Capítulo 32

Ross la notó ponerse tensa, y sabía muy bien porqué. Ella también estaba excitada esa noche, por más sorprendida y ofendida que estuviera. Las sensaciones que se habían despertado hacía tantas semanas los habían tomado por sorpresa a ambos y, aunque su intento por aleccionar a su mujer había hecho más daño que otra cosa, también había provocado un dejo de lujuria impensada en los dos. Un atisbo de sensualidad prohibida que ahora volvía como complicidad entre marido y mujer, una complicidad que estaba perdida desde hacía días.

Él se tomó su tiempo para desvestirse esa noche. Demelza había picoteando un poco más de su plato en la cena, pero no había podido comer todo. Ross levantó una ceja mientras ella levantaba los platos de la mesa.

"No, Ross. ¡Ni se te ocurra!" Ross continuó riéndose durante un largo rato. Aun cuando subía las escaleras detrás de ella, todavía continuaba sonriendo. Demelza lo miró de reojo antes de entrar a la habitación. "¡No!" El solo respondió levantando las manos frente a su cuerpo, señalando de que no estaba haciendo nada. Pero ella no estaba enojada. Lo miraba de reojo con ese brillo en los ojos y una sonrisa mal disimulada que solo hacía que él quisiera besarla más. Así que mientras ella tardó un santiamén en cambiarse, peinar y trenzar su pelo y meterse corriendo en la cama, él se tomó su tiempo.

Se quitó el chaleco y la camisa lentamente para luego ir a avivar el fuego en la chimenea. Demelza tomó el libro que estaba leyendo que había encontrado en la biblioteca e intentó concentrarse. Mirándola de reojo, se desabrochó los pantalones para lavarse el trabajo del día de su cuerpo. Ella pretendía no mirarlo, pero la forma en que su esposo se movía por la habitación era muy alevosa y no podía evitar seguir sus movimientos espiando sobre el libro.

Se acostó desnudo junto a ella, dejando las mantas arrolladas por debajo de su cintura, apenas cubriendo su bulto casi erecto. Demelza mantuvo los ojos fijos en las páginas frente a ella que estaban llenas de palabras indescifrables pues no se podía concentrar. Ross apagó la vela en su mesita de luz y se giró hacia Demelza, su cuerpo dorado resplandeciente ardiendo junto a ella.

"¿Lees algo interesante?" – dijo casi en su oído. Todos los vellos de su cuerpo se pusieron de punta al sentir su aliento tan cerca. La atmósfera entre ellos era distinta esa noche, Demelza lo sentía en el palpitar rápido de su corazón, en la humedad y anhelo entre sus piernas.

"Muy." – respondió sin quitar los ojos del libro. Ross acercó su cabeza un poco más, para ver que leía.

"¿Milton? No sabía que te gustara tanto."

"Lo encontré en la biblioteca. De seguro pertenecía a tu madre."

"Porque nosotros los mineros somos muy brutos para apreciar la poesía." – Demelza giró su rostro para mirarlo un instante, pero él estaba tan cerca que sus narices casi se tocaron y volvió sus ojos al libro. – "Tienes razón, era de mi madre." Eso había supuesto, ni a él ni al señor Joshua los imaginaba leyendo poesía. Pero luego…

"Ahora, la brillante estrella de la mañana, el presagio del día,

Viene bailando de Oriente y la acompaña

El florecido mayo, que desde su regazo verde arroja

La prímula amarilla y la prímula pálida.

Salve, generoso mayo, que inspiras

¡Alegría y juventud y cálido deseo!

...No me acuerdo del resto."

"¡Oh!" Demelza suspiró sorprendida. "¿Lo leíste?"

"En la escuela. Nos hacían memorizar poemas. Supongo que creían que nos serían útiles a la hora de conquistar damas bellas."

Demelza giró el rostro de vuelta, y esta vez él no desaprovechó la oportunidad de plantar un beso en sus labios.

"Veo que no se equivocaban. Que descanses, mi niña hermosa." – dijo dando otro beso que Demelza reciprocó y volvió a su lado de la cama a apoyar su cabeza en la almohada, su pecho masculino al descubierto para que ella contemplara.

Demelza se mojó los labios intentando saborear el rastro de su sabor en ellos. Pronto Ross estuvo dormido. Trabajaba mucho últimamente y volvía a casa cansado y perseguido por la presión de sacar la mina adelante. Apagó la vela, y dejó su libro sobre la mesita de noche. Ahora solo el fuego de la chimenea los alumbraba, pero era suficiente para que ella contemplara cada centímetro de su cuerpo. Aún sentía deseo vibrar dentro de ella…

Algo lo había despertado a mitad de la noche. No sabía si fue un ruido o si sintió algo moverse. O si una brisa lo había rozado pues su cuerpo estaba destapado. También sus piernas. ¿Adónde estaban las sábanas? Al girar su cabeza para mirar a Demelza casi se quedó sin aliento. Ella también estaba destapada.

De espaldas, las rodillas en el aire con los pies sobre el colchón, frotando entre los muslos con una mano arriba y abajo. Tenía los ojos cerrados, no podía darse cuenta si estaba dormida o despierta. Ross se sentó un poco mejor en la cama. El material sedoso de uno de sus nuevos camisones se pegaba a sus curvas, sus pezones rosados presionaban hacia arriba contra la tela. Su cabello cobrizo fluía sobre las almohadas blancas debajo de su cabeza, haciéndola parecer una diosa de un poema de Milton.

Si lo había excitado esa noche, eso no era nada comparado con cómo se sentía al verla en una posición tan impactante. Su miembro se hinchó tan rápido que se sintió mareado, como si toda la sangre de su cuerpo se hubiera precipitado a ese órgano y lo hubiera convertido en acero.

Moviéndose silenciosamente, había corrido las sábanas que aún colgaban de sus rodillas, revisando rápidamente el fuego, que afortunadamente todavía estaba ardiendo, y casi sin respirar mientras se acercó cada vez más a su lado de la cama. Con los ojos cerrados, sus gemidos entrecortados llenando el aire, era obvio que ella no estaba al tanto de lo que estaba haciendo y que él podía escucharla, convirtiéndolo en un espía no deseado... pero ni tirado por caballos salvajes podrían haberlo arrancado de allí, y así la observó en un dificultoso silencio durante unos minutos.

Pero luego ella gimió su nombre... estaba soñando con él y Ross no pudo soportarlo más.

Había comenzado como un sueño. Después de quedarse dormida junto al glorioso cuerpo de su marido. Soñó con él besándola, tocándola, haciéndole el amor. Soñó que el cuidado de todos esos días era porque la amaba. Anhelaba tenerlo dentro de ella. El ansia en su centro femenino era demasiado. Y mientras dormía había comenzado a tocarse para aliviar la presión en esa zona sensible. En algún momento se había despertado o todavía estaba soñando, no lo sabía. Todo lo que sabía era que estaba en la cúspide del clímax cuando abrió sus ojos y él estaba allí, como lo había sentido en su sueño.

Ross envolvió sus dedos alrededor de su muñeca, suave pero firmemente, y apartó su mano de la unión de sus piernas. Los ojos de Demelza se abrieron de par en par, aterrorizados, y sus labios se abrieron como si fuera a gritar... pero solo tomó aire y quedó congelada cuando sus ojos se encontraron con los de él.

En lugar de gritar, su aliento salió en un chillido ahogado mientras juntaba las rodillas y trataba de alejarse de él. Divertido y sintiéndose un poco culpable por haberla asustado, Ross mantuvo el suave agarre en su muñeca. Demelza jadeó mientras se acomodaba contra la cama, dándose cuenta de que su sueño no era un sueño en absoluto. Había sido atrapada en medio de un acto íntimo y ahora no podía liberarse de su contacto.

"¿Qué - qué estás haciendo?" - susurró ella todavía confundida, causándole gracia de nuevo ahora que el miedo se había desvanecido de su mirada. Sus mejillas estaban rosadas de furia, sus ojos brillaban con vergüenza y excitación, y sus pechos se subían y bajaban, los pezones frotándose contra la tela sedosa de su camisón.

Sus ojos se abrieron y se quedó sin aliento cuando se dio cuenta de la posición vulnerable en la que se encontraba. La postura erótica.

Sí, a pesar de su confusión, de su vacilación por temor a ser herida de nuevo, ciertamente todavía sentía deseo por él. Al igual que él por ella. Notar su respuesta lo enterneció un poco. Algo la había mantenido alejada de él, pero no quería que fuera así. Quería renovar su relación y tener lo que habían compartido antes.

"Ross..." Su voz salió entrecortada cuando se inclinó sobre ella, su cuerpo se tensó con anticipación mientras sus labios rozaban muy suavemente su sien... su mejilla... ella inclinó la cabeza hacia arriba, ofreciendo sus labios, pero él se apartó. Era una tortura, pero la quería completamente despierta, quería que ella lo deseara plenamente consciente. Sin besos hasta que ella diera su consentimiento.

"Sí, cariño. Estoy aquí." - murmuró, levantando la mano para acariciar su mejilla. Las pestañas de Demelza se agitaron. Su mano libre empujó contra su pecho, y Ross permitió que ella lo apartara, dándole más espacio mientras se sentaba, aunque mantuvo su otra mano presionada junto a su cabeza sobre la almohada, cosa que requería para recostarse parcialmente junto a su cuerpo... pero sin inclinarse sobre ella de la forma en que lo había hecho antes. Con su mano todavía en su pecho, ella lo fulminó con la mirada, pero él aún podía ver el deseo hirviendo a fuego lento en sus ojos color mar.

"Un caballero habría captado la indirecta si la dama no está dispuesta." - dijo ella, acusadora.

Una lenta sonrisa se deslizó por sus labios, deliberadamente exasperante. "A estas alturas ya deberías saberlo. No soy un caballero." Luego dejó que su sonrisa se desvaneciera. "Y no te creo cuando dices que no estás dispuesta."

Tener sus manos sobre ella, después de semanas sin él, estaba causando que sus sentidos se descontrolaran mientras la recorrían miles de sensaciones. La voz de Ross era tranquila, a pesar de la dura vara de su polla clavándose en su costado mientras colocaba la palma de la mano en su mejilla caliente y colorada. Siempre tenía tanto control en el dormitorio, al menos hasta que se enterraba dentro de ella; sólo entonces se permitiría soltar las riendas de su autocontrol y liberar todos sus demonios sobre ella. Demelza suspiró ante los recuerdos mientras su mano la acariciaba a través de la tela de su camisón, su cuerpo palpitaba y estaba listo para recibir más de sus atenciones.

Si bien todavía había una voz cautelosa en la parte posterior de su cabeza tratando de recordarle que fuera sensata y que se protegiera, estaba siendo ahogada por su creciente excitación, y las semanas de soledad sin sus caricias en su cuerpo. Era una locura que solo conduciría a la devastación, pero ¡oh, qué glorioso sería el viaje antes de caer en el sufrimiento!

La oscura sonrisa que recibió en respuesta envió un escalofrío por su espalda. "Oh, cariño… quiero estar contigo. ¿Me dejarás? ¿No me deseas a mí también?" - murmuró en su cabello, dejando caer besos a lo largo de su frente.

Ella estaba tan caliente, tan excitada, Ross sabía que tenía que aliviar el dolor en su cuerpo antes de que pudieran curarse realmente. Lo cual, dicho sea de paso, también aliviaría el dolor de su propio cuerpo.

La acarició con una mano, deslizando los labios sobre su cuello mientras ella se estremecía en sus brazos. "Demelza ... déjame mostrarte cuánto te he extrañado."

"Oh..." Ella jadeó cuando sus dientes rasparon su clavícula, su lengua lamió su piel. "Sí... Ross, sí." - asintió frenéticamente. Ese fue todo el estímulo que Ross requirió.

Ross levantó a Demelza en sus brazos y la apoyó de espaldas en la cama. Sus ojos estaban prácticamente vidriosos de deseo mientras lo veía tirar las mantas que quedaban en la cama al piso. Sus manos se deslizaron hacia arriba y hacia abajo por su cuerpo. Ross no estaba seguro de que ella fuera consciente de cómo se tocaba a sí misma, esperándolo.

Extendió el brazo para tomar su mano. "Extrañaba tus manos. Estos astutos dedos." Besó su palma y la yema de cada dedo antes de moverse hacia arriba. "Esta muñeca. Estos elegantes brazos. Este cautivador codo."

Demelza lo miró parpadeando, aturdida por el estímulo, pero aun comprendiendo sus bromas más juguetonas. "Mis codos no son cautivadores."

"Por supuesto que lo son." - dijo alegremente, poniéndose de rodillas para poder inclinarse sobre ella. "Aunque, los prefiero descubiertos para poder admirarlos."

Agarrando el dobladillo de su camisón, la ayudó a pasarlo por la cabeza. Mientras ella se recostaba, él la tomó por el tobillo y se llevó su delicado pie a la boca, dándole el mismo trato que le había dado a su mano. "Extrañaba tus deditos. Tus pies. Tus tobillos."

Cuando sus labios llegaron a su rodilla, ella soltó una risita jadeante, como si le hubiera dado un cosquilleo. Colocando su pie en el colchón, se arrodilló entre sus piernas, admirando la vista de Demelza recostada contra las almohadas, completamente desnuda, con su pubis abierto y lista para él, los pezones rosados sobre sus montículos cremosos.

"Abre las piernas, cariño." - dijo en voz baja, pero con autoridad. "También he echado de menos verte así."

Un rubor caliente viajó desde sus mejillas hasta su cuello mientras ella abría las piernas para él, luciendo casi tímida. Nunca se había sentido del todo cómoda exponiéndose tan completamente, pero parecía que el tiempo que habían pasado separados la había hecho sentir aún más insegura al hacerlo. La lenta separación de sus piernas hizo que los movimientos fueran más seductores, más tentadores, mientras las colocaba en la posición amplia que sabía él prefería.

"Brazos por encima de tu cabeza." - ronroneó, sus manos iban acariciando su muslo mientras ella se colocaba a su gusto. "Agárrate de la cabecera."

Estaba completamente abierta para él ahora, su aliento convirtiéndose en calientes jadeos, las montañas de sus pechos temblaban. Entre sus muslos cremosos, la carne rosada y húmeda de su coño, rodeada de rizos de color cobrizo, lo llamaba. Su clítoris hinchado se asomó ante él, como si la pequeña protuberancia lo invitara a ir a jugar. Ella era una diosa y una tentación, un dulce regalo para que él la devorara, y su sueño hecho realidad.

Parte de ella se preguntaba qué diablos estaba haciendo, por qué estaba permitiendo que esto sucediera...

Una parte muy pequeña, que rápidamente fue ahogada por la furiosa necesidad de su cuerpo y el anhelo de su corazón. El problema de negarse a sí misma esto era que, en el fondo, lo quería. Lo había deseado todo el tiempo que habían estado separados, sin importar cuánto hubiera tratado de sofocar sus sentimientos y aplastar sus emociones.

Si bien pudo haber logrado apagar los fuegos, sus emociones aún chisporroteaban, listas para revivir, y las simples palabras de Ross rompieron sus defensas y volvieron a encender las brasas con toda la habilidad de un herrero y su fuelle. Él estaba aquí, imponente y convincente, y ella no pudo resistirse. No quiso.

"¡OH!" Su cuerpo entero sufrió un espasmo cuando él se inclinó para plantar un beso en sus labios privados, su lengua se movió rápidamente para lamer su clítoris hinchado. Sintió que las lágrimas se acumulaban en la esquina de sus ojos mientras su cuerpo respondía con intenso placer al sedoso contacto. "¡Ross, por favor!"

"Buena niña." - dijo, canturreando las palabras mientras sus manos se deslizaban por la parte interna de los muslos hasta sus labios, separándolos para que pudiera sentir el aire de la habitación flotando sobre su piel sensible. "Mi niña hermosa, dulce y sensual... Eres una sirena."

Ella gimió cuando su pulgar rozó su centro, deslizándose sobre su clítoris mientras sus labios le daban pequeños besos sobre sus piernas, provocándola sin llegar a darle satisfacción, y apretó sus dedos alrededor de la cabecera mientras luchaba contra el impulso de estirarse y tocarse.

"¡Por favor, Ross, deja de atormentarme!" - suplicó, retorciéndose para él mientras bombeaba su pulgar dentro y fuera de ella. "¡Acabas de decir que quieres estar conmigo!"

"Muy bien" - dijo Ross, deslizando su pulgar hacia afuera y colocándose sobre ella. Sus ojos oscuros estaban ardientes por la necesidad, devorando el espectáculo de su esposa mientras su polla se alineaba con su coño, empujando en el lugar que su pulgar acababa de ocupar. Ella se arqueó, tratando de acomodar esa punta burlona, su interior revoloteando con la necesidad de ser satisfecha. Ross se inclinó sobre ella, sus manos se apoyaron a ambos lados de su cabeza, oliendo el dulce aroma almizclado de su excitación como perfume en el aire.

"Dime que me extrañaste, cariño."

"Te extrañé."

La aflicción en su voz fue superada solo por la aflicción en su cuerpo, la necesidad atravesándola por completo... y luego sus caderas empujaron hacia adelante, su polla la abrió y Demelza gimió mientras él llenaba el vacío dentro de ella. Se sentía tan grande, tan caliente, estirándola bruscamente después de semanas de abstinencia, y se sentía muy, muy bien.

Tan bien.

Cuando sus manos agarraron sus muñecas, inmovilizándolas a ambos lados de su cabeza, se dio cuenta de que había estado estirando la mano para tocarlo. Tenía tantas ganas de hacerlo, pero al mismo tiempo también quería que él la sostuviera en su lugar, manteniéndola bajo su control, y provocó que una oleada de éxtasis la recorriera. Ya había estado al borde del orgasmo, ahora se sentía como si estuviera atravesada por una agonía aguda que la hacía querer gritar con su urgencia insatisfecha.

Entonces Ross comenzó a moverse.

Empujó con fuerza. Rápido.

"¡Judas! ¡Por favor, Ross, necesito venirme!"

Su voz era un gruñido mientras respondía. "Vente, mi niña, ven para mí."

Demelza gritó cuando su tan esperado orgasmo la capturó, haciéndola retorcerse bajo su cuerpo duro, sus músculos internos pulsando con el ritmo de sus embestidas. Sus pezones se frotaron contra su pecho mientras él se movía, raspados por el vello de su cuerpo macizo, sus piernas se movieron para abrazarlo mientras se estremecía con el dulce placer. Se sentía tan bien encima de ella, moviéndose con tanta fuerza dentro de ella, llenándola. El calor la quemó desde adentro, enviando ola tras ola de delicioso placer recorriéndola, satisfaciendo la necesidad que él había inducido tan hábilmente.

Ross bajó su boca hacia la de ella, tomando sus labios con un beso lento y narcótico mientras reducía la velocidad de sus embestidas, disminuyendo su ritmo para tomarse su tiempo. Ella gimió mientras se estremecía a su alrededor, su cuerpo se sentía especialmente sensible cuando su clímax se asentó, dejándola sintiéndose mayormente saciada… aunque todavía excitada mientras Ross se movía dentro de ella, besándola como si quisiera beberla. Las manos en sus muñecas se suavizaron y se deslizaron, el ritmo de sus movimientos se volvió más tierno mientras él acariciaba sus pechos y le permitía estirar la mano y entrelazar sus dedos en su cabello.

Fue un momento de dulzura casi pura que traspasó directamente su corazón, y Demelza se encontró deseando que pudiera ser así siempre. Tan pronto como se dio cuenta de lo que estaba pensando, comenzó a empujarlo, sus piernas cayeron para abrirse de nuevo en lugar de tratar de aferrarse a él.

Ella se separó del beso.

"No me digas que ya has perdido la energía, esposo." - dijo, tratando de ser coqueta, intentando esconder su inquietud detrás del coqueteo, sin querer que él viera cómo la afectaba su amor. O su falta de. Con el éxtasis del placer retrocediendo, estaba volviendo a recuperar sus cabales.

Si bien no quería que se detuviera, si bien quería asegurarse de que él también encontrara su satisfacción, también se acordó de la necesidad de proteger su corazón. Quizás él también estaba apegado a ella, pero ella no debería leer más en su afecto y lujuria de lo que había allí realmente.

Tomaría esta noche y el futuro con el que se había contentado... pero no quería fingir que esta noche era otra cosa más que lujuria, pasión y la larga ausencia de la compañía del otro.

Pegando una sonrisa en su rostro, ella se arqueó debajo de él, sus dedos acariciando el cabello en la base de su cuello donde sabía que él era particularmente sensible. "¿Has perdido resistencia, que te mueves tan lentamente?"

"Atrevida." - le gruñó Ross.

Deslizándose de su cuerpo, la volteó tan rápido que la dejó sin aliento, poniéndola sobre manos y rodillas ante él. A Demelza le encantaba la forma en que él siempre la manejaba con tanta facilidad, como si no pesara más que una pluma, mostrándole todas las diferentes formas en que podían estar juntos. Ella gimió de nuevo cuando la embistió por detrás, fuerte y rápido.

Si hubiera pensado que la nueva posición, algo más ruda que antes, disiparía la sensación de creciente intimidad entre ellos, se había equivocado. Él se movía dentro de ella, llenándola, mientras se inclinaba sobre su espalda, ahuecando sus pechos con las manos y amasándolos, y cada caricia encendía su piel. No importaba que ella ya no pudiera ver su expresión, que él ya no la tocara con tanta ternura, su presencia la abrumaba e incluso cuando le pellizcaba los pezones con dureza, prácticamente podía sentir el placer que él también sentía y eso la afectaba profundamente.

No, ya no podía tocarlo, envolverlo con sus brazos… pero aún quería hacerlo.

No, no estaba besando su boca, pero de sus labios aún nacían besos que caían sobre su nuca, la parte posterior de sus hombros y su espalda mientras la tomaba por detrás.

No, sus movimientos ya no eran tan lentos o tiernos... pero todavía la llenaba, todavía la tocaba como si no pudiera tener suficiente de ella, todavía se apretaba contra su cuerpo como si no pudiera soportar que hubiera espacio entre ellos.

Y ella se apretaba contra él, amando la sensación de tenerlo rodeándola, llenándola, exprimiendo tanto dolor como placer de su cuerpo. Sus fuertes embestidas ya la estaban empujando hacia otro orgasmo, el dolor y el placer de sus manos en sus pechos y pezones se sumaban a su creciente ardor. Demelza estaba indefensa debajo suyo, retorciéndose sobre manos y rodillas mientras un creciente éxtasis la envolvía.

Un calor sedoso quemó a Ross cuando se estrelló contra su trasero, la suave piel de sus mejillas calentando su vientre. Estaba tan dócil y estrecha, sus suaves gemidos lo urgían a seguir adelante mientras la follaba con locura. Esta siempre había sido una posición favorita de ambos, ya que le permitía tocarla sin estorbos.

Torciendo sus pezones con brusquedad, gimió cuando su vaina se apretó alrededor de su miembro en respuesta, masajeando su extasiada longitud. Ya se sentía como si sus bolas estuvieran a punto de estallar, pero estaba conteniendo su propio clímax por pura fuerza de voluntad mientras la llevaba hacia el segundo. Ella ya estaba cerca. Lo sabía por el temblor de su cuerpo, el rubor rosado de su piel, la tensión de sus músculos internos y el cambio en su respiración. Ross se inclinó un poco hacia atrás, moviendo una mano desde su pecho hasta la parte superior de su pubis, sonriendo mientras ella soltaba un grito cuando sus dedos se deslizaron hacia su cremosa hendidura y presionaron contra el capullo hinchado que estaba allí.

"Otra vez." - ordenó. "Ven para mí de nuevo."

La parte superior del cuerpo de Demelza se derrumbó bajo la apasionada embestida, y comenzó a sollozar en éxtasis cuando los dedos de Ross trazaron círculos y masajearon la pequeña e hinchada protuberancia de su clítoris. Su coño sufrió un espasmo alrededor de su miembro, chupando su polla, y él soltó su propio grito de placer mientras soltaba su semilla dentro de su hermosa esposa.

"Oh..." El suave y pequeño suspiro de satisfacción de Demelza hizo que su corazón se sintiera ligero mientras ella se deslizaba sobre su estómago, dejando que él se encargara del desorden que habían hecho.

Ross siempre había insistido en atenderla, permitiéndole sumergirse en la dicha poscoital. En cuanto a sí mismo, descubrió que cuidarla extendía su sensación de satisfacción en lugar de interrumpirla. Disfrutaba de humedecer un paño y atender las secuelas de su unión. Con Demelza relajada, entremezclaba pinceladas del paño húmedo con besos en su piel desnuda y pequeñas e íntimas caricias porque no soportaba no tocarla.

Era tan hermosa, tan suave como la seda… y toda suya.

"¿Vas a intentar castigarme ahora?" - preguntó él mientras dejaba la tela a un lado. La piel de su espalda brillaba húmeda a la luz de las velas antes de que se volviera hacia él. La suavidad de sus pechos y vientre, la flexibilidad de sus miembros sueltos, lo llamaron, y Ross se acostó a su lado, frente a ella, para poder tocar toda esa deliciosa suavidad.

Demelza se rió con pesar. "Quizás debería" - respondió, su voz era un murmullo sensual. "No me di cuenta de que estabas tan ansioso por probar una muestra de tu propia medicina."

"Sé que me lo merezco... siempre puedes intentarlo. Y no tengas preocupes, yo no lo volveré a hacer... mientras no te pongas en peligro y me digas dónde estás." Dijo, medio en broma, medio en advertencia. "De lo contrario, te tendré como una princesa encerrada en una habitación, atada a mi cama e incapaz de escapar jamás."

Ella se rio de nuevo, pero había algo en su expresión, casi como un anhelo, que Ross no llegaba a comprender. Inclinándose hacia adelante, lo besó suavemente en los labios, suspirando contra su boca mientras su mano acariciaba su cadera, atrayéndola hacia él. No importaba que ya no estuviera excitado, solo deseaba que su cuerpo se acurrucara contra el suyo, y como ella ni siquiera intentó alejarse parecía que sentía lo mismo.

Sus dedos se arrastraron por el vello de su pecho mientras apartaba los labios del beso, tirando muy ligeramente de los mechones de una manera agradable que habría despertado su libido si no estuviera ya tan felizmente saciado.

"¿Y cuando te canses de mí?" - preguntó, burlonamente, aunque había algo serio en sus palabras. "¿Me dejarás libre?"

"No, porque nunca me cansaré de ti." dijo, inclinándose para besarla de nuevo y deteniéndose cuando la vio poner los ojos en blanco. Ross frunció el ceño. Solo estaban bromeando, pero, aun así, no le gustaba ver esa respuesta. ¿Pensaba que solo estaba haciéndose el gracioso? O, peor aún, ¿Desdeñaba ella una declaración tan ardiente de su parte? "¿Me estás poniendo los ojos en blanco? ¿No me crees?" - También se preguntó en silencio: ¿no está satisfecha? ¿Qué más podía darle?

"Creo que hombres como tú dicen muchas cosas maravillosamente románticas para apaciguar a sus mujeres." - dijo Demelza. El leve tono sobrio de su voz todavía estaba allí, y ahora, cuando realmente la miró, pudo ver que su sonrisa no llegaba a sus ojos.

Algo estaba mal.

A pesar de que estaba acurrucada en sus brazos, a pesar de que no lo había echado de vuelta de su habitación después de aquella noche, de alguna manera todavía estaba ocultándole algo, reservándose algo. Algo había cambiado entre ellos y no le gustaba ni un poco. Especialmente no le gustaba escucharla hablar de que él se cansaría de ella en algún momento, porque Ross estaba comenzando a entender que eso nunca sucedería.

Fin del Capítulo 32