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CAPITULO XXX

LA BODA

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¡GRACIAS POR HABER LLEGADO HASTA AQUÍ!

Violencia

Muerte

Romance

Letras en cursiva: Pensamientos o recuerdos.


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Anarka Couffaine siempre supo que ella no sería su nuera, siempre supo que ella se iría con otro. Y a pesar que le advirtió a Luka, él nunca le hizo caso. Luka, su niño preciado, él la amaría eternamente. No importa con quién estuviera, ni con quién se casara. El amor que él le tenía era fuerte y resistente, estable, calmado, existía y permanecía a través del tiempo. Oh, su pobre Luka, perpetuamente enamorado. Pero ella bien sabía que amores así, no siempre son correspondidos, no siempre están destinados a ser. Con delicadeza y nostalgia, terminó de pasar por última vez la brocha de maquillaje por las mejillas de Marinette.

- Oh la la - dijo realmente entusiasmada. - la novia más bella acaba de nacer. Te recordarán en París por épocas, querida Marinette.-

Y sería cierto, seguro que sí. Habían logrado recoger y sujetar su cabello azabache en un peinado elegante pero vaporoso. Anarka había visto la tiara que ella se pondría, y tragó saliva al comprender el pedazo de joyón que era. Diamantes pequeños, minúsculos pero centenares de ellos, puesto en cinco hileras, con la parte delantera levemente elevada, brillando casi con luz propia. La tiara pesaba y deslumbraba, así como Marinette que enceguecía a quien osara mirarla. Marinette parecía una diosa, diosa bajada de los cielos, diosa etérea levitando sobre la tierra. Marinette, la novia, la novia de Félix y no de su hijo. Sin embargo, Anarka no pudo sentir rencor, no podía, no estaba en su naturaleza.

Oh, Marinette, espero que seas realmente feliz, pensó Anarka antes de dar por finalizado su trabajo.

De un salto, Marinette bajó de la silla alta y arregló su amplia falda, ajustando la cintura con sus manos. Sabine, su madre, minutos antes, había entregado el encargo de Gina, el antiguo velo que había usado al casarse. Marinette se miraba al espejo emocionada. Por años, desde que era una niña inocente, había soñado con aquel día, había soñado con ponerse un vestido así, en un momento así.

Pero ahora, mil años después de su infancia y de su adolescencia, esos sueños de color rosa y de algodón de azúcar, de chicle y de pop, habían mutado en sueños discretos y reales. Ahora, por ejemplo, entendía que las bodas de cuento de hadas no existen y que tu príncipe azul no es tal cosa, sino que puede ser un hombre cualquiera, serio, callado y algo gruñón, pero que en el fondo es amable y cariñoso, leal y cómplice de tus actos.

Un compañero, entonces, un igual, ni un dios ni un demonio.

Félix.

Ella también entendió que no todo resulta como uno quiere, sino que algunas veces la vida es una carta de amor escrita en renglones torcidos, algo bello, pero imperfecto. Con suavidad, se acarició levemente su abdomen, y suspiró. Nunca había soñado con casarse así, con prisas y con secretos, arreglando el vestido de madrugada, soltándole las costuras y rehaciendo los puntos, para tener la cintura más amplia. Siempre pensó quedarse en París, visitando a sus padres por las tardes, almorzando los domingos con ellos. En cambio, Londres sería su hogar, y esa ciudad, antes gris y lluviosa, la veía ya como un paraíso, de clima húmedo y algo frío, pero lleno de amor. "Desde Londres, con amor. Marinette Graham." Sí, a partir de ahora, siempre sus cartas, su correspondencia, empezarían en Londres y terminarían así, con ese colofón, de esa manera. Sí, a partir de ahora, a partir de hoy...

Porque hoy era el mejor día de su vida.

Porque hoy sería el último día que escribiría su apellido de soltera.

Porque hoy sería el último día que lo pasaría lejos de él.

Y convencida que la felicidad estaba ahí, enfrente suyo, se volteó sobre sí misma para observar a todas sus amistades reunidas en su habitación. La miraban ellos, felices, con amplias sonrisas y algunas lágrimas, y una a una, la abrazaron, susurrándole ánimo y consejos. Sin embargo, ella ya estaba cansada de los preparativos y la mañana se le hacía larga y tediosa. "¿Qué hará Félix ahora? ¿Habrá podido desayunar? ¿Se estará vistiendo? ¿Querrá que lo peine como le gusta? Oh, y su sombrero, ¿le habrá llegado? ¿le gustará". Sabía que los demás le hablaban pero su mente estaba en otro sitio, en otra persona. Poco a poco, todos fueron saliendo de ahí, para acercarse a la iglesia antes que ella llegara. Su padre miraba por la ventana, mientras todos ellos salían. Por último, Sabine se acercó a ella y, con delicadeza, le acomodó mejor el velo y aseguró otra vez, con suavidad, la pesada tiara que ya brillaba muy intensa, en su cabeza.

- Nunca pensé que llegaría este día, Marinette. Tampoco pensé que fuera así...¿crees que ...serás feliz?.- dijo dulcemente Sabine, después de cerciorarse que el velo no se cayera.

- Sí, mamá. Ya lo soy, yo ya soy feliz.- le contestó su hija, sonriendo francamente. - Quiero que este día termine ya, me estoy arrepintiendo de celebrar esta fiesta, quizá si sólo hubiéramos ido al Ayuntamiento, hubiera bastado. Sí, para estas horas, ya estaríamos casados.

Sabine la miró, benévola y comprensiva, porque ella también tuvo prisa el día de su boda, también ella quiso que todo acabara pronto. Después de todo, quizá su hija sería feliz, de verdad, sinceramente.

- Cuando llegó el vestido, no pensé que fuera un vestido de novia. De hecho, yo pensé que el remitente era tu prometido, pero resultó que era sólo un regalo de Adrien...No, yo no, yo nunca pensé que te casarías con su primo... - Sabine, acarició con cuidado y cariño los delicados pendientes de diamantes azules, con pequeños zafiros en el centro, que colgaban de sus orejas. - ¿Él tiene mucho dinero, no, tu Félix? - preguntó, mirando con un poco de tristeza a su hija. -¿Es amable contigo, te trata bien... es tan bueno como parece?.- le continuó preguntando, en voz baja, para luego emitir un suspiro.

- Sí, lo es, él es bueno, él es amable, y sí, tiene mucho dinero, pero no te preocupes, yo tengo contratos firmados con varias marcas importantes, y he vendido ya algunos diseños. Me han pagado bien por ellos. De hecho, he pensado en abrir una pequeña tienda, en Bloomsbury. Él no lo sabe, no se lo he dicho aún, pero estará de acuerdo, él siempre está de acuerdo conmigo. Y ya sé lo que me dirás, ya sé lo que temes... pero no dependeré de él, yo seré independiente, y seguiré diseñando, aunque debo administrar también algo de sus propiedades. - Marinette quiso decirle a su madre más, mucho más, quiso decirle que debía ser reina y comandante del nuevo Graham Estate. Y de sus bienes. Y del niño que pronto vendría...en cambio, ella suspiró y decidió contarle otra verdad a medias. - Su madre está enferma y le queda una larga rehabilitación, así que mientras ella se recupere, deberé asumir sus responsabilidades. No son una familia normal, alguien debe encargarse del patrimonio.-

Sabine entendió, a medias, aunque se prometió asegurar que todo eso fuera cierto. Así que le prometió a Marinette una visita cuando ya estuvieran asentados en Londres, para ver qué tal estaban y en qué podrían ayudarla. Realmente, Sabine estaba feliz por su hija, por su amor correspondido, pero estaba preocupada porque no conocía nada del novio, tan solo que era el primo de Adrien, el otrora amor imposible de su hija. Suspiró, otra vez, parpadeando lentamente.

Un amor complicado, supongo, algo extraño. ¿Compartirás la mesa con Adrien, hija mía? ¿Lo verás a tu lado, mientras le das un beso a tu marido? ¿Estás realmente enamorada de él? El amor, Marinette, el amor, no siempre es lo que parece, ni es lo que siempre soñamos. Algunas veces, encuentras el amor en el supermercado, o en una panadería, o en la mesa enfrente tuyo en el colegio. O en el trabajo. ¿Dónde encontraste tú al tuyo, hija mía? ¿Dónde aprendiste a querer así, tanto? ¿Él te pregunta por tu trabajo, cariño? ¿Él te pregunta si estás bien o si estás mal, o si te ha ido bien en tu taller? ¿Vale la pena, realmente, Marinette, el irte a Londres para siempre? ¿Abandonarnos a nosotros? Algunas veces, querrás huir, pero estarás lejos, en una isla, en la casa de su madre, tu suegra, rodeada de sus lujos y sus negocios. No tendrás amigos, ni vecinos. Ni un hombro donde reposar la cabeza si es que él te falla. ¿No lo entiendes, hija mía? Estarás sola, sola. No habrá nadie para tí. Y aún así, aún sabiéndolo, ¿Lo amas tanto que dejarás tu hogar y te irás con él, para siempre?.

Poco a poco, estos pensamientos inundaron la mente de Sabine, sumergiéndola en la pena y en la desesperación. Sin embargo, intentó consolarse recordando que ella también, un día lejano, lo dejó todo por amor. Todo.

- ¡Marinette! ¡Marinette!- exclamó Sabine, al borde de las lágrimas, y sujetando a su hija de los hombros. - ¿Lo amas? ¿De verdad? ¡No tengas miedo de volver, en cualquier momento, si algo no te gusta!. Si él te hace daño, vuelve inmediatamente. Éste siempre será tu hogar, ésta siempre será tu casa y ésta siempre será tu habitación. Prométemelo, promételo, hija, por favor.-

Y Marinette recién comprendió que ese día de gozo y alegría, era para sus padres un día de tristeza y pérdida, porque sin quererlo, ella les estaba clavando un puñal de amor y de separación, de independencia súbita y de zozobra interna. Amor y dolor, quizá amando también se muere, quizá amando también se sufre. Abrazó a su madre con cuidado, mientras le daba palmaditas en la espalda.

- Yo lo amo, y me voy feliz de esta casa. Yo lo amo, y volveré a verte los domingos a la hora de comida. Lo amo, y nuestro amor nos alcanzará para seguir adelante. Nos sobra y nos basta con eso. No tengo dudas, ni me arrepiento de nada. No, no, quizá sí me arrepiento de algo...de no haberlo conocido antes, de no haberme detenido cuando Adrien quería presentárnoslo, de no haber escuchado nunca un violín, de no haber nacido en Londres, o de que él no hubiese nacido en París...mamá...yo lo amo... y él a mí.-

Permanecieron un rato más, abrazadas y en silencio, disfrutando los últimos minutos de la vida tal como la conocían. Buena, tierna, feliz. Con el olor a pan recién hecho inundando la casa, con la luz del sol atravesando las cortinas rosas de su habitación, con el abrazo de su madre reconfortando su corazón...Ellas estaban disfrutando de la vida, la vida que pronto se les escaparía de las manos.

- Ya es tiempo, entonces.- susurró Marinette, apremiando la despedida.

Sabine Cheng apretó los ojos y respiró varias veces antes de soltar a su única hija. Con dulzura, la cogió de las manos y se despidió de ella, diciendo:

- Que todas tus noches, sean noches de boda, que todas tus lunas, sean lunas de miel. - y tragándose las lágrimas, Sabine Cheng besó a su hija, rogando al universo por amor y lealtad, por eternidad y gozo. "Y si hay tristezas, que las pasen juntos, uno al lado del otro, hasta que salga el sol y vuelva a amanecer y la tempestad pase, y así, otra vez". Con rastros de congoja y tristeza, Sabine se alejó de ambos, de su marido y de su hija, y se despidió nuevamente, con una sonrisa apagada. Ella debía salir inmediatamente hacia la iglesia si es que quería llegar a tiempo, pero a pesar de la prisa, ella no se olvidó de coger el bolso de su hija, donde llevaba el móvil y su cartera. Lentamente, Sabine bajó las escalinatas sabiendo que nada volvería a ser como antes. Dio una última mirada a su esposo, aún de espaldas a ellas, para luego descender con cuidado.

- ¿Papá? - murmuró Marinette suavemente. -¿Papá? - preguntó un poco más fuerte. Él se volvió a verla, logrando que el sol le cayera en la espalda. - Papá, por favor.- suplicó la novia.

Él parpadeó, dándose cuenta de la hora que era y de lo retrasados que iban. Tom Dupain nunca estuvo preparado para dejarla partir, le dolió mucho cuando ella se fue con su amigo Luka a New York, hace ya algunos años. Y cuando ella volvió, la vio renovada y un poco más feliz que antes, su mirada ya no era apagada y conversaba más. Concluyó tranquilamente, que New York le había hecho bien a Marinette, así que cuando se enteró que viviría en Londres, no se preocupó demasiado, porque sabía que a ella le iría bien, pero no, nunca pensó que ella volvería para casarse, para casarse con un inglés y además, un desconocido. Aún estaba sorprendido, aún estaba negando que su hija partiría para siempre de su lado. Su pequeña Marinette ya nunca más volvería junto a él.

- Cuando tú quieras, princesa.- dijo el grandullón con la voz rota. Y por un segundo, al oír cómo su padre se quebraba, Marinette dudó. Observó su habitación, su cama en lo alto de la tarima, su viejo ordenador, su pared donde antes estaban fotos de Adrien, su maniquí donde colgaba sus creaciones. Ya nada sería de ella, ya no volvería más a su hogar, ya nunca sería la pequeña niña de sus padres, sino que salía de ésa casa para ser la futura señora Graham, la mujer de Félix, la madre de sus hijos. Un bochorno le apretó el pecho. Hasta hace unos años, las preocupaciones de ella eran que Adrien le hiciese caso, que apareciesen los prodigios perdidos y tratar de vivir un día a la vez, evitando las crisis de ansiedad y los episodios fuertes de depresión que llevaba a cuestas.

Y ahora estaba ahí, de blanco brillante, ataviada con el vestido de novia que Adrien Agreste le envió por correo, en una inmensa y lujosa caja de madera fina.

Y ahora estaba ahí, con una tiara reluciente como la luna llena junto con unos pendientes que titilaban cada vez que se movía.

Y ahora estaba ahí, con su velo, antiguo y ligero, de color perla, con sus zapatitos forrados de satén, y con su cintura que cada día perdía aún más y más su estrechez, porque ya estaba llena de amor.

Y ahora estaba ahí, esperando que su padre reaccionara para poder ir a su boda.

- Ya es tiempo, papá.- dijo segura, pero a pesar de todo, la voz tembló al final, quebrándose en un segundo. Sin embargo, no había duda en su corazón, ni arrepentimiento. Sólo un poco de añoranza. No, no tenía ninguna duda. Ella nunca había estado tan segura de algo, hasta ese día. Y estaba feliz. Marinette Dupain-Cheng salía feliz de esa casa, saltando en un pie. Y fue entonces cuando una risa y una carcajada brotaron de la boca de la novia, llenando la habitación de alegría y arrasando las sombras. Alegría y felicidad, y prisas, muchas prisas. Tom observó feliz a su niña y rio con ella, también, ya más tranquilo.

- Vamos, papa, se hace tarde.- apremió Marinette, y sin demorarse más, sujetó la tiara y levantó la falda para bajar por las escaleras. Ágilmente, ella descendió por ahí, sin esperar a Tom.

- ¡Marinette! - gritó también el panadero, apenas llegaron al salón. -¡Marinette! - volvió a hablar fuertemente, un poco desesperado ante su rápida huida. Tom Dupain aún tenía algo que decir, algo que preguntar. - ¿Estás segura de esto?, Marinette, cariño...aun puedes decir que no.-

También en ese momento, ella comprendió a su padre, a su tribulación. Marinette comprendía la angustia de dejar partir a alguien querido, porque un día, hace mucho tiempo, ella decidió que dejaría ir a Adrien y a su amor estéril y obsesivo, dañino. Y dejarlo ir, fue doloroso y triste, pero necesario, Marinette debió decidir entre tirarse por la borda y nadar, o quedarse dentro del barco y ahogarse mientras éste se hundía. Sí, ella sabía bien sobre dejar ir a alguien. Ella entendía a su padre, pero casarse era inevitable, Félix era inevitable.

- Le amo, padre, es él, no lo dude. Él es el indicado. Félix es el indicado...- respondió la novia, pausadamente. Suspiró, pensando que llegaba tarde. - Debemos irnos, papá, ya es hora.-

Es cierto, entonces, se dijo Tom.

Ella lo ama y hace todo por él, desde dejar su casa hasta darnos la espalda. Desde olvidar a su antiguo amor, hasta casarse desesperadamente feliz. ¿Él te amará cómo tú lo mereces, mi cielo? ¿Te comprenderá cuando llegues tarde a todo? ¿O renegará de ti, de tu cansancio, de tu torpeza, de tu sensibilidad? Oh, Marinette, ¿Qué harás si él te falla? El amor, el amor, Marinette, es una decisión entre dos personas, es una atracción es cierto, pero es confianza y fé, y al final, aceptación, porque tú no puedes cambiar a las personas, el amor no cambia a las personas, pero hace infinitamente más agradable la vida, o al menos, la llena de felicidad. Lo has elegido, ya sea porque es guapo y tiene dinero, o porque es atento, cariñoso y te acepta tal cual eres, o quizá porque te gusta el color de sus ojos, o el sonido de su voz. Lo has elegido por la razón que fuera, pero él... ¿por qué te ha elegido, Marinette? ¿por qué?.

Sin embargo, la respuesta a esa pregunta no la sabría nunca, porque no habría un después. Así que la duda permaneció en el corazón de Tom, matando su alegría.

- Te amo, hija mía, sabes que siempre te amaré. - Tom se acercó, tambaleante, y le dio un abrazo corto y ligero, separándose casi de inmediato para no llorar. - No sé qué consejo darte, no sé qué debo hacer, pero definitivamente estaré a tu lado, pase lo que pase. Así que si es él, si lo es de verdad, yo te entregaré en el altar. ¿Lo harás Marinette? ¿Te casarás con él? ¿por amor? -

Tom Dupain siempre había pensado que el amor era una decisión, era tener voluntad para aceptar al otro con sus defectos y sus virtudes y a pesar de todo, seguir intentándolo, día a día. Caer y levantarse, perdonar y continuar, entregar y recibir. A Tom el amor lo había pillado con la guardia baja, un día en la escuela de cocina, cuando conoció a una estudiante china, bajita y hermosa, y delicada y maravillosa. Ése día, Tom comprendió, que quizá el amor a primera vista existe, pero que al crecer, te atraviesa, como una flecha, de adelante a atrás, de izquierda a derecha, de arriba a abajo, y nunca más tu corazón vuelve a latir como antes, nunca nada vuelve a ser igual.

Había que tomar una decisión, una decisión de amor. Así que Tom Dupain decidió: o si se arrancaba la flecha, desangrándose, o si continuaba atravesado con ella, para siempre.

Amor y decisión, compromiso.

- Sí, sí y sí- Marinette contestó a sus tres preguntas con la más escueta de la respuestas. Sí, me casaré. Sí, será con él. Sí, es por amor. Y envejecerían juntos, riñendo porque él preferiría poner en orden la casa antes que cocinar, riéndose cuando la comida se les quemara, mirándose tristes, cada vez que tocaba cuidar de Amelie. Y soñarían juntos, durmiendo con el sonido del violín, caminando cogidos de la mano empujando un carrito de bebé, paseando con los niños por el parque donde ella le negó un beso, en un verano londinense, hace tanto tiempo, aquella primera vez.

Amor y decisión, compromiso.

- Mi último beso, será para tí, papá. - susurró la novia, antes de empinarse y dejar caer sus labios templados sobre la mejilla de su padre.

Un beso, el último beso antes de partir hacia el destino.

Él quiso abrazarla, retenerla en casa, advertirle y decirle que habrá días en que llorará de impotencia y de rabia, y que habrá mañanas de amor y paz, o que habrá noches en vela. Tom deseaba decirle que habrá lágrimas, y que también habrá risas, y te quieros y te odios, pero que al final, todo saldrá bien, con esfuerzo y paciencia. En cambio, Marinette presurosa y esperanzada, se abalanzó hacia la salida, rápidamente. En el último segundo, ella se detuvo y se quedó de pie frente a la puerta, luego miró a su padre tiernamente rogándole con la mirada que le abriera para poder irse.

Después, se dijo Tom, espabilando ante el apuro de Marinette. Después se lo diré, después le diré que el matrimonio es una carrera de fondo, un compromiso de amor, una decisión. Sí, ya habrá tiempo después.

Pero Tom Dupain no sabía que no habría un después, ni siquiera un adiós.

Reuniendo todas las fuerzas que le quedaban, él abrió la puerta y acompañó a su hija hacia la calesa que les esperaba fuera. Y ella saltó feliz en el vehículo, mientras le insistía al conductor que se diera prisa, porque llegaba tarde.

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El sombrero que arregló Marinette estaba perfecto. El bordado interior, con los nombres grabados de su abuelo y su padre, lo había conmovido. Félix apretó sus temblorosas manos una y otra vez, antes de mirarse frente al espejo y colocarse, delicadamente, el sombrero de copa que complementaba su traje de novio. Su frac gris oscuro, su fajín blanco en la cintura, sus gemelos brillando en sus muñecas. Desde la oscuridad dada por el sombrero de copa, sus ojos verdes refulgían, ansiosos. Ya no faltaba nada, y estaba a tiempo.

- Estamos listos, debemos partir. - le dijo entonces al chófer que había contratado Nino.

El hombre asintió, siempre feliz de ver a un novio apresurado el día de su boda. Apenas tuvo tiempo de abrirle la puerta, porque Félix de un salto, salió de la habitación, aventurándose por las escaleras hacia la recepción del hotel, tratando de llegar a la limusina que le esperaba. Y conforme iba caminando, la gente, los huéspedes y los trabajadores le sonreían, y algunos aplaudían y se despedían de él, como si siempre lo hubiesen conocido. Él les contestaba el saludo, asintiendo levemente y continuando su paso, presuroso. Vislumbró la limusina que lo llevaría y que estaba aparcada enfrente de la entrada principal. Cruzó los cristales del vestíbulo principal y ya en la calle, en menos de tres zancadas se posicionó delante de la puerta trasera del coche, esperando a que llegara el chófer y la abriera.

- ¿Félix? - susurró una voz tímida y dulce, muy cerca suyo.

Él siempre reconocería esa voz, esa voz que salía desde el infierno de su pasado tratando de lastimar su presente. La había escuchado en diversas tonalidades, cuando ella gemía antes de terminar de quererse, o cuando ella le pedía regalos, o cuando ella le reclamaba alguna llamada telefónica no realizada. Maldita sea su voz, maldito sea su cuerpo. Y maldito tú, Félix, por haber hecho todas esas cosas con ella.

Giró lentamente, buscando con la mirada al demonio que le había llamado.

- Lila Rossi, otra vez tú.- dijo mascullando su nombre, clavándole una mirada dura y altiva.

El chófer llegó a su lado y abrió la puerta de la limusina, y se quedó asombrado al ver quién había detenido al novio. Era una mujer hermosa, de pelo castaño casi pelirrojo liso y suelto, con labios rosados carnosos y ojos intensos de color verde aceituna, con piernas largas y torneadas y cuerpo de infarto. Un vestido elegante. Unos pechos turgentes. No, no era la novia, claro que no, pero qué guapa era.

- Félix, Félix, nunca te lo dije, por eso he venido. Quizá tu no lo sepas, y por eso haces esto. - Lila Rossi no dudaba, Lila Rossi no suplicaba, y sin embargo, ese día decidió que lo haría, que le diría todo, que le daría una última oportunidad. Un resquicio de amor, un rayo de sol en medio de las tinieblas de su corazón. Quizá sí, quizá Lila sí amaba realmente a Félix, quizá sí.

- Quiero que sepas algo. - Continuó diciendo ella. Con suavidad, Lila se acercó a él, alargando sus manos y reposando sus palmas sobre su pecho, tocando la suavidad de la tela, notando los latidos de su corazón. Ella levantó los ojos, y lo admiró a centímetros de distancia. Alto, imponente, perfecto, un traje impoluto, su peinado de todos los días sin un cabello suelto, su mirada desprendiendo luz de tonalidades verdosas bajo el ala de un sombrero de copa, un novio guapísimo. Ella se estremeció ante su cercanía a la vez que un escalofrío le pasaba por la espalda. Inmediatamente, Lila quiso quedárselo para siempre, ese mismo día, ahora mismo. Quiso arrastrarlo consigo, llevárselo lejos, lejos de Marinette y de París, lejos de Londres y de su familia, de todos, quedárselo eternamente con ella. Mío, lo quiero mío, mío ahora, mío siempre.

- Félix - musitó con voz entrecortada, temblando de amor. - Félix, yo...yo te amo. Amo tu voz al despertar, amo tus besos sobre mi piel, tu aroma, tu fuerza y tu silencio. Amo tu risa torcida, tu ceño fruncido, tu violín y tus pestañas, tus pestañas que brillan cuando las atraviesa el sol. Amo nuestras noches y nuestros días. Amo tu cuerpo sobre el mío, tu sudor en mi carne, tu sabor en mi boca. Félix, yo...yo te amo, y haría mucho por ti, lo necesario. Y más si eso quieres...pero...no te cases, no lo hagas, aún tenemos tiempo, aún podemos...aún podemos ser felices, juntos...-

Félix retrocedió un paso y se alejó de ella. La miró de soslayo, entornando su mirada, escéptico. No, no era posible, no podía serlo. Lila no tenía corazón, ni alma, era puro impulso, pura sensación y ningún sentimiento. Hedonista, mujer superflua, un cuerpo de cartón, sin esencia. No, imposible. Y a pesar de eso, luego de ese discurso, él pudo entender el porqué ella fue a buscarlo a Londres y el porqué le dijo esas cosas a Marinette. Un amor caprichoso, descubierto muy tarde. Es cierto que nunca tuvieron una oportunidad, pero no por eso el rechazo dolía menos, porque al fin y al cabo, para ésa mujer, él era un amor no correspondido.

Félix recordó, el día en el que Marinette le dijo que no, que lo suyo no podía ser. Recordó las lágrimas que él derramó y que empaparon la blusa de su madre. Y recordó la borrachera que se pegó tratando de olvidar. Él también había estado desesperado, adolorido y roto. ¿También Lila Rossi se sentía así? ¿También ella estaba sufriendo? ¿Lila? ¿Es que ella tenía corazón? Marinette le había enseñado que sí, que todos tenemos corazón, que a pesar de ser frío y calculador siempre uno puede romperse y llorar y sufrir...por amor, como él.

Lila le había lanzado su amor, como si le lanzara unas monedas a la fuente. Valiente y sincera... Lila no había ocultado nada, sino que inesperadamente, le había hablado con franqueza.

Y a pesar de eso, de su valor y de su sinceridad, no podía corresponderle. Félix supo entonces, que definitivamente él le rompería el corazón...si es que Lila Rossi tuviera uno, claro.

Oh, él intentó comprenderla, él intentó ponerse en el lugar de Lila.

Compasión, piedad.

Su voz se volvió un suave susurro mientras le decía:

- Lila, Lila.- La mirada del novio antes fría e inexpresiva, arrogante, ya se había vuelto sensible y sentida. Félix trató de conciliar, trató de hacerse entender. - Lila...detente...no hables más. No continúes por favor. - Él movió la cabeza de lado a lado, negando. - Yo no...- pero él dudó, ¿Qué palabras usar para que duela menos el rechazo?...y sin embargo, debía hacerlo. - No... No...no te amo, Lila Rossi, nunca podría hacerlo. Ni antes, ni después. Lo nuestro terminó hace un tiempo, y ha desaparecido como se dispersa el humo de una hoguera, mezclándose con el aire. Detente Lila, no, por favor, no sigas hablando...-

Conforme él iba explicándose, Lila concluyó que él nunca la amaría, no en ese presente, no en ese mundo. No, nunca los hombres la habían amado, sólo la habían usado y ella a ellos, pero a pesar de saberlo, su tonto corazón había intentado convencerse que tal vez él sí, quizá él sí la quisiera. Tal vez Félix fuera diferente a los demás. Lila había albergado una esperanza, una pequeña llama de fuego que aún relampagueaba en su tétrico interior. Y las palabras de Félix fueron el agua que apagó ése último resquicio de humanidad.

-¡¿Por qué?!- chilló, interrumpiéndolo, con las lágrimas rebosando por sus ojos. - ¡¿Por qué no?! - Lila lo cogió de los brazos, prácticamente abalanzándose a él. - ¡¿Por qué no, Félix? ¿No te gusta lo que ves?! ¡¿No te he prometido estar ahí para tí?!... ¡No te estoy mintiendo! ¡Y conoces mis defectos y yo conozco los tuyos!... Sé lo que eres, sé quién eres, conmigo no tendrás que fingir, ni simular ser un niño bueno ni amable. Tú y yo, podemos ser uno, tú y yo podemos ser nosotros. Y seremos felices, te lo prometo...¡Te lo prometo!...- Lila Rossi perdió la cordura por un momento, meneando a Félix ligeramente, tratando de convencerlo. A mí, a mí, imbécil, quiéreme a mí.

De un movimiento brusco, él se liberó de ella, y se quitó su sombrero para hablarle por última vez.

- Perdóname, Lila, perdóname. Si me equivoqué, si te hice daño, perdóname, pero déjalo... déjalo ir. - Félix pidió perdón, sinceramente, luego abrió la boca, intentando decir algo más, pero en realidad, no había nada más que hablar. - No, Lila lo siento, perdón...perdón, y adiós.-

Y sin darle tiempo a reaccionar, Félix entró en la limusina y cerró la puerta, asegurándola. El chófer también entró rápidamente a su lugar y arrancó raudo a su destino.

Lila Rossi, apretó las manos formando puños, y sus lágrimas ahora sí, cayeron libres por su rostro, y de su boca, salió un gemido ahogado procedente de lo poco que le quedaba de alma.

- Oh Félix, ¿es así cómo duele el amor?. - masculló para sí misma, entre hipos y suspiros.

Ahí de pie, conforme pasaban los segundos, ese corazón negro y roto se recuperó exigiendo venganza ante el despecho, ante la vergüenza de ser rechazada, ante el desprecio de un antiguo amante. Ella se sentía usada. Se sentía perdida. Toscamente, se limpió el rostro con sus manos y se arregló el vestido que llevaba, respiró profundamente una y otra vez. Y un calor, una furia interna, se apoderó de su cuerpo. Su alma ya estaba vacía de amor, y ella eligió llenarla con rabia, ira, con desesperación. Lila cerró los ojos y luego, después de sentirse un poco mejor, los abrió despacio y observó que alrededor suyo, alguna persona se le quedaba viendo para después seguir caminando.

-¡Idiotas! ¡Estúpidos!¡¿Qué están viendo?! - gritó, apretando las manos como puños y agitándolos al viento.

Y justo al darse la vuelta para largarse, ahí en la acera de enfrente, media escondida entre la gente, Lila Rossi la vio.

Bridgette Tang la observaba atónita, con los ojos desorbitados y la boca abierta. Ambas se miraron y mientras una estaba sorprendida, la otra estaba furiosa.

- Maldita seas tú, también, Bridgette Tang- escupió Lila, respirando fuertemente y resoplando por la nariz. - De ti, de ti también me encargaré.-

Batió su pelo castaño y pisando fuerte, Lila se marchó, dispuesta a ejecutar su plan sangriento y mortal. Sí, sí, ella se vengaría de todos, de Félix, de Brid, de la insulsa Marinette, de todos esos idiotas que asistirían a la boda. A todos ellos, los destrozaría, los haría pedazos, esperaría a Ladybug y le arrebataría su prodigio. Y pediría el deseo, pediría un mundo nuevo, donde ella fuese correspondida, donde ella fuese amada, y donde ella tuviera poder, muchísimo poder. Y en medio de sus lágrimas, ella sonreía ampliamente, imaginando la destrucción que vendría.

Bridgette en cambio, bajó la mirada, pensativa.

Bridgette trataba de atar cabos, de concluir cosas. Ya no tenía premoniciones, pero tenía información. A pesar de eso, de su supuesta ventaja, no tenía mucho más tiempo para seguir aclarando los eventos.

No, no había tiempo.

Así que Brid siguió guardando esperanzas, rezando para una solución fácil o para un giro crucial de la historia...meneó la cabeza negando, porque eso era soñar demasiado... no, no, había que afrontar a la muerte, a la destrucción, y tal vez...tal vez, no sólo afrontar al monstruo blanco sino también a Lila Rossi...es cierto que en sus premoniciones, ella no había visto a Rossi, pero...pero...era todo tan raro...No, no podía ser una coincidencia, algo planeaba Lila ¿pero qué?, Bridgette Tang vio la maldad en su mirada y vio odio en su cuerpo. Trémula, agobiada, espantada.

- Lila Rossi, ¿Qué vas a hacer con nosotros? ¿Qué vas a hacerle a Félix?- susurró para sí misma, un instante antes que sintiera nauseas y mareos, producto del estrés.

- ¿Por qué? ¿por qué tanta maldad?...- Brid alzó la cabeza, resignada y entregada al futuro y sumamente consciente del vía crucis por el que ella debía transitar.

El monstruo blanco y Lila Rossi. ¿Por qué? ¿por amor?. ¿Amor?

Amor. Odio. Indiferencia.

Bridgette Tang sabía lo que era amar a Félix, Bridgette Tang sabía que era imposible odiar a Marinette, Bridgette Tang sabía que jamás podría actuar con indiferencia.

Amor. Odio. Indiferencia.

Oh, Lila Rossi, tú no sabes amar.

Con la mirada triste, y un rictus de asco en su boca, en completa soledad, Tang Jing Mei subió a un taxi y se dirigió a la iglesia, para ir al encuentro del destino...aunque la vida se le fuera en ello.

.*.*.


- Vaya, pensé que no vendrías.- Dijo Adrien Agreste al ver llegar a Kagami Tsurugi.

Ella lo encontró con los ojos inexpresivos, mirando a la nada, abandonado totalmente a su suerte.

Sentado al fondo de la iglesia, en una banca solitaria.

Los invitados iban entrando, lentamente, uno a uno, pero Adrien Agreste llevaba ahí aparentemente una eternidad. Y justo cuando ella iba a sentarse a su lado, él le regaló una sonrisa torcida y tétrica.

Ella hubiese querido no asistir, porque como pareja, llevaban ya un tiempo alejados. Pero Kagami siempre asumió que la relación entre ellos se encontraba suspendida, paralizada pero que nunca había terminado verdaderamente.

Le hacía daño tenerlo y no tenerlo, amarlo y no amarlo, pero ella ya no recordaba cómo era la vida sin él, sin su presencia. Para Kagami, Adrien Agreste aún era ese muchacho dulce y amable y condescendiente que conoció hace años en esa clase de esgrima. Con esperanza y ciega de amor, Tsurugi pensaba, que los problemas de Adrien se irían en algún momento, tarde o temprano, y luego de ello, ambos volverían a ser pareja, tal como eran antes.

Y seremos felices, pensaba con insistencia. Abandonándose en su fé y en su historia con él, ella le contestó:

- Siempre estaré a tu lado, Adrien, para lo que necesites. Y si he venido, ha sido porque tú me lo pediste y eso he hecho.- susurró Kagami, severa pero sin acritud.

Al sentarse, ella tuvo tiempo para observar la pequeña pero bellísima iglesia donde se casaría Marinette, una iglesia con grandes mosaicos en sus ventanas, sutilmente adornada con flores blancas. No le sorprendió que Adrien no estuviera sentado en primera fila. No le sorprendía, no, ella ya suponía porqué. Ella sabía porqué.

Adrien y Félix, tan iguales y tan distintos, tan cercanos y tan lejanos, concluyó como siempre.

Nuevamente, Adrien permaneció perdido en su interior, en sus sueños, desconectado de todo sin hacerle caso. Pero ella intuía sus pensamientos, entendía su obsesión y conocía su enfermedad:

- Deja de pensar en ella, por favor. ¡Déjala ir, hoy se casará!. Y eso será todo, será el final.- suplicó Tsurugi.

Pero Adrien torció otra vez su sonrisa, mientras continuaba soñando despierto.

- No puedo, sabes que no.- contestó muy débilmente. - ¿Dejarla ir? ¿a Marinette?.. Imposible.- masculló.

Ella lo vio suspirar cerrando los ojos, derritiéndose de dolor en su asiento. Melancolía y recuerdos. Kagami sabía que Marinette era un pensamiento recurrente en la mente de Adrien, alguien del pasado que se inmiscuía en el futuro. Un sueño, una ilusión, una idea que nunca se haría realidad, porque ella siempre lo impidió.

¿Quizá hubo amor entre ellos?, reflexionó Kagami, ¡Nunca, no!, Marinette siempre fue solo una amiga para él, una conocida. ¿Pero si es así, por qué él está tan triste ahora?. Adrien, ¿acaso la amabas de verdad? ¿Más que a mí?... Adrien, Adrien. Y ahora ella se casa con tu primo, al que tanto odias.

Estaba confundida.

Y celosa.

Arrugó el ceño, pensativa, chasqueó la lengua, se acomodó el pelo.

¿Por eso te has alejado de mi, Adrien? ¿por Marinette? ¿Por eso has suspendido nuestra relación?. Kagami se revolvió en su asiento, incómoda. Al menos hoy te casas, Marinette. Y así, me quedo más tranquila, sabiéndote lejos y no cerca de nosotros.

Un murmullo entre el público interrumpió sus pensamientos, y todos giraron la cabeza para ver quién entraba por la puerta.

Félix bajó de una limusina elegante, sujetando sobre su cabeza un hermoso sombrero de copa inglés. Por debajo del sombrero, sus ojos verdes deslumbraban, haciendo un contraste peculiar. Imponía estilo y presencia. No sonreía y parpadeaba ligeramente. De repente, él se quedó quieto y buscó con la mirada a alguien conocido. A Adrien, su primo. Sólo empezó a andar, cuando se percató que él estaba ahí, en la iglesia. Tsurugi vio que Félix asentía levemente en su dirección, y a continuación, con paso firme y algo rápido, el novio avanzó hacia el altar, sin compañía, sin amigos, sin familia. A pesar de eso, Félix permaneció inmutable y serio, mientras estaba de pie, esperando a su novia.

Un silencio se escuchaba en el ambiente.

- Está guapísimo, hasta parece un buen tipo.- susurró ella refiriéndose a Félix, en tanto una tierna sonrisa nacía en su boca.

Kagami decidió apaciguar su corazón, porque ahora sentía que se quitaba un peso de encima. Con Marinette casada, Adrien tendría que olvidarla sí o sí. Y la fiel Kagami estaría ahí para él, para retomar lo que dejaron desde los puntos suspensivos hasta el párrafo final, hasta el final feliz.

Sonrió, satisfecha y tranquila. Olvidándose de todo lo demás.

Al poco rato, otro rumor nació entre los invitados, obligándolos a ponerse de pie inmediatamente. Por el umbral de la puerta principal, la novia entraba colgando del brazo de su padre. Lucía radiante, hermosa, de otro mundo. Y lucía, principalmente, feliz...estaba la novia tan feliz que se le veía la sonrisa por debajo del velo y de la tiara, y parecía que temblaba al caminar. Antes de seguir avanzando, una de sus damas se acercó y le ajustó la caída del vestido y del velo, estirándolo con delicadeza.

Y al terminar de arreglarse, Marinette Dupain-Cheng empezó su camino hacia la felicidad.

Su vestido de novia era de seda blanca, satinada, de mucho vuelo. Sobre la última capa de seda se añadía otra, pero hecha de tul, de un tul bordado delicadamente. La cintura iba ceñida y lisa y su escote en V estaba adornado con hileras de perlas pequeñitas en los bordes. Las mangas eran largas, también de seda, pero pegadas a la piel. Un vestido clásico, serio, elegante y hermoso. Gritaba Gabriel Agreste en cada costura. Un niño desconocido se adelantó a la novia, lanzando pétalos de rosa. Y de un vistazo, a izquierda y derecha, Marinette Dupain-Cheng reconoció a muchos de sus invitados, a sus parientes, amigos y varios otros rostros desconocidos. Ella estaba sorprendida por el tumulto en la iglesia y estaba emocionada, porque cuando dirigió su mirada azul hacia el frente, ella pudo verlo nuevamente.

A él.

A Félix.

Azul cielo contra verde esperanza.

Noche sin estrellas contra día radiante de verano.

Y amor contra amor.

Él le sonreía, casi enseñando los dientes, mientras apretaba las manos. Marinette notó que él intentó salir a su encuentro, pero que en el último segundo, el novio se contuvo. Eso la hizo reír, para luego carcajearse de la felicidad. Pronto, muy pronto, estarían juntos. También ella tuvo ganas de correr, de soltar a su padre y lanzarse a sus brazos.

A lo lejos, Adrien Agreste no podía creer lo que veía: sus sueños rotos, sus escasas esperanzas, todos los recuerdos junto a ella se le aglutinaron en su turbulenta mente y sólo emergieron memorias pasadas, caducas, de cuando la vida valía la pena vivirla, de cuando él era feliz. ¿Qué hubiera sido de ellos? ¿Hubieran sido felices? ¿Habrían tenido niños, y una casa, y un jardín?.

¡Marinette!, quiso gritar, pero su nombre se le atascó en la boca, junto con un gemido pasajero.

¡Tú y yo nunca fuimos nosotros!.

Adrien se convenció que sí, que tal vez hubieran sido felices. Ella lo hubiese consolado en sus brazos, cuando perdió a su padre y a Nathalie. Ella lo hubiese calentado con su cuerpo, en esas noches frías en el hospital... sí, ellos hubiesen sido felices. Ella le habría preparado unos croissants y él hubiera engordado comiéndose todo lo que cocinaba. Pero no, no, ellos ahora no eran nada, ellos nunca fueron, y sin embargo, él sentía que la perdía, que alguien se la robaba.

¡Pero que bien se nos hubiera visto juntos! ¡Tu y yo de la mano, paseando por el Sena! ¡Tú tropezando y yo riendo! ¡Y ahora te irás con él! ¡Con mi horrible primo! Y lo nuestro lo has dejado morir, cómo mueren las flores en el invierno. Y tengo frío ahora mismo, como si nevara por dentro. Blanco, blanco como la nieve...así dejas mi corazón, Marinette. ¡Y todo esto es porque te casas con él!¡Y me dejas morir de amor, en esta banca, en esta iglesia! ¡Detente! ¡No lo hagas! Retrocede y ven conmigo, Marinette, mi Marinette.

Se mordió los labios, callando los gritos en su mente. Entonces, él aceptó el rechazo, pero no eximió el castigo. Se abandonó a la promesa que le hizo Rossi. Su mirada verde y desesperada mutó en un rostro serio y opaco, porque ahora sabía bien lo que debía hacer. Tocó con suavidad el anillo que Lila le había devuelto y que guardaba en uno de sus bolsillos, y torció otro poco sus labios. No habría marcha atrás, él no se arrepentiría de nada, estaba convencido de lo que debía hacer.

Y Marinette se acercaba al altar, desesperadamente dichosa y sosteniéndose de su padre para no tropezar.

- ¿Cuándo dejaré de amarte, Marinette?.- pensó en su tristeza y en su ira, Adrien Agreste. - ¿Y adonde irán nuestros sueños, los que tu tenias por mi, los que yo tenia por ti? ¿Morirán como todo en esta vida? ¿Morirán como tú dentro de poco?.

- Cada día sin ti, cada noche sin ti, ¿Algún día podré olvidar tu melodía y tu sabor y tu silencio? ¿Y qué haré yo ahora, con este amor que tengo aquí en mi pecho? - se preguntó como hacía todos los días, Luka Couffaine, al verla entrar como una diosa para casarse con otro, y no con él.

- ¿Te casarás con ella? oh Félix, aun sabiendo lo que siento por tí ¿lo harás?- pensó Bridgette Tang, tratando de no llorar, oculta entre la gente, casi en la última fila. - Y sólo tengo de ti recuerdos, algunos besos, tus abrazos y nuestro tiempo juntos, cuando fuimos uno. ¿Por qué? ¿Por qué te amo tanto? ¿Por qué sueño contigo?.

- Félix, no, ¿en serio te casarás con ella?, a pesar de todo lo que hicimos, de todo lo que me hiciste, a pesar de todo eso, ¿te casarás con ella?- pensó con rabia, Lila Rossi, distante y escondida detrás de una columna. -Maldita seas, Marinette, eternamente maldita.- susurró en voz muy bajita.

Y mientras que para algunos, esa boda era el ejemplo perfecto de felicidad, para otros era sinónimo de desamor, de rechazo y de desesperación. De amores rotos y no correspondidos.

La suave melodía del coro, llegaba a su término porque la novia alcanzaba al novio en el altar, por fin. Por fin juntos, para siempre.

O hasta que la muerte los separe.

Al llegar junto a él, Marinette se soltó del brazo de su padre y se abalanzó hacia su novio, quién la recibió feliz y alegre, apretándola contra su pecho, sin recordar que estaban enfrente a todos, bajo la mirada del resto. Félix la contempló de frente y le susurró algo que nadie entendió. Marinette en cambio, abrió los ojos y la boca, se retiró el velo y, desesperada, estampó los labios en su boca, sujetándolo del cuello con una mano y besándolo con pasión. Félix correspondió a su beso de inmediato, cogiéndola de la cintura y alzándola unos centímetros sobre el suelo para después, separarse un poco y suspirar enamorado sobre sus labios, apoyando su frente en la de ella.

Un carraspeo los interrumpió.

Era el celebrante que los apremiaba y los llamaba al orden. Félix se sonrojó increíblemente, y entrelazó su dedos con los de Marinette, para no soltarle la mano durante toda la ceremonia.

Marinette no recordaría nada de lo que el hombrecillo decía enfrente suyo. Sólo estaba concentrada en el calor que emanaba Félix a su lado.

Su tibieza, su ternura.

Su novio y en cuestión de minutos, su esposo.

Y cuando la pregunta definitiva llegó, ella espabiló y sonriente afirmó, moviendo la cabeza de arriba a abajo, y susurrando su respuesta.

Y cuando le preguntaron al novio, él también contestó igual, asintiendo y hablando escuetamente.

Alguien les alcanzó ambas alianzas y Marinette, temblando, cogió de la mano a su ahora marido y le colocó lentamente su anillo. Félix, nervioso, casi hizo caer su alianza, la que debía ponerle a su mujer, pero logró sujetarla en el último momento. Respiró, más tranquilo y lo deslizó por el dedo anular de Marinette, calzando a la perfección.

Ambos se sonrieron y él le guiñó un ojo.

Marinette separó los labios preparándose para gritar de alegría. Pero en cambio, otra persona le alcanzó una pluma, interrumpiendo su risa, y unos dedos le señalaron un papel donde tenía que firmar. Después de hacerlo, ella le pasó la pluma a su esposo y observó, risueña y alegre, cómo él dibujaba su firma, escribiendo su nombre perfectamente para luego trazar una línea cruzando las letras. Félix dejó caer la estilográfica, justo cuando el celebrante terminaba de declarar la unión del uno con el otro.

-...y puede besar a la novia.- escucharon que dijo ése hombrecillo.

Y como si hubieran dado un pistoletazo de salida, ambos se abalanzaron al unísono, desesperados y hambrientos. Luchando por quién introdujera la lengua en la boca del otro primero, saboreando el maquillaje de ella, lamiendo la loción de él. Amor, pasión, labios y dientes. Amor, amor. Por fin, amor, después de tanto, amor, después de todo, amor.

El primer beso de su matrimonio fue un beso lleno de angustia por la separación previa, pero también lleno de esperanzas y cariño. Ella no recordaría nada de esa boda, sólo sus prisas, su agobio por estar separada de él, y sus besos, el del inicio (y el del final). Y él internamente, suplicaba para que esto nunca se acabara, para que Marinette siempre lo amara, para que todos los días, ella lo volviera a elegir, a él sobre todos los demás, una y otra y otra vez, para siempre, para la eternidad.

Y mi roto corazón hoy se cura con tu amor, con tu "sí, acepto". Y el futuro será mejor, lleno de vida y esperanza, y nuestro amor tendrá que ser para siempre, porque no habrá nadie más que tú, porque no quiero que haya nadie más que tú. Quiero cepillar tu pelo por las mañanas, y prepararte el desayuno y arrullarte con mi violín y acariciar tu vientre, que lleva dentro nuestro más claro ejemplo de amor. Marinette, mi Marinette.

He vivido en un sueño fragmentado, en una vida que no era mía, sufriendo obligaciones y silencios y desamor y mentiras. Y soledad. Y hoy por fin creo que ya no tendré más de eso. Hoy por fin creo que seré feliz. Ya no más estaré sola, ni tendré que lamentarme sola, y serán tus besos, la mejor pastilla para curar mi tristeza, la que siempre permanece latente en mi alma. Oh Félix, que tu amor no se disipe en el tiempo, que tu amor anide eterno en mi corazón.

Fue un aullido del público aupándolos, el que los hizo separarse y seguir adelante con la boda.

Boda de amor, de promesas y cariño. De dulzura. De besos sabor a esperanza, con el velo colándose sobre el rostro de la novia, con el sombrero de copa estorbando un abrazo.

Casi todos aplaudían, felices de participar en una ceremonia tan tierna. Pero algunos no, algunos arrugaban la frente y se mordían los labios, tragándose el rencor y el odio, y el despecho y el dolor.

Lila Rossi rogaba aguantar todo ese tiempo para no estallar ahí mismo y destazar a cada uno de ellos, desollándolos de puro odio.

Adrien Agreste fruncía los labios, y si no aún no había saltado sobre Félix era porque Kagami Tsurugi lo tenía sujeto de un brazo.

Bridgette Tang cerró los ojos y se cubrió la cara con las manos, bajando la cabeza hasta apoyarse en su regazo, sollozando.

Luka Couffaine sonrió, mientras se veía obligado a aplaudir, muriendo por dentro.

Alya Cesaire intentó abrazar a Nino Lahiffe, pero éste se hizo a un lado y continuó aplaudiendo, feliz de ver a sus amigos unidos y contentos, metidos en un beso arrebatador.

Y así, pasado el mediodía de un sábado de primavera en París, Marinette Dupain-Cheng se casó con Félix Graham de Vanily, en una boda mixta, donde ella le estampó a su esposo un beso ardiente y un abrazo, y se perdió para siempre en el abismo del amor. No había marcha atrás, ni duda alguna.

Felicidad, cariño, ternura, todo eso sería su pan de cada día.

Y ella sería feliz, y él sería feliz, y se amarían para bien o para mal, en la salud o en la enfermedad, en la pobreza o en la riqueza, o hasta que la muerte los separe.

O hasta que la muerte los separe...si tan sólo ella hubiera sabido que...

Gozando en su ignorancia y enceguecida de amor, Marinette se dejó llevar de la mano por Félix, quien le sonreía, alegre y ruborizado. Y así, embebidos de alegría, ambos partieron hacia su destino, directo a su propio infierno.

.*.*.


El sonido de la flauta y el fagot marcaban el ritmo de su baile, los violines le hacían el acompañamiento. Vals delicado y melodioso, potente. Vuelta y vuelta, giro y giro. La mano de ella sujetando la cola de su vestido y él llevándola de la cintura. Paso a paso, bailando. Y ellos se observaban el uno al otro, como si nunca lo hubieran hecho antes. Sus miradas brillaban de cariño, sus dedos se entrelazaban con amor. Cada vuelta, hacía revolotear su falda. Marinette sonreía, alegre y divertida, mientras danzaban por última vez antes de escapar de ahí.

La fiesta se realizaba en un finca algo alejada del centro de la ciudad. Parte del banquete se desarrolló en los salones de la vivienda principal, pero el baile con una orquesta clásica y pistas electrónicas se había montado en el inmenso jardín, sobre una pequeña tarima. Un largo pasillo ancho y alto atravesaba la casa, haciendo de conexión entre la entrada y el jardín. A pesar de la premura con la que fue planificada, la boda se desarrollaba con tranquilidad y alegría. Alcohol a raudales y regalos por doquier.

Y risas y aplausos.

Félix tuvo tiempo de conocer y reconocer a las antiguas amistades de Marinette, pero no pudo memorizar sus nombres. Trató de evitar a Alya Cesaire y no le dijo a Marinette sobre su última conversación con Lila Rossi. Vio a su mujer feliz, saludando a sus invitados, recibiendo besos y abrazos, y simplemente él no quiso arruinar su alegría.

Tampoco quiso comentarle algo que Kagami Tsurugi le dijo, unas horas antes:

- ...y esta vez, he preparado todo para que reciba el tratamiento aquí, en París. Pensé que deberías saberlo, eres su única familia, después de todo. -

La enfermedad de Adrien lo pilló por sorpresa, ahora entendía el porqué de su actitud arisca y su ausencia de interés en él. Así que Félix asintió a todo lo que dijo Tsurugi y se comprometió a estar pendiente de su primo, de sus desvaríos, de la medicación y de su tratamiento. Ella salió sola de la fiesta, después de decirle eso. Félix miró alrededor suyo, buscando a su primo con la mirada, pero no lo encontró. Quizá él también se hubiera marchado.

¡Oh, y él también debía hacerlo! ¡Debía marcharse, con su mujer, con Marinette!. Ahora, ya mismo, de inmediato.

Félix sonrió ante su huida programada y le hizo una seña a Luka Couffaine para que hiciera el último anuncio.

Mientras tanto, en el pasillo central de la gran casa principal, Bridgette Tang esperaba ansiosa. Se ocultó detrás de unas cortinas, y esperó. Sin embargo, su espera se vio interrumpida por el ruido de unos tacones que se acercaban a ella. Bridgette se escondió aún más.

Ahí estaba ella, otra vez.

Lila Rossi estaba en el pasillo acercándose al jardín, y llevaba el mismo vestido de horas antes sólo que ahora, Brid pudo notar que llevaba dos broches en su escote. Uno tenía forma de mariposa y otro, forma de abanico, como las plumas de un pavo real.

En su investigación sobre Ladybug, Bridgette había conseguido entender el poder de los prodigios y la existencia de seres sobrenaturales, los kwamis. Brid había encontrado un blog en francés, antiguo y desactualizado, donde aprendió sobre las joyas: aprendió sobre el broche de Papillon y el otro broche de Mayura, de la pulsera de Viperion, del collar de Rena Rouge, del brazalete de Carapace...y también aprendió sobre los poderes. Sabía que existían otros prodigios, con otras características.

Y Lila Rossi, inexplicablemente, tenía dos de ellos.

Desde las sombras, ella supo que definitivamente ésa mujer tenía mucho que ver con el desastre. Brid se sentía impotente, porque no podía detenerla, no en ese momento, así que lamentándose, ella observó cómo Lila avanzaba hasta quedarse bajo el umbral de la gran puerta que conectaba la casa con el jardín, al final del pasillo.

Con sorpresa y terror, Brid escuchó la conversación que Lila Rossi tenía con esos pequeños seres que flotaban a su alrededor.

- Deténgase, no puede hacerlo Maestra.- le dijo uno.

- Por favor, por favor, renuncie a nosotros y váyase de aquí.- dijo el otro.

Pero Lila Rossi no les hizo caso.

- Lila - la llamó un hombre rubio y alto, vestido con un traje negro sencillo. Adrien se acercó a Lila, con parsimonia y cadencia. - Ya veo que llegaste.-

Bridgette debió taparse la boca con ambas manos para no lanzar un grito espeluznante.

¡Adrien Agreste! ¡No puede ser!

- Sube hasta lo más alto, Adrien, transfórmate y empieza ahí tu trabajo.- ordenó la italiana rápidamente. - pero antes de eso, ¿estás seguro que es Alix la portadora del prodigio del tiempo?- Lila le preguntó con insistencia.

Adrien asintió levemente. Brid lo notó rígido y estirado, aunque vio que sus dedos largos de pianista temblaban un poco. Bridgette Tang comprendió que ya no necesitaba de premoniciones ni de sueños para entender lo que estaba pasando. Adrien y Lila. Lila y Adrien. Los protagonistas del infierno final. Bridgette sintió que se desmayaría en cualquier momento, debido al impacto de sus descubrimientos.

- Sí, ella es.- Confirmó Adrien, tragando saliva. A continuación, ambos observaron cómo Félix y Marinette daban un pequeño discurso antes de partir hacia su futuro.

- Ya no hay más tiempo Adrien. Haz lo que te digo- habló duramente Rossi, sin despegar la vista de los novios.

Pero Adrien Agreste la sujetó de un codo y la obligó a mirarlo a los ojos.

- Promételo otra vez, Lila. Promete que me incluirás en tu deseo.- suplicó Adrien, masticando sus palabras, totalmente estremecido de furia.

Pero Lila Rossi le entregó una mirada severa y seca y torció sus labios, impaciente. De un tirón, se liberó de Adrien y retrocedió unos centímetros.

- ¡Te lo he prometido miles de veces, así que hazlo ya! ¡Y ponte tu prodigio!- apremió desesperada, apretando los puños.

Y Adrien sacó un anillo plateado desde su bolsillo, y lo deslizó por su dedo. De inmediato, otro kwami apareció, esta vez con forma de un gato, un gato pequeño y negro. El kwami intentó decir algo, pero Adrien le prohibió hablar con un movimiento de su mano, y luego lo guardó en su chaqueta dándole la espalda a Lila Rossi, para luego fruncir el ceño y echar a correr hacia unas escaleras que había a unos metros de ahí.

Lila suspiró fuertemente, cerró los ojos y de su bolso sacó una pequeña navaja. Con paso firme y rápido, Lila se adentró en el jardín, buscando a su víctima.

Afuera, en medio de la fiesta, Luka Couffaine hacía el último anuncio, despidiendo a la pareja que partiría pronto a su noche de bodas. Ya sólo quedaban segundos de paz antes de la hecatombe, antes del horrendo final.

Fue así que antes de retirarse de su fiesta, los novios se dieron aquel beso infinito, cálido y tierno, y que mucho tiempo después, sólo sería un recuerdo lejano y borroso en la mente de Marinette.

El último beso que ella le dio, Félix descubrió que sabía a pasión y a amor, a bizcocho con crema de mantequilla, recubierto con fondant blanco. Un beso dulce como la miel, intenso como su mirada azul, candente como el sol del verano. Despacio, ella colocó sus manos sobre el pecho de su marido y unió sus labios al inicio lentamente, para luego comérselos con voracidad. De pronto, ella necesitó más de él, su alma rugió de hambre de amor, y aun cuando sabía que la miraban, no pudo hacer más que estirar sus manos y sujetarlo por la cintura. Él, igual que ella, se quedó sediento de sus caricias, y le sujetó la nuca desesperadamente mientras que con su otra mano le abrazaba por la espalda.

Acorralada, secuestrada en sus brazos, Marinette se convenció, nuevamente, que no había más camino que él, más compañía que él. Sí, él era el indicado. Sí, él era el amor verdadero. El inicio, el fin, el intermedio. Su propia historia de amor con final feliz. Ésos eran sus sueños: compañía, lealtad, complicidad y cariño. Y ya todo lo tenía, ya nada le faltaba. El cuerpo se le estremeció bajo el beso íntimo de su marido, envuelta en su abrazo y en su calor.

El último beso.

Marinette Dupain-Cheng no sabía que ese beso le debía durar una eternidad hasta que recibiera otro de él.

Félix se separó sólo unos milímetros para suplicar prontitud en su salida. Ella asintió aún derretida en su abrazo. Y ambos, cogidos de las manos, se alejaron de la fiesta, atravesando el pasillo donde estaba escondida Jing Mei.

Bridgette Tang resopló, sabiendo que cada latido de su corazón la acercaba a su peor pesadilla, a su peor premonición. Cerró los ojos, casi al borde de colapso, sus rodillas temblaban y las manos le sudaban, tuvo naúseas pero respiró profundo y lento. Pero el fuerte destello, el remezón y los escombros volando por todo sitio le obligaron a abrir los ojos y entonces, ella pudo contemplar cómo una inmensa erupción nacía en el jardín, arrasando con todos los invitados y destruyendo árboles, destrozando el mobiliario y matando a las personas que estuvieran ahí presentes. Cayó al suelo, aterrorizada.

Era la primera explosión, la primera de tantas.

Lila Rossi se había acercado la suficiente para quedar cerca de Alix, la buscó entre los cuerpos tirados en el suelo y cuando la encontró, no le tomó ni un segundo clavarle la navaja en el cuello, degollándola. Inmediatamente, empezó a buscar entre las ropas de la mujer de cabello fucsia, tratando de encontrar al prodigio del conejo.

Pero no lo encontró.

No podía perder más tiempo. Por el rabillo del ojo, Lila observó que Luka Couffaine había logrado sobrevivir sin mayor daño y que entraba veloz, en lo que quedaba del pasillo, tratando de alcanzar a los novios.

Ella tendría que evitarlo.

Así que abandonó el cadáver de Alix y conjuró su doble transformación, vistiéndose ahora de pantalón y chaqueta con una larga cola, medio antifaz en su rostro, un bastón en su mano y un abanico en la otra.

Se dio prisa, Lila Rossi tenía prisa. Ya no había tiempo para más. Ni para el odio, ni para el amor.

Oh, el amor. De pronto, en menos de un parpadeo, todo el amor que existía en ese lugar, en esas personas, se consumió por el odio y el desastre, y en cada uno de sus corazones sólo quedaba la desesperación por sobrevivir.

Ya no había tiempo para más, ni para brindar, ni para los besos, ni para las despedidas ni para los "te quiero".

Bridgette, ya no tenía tiempo para pensar en los suaves besos que recibió de Félix, en sus manos cálidas acariciando su rostro.

Luka tampoco tuvo tiempo, tampoco pudo pensar en el cuerpo ligero y sabroso de Marinette, la mujer a la que siempre amaría y que nunca sería suya.

Y Félix ya no pudo recordar cómo se estremecía su cuerpo cada vez que ella lo tocaba, cada vez que él se derretía cuando ella le susurraba su amor, tumbada en su cama.

No, no.

Amor.

Marinette ya no tenía tiempo para amar, porque todos sus errores se condensaron enfrente suyo, ocasionando este final: ¿Dónde están tus pendientes, Ladybug? ¿Dónde estuvieron tus enemigos todo este tiempo? ¿Por qué no perseguiste a Papillon?

Y la novia ya no tuvo tiempo ni para besos, ni para abrazos. La Guardiana debió saber que antes del amor viene el deber. Y su deber había sido ése, ser Ladybug. Ladybug, la imbatible, la que no pierde.

No, quizá ella nunca tuvo tiempo para el amor.

Y Marinette Dupain-Cheng tembló de miedo. Se llenó de desesperación y agonía. Desvalida, sin prodigios, inmersa en un mar de muerte y zozobra.

Fue así como la primera explosión le robó la vida a sus invitados y destruyó sus sueños para siempre.

Luka Couffaine corría y corría desesperado, gritando desde el fondo de su alma.

- ¡Huid, huid! ¡Marinette! ¡No podrás con ellos!-

No, no en esa forma, no. Nunca.

Pero el monstruo blanco cayó del cielo, y cortó la huida de los novios. Sin embargo, Luka no se rendiría, eso era imposible. Sorprendentemente, desde los escombros vio cómo se le unía una mujer delgada y ligera, de pelo negro liso y ojos negros y rasgados.

- ¡Chat Blanc! - gritó Marinette, con la voz rota, al escuchar su risa hiriente y malévola.

Pero el monstruo siguió riendo, escociéndole el corazón.

Tang Jing Mei segundos antes, mientras trataba de ponerse de pie, recordó sus sueños, sus premoniciones. Sí, sí, Wang Fu la había preparado para eso. Valiente Brid, debes ser valiente. Ella ya se sabía el guión, lo que debía decir o hacer, por dónde caminar, hacia dónde caer. Hacia dónde huir. Y ella se preparó para decir lo que debía decir cuando se encontrase con el hombre de mechas azules y expansores en las orejas.

- ¡Vamos, debemos salvarlos!.- escuchó que ese hombre le gritaba.

Ahí estaba entonces, Luka Couffaine, el testigo de los novios. Brid abrió la boca, cayendo en cuenta que sus premoniciones se estaban cumpliendo. Entonces, Wang Fu, ¿todo sucederá cómo me mostraste en mis sueños?.

Tang Jing Mei tenía un don.

El don de la premonición.

Y ése día ella usaría su ventaja cómo siempre la usó: A su favor.

- ¿Salvarlos? ¿De ese monstruo blanco?- preguntó Brid, repitiendo lo que estaba escrito en sus memorias, llena de expectación y terror.

Él asintió, y sin pensárselo más, ambos volaron hacia Félix y Marinette, sin percatarse que detrás suyo Lila Rossi accedía al pasillo, tratando de emboscarlos.

Amor, amor.

Muerte y destrucción.

Premonición y destino.

Y la carcajada cruel del monstruo resonaba ante ellos, clamando venganza, exigiendo justicia.

- ¡Nunca debiste casarte con ella, Félix! ¡No debiste amarla nunca! - gritó desaforado el asesino.

La voz atronadora del monstruo les caló el corazón y Bridgette corrió aún con más prisa porque sólo tenían unos segundos antes que el siguiente impacto los destrozara por completo.

Amor, amor.

Muerte y destrucción

Premonición y destino.

Por un lado, Luka Couffaine y Bridgette Tang, corriendo desesperados. Por el otro, Adrien Agreste y Lila Rossi, preparando el golpe final. Y en el medio, Félix y Marinette, luchando por sobrevivir.

Y mientras corría hacia ellos, Luka se juró que salvaría a Marinette a como diera lugar, aunque fuera la mujer de otro, aunque amase a otro; y Brid recordó que su amor por Félix sería eterno, que ella siempre estaría ahí para él. A pesar , que él no la quisiera, a pesar que él no la amase. Nada de eso importaba ahora. Ya el sabor de los besos que ella le robó se había desvanecido de sus labios. Ya el calor de sus abrazos había desaparecido sin dejar rastro.

Ya no había tiempo para el amor. Para su amor.

- Quizá nunca lo hubo - susurró Brid en el último segundo, antes de abandonarse a su fortuna.

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"Desde Londres, con amor"

22.04.2021


¡Y FIN!

Lo sé. Lo sé, es muy largo. Lo lamento.

-CREDITOS FINALES-

Primero:

Perdón por la demora, he tenido que trabajar a lomo partido, y he debido "distraerme" un poco [llámese oneshot "cada dos minutos"] porque si no no llegaba a fin de mes, viva, claro.

Segundo:

GRACIAS

Tercero:

La S4 me ha destrozado el corazón! Y sin embargo, estoy relativamente satisfecha que se enfoque el drama existencial de Marinette, es cierto que en el camino han sacrificado al lukanette ( imperdonable), a Kagami (lamentable), Alya ya sabe su secreto (polémico) y ...YO SIGO ESPERANDO QUE SALGA FELIX! Tia Feri dijo que saldría pero bueno... y pa colmo, ¡más temporadas!...

Cuarto:

Agradezco a los comentarios de todos vosotros: emilymlb13579, caseylu2016, marianyelilisbeth, , satorichiva, sakurakinomoto, sakurakunoichinopower, alexiel1086, staterfe, dina04, fedeweasley, esmebebe, elizabeth vi britannia, sofihikarichan, moe yoruba, online freckles(he leído tu comentario en Lo q me dijo el viento y muchas muchas gracias por tus palabras), dessirenya, manu y noir0. Gracias a los anónimos también, y a los de otro idioma. En serio, he tenido días muy malos en lo exterior y en el interior y una palabra muchas veces, me arrancaba una sonrisa. Así que quiero agradecerles por cada palabra dedicada. Sé que no soy de contestar mucho, porque soy una inútil en eso. Pero gracias.

Quinto:

GRACIAS.

Sexto:

MAS GRACIAS.

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Desde un lugar de Castilla y León, me despido.

Cambio y fuera.

Fin de la transmisión.

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Esta historia continuará en un fic llamado "Blanco como la nieve"...próximamente.

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Escenas post créditos:

Los monjes lo eligieron a muy temprana edad, porque sencillamente él no era un niño normal. Sus padres lo sabían, sus hermanos también, pero cuando un secreto es compartido, al final, todos se enteran. Y así fue como un buen día, ellos aparecieron en la puerta de su humilde hogar y le prometieron a sus padres que él viviría bien y que traería honor a la familia.

Sus padres les creyeron, y permitieron que él se fuera, permitieron que ellos se lo llevaran. Su madre le dio un beso al partir, su padre le regaló una sonrisa.

En las noches, mientras soñaba extrañando a su familia, Wang Fu se veía lejos, en una ciudad hermosa pero occidental. Wang Fu se veía anciano y con bigote, y un kwami de color verde lo acompañaba. Ése fue uno de sus primeros sueños. Soñaba que cruzaba una calle y una dulce jovencita le ayudaba a cruzar un paso de peatones. Y el sueño muchas veces se detenía ahí, soñando con ésa jovencita. ¿Quién sería ella? Wang Fu no lo supo hasta mucho tiempo después. Algunas veces, soñaba con un gato negro que maullaba en los tejados, el gato movía la cola al verlo y saltaba hacia él desde edificios muy altos, y Wang Fu se desesperaba por cogerlo... para salvarlo, para evitar su caída, pero el gato...siempre caía de pie.

El gato negro tenía ojos verdes.

Unos ojos que él reconoció en otro de sus sueños, un tiempo más tarde, cuando un niño rubio y con el cabello estrictamente peinado, vestido con traje, camisa y chaleco, se le acercaba para preguntarle por una parada de taxis en una estación de tren muy extraña. Y ése sueño, se repetía y repetía, y siempre el niño rubio tenía los mismos ojos que el gato negro.

Los monjes sabían de sus sueños, los monjes lo eligieron por eso.

Él había nacido con un don.

El don de la premonición.

Lástima que sus sueños algunas veces no eran precisos, sino referenciales. Interpretativos.

Muchos años después, él volvió sobre sus pasos porque un nuevo sueño había aparecido. Y desde Francia, él volvió a Hong Kong buscando a una niña en particular, buscando a la hija de un mercantil ricachón quien vivía en una gran casa situada en un barrio lujoso de esa ciudad.

- ¿Tang Jing Mei?- le preguntó Wang Fu al verla jugando en el parque cerca a su casa.

La pequeña niña, inocente y bondadosa, se alejó de su distraída niñera por unos segundos para acercarse al anciano que la había llamado.

- Sí - le respondió la chiquilla. - Soy yo -

Wang Fu le sonrió con tristeza y se agachó para ponerse a su misma altura.

- Perdóname, Jing Mei.- le dijo. - Perdóname por lo que voy a hacer.-

Y con rapidez, Wang Fu estiró un dedo y lo apoyó en la frente de la niña, susurrando palabras ininteligibles, rezando una oración o una penitencia, o un conjuro. Un pequeño destello brotó de la punta de su dedo y traspasó la frente de la niña, empujándola hacia atrás, haciéndola caer sobre el césped húmedo del parque de juegos. La niña, tumbada, se quedó mirando a la nada, rígida, sin pestañear, respirando superficialmente pero sin hacer ningún otro movimiento. Su niñera voló a atenderla y la meneó de los hombros para hacerla reaccionar.

Pero Jing Mei no reaccionó.

Unos segundos después, la pequeña parpadeó rápidamente y se frotó los ojos con sus tiernas manitas. Se puso de pie y siguió jugando con sus amiguitos.

Ésa fue la primera vez.

Y desde ese día, Wang Fu dejó de soñar para Jing Mei empezar a hacerlo. Y Jing Mei soñó, soñó con el mismo muchacho rubio con el que soñaba Wang Fu, soñó con el Támesis, soñó con el Big Ben, soñó con Londres y ella supo, a su corta edad, que su destino se encontraba a miles y miles de kilómetros de ahí.

Apenas sus alas crecieron y se hicieron fuertes, ella marchó de casa para buscar a ese hombre rubio y de ojos verdes.

Y vaya si lo encontró.


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AHORA SI.

ADIOS.

FIN.