31

La mañana de la boda comienza muy temprano.

Por una vez, me levanto yo antes que Naruto, me visto corriendo y, cuando voy a salir, lo miro y le doy un beso. Está tan mono durmiendo...

Una vez fuera, mi potrillo Apache, que ahora está con sus padres frente a la cabaña, se aproxima a la cerca y yo voy a saludarlo encantada.

Tras mimarlo durante unos segundos, corro hacia la casa mientras me recojo el pelo. La boda es a las seis y todavía queda mucho que hacer.

Cuando entro en el salón, Chiyo me mira y, sorprendida por verme levantada tan pronto, pregunta:

—¿Se acaba hoy el mundo?

Eso me hace sonreír, y a continuación entramos juntas en la cocina para tomar un café. Mientras desayunamos, oímos el motor de una camioneta. En ella se acercan Ise y Minato. Dijeron que irían al bar de un amigo de ambos a por unas cámaras para tener fresca la bebida, y ya están de vuelta.

Encantada con su presencia, miro a Chiyo y pregunto:

—¿No los va a echar de menos cuando no estén?

A través del cristal de la ventana, la mujer observa cómo detienen la camioneta y descargan las cámaras de frío y, con una triste sonrisa, afirma:

—Sí. Pero creo que todos seremos mucho más felices si viven lejos de aquí.

—Por favorrrr..., señora...

—Por favor, señora, ¿qué? —protesta—. Además, ¿quieres llamarme Chiyo de una vez por todas?

—¿Y usted quiere dejar de ser tan fría con todos?

Chiyo suspira, menea la cabeza y, finalmente, cuando ya casi la doy por perdida, murmura:

—No sé cómo hacerlo. No sé cómo llegar a ellos.

De inmediato se me ablanda el corazón al oír cómo esa vieja gruñona reconoce que está perdida.

—Es fácil, Chiyo —murmuro—. Tan fácil como haber dicho yo tu nombre. Simplemente hay que quererlo y hacerlo con cariño. Como diría mi madre, querer es poder y, si tú quieres, puedes. Y, como diría la tuya, ¡escucha el viento! —Cuando digo eso, ella sonríe—. A toda tu familia les ha quedado claro que no son lo que tú querías, pero creo que tú también comprendes que tú tampoco eres lo que ellos deseaban. Y, con sinceridad, si les tienes un mínimo de cariño, deberías intentar lo que sea para llegar hasta ellos.

La mujer suspira y afirma abiertamente:

—Yo tampoco fui lo que mi abuela quería. Todavía recuerdo su gesto de desagrado cuando me casé con Jeremiah.

—¿Me lo estás diciendo en serio, con la tabarra que has dado tú porque nosotras no seamos indias lakotas? —Sonrío.

Chiyo asiente y, bajando la voz, cuchichea:

—Por supuesto, pero esto ha de quedar entre tú y yo.

Divertida por la complicidad que de pronto tiene conmigo esa gruñona, hago la tontería que he visto hacer mil veces a Ayamé, la hija de mi amiga Mei. Hago como si me cerrara la boca con una llave y luego la tiro. Chiyo me mira divertida, menea la cabeza y murmura:

—Qué rara eres, muchacha.

Eso me hace gracia. Si yo le parezco rara, no quiero ni imaginarme si le presento a Valeria y le cuento su pasado. Sin duda, seguro que se quedaría traumatizada de por vida.

Estamos tomando café cuando Ise y Minato entran en la cocina. Pero, al ver a Chiyo, el primero se detiene y va a dar media vuelta para salir de allí cuando ella dice, sorprendiéndonos a todos:

—Ise Leandro Gallager, ¡no des un paso más!

Él se para. Minato mira a su abuela dispuesto para el ataque y, cuando Ise se vuelve, Chiyo añade:

—Anda, muchacho, tómate el café que habías venido a tomarte.

Minato y yo nos miramos.

Viniendo de Chiyo, eso no es otra cosa sino un enterramiento de hacha en toda regla. Lo sé yo, y estoy segura de que ellos, que la conocen mejor que yo, lo saben también. Ise duda. No sabe qué hacer, hasta que Minato le tiende una taza y, sin hablar, los dos se las llenan de café.

El silencio en la cocina es incómodo, pero no soy yo quien ha de hablar. Por una vez en mi vida, creo que he de quedarme calladita y dejar que ellos intenten limar asperezas.

Sentada en el banco, observo cómo se miran. Están tan desconcertados como Chiyo y, echándome hacia un lado, les dejo un sitio que ellos pasan a ocupar.

Los cuatro estamos sentados alrededor de la mesa de la cocina. La tensión puede cortarse con unas tijeras cuando finalmente Chiyo, siguiendo mi consejo, murmura:

—No voy a decir que estoy orgullosa de saber lo que sé, pero sí quiero que sepáis que siempre que queráis podéis regresar a Aguas Frías.

Bueno..., no es lo más cariñoso del mundo, pero es un comienzo.

—Gracias, Chiyo —afirma Ise.

Minato no dice nada. Simplemente mira a su abuela, y entonces ésta le coge la mano que tiene sobre la mesa y dice:

—Soy consciente de que no soy la abuela que querías, pero deseo que sepas que, a pesar de todo lo que he dicho, te quiero y que, una vez os vayáis, os voy a echar mucho de menos.

Por Dios..., ¡la cosa va mejorando! ¿De verdad la india está escuchando el viento?

Minato aprieta la mano de su abuela.

—Vendré a verte siempre que pueda.

La mujer asiente y percibo alivio en su mirada. Todavía tiene que practicar un poco más eso de sonreír y ser cariñosa. Entonces, mirando a Ise, pregunta:

—¿Tú también vendrás, grandullón?

Ahora es él el que la mira, y finalmente afirma:

—Por supuesto que sí. Éste ha sido siempre mi hogar, y aquí es donde tengo la única familia que he tenido siempre.

Emocionada, me tapo la boca. Ay, ¡ya voy a llorar!

Al ver mi gesto, Chiyo me mira.

—¿Y a ti qué te pasa ahora? —pregunta.

Tragándome el nudo de emociones que siento, respondo como puedo:

—Es que soy muy llorona y estas cosas me emocionan.

Ise me revuelve el pelo en un gesto cariñoso. Mi nivel de llorera desciende en ese instante, y estoy sonriendo cuando la puerta se abre y Naruto entra y me dice:

—¿Por qué no me has despertado?

Con mi taza de café en las manos, respondo:

—Caramelito, porque estabas tan guapo durmiendo, que era incapaz de romper el encanto.

Todos ríen por mi respuesta, mientras él se acerca a mí y susurra:

—Anda, dame un mua.

Se lo doy, ¡vaya si se lo doy!

Y Chiyo protesta:

—Todo el día enganchados como sanguijuelas, ¡qué pesadez!

—Qué le voy a hacer, si soy irresistible —me mofo.

Naruto, Minato e Ise sueltan una risotada. Entonces Chiyo, que sonríe por fin abiertamente, mira a Naruto y dice:

—Esta chica vale más de lo que yo creía. No la pierdas, Naru.

Al oír eso, Naru, mi Naruto, le sonríe a su abuela y yo vuelvo a emocionarme.

Dos horas después, el rancho al completo ya se ha despertado. Todos están nerviosos, dando los últimos retoques al granero y sus alrededores. Una boda es algo excepcional que no ocurre todos los días y, sin duda, lo están disfrutando.

Llega la hora de que las chicas vayamos a vestirnos a casa de Flor, pero no vamos. El padre de la chica ha venido al rancho para decirnos que su hija ha pedido estar sola con su madre y él hasta el momento de ir a la iglesia, y se lo respetamos, ¡faltaría más! Así pues, decidimos vestirnos en la enorme habitación de Chiyo, que nos la cede para la ocasión. Cuando entro y veo a Saori abrazada a Chiyo y a Kushina sonriendo, sé que una vez más Pocahontas ha vuelto a aplicarse. Poco después, Chiyo se va.

Entre risas, Kushina y Hinata nos ayudan a ponernos los preciosos vestidos largos de color salmón que ellas mismas han confeccionado. Cuando Kushina me está ajustando el cinturón, siento que le tiemblan las manos. Su gesto se contrae y, agarrándoselas, murmuro:

—Tranquila.

Ella asiente y, en cuanto los temblores desaparecen poco después, termina de ajustarme el vestido y justo en ese instante entra de nuevo Chiyo. Entonces veo que ella y Kushina se miran. Bueno..., bueno..., ¡¿qué tramarán?!

Durante un rato, la abuela revolotea entre nosotras, hasta que observo que abre su armarito y, sacando un vestido igual que los nuestros, dice:

—Hinata, éste es para ti.

Sorprendida, ella se queda mirando el vestido.

—Vamos, muchacha —la apremia Chiyo—. ¿Quién mejor que tú para ser la dama de honor especial de Flor?

Hinata se emociona. Mira a Kushina, que sonríe, y rápidamente coge el vestido, se quita el que lleva y se lo pone. Chiyo me mira a mí y, al ver mis ojos llenos de lágrimas, murmura:

—¿Otra vez vas a llorar, muchacha?

Secándome las lágrimas de los ojos, asiento.

—Ya sabes que soy muy llorona, Chiyo... —digo—, mucho..., mucho.

Entre risas y confidencias, Kushina comenta que ése era el vestido de Tamaki, y que, sin decir nada, lo había arreglado para Hinata dispuesta a enfrentarse a la abuela el día de la boda. Sin embargo, no hizo falta porque, un día antes, ésta le pidió que hiciera un vestido para Hinata.

Estoy encantada escuchando lo que dice cuando la puerta se abre y entra Tayuya. Como siempre, es bien recibida por todas, y rápidamente se desnuda para ponerse el bonito vestido salmón. Me guiña un ojo, yo se lo guiño a ella, y entonces sé que todo está bien.

Cuando terminamos y salimos de la habitación de Chiyo para que se vistan las demás, decido ir al baño para recogerme el pelo como el resto en una especie de moño italiano y, para guinda del pastel, me pongo los pendientes que Naruto me regaló por mi cumpleaños. Quedan geniales, y estoy admirándolos cuando Tayuya pregunta:

—¿Te gustan? —Yo asiento—. Naru y yo los compramos para ti.

Todas nos miran. Uy..., uy...

Vale. No me ha hecho gracia su comentario, pero sonrío y respondo ante todas:

—Pues tuvisteis muy buen gusto, aunque creía que era Naruto quien me los había comprado.

Al darse cuenta de cómo Saori y Hinata la miran, Tayuya sonríe y afirma:

—Bueno, la verdad es que así fue. Yo estaba con él y lo ayudé a elegirlos.

Asiento. Eso me gusta más.
Una vez acabamos y bajamos al salón, veo que los chicos ya están allí. Están todos impresionantes y, al vernos, nos silban y nos piropean. Y, por increíble que parezca, hasta Menma lo hace.

Mira a su mujer, la tía está guapísima, y por primera vez siento que es amable con ella.

Con una sonrisa, Hinata contesta a algo que él le pregunta. Sin duda Hinata es una gran persona, aunque tengo tan claro como ella que lo suyo con Menma nunca se arreglará. Demasiado daño entre ellos. No obstante, me gusta ver que aún existe la cordialidad. Eso nunca ha de falta.

Miro a mi chico, a Naruto. Nunca lo había visto vestido con traje, camisa y corbata, y me deja sin respiración. Dios santo, ¡es todo un modelazo!

Por norma, va vestido informal como yo y, al verlo así, como diría mi Ayamé..., ¡mamasita linda, qué galán más aprovechable!

Decir que está guapo, sexi e impresionante es quedarse corto y, cuando se acerca a mí, como una tonta sólo puedo murmurar:

—Estás diferente, Naru.

Él sonríe y, besándome ante todos con normalidad, susurra:

—Y tú, preciosa, mi niña.

Encantada con su piropo y su gesto guasón, cojo la falda de mi vestido de honor largo y, subiéndomela, digo:

—¿Incluso con las botas?

Naruto mira mis pies. Ve las botas camperas que me compró, y afirma:

—Eso te hace estar más bonita todavía.

Me deshago... Juro que me deshago de gusto y placer.

Nunca imaginé que algo así me pudiera pasar. Si no es porque es mi vida y la estoy viviendo en primera persona, pensaría que estoy leyendo una novela romántica de esas que a mí tanto me gustan, pero no, ¡esto es real!

Dios santo, ¡me está pasando a mí!

Una vez aparece Shii, el flamante novio con su bonito traje gris marengo, todos lo aplaudimos y, cuando bajan Kushina y Chiyo, tan guapas y elegantes, la casa se viene abajo. Kushina llora y Chiyo se emociona, y yo, divertida, me acerco a esta última y le pregunto:

—¿Quién es la llorona ahora?

Nos repartimos en varios coches y vamos hacia la iglesia de Hudson.

Veo que Tayuya se monta con nosotros y se sienta al lado de Naruto. El pobre mío me mira. Yo lo miro y, sonriendo, lo cojo de la mano y le hago saber que todo está bien.

Frente a la iglesia hay ya muchísima gente y, cuando llegamos nosotros con el novio, los presentes nos saludan con afecto, mientras Hinata y yo los invitamos a todos a entrar. Cuando llegue Flor, tienen que estar todos dentro.

Al rato, el coche de la novia aparece por la esquina. Menudo control que tiene la colega. Rápidamente, las damas de honor vamos hacia ella y, cuando Saori abre la puerta y Flor sale del coche, Hinata, ella y yo nos abrazamos.

—Dios, ¡qué nerviosa estoy! ¿Voy bien?

—Estás preciosa —afirma Hinata.

Flor sonríe y, mirándome, cuchichea:

—He desayunado con cerveza, ¿se nota mucho?

Suelto una risotada y, tras darle un cariñoso beso en la mejilla, respondo:

—Has hecho muy bien. Es un gran día para desayunar con cerveza. Todas reímos y, una vez sale también del vehículo el padre de Flor, un hombre con cara de bonachón, todos nos apresuramos hacia la entrada de la iglesia. Madre mía, qué nervios.

Esa boda nada tiene que ver con las fastuosas y glamurosas bodas de mis amigas Sakura, Hotaru y Mei. Ésa es una celebración familiar y sencilla, aunque encantadora. Tremendamente encantadora.

Cuando Saori da la señal, el órgano de la iglesia comienza a sonar y entramos las damas de honor. Reconozco que estamos monísimas así vestidas y, mientras camino hacia el altar, no puedo dejar de mirar al hombre que me tiene el cerebro absorbido.

Más guapo no puede estar. Verlo allí parado junto a sus hermanos es motivo de felicidad para mí y, cuando me guiña el ojo, no puedo dejar de sonreír.

Una vez estamos colocadas en el lado opuesto a donde está el novio y sus padrinos, Flor hace su entrada triunfal. Su gesto es de dicha absoluta. Adoro verla así, y sonrío al pensar que ha desayunado con cerveza.

La ceremonia comienza y todo es muy emotivo, y yo, como siempre, me emociono. Ver cómo Shii y Flor pronuncian los votos me llena el corazón, pero, de pronto, en el silencio de la iglesia, se oye: «Mami..., mami..., mami..., te dama papi..., papi..., papi. Mami..., mami..., mami..., te dama papi..., papi..., papi».

¡Dios, está sonando mi teléfono y lo llevo metido en la bota!

Todo el mundo mira en mi dirección. Es la vocecita de mi hija, que me dice que Chōji quiere hablar conmigo.

Por ello, y sabiendo que he de pararlo, me agacho, me subo el vestido, saco el teléfono de la bota, lo apago y, una vez vuelvo a incorporarme con cara de circunstancias, miro a todo el mundo y murmuro:

—Perdón. Perdón.

Naruto sonríe, ¡qué bribón! Pero, al verlo, me hace sonreír a mí también. Si es que lo que no me pase a mí no le pasa a nadie.

La ceremonia continúa. Los novios terminan con los votos, se ponen los anillos y, cuando el párroco los declara oficialmente marido y mujer, todos aplaudimos y Shii besa con pasión a Flor, que lo acepta encantada.

¡Dios, qué momentazo!

Los observo encantada, mientras pienso en la cantidad de veces que he imaginado que ese increíble momento, el momentazo del GRAN BESO, me podía pasar a mí.

Una vez salimos de la iglesia, todos lanzamos arroz y pétalos de rosas. Los más brutos les echan alubias, y lo sé porque me han dado un judiazo en el diente que casi me lo parten.

Veinte minutos después, un fotógrafo comienza a hacernos fotos. A los novios con los padres, a los novios con los padrinos, a la novia con las damas de honor. Se hacen millones de fotos y aprovecho para llamar a Chōji. Por suerte, no quería nada, sólo que la niña deseaba hablar conmigo.

Mimosa, charlo con ella, mientras tengo el bullicio de la boda a escasos metros de mí y observo cómo Tayuya coge a Naruto del brazo y le pide al fotógrafo que les haga una foto. Sin ganas de mirar lo que no quiero ver, me doy la vuelta y continúo hablando con mi chiquitina.

Una vez cuelgo, vuelvo a meter el móvil en mi bota. Al no llevar bolso, es lo que tiene, y yo sin mi móvil ¡no soy nadie!

Cuando por fin decidimos coger los coches para regresar a Aguas Frías, ya está anocheciendo, y le pido a Shii que lleguen los últimos. Así, ya tendremos las luces encendidas y a Flor le impresionará más nuestra sorpresa. Él asiente encantado y, junto a Naruto, regresamos al rancho.

En el camino, el resto hablan, y yo apoyo la cabeza en su hombro mientras escucho la música country que sale de la radio y sonrío. ¡Qué feliz estoy!

Al fin, llegamos al rancho y, tras nosotros, todos los invitados. Ise y Minato se encargan de indicar a todos dónde aparcar, mientras Saori, Hinata y yo les explicamos que tienen que buscar sus nombres en una lista que hay en una mesita junto a la entrada del granero. En ella pone el número de la mesa donde tienen que sentarse.

Todo funciona a la perfección, y lo mejor es ver la cara de todos cuando entran en el granero. Estoy deseando que venga Flor.

Cuando todos los invitados han llegado y vemos llegar el coche de Menma con los novios, Chiyo se acerca a mí y murmura al ver que me retuerzo las manos:

—No te preocupes, sin duda esto es lo que quería Flor y, por suerte, tú has podido dárselo.

—Yo no, Chiyo. Se lo hemos dado entre todos.

La mujer me mira y se encoge de hombros con una sonrisa.

Como había imaginado, la cara de la novia al bajar del coche y encontrarse la señal que indica que allí es su boda y la de Shii la hace reír. Camina de la mano de su recién estrenado marido y, cuando ve los sofás de paja y raso, nos mira boquiabierta y Hinata y yo sonreímos. Aun así, lo mejor viene cuando se para frente al granero y ve el trabajo que hemos hecho allí: se emociona, llora y nos abraza mientras nos da las gracias una y mil veces, y nosotras terminamos llorando con ella.

Una vez Flor se repone, entra en el granero, que ahora es un lugar lleno de luz, encanto y romanticismo. Su gesto, su sonrisa y toda ella me hace saber lo dichosa que está y, cuando los camareros empiezan a servir, me siento junto a Naruto y sus hermanos y por fin disfruto de la boda.

Durante horas, reímos y nos divertimos. Todo está saliendo genial. Los entrantes son exquisitos; las croquetas de Betsy, superiores, y la carne que se han currado muchas de las invitadas es para quitarse el sombrero.

Cuando llega la tarta, mi gran aportación, todos la miran como si se tratara de una nave espacial. Alucinan. Nunca han visto una tarta como la mía y, entre risas, los novios dicen que les da hasta pena cortarla.

Orgullosa, escucho junto a Naruto los discursitos que todo el que quiere les regala a los novios mientras nos comemos la tarta. Son emotivos y, cuando habla Naruto, hace un pequeño homenaje a su padre y a su hermana. Todos nos emocionamos, incluida yo, que no los he conocido, pero es que cuando alguien llora a mi alrededor, rápidamente me identifico con él.

Una vez acabados los discursos, brindamos con el champán que Ise ha conseguido. Está buenísimo, y Shii le da la sorpresa a Flor y a todos de que se van esa misma noche de viaje de novios a Florida. La cara de la novia es indescriptible cuando él le entrega los pasajes de avión y todos aplaudimos encantados.

Sin duda, esa maravillosa fiesta y la sorpresa de Shii ha sido por trabajar en equipo, y es para darnos un diez sobre diez a todos.

Naruto no se separa de mí ni un instante y yo se lo agradezco. Me gusta tenerlo cerca y, cuando entran los músicos que van a amenizar el baile, todos aplaudimos, chillamos y silbamos.

Después de la cena, mientras los camareros retiran las mesas y las colocan a un lado, los invitados salimos al exterior, donde rápidamente se ocupan los improvisados sofás que hice. Estoy mirando el cielo cuando Naruto llega hasta mí con dos copas de champán en las manos y murmura entregándome una:

—Creo que mejor no podría estar saliendo todo, ¿verdad?

Asiento. Tiene razón.

De pronto comienza a sonar la canción de Shii y Flor, y ambos la bailan muy acaramelados mientras nosotros los observamos encantados.

—¿Sabes, Naru? —digo entonces—. Este improvisado salón de boda lleno de familia, amigos, amor y felicidad es lo que siempre he deseado para mí si algún día me casaba.

Él bebe, y de pronto soy consciente de lo que acabo de decir. Dios, ¡qué bocazas soy! Y me apresuro a aclarar:

—Pero, vamos, que no es que yo esté pensando en casarme, sólo digo que...

—¿Te gustaría una boda así?

Su pregunta es directa, y mi respuesta también lo es.

—Sí.

Naruto sonríe, sabe Dios lo que piensa, y a continuación suelta:

—Espero que tu sueño se cumpla.

Asiento. Su respuesta me ha desconcertado y, cuando veo que se ríe, pregunto:

—¿De qué te ríes?

Mi vaquero deja la copa que tiene en las manos sobre una de las improvisadas mesitas.

—Me río porque aún recuerdo la última boda a la que asistimos.

—¿La de los Uchiha con Mei y Hotaru?

—Sí. Esa boda no tenía nada que ver con ésta.

Sonrío. Tiene toda la razón.

—Ellas tuvieron la boda multitudinaria que se esperaba al casarse con Itachi e Utakata Uchiha. Pero ni yo soy una Uchiha, ni creo que tenga a tanta gente que invitar.

—Y ¿no preferirías una boda glamurosa en Los Ángeles, en un local chic de esos que sueles frecuentar con un menú minimalista, a las croquetas de Betsy y la carne asada de mi madre?

Ver lo superficial que cree que soy en ciertos temas, me toca las narices.

—Pues mira —respondo contemplándolo—, aunque me gusta la langosta y el caviar, también me gustan las croquetas y la mortadela. Vengo de una familia sencilla, más sencilla aún que la tuya. Pero ¿quién te crees que soy?

—Creo lo que veo.

—¿Y qué ves?

—Veo a una mujer independiente que suele trabajar en restaurantes de lujo, vive en una zona de Los Ángeles que no es barata, tiene un buen coche, un buen nivel de vida, viste ropa cara y...

—Y todo eso, amiguito, me lo he currado yo con estas manitas —digo enseñándoselas—. Vale, no te voy a mentir: tengo unas amigas con más dinero que el Tío Gilito y sé que nunca permitirían que me faltara de nada, pero tú mismo, cuando te conocí, eras vigilante en discotecas y eventos y, a raíz de que Mei se casó con Itachi Uchiha, pasaste de trabajar en esos sitios a ser jefe de seguridad de giras mundiales como la de mi amiga Sakura. ¿Acaso crees que, si no hubiera sido por Mei e Itachi, tú habrías llegado a eso?

Mi respuesta mordaz le molesta. Sabe que lo que digo es cierto y, cuando va a contestar, siseo:

—Mira, lo que está claro es que, en esta vida, unos y otros nos ayudamos y, al igual que a mí Sakura y su marido Sasuke me han ayudado a conseguir buenos trabajos, a ti te ha ocurrido lo mismo. Y, por cierto, tú también eres un hombre independiente, con un buen coche y una buena moto, que vive en un apartamento en un sitio de Los Ángeles que no es barato; ¿acaso lo has olvidado?

Naruto sonríe.

—Empate técnico. No discutamos en un día tan bonito como hoy.

—Lo último que quiero es discutir, pero no me piques, ¿entendido? –Entonces, al oír los aplausos de los asistentes y que la música acelera el ritmo, digo tirando de él—: Vamos, vaquero, ¡a bailar!

Durante horas, bailamos, nos besamos, lo pasamos bien, y disfruto de la divertida boda campestre.

Todos los Uzumaki están felices, y ver a Chiyo sonreír junto a Kushina me hace saber que todo en esta vida puede mejorar. Si esa vieja india con más malas pulgas que Toro Sentado está allí feliz y rodeada de su familia, ¿qué no puede ocurrir?

En un momento dado, Sean O'Bradey me saca a bailar. Al muy puñetero le encanta picar a Naruto y, cuando veo sonreír a mi vaquero, sé que por fin se ha dado cuenta de que Sean no es el peligro que él cree.

La música sigue y, entre bailes y risas, llega la madrugada. Poco a poco, los invitados comienzan a marcharse y queda tan sólo la familia; al acabar de bailar con Minato una pieza rápida, vamos a beber algo cuando de pronto siento que alguien me coge por el brazo con urgencia y veo que es Naruto.

Su gesto ya no es sonriente, ni tranquilo, y sus ojos desprenden rabia.

Sin entender qué le pasa, lo miro, y él pregunta:

—¿Es cierto lo que dice Tayuya?

Noooooooooooooooo..., ¡ahora eso noooooo!

El gesto de Naruto es indescifrable. Está tremendamente enfadado. Y, cuando observo a la guapa Tayuya a su lado, me cago en toda su estirpe por la guarrada que acaba de hacerme al chivarse de algo que pensé que quedaría entre nosotras dos.

La miro. Ella me mira, y Naruto insiste:

—Dime que no es cierto lo que ella me ha contado.

Todos nos observan. Ise, Hinata y Flor se acercan a nosotros cuando murmuro:

—No sé lo que te ha dicho, pero...

—Simplemente le he dicho la verdad —suelta entonces Tayuya—. Lo que me pediste.

¡La madre que la parió!

—Joder, joder... —susurro en un hilo de voz mientras Minatoo intenta calmar a su hermano, que parece estar cada vez más alterado.

A continuación, se acercan también hasta nosotros Chiyo, Kushina y Saori, junto a Menma y Shii.

Con el gesto cada vez más desencajado, Naruto exige:

—Entonces ¿es cierto lo que dice Tayuya? ¿Es cierto que le pediste que...?

—No —lo corto—. Bueno, sí, pero todo tiene una explicación.

—¡¿Explicación?! —grita él fuera de sí—. ¿Qué explicación tiene, maldita sea?

Vale. Entiendo que esté enfadado por lo que hice. Nunca debería haberle pedido a la puñetera Tayuya que intentara reconquistarlo. Pero, cuando voy a replicar, Naruto vocea:

—¡¿Qué explicación tiene que le pidas que se acueste conmigo y se quede embarazada?! Pero ¡¿qué querías conseguir con eso?!

—¡¿Qué?! —exclamo boquiabierta y, mirando a la pelirroja, siseo mientras noto que comienzo a perder los nervios—: Eso no es verdad, y lo sabes.

Sin perder su angelical carita de querubín, Tayuya responde tranquilamente:

—Temari..., yo no tengo por qué mentir.

Doy un paso hacia ella. Eso que afirma no es verdad, e insisto, esta vez mirando a Naruto:

—Mira. Puedo tener muchos fallos, pero te juro por lo que tú quieras que eso no es verdad. Hablé con ella y le pedí que...

—¿Le pediste? ¿Qué le pediste?

—Si me dejas hablar, podría explicártelo.

—Da igual lo que expliques. Los hechos están muy claros. No puedes negar la obviedad —afirma Tayuya cogiéndolo del brazo para acercarlo a ella.

Uy..., uy..., lo que me está entrando por el cuerpo.

Entre la falsa acusación y lo que estoy viendo, me estoy calentando por momentos y, cuando aprieto los puños, Ise, que está detrás de mí, dice:

—Tranquila, que te estoy viendo venir.

Entiendo lo que dice. Aflojo los puños para no cometer una tontería, yo no soy una macarra.

—¿Sabes? —bufa Naruto —, lo que no entiendo son tus numeritos de celos.

—Escucha, Naru, lo cierto es...

—Naruto para ti —me corta—. Y, en cuanto a «lo cierto», ¿quieres que te diga yo lo que es cierto o no?

Al mirar a nuestro alrededor, veo que toda la familia nos rodea y, angustiada por lo que se me viene encima, murmuro:

—Naruto, no...

Pero el huracán Naruto ya ha tocado tierra y, sin piedad, cuenta ante todos los presentes la verdad de nuestra relación. Ni novios ni nada. Las caras de todos, excepto la de Hinata, son de decepción absoluta. Me miran con extrañeza y, cuando él termina, digo con la poca entereza que me queda:

—Sabes que todo comenzó así, pero a día de hoy mis sentimientos hacia ti son verdaderos. Tremendamente verdaderos.

—¿Acaso crees que en este instante me importan tus sentimientos? —replica él.

Esas palabras y su frialdad me rompen el corazón. No. No puede estar ocurriendo esto. No puede quebrarse la magia tan especial que se había creado entre nosotros.

—Naruto..., no lo hagas —murmuro.

Lo conozco. A pesar del poco tiempo que llevamos juntos, lo conozco muy bien, y sé que lo ocurrido va a hacer que se distancie de mí. Como él dijo hace poco, o todo o nada y, sin duda, el nada va a ganar.

Tayuya, que sigue sujetándolo por el brazo con propiedad, me mira, pero como no quiero darle más importancia a esa asquerosa, insisto:

—Hablemos. Habla conmigo, por favor, Naruto.

—Contigo ya no tengo nada más que hablar —sentencia él.

—Naru, hijo —protesta Kushina—. Creo que...

—Mamá, por favor, no te metas en esto —sisea clavándome puñales con la mirada.

Abochornada, dolorida y humillada, miro a mi alrededor.

Todos están desconcertados. No esperaban eso de mí, de nosotros. Y, cuando no aguanto más, me estiro todo lo que puedo, a pesar de lo pequeñita que me siento en este instante y, mirando a Kushina y a Chiyo, digo:

—Lo siento. Siento la decepción que podéis tener con respecto a mí, pero os juro que es mentira lo que dice Tayuya. Yo nunca le he pedido esa barbaridad, aunque reconozco que, antes de enamorarme como una tonta de Naruto, y buscando su felicidad, le pedí que lo reconquistara, y...

—¡Temari! —grita él entonces para llamar mi atención.

Cuando lo miro, coge con frialdad a Tayuya por la cintura. Tiemblo. Intuyo lo que va a hacer, y entonces la besa en la boca delante de todos y el corazón se me encoge. No sé qué hacer. No sé qué decir, mientras el hombre al que amo, al que adoro, me desprecia ante su familia.

Sin poder apartar la vista, aguanto como una jabata y, cuando el beso finaliza, Tayuya sonríe y Naruto sentencia mirándome:

—Si esto es lo que querías, lo has conseguido.

Luego, sin soltarla, da media vuelta y se marcha con ella.

Desolada, lo veo alejarse con Tayuya. Quiero ir tras él. Necesito hablar con él y explicárselo todo con tranquilidad, pero, cuando voy a hacerlo, Menma se interpone en mi camino.

—Creo que es mejor que ahora lo dejes. Naru necesita su tiempo.

—Y Tayuya...

—Tayuya... no es tú —matiza Menma.

Quiero apartarlo de en medio, quiero protestar, gritar. Ya sé que Tayuya no es yo. Me muevo intranquila sin saber qué hacer, hasta que Chiyoo, que ha permanecido impasible escuchándolo todo, afirma:

—Menma tiene razón. Es mejor que de momento te mantengas al margen.

Tengo ganas de llorar, unas terribles ganas de llorar, cuando murmuro mirando a las personas que aún me rodean:

—Lo siento. Siento haberos engañado, pero...

Uno a uno, todos asienten. No dicen nada, pero siento que les he decepcionado, les he fallado, y se dan la vuelta, se van y me dejan allí. El corazón se me rompe por segundos y, cuando sólo quedan Hinata y Flor frente a mí, me abrazan y me alejan del precioso cobertizo lleno de luz.

Ambas me dan todo su cariño, y yo me horrorizo al ver que le estoy jorobando la noche a Flor. No es justo. No es justo que le estropee el día de su boda.

Un buen rato después, cuando Shii viene a buscarla, la animo a que se marche con él. Han de hacer el equipaje para irse a Florida de viaje de novios.

La pobre me besa. Nos besa a Hinata y a mí con una enorme tristeza. Sabe que, cuando regrese, ninguna de las dos estaremos ya allí y, entre lágrimas y risas, nos despedimos, prometiéndonos no dejar de saber nunca las unas de las otras.

Shii, el duro Shii, también nos abraza y, cuando ve que se va a derrumbar, se separa de nosotras. Flor nos da un último beso y luego ambos se marchan.

Una vez se han ido, Hinata y yo subimos a su habitación para hablar. Yo hablo, hablo y hablo. Digo todo lo bueno y lo malo que se me pasa por la cabeza, ella me escucha y yo se lo agradezco. Soy como una cotorra que busca explicaciones a las cosas descabelladas que hago, pero nada..., no las encuentro.

¿Cómo pude pedirle aquello a Tayuya y pensar que no lo contaría después?

¿Cómo pude confiar en ella y no imaginar que atacaría con crueldad?

Sobre las seis de la madrugada, agotada, decido regresar a la cabaña.

Tarde o temprano, Naruto aparecerá por allí y podré hablar con él.

Tras dejar a Hinata en su habitación, camino en silencio hasta llegar allí. Al entrar y ver el salón tal y como lo dejamos, intuyo que Naruto no ha llegado aún, y decido salir y esperarlo fuera.

Sentada en el balancín del porche, donde he estado muchas veces charlando con Naruto, observo a los caballos que hay al otro lado de la cerca, especialmente a mi potrillo. Ése fue el regalo de Chiyo por mi cumpleaños, pero llevármelo es una locura. Estoy segura de que estará mejor en Aguas Frías. Hablaré con Menma antes de irme en relación con él y su manutención.

El tiempo pasa, los caballos están tranquilos; no como yo, que estoy atacada de los nervios.

Pero ¿dónde se ha metido Naruto? ¿Seguirá con Tayuya?

De pronto oigo unos pasos, me levanto con la esperanza de que sea él, aunque me encuentro con Chiyo y Kushina. Ambas me miran. No sé qué hacer. No sé qué decir, hasta que Kushina abre los brazos y, necesitada de ese abrazo por parte de ella, me cobijo en sus brazos mientras ésta murmura:

—Tranquila, hija..., tranquila.

Cuando consigo serenarme y despegarme de ella, miro a Chiyo, que me observa con gesto serio.

—Saber la verdad con respecto a Naruto y a ti no me ha agradado —murmura—, pero reconozco que haberte conocido sí.

Eso, viniendo de ella, es mucho.

—Lamento que tuvierais que enteraros de esta forma de nuestra mentira, pero quiero que sepáis que lo que siento por Naruto y por todos vosotros es real. En mis planes no estaba enamorarme de él, y sólo espero que me escuche cuando regrese.

Chiyo y Kushina se miran. Uy..., uy..., esa miradita suya me dice algo.

—¿Qué ocurre? —pregunto.

Kushina niega con la cabeza y Chiyo dice:

—Te lo diré sin paños calientes, muchacha. Dudo que Naru te escuche porque se ha marchado de Aguas Frías.

—¡¿Qué?!

Ah, no..., no puede haberme hecho eso. ¿Cómo se va a ir dejándome allí?

—Según nos ha contado Minato—prosigue Kushina —, entre él y Ise han intentado frenarlo, pero les ha sido imposible y lo han visto coger su equipaje y marcharse en su coche con Tayuya.

Incrédula porque haya hecho eso, entro a toda leche en la cabaña. Abro la puerta de la habitación que hasta la noche anterior he ocupado con Naruto y, al ver que no está su maleta ni ninguna de sus pertenencias, maldigo en español.

—No sé qué has dicho —cuchichea Chiyo, que está detrás de mí—, pero algo me dice que no era muy bonito.

Resoplo. Lo que he dicho en español no, no es muy bonito y, cuando voy a añadir algo, Kushina indica:

—Lo mejor ahora es que descanses. Puedes quedarte aquí o puedes venir a la casa grande a dormir. Mañana podrás pensar con más claridad y...

—Me quedo aquí —musito en un hilo de voz.

No me puedo creer que Naruto se haya ido con Tayuya y me haya dejado allí tirada. Pero ¿cómo ha podido hacer eso, por muy enfadado que esté?

Una vez consigo hacerles entender a Chiyo y a Kushina que estaré bien y les prometo que no me marcharé de allí sin despedirme de ellas, a diferencia de lo que ha hecho Naruto, las mujeres regresan a la casa grande. Sin querer pararme o me volveré loca, cojo las toallitas desmaquilladoras, las cremas y entro en el baño a quitarme el maquillaje especial que llevo para la boda.

Cuando acabo, voy a la enorme habitación, en la que ya no está Naruto conmigo y, tras quitarme el bonito vestido de dama de honor, me quedo tan sólo con la ropa interior y las botas que él me regaló.

Me miro los pies y suspiro. Me agacho, saco mi móvil de mi bota derecha y, antes de dejarlo sobre la mesilla, veo algo que me parte el corazón. Allí está la pulsera de cuero que le regalé, ésa en la que pone «¿Repetimos?». Sin tocarla, la miro y siento un escalofrío que me hace temblar. Dios, ¿por qué todo en el amor me sale mal?

Cojo una camiseta y me la pongo, me tiro sobre la cama y, estoy contemplando las estrellas a través de la ventana que hay en el techo cuando suenan unos golpes en la puerta. Al incorporarme para mirar, veo que se trata de Hinata.

Nos miramos a los ojos. No hablamos y, finalmente, ella entra en la habitación y se tumba a mi lado.

Durante varios minutos permanecemos calladas, hasta que dice:

—Siento cómo ha acabado todo entre Naru y tú.

—Lo sé.

El silencio vuelve a instalarse, y luego prosigue:

—Nunca imaginé que mi última noche en Aguas Frías sería en esta cabaña, contigo.

La miro. Sin duda ella también tiene el corazón tan roto como yo, y murmuro:

—Siento que sea tu última noche, y la mía también.

Hinata agarra mi mano. Me la aprieta para transmitirme fuerza, y murmura:

—Descansemos. Es lo mejor.

Cuando abro los ojos horas después, la preciosa luz de Wyoming entra por la ventana y, en décimas de segundo, recuerdo todo lo ocurrido. El olor a café inunda entonces mis fosas nasales. ¡Naruto! Me levanto a toda prisa en camiseta y bragas, abro la puerta de la habitación y la decepción se apodera de mí cuando veo que no hay nadie. Sólo una nota de Hinata sobre la mesa, que dice:

Tómate un café y ven a la casa.

Suspiro. Me doy una ducha, me tomo el café y, como me ha pedido, voy hacia la casa grande.

Mientras camino hacia allí, los vaqueros que se cruzan conmigo me saludan con la misma sonrisa de todas las mañanas. Al menos, para ellos sigo siendo la de siempre, no una traidora.

Al entrar en la cocina, me encuentro con Kushina, Chiyo, Saori y Hinata. Todas tienen los ojos llorosos, por lo que pregunto asustada:

—¿Qué pasa? ¿Le ha ocurrido algo a Naru?

Hinata es la primera en reaccionar y, limpiándose las lágrimas, murmura:

—No..., no, tranquila. Es sólo que, dentro de un par de horas, vendrá un coche a buscarme para llevarme al aeropuerto. Hoy vuelo a Nueva York.

Asiento. Es verdad y, sintiendo los ojos de todas sobre mí, murmuro:

—Si no te importa, aprovecharé ese coche para ir al aeropuerto yo también. Creo que ha llegado la hora de regresar a Los Ángeles.

Hinata asiente, pero Kushina, Chiyo y Saori intentan hacerme cambiar de parecer. Sentir su cariño y su apoyo me hace bien, pero he de marcharme de allí o me volveré loca.

Cuando por fin se convencen y entienden mis prisas por marcharme, regreso a la cabaña. Allí, hago mi equipaje todo lo rápido que puedo, mientras siento que el corazón se me va a salir del pecho. Me voy. Me voy de allí para siempre, y sin Naruto.

Mi maleta está a rebosar, llevo más cosas de las que traje y, recordando haber visto una bolsa de deporte en el armarito de la otra habitación, la cojo. Ya se la devolveré. En ella, meto el precioso vestido de novia que Flor y Hinata me regalaron, sin mirarlo. No estoy yo para tonterías.

Una vez acabo y guardo los regalitos que le llevo a mi niña, mis ojos vuelven a mirar la pulsera de «¿Repetimos?», que sigue sobre la mesilla. Dudo si llevármela o no, pero al final decido que no. Los recuerdos que me llevo en el alma, en la cabeza y en el corazón ya son bastantes para martirizarme durante un buen tiempo.

Cuando termino de recoger todas mis pertenencias, me pongo mi sombrero vaquero y, antes de salir de esa cabaña, a la que nunca volveré, miro a mi alrededor con nostalgia y, con una triste sonrisa, murmuro:

—Me ha encantado estar aquí.

Tras salir por la puerta, miro a Apache, el potrillo que Chiyo me regaló y del que tengo que despedirme. Antes he hablado con Chiyo de él, ella me ha prometido que puede quedarse allí y se ha negado a cobrarme nada. Encantada, veo cómo éste corretea feliz tras la valla, y sé que he tomado la mejor decisión para él.

—Él y todos los demás esperamos que regreses de visita con tu niña.

Al volverme, me encuentro con el bueno de Minato, pero no digo nada. ¿Cómo voy a regresar a Aguas Frías?

—Me ha dicho mamá que te marchas con Hiinata.

Asiento e intento sonreír.

—Sí. Creo que es lo mejor. Naru..., Naruto se ha marchado y yo ya no pinto nada aquí.

Durante unos segundos nos miramos a los ojos, hasta que finalmente Minato abre los brazos y yo me cobijo en ellos y lo oigo decir:

—Ocurra lo que ocurra entre mi hermano y tú, Ise y yo queremos seguir en contacto contigo, ¿entendido?

—Te lo prometo —afirmo tragándome las lágrimas.

Ise llega entonces hasta nosotros y, con una candorosa sonrisa, me abraza cuando Minato me suelta y dice:

—Te voy a echar de menos, reina de la salsa, espero volver a verte, aunque no sea aquí. Y, recuerda, el pulgar siempre fuera si vuelves a dar otro puñetazo. —Sonrío. Ay, que lloro... A continuación, Ise añade—: Vamos. El taxi ya ha llegado.

Cogida del brazo de esos dos hombres tan increíblemente maravillosos, camino hacia la casa grande, donde hay multitud de vaqueros esperando. Según me aproximo, veo que todos se despiden de Hinata y, cuando me ven, comienzan a despedirse también de mí. Nadie hace la menor alusión a lo que intuyo que se comenta. Sin duda deben de preguntarse dónde está Naruto y por qué me marcho sin él. Sólo se dedican a abrazarme, a desearme buen viaje y a pedirme que regrese a visitarlos.

Una vez los vaqueros se han ido y me quedo a solas con la familia Uzumaki, mientras Saori me aprieta entre sus brazos terriblemente compungida, observo que Hinata y Menma se dan un abrazo. Se despiden, y saben que su vida va a cambiar a partir de entonces. Cuando se separan, Hinata sonríe y murmura:

—Que tengas mucha suerte.

—Lo mismo digo, Hinata —afirma Menma de buenos modos.

Ay, qué mona es esta chica... Con lo mal que se ha portado él y los cuernos que le ha puesto, desde luego, si fuera yo, la patadita en los huevos que le calzo antes de irme no me la quita ni Dios. Pero Hinata es así. Es buena, afable y sabe perdonar.

Kushina me abraza, me hace prometer que las visitaré, y yo, por no disgustarla, le digo que sí y le hago prometer lo mismo. Espero su visita en Los Ángeles. Menma me abraza. Se despide de mí y me asegura que entre todos cuidarán a Apache. Eso me hace sonreír.

Cuando me suelta y miro a Chiyo, a la que no le gustan los abrazos, me río y digo:

—Te guste o no, lo voy a hacer.

No digo más. Aunque es ella la que me abraza con fuerza mientras murmura:

—Aquí no sólo te espera Apache. Y recuerda: «Escucha el viento que inspira. Escucha el silencio que habla y escucha tu corazón, que sabe».

Ese proverbio, que tanto significa para las dos, nos hace sonreír y, tras darle un último beso, Minato e Ise vuelven a besarme y me meto en el taxi, donde ya está Hinata, y con la mano digo adiós.

Cuando el coche arranca, Hinata y yo nos agarramos de la mano. Sin duda, parte de nuestro corazón se queda en Aguas Frías.

Al llegar al aeropuerto, por suerte para mí, compruebo que hay un vuelo a Los Ángeles que sale cuatro horas más tarde, y hay billetes disponibles. El avión de Hinata sale antes. Y cuando, una hora y media después, ella tiene que embarcar, mientras nos abrazamos, nos prometemos volver a vernos y luego, con una sonrisa, nos decimos adiós.

Asomada a los grandes ventanales de la sala de espera del aeropuerto, veo cómo su avión se mueve, se encamina hacia la pista y, poco después, despega.

Con mi bolso de mano, me dirijo hacia unas butacas. Allí, me siento y rumio en soledad durante un buen rato mis penas y tristezas mientras escucho tristes canciones country.

Soy una idiota. Una gran idiota.

Cuando comento problemas de amor de mis amigas, por mi desfachatez da la impresión de que me como el mundo, y ahora que esos problemas los tengo yo, me doy cuenta de que el mundo me come a mí.

Miro mi teléfono. Allí hay cobertura, y le escribo un mensaje a Sakura:

Si estás sola, llámame. Necesito hablar.

Dos segundos después, mi teléfono suena. Es ella y, al cogerlo, digo:

—Tonticienta al habla. La he cagado. Me he enamorado de él y ¡la he liado!

—Temari...

—Ayer fue la boda de Shii y Flor. Fue preciosa, increíble. Lo estábamos pasando bien cuando, de pronto, la puñetera Tayuya, la ex de Naruto, le fue con el cuento de lo que le pedí, y encima añadió que yo le había sugerido que se acostara con él para quedarse embarazada. ¿Te lo puedes creer? ¿Te puedes creer lo que esa zorrasca con cara de angelito se ha inventado? Oh, Dios... ¡Oh, Dios! Yo es que todavía no doy crédito a lo que una mujer llega a inventarse por jorobar a otra. Y, claro, Naruto se enfadó. Normal, pero ¿cómo no se iba a enfadar? Y, furioso y sin dejar explicarme, les contó a todos que lo nuestro era una mentira y se marchó, ¡se marchó con Tayuya y me dejó sola en el rancho!

—Temari...

—Y, claro..., imagínate la situación. Yo, la mentirosa, la repudiada por él, allí, con su familia. Pero, ¡ay, Sakura!, todos me han demostrado que son unas increíbles personas. En lugar de echarme de allí por ser una puñetera mentirosa, por no decir algo peor, me han tratado con respeto y cariño. ¡Pero si hasta incluso quieren que regrese a visitarlos!

—Temari...

—Y aquí estoy, en el aeropuerto de Jackson Hole, loca de amor por un hombre que me detesta y a punto de coger un vuelo que me lleve a Los Ángeles, de donde nunca debería haber salido. —A continuación, cojo aire y añado—: Y, ahora, ¿vas a decir algo o sólo he llamado para que me escuches?

Oigo cómo resopla y gruñe.

—Si cierras esa boquita repleta de dientes que tienes durante un par de segundos, quizá podría decir algo, ¿no crees?

—Bueno, mujer, tampoco es para ponerse así.

A partir de ese instante, me limito a escuchar las verdades como puños que me dice Sakura. Sé que tiene razón en todo. Sé que en este lío me he metido yo solita porque me ha dado la gana y, cuando por fin mi amiga me dice todo lo que ha querido decirme en todo este tiempo, tanto lo bueno como lo malo, finaliza:

—Y ahora, te vas a subir a ese puñetero avión. Vas a descansar y, cuando llegues a Los Ángeles, nos vemos. Ahora mismo le digo a Sasuke que tengo que volver.

—¡Ni se te ocurra! Sasuke no me lo perdonará si...

—Oye..., ¡que cierres el pico! Y, tranquila, que Sasuke no va a decir nada. Sabe que eres mi hermana, y que tú nunca, ante ningún problema mío, me has dejado sola. Por tanto, tranquilízate y nos vemos en Los Ángeles, ¿de acuerdo, Tonticienta?

—De acuerdo —afirmo antes de despedirme de ella y cerrar el móvil.

En ese instante, por los altavoces anuncian mi vuelo y, deseosa de hacer lo que me ha pedido mi amiga, embarco, pido un antifaz y, como puedo, me duermo.