Muerte

La cosa no es tan sencilla. Reina y Annabeth pelearon entre ellas para tomar tal decisión. Para Annabeth Percy lo fue todo, hubiera sacrificado el mundo por él. Para Reina había sido un buen amigo, compañero de batallas y confidente. Las dos lo aman.

Annabeth llora, pero no deja que las lágrimas le nublen la visión. No pierde de vista la ironía: primero Luke, ahora Percy.

Intentan detenerlo, primero. Cada una sosteniéndole cada brazo. Percy se agita tratando de seguir dando espadazos a Ares que está tirado en el piso, no muerto, los dioses no mueren, no así, pero sí demasiado avergonzado por la derrota como para seguir peleando. Intenta cortarlas a ellas, pero el agarre hace que Contracorriente se le caiga de las manos.

Siente cómo el mar lo llama, o más bien él es el que llama al mar. Puede olerlo, sentirlo en sus venas. Pronto todo va a acabar.

—Detente, por favor.

—Percy, es suficiente.

Suplican.

Percy se resiste, se agita da patadas, se suelta de Reina y aprovecha para empujar a Annabeth. Recoge a Contracorriente, está dispuesto a luchar, hasta que no quede nada, hasta morir. El agua entra a caudales por los límites del Olimpo. El mar se lleva los cuerpos de los caídos, limpia la sangre del mármol. El mar son las lágrimas que caen de los ojos de Percy.

Una lanza lo atraviesa. La sangré mana de su boca y mira hacia atrás aterrado.

—Ja…son —dice antes de caer al piso, sin vida.