaron con paciencia y cariño de todas sus prendas hasta que sus cuerpos quedaron expuestos ante el otro.
Pronto la pasión comenzó a brotar por sus pieles, que chocaban como rayos en cada encuentro que se propició sobre el lecho matrimonial, ese mismo que los alojó y protegió de toda la maldad que insistía en separarlos, creando una verdadera burbuja de amor y lujuria.
Al acabar consumidos en el éxtasis de su encuentro, se dijeron esas palabras que no habían dejado de pronunciarse desde que aceptaron que ya no lograrían vivir el uno sin el otro.
-Te amo tanto, Akane, tanto, tanto que las palabras no pueden llegar a expresar mis sentimientos con justicia.
-Yo te amo a ti también, mi Ranma. Procuremos entonces de aquí en adelante crear las palabras que logren pronunciar lo que sentimos el uno por el otro, mi amor.
-¿Como un libro?
-Mmm, puede ser.
-¿Crees que nuestra historia valdría la pena ser narrada?
-Definitivamente.
-¿Cómo crees que se llamaría?
-Mmm, ¿el príncipe loco?
-Creo que definitivamente tendría que ser algo así como La reina campesina, o La Lectora. ¡No, no, ya sé!: La cuarta consorte.
-Me agrada, creo que sí, que nuestra historia comenzó cuando me convertí en tu Cuarta Consorte.
- Y ahora eres mía, Akane.
-Lo soy.
-Y yo... siempre fui tuyo.
-Y siempre lo serás.
-Lo seré, porque eres mi dueña por completo.
-Y tú, dueño mío.
Con esas palabras que capturaron el corazón del príncipe que jamás creyó poder amar, los amantes se fundieron nuevamente el uno en el otro.
FIN
