Lápiz.

Hombro con hombro, casi rozándose, ambos leían. Sherlock, un libro de biología, William con un libro de matemáticas en sus manos y una libreta con números a su costado, lista para anotar cualquier cosa que necesitase.

El rubio había olvidado su lápiz del otro lado del sillón hacía ya tiempo, mucho antes que el detective fuese a sentarse con él. Se había enfrascado demasiado en su lectura, hasta que leyó algo que disparó su cerebro y tuvo la necesidad de anotar.

— Sherly, ¿podrías pasarme el lápiz que está a tu izquierda?

Sherlock no perdió oportunidad para echarle un vistazo a su amado rubio. Luego, buscó con poco interés el lápiz que le había pedido el de ojos de fuego. Sin embargo, no lo encontró.

Liam vio eso como una pequeña oportunidad para un experimento.

— Por ahí, cerca del cojín.

Sherlock seguía sin localizar el afamado lápiz, comenzaba incluso a frustrarse por no lograr ubicarlo. Entonces, Liam apoyó su mano ligeramente en la pierna de Sherlock, cerca de su rodilla, mientras se estiraba un poco a alcanzar la herramienta que necesitaba, atravesando su cuerpo entre Sherlock y su libro.

Cuando alcanzó la meta, tomó el lápiz y volvió a su posición inicial, no sin antes hacer contacto visual con el detective, cuando aún estaban cerca.

Detalle que el de hebras azabaches no pasó por alto. Pero al ver la focalizada concentración de Liam pasar del lápiz a sus matemáticas tan vorazmente, se desconcertó. Dejó salir una sonrisa mientras volvía su atención a su propio libro.