Capítulo 29: El iuro

No se supo en que momento las cosas cambiaron tan drásticamente.

En un principio, Valerie sostenía una postura segura y poderosa, dejando en claro que no sería un rival sencillo, mientras que Ileana la observó con cautela. Sin embargo, aquello contrastaba con la escena actual, en donde la general volvió a herir a la reina con la espada que cargaba en la mano.

No estaba claro en que momento de la pelea Ileana extrajo el arma, pero con o sin ella estaba claro de que lado estaba la balanza, más aun cuando por quinta vez la vampira lograba herir a Valerie con facilidad.

A pesar de su evidente ventaja, el rostro de la general parecía cada vez más furioso con cada ataque con el que lograba dañar a su contrincante, lo que generó que sus arremetidas fueran aun más brutales. No solo le estaba ganando, sino que le estaba dando una completa y absoluta paliza.

Greyback apretó los puños y de reojo observó a los magos y brujas que estaban a su lado. Abraxas y Albus tenían sus rostros tensos y los labios comprimidos en una línea. Los jóvenes, por su parte, miraron la escena con los ojos abiertos por el terror. Sin embargo, el hombre lobo estudió el semblante de Razvan, quien se había cruzado de brazos mientras que en su rostro descansaba una mueca despectiva.

Cuando la espada de Ileana logró cortar nuevamente la piel de Valerie, Fenrir no pudo evitar dar un paso hacia ella completamente sumido en la ira, pero con un ágil movimiento Razvan lo detuvo sin siquiera mirarlo.

—Ni lo intentes.

—Le está dando una paliza —señaló Greyback como explicación.

—Es parte del iuro y ante eso no podemos hacer nada al respecto —se limitó a responderle el vampiro pelirrojo.

—Podría matarla.

—Lo dudo —le respondió Razvan con calma.

El hombre lobo pestañeó varias veces, extrañado.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Porque —el vampiro despegó la vista de la pelea y clavó sus orbes rojas sobre él—, pareciera que no te haz dado cuenta, pero si observas bien veras que Valerie está dejando que la ataquen… Como si quisiera recibir todos esos golpes.


—¡Pelea! —gritó Ileana violentamente—. ¡Por la mierda, pelea! —acometió nuevamente contra Valerie y le golpeó el estomago con un puñetazo—. ¿Por qué demonios no te estás defendiendo?

Valerie se tambaleó hacia atrás, se apoyó en sus rodillas y respiró con dificultad.

—¿Estás molesta conmigo?

La pregunta pareció una burla en sus labios y los nudillos de Ileana se tornaron blancos de tanto apretar su espada con ambas manos.

—¿Molesta? ¿MOLESTA? —bramó la general—. ¡Nos abandonaste! ¡Nos dejaste solos! —se movió con rapidez y tomó del cuello a Valerie—. Todo este tiempo… Llegamos a pensar que algo te había pasado ¿¡y ahora se te ocurre volver como si nada!? —la zarandeó con fuerza.

Con su mano libre, levantó su espada y le golpeó el rostro con la empuñadura. La sangre no dudó en brotar de los labios de Valerie que gimió del dolor y la sorpresa.

Ileana la lanzó lejos de ella y la vampira rodó por el suelo quedando tirada. Tras unos segundos, se levantó con una lentitud tortuosa y escupió sangre.

—¿Te dignarás a combatir conmigo?—volvió a decirle la general.

—Merezco tu ira, tu odio… Les fallé —murmuró Valerie con debilidad.

—¡Deja de hablar y da la cara! ¿Acaso no vas a luchar por tu trono? —avanzó hacia ella—. Por lo menos lucha por tus súbditos o por el rey. Sabes que esto no solo se trata de tu título, sino de defender lo que este representa para todos.

—Les fallé —volvió a murmurar Valerie, pero levantó el rostro y clavó su mirada en Ileana—. Pero no lo volveré a hacer.

—¡Pues demuestralo! —volvió a golpear su estomago de un puñetazo—. ¿Que clase de reina deja que le den una paliza frente a sus propios súbditos?

Valerie no le respondió y nuevamente escupió sangre por la boca, mientras que Ileana ya no pudo más con su ira.

—¡ERES UNA VERGUENZA! —le lanzó una patada contra el pecho y la vampira cayó de espaldas contra el suelo—. ¿A esto ha llegado la reina de los vampiros? —Valerie se puso de pie con dificultad—. ¡Ni siquiera eres capaz de hacerle frente a tu propio general ni de defender tu honor! ¿Cómo vas a hacer capaz de proteger a los demás? ¿Cómo vas a poder defender a quienes te importan si no eres capaz de hacerlo contigo? —las palabras de Ileana salieron como dardos venenosos de sus labios.

—Suficiente —gruñió Valerie. Se sujetó el rostro agitada y agobiada, ahogándose en sus pensamientos, mientras los murmullos de los demás y sus miradas se clavaban en ella. La presión, el rencor en sus ojos, sus comentarios, la decepción carcomieron a la vampira con desesperación.

—¿Suficiente qué? ¿Vas a rendirte acaso? —exclamó con burla la general—. Me das asco.

—Nunca quise que esto pasara…

—¿Por qué continuas hablando? ¡Tus palabras no valen nada, Valerie! ¡Nada de lo que digas cambiará algo!

—Basta…Basta —siseó Valerie ahogada y se apretó el rostro con fuerza mientras sus extremidades temblaron con fuerza.

—¡Callate! No seguiré a una reina que sea tan patética y débil como tu —bramó Ileana furiosa. Su mirada vagó rápidamente hacia Vladimir y luego hacia los humanos que estaban en el lugar, lo que hizo que una idea brotara en su mente.

Tomó su espada y la lanzó con todas sus fuerzas, sin embargo el trayecto de esta no se dirigió contra Valerie sino que cruzó el espacio que las separaba directo hacia el rey de los vampiros.


Hubo un cambio en el ambiente que la hizo despegar la vista del texto. Un mal presentimiento recorrió su columna y fue entonces que recayó en el detalle que había alterado sus sentidos: el silencio. La mansión Lestrange estaba sospechosamente silenciosa.

De manera automática movió su varita y todos los manuscritos y libros que tenía sobre la mesa desaparecieron súbitamente. Su mirada recayó sobre el pergamino donde había anotado todas sus ideas, dudosa acercó su varita a el, pero se quedó quieta sin saber bien qué hacer.

Repentinamente, las puertas del salón fueron abiertas con extremada fuerza y una de ellas se despegó del marco. Con un ágil circulo de su muñeca, el pergamino que estaba sobre la mesa comenzó a arder y desapareció bajo el calor de unas llamas rojas.

Al levantar la vista, encontró en el umbral de la puerta a un hombre de capa negra, orbes rojas y una sonrisa maliciosa que dejó ver unos largos colmillos.

—Azriel… —susurró ella.

—Nos volvemos a ver, señora Black.


Vladimir observó con calma la espada que voló en su dirección y alzó su mano para detener tan pobre ataque con una mueca de aburrimiento. Sin embargo, antes de que él pudiera si quiera preverlo, el cuerpo de Valerie se puso frente suyo y la espada se clavó en su pecho, perforando uno de sus pulmones.

—¡Valerie! —gritaron sus amigos.

Aullidos, gritos y exclamaciones de asombro resonaron en el salón por parte del resto de los vampiros.

Sin embargo, el suelo tembló y un silencio sepulcral se esparció por el lugar. Un fuerte viento ingresó al salón y agitó el pelo de Valerie, la cual clavó sus orbes sobre Ileana cargadas en odio y todos los presentes, excepto Vladimir, pudieron notar como sus ojos ahora se habían vuelto de color rojo vino.

—No vuelvas a tocar a mi rey —exclamó fuera de si la vampira.

Ileana abrió los ojos y se dejó caer de rodillas contra el suelo.

—Valerie…

—¡Silencio! —bramó ella—. ¿Cómo te atreves a atacar al monarca? ¿Qué general ataca a su propio rey en pleno iuro?

Vladimir clavó su mirada sobre el cuerpo de Valerie, anonadado y trago en seco ansioso y expectante a lo que fuera a ocurrir.

El resto de los vampiros comenzó a hablar entre sí, algunos gritaron, otros se quejaron.

—¡Silencio! —gritó Valerie furiosa. Se arrancó la espada del pecho con fuerza y dejó caer un hilo de sangre al suelo—. No toleraré que le falten el respeto a vuestro rey, por lo que se arrodillarán ahora…

—¡No! —exclamó Ileana furiosa y se puso de pie inmediatamente—. No eres digna de darnos ordenes, no eres nuestra reina como para…

—¡ARRODILLENCE!

Fue entonces que Vladimir lo sintió, su pecho se apretó y su sangre vibró de emoción. Su boca se resecó y se mordió los labios, extasiado.

El grito de Valerie golpeó a Ileana y al resto de los vampiros con fuerza, sus extremidades se contrajeron cuando la sangre que corría por sus cuerpos pegó un brinco y varios dejaron escapar gemidos ahogados de sorpresa.

Para estupor y asombro de los magos y brujas presentes, todos los vampiros incluida Ileana, se arrodillaron frente a la reina.


No había una palabra que lograra resumir las emociones que se removieron en su pecho al ver a todos sus súbditos arrodillarse frente a ella.

Cuanto había añorado volver a experimentar esa sensación, de poder volver a ver con sus propios ojos como la vampira que había aceptado ser su mujer y reina ponía en su lugar a quienes la habían cuestionado. Era una imagen que, por más que hubiera visto muchas veces, jamás dejaría de asombrarlo y llenarlo de orgullo.

Porque es mujer, de pie frente a los demás, no era solo suya sino la única e incuestionable reina de los hijos de la noche.

—¡Se les ha dado una orden y han cumplido! Por que solo la reina es capaz de someterlos a una orden de sangre —la voz de Vladimir quebró el silencio y la sonrisa desquiciada que sostuvo hizo que varios bajaran la vista, espantados—. Habían olvidado que son hijos de la noche y que cuando están frente a su rey, también estarán frente a mi mujer, pues ¡vuestra reina ha regresado!

Ileana fue la primera en levantarse y todo atisbo de ira se borró de su rostro, mientras que sus ojos brillaron expectantes y con ilusión.

—¡Alabada sea la reina! —bramo la general, apoyó una de sus rodillas en el suelo e inclinó su cabeza—. Vuelvo a jurar mi lealtad, mi espíritu y entrega por toda la eternidad. Será un honor volver a servirle, mi reina.


Greyback y Riddle se dedicaron miradas extrañadas.

—¿Qué acaba de ocurrir? —murmuró el hombre lobo.

—Valerie acaba de dejar en claro que ha regresado —explicó en un susurro Abraxas.

—Ileana la estaba poniendo a prueba, pues proteger al rey demostró que sigue velando por él —añadió Razvan—. Fue una movida arriesgada, pero Valerie demostró que todavía continua teniendo una conexión con Vladimir, de lo contrario no habría podido realizar una orden de sangre. Solo el rey y la reina son capaces de ello.

Riddle, al escucharlo, apretó los puños inconscientemente. Intentó convencerse que aquello no le molestaba en lo absoluto, pero sabía que por más que lo intentara no podía negar que detestaba y envidiaba aquella conexión especial que ambos tenían.

—¡Alabada sea la reina!

Gritos y vítores explotaron de parte de los vampiros, seguido de fuertes y entusiasmados aplausos.

Sin embargo, el cuerpo de Valerie perdió fuerza repentinamente y cayó. Centímetros antes de desplomarse contra el suelo, Vladimir la sostuvo, la cargó en sus brazos y sin más abandonó el lugar.