Disclaimer: nada de esto me pertenece, los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer y la historia a Rochelle Allison, yo solo la traduzco.
APPEASE
Capítulo treinta y uno – Helada
Renee es un poco inútil para cocinar ―su ineptitud fue lo que provocó que hace años yo desarrollase mis habilidades culinarias―, así que ella hace los preparativos y ayuda a limpiar mientras Charlie y yo nos encargamos de la cena de Acción de Gracias. Van a venir un par de amigos de mi padre, unos chicos más jóvenes de la comisaría y sus mujeres, así que nos aseguramos de preparar comida de sobra. Además de todo lo tradicional como el pavo, el relleno y las patatas, tenemos salmón (Charlie se toma sus peces muy en serio), ensalada (eso Renee sí puede hacerlo), boniatos horneados y panecillos.
Le doy un manotazo a Charlie, que no deja de robar las nubes de azúcar de los boniatos.
―Si no paras, no quedará nada para los invitados ―refunfuño.
―¿Tratas así a tu novio? Que afortunado.
―¡Papá!
―Charlie, para. Bella, cariño, ¿necesitas que haga algo más? ¿Sacar la mantequilla, a lo mejor, para que se vaya ablandando? ¿Cubiertos?
―Uh, claro... ¿Papá?
―Solo un segundo. ―Se limpia las manos y lleva a mi madre a donde sea que necesite que esté. Este cambio de roles es un poco divertido. La mayoría de los niños ponían la mesa mientras sus madres cocinaban; entre Renee y yo siempre ha sido al revés.
Para cuando llegan los amigos de Charlie, lo tenemos todo listo. La cara de mi padre se pone roja cuando acepto una copa de vino, olvidando que, de hecho, ya soy mayor de edad.
―Será mejor que no bebas y conduzcas por ahí, Bells ―murmura, atacando el pavo
―Papá, nadie conduce en la ciudad. Normalmente cojo taxis o el metro. ―Y Eleazar me lleva donde necesite, pienso, pero me lo guardo para mí.
Él asiente pensativo.
―¿Tu novio no conduce?
―Bueno... ―Me sonrojo, tragando―. Lo hace a veces, pero solo porque está muy apegado a su coche.
―¿Sí? ¿Qué conduce?
―Un Aston Martin ―digo en voz baja, examinando la salsa de arándanos que han traído Sam y Leah.
Alguien silba bajo al otro lado de la mesa. Uno de los policías, Jared, asiente de forma apreciativa.
―¿Un Aston Martin? Que bien.
―No se ven muchos por aquí ―dice Sam, riendo mientras le pone mantequilla a un panecillo.
Suspiro, pensando en los suaves asientos de cuero y el ronroneo del motor. El aspecto de Edward mientras cambia de marcha, la forma en que me agarra la mano en su regazo... No puedo esperar a llamarle después de la cena.
Y no puedo esperar a verle mañana.
* . *
Estoy despierta antes de que me suene la alarma, que le den al jet lag.
Bostezando, me estiro en la cama y me siento, mirando por la ventana. El día está gris y se ha estado diciendo que va a nevar. Anoche había nieve en New York ―lo comprobé. Neviscas. Todo el mundo se está volviendo loco porque haga tanto frío tan pronto, pero a mí no me importa.
Y de todas formas, es el tiempo. Es inútil resistirse, va a hacer lo que quiera.
Tengo un mensaje de Edward en el que me informa de que está subiendo al avión. Es de hace un rato. Se ha ido tan pronto como ha podido y su vuelo aterriza en Sea Tac sobre las once. Yo me iré pronto. Tardaré un par de horas en llegar al aeropuerto y tengo que ir con cuidado por las carreteras mojadas.
Un momento después, salgo de la cama y voy al baño. La fontanería de Charlie es prehistórica, así que abro el grifo y espero, suspirando. Esto no es el Dakota. Tras una pequeña eternidad, el agua pasa de helada a caliente y entro en la ducha, estremeciéndome por lo bien que se siente.
Es una ducha rápida porque, si no tengo cuidado, el agua me caerá fría otra vez, así que me lavo rápido el pelo y salgo. Me esfuerzo en secarlo bien, en parte porque hace demasiado frío para salir con el pelo húmedo, pero también porque quiero estar perfecta cuando recoja a Edward.
En el piso de abajo, Charlie y Renee hablan mientras toman café y bagels.
No se parecen en nada a los bagels de New York, pero un hormigueo de nostalgia se instala igualmente en mi estómago.
―Siéntate, come algo ―dice Renee, dándole una palmadita a la silla que tiene al lado.
Sacudo la cabeza.
―Tengo que irme, cogeré algo para llevar.
―Bella, relájate... tienes tiempo de sobra ―dice, riendo con la cabeza inclinada―. Mírate, toda nerviosa por este chico.
―Mamá... ―Ruedo los ojos, sonriendo―. Sí, estoy nerviosa, ¿vale?
Charlie gruñe y se levanta para rellenarse la taza de café.
―Me alegro de que estés aquí ―le digo a mi madre, moviendo la cabeza hacia Charlie―. Puedes ayudarme a evitar que se pase de la raya.
Ella ríe con un resoplido.
Charlamos mientras me preparo un rápido desayuno y luego me voy, cogiendo las llaves de la camioneta de Charlie. Es lo que conduce cuando no lleva el coche patrulla, pero Renee y él no van a ir a ninguna parte, así que puedo usarla.
Hace un tiempo que no conduzco y al principio estoy un poco tensa pero, según pasan los kilómetros y la playlist de mi iPod va avanzando, mi ansiedad desaparece.
Edward me envía un mensaje cuando estoy a cinco minutos de la terminal de llegadas. No puedo contestarle con seguridad, así que me pongo el teléfono en el regazo, decidiendo que le llamaré cuando esté en la acera.
Él me gana.
―¿Hola? ―digo, examinando la multitud.
―Hola, estoy aquí...
―¡Lo sé! Justo acabo de entrar. ¿Qué llevas puesto?
―Abrigo negro.
―Genial. Tú y todos los demás...
―Bueno, ¿qué estás conduciendo?
―Camioneta roja.
―Vale... Creo que te veo...
―Estoy dando las largas...
―¡Yo estoy saludando con la mano!
―¡Vale, vale! ―digo con una risita, mirando los espejos mientras me cambio de carril y me detengo junto a la acera.
Edward sonríe ampliamente, con el pelo moviéndosele por el viento. Tiene un aspecto increíble.
No sé cómo pude resistirme a él.
Ignorando a cualquier guarda de seguridad que pueda estar acechando, echo el freno de mano y me bajo de la camioneta para saludar a Edward. Y para besarle. Él echa su maleta en la caja y me atrapa, calentando mi boca con la suya.
―Hola ―susurra, mirándome―. Te he echado de menos.
―Yo también te he echado de menos ―admito, tocándole la mejilla―. Aunque, técnicamente, ha pasado más tiempo cuando no podíamos vernos por las clases...
―No es lo mismo.
Echo un vistazo al caos que tenemos alrededor, con los coches, taxis y buses volando ante nosotros.
―Lo sé... Venga, vayámonos.
Dentro la calefacción está al máximo, así que Edward se quita el abrigo. Debajo lleva una bonita camisa gris oscuro que nunca le he visto y pantalones de vestir negros. Bajo la mirada a mis vaqueros y el jersey de cuello alto.
―Estás muy guapo ―digo, mordiéndome el labio.
―Tú estás mejor ―dice, apretándome el muslo.
―La verdad es que no ―replico, riendo―. Yo... Tú estás tan... arreglado.
Él se encoge de hombros.
―Es lo que llevé anoche a la cena. Esta mañana tenía que irme tan pronto para llegar al aeropuerto a tiempo para mi vuelo que no me he molestado en cambiarme.
―¿Has dormido algo?
―Un poco en el avión. ―Se quita los guantes y desliza la mano por mi nuca. Me estremezco. Hasta mis pezones se endurecen por su roce―. Estaré bien.
―Me alegro de que hayas venido, Edward. Mucho.
―Sí, bueno... casi no lo hago.
Mi corazón se salta un latido.
―¿Por qué no?
―Tanya tuvo una rabieta ―dice, indignado―. En el último minuto dijo que quería que los gemelos pasasen Acción de Gracias con ella y sus padres, que están en la ciudad... Fue como una pequeña guerra.
―¿Qué? ¿Estás de coña? ―Miro la carretera con el ceño fruncido, activando el limpiaparabrisas para combatir la lluvia.
―Ojalá lo estuviera.
―Ugh. Me encanta cómo todo está bien hasta que llegan las fiestas y entonces decide montar una escena.
―Es típico de Tanya. De todas formas, mi padre consiguió que se relajase cuando le explicó que toda la familia iba a reunirse este año y que él mismo dejaría a los niños en su apartamento esta mañana. No le gustó, pero al final aceptó.
―Gracias a Dios...
―Seguro que le amenazó con la futura pensión alimenticia o alguna mierda ―dice con un resoplido.
―Siento que hayas tenido tanto drama ―digo―. Nuestro día fue muy tranquilo.
―Debería haber venido antes, como quería.
―Sí... ―Pongo mi mano sobre la suya y entrelazamos nuestros dedos―. Pero entonces no habrías estado ahí para Alistair e Irina.
Él se queda en silencio un momento y luego asiente.
―Sí.
―Bueno... si te sirve de consuelo, tenemos una tonelada de sobras y mis padres están deseando conocerte.
―Apuesto a que sí.
Le miro y él sonríe satisfecho.
―¿Qué? ―pregunto, sonriendo.
Encogiéndose de hombros, vuelve a poner su mano en mi muslo, lo suficientemente alto como para que su meñique roce entre mis piernas.
―Puede que seas mi niñera caliente, pero eres su niña. Y él es poli. Va a ser un largo interrogatorio, con una aclaración de la pirámide jerárquica de por medio.
Asiento, comprendiéndole.
―Al menos hay tarta.
¡Hola!
¡Edward ha llegado a Forks! Este capítulo ha sido muy corto, pero en el próximo tenemos la reunión con Charlie y Renee.
¿Tenéis ganas de leerlo? ¿Qué creéis que va a pasar?
Nos leemos mañana. Gracias por estar ahí.
-Bells :)
