EPÍLOGO
Bella
Dos meses después…
—Estoy embarazada. —No había forma de decir delicadamente que iba a tener el hijo de Edward, así que lo solté sin más.
Había esperado hasta que pudiéramos volver a estar juntos en Rocky Springs para darle la noticia en persona. La ecografía había confirmado que el óvulo había pasado a través de la trompa cicatrizada contra todo pronóstico, y ahora su bebé crecía en mi útero. Estaba aterrorizada cuando fui a hacerme la ecografía, aterrada de terminar con otro embarazo ectópico, pero lo peor no había sucedido. Después de eso, había estado muy emocionada por contárselo a Edward que casi se me escapó por teléfono en el camino de regreso de Boston a Colorado.
Los dos estábamos de acuerdo con adoptar, pero el feliz acontecimiento parecía la guinda de un pastel ya dulce de por sí.
Los últimos dos meses habían sido una locura, con ambos haciendo lo imposible para vernos cada vez que podíamos. Lo echaba tanto de menos cuando no estábamos juntos que me dolía el corazón. Así que, aunque solo fuera un día o dos, volaba a Washington para verlo o él venía a Boston para pasar un día libre conmigo.
Había sido el período más feliz de mi vida. Edward me mimaba, colmándome de amor y detallitos que compraba solo porque le recordaban a mí. Yo le devolvía el amor que me daba y hacía pequeñas cosas solo para verlo sonreír.
Y él sonreía a menudo, haciendo que mi corazón diera saltitos de alegría cada vez. No me cabía duda de que era feliz. Y estaría eufórica si nunca volvía a ver sus hermosos ojos torturados y atormentados.
Se giró y me miró, olvidándose de la bebida que estaba preparándose para volver al sofá y sentarse a mi lado.
—¿En serio acabas de decir que estás embarazada? —Preguntó confundido.
—Supongo que debería haber dicho que estamos embarazados, —lo corregí con una sonrisa temblorosa.
—¡Mierda! Tenemos que ir al hospital, —dijo con voz preocupada poniéndose de pie.
Enganché su camisa, obligándolo a sentarse de nuevo.
—No lo entiendes. Estoy bien. Me hicieron una ecografía. Estoy embarazada. Es un embarazo normal por ahora. El doctor ha dicho que ocurre. A veces la trompa no se muestra como patente, pero el óvulo consigue pasar.
Vi cómo se mesaba el pelo preocupado, haciendo que los pocos mechones rebeldes que tanto me gustaban se erizaran.
—¿Tú estás a salvo? —Preguntó, con el ceño fruncido de preocupación.
El corazón me dio un vuelco cuando vi el miedo en su expresión. Tomé su mano en la mía y le aseguré:
—Estoy bien. Estoy bien. Pero vamos a ser padres un poco antes de lo planeado.
Parecía bastante orgulloso de sí mismo cuando finalmente empezó a sonreír.
—Hemos hecho un bebé. —Dijo las palabras como si fuéramos la única pareja en lograr semejante hazaña.
Llevó nuestras manos unidas hasta mi vientre, aún plano. Si no tuviera un problema de infertilidad tan grave, probablemente me habría reído. Como pasábamos mucho tiempo apareándonos, inevitablemente habría terminado embarazada de no tener problemas.
—Sin duda, practicamos bastante, —bromeé.
—Aun así, estoy preocupado—, confesó Edward, su expresión perpleja. — Quiero este bebé, pero me temo que te ocurra algo malo a ti.
Se me encogió el corazón de tanto amor por el hombre sentado a mi lado que estuvo a punto de dejarme sin palabras.
No me ocurría nada malo a mí y nada iba mal con el embarazo. Pero Edward seguía preocupado por cómo me afectaría.
—La parte difícil y casi imposible ha terminado. No hay nada malo con mis otras partes femeninas, —le dije con firmeza.
—Cielo, puedo dar fe del hecho de que nunca hubo nada malo con tus otras partes femeninas, —respondió en un tono inteligente.
Le di una palmada en el brazo.
—Lo digo en serio, Edward. Estaré bien. Nuestro bebé estará bien. A estas alturas, no nos pasa nada malo a ninguno de nosotros.
Él soltó un suspiro masculino de alivio y me atrajo sobre su regazo.
—No te puede pasar nada grave, Bella. Nunca lo superaría. —Vaciló antes de preguntar—: ¿Eres feliz?
Me abracé a su cuello y él me devolvió el abrazo con fuerza, protector.
—¿Estás de broma? Estoy eufórica. Aún podemos adoptar más adelante, — le dije con ternura.
—No debemos arriesgarnos a que esto vuelva a suceder, —dijo con voz ronca mientras cubría mi vientre en gesto protector—. ¿Y si no hubiera salido bien? ¿Y si hubiera salido mal?
—Salió bien. Deja de preocuparte. Me besó en la frente.
—No puedo. Lo eres todo para mí, cariño. Cuando una mujer tiene toda tu vida en sus manos, da bastante miedo, —se quejó.
Sabiendo que me sentiría de la misma manera si se invirtieran los roles y hubiera ocurrido algo que pudiera suponer una lesión para él, estaría frenética. La manera en que nos amábamos y nos necesitábamos era bastante aterradora. Pero yo no querría que fuera de ninguna otra manera.
Lo quería con todo mi ser. Y ni siquiera quería pensar en cómo me sentiría si le ocurriera algo.
—¿Eres feliz? —Le pregunté.
Sus ojos grises se encontraron con los míos y sostuvieron mi mirada mientras decía:
—Sabes que sí. Te quiero más que a nada en el mundo, a ti y a esta criatura que hemos hecho. Pero creo que este embarazo me quitará años de vida.
—No, no lo hará. Me encuentro fenomenal, —le contradije—. De hecho, nunca me he sentido mejor.
—Te quiero. Me aseguraré de que te mantengas sana, —prometió—. Tengo que darte de cenar y llevarte a la cama.
Me senté a horcajadas sobre él y enredé las manos en su pelo de punta.
—Prefiero ir a la cama primero, —ronroneé con voz impaciente.
No había visto a Edward en dos semanas y lo último que me importaba era la comida.
—Comida, —ladró—. Además, ¿deberíamos tener sexo? Esta vez me reí porque no pude contenerme.
—Estoy perfectamente sana. Y creo que mis hormonas se están volviendo locas, porque lo único en lo que puedo pensar es en desnudarte.
Su cabeza golpeó el respaldo del sofá mientras gruñía.
—Joder.
—Exactamente, —bromeé yo antes de descender con mi boca hacia la suya.
Edward se apresuró a olvidar la incomodidad, estrechando su abrazo mientras sus manos se movían posesivamente para agarrarme el trasero.
Saboreé su abrazo codicioso mientras exploraba su boca minuciosamente, deleitándome con la sensación de saber finalmente que era mío.
Cuando levanté la cabeza, mi mirada ávida se encontró con la suya y se me aceleró el corazón mientras yo me lamía los labios.
—Me estás matando, — se quejó ruidosamente. Me aparté el pelo de la cara con una sonrisa.
—A mí me parece que estás muy animado, —le dije en tono juguetón mientras descendía sobre su visible erección.
—No hay momento en que no esté excitado cuando estás cerca de mí, —me dijo con voz ronca.
—Te quiero. Y vamos a tener un bebé. Un embarazo sano. Mi vida no podría ser mejor ahora mismo, —confesé con voz cruda de emoción.
—Yo también te quiero, cielo, —respondió con la misma sinceridad—. Soy feliz. Solo necesito tiempo para acostumbrarme al hecho de que vamos a tener un bebé. Joder, todavía no puedo creerme que vayas a casarte conmigo.
Llevaba su anillo en el dedo y habíamos planeado la boda en seis meses. Yo quería mudarme permanentemente a Rocky Springs antes de celebrar la boda allí.
—Voy a terminar antes de tiempo el trabajo de Boston.
—Bien —dijo asintiendo—. Entonces puedes casarte conmigo antes.
—No te lo discutiría. —Sin duda, ya se me notaría el embarazo cuando nos casáramos, pero no me importaba. El que Edward Cullen se convirtiera en mi compañero y esposo seguiría siendo el día más feliz de mi vida.
—Quiero cambiar de estilo de vida. Si vamos a tener un bebé, no quiero viajar todo el tiempo, —farfulló.
—Ya hablaremos de eso. —Edward tenía que pensar si quería presentarse para la próxima reelección—. No quiero que renuncies a nada solo por estar conmigo.
—Nos comprometeremos, —insistió—. Ahora mismo estás renunciando a viajar para trabajar en el estado.
—Eso no es una dificultad, —le expliqué por enésima vez—. Puedo hacer muchos trabajos en Colorado. Y no queremos estar separados durante semanas cada vez.
—Entonces quizás no me presente para la reelección.
—O tal vez lo hagas y yo trabajaré en mis proyectos durante tu tiempo en Washington. —Yo era mucho más flexible que él. Y viajar de ida y vuelta con él no era precisamente difícil.
—Ya hemos perdido doce años. No pienso extrañarte nunca más.
Le sonreí tiernamente; el anhelo en su grave voz de barítono me conmovió en cuerpo y alma.
—Lo solucionaremos, —prometí. Él asintió.
—Justo después de la cena, —sentenció.
—Que será justo después de esto, —repliqué yo. Ensarté las manos en su cabello y giré las caderas para alentarlo a ver las cosas a mi manera.
—A cenar, mujer. Estás embarazada, —respondió con un gruñido.
—Comí, —discutí—. Te necesito más a ti.
—Yo te necesitaré siempre, Bella. Y siempre lo he hecho. Eras lo que faltaba en mi vida.
Suspiré.
—Llévame a la cama, Edward.
Se levantó lentamente, dejándome entrelazar las piernas alrededor de su cintura.
—Te daré lo que quieres... esta vez. Probablemente porque no puedo contenerme.
—Eres lo único que quiero, —le susurré al oído mientras me llevaba a la habitación.
—Ya me tienes, —respondió con voz ronca.
—Por fin, —convine con un suspiro, apoyando la cabeza contra su hombro.
Tal vez no siempre hubiera sido consciente de que había estado esperando a aquel hombre y aquel momento de mi vida para reivindicarlo. Cuando no sabía que era Edward quien había sido mi salvador tantos años atrás, me odiaba porque creía que me había enamorado de Anthony. Pero ni siquiera entonces fui capaz de convencerme de que no necesitaba al hombre que había sido el primero tan dulcemente. Poco sabía que el hombre al que necesitaba no era Anthony y tenía toda la razón del mundo en seguir enamorada del chico que me había rescatado aquella noche nevada hacía tanto tiempo.
Por primera vez desde que llegué a la edad adulta, mi vida por fin volvía a tener sentido, porque el amor de mi vida era Edward Cullen y siempre lo había sido.
—¿Estás segura de que podemos hacer esto? —Preguntó Edward con incertidumbre mientras me acostaba con delicadeza sobre la cama enorme.
La vacilación de un hombre generalmente tan seguro de sí mismo era una lección de humildad. Sabía que se originaba en su preocupación por mí y nuestro bebé, y su vulnerabilidad tocó mi corazón.
—Estoy segurísima, —le respondí mientras me abrazaba a su cuerpo mientras él descendía sobre la cama—. Si no lo hacemos, seré una embarazada muy malhumorada. Las hormonas, —le recordé en broma.
Él sonrió.
—Nunca te pones gruñona, pero no voy a arriesgarme. Asentí.
—Chico listo, —observé.
Su sonrisa era perversamente seductora cuando procedió a mostrarme lo brillante que podía ser.
~Fin~
Quiero daros las gracias por la acogida que ha tenido la historia. Gracias a todas las personas que han contribuido a esta historia con un Reviews, dándole Favs o Follows. Gracias a tod s vosotros.
La historia es una adaptación de J.S. Scott: Multimillonario desconocidos.
Muchas gracias de corazón. Nos leemos pronto.
XOXO
