Para Bella, con amor

Esta historia es una adaptación, no me pertenece

Al final de la historia daré el nombre original y el de la autora

Los personajes pertenecen a Stephanie Meyer


"Lo que estás buscando no vendrá de la forma que esperas"

Capítulo 30

POV Edward

Abrí la puerta del apartamento, cansado y derrotado. El lugar se hallaba tranquilo y me hizo sentir extraordinariamente solitario.

La prima de Alice, Heidi, pasó por una cesárea de emergencia en el hospital, dando a luz seis semanas antes de la fecha a una bebé de dos con ochocientos kilos. Jasper se apareció minutos antes para informar que él y el papá de la bebé hicieron un trato: no entregaríamos a Alec por lo que le hizo a Heidi si él no denunciaba a Riley por lo que éste le hizo a él.

Al parecer, eso funcionó para Alec, porque Jasper dijo que iba en camino de regreso a Florida.

Cuando una enfermera salió para decirle a Alice que podía regresar y ver a la nueva mamá o a la nueva bebé a través de la ventana, en la incubadora donde la pusieron, decidí que era tiempo de que me dirigiera a casa. Ya que Riley no parecía estar dispuesto a moverse del hospital, hice el viaje a pie.

Caminar ayudaba a aclarar mi cabeza. Demonios, la noche entera había aclarado mi cabeza. Cuando una catástrofe como esta ocurría, hacía que una persona se diera cuenta de lo que era verdaderamente importante. Abriendo mi teléfono, le envié otra cita a Bella. Era una que tuve por un tiempo, pero que guardaba para el momento adecuado. Bueno, ese momento podría nunca llegar si no hacía que sucediera.

Después de presionar enviar, solté un suspiro y me desplomé en el sofá. Quería llamarla y dejarle un mensaje de voz, solo para contarle toda la mierda loca que pasé esta noche. Necesitaba a alguien con quien compartir mi día. Pero decidí esperar hasta que pudiera verla de nuevo. Así que comencé a marcar el número de la casa para saber de Rosalie, Alex y Félix. Pero me detuve. Era tarde, incluso en su zona horaria; no quería despertarlos sin motivo.

Acostado allí, me quedé mirando el techo manchado con humedad de mi destartalado apartamento y preguntándome qué demonios hacía. Mi familia se encontraba a cientos de kilómetros de distancia. La mujer que amaba se hallaba en Dios sabía dónde. Me sentía desperdigado. Y atrapado. Mis metas para un diploma universitario y el reclutamiento de la NFL ya no parecían relevantes. Pero no me podía ir. No a menos que quisiera destruir la reputación de Bella.

Frotando mi cara con la mano, me sentí décadas mucho más mayor de lo que era.

Cuando la puerta se abrió, una chispa dio una sacudida en mi pecho, con la esperanza de que pudiera ser ella. Pero solo era Em.

Se detuvo cuando me vio. Con la mirada incierta y recelosa. —¿Qué hay de nuevo? —dijo de manera evasiva—. ¿Riley ya se fue?

—Sip. —Miré las feas paredes nuevamente. Alguien debía pintar este lugar—. ¿Cómo estuvo el trabajo?

—Bien. —Permaneció inmóvil en la entrada, observándome con cautela—. Oye… te traje algo.

Relajé mi expresión y miré en su dirección, preguntándome por qué actuaba tan raro. Pero entonces dio un paso dentro de la habitación, dejando que alguien más entrara con él tomado de su mano.

Mi mirada siguió una mano femenina a un brazo femenino, y la esperanza se despertó en mi pecho. Pero una masa de cabello rojo la mató tan rápido como comenzó.

No era Bella.

—Hola, Edward —dijo Lauren, dándome una sonrisa tímida aún con la mano agarrada a la de Em.

Le rodé los ojos a mi compañero de cuarto, muy poco impresionado, impasible y completamente desinteresado. —No, gracias.

Él gruñó. —Maldita sea. Esto tiene que parar. Estás comenzado a asustarme.

Entrecerré los ojos. —¿Por qué no dejas que me cuide yo solo? Y de aquí en adelante, también mantén lejos a las niñeras. Una noche afuera con Riley no es mi estímulo exactamente.

—Bueno, quizás yo podría ser tu estímulo. —Lauren finalmente se separó de Em y se dirigió hacia el sofá, meneando sus caderas con demasiado entusiasmo. Llevaba tacones altos, una falda corta y una blusa de corte bajo.

Debí sentir algo. Era un chico. Pero solo suspiré y froté mi frente. —No —gemí—. No, no, no. Lamento haberte hecho pensar que quería algo contigo en marzo. Pero he cambio de opinión y ya no estoy interesado.

Discordante, se detuvo sorprendida y colocó las manos en sus caderas y frunció el ceño. —Esto ya no se trata de esa fea y perra profesora, ¿verdad?

Mi boca se abrió. —¿Discúlpame?

—Oh… mierda —murmuró Em detrás de ella—. Tú eres la chantajista, ¿no es así? Sabía que era una chica, pero… maldición.

Fui lento en comprenderlo porque mi cerebro no quería admitirlo. Pero si Lauren fue la que chantajeó y luego hizo que despidieran a Bella, entonces era por mi culpa. Fue mi culpa que esto pasara. Yo había sido el que alejó a Lauren y la hizo tomar represalias.

Deliberadamente, me senté y me puse de pie. —¿Tú hiciste que la despidieran? —Trepando por la mesa de centro, me dirigí hacia ella.

Leyendo mi expresión, los ojos de Lauren se desorbitaron. Dio un paso hacia atrás y chocó con Em. Él agarro su brazo y la empujó hacia la puerta. —Vete —le ordenó.

Pero ella no se movió lo suficientemente rápido. Salté, lo único que evitó que agarrara un puñado de bastante cabello rojo y arrancárselos de raíz fue mi compañero de cuarto, quien saltó entre nosotros. Ella me miró sorprendida, con la boca abierta.

—Mocosa malcriada de mierda. —La señalé con un dedo acusador por encima del hombro de Em—. Si no fueras una chica, te daría una paliza ahora mismo. ¿Comprendes? No me vuelvas a hablar, ni a mirar, ni a pensar en mí nunca más. No quiero nada que ver contigo.

—Pero… —Lágrimas llenaron sus ojos mientras presionaba una mano contra su pecho—. Te protegí, Edward. No les di una foto con tu rostro. No le dije a nadie que eras tú. Te liberé de ella.

—Como si importara una mierda —rugí—. Maldita sea, ellos saben que soy yo, Lauren. Les dije que era yo.

—Tú qu… ¿qué? —Frunció el ceño, sin todavía comprender—. ¿Por qué harías eso?

—Lastimaste a la mujer que amo —le dije, dejándolo claro lo mejor posible—. Nunca te perdonaré por eso.

Comencé a temblar cuando me dijo que era un bastardo y corrió fuera del apartamento, llorando a gritos. Me alejé de Em y pasé las manos por mi cabello, tentado a perseguir a Lauren, así podía envolver mis dedos alrededor de su cuello y apretarlo.

Detrás de mí, Em soltó un suspiro. —Hombre, juro por Dios. No sabía…

—Cállate —le espeté. Luego maldije cuando sonó mi teléfono, Bella escogería este momento para por fin devolverme las llamadas, ¿verdad? Justo cuando me enteré de cuanta participación tuve en que fuera expulsada de Ellamore. Justo cuando me sentía tan lleno de mierda y tan culpable que quería enrollarme en una bola y morir.

Pero cuando miré a la pantalla y vi que era de casa, no ella, cerré los ojos, sin estar listo para soportar más malas noticias de Rosalie. Pero diablos, como fuera. No podía ser peor de lo que ya estaba lidiando, así que adelante.

—Hola —respondí, esperando la voz de mi hermana.

En cambio mi hermano menor del medio, Félix, sollozó en mi oído, con la voz temblándole como loco. —Edward. Algo le pasa a Rosalie. Te necesitamos.

. . . . . .

El sol comenzaba a salir sobre el horizonte cuando entramos en el estacionamiento del campamento de casas rodantes de Bluebird. Estuve manejando durante cuatro horas mientras que Em se desplomó dormido en el asiento del pasajero.

Le debía por esto, a lo grande. Él no tenía que prestarme su camioneta cuando se lo pedí, y desde luego no necesitaba ofrecerse como voluntario a venir, pero aquí estaba. El molesto compañero de cuarto, el dolor en el trasero que tuve la semana pasada se había ido, y este Emmett McCarty parecía ser una edición completamente mejorada.

Golpeando su rodilla, le dije—: Oye, ya llegamos. —Hogar, dulce casa rodante, hogar.

Gruñó en sueños antes de que finalmente se sentara y se frotara los ojos. Después de estirarse, miró por la ventana al lugar donde crecí. —Mierda, hombre. No tenía ni idea.

No le respondí, solo estacioné y apagué el motor. Una cortina sucia y desgarrada era aspirada por un pedazo de cartón que cubría una ventana. Se agitó por la brisa como si nos diera la bienvenida, aunque el olor de la planta de aguas residuales que se hallaba cerca ya penetraba en el interior de la camioneta. Me quedé sentado allí por un segundo, sumergiéndome en las emociones que siempre venían acompañadas de este lugar. La vergüenza, la rabia y la frustración de ser el hijo de Elizabeth Masen.

Con una maldición en voz baja, abrí la puerta y salí. Em me siguió sin decir una palabra. Casi deseé que saliera con algún comentario sarcástico y estúpido, pero no dijo nada.

No había escaleras que dirigieran hacia la puerta principal. Así que solo giré la manilla y salté dentro. Mis hermanos se encontraban acampando en la oscura sala principal; Alex durmiendo en el sofá y Félix en el suelo. Aunque parecía demasiado temprano en el año para ello, un enjambre de moscas de las frutas bailaba alrededor de una pila de platos sucios en la cocina.

Le di un golpecito con mi zapato a la pierna de Félix hasta que se despertó de golpe y se sentó.

Me miró por un momento antes de parpadear y decir—: ¿Edward? —Cuando su voz se quebró con emoción, lo arrastré del suelo hacia mí en un abrazo de oso. Le tomó un segundo, pero finalmente me devolvió el abrazo, y cuando lo hizo, enterró su rostro en mi cuello para dejar salir un corto sollozo. Dios, cuánto había crecido.

—¿Cómo está Rosalie? —le pregunté, alejándome para ver si todavía tenía un moretón en su rostro, uno reciente rojizo morado.

Sacudió la cabeza. —Está mal. Muy mal.

Extendí la mano para tocar su mandíbula descolorida, pero me detuve en el último segundo. —¿Eso no debería haber sanado para estas alturas?

Con un medio encogimiento de hombros, apartó la mirada. —Es uno nuevo.

Uno nuevo. Nadie me dijo que recibió una paliza nuevamente. Demonios, nadie me dijo nada de nada en las últimas semanas.

En el sofá, Alex se removió. Cuando se sentó, bostezando y rascándose la cabeza, la manta agujereada que lo estuvo cubriendo se deslizó para revelar unos brazos pálidos y huesudos. Mierda, ¿cuánto comía el niño? Parecía como si solo se alimentaba una vez a la semana.

—Hola, niño —lo saludé, y mi garganta se cerró, cuando me acerqué para alborotar su grasoso cabello enmarañado.

Él tenía cinco años cuando me mudé. Así que cuando me miró con ojos cautelosos, desconfiados y hundidos me di cuenta que era similar a un extraño; su ausente hermano mayor quien lo abandonó.

—¿Dónde está ella? —pregunté, girándome hacia Félix y sin ser capaz de mirar a Alex sin rogar su perdón.

Félix señaló hacia un pasillo angosto. —Apuesto que en el baño. Ha estado allí toda la noche.

Asentí y me dirigí hacia mi hermana menor. El baño se encontraba oscuro, pero el sol de la mañana entrando por la ventana me mostró un bulto de tamaño humano en el suelo, ubicado sobre el asiento del inodoro. Buscando adentro, intenté subir el interruptor de la luz, pero nada sucedió.

—La luz está descompuesta. —La frágil voz de mi hermana llegó desde el interior.

—Mierda. —Me agaché y la tomé en mis brazos—. ¿Rosalie?

Se dejó caer contra mí, tan frágil y flácida que me detuve en seco de atraerla más apretadamente hacia mí, temiendo que pudiera lastimarla.

—Me alegra tanto que estés aquí. —Acercándose más, se estremeció y enterró su cara en mi cuello.

Besé su cabello y trate de mantener la calma, pero joder, era mi hermana pequeña. Cuando vi manchas oscuras salpicadas por el borde de la taza del baño, me atragante. —¿Eso es… Jesús, eso es sangre?

Pensé en Heidi Brandon y la forma en que sangró tras recibir un puñetazo en el estómago.

Rosalie ni siquiera levantó la cara. —Probablemente.

—Oh, infiernos. ¿Tuviste un aborto involuntario?

Se limpió la nariz con el dorso de la mano y sorbió. La humedad que empapaba mi camisa me decía que lloraba. —No. Yo…yo… los padres de él me ofrecieron dinero para que me deshiciera del bebé… así que… lo hice. —Las dos últimas palabras fueron susurradas y obstruidas por las lágrimas.

El aliento salió de mis pulmones. —Tu… yo… —Negué, sin saber que decir. Mis dedos temblaban mientras cepillaba el pelo de su cara y besaba su sien—. ¿Es eso lo que querías?

—No lo sé —dijo con voz ronca.

Cerré los ojos y apreté mis dientes. —Mierda, Rosalie. Si hubieras querido tener al bebé, te hubiese ayudado. Lo sabes, ¿verdad? Sé que me volví loco al enterarme, pero me encontraba furioso, decepcionado y asustado.

—Bueno, ¿cómo crees que me sentía yo? —Retrocedió para mirarme—. También asustada, Edward. Y tú no estabas aquí. ¿Qué se supone que debía hacer? —Enterrando su cara en las manos, lloró abiertamente; sus hombros temblaban por la fuerza de sus sollozos.

Colocando la mano contra mi boca, la vi romperse. Esto fue mi culpa. Le fallé a mi familia. Le fallé a Bella.

Había fallado, y punto.

—Lo siento. —Cerré los pocos metros que la alejaban de mí y la atraje de nuevo a mis brazos. Pero se resistió, y eso me rompió. Enterré mi cara en su pelo—. Lo siento mucho.

Le tomó tiempo para finalmente relajarse contra mí, pero cuando lo hizo, pude tomar por fin un suspiro de alivio. Le acaricié la espalda como si pudiera de alguna manera compensarla por todas las veces que no estuve allí para ella. En un segundo, eché un vistazo por encima de su hombro, tratando de recomponerme, cuando vi más sangre. Mierda, esa era una gran cantidad de sangre.

—¿Tenemos que llevarte al hospital?

Negó. —No, creo… creo que ya terminó. Dijeron que sangraría. Pero no esperaba que fuera tanto. —Cuando se le quebró la voz, besé su sien de nuevo.

—¿Todavía te duele?

Su asentimiento era todo lo que necesitaba ver. —Está bien. —Me moví con ella hasta que se sentó en mis rodillas. Entonces me puse de pie—. Vamos a un lugar cómodo, y veremos si podemos encontrar algo para el dolor.

Ni siquiera me molesté en llevarla a una de las dos habitaciones. Si los chicos se encontraban durmiendo en la sala de estar, ya sabía que no querría ir allí.

Em nos encontró al final del pasillo. —Hombre, yo…

Sus palabras se interrumpieron bruscamente cuando vio a Rosalie.

Ella levantó la vista hacia la nueva voz, y sus ojos se desorbitaron. —Oh, Dios mío —gritando, me agarró con fuerza y hundió su cara de nuevo en mi pecho—. ¿Quién es él?

Apoyando la mejilla contra su cabello para tranquilizarla, le dije—: Ese es mi compañero de cuarto, Emmett McCarty.

—Hola —saludó Em, con voz ronca—. ¿Cómo te encuentras? —Cuando vi la dirección de su mirada, clavada en las piernas desnudas de mi pequeña hermana, le fruncí el ceño. Su enorme camiseta no le cubría mucho más allá de sus muslos, dándole una buena vista.

Aclarándome la garganta, por fin conseguí que quitara la vista de ella. Cuando se encontró con mi mirada asesina, se apartó, dándonos la espalda. —Uh…. el uh… me muero de hambre, así que iba a llevar a los chicos al McDonalds más cercano para el desayuno. ¿Ustedes dos quieren algo?

—Sí —suspiré—. Consíguenos algunos panecillos con salsa de carne, y burritos de desayuno, y sándwiches, cosas como esas. Déjame ponerla en el sofá, y voy a sacar un poco de dinero de mi cartera para pagar.

—No te preocupes por eso. —Em se giró para mirarnos mientras lo pasaba.

—No tengo hambre —protestó Rosalie.

—Bueno, necesitas comer algo y recuperar tus fuerzas. —La acomodé y me senté a su lado mientras alcanzaba la manta con la que Alex dormía para cubrir sus piernas—. Por lo menos inténtalo, ¿de acuerdo?

Después de un reacio asentimiento, miró más allá de mí, hacia mi compañero de cuarto. De pie torpemente junto a la puerta, con las manos metidas en los bolsillos, Em le devolvió la mirada. Pero tan pronto sus miradas chocaron, las apartaron. Sonrojándose locamente, Rosalie apoyó la cabeza en la almohada y rodó para enterrar su cara en ella.

Me levanté, tomé una respiración profunda y me giré hacia mi compañero de cuarto. Cuando le di un simple asentimiento, juntó a mis hermanos, que se encontraban más que dispuestos a ir a buscar algo de comer, y salió del remolque.

. . . . . .

Mientras Félix y Alex se sentaban en el sofá, uno a cada lado de una pálida Rosalie, después de comer toda lo que les compró Em, salí por un minuto para tomar un poco de aire fresco. Mi compañero de cuarto me siguió poco después.

Dejó escapar un suspiro y apoyó la espalda contra las paredes metálicas del remolque mientras colocaba las manos en sus caderas. —¿Cómo es el refrán? ¿Karma Sutra: El destino te ha follado en todo tipo de modos creativos?

Solté una carcajada. —Sí. Suena bastante bien.

Em se unió con una breve risa, pero no duró mucho. Maldiciendo entre dientes, pasó la mano por su pelo. —Entonces, ¿qué fue lo que paso ahí…? Mierda, hombre. ¿Va a estar bien?

—No lo sé. —Miré el resto de hogares en el parque de casas rodantes y suspiré. Todos las mantenían mejor que la nuestra.

—¿Dónde está tu mamá?

Me giré hacia Em. —Buena pregunta.

Siseó otra maldición y se apartó de la pared. —Bueno, esto… esto francamente es una mierda. No es de extrañar que nunca me hablaras de tu vida en casa. O que tu hermana era malditamente caliente.

—¿Perdón? —Cuando le di una mirada penetrante, levantó las manos como si se estuviera rindiendo.

—¿Qué? Todas las veces que la mencionaste, siempre me la imaginé como de unos cinco años en coletas, llevando por todos lados una frazada y un oso de peluche. Y… no tiene cinco.

—Tampoco dieciocho —gruñí—, así que retrocede.

—Oye, no le faltaba el respeto. Las paredes de este lugar son finas como la mierda, la oí decirte por lo que acaba de pasar. Solo digo, no soy ciego.

—Bueno, mejor te vuelves ciego cerca de ella.

—Bien, como sea. —Em levantó las manos una última vez, diciéndome que retrocedía. Dejó escapar un largo y fuerte suspiro y miró al cielo. Hice lo mismo. Después de un minuto en que ninguno de los dos habló, preguntó—: ¿Qué vas a hacer con todo este jodido problema?

Pateando una gran roca incrustada en el pasto, traté de reprimir todo el aumento de mis emociones. Pero cuanto más pensaba en lo que debía hacer, mas quería destrozar el remolque con mis propias manos. —Sabes, siempre me pregunté lo mal que tendrían que ponerse la cosas aquí antes de que tuviera que renunciar a Ellamore y volver a casa. Pero mierda, esto es peor de lo que me imaginaba. ¿Cómo pude dejar que las cosas se pusieran tan mal?

—Pero si dejas la escuela ahora…

—Lo sé —le espeté; no necesitaba el recordatorio. Presionando las manos a cada lado de mi cabeza para tratar de aliviar un poco la presión que se acumulaba en mi interior, cerré los ojos. Excepto que cuando lo hice, todo lo que podía imaginar eran noticias con la cara de Bella salpicando todas las portadas de los periódicos y las pantallas de los televisores con el titular: "Escándalo sexual en Ellamore se extiende del equipo de voleibol al de fútbol."

—No puedo hacerle eso a Bella —gemí, sacudiendo la cabeza—. Simplemente no puedo.

—Entonces, ¿qué vas a hacer? —insistió Em—. Porque no puedes dejarlos aquí a los tres así.

—Lo sé. —Lo mire y gruñí, mostrado los dientes—. Pero, ¿qué puedo hacer?

—Bueno, ¿qué es lo que quieres hacer?

—Quiero entrar a esa patética casa, recoger a mis hermanos, y llevarlos a Ellamore conmigo. Quiero proteger a todos los que amo.

Em me dio una sonrisa repentina y limpió sus manos contra los muslos. —Bueno, está bien. Vamos a hacerlo.

—¿Qué? —Parpadeé y lo miré boquiabierto—. No podemos hacer eso. Ellos no… Su vida está aquí. La escuela. Mi madre… mierda, no tengo ningún tipo de custodia. Sería considerado secuestro si yo…

—Si te atrapan. —Movió las cejas—. Pero no veo a tu madre en ninguna parte ¿en serio crees que se opondría?

Una semilla de esperanza brotó dentro de mí. Sería difícil… pero valía la pena.

Sacudiendo la cabeza, fruncí el ceño a mi compañero de cuarto por siquiera sugerir la idea. —No puedo llevar a tres niños menores de edad a casa conmigo. —Rosalie tendría dieciocho en dos semanas pero aun así—. ¿Dónde diablos podríamos instalarlos en nuestro apartamentito de dos habitaciones?

Mirando al pequeño remolque de dos habitaciones en el que vivían ahora, levantó las cejas y me lanzó una mirada. Muy bien, tenía razón. Incluso nuestro apartamento de mierda se hallaba en muchas mejores condiciones que esta basura.

—Mira, mi cama es más grande que la tuya. Los chicos pueden acampar en mi habitación, tu hermana puede tener la tuya, yo tomaré el sofá, y tú, una litera en el piso hasta que encontremos un lugar más grande para alquilar.

Solo lo miré fijamente, sin poder creer lo que escuchaba. —¿Hablas en serio?

Hizo una mueca. —Maldición, sí. Ciertamente no tomaré el suelo.

Con una carcajada, sacudí la cabeza. Solo Em podría hacerme sonreír en un momento como este. —Quiero decir, ¿acerca de todo esto? Este es un asunto importante, Ten. Esto salvaría mi vida, maldición, pero sería un gran cambio. Para ti también. ¿Estás seguro?

Se encogió de hombros como si no fuera nada. —Hablando en serio, van a estar muy aplastados en mi medio asiento trasero hasta allí, pero demonios, ¿por qué no?

Cerrando los ojos con fuerza, cubrí mi cara con las manos mientras el alivio casi dobló mis rodillas. —Gracias. Oh, maldición. Muchas gracias, hombre. Nunca voy a ser capaz de pagarte por esto.


Quedan pocos capítulos chicas :( y nos despedimos de esta linda historia.


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