Disclaimer: nada de esto me pertenece, los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer y la historia a Rochelle Allison, yo solo la traduzco.
APPEASE
Capítulo veintinueve – La cabeza en las nubes
El tiempo no espera a nadie. Ahora pasa muy rápido, acelera cuánto más mayor me hago. De niña, el verano era algo glorioso y azul, que duraba y duraba ―parecía casi tan largo como los años escolares que lo rodeaban. Y ¿la Navidad? Señor, tardaba una eternidad en llegar. Supongo que todo eso es parte de la infancia... la enormidad de la vida. La gente es más alta, los lugares más grandes y el tiempo se expande hasta que no hay principio ni fin.
Pero ahora las estaciones pasan en un abrir y cerrar de ojos, rápidas capturas de los meses que pasan. El otoño se enfría rápidamente hasta el invierno. Los árboles se vuelven rojos y dorados, y luego pierden completamente sus hojas y las ramas desnudas esperan el peso de la nieve invernal.
Cada noche, reparto mi tiempo entre los deberes de los gemelos y mis propios estudios, asegurándome de incluir un par de noches de diversión a lo largo de la semana como picnics para cenar frente a la televisión, a los que Edward y Alice acuden a menudo. A veces le pinto las uñas a Irina o lo hace Alice, o montamos el nuevo telescopio de Alistair. El aire es más claro ya, pero sigue costando ver algo, así que le prometo que iremos pronto a los Hamptons, incluso aunque tengamos que llevar cientos de capas para mantenernos calientes.
Cuadros de honor y proyectos de ciencias bien hechos dan paso a visitas después de clase a la casa de Dylan o a FAO Schwarz. Los fines de semana son míos y los niños lo saben, pero a veces les incluyo en los planes que hago con Edward. Sin embargo, cada vez es más común descubrir al Sr. Masen sacando tiempo de su ocupado día para pasar tiempo en familia. A veces les lleva al cine, a sesiones matinales o a cenar.
Tuvo una "cita" con Irina la semana pasada para la que los dos se vistieron elegantes y yo tuve que contener el llanto al verlos salir, como si fuera una abuela sentimental. Alistair sigue siendo un hueso más duro de roer y es fácil ver que va a hacer falta algo más que un par de salidas divertidas para volver a ganarse su confianza ―y puede que su respeto.
En ese sentido, se parece más a Alice: introspectivo, de perdón lento. Irina, en cambio, recuerda a Edward. Ambos son cariñosos y más relajados. Lo divertido es que, al principio, Alice me pareció la más animada y Edward el melancólico. Es interesante ver las cualidades que tienen los cuatro; justo cuando creo que los tengo calados, alguno dice o hace algo que me sorprende.
Solo espero que, según los meses se conviertan en años, el Sr. Edward Masen conozca a sus hijos de la misma forma que yo. Porque, a pesar de sus complicados inicios familiares, forman un grupo bastante increíble.
* . *
―Nada de pucheros. Vuelve a poner ese labio en su sitio.
Edward solo lo saca más, hasta que tiene un aspecto tan ridículo que me echo a reír.
―¡Edward!
―No hasta que digas que te quedarás.
―Solo serán unos días...
Edward me está suplicando que me quede por Acción de Gracias, pero echo mucho de menos a mi padre y él me ha ofrecido pagarme un billete para ir a casa. No le veo desde la pasada Navidad. Normalmente intento verle al final del verano, cuando mis trabajos como niñera terminan y antes de que empiecen las clases. Este año no he podido hacerlo porque me he quedado con los Masen. Había sido una decisión fácil de tomar; sentía que me necesitaban en Nueva York y, además, me pagaban bien. Todavía lo hacen.
Pero ahora tengo un poco de morriña* y no quiero esperar a finales de diciembre, cuando Charlie venga él a verme a la ciudad. Quiero ir a casa.
Se lo explico a Edward. Varias veces.
―Tú tienes aquí en la ciudad a todas las personas a las que quieres. Tienes tu perfecta burbuja de vida, amor y... vida. Yo tengo mi vida repartida por todo el país. Mi madre está en Phoenix, mi padre en el Estado de Washington, vosotros estáis aquí...
―Pero, yo soy al que más quieres aquí, ¿verdad? ―insiste, metiéndose una palomita de caramelo en la boca―. ¿Más que a todos los demás?
―Ese personaje de Edward necesitado no va a funcionar ―digo, robándole unas palomitas para mí―. Esta vez no.
―Bella...
―Para. Me iré el miércoles y estaré de vuelta el sábado. Será rápido y veloz.
―Redundante.
―Toda esta conversación ha sido redundante.
Él suspira y me agarra por la cintura, lanzándome sobre mi cama recién hecha. Estaba intentando hacerme una maleta para el fin de semana para que pudiéramos escapar a su loft, pero sus tonterías están haciendo que tarde una eternidad.
―No puedo evitarlo. Nunca antes he estado enamorado. Sacas lo peor de mí.
―Qué dulce, Edward.
―Quería decir lo mejor. ―Sus ojos destellan y se agacha para darme un beso pegajoso.
Cedo. Porque siempre lo hago y probablemente siempre lo haré.
―Pero lo entiendes, ¿verdad? ―pregunto, enredando mis dedos en su pelo. Acaba de cortárselo, pero todavía lo tiene lo suficientemente largo como para que yo pueda tirar de él.
―Por supuesto que sí ―murmura―. Pero sabes que tengo que intentarlo.
―Claro.
Los pequeños besos se profundizan hasta el punto en que tengo que apartarme. Nunca nos iremos si empezamos a enrollarnos ahora y, además de la única vez que hicimos el amor en mi cama, reservamos todo lo físico para la casa de Edward.
―A lo mejor un año podrías venir conmigo ―le ofrezco, bajándome de la cama.
―A lo mejor podría ir este año ―dice él automáticamente―. Y, ¿por qué lo dices como si fueras a marcharte todos los años?
Doblo otra camiseta y la echo a mi maleta junto a la ropa interior limpia.
―Porque, como te he explicado, mi familia vive en otra parte. Así que, a no ser que les traiga aquí, yo tendré que ir a verles.
―Entonces tráelos.
―Oh, porque eso es completamente realista. ―Cierro la cremallera de mi maleta y me doy la vuelta―. Cuando quieras bajar la cabeza de las nubes y volver a la tierra conmigo, avísame.
―Yo puedo arreglarlo para que vengan.
―Ugh, Edward, para ―gimo, divertida y molesta al mismo tiempo―. No puedes arreglarlo todo con dinero.
―¿Qué significa eso? ―dice con una risita―. El dinero compra billetes de avión, ¿no?
―Sí, pero... solo... cállate. ―Le lanzo la sudadera de la NYU que compré mi primer año―. Y, ¿qué querías decir con que podrías venir este año?
Él se encoge de hombros, poniéndose la sudadera. Le queda corta. Me doy la vuelta con una risa.
―Quería decir que quiero ir contigo. Conocer a tu padre. Conocer tu territorio. Llevar este jersey entre los vecinos. ―Se me acerca por detrás, respirando, literalmente, en mi cuello.
―Estás... ridículo ―digo con una risita―. Quítatelo.
―No hasta que digas que puedo ir a Spoons.
―Vale, puedes venir ―digo, escabulléndome de sus cosquillas y su pesada respiración―. A Forks.
―Bien. ―Me besa la mejilla y se quita la sudadera.
―Por cierto, no eres el primero.
―¿En visitar tu pueblo? ―Frunce el ceño.
Ruedo los ojos.
―En llamarlo Spoons.
Él sonríe satisfecho.
―Y, ¿qué pasa con tus abuelos? ¿No te echarán de menos? ―le pregunto. Los padres del Sr. Masen, esos con los que a veces se quedan Alistair e Irina, van a dar una cena para la familia. Parece algo grande. Hasta Alice, que normalmente pasa el día festivo con Edward, Esme y Carlisle, parece entusiasmada por reconectar con esa parte de su familia.
Ha sido una mierda que las cosas se hayan puesto tan feas, pero mentiría si dijera que no ha salido nada bueno de ello.
―Sí ―admite Edward, vacilando. Serio de repente, asiente con la mirada baja―. A lo mejor... podría ir a verlos un día antes. Pasar tiempo con ellos y luego aterrizar en Seattle el viernes por la mañana.
―Creo que eso es perfecto.
Él sonríe ampliamente, abriendo la puerta de mi habitación.
―Yo también.
*No sé si las que no sois españolas conocéis la palabra "morriña". Significa que echas de menos tu hogar, el lugar en el que naciste o te criaste, o simplemente a tu familia si vivís separados.
¡Hola!
Os dejo el capítulo y me voy a dormir, que en España es tardísimo ya.
Contadme qué os ha parecido y nos leemos mañana. ¡Vamos a conocer a Charlie!
Gracias por estar ahí.
-Bells :)
