Advertencia: Violencia en las partes finales.

Capítulo XXIX:

Questi sono i Vongola.

(Estos son los Vongola. Parte I)

Giotto no se dio cuenta de que sus manos estaban temblando hasta que, sin quererlo, soltó la taza que tenía entre ellas. Aunque ésta no se rompió, sí esparció el contenido por el suelo. Él suspiró, tomó un trapo, y se agachó para limpiar.

Iba a ser esa noche. Elena les había comunicado que la reunión se iba a llevar a cabo después de que el sol se ocultara en una de las grandes propiedades que tenía su familia. (El hecho de que los Giardenne estuvieran tan relacionados con esos sujetos como para dejar que utilizaran una propiedad suya la había hecho querer gritar. No importaba, Giotto le aseguró. Ella no estaba con ellos. Ella estaba luchando para que todo eso terminara, se había arriesgado y lo seguía haciendo para proteger a los demás).

— Pareces bastante nervioso hoy, Giotto.

Giotto se detuvo y alzó la vista al instante. Desde la puerta de la cocina, Franco lo miraba con una sonrisa. Aún con la ayuda médica, había tardado un tiempo en poder recuperarse, pero poco a poco iba mejorando. Después del accidente, pasaba la mayor parte del tiempo con Paolo y María, ayudándoles con lo que podía. La tienda había tenido que cerrar por un tiempo, tanto por miedo como por la falta de recursos (después de todo, aquellos bravucones habían destrozado todo).

— Señor Franco, perdón. Yo-

— No tienes de que disculparte — le pidió — No sólo tú, sino G y Cozzato parecen tener los nervios de punta hoy. G casi tira lo que cargaba cuando María le habló, y Cozzato se cayó al escuchar a Argo ladrar cerca. Además… — Franco se detuvo y lo miró con ojos de sorpresa — Giotto, ¿qué les sucedió a tus manos?

Giotto, confundido, miró a sus palmas. ¿Se había cortado sin darse cuenta? No, no era eso. Estaban normal, sanas, al menos a sus ojos. Segundos después, Franco se acercó a él y tomó sus manos entre las suyas, luciendo una mirada triste.

— Están llenas de cicatrices…

Giotto reaccionó en ese momento. Al volver a verse, notó algo que había estado ignorando durante los últimos meses:

Sus manos estaban llenas de raspones y rasguños. Incluso todavía tenía uno que otro moretón que no había sanado (sólo que ya estaba tan acostumbrado a ellos que no les dio importancia). Derivado de escalar, sin duda alguna. Las consecuencias de sostenerse a la piedra y de tener que ejercer fuerza. De intentar agarrarse cuando caía.

Seguramente, tendría más en su cuerpo. ¿Cuántas veces había terminado en el suelo? ¿Cuántas veces se había resbalado y se había golpeado en la pierna o el brazo?

Franco apretó su agarre. Giotto notó que sus manos temblaban.

— Giotto, ¿qué has estado haciendo? No te he visto mucho desde que pasó lo del accidente — una pausa — Tú no tienes que arriesgarte…

Parecía querer llorar. Giotto negó con la cabeza. Franco no tenía nada de lo que lamentarse; él había sido la víctima; él también sufrió. No tenía por qué cargar con preocupación extra.

— Todo estará bien — Giotto le aseguró, apretando sus manos entre las suyas en un intento de dar confort. Y de recordarse a sí mismo porque estaba haciendo todo eso.

Ya no más dolor. Ya no más abuso.

— Todo estará bien — repitió y sonrió — Se lo prometo.


Cozzato inhaló e intentó concentrarse en los sonidos del canto de los pájaros, de las hojas de los árboles moviéndose por el viento, y la de la sensación de la tierra bajo sus pies. Siempre se sintió de alguna extraña manera conectado a la naturaleza, y estar cerca de ella lo relajaba, pero para su mala suerte esta vez no estaba funcionando. Todavía podía sentir su corazón palpitando demasiado rápido y el nudo en el estómago que no se iba.

Era hoy. Cozzato no podía estar así. El plan estaba cuidadosamente diseñado; si algo fallaba (si él fallaba), todo podía acabar.

— ¿Cozzato?

Se aguantó el gritar. A poca distancia de él, Giotto ladeó la cabeza.

— Ah, Giotto — Cozzato sonrió por acto reflejo y utilizó su clásico tono de voz alegre. Giotto frunció ligeramente el ceño — Creo que estoy un poco en los cielos. Pero-

— No tienes que seguir haciéndolo.

— ¿Perdón? — Cozzato parpadeó, confundido. Giotto se acercó más él.

— Fingir estar bien — Giotto dijo — No tienes que hacerlo. Yo estoy nervioso, G está nervioso, todos estamos nerviosos. No es necesario que lo ocultes, Cozzato.

Cozzato abrió la boca, pero ninguna palabra salió. El nudo en su estómago se incrementó, y sintió que su pecho dolía un poco por alguna extraña razón.

¿Desde cuándo había empezado a fingir de esa manera?


A veces, Cozzato se sentía solo.

Su familia usualmente se movía de un lado a otro, y aunque eso ayudaba a que pudiera conocer más del mundo (algo que siempre adoró), también hacía que no pudiera formar lazos reales, duraderos, de esos que puedes leer en libros u observar en obras de teatro. El grupo inseparable de amigos. El sentir que algo era tu hogar. Entre cambio y cambio, Cozzato nunca lo había experimentado.

De alguna manera, aprendió a fingir que todo estaba bien. Que no le dolía no poder llamarle a alguien amigo. O que no tenía realmente personas a las que recordar. Si fingía que todo estaba bien, tal vez así podría atraer a la verdadera felicidad y evitaba preocupar a su familia.

Eso de sonreír y fingir se había convertido en una barrera que siempre sacaba a relucir cuando una emoción negativa aparecía, un acto reflejo. Pero supuesto, engañar a Giotto era casi imposible.

Lo más curioso, era que no se había dado cuenta que lo estaba haciendo hasta ese momento.

— No es tonto — Giotto mencionó — Sentirse solo no es algo de lo que avergonzarse.

— Lo es — Cozzato respondió — En comparación con lo que tú y G han pasado, lo mío suena ridículo.

— Pero no estamos hablando de G o de mí — Giotto dijo — Estamos hablando de ti. Y tus sentimientos son tan válidos como los de cualquiera. No tienes que frenarlos, Cozzato — Giotto lo miró con una media sonrisa — ¿Sabes? Es interesante saber que tenemos otra cosa en común.

— Es una broma, ¿verdad? — preguntó. Giotto negó con la cabeza — ¿Me estás diciendo que tú también solías… fingir que todo estaba bien?

— Todavía lo hago de vez cuando — Giotto admitió y alzó la vista. Ese día, el cielo estaba claro — Intenté dejar de hacerlo cuando por mi culpa, mi abuela lloró.

Cozzato también volteó a ver el cielo. Comprendió que, de alguna manera, Giotto la estaba buscando ahí.

— No quería preocuparla ni darle problemas, así que empecé a fingir que todo estaba bien. Que no sentía tristeza y que no tenía ganas de llorar. Que no extrañaba a los demás, o que por acto reflejo buscaba a Riccardo cuando tenía miedo… Él siempre fue más valiente que yo. Recuerdo la vez en la que me asusté porque una iguana enorme pasó cerca de mí, y Riccardo se puso en medio como si quisiera protegerme de un dragón o algo así.

Giotto sonrió de manera triste.

— Un día, sin querer rompí un frasco en la boticaria y terminé cortándome. Estaba sangrando de la mano, y único que yo hacía era sonreír y repetir: "todo está bien, todo está bien." La abuela lloró y me abrazó. Me dijo que era válido sentirse mal; ¿quién no lo estaría? Suprimir esos sentimientos era lo que no. La tristeza también es necesaria.

Alegría y tristeza. Soledad y compañía. Todo eso existía. Todo era necesario. Ese era el balance del mundo, ¿no era así?

— Así que, te diré lo mismo que ella me dijo a mí — Giotto lo volteó a ver — Si quieres llorar, llora. Si quieres gritar, grita. Si te sientes mal, dilo. Te ayudaré; estaré contigo si es lo que quieres, o te dejaré unos momentos solo para que te despejes. Pero al final, seguiré aquí — sonrió — Di las cosas tal y como me las dijiste ahora.

— ¿Si digo que me siento solo, te quedarás cerca?

— Por supuesto que lo haré.

— ¿Si tengo tantos nervios que quiero gritar?

— También.

— ¿Si siento tanto miedo que podría llorar?

— Seguiré ahí — Giotto le aseguró — Y si me dejas, en ese último escenario, podría incluso abrazarte. No hay nada como un buen abrazo para juntar todos los cachitos del alma que podrían estar rotos.

Cozzato sonrió. El nudo de estómago que tenía se había esfumado, y su pecho ya no se sentía tan pesado.

— Hice bien en nombrarlo Giotto — Cozzato comentó orgulloso. Giotto lo miró confundido — Ah, me refiero a mi gato. El pequeño que encontramos juntos.

— Tu… ¿nombraste al gato como yo?

— Cuando lo bañé, descubrí que era de un bonito color parecido al amarrillo — Cozzato mencionó — ¡Y además es un sobreviviente!

Y le daba compañía, junto con esa sensación de calidez que aliviaba su dolor en el pecho.

— Me falta encontrar a otro que tenga un pelaje parecido al rojo, huraño, y llamarlo G. Así se harían compañía.

— No vas a nombrar a ningún gato igual que yo — Cozzato brincó del susto al escuchar la voz de G, quien estaba en la puerta de la casa viendo a ambos — Lo primero que escuchó al salir para tomar aire es a Cozzato decir quiere adoptar gatos para nombrarlos como nosotros.

— Mi versión felina ya está — Giotto dijo con diversión.

— Suerte encontrando la mía — G rodó los ojos — Si lo hace, yo buscaré la suya. Así el gato Cozzato podrá estar con el gato Giotto para molestarse entre sí y dejar dormir al otro.

— El gato Giotto no dejaría al gato G dormir. Le pediría al gato Cozzato que lo ayude a molestarlo.

— ¿Podrías dejar a mí todavía no existente versión felina en paz?

Cozzato miró a ambos con curiosidad. Tanto Giotto como G seguían debatiendo de situaciones hipotéticas con gatos, y Cozzato no pudo evitar reír.

Ya no estaba solo; entendió. Ya no estaba solo.


Cuando la noche llegó, la misión empezó.

Llegar hasta el pequeño castillo había sido fácil; Elena había dado las instrucciones necesarias no sólo de cómo llegar, sino de cómo estaba compuesto. Era una arquitectura grande que se encontraba rodeada de un largo campo, con torres y rejas cada cierta distancia como medio de observación. La primera reja estaba relativamente cerca de la ciudad.

En esos momentos, escondidos detrás de árboles y arbustos, Giotto, G y Cozzato observaban la primera entrada. Lucía tranquilo, aunque adentro se estaba llevando a cabo la reunión entre dos grupos criminales. No estaban seguros de cuantas personas estarían, pero seguramente no sería un grupo pequeño.

Los tres se miraron entre sí y asintieron. Avanzaron entre la oscuridad y se detuvieron enfrente de la primera puerta. Para que el plan funcionara, tenían que ser lo contrario a discretos.

Tenían que gritar que estaban ahí.

Cozzato entró en el modo hyper, y G y Giotto retrocedieron unos pasos. Cozzato miró hacia adelante, y la energía alrededor de él cambió. Extendió las manos. Aquellos símbolos que se formaban al su alrededor siempre que utilizaba sus poderes aparecieron. Alzó los brazos, y antes de hacer su parte, sonrió.

— Es de mala educación no recibir a invitados. ¡Así que hagámonos notar!

Dejó que la gravedad cayera con toda su fuerza.


La gente en la ciudad escuchó un sonido atronador.

La tierra pareció temblar unos momentos, y asustados, todos se despertaron. A ese sonido le siguió otro y otro, en una especie de fila que hacía retumbar al suelo. Era como si algo se estuviera derrumbando.

Las personas salieron de sus casas, miraron confundidos a todas partes.

— ¿Qué es lo que sucede?

— Es el castillo — alguien exclamó — Las puertas a su alrededor, todo…

— ¡Está destrozado!


La primera puerta cayó. El sonido del metal doblándose llenó el aire, y cuando se derrumbó, el polvo y la tierra se elevaron. La segunda también cayó.

No tardó mucho para que el sonido de pasos y exclamaciones aparecieran por entre el denso polvo que impedía ver con claridad.

— ¿Cuántos ves? — Giotto preguntó.

— Hay varios grupos — G respondió. Sus ojos iban de un lado a otro, logrando ver más allá de la nube de tierra a las siluetas que se movían — Había unos en las torres, la primera a la izquierda y la segunda a la derecha. Los demás parecen venir de una sola dirección, la entrada principal. No está tan lejos como se veía a simple vista; no tardaran en llegar hasta acá.

— Entendido — Giotto dijo — Iré por los que salen del castillo. Ustedes encárguense de los demás.


Varios subordinados salieron para ver que sucedía. La capa de polvo era tan densa que ver más allá de unos cuantos metros era casi imposible. Aun así, avanzaron.

¿Qué era lo que había pasado? ¿Una especie de terremoto? ¿Una falla en la estructura de las construcciones?

Uno de los hombres parpadeó. Había sentido una extraña ráfaga de aire cerca. Y-

¿Eso había sido un destello de luz?

Volteó hacía atrás para preguntarle a uno de sus compañeros si también había visto eso. Lo que único que encontró fue que dicho compañero estaba inconsciente en el suelo. En ese momento, gritó.

— ¡Enemigos!

Antes de que los hombres más cercanos pudieran incluso parpadear, sintieron un fuerte golpe en la cabeza que los dejó inconscientes. Los que iban detrás de ellos lograron ver como una sombra se movía entre la nube de polvo, dejando detrás de sí una especie de destello naranja.

Sin embargo, había algo raro ahí. Esa persona se movía…

Demasiado rápido.

El hombre sacó su pistola e intentó apuntar. De nada servía: aquella figura parecía aparecer y desaparecer en un parpadeo; lo único que podía ver era aquella luz naranja que se movía de un lado a otro; sólo podía escuchar exclamaciones cortadas y como cuerpos caían al suelo.

Entonces, la presencia se detuvo delante de él: era alguien joven (¿cuántos años tenía? ¿14 a lo mucho?) cabello rubio, ojos naranjas, llamas brillando en sus manos y cabeza.

Disparó, pero el adolescente lo esquivó, moviéndose demasiado rápido como para incluso quedar detrás de él, sostenerlo de uno de sus brazos, y tirarlo. Cerca, se podía escuchar más gritos y como una torre parecía desplomarse hacia abajo como si una fuerza extraña la hubiera derrumbado. De la otra, salían exclamaciones de miedo cuando la puerta de salida fue destruida, y el camino estaba bloqueado por unas llamas rojas que habían aparecido luego de que un bang se escuchara.

Una ráfaga de disparos se hizo presente, dirigida hacia ellos (a la mafia no le importaba dispararle a un aliado si con eso podían detener aquel extraño ataque). Sin embargo, no sintió que las balas lo herían, sino como era jalado de la ropa hacia atrás, adentrándolo más en la zona llena de polvo que poco a poco se iba disipando, evitando así el peligro.

¿Su enemigo lo estaba salvando?

Confundido, lo intentó mirar, pero cayó desmayado por un golpe antes de que pudiera hacerlo.

— ¡G, Cozzato! ¡Están empezando a disparar, tengan cuidado! — Giotto gritó, sosteniendo el cuerpo ahora inconsciente de aquel hombre.

Las balas empezaron a volar por los aires. Giotto se propulsó hacia atrás, evitando así una ola de disparos, y viendo como enemigos empezaban a salir de todas partes. Había funcionado; habían llamado la atención.

Giotto dejo en el suelo a su anterior oponente, y en ese instante, una sensación de peligro lo recorrió. Volteó hacia el castillo, todavía a varios metros de distancia, de donde se podían escuchar pasos y exclamaciones.

— ¡G, destroza el ala derecha! — Giotto gritó antes de esquivar otra ráfaga de disparos y correr hacia la siguiente fila de enemigos con armas de fuego.

G volteó a ver hacia el castillo. La distancia era relativamente larga desde donde estaba, y las paredes lucían gruesas. El polvo y la tierra todavía en el aire era otro factor para considerar, pues era resistencia extra.

Lo analizó durante unos segundos, luego apuntó.

Los enemigos cercanos retrocedieron con miedo cuando una ráfaga de llamas rojas, intensa, concentrada y espantosamente precisa, fue disparada. Las llamas se abrieron paso, limpiando su camino y destruyendo parte de la pared del lugar en una pequeña explosión que lanzó a varios hacia atrás.

Las llamas de G habían hecho un agujero que había penetrado la roca y creó caos dentro de la propia estancia. Al sentir el peligro y ver como la pared a su lado había sido destrozada, la procesión de enemigos se había separado y había corrido para evitar que el ataque les llegara.

Giotto observó las manos de aquellos sujetos, y ahí los vio:

Anillos.

Suspiró, inhaló, concentró más las llamas en sus manos, y se propulsó hacia ellos.

Gracias al entrenamiento con Cozzato, había aprendido a utilizar las llamas como medio para moverse más rápido: la cantidad necesaria, cuando dejar de sacarlas para detenerse, que tanta utilizar para tener una determinada velocidad. A veces, Giotto juraba que sentía como si volara.

Apenas su contrincante lo vio, le apuntó con una pistola. Reaccionado, Giotto tomó el arma, la flama en sus manos se hizo más oscura, y después…

— ¡¿Qué demonios?! — gritó — ¡La pistola! ¡La derritió, como-

Antes de que los demás pudieran hacer algo (pues Giotto podía ver claramente como cargaban sus armas y como llamas de varios colores iluminaban la estancia), dejó inconsciente a aquel hombre con un golpe directo en el estómago y luego se propulsó hacía atrás, tomando distancia. Cargó llamas suaves en sus manos y las expandió enfrente suyo, creando una especie de barrera improvisada en la cual varias balas rebotaron. Había aprendido uno de los trucos de la señorita Sepira luego de haber repetido miles de veces en su mente la escena en la que había salvado a Flavio.

Contó cuantos enemigos eran: varios habían quedado inconscientes debido al ataque de G, quedando unos 15 aproximadamente. Quince en un espacio cerrado, podía hacerlo.

Giotto se propulsó adelante, y antes de que sus enemigos pudieran reaccionar, estaba justo en medio de ellos. Con su pierna extendida, dio un giro de 360° para hacer caer a los que estaban cerca de él, y sin perder tiempo, les dio un golpe (a unos en el estómago, a otros en la cabeza); los hombres cayeron inconscientes poco antes de que una serie de disparos fuera hacia él. Giotto brincó y, con ayuda de las llamas, se propulsó hacia arriba, logrando evadir los disparos.

De nada servía que fueran muchos si los noqueaba antes de que pudieran atacar. En esos momentos, su velocidad era su mejor fortaleza.

Se movió y arremetió contra ellos. Para muchos, parecía que danzaba en el aire a una velocidad que era difícil de seguir y que, por lo tanto, lo hacía imposible de tocar: cuando menos se daban cuenta sentían el duro golpe que los dejaba sin consciencia.

Cuando el último de ellos cayó, Giotto exhaló con fuerza. Ni siquiera se había dado cuenta que había contenido la respiración. Afuera, podía escuchar como Cozzato y G batallaban con parte de los oponentes que había dejado atrás.

— ¿G? Creo que tanto cambio de gravedad hizo que me mareara.

— Y yo siento que me estoy asando con mis propias llamas. ¡Vamos, todavía quedan enemigos!

Y vaya que lo hacían. No faltó tiempo para que Giotto viera como más personas aparecían a su izquierda, a través de un pasillo. La reunión era grande, tal y como esperaban. Ambas familias se habían reunido para atacar con sus fuerzas a los Giglio Nero, ese nuevo grupo que había surgido. Desde esa posición, querían mover sus tropas hacia el oeste y destruir a su enemigo.

Por supuesto, no esperaban ese ataque sorpresa. Y también por eso la misión era tan vital: Si ganaban, Giotto y los demás podrían acabar por completo con la fuerza de los Reale y los Lontanni a la vez.

Giotto volvió a juntar las llamas en sus manos y corrió hacia los enemigos. Elena debería de tener el camino libre con todo ese estruendo y la cantidad de hombres que iban hacia ellos.


Elena se asomó al pasillo, volteó a la derecha y la izquierda, y al ver que nadie venia, salió y se desplazó a la derecha. La cantidad de personas adentro de la estancia era mínima ya.

Ella solía jugar en ese mismo castillo cuando era pequeña, así que sabía dónde estaba todo colocado: las oficinas, la bodega, los cuartos. Apretó con más fuerza la serie de papeles que estaba en sus manos (los había logrado robar luego de que la junta en la que estaban ambos jefes fuera interrumpida por el estruendo de las gigantescas rejas de metal cayéndose como si fueran papel). Por fin, encontraba algo además de palabras sueltas sobre ese Alaude que Giotto y G buscaban. No sólo eso, sino que también había una lista de otros nombres importantes e incluso de transacciones de ambas familias.

Elena se había infiltrado en el castillo con el propósito de recabar toda la información que pudiera antes de que aquellos sujetos la destruyeran, algo sencillo teniendo en cuenta que el edificio era de su familia. (Ella había llegado una media hora antes, y cuando los grupos mafiosos llegaron, ella se había escondido, esperando que sus compañeros realizaran su parte). Sólo le faltaba revisar una de las bodegas, y entonces-

Enfrente de la puerta, pudo ver la silueta de alguien. Su rostro no era visible por la oscuridad.

Elena sacó la pistola que tenía sujeta con un lazo en una de sus piernas y disparó. La bala rebotó cerca de los pies de la figura, haciéndola retroceder de un salto: una advertencia.

— Aléjate de ahí y date la vuelta. En el siguiente disparo, no tendré consideración.

La figura pareció ladear la cabeza y, lentamente, dio unos pasos hacia ella con vacilación. Cuando logró ver su rostro, Elena ahogó una exclamación.

— ¿Guido? — Elena lo miró fijamente y bajó la pistola. El joven sonrió — ¡Guido! ¡¿Por qué-

— Hola, Elena — Guido saludó — Parece que terminamos con un trabajo parecido.

— ¿Qué haces aquí? — Elena preguntó — No sólo eso. ¿Dónde has estado? ¡Simplemente desapareciste!

— Era algo necesario — Guido respondió mientras sacaba una pistola y disparaba hacia el candado que tenía la puerta, destruyéndolo — Ya que estamos en una situación similar, tu más que nadie debes entender que lo mejor es pasar desapercibido.

Guido entró al cuarto, y con curiosidad, Elena lo siguió. La bodega tenía cinco cajas dentro.

— Soy parte de Giglio Nero — él explicó — Hemos estado rastreando este cargamento, y mi misión aquí era infiltrarme para asegurarme que ninguna de las dos familias pudiera utilizar su contenido. Sin embargo, por lo que veo, ellos ya debieron de adueñarse de varias cosas. Las cajas deberían de ser más.

— Decirme todo esto no es muy espía de tu parte — Elena comentó.

— Ella dijo que con ustedes podía ser sincero — Guido respondió. Elena no tardó en comprender.

— La señorita Sepira — la chica dijo, casi en shock — Ella es la líder de Giglio Nero.

— Eres rápida.

Elena tenía miles de dudas en su cabeza (y una gran parte de ella quería simplemente tomar a Guido por los hombros y zarandearlo hasta que le dijera todo: que había sucedido, donde estaba la señorita Sepira), pero sólo se mordió el labio y negó con la cabeza. En esos momentos, sus amigos se encontraban batallando con dos grupos de criminales; tenía que cumplir con su parte de la misión, así como ellos lo hacían. Ya luego le gritaría a Guido lo necesario.

— ¿Ella sabía que iban a atacarlos esta noche?

— Tal vez — Guido respondió mientras que con un tubo de acero que había encontrado en el cuarto, intentaba abrir una de las cajas — Saber lo que ella piensa no es fácil. Pero si lo sabía, supuso que ustedes iban a intervenir y por eso sólo me envió a mí. Les tiene mucha fe.

Se escuchó un crac y la caja se abrió.

— Tienes que ver esto. Si ustedes también están peleando contra ellos, necesitan saberlo.

Elena se acercó hacia la caja y se asomó para ver su contenido. Su corazón se detuvo unos segundos.

Armas. De todo tipo: de fuego, blancas, incluso unas que lucían más medievales como mazos. ¿Qué significaba todo eso?

— No son armas comunes — Guido explicó — Estas funcionan con llamas.

— ¿Perdona? — Elena lo miró con preocupación. Ellos se habían tarado mucho en tan siquiera entender como funcionaban las llamas, y el simple hecho de que la mafia ya estuviera realizando armas para usarlas, le ponía la piel de gallina. Viendo su reacción, Guido se apresuró a continuar.

— No te preocupes, no todos las tienen. De hecho, sólo hay una familia que sabe cómo fabricarlas. Este cargamento fue robado de ellos… Incluso me sorprende que no estén aquí por lo mismo. Me da un mal presentimiento.

— ¿Quiénes son?

— Los Origine — Guido respondió — Su líder es una especie de genio; fue él quien diseñó las primeras. Ya con el conocimiento necesario, fabricarlas no fue tan complicado, especialmente con los contactos que tiene.

— Monsieur Champagne — Elena recordó — ¿Cómo es que las hace?

— No lo sabemos — Guido suspiró — Lo alarmante es que creemos que incluso vendió unos prototipos como una especie de prueba para ver como funcionaban. Esperamos que a estas alturas estén rotos o se hayan deshecho de ellos, sin embargo-

— ¿A quién se los vendió?

— El tipo es hábil; no es fácil llegar hasta donde él lo hizo — Guido dijo — A alguien de Japón. No preguntes como; no tenemos idea. Tal vez también tiene un contacto ahí — el joven tomó una de las armas de la caja y la miró con un ceño fruncido — Y lo más seguro es que ahora, parte de los Reale y los Lotanni las tengan.


— Lo siento, Cozzato — G comentó, recuperando el aire — Debe de ser especialmente cansando para ti teniendo en cuenta que te llevaste la parte de derribar todos los obstáculos iniciales.

— No es que tú lo tengas más fácil — Cozzato respondió, intentando levantarse. Sino fuera por el entrenamiento con Giotto, estaba seguro de que no hubiera aguantado ni siquiera un minuto de estar usando su poder de esa forma tan constante — No sólo cambias de modo tu flama, sino que también varias entre ella y balas normales. Tu pistola es realmente única.

Alrededor de ellos, el terreno, antes bastante adornado, estaba ahora lleno de trozos de piedra, polvo por doquier, y varios hombres inconscientes en el suelo. Una batalla campal en todos los sentidos.

G miró hacia adelante al castillo. No se veía rastro de Giotto. Tal vez se había adentrado más de lo esperado debido a la cantidad de enemigos.

— Todavía no terminamos. Hay que seguir y… — G miró hacia Cozzato, y luego alzó su pistola — ¡Cozzato, no te muevas!

Cozzato se quedó petrificado en su lugar. G disparó con una bala normal hacia la derecha. La bala pasó cerca del joven Simon, quien escuchó el sonido de un metal chocar con otro antes de que una daga saliera volando para enterrarse en el pasto a unos metros de distancia.

— Tu vista siempre-

Cozzato no pudo terminar de hablar pues un segundo después sintió como algo filoso le pasaba rozando el abdomen. Sin comprender que pasaba, observó como una daga idéntica a la que G había disparado estaba a sólo centímetros de él, incrustada en la tierra.

No era una daga normal; estaba cubierta de…

— ¡G, cuidado!

G vio otro destello en la oscuridad, dirigido ahora hacia él. Como acto reflejo, apuntó y disparó. Pudo ver como la bala interrumpía la trayectoria de otra daga y la hacía volar hacia arriba, y en ese momento-

G saltó hacia atrás lo más rápido que pudo, apenas esquivando una segunda daga que había surgido de la primera, la cual se incrustó en el suelo, revelando por unos momentos una llama purpura.

Ellos también tenían armas, G entendió.

Ellos también tenían armas.

De pronto, la oscuridad de su alrededor fue iluminada por varios destellos purpura.

Suerte que el disparo que hizo había sido con una de sus últimas balas, G pensó con ironía. Al menos no tendría que sacarla para ahora disparar llamas.

Instantes después, decenas de dagas salieron lanzadas hacia ellos. G cargó su pistola lo más que pudo con sus propias llamas, se movió hacia atrás, y disparó una gran ráfaga uniforme hacia el enfrente, formando una especie de barrera de llamas rojas que, con el contacto con las dagas, parecían devorar a las llamas purpura que las rodeaban.

Por supuesto, se había dejado indefenso a él mismo, por lo cual varias de estas se incrustaron en su brazo izquierdo. Pero poco importaba; él no estaba protegiéndose a sí mismo.

— ¡Cozzato, a tu derecha!

Confiando en que las llamas de G lo cubrirían, Cozzato concentró sus poderes hacia la dirección que G le indicó: de donde provenía el ataque, el lugar en donde estaba el enemigo. G no sólo tenía buena vista, sino que la familiaridad que tenía con las armas a distancia lo hacía capaz de ver la trayectoria que había tenido un ataque.

La gravedad avanzó por el camino, y no fue hasta que sintió como alguien caía por ella, que Cozzato la detuvo. Escaparse de esa fuerza no era algo que cualquiera pudiera lograr.

— ¡G! ¡¿Te dejaste herir?! — Cozzato exclamó al verlo. G se quitaba las dagas de su brazo con una mueca de dolor.

— El importante aquí eres tú. Tu eres quien los deja inmóviles.

— Aun así-

G abrió los ojos de miedo.

— ¡Cozzato, muévete!

Cozzato sólo pudo voltear hacia el enfrente y moverse un poco a la derecha, evitando que otra daga dirigida a su pecho, le diera en una de sus manos.

— Imposible — Cozzato dijo. El miedo reflejado en sus ojos — Mis poderes siguen activos, ¿cómo-

Luego, gritó.

G vio con horror como la daga se empezó a multiplicar. De una, pasaron a ser cinco, cada una incrustándose en todo el brazo de su amigo. Cozzato cayó de rodillas, incapaz de seguir utilizando su poder por el dolor. Segundos después, otros tantos destellos volvieron a parecer iluminando la oscuridad del campo abierto.

G se puso enfrente de Cozzato y volvió a disparar con sus llamas. Las llamas rojas salieron de una manera más dispersa, una especie de niebla roja que no quemaba como la primera, pero servía para detener y desviar a las dagas que vinieran directo hacia ellos.

— ¿Ah? — una voz desconocida — Ya decía yo que te me hacías familiar. Llamas rojas y ese cabello. Eres el hijo de Ambizio, ¿no es así?

Un hombre se acercó a ellos. Cabello negro, alto, una daga con la que jugaba en una de sus manos. G apuntó hacia él, pero antes de jalar el gatillo, él volvió a hablar.

— Si no quieres que vuelva a multiplicar mis armas en el cuerpo de tu amigo hasta que lleguen a su corazón, yo no haría eso.

G se detuvo. Cozzato volteó a ver al desconocido con odio.

— G, no te preocupes por mí. Dispárale, yo utilizaré mis poderes para-

— No digas tonterías — G se quejó — Ni siquiera sabemos cómo le hizo para atacar cuando estaba inmovilizado por tus poderes, ¿recuerdas?

O como demonios es que puede multiplicar armas en el aire, G pensó de mala gana. Cozzato se mordió el labio.

— Las ganas que he tenido de matarte desde hace años — el hombre comentó — Especialmente después de esa farsa en la finca. Por tu culpa y la de ese otro niño, perdí a varios de mis hombres.

El líder de los Lontanni.

G sintió como una escalofrió lo recorría al entender que estaba enfrente de un líder de una familia mafiosa, pero pronto ese sentimiento cambió a uno de ira.

— ¿Farsa? — G dijo con enojo. Lo que había pasado hace años, nada tenía de farsa. El hombre ladeó la cabeza.

— No estás al tanto de nada — dijo con decepción — Y yo que pensaba torturarte para que hablaras. Ah, da igual, el rubio estará en problemas una vez que se encuentre con Rinaldo — lanzó la daga al aire, y de una, se volvieron cuatro. Atrapó dos en una mano y dos en otra. Todas rodeadas de llamas purpura — Y se enojará sino hago lo mismo con ustedes.


El extraño escalofrío en él se incrementaba a cada paso que daba. El ala en donde estaba se encontraba demasiado tranquila, pero, aun así, Giotto siguió con su camino. Dio un paso adelante, luego, se detuvo al sentir un leve temblor debajo de sus pies.

Segundos después, la pared que estaba a un metro de distancia de él fue destrozada. Los pedazos de piedra salieron volando.

De ese extraño ataque, había sido lanzado un hombre (un golpe lo suficientemente fuerte como para romper una pared, era incluso sorprendente que siguiera consciente). Un subordinado, seguramente. Estaba sangrando y miraba hacia la pared destruida con miedo.

— ¡Le juro que nadie habló!

Otra persona se movió hacia él (demasiado rápido, Giotto pensó). Su mirada era fría, su cabello de un rubio oscuro, y en sus manos…

— Entonces explícame lo que está pasando ahora — aquella figura dijo mientras alzaba su brazo para atacar.

Giotto se movió hacia ellos antes de que la enorme maza llena de picos cayera sobre tembloroso subordinado. Sintió como el arma le rozaba la espalda, pero logró esquivarla por unos centímetros y jalar a la victima de que el golpe le diera. El sonido del suelo rompiéndose fue lo único que llegó a sus oídos.

La persona a quien había salvado se desmayó de miedo mientras que el agresor lo miraba con una ceja arqueada.

— ¿Quién eres tú? — le preguntó. Con un mangual en la mano y su alrededor destrozado, aquel hombre lucía amenazante — Nunca te he visto por aquí.

— Tú — otra voz interrumpió. Giotto volteó hacia el agujero de la pared, en el que una figura conocida le sonrió.

El sujeto de las llamas azules.

— ¿Lo conoces, Camillo? — aquel hombre rubio preguntó.

— Es una molestia andante — respondió — Nos causó problemas durante la misión de la ópera. Es amigo de Giovanni, y también puede utilizar las llamas.

— ¿Oh? — el hombre lo miró con curiosidad — ¿Son ustedes los que están atacando?

Giotto se tensó. La sonrisa que tenía aquel sujeto le daba escalofríos. Lo mejor sería moverse rápido antes de que-

Abrió los ojos de sorpresa y utilizando sus llamas, se propulsó hacia la derecha. La pared a su lado fue destruida de un golpe.

Aquel hombre lo volteó a ver. Su puño todavía reposaba en la destrozada pared.

— Es rápido — comentó.

Antes de que Giotto pudiera decir algo, el hombre se volvió a mover, y su figura apareció enfrente suyo. Le lanzó una patada que Giotto esquivó y que terminó destrozando parte del suelo. Sin perderlo de vista, su enemigo dio una media vuelta, y con la velocidad y fuerzas adquiridas en ese movimiento, estiró su brazo y lanzó un puñetazo, el cual Giotto apenas pudo esquivar.

Era demasiado rápido. Y sus ataques demasiado fuertes. ¿Qué clase de habilidad tenía? Lo peor del caso era que ni siquiera estaba utilizando su arma todavía (¿cómo era que podía moverse tan rápido con ella entre manos?)

Aquel pequeño pasillo se convirtió en una especie de salón de baile en la que ambos contrincantes se movían a una velocidad que a la mayoría de las personas les hubiera resultado difícil seguir. Las paredes y el suelo a su alrededor terminaban destrozados, mientras que uno lanzaba ataques sin darle respiro al otro.

Las cosas se empezaron a desigualar cuando el hombre, en vez de utilizar su puño, movió con fuerza uno de sus brazos y lo atacó con el mangual. Incapaz de poder esquivar del todo debido al rango de distancia extra que el arma le daba a su oponente, Giotto detuvo el ataque con sus manos, sintiendo al instante como su cuerpo retrocedía por el impacto y sus brazos temblaban. El hombre sonrió, y Giotto sintió como un escalofrío lo recorría.

Segundos después, la fuerza de un relámpago le recorrió todo el cuerpo, haciéndolo gritar.

Del arma habían salido llamas verdes. Éstas no sólo lastimaron las manos de Giotto, sino que se expandieron hasta envolverlo por completo. Sin perder la oportunidad, aquel hombre arremetió y le dio un fuerte puñetazo en el estómago haciendo que se quedara sin aire y saliera disparado hacia la pared cercana, destruyéndola.

No tardó nada en que su oponente volviera a estar enfrente suyo. Giotto, reaccionado, y pese a que su cuerpo gritaba de dolor, juntó más cantidad de llamas y se propulsó hacia la derecha, esquivando otro golpe del mangual. Sin embargo, esta vez no tuvo tanta suerte pues del arma, la llama verde volvió a surgir, y esta vez varios rayos salieron de ella, como una especie de lanzas de electricidad.

Giotto cayó cuando uno de esos rayos le dio en el brazo. La respiración le fallaba.

El hombre volvió a estar a su lado, pero antes de que Giotto pudiera moverse, sintió como sus músculos no respondían del todo. Por el rabillo del ojo pudo ver como el sujeto de las llamas azules, Camillo (que ni siquiera se había movido y parecía estar disfrutando de la situación), le sonría.

Estaba utilizando sus llamas en él, Giotto entendió. Para que no fuera capaz de igualar la velocidad de su enemigo.

El hombre rubio sonrió y lo atacó directamente con el mangual, la cual le dio en el estómago. Giotto sintió como se quedaba sin aire, y como algo cálido le escurría por la boca. Seguidamente, el hombre le dio una patada y lo sacó volando.

— ¿Eso es todo? Tal pareciera como si esas llamas naranjas no sirvieran de nada. Que suerte que no las tengo.

En el suelo, Giotto miró hacia donde estaba su enemigo, quien se había quedado en su lugar, mirándolo con una expresión casi aburrida. Ahí, Giotto lo notó:

Él tenía dos anillos en sus manos. Uno brillaba con la llama verde, el otro relucía con una llama amarrilla. Hasta ese momento, Giotto no se había encontrado con alguien que utilizara ese tipo de llama amarrilla, por lo cual no sabía sus efectos. Pero si tuviera que imaginar cuales eran, Giotto diría sin dudar que daba más energía y fortaleza como si activara e hiciera más rápidas las reacciones naturales.

Se enfrentaba a alguien que tenía dos llamas.

— Ah, pero que descortés de mi parte. Ni siquiera me he presentado — el hombre comentó — No es muy digno de la realeza no hacerlo.

Realeza.

Reale.

El líder de los Reale.

— Mi nombre es Rinaldo — sonrió.


Las escenas de batalla son difíciles de escribir. Realmente espero que hayan quedado bien.