– ¿Se podrá ver el océano desde ahí? ¡Tiene qué, definitivamente! ¡Izuku, mira! ¡Dice que se puede conocer a las siete deidades de la buena suerte en ocho casas de baño diferentes, donde una te lleva a la otra! –Inko hablaba emocionada mostrándole a su hijo un folleto turístico– ¿Pero por qué son ocho baños si son siete dioses? ¿Huh?
Izuku la escuchaba entre dormido y despierto, soñando con la comida que le esperaría al llegar.
– A Mitsuki le habría encantado estar aquí, la próxima vez vendré con ella.
Los ojos del pecoso se abrieron en menos de lo que canta un gallo– ¿Eh?
– ¿Sabes? Me contó que compraron gallinas, ¿Te imaginas cuánto trabajo tiene que ser todo eso? ¡Dios!
– Algo así escuché. –volvió a juntar sus párpados de nuevo para seguir dormitando– Se ve el mar desde donde estaremos, si quieres podemos bajar a ver después de acomodarnos.
– Mañana que iremos al museo podemos pasar. –sonrió mirando por la ventana– A tu padre le habría encantado venir también, ¿ya te dije que le gustaba pescar?
– Sé la historia de memoria. –sonrió.
– Si no mal recuerdo, a Toshinori le gustaba también. Se parecían en algunas cosas.
– ¿Sí? ¿En qué? –dijo sin abrir los ojos, pensando de pronto en su mentor.
– Tenían personalidades parecidas, creo que eran ambos del mismo grupo sanguíneo. Dicen que son perfeccionistas, pero a la vez sensibles.
– No sé si es así como lo describiría...
Unos segundos le faltaron a Izuku para alcanzar el nirvana, segundos en los cuales entró la llamada de una preocupada Ochaco. El pecoso trató de ignorar las llamadas y en un punto se detuvieron, pero después de unos 30 minutos de una siesta de belleza, la vibración en su bolsillo lo despertó, así que adormitado volteó a su alrededor para ver qué tipo de pasajeros estaban cerca de él y valorar si alguno podría patearle el trasero. Una vez comprobado, deseando que las llamadas se detuvieran, sacó el aparatejo para ver quién llamaba y para su mala suerte, alcanzó a contestar.
– ¿Sí? –respondió lo más bajito que pudo. Su madre volteó a verlo, curiosa.
– ¿Ya llegaste al hotel? –le respondió la inconfundible voz de la chica.
– Creo que me falta una media hora para apenas llegar, ¿pasó algo?
– No quisiera importunarte cuando por fin decidiste tomar vacaciones, pero me puse a pensar qué pasaría si a mí me pasara lo mismo, ¿sabes? Es algo que querría saber…
– ¿Estás bien?
– Sí, sí. Lo siento, Izuku. Tengo que decírtelo.
– Estás comenzando a asustarme…
– Me enteré que Bakugou se irá.
Izuku no pudo decir nada ya que esto le tomó por sorpresa– ¿Qué?
– Al parecer es por algo de la universidad, no sé nada más. Suena importante. –trató de decir apurada.
– Bien por él, supongo –habló dubitativo– Te hablo más tarde, ¿sí? Sigo en el tren.
– ¡Espera! –pero la voz de la chica desapareció súbitamente cuando el pecoso colgó la llamada.
– ¿Sucedió algo? –Inko preguntó asustada, temiendo que sus vacaciones terminaran.
– Cosas del trabajo. –volvió a cerrar los ojos– No es nada.
– No sonó como a nada, ¿estás seguro?
Él asintió sin decir más. Pensó que quizá así debían acabar las cosas.
Si se esforzaba lo suficiente podía imaginar que en unos años esto solo sería un gracioso, vago, borroso y difuso recuerdo del que solo se acordaría cuando le pasara algo aleatorio como probarse una camisa amarilla en una tienda en una talla que no le quedaba bien o algo parecido. Después de eso como una mala jugada del destino, al salir chocaría con esa persona como por ley de atracción, vistiendo la misma camisa que iba a comprar minutos antes. Vería que habría cambiado, su corte de cabello ya no sería el mismo y su cara se vería más afable, cosa producto de su imaginación pues cuando éste lo reconociera, su expresión sería de enojo. Como el idiota que es lo invitaría a comer, dándose cuenta que era una mala idea cuando descubriera que a la nueva pareja de él no le gustaría eso y que de igual forma hubiese cambiado tanto para decirle que se pasara por su casa a conocerle y hablar. Llegaría después de unos días martillándose la cabeza sobre ello y lo haría aún más cuando viese a la pareja tan feliz, que él… que él…
Despegó sus párpados de golpe. Su respiración agitada le informó que lo anterior solo fue un sueño.
Se frotó los lagrimales con fuerza tratando de borrar esas visiones extrañas en su mente.
– Iré a echarme agua en la cara. –le avisó a su madre, moviéndose para levantarse.
– ¿Estás saliendo con alguien? –preguntó ella de la nada, ignorándolo.
– ¿Qué? –se detuvo en seco.
– A estas alturas aceptaría a cualquiera que trajeras. –suspiró.
– No digas eso tan alto.–se asustó y volvió a sentarse rápido, más bien hundiéndose en el asiento tratando de ocultarse de la vista de todos.
– Es algo obvio para que siga fingiendo no saberlo. –suspiró ella– Después de todo no ocupaste la manta que te di.
– Dejemos esta conversación para otro día, ¿sí?
– Cada vez que preguntaba, negabas que podía ser Ochaco… –siguió a su rollo– ¿Así que puede ser que ahora sea un "él"?
– ¿¡Eh!? –casi le da un paro cardíaco. No porque su madre no supiera sobre sus preferencias, sino porque no hablaba de eso nunca. Izuku casi pensó que prefirió sepultar toda la información muy lejos en el baúl de los recuerdos
– No veo otra explicación. –se llevó la mano al mentón, como solía hacer el pecoso a veces.
– Espera, espera, ¿Cómo llegas a esa conclusión?
– No conozco muchas cosas que arruinen el ambiente. –inclinó la cabeza pensando– ¿No es así?
– P-Para nada, te estás imaginando cosas. –unas palabras y ya estaba sudando como puerco.
– Si piensas que no me preocuparás actuando así, estás equivocado. Mi trabajo es preocuparme por ti siempre. –Sonrió tratando de tranquilizarlo.
El pecoso la miró y suspiró por milésima vez– Solo estoy cansado, en serio, no es nada.
Inko le revolvió el cabello como a cualquier niño revoltoso.
– De todas formas, no sabría explicarlo. –susurró.
– Puedes intentar.
– Conocí a alguien… –dijo con la boca pequeña– pero por ciertos motivos, se nos dificulta estar juntos y al parecer, está a punto de irse.
– ¿Se va? ¿A dónde?
– No sé, ni cuándo, si volverá o no. No sé nada. –se revolvió y pensó mucho en decir lo siguiente– Creo que es lo mejor.
–¿Por esos motivos? –trató de entender sin incomodarlo mucho.
Izuku asintió. La mujer lo tomó del brazo e hizo que se apoyara en su hombro.
–Todo estará bien. –dijo suavemente– Sé que hiciste todo lo que pudiste.
Eso solo hizo al pecoso sentirse culpable. Guardó silencio casi a punto de desear no haber hablado.
La ausencia de conversación solo hizo a la mujer seguir hablando.
– ¿Sabes, Izuku? Durante varias situaciones conflictivas en mi vida, preferí quedarme callada cuando lo que de verdad quería era… quejarme, reclamar… incluso me abstuve de despedirme en alguna ocasión, –frunció el entrecejo– siempre viví conteniéndome. Lo que luego de todos estos años también hizo que me arrepintiera de muchas situaciones. No podría mentirte diciendo que ahora no quisiera decir todo lo que no pude en ese entonces, pero ya no puedo.
El pecoso se quedó en silencio, curioso por todas esas veces de las que hablaba su madre– ¿Por qué no?
– Esas personas ya no pueden responder. –le sonrió cálidamente, pasando su mano por la mejilla de su hijo.
– Lo siento.
– Esto se volvió triste de pronto. –se rio un poco, quitándole peso al asunto.
Izuku volteó hacia ella tomando aire, por la expresión divertida que le dedico, es probable que su expresión fuera la de un conejo asustado.
– ¿Y alguna vez estuviste en una situación en la cual no podías decirle a nadie lo que pasaba?
– Seríamos ricos si me hubieran dado una moneda por cada vez…
– ¿Sí?
– Ser madre soltera no es un trabajo fácil. –le tomó de la mano– Eso no es importante ahora, quiero saber qué pasa contigo. –y sin un aviso, le pegó un manotazo suave a la mano del pecoso que sostenía, asustándolo.
– Te contaré si prometes no decirlo en tu club de lectura, a tus amigas ni a nadie.
– ¿Cómo crees que haría eso? –mostró una cara sorprendida, como si no fuera a hacerlo de todos modos.
– Es alguien que conocí en el trabajo, ¿sí? y por eso mismo todo está mal. Es como si un profesor saliera con un alumno… ¿o eso es muy fuerte? Digo, no hay tanta diferencia de edad y no me importa que los dos seamos hombres, ¿eso importa hoy en día? Pero lo que sí me molesta es que expresamente fuera asignado a mí como paciente y que el inicio de todo sea como un borrón en mi cabeza. Me preocupa lo que puedan decir y cómo esto le afecte de lo que digan personas que no nos conocen, ya que al parecer a mis amigos implícitamente no les parece mal. Es como si hoy puede estar bien, pero ¿y si mañana decide que nada de eso valió la pena? ¿y si solo es transferencia? No creas que no puedo esperar un año o dos para que estemos juntos, más ahora que se va, quizá es un motivo para hacerlo. Tampoco me molesta que salga con otras personas, él no es mío de todas formas, a pesar de lo mucho que no quiera que eso pase. Tal vez solo soy un egoísta cabeza duro y ya está. –se calló cuando se le acabó el aire. Revolvió su cabello y dejó las manos en su cara para que no viera la inmensa pena que le daba hablar de eso.
– ¿T-Transferencia? –atrapó de todo lo que dijo.
– También pienso que esto es una etapa, que pasará con el tiempo y aunque sé eso, me siento ansioso. –siguió hablando a su rollo.
– ¿Tienes miedo?
El pecoso sacó su cabeza de entre sus manos y la miró. ¿Miedo? ¿A qué? Pensó. no es exactamente cómo describiría su situación. Conocía bien cómo se siente sentir pavor, como es estar entre las cuerdas, es decir, la mitad de su vida pasa temiendo al futuro, pero el miedo era diferente a la preocupación. O eso era lo que creía.
– Tengo la sensación de que hay más cosas por las cuales dejarlo, que por las de quedarme. –terminó por decir.
– El amor siempre ha ido en contra de cualquier juicio o razón. –recuperó la mano de su hijo y la apretó– ¿Esa otra persona sabe? ¿Qué dice?
– Trataríamos de olvidarlo los dos.
– ¿Él no…? –trató de preguntar, pero lo pensó mejor– Así que, en resumen, no pueden estar juntos por tu trabajo.
Es aquí que Izuku se da cuenta que la versión simplificada y apta para todas las edades sonaba como una tontería dicho en voz alta. Se sintió minimizado, como si todo este sufrimiento y todas las noches en vela culpándose por todo lo que pasó fueran en vano.
– Dejemos este tema.
Inko lo miró preocupada temiendo que lo que dijo provocara que su hijo ya no quisiera hablarle.
– Hace mucho tiempo tuve un problema así. –decidió contar, notando que su corazón comenzó a bombear más rápido. Izuku le prestó atención nuevamente con una cara en la que se leía claramente la típica inocencia de un hijo que descubre que su madre tiene una vida aparte de él– Sin embargo, no éramos compañeros del trabajo ni nada. Él era… guía de otra persona igual de importante para mí. Ambos teníamos sentimientos muy fuertes el uno por el otro, pero decidimos dejarlo.
– ¿Por qué?
Inko tomó aire y desvió su mirada a ningún punto en particular, luego sonrió como quien recuerda algo precioso e irremplazable– Temíamos que esta tercera persona a la que los dos adorábamos, se pudiera sentir conflictuada. Priorizamos a esa persona más que a nada en el mundo.
–Oh. –dijo simplemente, sin saber qué decir– ¿y nunca más volvieron a estar juntos?
–Quedamos como amigos. –sonrió.
–¿Lo conozco? –dijo en un brillante momento de suspicacia.
La mujer no contestó, sonriendo aún más de manera nerviosa– Esa es uno de los motivos por los que pienso que las personas deberían hablar, así terminarán por entenderse y no habrá remordimiento.
–O eso es lo que debería pasar. –entendió. Inko asintió.
–La decisión es tuya, ya te lo dije. Mi deber es guiarte, –lo apretó en un abrazo– a mi único hijo con cabeza de brócoli.
–¿Tienes más hijos? –bromeó. Ella se rio un poco también.
Lo que duró el viaje, Izuku trató de dormir un poco para no pensar en eso, fallando estrepitosamente cada vez que una mata de cabello claro como el trigo se colaba entre sus pensamientos, hasta en los más banales como preguntarse si cerró la llave del lavabo antes de salir, imaginando en como le regañaría aquella persona que ni se atrevía a llamar. Cuando se rindió de torturarse, pidió a su madre la revista de los atractivos turísticos de la zona donde se hospedarían, queriendo convencerse de que su opción de quedarse a disfrutar sus vacaciones era ponerse de primera opción, porque de todas formas, era él quien terminó con la relación y le quemaba por dentro una extrema vergüenza sentir que debía volver a casa y hacerle caso al consejo de su madre.
Hizo las cuentas en su mente, si llegaba a las 20:04 a su parada, tendría algo de tiempo hasta las 20:38 que sale el último tren de Shizuoka a Tokio. Debe ayudar a su madre a llevar el equipaje, asegurar que llegue al hospedaje y se registre, lugar que no está muy lejos de la estación pero entre ir y volver se le haría complicado. Sobretodo porque ya no aguantaba el hambre y los sándwiches que preparó le cayeron mal en el estómago.
Todo era una receta para el desastre al bajarse del tren. Inko pidió cenar en un lugar cercano, así que eso hicieron, pues su reservación estaba agendada para las 21:30. La pierna de Izuku no dejó de moverse frenéticamente todo el tiempo, por lo que la mujer tuvo que decirle varias veces que no le molestaba que volviera si eso era lo que tenía que hacer.
–Si no te vas en este instante, considérate desheredado. –dijo cuando terminaron de comer.
El pecoso quiso bromear sobre no necesitar unas macetas y un hámster, pero se contuvo mientras se sonrojaba por lo evidente que fue. Trató de negarse, a lo que Inko lo ignoró, comenzando a caminar hacia el hotel por su cuenta.
...
...
Era probable que desde la perspectiva de otras personas que lo veían pasar, notaran que su forma de correr era peculiar. Izuku también diría lo mismo si fuera otra persona, tal vez alguien que lo contaría como un chiste a su familia al llegar a casa, puesto que no era común ver a un hombre de unos veintipico, vestido como un típico turista en bermudas y camisa hawaiana que corría como un cervatillo recién nacido por la ciudad cargando un ramo de rosas histérico, loco y al borde de un paro cardíaco.
La ropa su madre se la eligió y las rosas no estaba seguro de dónde las sacó si para esa hora la mayoría de establecimientos se encontraban cerrados, por lo que tuvo que ser ese choque con un hombre no más mayor que él despechado que las arrojó sobre él casi en una especie de batuta heredada con una misión a cumplir. Todo por no aceptar que pensó comprarlas apenas bajó del tren en un bar que seguía abierto, ya que las flores servían como adorno. Eso no era importante, solo él enfrentándose a los ensordecedores latidos de su corazón explotando en sus oídos a medida que aceleraba el paso hasta llegar a correr.
Corría porque no sabía si para este momento todo era en vano, lo que le peor le ponía pues solo tenía una única cosa en la cabeza, que era alcanzar a Katsuki donde sea que estuviese, como si nunca más fuera a verlo o contactarlo. Este sentimiento de querer estar cerca suyo, tomarlo en sus brazos y decirle lo arrepentido que estaba de no enfrentarse a si mismo antes para después plantarle el beso con todas las ganas contenidas de siempre echarse para atrás en veces anteriores mientras le aseguraba que lo haría feliz.
Su recorrido de la estación al complejo de apartamento del rubio que normalmente era en diez minutos, logró hacerlo en seis y cinco su no hubiese evitado a un gato en su camino que le hizo caer y rasparse la rodilla. El lugar lastimado se sentía caliente, era seguro que en un rato notaría el entumecimiento de esa área y el ardor debido al sudor, pero ninguna de esas cosas era prioridad mientras subía las gradas hasta el piso correcto. Sintió que estaba a punto de ganar la carrera cuando tocó la puerta.
Y tocó.
Tocó más fuerte.
Pero nadie abrió.
Comenzó a entrar en pánico e intentó sacar su celular con las manos temblando como dos flanes, sin intentar dejar de clavarse las espinas de las rosas en el camino y llamó al rubio, sintiéndose como un gran idiota por no tragarse su orgullo y hacerlo antes bajo unas pésimas excusas. Nadie contestó. Intentó una segunda vez, pero al tercer tono cambió de idea y llamó a Ochaco.
–¿A dónde iba Kacchan? –preguntó preocupado al instante.
–¿Eh? –Ochaco del otro lado separó el aparato de su oreja para comprobar que Izuku la llamó– ¿Dónde estás?
–E-Estoy en su casa, al parecer no hay nadie.
–Llámalo. –dijo simplemente, un poco molesta pues seguía medio dormida.
–Espera, ¿no sabes hacia dónde va?
Ochaco trató de hacer memoria– ¿Nagano? O Miyagi.
–Ni siquiera están en la misma dirección, ¿Cuál de las dos?
–Uh…
–Uraraka, por favor…
–Recuerdo que pensé en comer lengua de ternera, así que probablemente Sendai. –se relamió pensando en ello.
Mientras la chica hablaba, Izuku hacia una carrera campal escaleras abajo en la cual fue una suerte divina que no dejara los dientes en ningún lado.
Pensó que se había despedido, pero no lo hizo, solo pensó en la manera más rápida de llegar mientras corría. De Tokio a alguna parte de Miyagi que aún desconocía logró ver cinco maneras de llegar, las cuales le dolían a su ya quebrado bolsillo por unas vacaciones que no disfrutó, así que tenía que ser inteligente. Con este pensamiento se detuvo en medio de la acera, mientras las personas a su alrededor le daban una mirada curiosa.
Sacó su celular y en primer lugar buscó centrales de la JAXA en Miyagi o algo que tuviera que ver con esta. Lo primero que le saltó era el Centro Espacial Kakuda, así que buscó un poco de información y le saltó una noticia de 2013 en el que arrestaban a un trabajador por cargos de fraude; lo que le llamó la atención al pecoso, recordando que Katsuki le dijo que donde lo enviarían no era lo que él pensaba.
Ahora el problema era averiguar la ruta del rubio para llegar; a pesar que el tren bala lo dejaba cerca de la ciudad, no podía descartar que tomara un avión ya que el viaje en tren era de dos horas aproximadamente. Aunque si tomaba un vuelo, el aeropuerto más cercano estaba en Sendai, la capital, todavía tenía que hacer un viaje para llegar a Kakuda, por lo que a la larga sería aún más problemático que tomar el tren. Pensó que Katsuki tomaba decisiones prácticas y no necesariamente cómodas, por lo que sin duda abordaría el tren bala. Ahora tuvo que buscar la ruta en su teléfono pues no es como que conociera mucho el lugar, dándose cuenta que con el tren bala igual tendría que transbordar en Sendai y tomar otro tren hasta Kakuda, por lo que en teoría las dos opciones tenían peso.
Empezó a entrar en pánico, decidiendo que era mejor escuchar a su instinto y apresurarse a ir a la estación. Casi agradeció al mismo rubio de conseguir un lugar tan cerca de esta, llegando en menos de diez minutos a paso ligero, para después pensar que esta también podía ser su perdición si el rubio abordó antes, quizá no lo alcanzaría. Con esto en mente, entró como un loco, mirando hacia todos lados tratando de localizarlo. Revisó la hora en su celular, eran las 21:57, luego revisó el horario de trenes y el último del día a Miyagi salió a las 21:03. Se sintió como un imbécil.
Maldijo todo, cosa rara en él, tirando las rosas al basurero más cercano y saliendo de la estación. Trató de llamar a Katsuki varias veces sin éxito. Luego de un rato vagando y dudando de si volver al apartamento del rubio, recordó las llamadas de antes de contestarle a Ochaco, provenientes de Eijiro.
Tuvo que trotar un poco para darse ánimos, pensando con bastante ansiedad con qué cara le hablaría al pelirrojo.
Tomó aire unas diez veces y marcó.
Unos agonizantes segundos después, contestó una voz alegre– ¡Hey!
–Siento llamarte para esto, hm… Es algo importante. –no dejó que el otro contestara, hablando demasiado rápido– ¿Sabes dónde puedo encontrar a Bakugou?
Unos segundos de silencio solo pudieron ser llenados por el barullo de fondo, justo antes de romperse bajo las carcajadas de Eijiro– Espera, espera. –dijo entre risas, apenas pudiendo respirar.
Izuku se mordió el labio por dentro, tapándose la cara por pura pena. Quizá esta fue mala idea.
–Lo siento, estaba, eh… ocupado ahora. –dijo por fin cuando se logró calmar– No te preocupes, ¿Cómo no sabes dónde está?
–Tengo algo que decirle. Necesito hablar con él.
–Por cómo me ve, creo que también tiene que hablar conti-
–¡Te patearé el trasero! –lo interrumpió la voz de Katsuki a lo lejos.
–Ve a su casa, ¿sí? –le pidió el pelirrojo.
Antes de alguna respuesta por parte de Izuku, ya habían cortado. Pudo respirar tranquilo una vez que confirmó que el rubio seguía aquí. Que todavía podían aclarar las cosas.
Pensó en comprar algo más para llevar, desestimando la idea cuando pensó que se veía como el novio tóxico que volvía con regalos y las expectativas demasiadas altas en obtener el perdón de la otra persona; y una oleada de sentimientos negativos lo embargó por milésima vez en el día. Todo lo que pensó mientras corría cuando llegó solo eran producto de sus infantiles deseos en desacuerdo con la realidad.
Cuando llegó de nuevo frente a la puerta de Katsuki, sacudió su cabeza como si así tirara los pensamientos negativos al suelo. Necesitaba pensar en qué le diría.
En unos diez minutos que el pecoso se la pasó torturándose y hablando con el vecino mientras este salió a botar la basura, fue que apareció la silueta de dos hombres a lo lejos. Momento en el que el pecoso intentó actuar despreocupado, apoyado contra la pared y evitando el contacto visual, aunque sus piernas de gelatina lo delataban, temblando un poco cuando no las tenía apoyadas firmemente sobre el suelo.
–¡Ha vuelto el hijo pródigo! –se escuchó a Eijiro saludar a lo lejos. Izuku saludó como el estudiante ejemplar que una vez fue, notando al pelirrojo que colgaba su brazo alrededor del hombro de Katsuki, este llevaba una mascarilla quirúrgica y apenas lo miró, con desprecio, por cierto, llevando ambos unas cuantas bolsas– Lamento hacerte esperar, estábamos en la fila. ¿Cómo estás?
–No te preocupes. –contestó y sin pensar agarró las bolsas que le tendió Eijiro.
–El Bakubro está enfermo de la garganta, cuídalo, ¿sí? Justo en este preciso momento tengo que estar en otro lugar ahora y no es aquí. –sonrió sin esforzarse en sonar convincente. Katsuki trató de protestar, pero solo logró un ataque repentino de tos.
–Devuélvemelo entero, ¿sí? Todavía lo quiero. –y sin previo aviso le dio una palmada fuerte en el hombro a Katsuki, el que no reaccionó hasta que el pelirrojo ya estuvo lejos de su campo de golpe.
–¿Pasó algo? –preguntó Izuku confundido por el gesto.
No hubo ningún intercambio de palabras. Katsuki abrió la puerta y entró sin voltear a verlo, pero sin cerrar detrás de él.
–El sobre. –dijo a duras penas con una voz rasposa y seca. Señaló un mueble en la sala vagamente, yendo a la cocina para dejar las bolsas.
–¿Qué cosa?
Katsuki no contestó para evitar gritar, haciéndolo por dentro pues no iba a quedarse con esa ira reprimida por una garganta mala.
–No vengo por nada de la fiscalía, –intuyó el pecoso– quería hablar contigo.
Hubo movimientos de bolsas, cajones, del fregadero, pero ninguna respuesta positiva o negativa, por lo que Izuku avergonzado se acercó a la puerta de la cocina. Cualquiera pensaría que es su primera vez en la casa.
Katsuki hizo una mueca con la mano que se pudo entender como lárgate o como siéntate, agitando la mano de arriba abajo.
Probablemente significaba que dejara los comestibles en su lugar, pero el pecoso lo tomó por el lado que quiso y se sentó, dejando las bolsas sobre la mesa. Apareció una cerveza frente a él cuando lo hizo y se sorprendió. Esperaba un tenedor en su garganta, a decir verdad.
–Oh, si estás enfermo puedo preparar algo. –Se descubrió a si mismo ofreciéndose a hacer algo.
–Habla y vete.
Al parecer la amabilidad solo era una percepción errónea del pecoso.
–Veo que todos esos gritos hicieron efecto.
El rubio le mostró amistosamente su dedo medio con gusto.
–Ha pasado mucho desde que hablamos por última vez. –miró la lata y aunque quiso, no pudo despegar sus manos de sus rodillas.
Katsuki no contestó, yendo y viniendo buscando y haciendo las cosas necesarias para prepararse una cena decente.
–Sé que soy la última persona a la que quieres ver así que trataré de explicar todo e irme. –dejó un pequeño espacio de silencio antes de continuar– La última vez que hablamos…
–Deja de hablar de esa mierda. –dijo a duras penas, aclarando su garganta el final– Te lo puedes meter por el culo.
–Hay muchas cosas que no dije, –continuó, haciendo oídos sordos– y muchas más en las que he pensado todo este tiempo. Necesito que escuches lo que tengo que decir.
–¿Me importa?
–Me haré responsable de lo que diga. Lo prometo. –por fin tomó valor para levantar sus manos y ponerlas encima de la mesa.
–No quiero. –trató de alzar la voz, infructuosamente– Te dije que si me dirigías la palabra de nuevo te mataría.
–Lamento haberte fallado. –comenzó y al instante frunció el ceño pues eso no es lo que quería decir. Se llevó las manos a la cara dándose unas palmadas antes de intentar de nuevo– Olvida eso. Quise decir que lamento no haberme dado cuenta antes…
No. Todo lo que decía sentía que estaba mal, construyendo todas estas excusas para tratar de decir que no podía olvidarlo.
Katsuki no se volteó hacia él en ningún momento, dándole la espalda cada vez que se movía. El olor a comida estaba llenando la habitación.
–Sé que no lo hiciste. –la repentina afirmación logró captar la atención del rubio, que lo vio por el rabillo del ojo apenas volteando su cabeza– A ese hombre… nunca lo golpeaste, ¿verdad?
Se escuchó un bufido que Izuku no pudo identificar si era signo de enojo o la situación le parecía graciosa.
–¿Recuerdas cuando nos conocimos? –sonrió un poco, como si se reprodujera ese momento en su cabeza.
–¿Estás recreando un dorama? –no pudo evitar preguntar con ironía.
–Me sentí como en uno cuando me tiraste las galletas por haberte asustado al preguntarte si estaban ricas…
–No nos conocimos así, idiota. –le corrigió sin pensar.
–¿Fue antes? –trató de hacer memoria. A Katsuki esto le molestó y dejó lo que estaba haciendo para buscar algo en los cajones de la cocina.
El pecoso no se esperaba ver una caja de bento envuelto en la pañoleta de All Might que tenía desde que era niño– Oh, pero esto se lo di a… espera, ¿qué?
–Llévate esa mierda cuando te vayas. –se volteó de nuevo, terminando de cocinar y sirviéndose un plato de arroz frito. No tuvo más opción que sentarse en la misma mesa con Izuku, en la silla más alejada de él.
–Gracias. –la abrazó un poco– Eras tú. –Katsuki arqueó una ceja preguntándose a qué se refería– Me estaba inventando lo del hombre justo ahora.
Casi se ahoga con la comida– ¿¡Qué!? –su garganta empeoró con el ataque de tos y le ardía bastante como para tener que soportar al pecoso– ¿Entonces qué fue toda esa mierda?
–Pensé que no lo recordabas. –y quería recuperar sus cosas, también.
–Y llegué a creer que compraste el título… –susurró enojado, habiéndose descubierto él solo.
–¿Cómo creías que iba a saber eso? –se sonrojó pensando que tal vez no debió decirlo.
–Maldita sea, Deku. Vete. –lo echó, pero el otro no se movió de su lugar, tomando la lata que antes le había servido el rubio, como si fuera su ancla al lugar.
–¿Ya viste Heroes Rising?
–Vete.
–No.
–Vete.
–No.
–Deku.
–Quiero estar contigo. –Tomó valor, sin poder aguantarlo más.
Katsuki quiso eliminar toda existencia del pecoso con una simple mirada– Qué.
–Eso es lo que vine a decir. –su corazón latía a mil por hora por lo repentino de la frase, diciéndola sin pensar antes de detenerse a sí mismo.
–Estás haciendo lo mismo de antes. –Katsuki se detuvo de comer, sin dirigirle la mirada– ¿Qué te picó ahora?
–No quiero que te vayas sin poder decirte todo lo que quise decirte la última vez que hablamos.
–La última vez te dije de este ciclo de mierda, ¿no se te quedó en la cabeza?
–Es porque te vas. –dijo desesperado– Es por eso que quiero que me escuches.
Katsuki dudó en contestar.
–Tomé una decisión. –Izuku se relamió los labios, indeciso de por dónde empezar– Quiero estar a tu lado y también ser sincero de ahora en adelante con lo que siento. Es algo que… que…
–¿Se te olvidó el guión?
–Al contrario. –tomó aire, sonriendo de manera sincera por primera vez en todo este tiempo– Me siento libre diciendo esto. ¿Sabes, Kacchan? Donde quiera que estés, cuando te veo… es el conjunto de cosas que haces, dices y piensas las que me hacen siempre dirigir mi vista hacia a ti. Cuando estoy contigo, me siento como yo mismo.
La cruel sonrisa de Katsuki no intimidó ni un poco al pecoso– ¿Por qué crees que eso cambia algo?
–Porque ahora puedo decir que te quiero.
Katsuki se quedó perplejo sin esperarse eso, apartando la mirada rápidamente– Eso no tiene nada que ver conmigo, ¿cuándo yo dije eso?
–Me dejaste entrar. –no contestó a algo tan evidente.
–Traías las bolsas. –se defendió.
–Perdóname por tardar tanto en decirlo.
–Maldita sea. –tapó su cara con las manos, tomando aire en silencio.
–No tengo forma de demostrarte que esta vez es definitivo. –admitió– Solo me tengo a mí.
–Tres días, –habló bajo para no forzar la voz– Eso ha pasado, tres días. No ha cambiado nada. Ni tú, ni yo.
–Es por eso que quiero pedirte algo.
Las manos se deslizaron desde la cara de Katsuki hacia su cabello, despeinándose con rabia. Sus miradas se encontraron.
–Si sientes lo mismo por mí, te pido tiempo. Si dices que sí, iré a donde sea por ti. Si no, me iré y no volveré a buscarte.
–Tiempo. –usó un tono irónico– Que cliché.
–En ciertos casos… –comenzó a explicar– en la relación entre un terapeuta y un paciente, puede existir una sustitución de papeles en el cual el paciente tiende a esperar ciertos aspectos de su terapeuta. –explicó de la forma menos impersonal y académica que se le ocurrió– Esto puede ser bueno si ayuda a mejorar las condiciones para ayudar al paciente, pero malo cuando las emociones proyectadas son negativas; o también sucede que el terapeuta responde a estas pautas y la relación profesional queda arruinada.
En toda la explicación, Katsuki pudo ir por un vaso con agua– No estoy aquí para una clase, Deku.
–Significa que podríamos tener estos sentimientos como resultado de la terapia.
Katsuki resopló divertido, viéndolo hacia abajo mientras se apoyaba en el fregadero. Una mano descansaba sobre este y la otra tenía el vaso con agua a la altura de su estómago– Vienes a mi casa a soltar todo un discurso cursi para luego decir que no estás seguro de nuevo, ¿estás bromeando?
–Estoy seguro. Quiero estar seguro mañana, pasado mañana y los días después de eso, y saber que tú también.
–Lo estoy. –respondió de inmediato y sin titubear.
–¿No puedes complacerme esta vez? –se mordió por dentro de la mejilla, nervioso.
–No.
–Si quieres que me vaya me iré. –volvió a repetir– no importa cuando lo digas.
A pesar de reconocer la expresión divertida escondida detrás de la cara de Katsuki, el pecoso no pudo bajar la guardia.
Los rubíes comprobaron la intención de los jades por nada más que la mirada, incapaz de dar una respuesta inmediata.
–Me estás tentando a pedirte que me ruegues. –terminó por decir.
–Hoy tienes una actitud retorcida, Kacchan. ¿No estás enojado?
–¿Debería?
–Pensé que lo estarías.
–Todo lo que tenía que decir fue dicho. –se refirió a la última vez que hablaron antes de darle de alta.
–Estaba decidido a dejarte ir de una vez por todas…
–¿Seguro que viniste para quedarte? –preguntó en el tono más sarcástico que podía conseguir con su voz.
–No pude.
–Solo pasaron tres días. –repitió– ¿qué clase de epifanía tonta tuviste?
–No soporté la idea de verte partir. En parte creí que sería lo mejor para olvidarte y que si alguna vez nos volvíamos a encontrar, esperaría que estuvieras bien y fueses exitoso.
–¿Y?
–Por otra parte, la idea de no volver a verte me atormentaba.
–Me haces sonar como un capricho.
–Nada te parece. –se rio un poco.
–Porque no soy un don nadie. –se terminó de tomar el agua, dejando el vaso y salió de la habitación.
–¿Kacchan?
–Levántate. –dijo al volver, quedando parado en frente del pecoso. En su mano traía un folder, lo que dejó un poco confundido al otro– ¿Cuánto tiempo?
–Lo que suelen recomendar son dos años, pero depende de la evaluación del terapeuta, es decir, cada autor tiene un punto de vista diferente y también los criterios a tomar en cuenta, si hacemos un promedio… –comenzó a balbucear.
Katsuki no lo dejó terminar, entregándole el folder. Izuku lo miró confundido y sin perder el tiempo, lo abrió.
Era un tipo de informe con el nombre de programa introductorio a la investigación y formulación de proyectos de la JAXA. Sin entender mucho, Izuku lo hojeó pensó que era lo que estaría haciendo el rubio al irse, ya que traía un itinerario y todo. Al final venía un cuadro con información referente al programa.
Duración: cinco días y cuatro noches.
Izuku parpadeó.
–¿Eh?
–¿Crees que tengo tiempo para ir y cambiarme de universidad a mitad de la carrera?
–Pensé que sería un intercambio o algo así…
–Ya te lo había dicho, Deku. Cuando volví de casa de mis padres.
–¡Estaba borracho! ¿¡Cómo iba a recordar eso!? –se escondió detrás del folder, pegándose con este.
–¿Esto hace cambiar tu opinión? –bufó divertido, volviendo a la cocina para agarrar la cerveza que Izuku no tomó.
–¡Espera! –corrió hacia él, arrebatándole la lata– ¡Estás tomando medicina!
La mirada fastidiada de Katsuki se dirigió desde el pecoso a la nevera para decirle lo que planeaba hacer, de forma inconsciente pues su instinto le hizo subir las manos a los hombros del otro ante el movimiento repentino, ya que quedaron frente a frente.
–¿Qué haces, Deku?
–Eso te pregunto a ti. –miró las manos sobre él de forma nerviosa– ¿Cuándo te quitaste la mascarilla?
–Al entrar.
La mirada de Izuku se ensombreció a medida que el otro se acercaba, sin poder despegar en ningún momento la vista de la penetrante mirada de Katsuki, anotando mentalmente que se veía cansado, probablemente por la alergia.
Anulando ese inútil pensamiento de su cabeza, cerró los ojos tal cual princesa en cuento de hadas a punto de besar al príncipe.
–Dos años, huh. –se rio Katsuki en su casa, sin poder evitarlo.
–¿Eh?
Y toda la magia se perdió. Es de decir que la tensión seguía en segundo plano, pero magistralmente ignorada como todo instinto reprimido por el cerebro como cualquier persona decente.
El rubio, ya de mejor humor, tomó la lata de nuevo para guardarla en la nevera. Sacó té frío y lo sirvió, haciendo lo mismo con un plato de arroz frito que calentó en unos minutos.
–Lávate las manos.
La sensación de calidez que embargo a Izuku no podría ser descrita ni con todas las palabras del mundo. Fue una suerte que no se largara a llorar en ese mismo instante.
Katsuki podría haber realizado todo tipo de bromas sobre la sonrisa inmensa que adornaba la pecosa cara, como si él no fuese también un reflejo de Izuku.
...
...
Nota: Hola. Perdón por tardar en subir, no me he sentido muy bien emocionalmente, a pesar de que la historia ya estaba escrita y solo debía publicarla.
Pero que sepan que la otra semana es por fin el último capítulo / epílogo jeje.
