Capítulo 30
Una extraña tranquilidad invadió Nampara los días siguientes a que Demelza comenzara a recuperarse. Incapaz de permanecer el día completo en cama, Ross había mandado a llamar a Choake para que lo ayudara a persuadirla de que no se levantara. Pero el doctor, al verla inquieta y que la fiebre ya había disminuido, le había dado permiso para que se levantara durante algunas horas del día, siempre sin agitarse y en un lugar cálido. Demelza casi había saltado de la cama.
"Pero debe seguir cuidándose y tomando mucho líquido, ¿no es así Doctor Choake?"
"Ehhh... sí sí, por supuesto. Aunque la Señora Poldark es joven, como predije, ya está en vías de una recuperación completa. Siga tomando el brebaje que le dejé, está dando muy buenos resultados."
Choake se había ido, felicitándose a sí mismo por su excelente trabajo con la paciente. Y a pesar de que Ross hubiera preferido que se quedara más tiempo en cama, el poder levantarse animó mucho a Demelza que aún seguía congestionada y con tos, pero que fue mejorando con cada día que pasaba. Tenía órdenes estrictas de no salir de casa, y además el clima no acompañaba mucho. Si bien el temporal había pasado, había traído el invierno consigo. Días grises y ventosos que se colaban por las pequeñas hendiduras de las ventanas y por debajo de las puertas. Ross quería que las chimeneas estuvieran encendidas en todo momento y había pasado un día entero hachando leña que había apilado junto a los galpones del fondo y de donde cada mañana antes de irse a la mina buscaba los troncos para el fuego de la sala y su habitación.
Rpss siguió comportándose muy atento con Demelza. Ella realmente comprendió cuanto se había preocupado. Prudie y Francis se lo habían dicho, y él mismo también. Ross le había dicho lo que sentía por ella y lo que sentía por esa otra mujer, también le había pedido disculpas. Era lo que quería ¿no es así? Que fuera sincero con ella… Un hecho de la vida. Así había catalogado a su matrimonio en varias ocasiones. Él lo aceptaba y le había prometido que la protegería y le sería fiel. ¿Qué más podía ella pedir?
Por las noches, Ross había vuelto a rodearla con sus brazos para dormir. Atrás habían quedado esas noches que pasaron separados. Principalmente después de la conversación que habían tenido. Su calor rodeaba el cuerpo de Demelza todas las noches, haciéndola sentir segura. A salvo. Era una sensación que le gustaba. A veces, su masculino cuerpo se movía detrás de ella, girándose sobre su espalda, y ella perdía su pequeño nido, despertándola del sueño a la vigilia total. Siempre había tenido un sueño ligero. Abría los ojos y se volvía hacia su marido, acurrucando su cuerpo contra el de él, su cabeza reposando en su hombro.
Otras noches lo observaba dormir. Ross era un hombre increíblemente guapo. Su cabello negro se rizaba alrededor de los fuertes rasgos de su rostro: su frente alta, nariz griega, labios carnosos y una mandíbula afilada que sus dedos habían trazado muchas veces. Con sus anchos hombros y su complexión musculosa, sabía que él era el tipo de hombre por el que muchas mujeres de la aristocracia habrían suspirado. Y era su marido. De ella, una muchacha pobre y ordinaria, encontrada en el barro. Debería ser suficiente.
Al escuchar los latidos de su corazón, Demelza deslizó sus dedos por el centro de su pecho, a través de los rizos de su vello. Gruñendo en sueños, Ross volvió la cabeza hacia ella, una leve sonrisa curvó sus labios. No habían tenido intimidad desde el accidente. Ella estaba débil, y si bien él abrazaba su cuerpo todas las noches para dormir, no había intentado llevar las cosas más lejos. No porque no quisiera, cuando se despertaba por las mañanas y Ross estaba acurrucado a su espalda, lo sentía duro contra sus nalgas. Pero durante los primeros días estaba muy frágil y a pesar de que ella había estado de acuerdo en dejar atrás lo que había sucedido en esos días, no podía evitar vacilar ante sus demostraciones de afecto. Él era cariñoso, estaba más atento que nunca a lo que necesitaba. Ross venía a casa a almorzar todos los días y a ver como estaba y cuando volvía de la mina se sentaba en la cocina mientras ella preparaba la cena a contarle sobre su día en Leisure. Las cosas no iban bien, se lo veía desanimado, pero a Demelza lo único que le salía era ofrecerle palabras de consuelo.
Era como si desde el día en que quedó atrapada en el acantilado se hubiera creado una coraza alrededor de ella que le impedía reciprocar sus gestos de afecto. Ella dejaba que él la abrazara por la noche, y que la besara cuando se iba por las mañanas y cuando regresaba. Pero esa alegría, esa corriente de júbilo y fervor que la recorría cada vez que lo veía no estaba allí. O al menos, había aprendido a controlarla, a dejarla dentro.
Cuando Ross regresó a casa lo primero que hizo fue acercarse al fuego que ardía en la sala. Los días de diciembre se habían vuelto fríos y aún en el corto trayecto desde la mina a casa su cuerpo se enfriaba. Quitándose los guantes, puso sus manos frente al fuego para calentarlas. Suspiró. Oía la voz de Demelza en la cocina, ya casi normal. Hubo días en los que ella corría a recibirlo al escucharlo llegar. Le ayudaba con el sobretodo y su tricornio. Tenía las pantuflas listas y luego de rodear sus hombros y reciprocar sus besos, lo guiaba al sillón frente al fuego para que se sentara con una copa de oporto mientras ella le quitaba las botas. Eso le ayudaría a entrar en calor ahora. Pero eso no había vuelto a ocurrir desde el accidente.
Demelza se había recuperado, pero estaba distinta… distante. Y Ross la extrañaba. Ella solía alegrar sus días y sus noches, pero no era solo su belleza o su cuerpo lo que extrañaba. Echaba de menos su conversación alegre, su ingenio rápido, su sonrisa destellante, incluso sus pequeños arrebatos de temperamento. Todo esto advertía que estaban presentes cuando hablaba con Prudie, o incluso ese día cuando Francis vino a visitarla, pero no con él. Extrañaba su presencia a su lado, la forma en que se inclinaba hacia él cuando estaban uno al lado del otro, y su mano en su brazo cuando caminaban. Incluso si le permitía caminar por la playa cosa que tanto anhelaba, Ross dudaba que fuera a ser como antes. Varias veces al día tenía pensamiento que quería compartir con ella, un momento gracioso que sabía que ella apreciaría, la extrañaba con una pena que solo aumentaba con cada día que pasaba. Incluso cuando ella estaba allí, al otro lado de la puerta. Y Ross no sabía qué hacer para que volvieran a ser como antes.
"¡Oh, Ross! No te escuché entrar." Demelza se detuvo en seco cuando se encontró con Ross ya en la sala. Traía algunas velas para reemplazar en los candelabros de la pared e iluminar el salón antes de que él llegara.
Ross le sonrió, cansancio claramente escrito en su rostro, y se acercó lentamente a dar un beso en la comisura de su boca. Como de costumbre últimamente, Demelza apenas si se movió ante el roce de sus labios. Luego se fue a sentar en uno de los sillones junto al fuego, mientras ella caminaba alrededor de la sala encendiendo las velas. Unos minutos pasaron sin que ninguno dijera nada. Garrick apareció moviendo la cola y se acercó a él, Ross le acarició las orejas. Luego se fue a sentar frente a la chimenea.
Cuando Demelza terminó con las velas dirigió su mirada a su esposo. Ross estaba sentado, las piernas estiradas y cruzadas a la altura de los talones, la cabeza apoyada en el respaldo y los brazos sobre el pecho. Tenía los ojos cerrados y la respiración apaciguada. Era extraño que Ross volviera tan agotado de la mina, pero estos días habían sido extenuantes para su esposo. Y no solo Leisure era la culpable.
Demelza se sentó frente a él en el otro sillón de madera, y lo observó por un buen rato hasta que él pestañeó y abrió los ojos. En sus labios se dibujó una sonrisa extenuada que no llegó a su mirada.
"La cena estará lista en unos minutos. Hice un pastel de carne, y un caldo de verduras para combatir el frío…"
"¿Cómo estuviste hoy?" – preguntó él, sentándose mejor contra el respaldo.
"Mucho mejor, casi bien. No tuve nada de tos, y la garganta ya no me duele."
"¿Tomaste la preparación de Choake?"
"Puaj… sí. Ahora le siento el gusto. No veo la hora que se acabe de una vez. ¿Y tú? ¿No hay ninguna buena noticia en la mina?"
"Ni buena ni mala." – Dijo suspirando. "No sé… no sé si encontraremos algo antes de que se acabe el dinero. Al menos habrá trabajo cuando empiece el nuevo año, pero no sé cuánto tiempo más podremos resistir… Todas esas familias…"
"Ellos saben que haces todo lo posible."
"Aunque al final no sirva de nada." – concluyó lúgubre y comenzó a empujar con un pie el otro talón para quitarse las botas.
Demelza lo observó por un instante y luego se puso de pie de golpe para a continuación arrodillarse frente a su esposo a ayudarle con las botas. Ross la contempló atentamente mientras ella tomaba el calzado del talón y lo sacaba con cuidado de cada uno de sus pies. Tenía el pelo suelto, solo unas mechas sujetas sobre su cabeza con unas hebillas para que no cayeran sobre su cara, y tenía puesto uno de los vestidos nuevos. El viejo vestido amarillo que usó cada día desde que se casaron quedó guardado en el ropero, solo para ser usado cuando tuviera que hacer la limpieza de la casa. Ese día tenía puesto un vestido verde oliva, que hacía resaltar el color de su cabello, y un chal que cubría su espalda, hombros y pecho para cuidarse del frío. Había perdido peso, pero aun así se la veía bonita.
Demelza se puso de pie, "Te traeré las pantuflas." – dijo. Pero Ross rozó su mano y ella se quedó tiesa allí donde estaba.
Ross la miró desde abajo, los contactos íntimos eras tan escasos. Tan unilaterales. No muchos días atrás bastaba solo una caricia, solo un roce, solo una mirada para que ella se entregara a sus brazos. Pero ahora era difícil, aun cuando ella supuestamente lo había perdonado por los errores de juicio que había cometido. El tiró de su mano, apenas un apretón en sus dedos.
Demelza lo soltó por un momento para poner sus botas cerca del fuego y volvió a su lado. Luego de un momento de incertidumbre, se acercó de nuevo y se sentó en su regazo. Ross se acomodó al recibir su peso que era nada, pero a su vez lo era todo. La rodeó con sus brazos y ella pasó los suyos por sobre sus hombros. Ross enterró su rostro en su cuello y ella apoyó su mejilla en su cabeza. Sí, extrañaba a su esposa.
"Todo va a estar bien, Ross. Ya lo verás."
Fin del Capítulo 30
NA: ¡Gracias por leer!
