29

Tras una perfecta noche de amor, lujuria y pasión, cuando me despierto estoy como siempre sola en la cama. Sonrío. Aún recuerdo cómo mi loco vaquero me hizo el amor horas antes y, suspirando, murmuro:

—¡Viva Wyoming!

Con una sonrisa, salgo de la cama y, en el momento en que abro la puerta para ir al salón, Naruto me mira y, tras levantarse de la silla donde está sentado leyendo el periódico, viene hacia mí y me coge entre sus brazos.

—¡Feliz cumpleaños, rubita! —murmura.

Ostras, es verdad, ¡hoy es mi cumpleaños!

Sonriendo, se lo agradezco, pero cuando quiere besarme, lo rechazo. Él me mira con gesto raro, y aclaro:

—Déjame lavarme los dientes, ¡apesto!

Naruto me muerde el cuello, y yo, que soy doña cosquillas, me retuerzo entre sus brazos con sumo placer, hasta que finalmente me suelta y corro al baño. Allí, sin tiempo que perder, me lavo los dientes, me peino un poco y, cuando salgo, éste me mira y señala un pequeño paquete que hay sobre la mesa.

—Vamos, aquí tienes tus primeros regalos.

—¿Primeros regalos?

Mi chicarrón sonríe y, guiñándome el ojo con complicidad, añade:

—Creo que otros tienen más cositas para ti.

Boquiabierta, sonrío como una tonta y, acercándome a la mesa, pregunto:

—¿De verdad es para mí?

Él asiente y vuelve a sentarse en la silla.

—Sí —dice—. Es para ti.

Encantada, y como una niña chica, cojo el paquete, que en realidad se compone de dos más pequeños. Desenvuelvo el primero y, al ver un CD de Keith Urban, él sonríe y afirma al fijarse en mi cara:

—Sí. En este CD sale la canción que tanto nos gusta.

Sonrío feliz. Adoro esa canción, que tanto me recuerda a él. Lo beso y, ante su insistencia, abro el segundo paquete. Lo desenvuelvo y, al ver unos pendientes, Naruto pregunta:

—¿Te gustan?

Son unos increíbles pendientes de artesanía. Y, encantada, afirmo mientras me los pongo:

—Son preciosos.

Naruto me observa y, cuando termino de ponérmelos, dice:

—Éstos son los pendientes que compré con Tayuya el día que nos viste en Lander. Pero no podía decirte que en realidad eran para ti.

Ay, Dios...

¡Ay, Dios!

Y, sin dejarme responder, pone otro paquete más grande entre mis manos. Está envuelto en papel rojo brillante con un lazo verde. Como una tonta, lo miro tras lo que me ha dicho, pero él me apremia:

—Vamos, abre tu siguiente regalo.

Encantada, le quito el lazo verde, rasgo el papel y, cuando veo que se trata de las botas de precio escandaloso que vi en Riverton el día anterior, me llevo la mano a la boca y pregunto:

—Pero... ¿cuándo las compraste, si no te separaste de mí?

Él suelta una risotada, me guiña un ojo y murmura:

—Sabía que Ise y Minato estaban en Riverton. Simplemente llamé a mi hermano por teléfono, le mandé una foto por WhatsApp para que supiera qué botas debía comprar y dónde, le di tu número de pie y, una vez las tuvo, las dejó en la cabaña antes de que nosotros regresáramos. ¡Y aquí están! Son para ti.

Las miro boquiabierta. Nunca imaginé que Naruto pudiera ser tan detallista y, emocionada, murmuro:

—Me encantan..., ¡me encantan!

Él sonríe.

Enamorada de las botas como del vaquero, me apresuro a probármelas y, con coquetería, se las enseño. Mi Caramelito asiente ante mis movimientos y, cuando me siento a horcajadas sobre él, lo beso con todo el amor del mundo.

Durante un rato, nos prodigamos mil muestras de cariño en la intimidad de nuestra cabaña. El Naruto que me está dejando conocer es detallista, cariñoso y dulzón y, cuando nuestras bocas se separan, murmuro quitándome la camiseta para quedarme únicamente con la tanga:

—Te voy a hacer el amor tan sólo vestida con la tanga, mis botas y mis pendientes nuevos. Ah... —Cojo algo que hay sobre la mesa y matizo—: Pero a ti te quiero con tu sombrero de cowboy puesto.

—Hum..., me gusta la idea —afirma con voz ronca antes de volver a besarme.

Lo beso. Lo requetebeso y, cuando siento que su excitación está al nivel de la mía, le desabrocho el vaquero, saco su duro pene y, echándome hacia un lado la tirilla de la tanga, lo introduzco en mí mientras murmuro a horcajadas sobre él:

—Eso es, vaquero..., déjame a mí.

Naruto tiembla. Cierra los ojos, echa un poco la cabeza hacia atrás y yo le muerdo la barbilla mientras muevo las caderas y siento el mismo placer que sé que le estoy proporcionando a él.

Sus manos acarician mi espalda con dulzura hasta que desembocan en mi trasero, lo agarran con fuerza y Naruto hace que me mueva sobre él.

El placer es increíble...

El placer es extremo...

Entonces, de pronto, la puerta de la cabaña se abre, nos quedamos paralizados, y Minato, al vernos, se apresura a cerrar y a continuación lo oímos gritar desde el porche:

—¡Perdón..., perdón..., volveré más tarde! ¡No he visto nada!

Naruto y yo nos miramos y soltamos una carcajada por la pillada. Acto seguido, mi vaquero se levanta de la silla sin salirse de mí, camina conmigo encima hasta nuestra habitación, cierra la puerta y, apoyándome contra ella, murmura mientras mueve las caderas para hundirse en mi interior:

—Me encanta cómo te quedan las botas.

Asiento. Asiento, pero no puedo hablar.

Ese empotramiento tan apasionado es algo maravilloso. Con fiereza y dulzura a la vez, Naruto se hunde repetidamente en mí y yo disfruto. Lo disfruto mucho.

Así estamos durante varios minutos, hasta que el clímax nos llega y, apoyados contra la puerta y con las respiraciones entrecortadas, murmuro:

—Qué buen inicio de cumpleaños. Me encanta este último regalo.

Él sonríe, yo también y, entre risas, nos vamos a la ducha. Una vez allí, mirándome a los ojos, pregunta melosón:

—¿Puedo quitarme ya el sombrero?

Asiento.

Entonces, sonríe de nuevo y dice:

—Como dice mi pulsera, ¿repetimos?

Y repetimos, ¡vamos si repetimos! No lo dudo.

Cuando salimos de la cabaña, llevo puestas mis nuevas y preciosas botas. Naruto camina hacia la camioneta y dice:

—Vayamos a Hudson. Seguro que hoy recibes muchas llamadas.

Feliz por el detalle de que se acuerde de mi familia y mis amigos, me monto en el vehículo y, cuando llegamos al pueblo, mi teléfono no para de sonar.

¡Viva la cobertura!

Mientras tomamos algo en una terraza, hablo con mi madre y con mi hermana, que me llaman desde Tenerife. Hablo con Chōji y con mi niña, y sonrío como una tonta cuando mi Gordincesa, en su particular idioma, me canta el Cumpleaños feliz.

Ay, Dios mío, ¡que me la comoooooooooo!

Cuando cuelgo, estoy de pie; Naruto me agarra por la cintura y, sentándome en sus piernas, dice:

—Eh..., está prohibido llorar.

Asiento. Sé que no debo hacerlo, pero añoro mucho a Candela y estoy como loca por volver a verla para besuquearla, abrazarla y dormir con ella. En ese instante, suena mi teléfono. ¡Sakura!

Levantándome de las piernas de Naruto, contesto:

—Sakura..., espera un momento —y, mirando a mi vaquero, digo—: Con esta llamada tengo para rato. Si quieres ir a hacer algo mientras tanto...

—¿Me estás echando? —se mofa él.

Yo lo observo divertida.

—Digamos que sí.

Naruto me da un beso en los labios.

—Iré al taller. No te muevas de aquí. Regresaré a por ti, ¿vale?

—Vale.

Una vez se va, me pongo el teléfono en la oreja y oigo las voces de mis amigas, que gritan:

—¡Felicidades, Comecienta!

Suelto una carcajada. Me hablan por el manos libres y nos enfrascamos en una loca conversación. Cuando llevamos como diez minutos charlando de todo un poco, finalmente es Hotaru quien pregunta:

—¿Cómo va todo con el Caramelito?

—Bien..., muy bien...

—Pero ¿bien de «bien» o bien de «todo es un desastre»? —susurra Sakura, que sabe de qué va la movida.

Me río, no lo puedo remediar, y entonces Mei dice:

—Ay, Diosito, que tú has vuelto a gritar «¡Viva Wyoming!»...

Y, sin poder contener lo feliz que estoy por cómo se han desarrollado los acontecimientos, les relato mi felicidad, aunque omito ciertos detallitos. Me brean a preguntas. Todas quieren saber, y yo, como puedo, les contesto y admito que estoy peor que un cencerro.

Hablo con ellas durante media hora y, cuando por fin cuelgo, voy a dar un trago a mi cerveza, pero el teléfono vuelve a sonar y veo que es otra vez Sakura.

—A ver, ¿qué se os ha olvidado preguntar, pandilla de marujas cotillas? —respondo divertida.

—Soy yo, y estoy sola —dice Sakura—. Vamos, cuéntame. ¿Todo va bien o todo va fatal porque la exnovia se lo ha ligado tras tú proponérselo?

Asiento. Necesito hablar con ella y, mirando a mi alrededor, murmuro:

—La novia no se lo ha ligado y... y... ayer tuve mi primera cita con Naruto.

—¿Qué? ¿Primera cita? ¿De qué hablas?

Rápidamente le cuento lo ocurrido. Los resoplidos de Sakura me hacen saber lo que piensa y, cuando termino, añado:

—Vale, sigo estando como una cabra, pero estoy feliz y aterrorizada a la vez. Es todo demasiado bonito y demasiado fácil.

—Y ¿por qué no puede ser bonito y fácil?

—Porque no, Sakura, porque no.

Mi amiga ríe. Yo no, y ésta dice entonces:

—A ver, Temari, digamos que acabas de comenzar algo y estás en el dulce instante en el que todo es perfecto. Los problemas, si tienen que venir, vendrán más adelante. ¿Quieres hacer el favor de disfrutar de lo que estás viviendo?

—Lo intento, pero...

—No hay peros que valgan. O estás o no estás. De nada sirve estar a medias tintas. Y ya puedes decirle a la ex que, como se le acerque, ¡le sacas los ojos!

Sonrío, y Sakura prosigue:

—Si quieres que Naruto te conozca, sé como tú eres realmente. Eres una tía genial. Lo ideal en una relación es ser tú desde el principio, aunque, bueno, reconozco que todos al principio somos algo superficiales y sólo pensamos en sexo y poco más, ¿a que sí?

—Sí, pero un sí rotundo. Y no me digas que a ti no te pasa con Sasuke, aun habiendo pasado unos años, que te conozco. —Mi amiga ríe y yo añado desesperada—: Dios, Sakura, mi vaquero es un maquinote en la cama, y estaría todo el día liada con él porque me lleva a ciertas fases del orgasmo que ni siquiera sabía que existían.

Ambas soltamos unas carcajadas y luego Sakura repite:

—Vale. Disfruta del momento, pero, por favor, piensa en ti y...

—Descuida, lo haré, pero déjame contarte que he descubierto que es un hombre detallista, cariñoso, observador, romántico... Esta mañana mismo me ha sorprendido regalándome unos pendientes, un CD de música y unas botas que me enamoraron y, luego, cuando hemos conseguido desengancharnos de la cama y la ducha, lo primero que ha hecho ha sido traerme a Hudson para que todos vosotros pudierais felicitarme. Pensaba que era un tío frío, pero me está demostrando todo lo contrario, y me agobio.

—¿Por qué te agobias?

—Porque su ex está cerca y, encima, aleccionada por mí.

—Habla con ella ya, Tonticienta, y ¡no seas negativa!

Me tapo la cara y afirmo:

—Lo haré..., pero aun así tengo cierto miedo.

—Venga ya, por favor —protesta Sakura—. ¿Quieres dejar de ser tan negativa y pensar con positividad? Si yo fuera como tú, ahora no estaría con Sasuke. Recuerda lo difícil que fue nuestro comienzo y la cantidad de cosas que nos pasaron hasta poder estar juntos. Pero lo salvamos todo porque éramos y somos importantes el uno para el otro.

—Ya, pero eso te pasa a ti, no a mí. Yo siempre he tenido muy mala suerte en estas cosas.

—Temari..., me estás cabreando.

Oír a mi amiga decir eso me hace sonreír. Pienso en lo negativa que estoy y, tras suspirar, murmuro:

—Seré positiva.

—Vale. Eso era lo que quería oír. Aunque te digo una cosa: a la mínima que veas que él no te responde, carpetazo y para casa, ¿entendido?

Asiento. Sé que tiene razón y, cuando veo que Naruto vuelve caminando en mi dirección, me despido de ella.

—Te dejo. Viene a recogerme. Te quiero, tulipana.

—Y yo te quiero a ti, Gordicienta.

Cuando cuelgo el teléfono, sonrío. Naruto llega hasta mí y, al ver mi sonrisa, pregunta:

—¿Ya has hablado con las locas de tus amigas?

—Sí.

—Y ¿qué tal?

Sonrío de nuevo y, recordando algo que Mei ha dicho, respondo:

—Por la cuenta que te trae, más vale que te portes bien conmigo o, sin duda, todas ellas, que saben dónde vives y dónde trabajas, te lo harán pagar.

—Uau—se mofa Naruto, mientras se agacha para besarme.

Un par de horas después, tras pasar por la tienda de Elmer y comprar todo lo que necesito para celebrar mi fiesta de cumpleaños, regresamos a Aguas Frías. Una vez aparcamos la camioneta, caminamos cargados de bolsas hacia la casa. Al encontrarnos con Minato, éste nos mira con cara de circunstancias, y digo riéndome:

—Borra de tu cabeza lo que has visto, ¿entendido?

Mi comentario lo hace sonreír. Dejamos las bolsas en el suelo y, entregándome un paquetito, dice tras chocar la mano con su hermano:

—Pero ¿de qué hablas, mujer? —Eso nos hace reír a los tres, y entonces añade—: Felicidades, guapetona. Espero que te guste.

Encantada, abro el paquetito, que seguro compró el día anterior en Riverton, y me emociono al ver unos pendientes a juego con un collar con cristalitos de Swarovski en forma de herradura.

—Te dará buena suerte —afirma Minato.

Feliz por el detalle, lo abrazo.

—Gracias, ¡es precioso!

Naruto me mira encantado. Veo felicidad en sus ojos, como creo que él debe de ver en los míos, y los tres nos dirigimos hacia la casa grande. Al entrar en la cocina, Kushina, Hinata e Ise me felicitan y preguntan qué son tantas bolsas. Encantada, les hago saber que mi celebración me la pago yo y que será una fiesta que nunca van a olvidar.

En ese instante, Menma entra en la cocina y Kushina, al ver que su hijo y su nuera ni se miran a la cara, se apresura a decir:

—Hoy es el cumpleaños de Temari, Menma.

El vaquero de carácter hosco, tan parecido al de la abuela, me mira, asiente con la cabeza y dice:

—Felicidades.

—Gracias —respondo con el mismo envaramiento que él.

Tras servirse un café, sale de nuevo de la cocina mientras el resto siguen entregándome regalos. Me entra un corte que me muero, pero ellos me hacen abrirlos, y me emociono.

El regalo de Ise es una camisa vaquera que me encanta de cuadritos blancos y celestes; el de Kushina, una pulsera de oro preciosa, y el de Hinata, un bolso bandolera.

Sobrepasada, los miro.

—De verdad, muchas gracias, ¡es todo precioso!

—Cariño, lo importante es que te guste. Ah, por cierto, Saori, que se ha ido con su amiga Adriana, me ha dicho que esta tarde, cuando regrese para la fiesta, te traerá también un regalo —afirma Kushina feliz.

Naruto, que está a mi lado, de pronto coge el bolso de Hinata y, mirándolo, dice:

—Es muy bonito, Hinata. Muy del estilo de Temari.

—Me alegra que te guste —responde ella con una gran sonrisa.

Ese detalle por parte de Naruto me hace feliz y no le pasa desapercibido a nadie. Siento que esto es el principio de algo bueno y, cuando todos hablan, miro a mi vaquero y murmuro:

—Eres un amor.

Entre risas y bromas estamos en la cocina cuando, de pronto, entra la abuela. Se hace un silencio sepulcral, el mal rollo es tangible. Chiyo nos mira y, al ver los papeles de regalo sobre la mesa, pregunta:

—¿Qué se celebra?

—El cumpleaños de Temari —indica Kushina.

La abuela asiente, me mira y dice:

—Felicidades.

—Gracias, señora —respondo alegremente.

Con ella en la cocina, la tensión es más que palpable. Entonces, la vieja se asoma a la ventana y protesta:

—Maldita sea, ¿quién ha dejado eso ahí?

Con curiosidad, todos nos acercamos a ver qué es lo que le molesta y, al asomarme, veo a Ray, uno de los vaqueros de Chiyo, sujetando al potrillo blanco y negro, que lleva un lazo rojo al cuello.

—Noooooooooooooo... —murmuro.

La abuela asiente y, sin cambiar su gesto serio y su talante retador, afirma:

—Es tuyo, si lo quieres.

Madre mía..., madre mía. No me lo puedo creer. Y, tras mirar a Naruto, que me observa tan alucinado como yo, pregunto:

—¿Me está regalando a Apache?

—Sí.

—Pero ¿se ha vuelto loca?

Con un atisbo de sonrisa que no sólo a mí me deja sin palabras, Chiyo replica:

—Loca me volviste el día que te conocí.

Suelto un grito y, abrazando a la siesa mujer, me olvido de los formalismos que tengo con ella y murmuro:

—Pocahontas, cuando quieres, eres la mejor.

—¿Qué me has llamado?...

Dejo de abrazarla, pues siento que le incomoda el contacto, y grito loca de felicidad:

—¡Luego se lo explico!

Acelerada por el increíble regalo, abro la puerta de la cocina y bajo a toda leche los escalones del porche hasta llegar a Ray, que me recibe riendo, mientras yo me lanzo al animalillo y me lo como a besos. Ya no me da miedo.

Chiyo baja detrás de mí y, cuando cojo las riendas del caballo y Ray se marcha, la miro y pregunto:

—¿Y este bonito regalo a qué se debe?

—Porque el viento me inspiró, el silencio me habló y mi corazón me dijo que era un buen regalo para ti —responde Chiyo.

Oírla decir eso, que siento que tanto significa para las dos, me hace sonreír y, dando un paso hacia ella, digo:

—Ésta es la mujer que todos quieren conocer.

—Ya es tarde.

—Se equivoca, señora. Nunca es tarde para decir «lo siento» y «te quiero».

Ella no contesta a lo que digo, sino que simplemente me mira.

—Me alegra mucho haberte conocido y que mi regalo te haya gustado —dice entonces—. Y sólo espero que regreses con mi nieto Naru por aquí alguna vez.

Oír eso es, como poco, increíble. De pronto, yo, la última, la más desconocida para la bruja gruñona, he conseguido llegar a su corazón. Y, sin querer forzar la máquina, no sea que se jorobe, sonrío y murmuro:

—Muchas gracias, espero regresar. —Sin embargo, al verla más accesible que en otras ocasiones, añado—: Por cierto, quería preguntarle si le ocasionaría mucha molestia que esta noche celebrara mi cumpleaños en el rancho. Quiero hacer una fiestecita para todos los que han sido amables conmigo y, por supuesto, usted también está invitada.

Ella me mira. Piensa qué decir, y finalmente responde:

—Procura no hacer mucho jaleo.

Sonrío al oír su respuesta.

—Habrá música y bailaremos... Algo de jaleo seguro que haremos.

Chiyo asiente, sonríe y, meneando la cabeza, susurra:

—Pasadlo muy bien.

En ese instante, Naruto sale por la puerta de la cocina y llega hasta nosotras. Ella da media vuelta y se va. Él, que observa cómo se aleja, pregunta:

—¿Te ha dicho algo fuera de lugar?

Triste por ver a la mujer que camina sola, respondo:

—No. Aunque no lo creas, ha sido amable conmigo.

Tras una mañana plagada de buenos momentos, después de comer me dedico, junto con Naruto, a invitar uno a uno a los trabajadores del rancho a la fiesta que celebraré esa noche. Todos aceptan encantados y, cuando regresa Saori con su amiga, las enviamos a casa de Flor para que la inviten también a ella.

Shii está nervioso. Sabe que ésa puede ser su última oportunidad y, como queremos que se relaje, Hinata, Naruto y yo nos lo llevamos a dar un paseo mientras yo le explico nuestro plan. Ni que decir tiene que Naru se limita a escuchar y a reír. Me gusta verlo feliz.

En un principio, el burro de Shii se resiste a que Hinata y yo le demos lecciones de cómo conquistar a una exnovia. Según él, no las necesita, pero al final el puñetero cabezón nos escucha.

Le hablamos del romanticismo y la caballerosidad, y resopla. Eso no va con él. Sin embargo, después de mucho hablar, le quedan claras tres cosas. La primera, no ha de agobiar a Flor, pero sí observarla con admiración e interés y que ella se percate. La segunda, cuando hable con ella, ha de ser atento y galante y debe demostrarle que la conoce y que sabe lo que le gusta y lo que no. Y, la tercera, debe sacarla a bailar su canción preferida y aprovechar ese instante para hacerle saber que, por ella, sería capaz de mover el mundo si fuera necesario.

Estamos preparando todo eso cuando me entero de que su canción es Burn One Down, de Clint Black. Por suerte, Saori la tiene en su móvil, y la escucho mientras preparo junto a Hinata unas mesas en la parte trasera de la casa con unos farolillos que Kushina saca para iluminar. Me parece una canción preciosa. No me extraña que le guste tanto a Flor.

Durante horas, me encargo de preparar sándwiches y canapés salados. Pero cuando disfruto y me luzco es cuando elaboro toda clase de dulces. Cuando me pongo en lo mío, soy un tiburón de la repostería.

Todos flipan con las delicates en que estoy preparando y no los dejo tocar.

Sobre las diez de la noche, mientras Hinata y yo damos los últimos toques a mi improvisada fiestecilla y enciendo los candelabros con velas que he comprado, me quedo mirando el nuevo y reluciente granero que hay más allá.

Está impecable. Huele a madera fresca y, de pronto, tengo uno de mis flashes y murmuro:

—Ni te imaginas lo que se me acaba de ocurrir.

Hinata me mira, no entiende de lo que hablo y, cogiéndola por los hombros, hago que mire el vacío lugar y cuchicheo:

—¿Qué te parece si celebramos la boda de Shii y Flor en el granero?

Mi pelinegra preferida en Wyoming, me mira y parpadea.

—¿Acaso crees que Chiyo lo permitirá?

Me encojo de hombros. Con ella nunca se sabe y, dispuesta a preguntárselo, decido que vayamos a buscarla. No está con los demás en el jardín, por lo que subimos la escalera hasta su habitación. Una vez nos plantamos ante la puerta, respiramos. Ésa será la única oportunidad de pedirlo. Sin duda es una locura, pero peor es tener ese grandioso lugar y que Shii y Flor se queden sin su fiesta.

Mientras Hinata traga con dificultad, llamo con los nudillos a la puerta. Segundos después, ésta se abre y Chiyo pregunta al vernos:

—¿Qué ocurre?

—¿No va a venir a mi fiesta de cumpleaños?

—No —responde y, dándose la vuelta, dice—: Pasad si queréis.

Hacemos lo que pide y, una vez cierro la puerta, la abuela se sienta en su mecedora, nos mira y pregunta:

—¿Qué queréis?

Sin dudarlo, cojo una silla, la acerco a su mecedora y, acomodándome frente a ella, digo mientras Hinata me imita:

—Venimos a pedirle una cosa muy importante que, si la acepta, va a hacer muy feliz a su familia. —Chiyo no dice nada, me mira, y yo prosigo—: Como sabe, Flor ha anulado la boda, pero creemos que puede haber una oportunidad esta noche de que todo siga su curso si Shii es capaz de dejar su burranguería a un lado y hacerle ver a Flor que puede ser un hombre y un marido maravilloso.

—Al grano, muchacha —replica la vieja—, que no tengo toda la noche.

Sonrío. Ella no. Hinata tampoco.

—Vale. Iré al grano. El caso es que, si Shii vuelve a reconquistar a Flor y la boda se celebra dentro de tres días, no tienen sitio donde dar la fiesta, pues el techo del otro local se hundió tras las lluvias. Así que habíamos pensado que, si usted nos dejara el nuevo granero, podríamos decorarlo hasta dejarlo precioso y su nieto y Flor podrían tener una bonita boda en un lugar increíblemente mágico y especial.

—¿En el granero? —pregunta sorprendida.

Asiento. Yo veo un potencial que ella no ve.

—La ceremonia se celebrará en la iglesia —añade Hinata—, pero sería genial hacer la cena y la fiesta posterior en el granero. Podríamos decorarlo de tal manera que ni usted reconocería el lugar una vez acabáramos.

—No.

Su tajante negativa me subleva y, tras mirar a Hinata y pedirle tranquilidad, gruño:

—Por el amor de Dios, señora, su nieto necesita un sitio donde celebrar su boda en caso de que la haya, y ¿me está diciendo que debe olvidarse del único sitio donde puede hacerlo simplemente porque a usted no le parece bien?

—Es un granero, ¡¿cómo va a celebrar la boda allí?!

—Porque es lo mejor que tenemos, y lo dejaremos genial.

—No... —repite sin ver lo que nosotras vemos.

Sin embargo, deseosa de darle a Flor lo que siempre ha querido, insisto:

—Escuche, el granero está vacío. Podemos traer las mesas que se salvaron en el derrumbe del local de la iglesia y usarlas junto con los manteles blancos que tienen allí y la cubertería. Puedo pedirle a Naruto y a los chicos que decoren con luces el interior del granero y podemos darle una grata sorpresa a Flor. Piense en lo que sentirá cuando sepa que usted ha cedido ese lugar para su boda. Le aseguro que tanto ella como Kushina, Shii, Naruto y los demás se sentirán muy orgullosos de usted.

Chiyo se toca la barbilla. Piensa en lo que le digo, mientras Hinata y yo nos miramos. Esperamos..., esperamos y, finalmente, cuando creo que me voy a lanzar a su cuello, dice:

—De acuerdo. En vuestras manos queda.

—¡Genial! —aplaudimos Hinata y yo.

Cuando nos levantamos, la abuela pregunta:

—Hinata, ¿cuándo te marchas?

—El viernes.

La mujer asiente y, mirándola a los ojos, añade:

—No estoy orgullosa de cómo me he comportado contigo. Te he acusado de cosas que desconocía, y sólo espero que algún día me perdones y encuentres a un hombre que valore lo que Menma no supo valorar y, por supuesto, yo tampoco.

El gesto de Hinata es serio. Ay, Dios, que me temo lo peor... En cambio, asintiendo, esboza una triste sonrisa e indica:

—Gracias, Chiyo.

Sin más, ambas damos media vuelta, salimos de la habitación y, cuando cerramos la puerta, miro a Hinata, sonrío y murmuro:

—Vamos a organizar la boda del siglo; ¡prepárate, granero! Ahora sólo falta que Flor se deje reconquistar y nos pondremos manos a la obra.

Felices por lo conseguido, bajamos de nuevo al jardín.

Los invitados comienzan a llegar y la parte trasera de la casa se llena de bullicio. En un par de ocasiones descubro a Chiyo mirando a través de sus visillos, pero la muy cabezona no baja a la fiesta.

De pronto veo que Shii, que está con el resto de sus hermanos, estira el cuello. Miro hacia el lugar donde él mira y distingo que Flor llega en ese momento con su prima Tayuya. Ver a esta última en mi fiesta no me hace gracia. Yo no la he invitado. Sin embargo, por una parte, me viene bien. Hablaré con ella para que dé marcha atrás en lo que le pedí.

Con una sonrisa, Flor saluda a todo el mundo hasta llegar a mí. Luego, tras mirar a Hinata, que veo que le guiña un ojo, ambas me llevan a la cocina y, en la intimidad, Flor me entrega una caja blanca atada con un lazo azul.

—Felicidades —dice—. Esto es de parte de Hinata y mío. Espero que, cuando lo veas en Los Ángeles, te acuerdes de nosotras.

No tengo ni idea de qué puede contener la enorme caja, así que la abro y me quedo boquiabierta cuando descubro el vestido de novia que me he puesto en las dos ocasiones que he celebrado la fiesta del divorcio con ellas y el liguero de flores azules sobre él. El vestido está ahora blanco, inmaculado y reluciente. Parece completamente nuevo. Emocionada por ese detalle, que para mí significa tanto, lo saco de la caja y murmuro:

—No sé qué decir.

Ambas sonríen y, tan emocionada como yo, Flor responde:

—No hace falta. Sólo sonríe y, el día que te cases con Naru, te lo pones.

Un gemido sale de mi boca. Hinata me mira, la pobre es consciente de lo que le conté en relación con Naruto y a mí y, cuando voy a decir algo, en ese instante entra Kushina y, al vernos, murmura:

—No me digas que mi Naru y tú tenéis una buena noticia que darnos.

Rápidamente niego con la cabeza. Por Dios..., por Dios, ¡qué bochorno! Y, antes de que Kushina salga de la cocina y la líe bien liada, me apresuro a aclarar:

—No..., no... Naru y yo no nos vamos a casar. Es sólo que este vestido me gustó mucho y Flor y Hinata me lo han regalado.

—Ay, qué noticia, ¡qué noticia!

—¿De qué noticia hablas, mamá? —pregunta Naruto entrando en la cocina.

Al ver el vestido de novia, me mira descolocado.

—Es un regalo que me han hecho Flor y Hinata—digo rápidamente—. Tranquilo. No va con segundas.

Él parpadea. Creo que hasta le sale alguna cana del susto que se ha llevado al ver el vestido en mis manos, y asintiendo murmura:

—Mejor vuelvo a la fiesta.

Una vez Kushina y él regresan a la fiesta, Flor y Hinataa comienzan a reír a carcajadas.

—Sois dos perracas —murmuro—; pero ¿cómo me regaláis esto?

—Porque te gusta; ¿por qué no íbamos a regalártelo?

Sonrío. No puedo enfadarme con ellas y, al final, termino riéndome yo también a mandíbula batiente al recordar el gesto de susto de Naruto cuando ha visto el vestido.

La noche va de maravilla. Los invitados parecen encantados con la comida que he preparado, y veo que se la comen gustosos. No se parece a nada de lo que se hace por esa zona y, contentos, la degustan y alaban mi buena cocina.

Sobre las once y media de la noche, Saori pone música y todo el mundo se lanza a bailar. Yo, que siempre he sido una bailonga de la música pop, reconozco que ahora que he conocido el country y sus bailecitos, me encanta.

Me lo paso pipa y, cuando suena Chattahoochee, de Alan Jackson, y saco a Naruto a bailar, no puedo parar de reír y de saltar mientras me muevo al ritmo de la movidita canción, que tanto parece gustarles a todos.

Grito...

Río...

Bailo...

Y disfruto del hombre que me gusta, mientras me dejo llevar con maestría y bailamos tremendamente compenetrados.

—Ya no me pisas, rubita.

—Ya no, chulito, ¡he aprendido!

Ambos reímos y nos dejamos arrastrar por el ritmo de la música mientras nos cruzamos con otros que bailan como nosotros y damos palmadas al aire cuando saltamos.

Tan pronto como la canción acaba, aplaudimos, y yo grito feliz:

«¡Viva el country!».

Pienso en mis amigas. Si Sakura, Hotaru, Valeria y Mei estuvieran aquí, disfrutarían bailando como yo. Cuando regrese a Los Ángeles, tengo que enseñarles a bailar esto y, sin duda, cuando vuelva a ir al bar del novio de la abuela de Sakura, miraré con otros ojos este tipo de música.

La noche continúa y, por suerte, soy testigo de cómo Shii, guiado por nosotras, ha conseguido acercarse a Flor y que ésta no salga huyendo despavorida. En un momento dado, le hago una señal a Saori y ésta pone su canción de Clint Black. Entonces Shii, con galantería, le pide a Flor que baile con él, mientras Hinata, que está junto a ella, la anima.

Estoy ensimismada mirándolos cuando me percato de que Tayuya saca a bailar a Naruto y él acepta.

Uy..., uy..., lo que me entra por el cuerpo.

Cierro los ojos. No quiero verlos.

Pero la curiosidad que hay en mí los busca con la mirada y los observa mientras bailan esa romántica canción. Como siempre que Naruto está con ella, se me ponen los pelos de punta. Observo que están muy compenetrados al bailar y, cuando creo que me va a salir humo por las orejas, Minato se acerca a mí y murmura:

—Cambia ese gesto. Naru sólo está siendo educado con ella.

Lo miro. Entonces él me coge de la mano y dice:

—Venga, vamos a bailar.

Me dejo guiar por Minato y, segundos después, los dos bailamos en la pista. Es un excelente bailarín, y finalmente me hace sonreír. Es un guasón. Cuando la canción acaba, de pronto todos aplauden a nuestro alrededor. Sin saber por qué lo hacen, miramos y entonces vemos que Flor y Shii se están besando con auténtica pasión.

Los vaqueros gritan, las mujeres aplauden y, cuando miro hacia la habitación de Chiyo, la veo a través de los visillos y, sintiendo que me mira, le guiño un ojo y le sonrío.

Feliz por lo que acaba de pasar, busco a Naruto. No lo encuentro. Me muevo entre los invitados y entonces veo cómo Tayuya tira del brazo del hombre que me gusta y, mientras todos aplauden a los que se besan, ella lo lleva hacia un lateral del granero y, tras empujarlo contra la pared, lo besa.

Ay, Dios...

¡Ay, Dios!

Miro cómo se aprieta contra él durante unos segundos, hasta que Naruto la aparta, le dice algo, le toca la mejilla con cariño y ella niega con la cabeza. Hablan. No sé qué dicen, pero finalmente Naruto se separa de ella y regresa a la fiesta.

Al hacerlo, se da cuenta de que he visto lo ocurrido y, acelerando el paso, llega hasta mi lado. Cuando va a hablar, digo:

—No digas nada. Creo que será lo mejor.

Sin más, doy media vuelta y, con una fingida sonrisa, me acerco a Shii y a Flor justo en el momento en que él se arrodilla ante ella y le pide delante de todos que se case con él porque es la mujer de su vida.

Hinata y yo nos miramos. Ninguna le ha dicho que hiciera eso, pero sin duda Shii se está aplicando. Como bien imaginaba Hinata, Flor acepta, y todos volvemos a aplaudir encantados. Kushina está feliz, todos están felices y, cuando Flor nos mira, Hinata y yo le guiñamos el ojo y le hacemos saber que ha hecho lo que deseaba.

Al ver que Naruto deja por fin de seguirme allá adonde voy, me dirijo hacia Tayuya y murmuro:

—Tenemos que hablar, ven conmigo.

Ella lo hace. Las dos entramos en la cocina y, al ver que no hay nadie, murmuro:

—Escucha. De nuevo vas a pensar que estoy loca, pero... pero..., en cuanto a Naruto, no quiero que continúes haciendo lo que te pedí.

Ella me mira, ladea la cabeza y, antes de que diga nada, como estoy nerviosa murmuro:

—Lo sé..., merezco todo lo que me digas. Pero me he dado cuenta de que adoro a Naruto y no quiero que tú ni nadie se interponga en nuestra relación.

—Pero ¿a ti qué te pasa? —gruñe—. Tan pronto me pides que vaya por él como me dices que me aleje de él. Pero ¿tú de qué vas? ¿Acaso no has pensado que yo también tengo sentimientos?

—Lo sé... Lo sé. Pero estaba equivocada y te pedí algo que nunca debería haberte pedido. Yo quiero a Naruto y...

—Pero ¿qué hacéis vosotras dos aquí?

Al mirar hacia la puerta, vemos que Kushina entra con unas jarras vacías.

—Salíamos del baño y regresábamos a la fiesta —respondo intentando sonreír.

—Vamos..., vamos..., ¡a bailar, muchachas!

Una vez salimos de la cocina, miro a Tayuya, y ésta dice:

—Aunque me jorobe mucho lo que dices, lo entiendo. Yo también considero que Naruto ha de ser feliz.

Ver su comprensión, como siempre, me deja sin palabras, y la abrazo encantada. Lo que le he hecho a esa muchacha no es algo que me enorgullezca, pero ahora tengo claro que no quiero perder a Naruto y, si hay una oportunidad, por muy pequeña que sea, ¡lo voy a intentar!

Las dos regresamos a la fiesta, bailamos, sonreímos, lo pasamos bien y, aunque estoy enfadada por el beso que he visto minutos antes, intento culpabilizarme a mí misma por haberlo provocado. Por suerte, Naruto nunca lo sabrá.

Cuando la fiesta termina y veo cómo él se despide de Tayuya acompañándola hasta el coche junto a Shii, que a su vez acompaña a Flor, ¡me entran los siete males!

¿Y si me he jugado mi futuro por la tontería que le pedí? ¿Y si Naruto se ha dado cuenta, tras ese beso, de que todavía existe algo entre ellos?

Durante varios minutos observo con disimulo cómo ambos hablan en la intimidad y, cuando se abrazan, mi mala leche española ¡ya está por las nubes!

Intento respirar...

Intento relajarme...

Pero los intentos son fallidos y, cuando nos retiramos a descansar y entramos en la cabaña, Naruto me mira y, en el momento en que va a hablar, le pongo un dedo contra los labios y murmuro:

—No digas nada.

Él retira mi mano de su boca, pero no lo dejo hablar. Lo empujo furiosa y lo aparto de mi lado. Naru intenta sujetarme, intenta hablar conmigo, pero como soy una bestia celosa, no se lo permito, mientras por mi boca sale de todo menos «bonito».

—Temari..., escúchame.

—¡¿Que te escuche..., que te escuche?! Pero, por Dios, os he visto. He visto cómo os besabais y luego cómo os despedíais en la intimidad. ¿Qué es lo que tenías que hablar con ella?

—¡Sé lo que has visto! —me corta.

—Oh, sí, claro..., ¡claro que lo sabes!

Madre mía..., madre mía..., qué ataque de celos me ha entrado. Pero no puedo contenerme. Algo en mí me hace seguir y seguir y, sin entenderme a mí misma, grito:

—¡Te dije que, conmigo, o todo o nada! Si quieres estar con ella, ¡vete con ella! Pero no me digas que sientes algo por mí.

—Es que siento algo por ti.

—¿Y por ella?

Naruto suspira, sacude la cabeza y responde:

—Me he dado cuenta de que por ella siento...

—¡Oh, genial..., genial! ¡No quiero saberlo! No quiero.

Y, sin más, giro sobre mis talones y me meto en mi supuesta habitación. Allí no hay nada. Todo está en el cuarto que compartimos y, cuando estoy mirando la desangelada estancia, la puerta se abre a mi espalda y, antes de que pueda moverme, él me rodea con los brazos, me acerca a él y murmura en mi oído:

—Tienes que saberlo lo quieras o no. Cuando nos hemos besado, me he dado cuenta de que con quien quiero estar es contigo, maldita cabezota. Quiero ser tu Naru, sólo tuyo y, al despedirme de Tayuya, se lo he dicho. Te deseo a ti, no a ella.

Acelerada por su confesión, permito que me dé la vuelta y, cuando nuestros ojos se encuentran, lo beso sin dudarlo. Beso a mi Naru. Lo devoro con la misma intensidad con la que él me devora a mí.

Esa madrugada, tras hacer el amor, mientras él me rodea dormido con sus brazos, yo observo las estrellas a través de la ventana abierta del techo y siento felicidad y temor.