Al final la sopa de Lucy no resultó tan mala. No tenía mucho sabor, pero sí relleno. Y Laxus, Sting y Rufus tomaron una segunda ración. De modo que no fue la ira ni la decepción lo que la mantuvo despierta aquella noche. Simplemente no podía quitarse de la cabeza aquella imagen de Laxus con solo una toalla alrededor de las caderas. Golpeó la almohada y agitó la cabeza, tratando de borrarla de su mente. Pero ahí seguía, con el pelo mojado, el torso empapado, las piernas largas y los pies desnudos, y aquel pecho amplio y musculoso.
Era el hombre más apuesto que había visto jamás y Lucy sentía un extraño revoloteo en el estómago. Laxus nunca lo sabría, no si ella podía evitarlo. Pero, cielo santo, cuando sonreía, que era algo habitual, era tan guapo… Lucy no quería sentirse tan atraída hacia él, pero no sabía cómo lograrlo. Aunque eso no le haría variar de idea. Seguía convencida de que no se casaría con él. ¿Quedarse allí metida? ¿Con tiroteos, forajidos, más polvo del que podía tolerar y sin ayudantes? ¿Y no volver a ver jamás a su madre? ¡No!
Además, ella no le gustaría a Laxus cuando él descubriera quién era realmente. Ya había oído las burlas de los Dreyar cuando hablaban de Lucy Heartfilia durante la cena. A Laxus le gustaban las mujeres trabajadoras y sencillas, como Lisanna y Jennifer. Era una lástima no poder disfrutar más del tiempo que pasaba allí y poder asemejarse más a Jennifer. ¿Se habría resistido la señorita Realight al atractivo de Laxus? ¿Habría querido resistirse? La auténtica ama de llaves probablemente no hubiera apartado la vista cuando él había aparecido cubierto únicamente por una toalla. Probablemente tampoco hubiera huido de sus besos, y menos cuando la hacían sentir tan…
Dios santo, sus pensamientos la estaban llevando por un camino peligroso. Lucy trató de dominarse imaginando vacas que saltaban una valla y contándolas, con lo que finalmente se durmió. Aunque no por mucho tiempo. Poco después, un ruido la despertó. No, no era un ruido, sino una voz que susurraba en voz baja, ¡y al lado mismo de su cama!
—Señorita Realight, he venido a ayudarla. ¡Señorita Realight, despierte, por favor!
Probablemente habría gritado si el sueño no hubiera enturbiado su mente. Había alguien arrodillado junto a su cama. La oferta de ayuda le hizo pensar que había otro incendio y uno de los Dreyar estaba intentando sacarla de la casa. Pero entonces ¿por qué susurraba?
—¿Qué pasa? ¿Quién hay ahí? —preguntó con recelo, tratando de distinguir los rasgos del hombre en la oscuridad.
—Hibiki Heartfilia, señorita.
Lucy se quedó sin aliento. Dios santo, ¿su hermano mayor estaba en su dormitorio? ¡Y no debía estar allí! ¿Cómo lo había descubierto? Quiso abrazarlo pero no podía. La había llamado «señorita Realight», o sea que parecía ignorar que era su hermana.
—Finalmente até cabos —susurró Hibiki—. Que tenía que ser usted a quien vi en el restaurante de Sally. Solo la vi de espaldas, pero fue su vestido lo que me dio que pensar. Por aquí nadie viste así. Y me pareció que se la llevaban del restaurante por la fuerza. Muy típico de los Dreyar recurrir al juego sucio. Pero estoy aquí para ayudarla.
Cada palabra que salía de su boca le daba a Lucy más ganas de darle un abrazo. Hibiki al rescate. Era adorable por su parte. Y tener que mentirle para que se fuera probablemente la iba a hacer llorar.
—¿La tienen aquí prisionera? Con las puertas de abajo cerradas con llave, temía que la de su dormitorio también lo estuviera, aunque supongo que han imaginado que el guardia que tienen dando vueltas a la casa es suficiente para asegurarse de que no huya.
—El guardia está allí porque anoche alguien trató de prender fuego a la casa.
—Ya nos lo han dicho, aunque le juro que mi familia no lo hizo.
—¿Cómo ha entrado sin que lo viera el guardia?
Lucy se lo imaginó sonriendo con orgullo.
—Soy rápido, señorita. Dejé mi caballo lejos junto a unos árboles y me acerqué furtivamente, luego corrí hasta la puerta de atrás, que estaba cerrada. Pero con el guardia en el otro lado de la casa fui a la parte de delante y trepé al techo del porche. Las ventanas de arriba están abiertas de par en par, incluida la del extremo de su pasillo. Además, hace una noche muy oscura, lo bastante como para que el guardia patrulle con un farol, por lo que resulta fácil de ver.
—Pero si lo descubren aquí, pensarán que su familia provocó el incendio y que esta usted aquí para volver a intentarlo.
—No, no lo pensarán. Mi padre ya le había dicho a Makarov que era indignante que pudieran atribuirnos una cosa así.
—¿Cómo ha sabido cuál era mi habitación? No ha entrado en todas para encontrarme, ¿verdad?
—Por supuesto que no, no me ha hecho falta. La he visto en la ventana antes de que apagara la luz. No hay más mujeres en la planta de arriba, y menos que puedan estar en pie junto a la ventana, así que tenía que ser usted.
—¿Y cómo conoce usted la disposición de los dormitorios?
Hibiki se rió por lo bajo.
—Mis hermanos y yo solíamos retarnos a venir a espiar a los Dreyar cuando éramos pequeños.
Lucy puso los ojos en blanco. Hibiki no pudo verlo porque no exageraba en cuanto a la oscuridad. Aquella noche no había luna, pues se avecinaba otra tormenta. Lucy se armó de valor y le dijo:
—Tiene que marchase. Estoy aquí por voluntad propia. No me siento orgullosa de ello, pero me persiguieron con dinero. Los Dreyar me ofrecieron mucho más de lo que vale mi trabajo para que trabajase aquí en vez de en su rancho. Me sentí demasiado avergonzada para explicárselo a su padre.
—Pues rayos, si solo es cuestión de dinero, podemos mejorar cualquier cosa que le hayan ofrecido.
—No —replicó Lucy con un suspiro—. Esto parece el juego de tirar de la cuerda. En algún momento tengo que decir basta.
—No lo entiende. Es muy probable que ellos solo hayan hecho esto para tocar las narices, mientras que mi familia la necesita realmente. Mi hermana ve a venir aquí por primera vez en años. La contratamos a usted para hacer que ella se sintiera como en casa. Ella está acostumbrada a mayordomos, amas de llaves e incontrolables criadas. Para mi padre es muy importante que se sienta cómoda aquí. Fue por eso que la hizo venir.
Y entonces las lágrimas se desbordaron. Lucy confiaba en mantenerlas en silencio, pero no hubo suerte. Hibiki encendió una cerilla al oír los sollozos. Ahogando un grito, Lucy tiró de la sábana para cubrirse el rostro. No fue lo bastante rápida.
—¿Lucy? Pero ¡¿qué demonios…?!
