• Advertencias: lemon.
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—¡Marlene, Ruth! —les llamó Nifa, asomándose por la puerta de la habitación—. ¡Dense prisa, por favor! ¡Vamos atrasadas!
—¡Sí, sí, sí! —respondió Ruth tranquilamente—. ¡Sólo dame un segundo! —forcejeó con el corsé, apretándolo más de lo debido y provocando que la reina hiciera un gesto como si estuviera a punto de vomitar—. ¡Ups, lo siento! —se disculpó genuinamente, aflojando su vestimenta.
—¡Para la belleza nunca hay tiempo suficiente! —objetó Marlene, terminando de peinar los dorados cabellos de la omega—. ¡Ta-dá! ¡Ha quedado preciosa! —festejó alegremente, dando vueltas sobre su propio eje mientras aplaudía repetidas veces, orgullosa de su trabajo.
—¡No molestes! —exclamó Ruth, señalándose con orgullo para posteriormente espetar—: ¡lo que yo he hecho está mejor!
—¿Ah, si? —cuestionó Marlene, cruzándose de brazos con burla—. Pues veamos que piensa la reina al respecto. Su majestad, por favor dennos su veredicto —pidió la castaña, inclinándose levemente hacia ella mientras con su mano derecha le indicaba que se dirigiera al gran espejo que se sostenía firmemente en la esquina contraria.
La omega asintió, levantándose con cautela mientras caminaba hacia él con los ojos cerrados y siendo conducida por Ruth. Una vez que estuvo frente a él, la criada le indicó que podía abrir los ojos.
Un corto pestañeo fue suficiente para percatarse de la minuciosa labor que requirió gran esfuerzo por parte de las criadas. Su largo vestido de seda blanca junto al perfecto corsé fabricado por ellas hacía juego con las flores blancas que adornaban los espacios de sus largas trenzas, las cuales se aglomeraban y recogían en la parte posterior de su cabeza. Asimismo, la gran corona de oro encajaba correctamente en su peinado.
Se quedó en silencio durante varios segundos, completamente estática. No gesticuló palabra o movimiento alguno, simplemente analizaba su reflejo. Las criadas palidecieron e intercambiaron miradas nerviosas, dedujeron que sus esfuerzos habían sido en vano. Temerosas, se alejaron unos cuantos pasos antes de que una de ellas pudiera pronunciar:
—¿No... No le gustó? —preguntó Ruth, ciertamente asustada. Vislumbró el peor de los escenarios: esperaba que la rubia tirara todo en un ataque de ira y comenzara a insultarles descaradamente, puesto que eso hacía cuando su padre aún vivía. Sin embargo, ambas criadas quedaron boquiabiertas en cuanto la rubia giró para mostrarles una amplia sonrisa mientras algunas lágrimas se deslizaban por sus mejillas.
—Es hermoso —agradeció genuinamente, pasándose los dedos por las orillas de sus ojos—. ¡Gracias por tanto, chicas! —saltó hacia ellas, envolviéndolas en un afectuoso abrazo.
Ambas criadas se miraron con asombro, pero se encogieron de hombros y suspiraron con alivio. Correspondieron al abrazo de su reina, sintiéndose verdaderamente afortunadas de que su trabajo haya sido reconocido.
—¡Su majestad, se nos hace tarde! —presionó Nifa, recordándole el escaso tiempo que les sobraba. Extendió su mano amablemente, la cual fue tomada casi al instante por la reina—. ¡A ustedes dos, las espero en el pasillo principal! —les mencionó a sus compañeras, mirándolas de reojo.
Caminaron hacia el salón principal, dispuestas a desalojar el castillo. No obstante, sus propósitos fueron interrumpidos por Hannah, quien se paró abruptamente delante de ellas.
—Oh no, cielo. Estás muy ocupada, deja que me encargue yo —pidió la pecosa, sonriéndole gentilmente.
A la omega se le hizo algo extraño, así que miró a la reina en busca de una respuesta. La rubia asintió, indicándole que todo estaría bien. Algo desconfiada, soltó a Historia en sus manos y acto seguido ella se marchó para continuar supervisando los preparativos.
—Su majestad...—Hannah habló despacio, a un volumen apenas audible—. Es todo un honor para mí ser yo quien esté a punto de llevarla al altar —comentó. Su tono de voz sonaba particularmente alegre, parecía que pronunciaba cada sílaba con extremo gusto—. Seguramente a mi hermana le hubiese gustado ser ese alguien, pero sé que ahora cuida de usted desde el cielo, junto a nuestros padres. Yo... Quería agradecerle —desvió la mirada al suelo, sonriendo débilmente mientras sus ocelos se aguaban.
—¿Agradecerme? ¿Por qué? —inquirió la reina, extrañada. Giró su cabeza levemente hacia ella para poder mirarla mejor y descifrar sus encriptadas palabras.
—Porque... Dentro de todo este caos y esclavitud, usted le dio libertad. Un motivo para vivir —alzó la cabeza, dirigiendo su vista hacia la rubia—. Fue feliz mientras tuvo vida, sabe... Cuando me dio la noticia, no pude evitar sentir un gran remordimiento hacia usted, su alteza... Pero después pensé en ella y recordé que me había mencionado que la priorizó a usted por encima de sí misma. Supongo que... Falleció siguiendo su voluntad, tal como sus padres hicieron. Eso la convierte en alguien honorable, ¿no lo cree? —sonrió tímidamente, desbordándose en lágrimas. Su voz había pronunciado aquella última oración con dificultad, ya había roto en llanto.
—Su defunción no fue en vano —aclaró la reina, mostrándose seria. Claramente, a ella también le dolía haber atravesado por todo aquel mare mágnum—. Ella será recordada por siempre como una heroína —la había perdonado por mentirle y engañarla, por lo que sus palabras eran sinceras—. Si no hubiera sido por su sacrificio, probablemente nuestra situación sería otra.
Hannah ensanchó su sonrisa, asintiendo con la cabeza reiteradas veces. Abrió la puerta del salón principal y posteriormente ambas salieron de éste, acercándose cada vez más al altar en donde su futura esposa aguardaba pacientemente.
La luz del sol alumbraba perfectamente al encantador escenario; los presentes recibían animosamente a la reina mientras gritaban entusiasmadamente por su matrimonio. Algunas de las criadas tocaban sus instrumentos, aunque la ausencia de Sasha resaltaba en ese rincón. Aún así, el talento de sus compañeras no era opacado; sus dulces melodías eran un deleite para el espectador.
Well met, well met, my own true love. Well met, well met, cried he.
En cuanto su mirada conectó con la de la castaña, no pudo evitar ruborizarse tímidamente mientras veía con cariño a la futura alfa con la que pasaría el resto de su vida. Arrugó su semblante con alegría, evitando contener su llanto.
I've just returned from the salt, salt sea. All for the love of thee.
Unos cuantos niños hijos de campesinos pasearon felizmente con canastas repletas de flores. Las tiraban despreocupadamente sobre el delimitado sendero que las conduciría al altar mientras cantaban gozosos las clásicas canciones que las criadas tarareaban.
I could have married the King's daughter, dear. She would have married me, but I have forsaken crowns of gold.
Se acercaban lentamente, hasta que finalmente su recorrido culminó. Hannah se inclinó a modo de reverencia, sonriendo gentilmente ante la felicidad de la reina. La rubia se posicionó enfrente de la castaña, mirándole con una grata e innegable satisfacción. En medio de ellas, unos pasos más atrás, se encontraba el único omega Ackerman. Sostenía la sagrada biblia que solía pertenecerle a Frieda, junto al padre Nick.
—¡Silencio! —ordenó Levi al percibir los imparables cuchicheos. Frunció el ceño, esperando impacientemente a que los presentes acataran su mandato. Una vez que así sucedió, prosiguió—: Excelente. Damos inicio a esta ceremonia.
A Ymir jamás le agradó la religión. Todas las horrorosas anécdotas que experimentó en carne propia le habían dejado muy en claro lo abandonados que los tenía su supuesta Diosa, sin embargo, había accedido a realizar una boda de ese estilo a petición de Historia. A diferencia de ella, la reina siempre fue creyente de dicho sistema porque así le había sido inculcado desde que tenía memoria. La pecosa no tenía ningún problema en lidiar con ello, después de todo, existía el libre albedrío.
El rimbombante discurso empezó a emerger del pastor, manteniendo a las personas expectantes hasta el último momento. Nick poseía una elocuencia sobrenatural, capaz de hipnotizar hasta al más inepto del gremio. Sus adornadas palabras endulzaban los oídos ajenos, provocándoles una extraña sensación de bienestar consigo mismos. Y esta vez, no era la excepción.
Todo el reino había acudido a la boda, incluso los refugiados de Marley. Habían pasado dos meses desde que todo aquel embrollo ocurrió, finalmente sus conflictos bélicos habían sido erradicados por ambas naciones y actualmente Paradis mantenía una relación estrecha con Marley. Annie y Reiner sucedieron al trono de sus respectivos reinos, y también lograron casarse con las personas que verdaderamente amaban; Mikasa y Bertolt.
Pieck, por su parte, rechazó la oferta de Zeke de regresar a casa con él porque sabía lo que aquello implicaba; el rubio tenía un interés amoroso en ella. En su defecto, optó por quedarse en Paradis, y al poco tiempo Yelena se le sumó. La azabache, en lo más profundo de su ser, había decidido quedarse únicamente por Ymir. A decir verdad le guardaba ciertos sentimientos que, si bien eran incapaces de herir su vínculo con Historia, a ella la herían por no ser correspondidos. «Te amo, Ymir. Pero no puedo tenerte» pensó un sinfín de veces, obligándose a arrancar de raíz sus emociones hacia la castaña hasta que finalmente pudo darse la oportunidad de reempezar. Para ese entonces, Yelena la esperaba con los brazos abiertos.
Y en cuanto a Annie... Mikasa no dudó ni un segundo en acompañarla hasta Marley. La alfa era una mujer tosca, que muchas veces podría parecer insensible para el ojo ajeno. Pero, cuando se fijaba un propósito, no había nada en el mundo que la hiciera cambiar de parecer. Y en esa ocasión, Annie había sido la víctima predilecta.
La reina miró hacia los invitados, sintiéndose algo deprimida por notar la ausencia de su hermano. Él era el último lazo familiar que le quedaba, y no tenerlo en un momento que ella consideraba importante era bastante afligente. Aún así, sonrió imaginándose que él estaba ahí, aplaudiéndole y celebrando su logro con ella.
—Reina Historia —le llamó el pastor, recitando sus conocidas oraciones—, ¿acepta a Ymir como su fiel alfa por toda la eternidad?
Un notable sonrojo cubrió sus mejillas. Inevitablemente, la lágrimas empezaron a fluir. Empezó a emanar un aroma más potente que nunca, y con la completa certeza, afirmó:
—¡Sí, acepto! —probablemente su semblante lucía tonto, víctima de la efusión por la cual su mente atravesaba.
—Y usted, Ymir. ¿Acepta a la reina Historia como su omega por toda la eternidad?
—¡Por supuesto que sí! —contestó sin titubear, como si estuviera esperando apresuradamente a que el viejo terminara de hablar.
—¿Alguien se interpone a esta boda? —preguntó el pastor, sin respuesta alguna—. Bien, entonces, las declaro...
Su sentencia quedó suspendida en el aire, puesto que la intrépida morena tomó a la reina por la cintura y la besó tiernamente mientras el beta regañaba su precipitado actuar. Pero eso no les importó a ninguna de las dos.
Chiflidos y alebrestados gritos inundaron el lugar. Los invitados se levantaron de sus asientos rápidamente, mientras gritaban alegremente por la unión de ambas mujeres. Pieck sonreía ampliamente mientras Yelena la tomaba por los hombros, acercándola a ella. Levi se había alejado de las novias para caminar hacia su hombre, quien extendió su mano con tal de que el más joven la tomara. Por otra parte, las criadas lloraban al unísono mientras se abrazaban en conjunto; su ventura era la misma que la de la reina. El pastor Nick, quien durante mucho tiempo se comportó inadecuadamente con la familia real, finalmente se sentía en paz consigo mismo y con ellos. Los niños cantaban, reían y jugaban, al igual que los pocos pájaros que lograron colarse. Un nuevo inicio los recibía.
La música se reanudó, y posteriormente los presentes continuaron con su festejo. Algunos degustaban el gran banquete que habían preparado, mientras otros cuantos bailaban al son de las melodías tocadas por las criadas. Charlaban, gozaban, disfrutaban. Aquel momento les otorgó uno de los recuerdos más preciados para atesorar.
Incluso cuando la noche comenzó a caer, el alboroto por parte de los incansables pueblerinos no cesaba. En algún momento de la tarde, la reina se escabulló entre el tumulto de gente únicamente para visitar la tumba de sus padres, los cuales, por órdenes de ella, habían sido sepultados juntos, apartados de la demás familia real.
Miró con abatimiento la fría lápida en la cual se encontraban labrados los nombres de sus padres. «Kenny Ackerman y Uri Reiss, almas gemelas» leyó con nostalgia mientras sus delgados dedos tocaban la fría piedra. Esbozó una pequeña sonrisa, recordándolos a ambos con un inmenso cariño. Sabía de sobra que el alfa no había sido una buena persona, y pese a ello, esperaba de todo corazón que entrara al cielo para poder reencontrarse con Uri. Anhelaba que, quizá en otra vida, pudiesen vivir de una mejor manera.
El tacto de una mano la hizo sobresaltarse, pero de inmediato recobró la compostura en cuanto giró la cabeza para encontrarse con la causante. Suspiró con gracia mientras la morena le extendía un impecable sobre.
—¿Qué es eso? —preguntó la reina, tomando el sobre entre sus manos.
—No lo sé, lo trajo uno de los lunáticos comerciantes —contestó la pecosa, cruzándose de brazos mientras le sonreía—. Por cierto, ¿qué haces por acá?
—Yo... Sólo creí que era un buen momento para decirle a mis padres que —husmeó en el remitente del objeto, leyendo el nombre del actual gobernante de Marley con una caligrafía envidiable—... Pues, cumplí sus sueños. Finalmente me casé —respondió divertida, cayendo en cuenta de lo irónica que era la vida—. En donde quiera que estén, ellos estarían gustosos de saberlo.
Abrió el sobre con delicadeza, sacando de éste un amarillento papel doblado perfectamente en cuatro partes. Lo desdobló, hallando un comentario simple, pero bien intencionado:
Felicidades por la boda, su majestad. Rogamos por su bienestar y el de su nación, que la prosperidad les acompañe siempre.
Atentamente: Reiner Fritz.
—Gracias, Reiner...—murmuró a un volumen apenas audible, ensanchando su sonrisa. Devolvió su visión hacia le castaña, quien se había retirado hace rato. Podía escucharla pelear cómicamente contra Yelena, quien parecía tener cada vez más la paciencia en números rojos.
—¡¿Q-Qué dishesss, pe-perra?! ¡El jugo de manzhana esssh... Me-mejor! —protestó Ymir, fiel a sus ideales.
—D-De ninguna ¡hip! manera, zhorra —contraatacó la alfa más alta, negando con su dedo índice. Ambas se encontraban demasiado ebrias para ese punto—. El ju-jugo de ¡hip! naranja shiempre sherá ¡hip! mejor... —aseguró, asintiendo con la cabeza mientras hablaba.
—¡Hip!, ¡eresssh... Repulsiva! —la morena movió su mano a modo de negación—. Pieck, ¿tú que... ¡Hip!... Dices?
—Prefiero el jugo de uva —contestó amablemente, tomando otro trago de su cerveza. A diferencia de ellas, la omega sí era una buena bebedora.
—¡Impossshible! ¡Hip!
Historia rio suavemente al percatarse de aquella graciosa escena. Movió la cabeza a modo de negación y se alejó de la fiesta para poder ingresar al castillo. Era su día especial, sí. Lo había compartido junto a su esposa y súbditos, pero aún resentía la ausencia de su mellizo. Además, había recordado la particular advertencia que le proporcionó durante su última visita.
—Léelo una vez que estés preparada, ábrelo una vez que hayas superado todas estas pérdidas. Júralo.
Era el momento. Se hallaba más estable de lo que alguna vez estuvo.
Hurgó rápidamente en su habitación, dirigiendo su visión hacia todas partes en busca de aquel misterioso objeto. Lo encontró en uno de los cajones de su gaveta, debajo de algunas de sus pertenencias. Lo tomó con toda la calma del mundo, y antes de que pudiera empezarlo a leer, un leve golpeteo en su puerta la distrajo.
—Levi —lo nombró la reina—, ¿ocurre algo?
El azabache la miró con lástima, un sentimiento que pocas veces demostraba. Suspiró con pesadez, y poco a poco se acercó a la rubia.
—¿Estás segura de querer hacer eso? —cuestionó el azabache, tomándola del hombro derecho.
—Tú... ¿Cómo...?
—Antes de fallecer, el viejo me reveló información de la cual los privó a todos ustedes. Supongo que ahora mismo no lo odias, ¿no es así? —preguntó, recibiendo una respuesta negativa—. Te has deshecho de toda la amalgama que te producía. Quisiera que conserves esa imagen de él. Por favor, perdónalo y no leas el contenido de ese libro —pidió el Ackerman, escuchándose suplicante por primera vez.
La rubia quedó atónita ante la declaración. Sus ojos se posaron sobre el añejo objeto, tomándolo con más fuerza de manera involuntaria. Se le planteaban dos opciones: perdonar y olvidar o comprender y olvidar. ¿Cuál era la decisión correcta?
—Yo... Lo siento, Levi. Pero tengo que averiguar la verdad para evitar cometer los mismos errores —sentenció, abriendo el libro de una buena vez.
El azabache suspiró, derrotado. Asintió con la cabeza y se marchó del sitio, no sin antes comentarle que estaría en el salón principal por si se le ofrecía algo.
La pasta del libro se hallaba maltratada, claramente deteriorada. En la portada podía leerse «Investigaciones por Armin y Dirk», escrito con una terrible caligrafía. La rubia ojeó con minucia las amarillentas páginas del libro, recorriendo una tras otra. Algunas estaban carcomidas por las polillas, otras, simplemente ausentes. Las primeras páginas contenían lo que el título del objeto rezaba: eran meras anotaciones escritas por su mellizo, todo lo que su vasto intelecto podía discernir. Taxonomía, hipótesis, curiosidades. Nada con relación a Kenny.
No fue hasta la mitad del libro cuando comenzó a percibir rarezas. Algunas de las palabras escritas por su hermano estaban circuladas o subrayadas, y a juzgar por la conservación de la tinta, podía jurar que tales palabras fueron marcadas años después. Incluso viéndolo de ese modo, no había manera de que fuese un mensaje secreto; hilándolas no lograban conciliar sentido:
¿Dónde está el corazón de los arácnidos? [...] El bosque alberga una gran diversidad de fauna [...] Los búhos son sensibles a la luz, por lo que únicamente salen de noche [...] Hay varias fases de la luna: luna llena, menguante, nueva, creciente [...] Las aves carroñeras se alimentan de los pútridos organismos [...] Los lobeznos son carnívoros y [...]
Continuó, hasta que finalmente se topó con la sección perteneciente a su padre. No había escrito en las mohosas páginas del libro, en realidad, eran notas sueltas que parecían haber sido enviadas en algún momento (a juzgar por lo arrugas y maltratadas que se encontraban).
23/05/885
Karl está todo ido. No miento, el vejete cada día amanece más tarugo. Pero ayer me dijo un par de cosas que me suenan coherentes, y pues las voy a anotar pa' ver si no me echa puro cuento. Dice que está teniendo tratos con un sujeto de Marley, aún no me ha dicho quién, pero dice que está medio cabroncito. No confío en eso, pero a ver cómo va pues. Y por otra parte, mi matrimonio con Uri ha resultado más complicado de lo que pensé. Los reinos hermanos están en desacuerdo, pero me paso por el nabo lo que todos ellos piensen.
25/06/885
Llegó ese cabrón, el hermano de mi marido. Sepa la goma qué bronca traen, pero se oye que la situación no va bien. No me informan qué pasa, pero pues soy el mero mero y averiguaré por mi cuenta. Ahí luego escribo qué acontece. Por el momento todo tranca, no se me alebresten.
03/07/885
Ay jijo. No pues ya valió. Está bien pinche fea la situación dentro de la familia real, y luego dicen que nosotros somos los tocados. Pero bueno, la cosa va así: el vejete me pidió un par de cosillas antes de estirar la pata. Entre ellas, matar al primogénito, que porque disque iba asesinar a mi marido si no me ponía águila. ¿Le creemos?
04/07/885
Pues sí, en efecto. Están todos muertos. Sentí algo de misericordia por mis crías, porque sé que se la pasan a todo dar con dos de los chamacos. Pero pues qué se le va a hacer, ellos están antes que cualquier otro. ¿Y ustedes? ¿Cómo va todo por allá?
¿Qué significaba todo eso? No lo comprendía ni un poco. ¿Es que acaso su padre Kenny había asesinado a su tío Rod porque el último deseaba pelear por el poder? Sonaba creíble, pero, ¿y las palabras señaladas? Nada tenía sentido. Además, ¿para quién iban dirigidas esas cartas? ¿Quién las había puesto ahí?
Suspiró con pesadez. Nada de eso importaba ya. Era mejor centrarse en la realidad antes que continuar estancada en el bucle que era el tortuoso pasado. Nada de eso los traería de vuelta a la vida, después de todo...
Escuchó la voz de Nifa resonar por los pasillos, cada vez más cercana. Parecía estar en busca de ella.
—¡Reina Historia! —exclamó la criada una vez que fue capaz de encontrarla—. ¡Por favor, acompáñeme! La celebración está a punto de culminar —se asomó tímidamente por la puerta, esperando su respuesta.
—Entendido, allá voy —sonrió carismática, mientras depositaba aquel sucio libro sobre la gaveta y trataba de seguirle el paso a la apresurada criada.
El festejo de su boda finalmente terminó, y poco a poco los invitados se desvanecieron. Para su mala fortuna, le tocó lidiar con su alcoholizada esposa. Fue gracioso intentar cargarla mientras de su boca salían puras barbaridades sinsentido alguno.
—Hissstoria...—la nombró la alfa, moviendo su cabeza de un lado a otro conforme avanzaban—. Hissstoria, ¿dónde ¡hip! está...? ¡Hip!
La rubia rio sutilmente. ¡Estaba tan ebria que ni siquiera era capaz de reconocerla! Sin duda alguna, no perdería la oportunidad para jugar con ella.
—Soy su gemela, Krista Lenz. ¿Hay algo que necesites decirle? Se lo haré llegar —bromeó, haciéndose pasar por la identidad que le proporcionó.
—S...Shí... Esh q-que ¡hip! Quiero casharme con ¡hip! Ella...—se tambaleaba cada vez mas—. ¡Hazhle... Saper q-que... Hip... La amo! ¡Ella... Esh el... Hip, amor de mi vida...!
La omega la miró con ternura, sonriendo ampliamente conforme la castaña continuaba su oración. Internamente, se preguntó si así Mikasa había descubierto los sentimientos de la morena hacia ella. Sea como sea, se alegraba de que sus plegarias finalmente hayan sido escuchadas.
Los días pasaron como comúnmente hacían. En Marley, hubo un golpe de estado con tal de derrocar al mandato de Dina, hecho que consiguieron exitosamente aunque lamentablemente muchas vidas fueron tomadas de por medio, incluyendo la de la misma beta. Valió la pena, puesto que dicha nación ahora vivía de una manera más pacífica, y al parecer, los desacuerdos entre naciones hermanas habían terminado. Reiner e Historia eran buenos amigos, y el varón mantenía buenas conexiones con los reinos cercanos, hecho que le costó conseguir debido al pensar ortodoxo de los demás reyes. Poco a poco, su forma de pensar evolucionaba.
Hacía no mucho que su pasional noche comenzó. La luna resplandecía en lo más alto, alumbrándolas con los tenues destellos que emanaba. Las cortinas permanecían arremangadas despreocupadamente en las esquinas de los ventanales, pero no había problema con ello. Nadie las vería, después de todo.
—¡A-Ah, Ymir! —exclamó la reina sin pudor alguno, inmune a privarse de cualquier momentánea reacción que pudiese gestionar. Separó las piernas en un santiamén, facilitándole aquel laborioso trabajo a la nombrada, quien sonreía satisfecha mientras escuchaba los sonoros jadeos por parte de la rubia.
La silenciosa atmósfera se veía opacada por el ruido que provenía de la habitación de la reina, aunque tampoco había algún detalle con ello; las criadas se encontraban descansando en sus habituales aposentos, los cuales se ubicaban en el primer piso. Y el último Ackerman omega se hallaba en una habitación lo suficientemente apartada como para ser víctima de aquellos indecorosos sonidos.
Decir que su confianza era mutua era escaso para describir la increíble conexión que habían forjado. Su amor trascendía más allá de la comprensión y los deseos carnales; era sublime la manera en la que ambas podían congeniar tan adecuadamente sin fracturarse. Sus opuestas personalidades se atraían sutilmente en mecánicas interacciones que podrían pasar desapercibidas para el espectador, pero bien conocidas para ellas.
Ahora, Historia se entregaba enteramente a la mujer con la que anhelaba pasar el resto de su vida. No era sólo su esencia palpable lo que impregnaba en ella; ahora se llevaría su vida adherida el día en el que partiera de ese mundo terrenal. Habían concientizado el vínculo más puro y especial que pudiese existir entre ambas razas: la marca. Ese día no sólo había altas probabilidades de engendrar un descendiente, sino que, se encontraba en ese característico periodo por el cual los omegas atravesaban cada seis meses. El celo finalmente había llegado.
—Historia...—gimió roncamente, pasando su nariz sobre el cuello de la rubia. La olfateaba como si estuviera a punto de olvidar su esencia. Presionaba su cuerpo contra el suyo mientras sus sustancias tangibles se vertían sobre sus pieles. Ese rozamiento, la fricción producida por sus cuerpos, era tan electrizante que podía sentir el desorden de sus átomos hasta traspasar a otro estado. Sólo eran ellas y la apaciguada noche.
Atacó su cuello con numerosos besos, mordisqueando suavemente su delicada piel. Lamió su carne, saboreando cada centímetro de su tersa piel blanca. Era tan dulce y encantadora, incomparable a cualquier otro omega. Amaba observarla de esa manera tan personal; presenciar un maravilloso espectáculo que resplandecía únicamente para ella. Sus expresivos ojos azules deslumbraban y la miraban con tanto detenimiento y cariño que no podía evitar sentirse en casa. Por su parte, su tosca personalidad cedía un poco en momentos tan íntimos como aquel. Sus desordenados mechones castaños recorrían todo su rostro, impidiéndole mirarla directo a los ojos, pero no era necesario dado que la rubia tenía muy en claro que aquellos burlones y agresivos ocelos se avergonzaban con cada sutil caricia.
Su trabajo manual era espléndido, lo más sublime que haya experimentado. Podía sentir el mismísimo cielo acercarse con cada movimiento que la morena proporcionaba. Sus largos dedos entraban y salían sin pudor de su entrada, embistiéndola cada vez con mayor intensidad. El ruborizado rostro de la rubia era un terrible manjar que la pecosa adoraba degustar; atestiguar como poco a poco la inocente omega perdía el control hasta suplicar como una desquiciada por más, era un acto completamente satisfactorio. La sentía, tan cercana, tan complacida, tan suya.
Sus pezones endurecidos, sus sudorosos cuerpos, los incesables gemidos que externaban ambas. El momento se acercaba, y la fría noche las acunaba.
Besó sus labios con calma, mostrándole algo de ternura en medio de aquella sicalíptica madrugada. Se separó, admirando embelesada la belleza de su dama. Con su mano libre, tomó el rostro de la menor y sonrió ampliamente, acción que la reina correspondió de inmediato.
—¿Estás lista? —preguntó amablemente, mirándola directo a los ojos.
—Para cualquier cosa contigo siempre lo estaré —respondió de la misma manera, con cierto destello en los ojos que bien podría asimilarse al del difunto rey al ver a Kenny.
La morena asintió con la cabeza. Recorrió su cuello, repartiendo besos en éste, hasta que finalmente llegó al espacio entre su clavícula y el hombro. Rápidas escenas de sus vivencias en conjunto invadieron su mente, transformando su lujuria en algo más que sentimientos carnales. Abrió la boca, y como si temiera herirla, clavó su dentadura sobre la impecable piel de la omega. La reina soltó un quejido del dolor, sintiendo como se erizaba y echaba la cabeza hacia atrás mientras jadeaba el nombre de su amante. El proceso había sido completado.
Su entrada continuaba humedeciéndose, indicándole que el apareamiento aún no acababa. Hubo un momento en el que, sin darse cuenta, sus caderas de movían por sí solas al ritmo de su alfa. Sacó sus dedos y los metió en su boca mientras sonreía juguetona.
La castaña descendió hasta el abdomen de la rubia, depositando besos durante su trayecto. Con una mano en cada uno de sus muslos, los separó lentamente mientras dejaba a la vista su parte íntima. Se acercó con cautela, asegurándose de molestar a la más baja por la lentitud de sus actos. Sin embargo, la reacción que obtuvo fue una distinta a la que esperaba.
La omega sujetó su cabeza con ambas manos, enredando algunos de sus mechones castaños entre sus dedos. La obligó a acercarse rápidamente, era evidente que necesitaba atención ahí abajo.
La morena pensó fugazmente en lo curioso que aquello había sido. No era el estímulo que hubiese esperado; normalmente Historia se mostraba tímida y dócil a la hora del sexo. No obstante, comprendía que ahora mismo se encontraba en celo y estaba realmente descontrolada. En cierta forma, le gustaba verla tomar la iniciativa.
Lamió su intimidad, chupando en su totalidad su clítoris. La menor jadeaba mientras se removía cómodamente, expulsaba bocanadas de aire que reclamaban su nombre. Abrió las piernas un poco más, hasta que le fue prácticamente imposible separarlas un milímetro más. Pronto llegaría al orgasmo, al primero de una gran serie de secuelas.
Sin embargo, antes de que estuviera a punto de correrse, la morena paró en seco. La rubia objetó, pero inmediatamente fue acallada en cuanto la alfa la tomó entre sus brazos y se tumbó ella sobre la cama, dejando a la menor encima de ella.
El clítoris de la pecosa se alargó durante la cópula, tal y como era esperado. La reina entendió casi de inmediato lo que la morena pretendía lograr, y sin demorarse más, frotó su intimidad contra éste. Se movió hacia adelante y atrás, y posteriormente entró. Sus senos rebotaban ligeramente con la presión que se ejercían, y las manos de la alfa sujetaban fuertemente sus caderas.
Ymir deslizó su mano hacia uno de los brazos de la reina, quien mantenía los ojos cerrados mientras su espalda se arqueaba, producto de la excitación por la cual atravesaba. Tocó gentilmente su brazo, como si le quisiera hacer entender que lo acercara a ella. Confusa, la rubia abrió los ojos y estiró su brazo hacia ella, obteniendo que la castaña entrelazara sus dedos con los de ella. Ahora entendía.
Sonrió con dulzura, preguntándose mentalmente como incluso en un momento tan pasional como ese ella lograba ser tan tierna. Sostuvieron sus manos mientras el ritmo de las embestidas aumentaba, logrando que el clímax se aproximara para ambas.
—¡Ah, Ymir! —gimoteó estruendosamente, echando la cabeza hacia atrás mientras los músculos de su cavidad se contraían. Pocos segundos después, espesos fluidos emergieron de ambos cuerpos—. ¡Te amo!
Cayó exhausta sobre el cuerpo de su amada, echándose justo encima de ella. Sus respiraciones agitadas se mezclaron, y poco después, un cálido beso surgió. La alfa miró a su mujer como si fuese lo único que había en la habitación, y le otorgó un suave beso en la frente. La omega, por su parte, se acurrucó junto a ella con total plenitud. Aún no se agotaban sus ganas, pero pensó que sería prudente descansar por unos momentos.
—Yo también te amo —respondió la más alta cariñosamente, retirando algunos mechones de cabello de la cara de la rubia—. Más que a nada en este mundo.
—Gracias, Ymir... Por enseñarme a vivir —susurró, aferrándose más al cuerpo de la morena.
Su velada transcurrió de la misma manera, pareciera que no pararon durante toda la noche. Definitivamente, un hijo estaría en camino.
˚₊· ͟͟͞͞➳ ❝ ɴᴏᴛᴀ ᴅᴇ ᴀᴜᴛᴏʀᴀ ❞
Capítulo dedicado a Pichumimi por ser un sol y votar en cada capítulo. Desconozco si te gusta el lemon, pero ya se va a acabar la historia y no podré dedicar más (?) una disculpa jeje.
No quiero hacer spoiler sobre SnK pero... No me gustó el final, así que con más ganas vine a escribir. En fin, ya el capítulo que sigue da el cierre oficial y luego el epílogo. Es increíble lo que este fic me ha hecho, yo antes solía escribir cosas trágicas y desgarradoras y ahora... Me siento en las nubes cada vez que me siento a redactar un capítulo. Amo esta historia y el desarrollo que le fui dando, me encariñé demasiado con el papel que toman los personajes en este fic... En serio creo que lloraré el día en el que publique el último capítulo, pero bien, me ahorraré el discurso hasta entonces. ¡Gracias por leer!
