—¿Temes por mí, Blondie? Pues no temas. Ya viste por ti misma que soy diestro con los puños. Hibiki es casi tan alto y rápido como yo, pero solo necesitaría un puñetazo para derribarlo, delgado como está.

A Lucy le volvió el color a las mejillas. Puños, no pistolas. Debería haber recordado que ya había visto anteriormente a Laxus llevarse la mano a la pistola, así que probablemente era simplemente un gesto de bravucón. Ahora se sentía avergonzada de que la hubiera visto con una expresión tan horrorizada y creyese que era por él. Al menos podía corregir esa impresión.

—No temía por ti. Simplemente es que no me gusta ningún tipo de violencia. —Y espetó—: Si no vas a casarte con la hermana de Hibiki Heartfilia, deberías hacérselo saber a su padre.

Laxus la miró de arriba abajo y esbozó una sonrisa de satisfacción.

—Sí, probablemente debería hacerlo.

¡Dios santo, lo haría por la razón equivocada, porque se sentía atraído por ella! ¡Aquello no acabaría con la enemistad, sino solo con la tregua!

—Perdona —se apresuró a decir—. No es asunto mío hacerte este tipo de recomendaciones. Y, lógicamente, deberías hacer las paces con los Heartfilia antes de hacer algo tan imprudente.

Laxus resopló.

—De eso ni hablar. Aunque en parte tienes razón, pues resulta que esto no es asunto tuyo, así que, ¿por qué estamos hablando de ello?

—Tienes razón —dijo ella poniéndose rígida—. Tendríamos que estar hablando de tu falta de decoro. Tal vez harían falta algunos colgadores en el baño para que los hombres pudierais colgar vuestros albornoces.

Laxus se rió.

—Yo no tengo.

—Pues cómprate uno.

—¿Y por qué se supone que tenemos que cambiar de costumbres?

¿Acaso no era razonable su sencilla petición? Cielo santo, por supuesto que no lo era, porque nuevamente estaba reaccionando como Lucy, no como Jennifer. ¡Jennifer jamás les pediría a sus amos que cambiasen de hábitos! Se sintió obligada a transigir.

—Pues entonces saldré fuera cuando los hombres os bañéis y no entraré hasta que hayáis terminado.

—¿Y por qué eso es un problema para ti?

—¿Bromeas? Es más que impropio, es escandaloso que desfiles desnudo por…

—No estaba desnudo. ¿Te quejas por un pecho al descubierto? Aquí ningún hombre duda en quitarse la camisa un día caluroso.

—De donde yo vengo…

—Ahora estás aquí. Ha sido el beso, ¿verdad? Eso es lo que te ha sulfurado. ¿Te ha hecho pensar que le eras infiel a tu lejano novio? ¿O tal vez has descubierto que habías hecho una mala elección con él y que deberías pensar en nuevas opciones conmigo?

Lucy no iba a responder a eso, aunque tuvo la sensación de que Laxus solo bromeaba cuando cambió de derrotero y olisqueó el aire de la cocina antes de añadir:

—¿Tendré que volver a comer en el pueblo?

—Todavía no está acabado —mintió Lucy en tono gruñón.

Laxus se giró para marcharse. Por fin. Aunque su guasa sobre si comería fuera le dolió. La sopa se había espesado y Lucy tenía depositadas grandes esperanzas en ella. ¿Por qué él tenía que sugerir que no era comestible? Todavía no se había atrevido a probarla, pero la olió como había hecho él. Entonces suspiró. No tenía aroma. Por eso lo había dicho.

La receta pedía dos especias, pero como ella no sabía nada de especias, había preferido ir a lo seguro y no añadirlas. Entonces decidió añadir una y echó un puñado dentro. Cobrando ánimo, probó la sopa y mordió algo que le hizo llorar los ojos. ¡Ahora estaba demasiado especiada, demasiado picante! Perdió la noción del tiempo mientras repescaba todos los granos de pimienta que le había echado.

Sting apareció en la puerta para señalarle que ya era tarde.

—¿Todavía no está lista la cena?

¡El pan! Había olvidado que estaba en el horno. Con miedo a mirar, entornó los ojos al abrir la puerta del horno y suspiró de alivio. El pan tenía buen aspecto. La corteza estaba un poco más oscuro de lo que debería, pero por lo demás estaba bien. Sacó las seis hogazas y puso tres en un cesto para llevarlo al comedor, junto con un tarro de mantequilla.

Los hombres estaban allí esperando, los cinco: Laxus, sus hermanos, Makarov e incluso Erik. Ella ya había puesto la mesa con cuencos de sopa. Pero redujo el paso cuando oyó de qué hablaban.

—¿Y creíste a Jude? —le estaba preguntando Rufus a su padre.

—Sí. Ya os había dicho que no es su estilo.

—Y bueno, ¿qué dijo cuando le contaste que tenemos a la señorita Realight con nosotros? —preguntó Sting con la mirada puesta en Lucy. Estaba sonriendo. Y sus hermanos también. Se lo estaban pasando muy bien con aquella broma que le estaban gastando a su padre… con su ayuda. Pero Makarov los sorprendió con su respuesta.

—He decidido esperar. Casi me pareció que se avergonzaba cuando le pregunté qué tal iba la nueva ama de llaves. Me costó no reírme cuando murmuró que todavía no se había presentado. Estaba a punto de contarle por qué cuando me dijo que la llegada de su hija se iba a retrasar. Ni siquiera trató de ocultar lo disgustado que estaba. Casi me hizo compadecerlo. Parece que se torció un tobillo en el viaje desde Nueva York y se quedará en Chicago hasta que se recupere.

Lucy no pudo evitar mirarse el tobillo y menearlo. Pero Makarov no había terminado.

—Ese retraso podría darle tiempo a Jude de hacer venir a una nueva ama de llaves antes de que llegue su hija, y lo hará si le digo que tenemos a la primera aquí. Así que esperaré a decírselo casi en el mismo momento en que llegue su hija.

Lucy se sorprendió de sentirse un poco culpable por estar engañando a todo el mundo, hasta que Rufus comentó sarcásticamente:

—Esa hija parece un poco delicada si una simple torcedura de tobillo le impide llegar aquí.

Aquello la enfadó. Y aún más cuando Laxus dijo:

—A mí que se retrase ya me va bien, aunque ¿qué se puede esperar de una señoritinga del Este? Probablemente se desmaye por un rasguño.

Lucy lo miró con incredulidad. Él no se dio cuenta porque su padre le llamó la atención:

—Deberás ser amable con ella, hijo. Jude dice que tiene muchas ganas de conocerte. También trae consigo un elegante vestido de novia. Me da miedo mencionárselo a tu madre. Se va a disgustar porque tú todavía no tienes un traje elegante para la boda.

Lucy estuvo a punto de lanzarles el cesto de pan a la cabeza. ¿Su padre mentía acerca de ella? Layla jamás le habría dicho que su hija tenía muchas ganas de conocer a Laxus. ¡Cómo era capaz de mentir sobre ella! Sí que era verdad que tenía un vestido de novia. No había querido saber nada de él, aunque de todos modos Layla había mandado que se lo hicieran. Se había negado a traerlo consigo y le había ordenado a Erza que no lo pusiera con el equipaje. Lástima. Si lo hubiera traído, en aquel instante lo tendrían aquellos forajidos. Dio media vuelta para volver a la cocina por la olla de sopa con el cucharón para que se sirvieran ellos mismos. Estarían de suerte si no se los vertía encima.

—¡Eh! —le gritó alguien antes de que saliera del comedor. Era Rufus sosteniendo en alto una de las hogazas para enseñarle que por debajo estaba toda negra. Laxus sonreía mientras golpeaba otra hogaza con los nudillos. Sonaba tan dura como una piedra.

Lucy le lanzó al patriarca una mirada acusadora.

—¡Ya le advertí que no soy cocinera!

—Eres una mujer, y todas las mujeres saben cocinar —replicó él impasible—. Solo es que estás nerviosa. Es comprensible. Ya lo harás mejor la próxima vez.

Lucy balbuceó. Esa era su próxima vez. Sin saber cómo, contuvo las lágrimas, aunque ahora la tristeza se mezclaba con la rabia. Volvió apresuradamente a la cocina. La olla pesaba tanto que estuvo a punto de volcarla antes de llegar al comedor. Laxus seguía sonriéndole. ¿Le divertía su fracaso? Fue entonces cuando dirigió su ira hacia sí misma por haber llegado a creer que podría aprender a cocinar. No tenía ninguna habilidad ni experiencia laboral. La habían educado únicamente para vestir con elegancia, conversar correctamente con gente de su misma clase social y comportarse como una dama. Frustrada y derrotada, cogió una hogaza de pan y la golpeó contra el borde de la mesa. Necesitó tres intentos más para que la hogaza se partiera. Entonces arrancó trozos de la miga blanda que había dentro de la granítica corteza y los lanzó a la olla de sopa.

—Ya entendemos la idea —dijo Sting—. No lo eche todo. Deje un poco para que podamos untarlo de mantequilla.

—No se desanime —la consoló Erik—. Siga estudiando su libro de cocina. Ya sabrá cómo apañarse.

También podría haber añadido «siendo una mujer». Sin duda lo estaba pensando. Pero ¿qué lógica era aquella? ¡Para lo único que había sabido apañarse había sido para enfadarse e impulsivamente rescatar parte del pan a base de golpes!

Se volvió para regresar a la cocina y Makarov le preguntó:

—Esto es solo el primer plato, ¿no? ¿Qué más vas a servirnos esta noche?

¿El primer plato? Fue entonces cuando echó a llorar.