Experiencias
Shaka levantó la vista al escuchar los suaves golpes en la puerta.
—Adelante —dijo.
Se trataba de Meiko, la doncella que normalmente le atendía.
—Geki ha llegado —dijo.
—Que pase conmigo primero, por favor.
La joven se inclinó levemente, cerrando de nuevo la puerta, solo para reaparecer unos minutos después, permitiéndole el paso al enorme muchacho.
—¿Qué sucedió? —preguntó Shaka —. No debía tomarte más que un par de días.
Geki resopló, mirando alrededor.
Con ayuda del mayordomo, Shaka había hecho algunos cambios. Generando un estudio en lo que le pareció "espacio sobrante" y dividiéndolo de donde estaba la cama con un par de biombos. Le habían ofrecido otra habitación, pero le pareció excesivo, sobre todo considerando que no ocupaba la que ya tenía más que para dormir.
El muchacho se quitó la bolsa cruzada dejándola sobre el escritorio, abriéndola para sacar una caja de madera pintada con motivos de árboles y una mujer que parecía bailar, aunque con el estilo de dibujo y su perspectiva, bien podría estar haciendo cualquier otra cosa.
—Saliendo del aeropuerto tomé un taxi. Le mostré al chofer el sobre y asintió con mucha seguridad, luego pasamos dos horas de camino y en cuanto llegamos a un pueblo, bajó la ventanilla para preguntar, pero nadie le podía decir nada.
Shaka curvó los labios en una sonrisa.
—¿Cuántos lugares visitaron?*
Geki frunció el ceño, sintiéndose engañado.
—Catorce. Ni siquiera le quiero decir a Tatsumi cuánto le pagué. Seguro que se muere.
—Hay muchos pueblos con el mismo nombre, pero lo más probable es que solo te haya estafado porque sí puse las referencias. En todo caso, no te preocupes por Tatsumi, parece que ahora te reportarás con el señor Hanamori.
El muchacho suspiró, aunque al menos, si necesitaba otra cosa, podría llegar por su cuenta mucho más rápido y sin sufrir lenta y dolorosamente en un mal oliente auto compacto con música que ni siquiera podía corear.
Miró de reojo a Shaka, había abierto la caja, retirando los seguros de latón que no eran realmente una protección, simplemente evitaban que la tapa se abriera por accidente.
Si mucha ceremonia, sacó un par de carpetas de piel, revisando los papeles dentro, reservándose un par que guardó en el cajón de la derecha.
—Gracias por esto —le dijo a modo de despedida, o eso entendió Geki, que solo se encogió de hombros, saliendo de la habitación.
Ni bien habían pasado un par de minutos, volvieron a llamar. Se trataba del anciano mayordomo, que se inclinó respetuosamente.
—El auto espera.
—Gracias, estaba solo arreglando unos detalles. Esto es para usted.
Le entregó la carpeta, pero no la revisó, simplemente, simplemente la dejó bajo el brazo, apartándose de la puerta para que pudiera salir.
—Espero sea de su total agrado el ozashiki de esta noche. El difunto señor Mitsumasa era un patrocinador ferviente, en contraposición al espíritu de lucha, la apacible compañía de las damas conseguía llenar su espíritu.
Shaka asintió.
Milo y Camus ya estaban abajo, ninguno especialmente entusiasmado, aunque en Camus ya había notado que era habitual. Sin embargo, lo más probable era que se sintieran avergonzados por su comportamiento de la última vez que salieron.*
En silencio, los tres se subieron al auto, como presos condenados. Ninguno había tenido la voluntad para negarse luego de que, con cierta complacencia, Athena les informara que tenía confirmada la cita de esa noche.
—¿De verdad está bien? —preguntó Milo en voz baja luego de un prolongado viaje sin cruzar palabra. Aunque estando levantada la división entre el chofer y ellos, difícilmente alguien más que sus compañeros, le podría escuchar.
Camus hizo un ademán levantando los hombros, mientras que Shaka no hizo más que darle una mirada indescifrable, lo que irritó la pobre sensibilidad del santo de Escorpio.
—Estamos metidos en esto por tu culpa, al menos di algo.
Shaka cerró los ojos.
—¿Mi culpa? —preguntó tranquilamente.
—¿Cómo esperabas que se entendiera si le dijiste que te gustaría un banquete de geishas?
—Dije que sería interesante, no que lo quería, son dos conceptos diferentes.
El auto se detuvo, lo que innegablemente significaba que habían llegado, así que se quedaron callados, sin saber qué hacer frente a la inevitabilidad de un hecho para el que no se sentían preparados, pero tampoco habían podido negarse.
El recuerdo de la última vez que salieron a la ciudad ellos solos, aún atormentaba al santo de Acuario y miraba a sus compañeros con preocupación. La puerta se abrió, y tal como lo esperaba, Milo fue el primer valiente en bajar, así que después de dejar escapar un suspiro, fue detrás de él, seguido por Shaka.
—Tengo la impresión de que no tienen mucha idea de qué hacer —dijo el chofer cerrando la puerta.
—¿Se nota mucho? —preguntó Milo. Y así como apareció la determinación del caballero cuando decidió ser el primero en bajar, se esfumó, quedándose paralizado.
Bel era rubio, alto, con una complexión más bien rolliza, apenas disimulando la prominente barriga por la línea estilizada de su traje. Se llevó la mano al mentón, buscando una forma simple de explicarlo.
—En realidad no hay necesidad de hacer nada, las chicas se hacen cargo de todo, básicamente esa es la gracia.
—Pero ¿qué es "todo"? —insistió Milo.
—Es una cena con ambientación musical tradicional y una amena sobremesa —repuso el chofer—. El concepto general es pasar una noche agradable…
Se detuvo ahí y dijo algo en voz baja que Camus entendió como una maldición en ruso.
—Ya entendí la pregunta —agregó—. Señor, esto no es un burdel.
—¿Creías que era un burdel? —preguntó Shaka y una leve inflexión en su voz llegó a alcanzar un tono de sorna que hizo a Milo enrojecer por completo. Si Shaka se burlaba de él, era demasiado para soportarlo.
—Bueno —respondió con algo de trabajo—, una vez Giorgios... ¿lo recuerdas, Camus? El dueño de la pensión en playa Sarakiniko, vino de vacaciones a Kioto y…
—A su amigo lo estafaron, señor —dijo Bel cuando se dio cuenta de que a Milo le costaba explicar lo que le habían contado—, es muy común que las chicas de alterne se presenten como geishas para extranjeros, pero no lo son. La mayoría toma la oferta por la apariencia general y el precio más accesible.
Camus le dio una palmada en la espalda, empujándole suavemente para que empezara a caminar.
—Trate de relajarse y disfrute la velada. Regresaré más tarde.
—¿A qué hora? —preguntó Milo frenando el paso, por lo que Camus debió empujar con más fuerza.
—Cuando el ozashiki termine.
Camus se inclinó al frente.
—¿Tenías la idea de que era un burdel y de todos modos viniste? —le preguntó en voz baja. Milo lo miró de soslayo, sin poder controlar el tono que había adquirido su rostro.
—No sabía cómo explicarlo —replicó Milo apretando los dientes —¿Tú qué te imaginaste que era?
—Un banquete, por definición es un festín. Asumí que, un banquete de geishas, era una cena con temática japonesa y las señoritas del Hanami como anfitrionas.
—¡Bienvenidos sean! —anunció una mujer de edad madura, inclinándose con suma reverencia, aunque lo que les llamó la atención fue que lo dijo en inglés, de modo que Shaka respondió, haciéndole saber que los tres comprendían perfectamente el japonés.
—Será una mejor experiencia, entonces. Mi nombre es Senyume, bienvenidos a la Casa de las mil flores.
A primera vista, era una magnifica casa de estilo japonés. En el interior, se encontraba una estancia a doble altura, con recubrimiento de madera, mesas en la periferia dejando despejado el centro que, a su vez, conducía a unas escaleras que se dividían en dos.
Había algunas personas en las mesas de la planta baja, con el ambiente animado, aunque sin llegar a ser especialmente escandaloso.
Subieron las escaleras y se desviaron por el tramo de la derecha, siendo conducidos ante otra puerta corrediza. La mujer se apostó a un costado, les invitó a pasar y así lo hicieron.
—Por favor —les dijo —, disfruten de la velada que hemos preparado.
—Bienvenidos —dijeron las tres jóvenes que se encontraban dentro, inclinándose con reverencia.
Aun cuando sus rostros se encontraban cubiertos con un maquillaje tan blanco como los muros del templo de Athena, recargando con tonos rosas ciertas zonas, se les notaba jóvenes, quizás de la edad de los caballeros de bronce menores. Llevaban el pelo recogido, adornado con broches y peinetas, y sus vestidos coloridos con flores bordadas en tonos aún más intensos.
Les invitaron a tomar asiento, pero, aunque conocían las costumbres japonesas, les intrigó la presencia de un tipo de sillas sin patas, solo un asiento con un respaldo bajo.
Aparentemente, acostumbradas al desconcierto que provocaba el mobiliario en los extranjeros, una de las jóvenes se adelantó y se sentó primero. No había sido una clase, ni siquiera una instrucción, pero el hecho de que lo hubiese hecho primero, tomando un lugar que estaba a la vista de todos, era clara su intención de orientarlos.
Los caballeros la imitaron, pero, aunque carecían de la grácil delicadeza de la muchacha, se mostraron considerablemente más hábiles que la mayoría de los invitados que recibían. Milo, sin embargo, no tomó la forma tradicional, sino que cruzó las piernas, incluso descansó las manos en las rodillas, dándole la apariencia general de estar tenso.
—Mi nombre es Mameka —se presentó la primera muchacha, sentada junto a Shaka.
Ecuánimemente respondieron, notando que no había nada extraño en que solo dieran su nombre ya que ellas habían hecho lo mismo, para luego verse envueltos en lo que parecía un prólogo para turistas en el que intercambiaron la información casual y poco relevante sobre su estancia en el país.
Fue breve, pero bastante orientativo respecto a lo que les esperaba.
Mameka le ofreció Shaka un tipo de vaso muy pequeño. Él lo tomó con cuidado, esperando a que sus compañeros tuvieran el suyo, igualmente servido por quien ya había entendido como anfitriona personal.
—¿Esto es sake? —preguntó Milo, acercándoselo a la nariz.
La muchacha a su lado asintió, explicándole el tipo particular que le estaba sirviendo.
—¿Y cómo se toma?
Una de las jóvenes se apresuró a servir a su compañera, y esta tomó el vaso con una mano, poniendo la otra debajo de él para luego dar un sorbo.
—Escuché que se sirve caliente, ¿eso es necesario? —preguntó Camus.
La chica a su lado negó con la cabeza.
—Al igual que como ocurría con el vino de uva, la tradición empezó solo para mejorar el sabor de un proceso primitivo. Hoy día tenemos bebidas de excelente calidad.
—Menos mal —respondió Camus, animándose a sorber también —. No hay nada más triste que las bebidas calientes.
La jovencita a su lado se rió del comentario, aunque se llevó la mano a la boca, como si le avergonzara su risa.
—Pero tomas café en las mañanas —repuso Shaka.
Milo se giró hacia él con una sonrisa burlona.
—¿Lo enfría? —preguntó, sorprendido tanto de hecho mismo como de haber entendido eso con solo la expresión facial de su compañero.
Se sintió complacido al respecto. Su percepción visual mejoraba con el tiempo y ya era capaz de interpretar bastantes ademanes de comportamiento.
Podía parecer absurdo para la mayoría, pero más de la mitad de su vida la había pasado con los ojos cerrados, y la forma en la que percibía el mundo era completamente diferente a lo usual.
—¿Café frío? —preguntó de nuevo Shaka. Cuando tardaba en tomárselo, ya no lo encontraba tan atractivo, solo se lo terminaba para no desperdiciarlo.
—Siberia estropeó su sensación térmica —le dijo Milo.
Los dos se rieron, mientras que Camus solo torció levemente la boca.
—¿Podemos jugar un juego? —preguntó Mameka.
—¿Un juego? —preguntó Shaka.
La chica se puso de pie, fue a un armario camuflado por el diseño de las paredes y sacó algo que, al momento de acomodarlo, se notaba como una mesa minúscula. Se arrodilló frente a ella y le hizo un ademán para que se acercara.
Con cierta obediencia, se puso en el lado contrario.
Entonces, la chica extendió un pañuelo y sobre de él, puso una caja de madera, tan pequeña que le cabía en una sola mano.
—Si la caja está en la mesa, la tocas, si la caja no está, debes poner el puño para reemplazarla.
Otra muchacha tomó el instrumento de cuerda que yacía en un pedestal cerca de ella y empezó a tocar una tonada rítmica bastante básica en su composición, a la vez que la tercera aplaudía en un tipo de coro.
Mameka mantenía la mano izquierda a la altura de su pecho con la palma hacia arriba, alternando los toques entre esta, la caja, de nuevo la mano y la caja. Shaka la imitó, y cuando tenían un buen ritmo, ella quitó la caja y solo hasta que Shaka puso la mano extendida sobre el pañuelo, se dio cuenta de que se había equivocado.
Las chicas se rieron.
—¡El puño! —exclamo una.
—Hagámoslo de nuevo —pidió el caballero.
La que tocaba el instrumento volvió a empezar.
Toque a la caja, toque a la palma, toque a la caja.
A medida que la música aumentaba la velocidad, Shaka solo esperaba el momento en que la quitara. Tan solo unos momentos antes había estado orgulloso del progreso de su habilidad visual, y que un juego tan simple, que era más de coordinación, algo con lo que no debería tener problema, se le estuviera resistiendo, era risible, como mínimo.
—¡No puede ser! —exclamó Milo, palmeándose la pierna para no golpear la mesa.
Shaka lo miró con recelo, su mano extendida estaba sobre la mesa y la caja en manos de la muchacha. Sin embargo, Milo parecía disfrutar de ello y codeó a Camus para que participara.
Con altivez, Camus pensaba negarse. Sin embargo, a fines prácticos, no había razón para eso, se suponía que se trataba de un evento meramente social, así que cambió de lugar con Shaka.
Las muchachas repitieron la rutina, con la canción cada vez más rápido.
Sonrió de medio lado, y en lugar de esperar a que ella quitara la caja súbitamente, fue él quien la tomó.
El resoplido de Shaka solo sirvió para las chicas se rieran, Mameka había puesto el puño pese al movimiento rápido de Camus, y ya que no se había equivocado, parecía que las reglas indicaban que no debían detenerse y el caballero así lo entendió, devolviendo la caja en el siguiente turno, volviendo al ritmo y turnándose para moverla, hasta que Camus consiguió que se equivocara.
Triunfante, y con una sonrisa de suficiencia se giró hacia sus compañeros.
Milo se limitó a tomar de su bebida, preparándose para su turno.
Las risas de las muchachas distaban de lo escandaloso, especialmente comparadas con las de Heather e Izumi, pero eran constantes, y cumplidas las tres rondas, los tres se encontraban suficientemente relajados, aunque seguían bebiendo con suma cautela. De hecho, apenas las chicas se percataron de eso, pidieron un tipo de té helado para no forzarlos con el alcohol.
Mameka volvió a tomar la iniciativa, luego de devolver la mesa y la caja al armario, sacó un montón de abanicos de papel, un bloque y una figurilla de madera barnizada con forma de abanico.
Manteniendo la pose de piernas cruzadas, en lugar de mantenerse de rodillas, Milo se inclinó al frente. Mirándola desplegar una alfombra estrecha que iba de un lado a otro de la habitación. En el sitio opuesto de donde estaban, puso el bloque y la figura del abanico.
La chica que había estado tocando el instrumento, se acercó hasta el final de la alfombra, y ya que Milo era el más próximo, lo invitó a sentarse a su lado. Enseguida tomó uno de los abanicos de papel que tenían un muy sencillo soporte de madera, lo abrió haciendo un juego con las manos que en ella se veía delicado y grácil, pero seguramente no servía para mucho, y lo hizo volar en línea recta en dirección al bloque.
El abanico planeó bastante bien hasta que topó con el bloque y cayó al suelo.
—¡Qué mal! —exclamó.
—De modo que hay que tirarlo —dijo Milo, tomando uno de los abanicos de papel.
Saltándose los ademanes con las manos, lo abrió, y como si fuese un arma arrojadiza, lo lanzó.
El abanico giró sobre sí mismo, cayendo aparatosamente apenas a unos escasos treinta centímetros de él.
La expresión de Shaka le hizo entornar los ojos. Sin embargo, el santo de Escorpio era más testarudo que sus compañeros, así que lo intentó de nuevo, aunque no con mejores resultados, por el contrario, uno quedó en sus piernas.
Frustrado, arrojó el último abanico cerrado, de modo que, en lugar de un planeador, resultó en un proyectil.
—¡Eso es trampa! —exclamó Madoka riéndose, levantando la figurilla, el bloque con el único abanico que había llegado hasta su sitio, el de su compañera.
Llamaron a la puerta y las chicas se apresuraron a recoger lo poco que se había desordenado.
El panel corredizo se abrió y tres mujeres entraron, más próximas en edad a los santos dorados que lo que eran las jovencitas que habían servido de anfitrionas hasta entonces. Ellas también llevaban kimonos con flores, pero sus colores eran más sobrios, además de que su maquillaje, aunque con la base blanca, no acentuaba los tonos rosa chillón, de hecho, solo estaba delineados los ojos y la boca resaltaba más.
El peinado era similar, pero las mayores no llevaban las peinetas recargadas, de hecho, apenas se notaban.
—Buenas noches —saludaron las recién llegadas, inclinándose.
Las muchachas las reverenciaron poco más exagerado, y los caballeros simplemente sintieron.
—Es un honor recibirlos aquí, mi nombre es Nadeshiko.
—Yo soy Aichiyo.
—Y yo soy Chiyotsuru.
Las más jóvenes se replegaron, dejando que las recién llegadas se intercalaran entre los invitados.
Ninguno de ellos estaba seguro del motivo del cambio de dinámica, aunque eso pasó a un segundo plano, retomaron la conversación con facilidad, como si hubiesen estado ahí todo el rato. Y los tres caballeros reconocieron a Nadeshiko como la misma mujer que había preparado el té el día de la presentación a la que los había llevado Gaku Takeda.
—¿Desean que la cena sea servida ahora?
Los tres intercambiaron miradas, no habían pensado en que tenían hambre sino hasta que lo mencionaron, aunque se encogieron de hombros. Realmente podían estar varios días sin comer, pero eso no era un tema a tratar con las chicas.
Shaka trató de no reírse mientras Milo contaba su versión de lo que había pasado en el bar la última vez.
Él no había hablado demasiado, se sentía extraño, incluso cuando descubrió que sí tenía temas de conversación que no incluían el Santuario, pero Milo ya no se callaba. Era como una persona completamente diferente; y no estaba seguro sobre si estaba inventando todas esas historias sobre festivales de música y personas que conocía.
¿Cómo podría ser posible que tuviera tiempo para todo eso sin desatender sus responsabilidades como santo de Athena?
Sin embargo, algo en las expresiones de Camus le daba a entender que, al menos en algunas de esas anécdotas, él estuvo ahí.
Y su sentimiento de extrañeza se incrementó.
¿Camus dejaba Siberia con frecuencia? ¿Incluso cuando entrenaba a su aprendiz?
La cena fue servida a modo de banquete, con un montón de platos dispersos por la mesa que incluían una amplia variedad de pescados, mariscos, carnes y verduras en diferentes presentaciones, y solo hasta que todo estuvo en su lugar las tres mujeres mayores se separaron del grupo.
Del mismo armario del que toda la ambientación de la noche había salido, Mameka sacó otro instrumento, también era de cuerdas, pero diferente al que habían usado durante los juegos, entregándoselo a Nadeshiko. Y mientras las jóvenes volvían al servir las bebidas, ellas tomaron posición.
Tras una breve presentación que tenía una estructura poética, Nadeshiko empezó a tocar el instrumento, notándose enseguida la diferencia abismal que había entre la pieza que interpretaba y la tonada que había estado tocando la otra joven.
La relación entre las profesionales y las aprendices se volvió más obvia, e incluso las jovencitas miraban con suma atención la danza que las otras dos mayores empezaban a ejecutar con los abanicos.
Los caballeros aprovecharon la amenización para comer, pensando que, al final, ninguno de sus pensamientos fatalistas se había cumplido, y eso era bueno, no podían ser tan poco hábiles en sociedad.
Comentarios y aclaraciones:
*Por todos los videos de viajes a India que he visto, parece que es habitual, tanto que haya mil pueblos con el mismo nombre, como que los taxistas de pasen de abusivos. ¿Realidad? ¿Estereotipos negativos reforzados? ¿Discriminación? ¿Xenofobia?
*Sí, Shaka no se incluye en ese "comportamiento", a su modo de ver, él se quedó dormido y no tuvo nada que ver.
El primer juego que juega Shaka con Mameka (y perdió), se llama Konpira Fune Fune, y el de los abanicos que perdió Milo, se llama tōsenkyo.
Si se pasan por la fanpage (El Moleskine de Kusubana) encontrarán los videos de referencia y algunas fotos que usé (de referencia también)
¡Gracias por leer!
