— Sirius, ¿por qué Draco y Severus no se quedan a vivir aquí?
Sirius se sentó en la cama de Harry. Había pensado que el pequeño caería rendido después del largo día de despedida, pero no, ahí estaba, todo ojitos preocupados, mirándole desde su almohada.
— Ellos tienen su casa, Harry.
— Pero a mi me gustaba que vivieran aquí.
Suspiró, pasándose la mano por el pelo que empezaba a crecer.
— Cariño, ellos vinieron aquí porque había malos que querían hacerles daño, ¿recuerdas? Ahora ya no hay malos.
El niño hizo un puchero y sacó los bracitos de la cama para agarrarse a la túnica de su padrino.
— ¿Pero estás seguro? No quiero que nadie le haga daño a Draco. Yo le quiero
Sonrió enternecido,
— Yo también quiero a Draco, y ellos van a estar bien, te lo prometo.
— ¿Severus y tú vais a ser amigos ahora? Draco dice que os disteis un abrazo de amigos. .
La sonrisa de Sirius flaqueó un poco. Su último abrazo no había sido de amigos, pero tampoco sabía en qué les convertía. Él también iba a extrañar vivir con Severus y Draco.
Draco estaba sentado en el nuevo laboratorio de Severus. Obediente y formal, pintaba un dibujo en una mesa junto a la ventana. Su padrino trabajaba inclinado sobre dos calderos. Ambos estaban muy concentrados, así que se sobresaltaron cuando una lechuza golpeó la ventana con su pico.
Severus hizo un éxtasis sobre las pociones a medio preparar antes de limpiarse las manos en el mandil de cuero. Pasó junto a Draco, acariciando su cabello mientras abría la ventana. La lechuza no entró, se limitó a dejarse quitar la nota sujeta a su pata.
A Harry le gustaría saber si queréis venir a cenar hoy. A mi me gustaría que vinierais a cenar hoy.
SB
Casi sonrió. Draco había estado inusualmente tranquilo los últimos días. El terapeuta estaba muy satisfecho con su evolución y él también, había estado preocupado porque volver a su casa le resultara difícil después de dos meses viviendo con Harry.
No podía negar que le había dado pena separar a los dos chicos. Black había tenido razón en su día al afirmar que estarían felices de crecer como hermanos, así que seguramente estarían encantados de poder verse antes del fin de semana.
Sirius había pasado finalmente veinte días en el hospital. Una vez en casa, prácticamente recuperado y con Remus para ayudarle, ya no había excusa para vivir juntos. Había esperado un par de días antes de tomar la decisión, deseando que Black se acercara y aclararan lo que quiera que había comenzado a pasar entre ellos antes de todo aquello. Pero no había habido acercamiento y su inseguridad se había puesto en marcha.
Remus había organizado una pequeña fiesta de despedida el día que se iban a marchar. Él no lo había considerado necesario, iban a seguir viéndose todas las semanas, pero Lupin, bastante animado desde su cita de luna llena, parecía decidido a hacer de aquel momento una celebración.
Había sido agradable cenar los cinco una última vez. Aún con la incertidumbre acerca de su no relación, había mucha menos tensión que la primera cena que habían celebrado el 26 de diciembre.
Al terminar, Severus se disculpó un momento para subir a revisar por última vez que no había dejado nada en su laboratorio provisional. Estaba allí, asegurándose de que no había notas útiles entre el montón de pergaminos que había dejado encima de la mesa, cuando lo sintió a su espalda.
— Quería darte las gracias.
Respiro hondo antes de girarse, con el gesto más neutral que pudo construir.
— Me han dicho que sin ti estaría muerto.
— Yo también.
Se hizo un silencio incómodo.
—Tengo que irme.
— Os voy a echar de menos.
Los dos hablaron a la vez. Severus fue a dar un paso adelante, queriendo salir de la habitación sin decir nada más, pero Sirius fue un poco más rápido y le abrazó.
— ¿Pensarás en esa lejana posibilidad? —le preguntó Sirius con la cara escondida en su cuello.
Por toda respuesta, Snape le abrazó a su vez y le besó en la mejilla antes de salir de la habitación.
Fueron a cenar, claro. Al salir de la chimenea de la mansión Black, Draco se perdió rápidamente escaleras arriba en busca de Harry. Severus se quedó plantado en el salón, sin tener claro a dónde ir, ya no vivía allí, no le parecía bien pasearse sin avisar de su presencia.
Salía de la habitación, dispuesto a buscar a los niños, cuando su anfitrión apareció por el pasillo. El cabello negro le caía sobre la frente y le cosquilleaba el ojo mientras se acercaba con dos copas de vino. Lo vio soplar hacia arriba para apartarse el pelo y no pudo evitar una sonrisa.
— Kreacher ha sido feliz cuando has llegado y me ha echado de la cocina —le dijo a modo de saludo, tendiéndole la copa.
El elfo jefe de la casa y Sirius tenían una relación curiosa, se pasaban la vida haciéndose rabiar el uno al otro.
Tomó la copa con la derecha mientras estiraba la izquierda para quitarle el pelo de la frente justo a la vez que lo hacía su anfitrión. Sirius aprovechó para acariciarle el dorso de la mano sin perder de vista su cara, analizando sus reacciones.
— Vamos al salón, la cena aún tardará veinte minutos.
Encendió las luces y se dirigió a su sofá. Severus se quedó parado. Al salir del flu la habitación había estado en penumbra, así que no se había percatado de los cambios en la decoración.
El cuadro de Regulus y Narcissa había desaparecido y a cambio había sobre la chimenea una foto nueva tomada el día de Nochebuena. En ella, toda la familia saludaba a la cámara, incluso él sonreía un poco.
Miró a Sirius buscando una explicación.
— Harry me dijo que el otro cuadro ponía triste a Draco. Lo he colgado en mi despacho.
Camino hacia el sillón de Lupin, necesitado de poner un poco de distancia física. Sirius conseguía, seguramente sin saberlo, hacer que su cerebro dejara de pensar fríamente.
— ¿Cómo estás? ¿Qué tal ha ido la vuelta a casa? Tuve que convencer a Harry de que no era necesario llamar a Draco por flu todos los días.
Dio un sorbo antes de hablar, tratando de mantener su tono neutro de siempre.
— Está siendo más fácil de lo que pensaba. El terapeuta también está sorprendido.
Sirius le miró, pensativo. De nuevo, Severus estaba encerrado en su concha.
— Remus me ha dicho que habéis firmado un buen acuerdo con San Mungo.
— Es un buen negociador. Por suerte, Smith no estaba en la reunión.
Alzó las cejas sorprendido, ¡Severus bromeando!
— Ha quedado esta noche con él, para celebrarlo.
Admiró la pequeña sonrisa antes de admitirse a sí mismo que estaba un poco celoso.
— Antes de que los niños bajen —le habló, echándose un poco hacia delante en el sofá—, quería comentarte algo.
— Te he traído una cosa —le contestó, como si no le hubiera escuchado.
Sacó un botecito del bolsillo y se lo tendió.
— Fleamont Potter patentó también esto, aunque no se ha comercializado nunca. —Sirius le miró perplejo— Es para fortalecer el pelo y que crezca más deprisa, la gente suele usar el hechizo, pero esto es mucho mejor. Igual puedes hablarle a Harry de su abuelo...
No llegó a decir más, Sirius se levantó del sofá y se abalanzó sobre él, besándole con intensidad. La mínima parte racional de su cerebro detectó que las manos de Black seguían en el aire, seguramente por no incomodarle.
Tomó aire por la nariz, mientras él beso se hacía más lento y profundo, y estiró sus brazos para pasarlos por la cintura de Sirius y sentarlo en sus rodillas. El otro le pasó con cuidado las manos tras la nuca, en un abrazo flojo.
— Severus —susurró Sirius, juntando sus frentes, sus narices tocándose—. ¿Has pensado?
Sintió los dedos largos acariciando su cara antes de abrir los ojos y separarse un poco.
— Aguanté torturas y castigos durante tres años con los mortifagos, pero no creo haber pasado más angustia que cuando te vi en aquella cama.
Volvió a tocar con reverencia la piel nueva, suave y lisa, de su mandíbula. Sirius entendió.
Sonrió ampliamente antes de inclinarse a besarle de nuevo.
Yyyyyyyyy aquí termina esta historia. Bueno, casi, mañana tendremos una cosita especial como epílogo.
¡Hasta mañana por última vez!
