Capítulo 32: Caos y beicon
Ya no había sol en el cielo y la ciudad oscurecía. Los naranjas se volvían rosados y después los violetas anunciaban los azules, los negros claros. Phil y la masa de soldados levantaron la vista. Frente a ellos estaba Petia: enorme y oscura. Inerte. La mazoku gigante era ahora una montaña en medio del mercado. Su cima crujía al contacto con el aire y el viento la deshilachaba en grises cachos. Abajo, junto a las espadas, su tallo seguía siendo negro pastoso y su cuerpo se erguía alto, oscuro.
Philionel tragó un suspiro y llamó a sus hombres.
-¡Soldados! -les gritó- ¿Estáis todos bien?
-Si.
-¡Si, señor!
-No... -se oyó flojito, a lo lejos.
-¡Muy bien! Los que estéis de una pieza, comprobad cómo ha quedado el resto. ¡Llamad a los magos! ¡Ayudad a los heridos!
Una fila de soldados se cuadró y Phil los observó marchar. Sus pasos se desparramaron por las calles mientras marchaban a izquierda y derecha. De pronto, su mirada captó una capa oscura, sus oídos una risa sonora.
-Juraría que… No. Imposible.
...
La escena humeaba que daba gusto y Lina arrugó la nariz, molesta. No era así cómo iba, ¿verdad? En los cuentos de hadas los bosques florecían de verde cuando se derrotaba a los malos. El sol salía a saludar entre montañas y todo eran perdices, sonrisas pícaras y miradas cómplices.
En Saillune nada era así. Los muertos seguían tumbados en el suelo, el humo seguía manchando el cielo. Como melodía, se oían los lamentos de los heridos y la tierra crujir al enfriarse de nuevo.
Al rato, unos pasos conocidos se unieron a la sinfonía. Lina notó la presencia del mercenario a su derecha, su sonrisa nerviosa al hablar:
-Bueno, ya está, ¿no?
-Eso parece -contestó la chica.
El viento sacudía sus melenas, mezclaba el rojo con el rubio. La vista resultaba imponente y, como en una telenovela ñoña, el humo hacía nevar la ceniza sobre sus cabezas. Habría sido un cierre perfecto. Un final épico en donde los héroes se miran al unísono y una cortinilla cierra el plano. Podría haber sido todo eso y mucho más pero, por desgracia, había un Gourry en el escenario.
-Pero... no sé. ¿Cómo es que ha funcionado?
Lina lo miraba, incrédula:
-¿Quieres que te explique TU plan?
-Hey, mi plan era sencillo: cambiar las espadas y atacar por sorpresa. Teníamos dos armas y era evidente que no podías empuñar una.
-Discrepo -contestó la hechicera.
-Bueno, podías empuñarla, pero al rato te olvidabas de ella.
Lina lanzó un gruñido de protesta y Gourry siguió con la historia.
-Por eso pensé en hacer un trueque y ver qué tal salía. Eso funcionó genial, estupendo. Es después donde me pierdo. Al final ¿la mató tu conjuro o esa otra daga brillante?
-A ver, ¿por dónde empiezo? -dijo ella entre suspiros- Para ser sinceros ni yo misma lo tengo claro. Creo que fueron ambas. Petia era poderosa, pero para ser una hija de Shabranigudu, sus ataques no eran nada comparados con los de los otros Amos Oscuros. ¿Recuerdas cómo Phibrizzo mataba con chasquear los dedos? No. Qué pregunta la mía. Claro que no lo recuerdas.
-Ni un poquito -contestó él.
-La cuestión, Gourry, es que parece que aún no había despertado del todo. Sus hechizos eran rápidos al luchar con Xellos y lentos después de invocar la niebla. Parecía... no sé, errática. A veces retorcía su cuerpo para esquivar los ataques y, otras, los veía venir sin apartarse. Dejó que el Ra Tilt le diera de lleno y jugaba a la guerra con Xellos, pero, a la vez, esquivaba mis Drags Slaves.
-Si. Pasaba lo mismo con mi Espada de Luz.
-Justo. Además, tampoco me dejaba tiempo para la Espada Ragna.
-Luego estaba esa maldita daga brillante. -continuó la hechicera- Esa sigue siendo un puñetero misterio, pero ,bueno, desde que está acuchillando a Petia ya no se me olvida. No sé si es tan poderosa como la Espada de Luz. Lo que sí tengo claro es que sirve para cancelar la magia. Por eso funcionó tan bien el Drag Slave.
-Ajá -añadió el mercenario- Creo que ya lo pillo.
Pese a sus palabras, su cara reflejaba una gran masa de confusión. Era evidente que no lo pillaba.
-¡Serás denso! -gritó ella- ¡La espada canceló a Petia y evitó que esquivara los ataques! Le dieron de lleno y ¡puf! Se convirtió en chocapic.
-Ah, vale, vale.
Lina suspiró de nuevo. Tratar con ese imbécil agotaba a cualquiera. Es más, ya notaba cómo se le venía un enorme dolor de cabeza encima. A su lado, Gourry seguía encerrado en ese cerebro de medusa. La hechicera podía notar sus engranajes chirriar en su mente, atascados en una pregunta:
-Y… ¿qué harás ahora?
Hubo una pequeña pausa, un silencio incómodo. Al final, ella se encogió de hombros.
-No lo sé -dijo por fin- Creo que me debías algo, ¿no? ¿10 cenas?
-¿De verdad?
-Bueno, creo que en realidad eran 15.
Él no se molestó en corregirla. Sonrió de oreja a oreja y dijo:
-Las que quieras.
La hechicera le devolvió la sonrisa y, después, se revolvió incómoda.
-¿Gourry? -empezó- Siento lo que te dije en aquella cabaña. Yo...
-Esta bien -la cortó él- No tenemos por qué hablarlo aquí. Ahora mismo me basta con que estés aquí, conmigo.
Abrió los brazos con delicadeza y Lina se dejó abrazar. Había gente. Mucha gente. Pero, por una vez, no le importó en absoluto.
...
En lo alto de unas ruinas, Naga miraba la plaza del mercado. Su capa oscura ondeaba y el viento mordía sus hombros desnudos. Se había quedado lo justo para comprobar que nada más se torcía. Así, había sido también testigo del pasteloso abrazo de Lina con ese muchacho rubio. La hechicera chasqueó la lengua en disgusto.
-¡Maldita Lina! ¡Ese caramelito era mío!
Ella torció el gesto un segundo antes de encogerse de hombros. Y es que, ¿qué mazokus? No era todo tan malo. Había más caramelitos en el mundo y, además, la familia real estaba a salvo.
Por si acaso, la hechicera lanzó una última mirada. Se aseguró de nuevo. Bajó la vista a la calle y vio a Amelia apretada al cuerpo de ese chico quimera. Sonrió. ¡Vaya con su hermanita! Se le escapó una carcajada. Su risa estridente llenó la calle, los edificios. Cuando se quedó a gusto, buscó a Phil y ¡joder! vio sus ojos fijos en el lugar donde se encontraba ella.
-Mierda, mierda -siseó por lo bajo.
Naga se agachó entre los cascotes y comenzó su descenso. Su cuerpo delgado se escurría entre las ruinas de los edificios. Silencioso. Sin hacer ruido.
-Oye... -dijo alguien a su espalda.
Era aquel muchacho del pelo violeta, el de la mirada traviesa y los ojos cerrados.
-¡Joder! ¡Qué susto!
-¿Ya te vas?
-Si. -murmuró ella- Tengo prisa.
-Qué pena. Creo que Amelia se alegraría mucho de verte.
Naga se quedó helada en el sitio. El mazoku sonreía de forma inocente y, a la vez, malvada.
-¿Cómo…? ¿Quién eres?
-Eso, -contestó él, llevándose un dedo a los labios- es un secreto.
Él sonrió y ella rompió en una carcajada estridente.
-¡HO HO HO! ¿En serio? Bueno no es que me importe mucho. Es más, ese halo de misterio resulta hasta curioso. Me gusta. ¿Te vienes a por unos tragos?
-Perdona, ¿qué?
-¿Qué pasa? ¿Tienes algo mejor que hacer?
Xellos pensó la pregunta un momento. La verdad es que tenía mucho que hacer. Su madre esperaba su reporte en el plano astral y, también había cierta dragona por ahí a la que molestar. El monje coqueteó con la idea de chinchar a Philia y recordó, de pronto, que tenía otra conversación pendiente con la señora de las bestias. Tenía que preguntarle sobre esa extraña charla que había tenido con Lina, aquella sobre las desgracias del mundo centrándose en su persona, en su grupo de amigos. ¿Cómo era que todas las grandes aventuras hacían cola para encontrarla? ¿Cómo podía ser que él siempre acabara arrastrado en esos sin sentidos? Sus pensamientos se agitaron de nuevo, excitados ante la idea de un nuevo misterio.
Al final, el demonio chasqueó la lengua y abandonó la idea de bebidas alcohólicas.
-Es una lástima, -contestó- pero tengo planes.
-¡Cómo quieras!
Naga le guiñó un ojo al monje y, después, fue tragada por las ruinas.
-¡Hey! ¡Señor misterioso! -se oyó ya a lo lejos- Si luego cambias de opinión: búscame donde el alcohol esté más barato.
...
Más abajo, entre los cascotes del mercado, una princesa seguía pegada a una quimera. El megido flare hacía tiempo que se había consumido y Zel temblaba. Los restos del caos seguían surcando su cuerpo y sus demonios estaban despiertos, a la espera.
-Se acabó. -dijo con voz queda.
-Si. -respondió ella.
Ambos dejaron escapar un suspiro. Sus brazos seguían entrelazados, juntos. Al rato, la Zelgadis notó un pequeño tirón de sus ropas: Amelia reclamaba su atención y señalaba con disimulo a su derecha.
-Mira a esos dos.
Él siguió la dirección de su mirada y encontró a Lina y Gourry apretados en un fuerte abrazo, medio fundidos.
-¡Vaya! ¿Eso significa que su relación ya no es un secreto?
-Eso parece -contestó la princesa- Y menos mal. Se les daba fatal disimularlo.
-Ui, si. Terrible -añadió la quimera.
La escena quedó en silencio unos momentos mientras las preguntas bullían en ambas cabezas. Amelia quería preguntar tantas cosas… la conversación que habían mantenido en su cuarto aun zumbaba en sus orejas. Quería saber sobre su cuerpo; sobre sus pérdidas de control; sobre sus demonios; sobre todo, quería saber sobre la posibilidad de un futuro juntos. Quería saberlo todo y, a la vez, no se atrevía a despegar los labios.
-Venga -la animó él- quieres preguntarme algo, ¿verdad? Pregunta.
-Es sólo que… bueno. Me preguntaba qué harías ahora que todo ha acabado.
Ella esquivó su mirada. Se retorció el pelo. Él, por su parte, calló un momento. El silencio se posó despacio en su conversación y, cuando Zel habló, lo hizo flojito, casi con temor a espantarlo.
-No lo sé, Ame. Estoy cansado. Y, si te soy sincero, también tengo miedo.
-¿Miedo? -preguntó la princesa.
-De esto -se señaló las manos. Se señaló entero- Te lo dije. Los achaques son cada vez más frecuentes. Perder el control es terrorífico y recuperalo, joder, recuperarlo es peor. No me acostumbro a volver en mí sin saber dónde estoy o… o lo que he hecho.
La última frase cayó densa y espesa. Zel apretó los puños y la princesa desvió un segundo la vista. Era cierto que sus ropas estaban manchadas. Salpicones rojos se mezclaban con los desgarrones, con la mugre y el barro. Amelia tragó saliva.
-No imagino cómo debe ser eso. Suena terrible y confuso. Suena… bueno, suena complicado. Pero, ¿sabes? Quizás pueda hacer algo.
-Amelia… -empezó a protestar él.
-No, escucha, Zelgadis. ¿Qué me dices del megido flare y la magia blanca? ¿No crees que eso ayudaría?
Él lo pensó unos instantes. El megido flare tenía la capacidad de purificar a los espíritus y calmar las emociones negativas. Era cierto que el hechizo le había devuelto sus sentidos pero, aún así, era un pequeño parche a sus problemas. No le devolvía sus emociones, ni hacía desaparecer ese cuerpo de roca.
-¿Quieres quedarte aquí? Podrías descansar una temporada, ayudarnos a levantar la ciudad de nuevo. Quizás...
-Ame -le cortó él- Por favor, no sigas. No creo que sea buena idea.
-Oh.
-Lo siento.
El silencio volvió a posarse entre ellos. Incómodo. Molesto.
-Creo que tengo que seguir investigando. Volver al camino. Rebuscar en bibliotecas y templos. Sí, podría quedarme aquí, pero ambos sabemos que el megido flare no me devolvería lo que estoy buscando. No arreglaría mis emociones ni me haría humano de nuevo. Sería rendirse y lo siento, pero creo que no sería justo para ninguno. Para ambos.
-Ya.
-Quiero estar contigo. Pero no así: sin notar más que la magia que sale de tus manos.
Ella esbozó una sonrisa triste y apretó un poco más su brazo. Él apenas sintió la presión en su piel, carente de calor o tacto.
-Lo entiendo -contestó ella, suave, flojito.
Se quedaron así unos instantes, mientras la ceniza volaba sobre el mercado y los soldados navegaban la calle. El aire estaba plagado de órdenes a medias voces, y en el ambiente flotaba un olor que era ácido, mezcla olor a tierra y sangre.
Zel observa el humo que ascendía en la noche y, entre sus parches, veía fragmentos de sus amigos. Vio a Pokota curar a Zangulus; a Sylphiel y Jeremías invocar resurrections. De fondo, sintió la mirada de Phil en su persona. La mirada escocía, le atravesaba. La quimera desvió la vista y empezó por fin a despegarse, a regañadientes, de su princesa.
-Bueno, -dijo mientras se incorporaba- Será mejor que echemos una mano con esos soldados.
Ayudó a Amelia a incorporarse y soltó también su brazo. Antes de marchar, añadió:
-Escucha, sobre lo de quedarme en Saillune… ¿te importa si no lo descartamos?
Ella alzó la mirada. Sus ojos se iluminaron.
-Me gustaría volver una vez me deshaga de esto -dijo mientras volvía a señalarse.
-Pero, ¿y si no lo consigues? -preguntó ella.
-Entonces volveré también. La idea del megido flare es mejor que nada. Además, echo de menos jugar contigo al ajedrez.
Ella asintió con suavidad y así, juntos, se unieron a las filas de magos y curanderos que se desperdigaban por el mercado.
...
Hubo un pequeño destello de luz en la calle y, después, una muchacha apareció en el lugar de la dragona.
-¡Así! Mucho mejor -susurró Philia.
Hubo un plop en la escena mientras ella sacudía sus ropas.
plop
-¡Hola!
-¡Ahhg!
El mazoku apareció a escasos centímetros de la cara de la dragona y ella dio un bote.
-¡Quita! ¡Quita!
-Así que quita, ¿eh? Pues no te quejabas tanto cuando te pegabas a mi en la batalla.
La dragona se giró, tensa como un resorte.
-¡¿Que yo me qué?! Agh ¡que asco! ¿Por qué me insultas de esa manera?
-Me hieres, Philia -dijo el demonio con sorna- Y yo que iba a ofrecerme a llevarte de vuelta a tu tienda.
-¡Qué amable! -contestó ella- ¿Seguro que puedes? ¿No tienes que pedir primero permiso a tu mami?
-¿Quieres que te lleve o no? -refunfuñó el mazoku.
-¿Ir contigo? ¡Ja! ¡Ni loca! Antes preferiría arrastrarme todo el camino de vuelta.
En ese momento, Xellos hizo un amago de reverencia. Una burla.
-Como desees, querida.
-¿Qué? Un momento, creo que...
plop
El sonido del mazoku a desaparecer la cortó a media frase y ella se quedó ahí plantada, llena de furia.
-¡Xellos! -rugió- ¡Vuelve aquí! ¡Aún no he acabado contigo!
...
La mañana siguiente amaneció tranquila. No había pulso que recorriera la ciudad y el sol ya no se escondía entre grises. Eso sí, la ciudad seguía hecha unos zorros. Los cascotes se acumulaban en las calles y había montones de ruinas en lugar de edificios. El hermano de Phil, Christopher, había sugerido llamarlo "hogares modernistas", pero la idea no acababa de cuajar en las mentes de los ciudadanos. Seguían preguntándose dónde estaban las puertas y por qué el suelo estaba lleno de partes de tejado.
Además del polvo y las ruinas, estaba el problema de los bandos. La aparición de Petia había parado las guerrillas, pero la situación seguía tirante, tensa. Lasca ya no estaba y los magos seguían recelosos de los pistoleros. Por su parte, los polvorientos no tenían a Sancho, pero seguían mirando con desconfianza a los hechiceros.
Saillune comenzaba a despertar y el aire se llenaba de palabras peligrosas. Se hablaba de "sindicatos" e "impuestos". Se hablaba de leyes terribles, multas. La ciudad era un hervidero de cotilleos y, a cuanto más subía el sol, más se alzaban los gritos. De pronto, alguien recordaba que Lina dormía en el castillo y las voces callaban un momento. A fin de cuentas, nadie estaba tan loco como para despertar a la Dra-mata.
En el lado oeste del castillo, Lina dormía tranquila, ajena a todo. El sol se colaba impaciente por su ventana y ella se revolvía. Por primera vez en mucho tiempo, dormía tranquila, sin brea ni miedo. Y tal era el gozo, que se negaba a romper el hechizo, a abrir los ojos.
-¿Gourry?
-¿Uhm? -respondió una voz en su oreja.
-Apaga el sol.
-Ugh, si, sí. Ya lo haré luego.
-¡Gourry!
Él se revolvió en la cama y dejó que su cerebro rumiara la conversación mientras su cuerpo despertaba. La luz del día llamaba y, poco a poco, empezó a salir del sueño. Notó el olor a beicon cosquilleando en su nariz, el sol pegando en su cara y una presencia cálida detrás, enredada en su cama.
Gourry suspiró. Ahora llegaba el momento en el que despertaba, en el que abría los ojos y notaba su cama vacía. El mercenario se giró despacio, preparado para notar las sábanas frías y el enorme hueco en ese lado de su cama.
Para su sorpresa, esta vez no estaba vacío. A su lado, había un bulto bajo las sábanas. Tenía el tamaño de un cuerpo humano pero, para ser sinceros, podía ser muchas cosas: podía ser una persona, un mazoku y hasta un jabalí asado. El chico notó su cabeza embotada, confusa.
El mercenario miró el bulto y este se removió. Después, lo sacudió con suavidad. El bulto lanzó un quejido agónico y peligroso. Definitivamente, no era un jabalí asado.
-Ahhhgg.
Él lo sacudió de nuevo.
-¡Gourry! Ya vale, ¿no? ¡Ya vale! ¡Estate quietecito!
-¿Lina?
-¡¿Quién si no, mendrugo?!
El mercenario se quedó quieto mientras sus neuronas arrancaban. Recordó el enorme demonio de fuego; la llegada de Lina; el plan de las espadas. Su sonrisa se ensanchaba conforme más recordaba.
-¡Lina! -gritó de pronto, echándosele encima.
Ella, con sus ojos cerrados, no vio venir el ataque.
-¡Agh! ¡Quita, Gourry! Me aplastas. ¡Quita!
Pero él la ignoraba, la abrazaba entre risas y besaba su pelo rojo, sus labios, su cuello, y otra vez sus labios.
La hechicera se resistió en un principio pero luego devolvió sus besos y enterró la mano en su pelo. Aspiró su aroma.
Los besos pasaron a las caricias mientras el sol ascendía y el olor a beicon se colaba en la escena.
-¿Lina? -llamó el chico.
-¿Uhm? -respondió ella.
-¿Quieres…?
Seguía encima de la hechicera y él la atrapaba en su abrazo. La mirada azul del mercenario se clavaba en sus ojos, afilada como la escarcha en invierno. Parecía a punto de decir algo importante, algo bonito. Cuando abrió la boca, dijo:
-¿Quieres bajar a desayunar? Tengo hambre.
Lina lanzó un suspiró. En otra ocasión le habría molestado pero, ¡joder! Qué bien olía ese beicon.
-Esta bien. Vamos a arrasar con esa panceta. Sal por la ventana, anda.
-¿Uh? ¿Por qué?
-¿Cómo qué por qué? Porque esto -dijo mientras se señalaba- sigue siendo un secreto.
El mercenario arrugó la mirada. Recordaba con toda claridad cómo ayer se había dejado abrazar en plena calle. Es más, recordaba también algún beso.
-Ya, Lina. No creo que…
-Mira, Gourry. Podemos hacerlo por las buenas o por las fireballs. -una sonrisa iba escalando por su cara. Era malvada, retorcida.
-Uhh… ¿por las buenas?
-Así me gusta. Buen chico.
Plantó un último beso en sus labios y, después le arregló con delicadeza el pelo.
-Nos vemos en el desayuno -dijo con dulzura.
-Esta bien. -contestó él, devolviéndole el beso- Te espero en la puerta en 15 minutos.
Ella asintió mientras lo veía marchar. El mercenario pasó una pierna por la ventana, después la otra. Por último se dejó caer con gracia al balcón de abajo. En ese momento, la sonrisa de la hechicera se hizo ancha, terrible.
Lina saltó de la cama y se calzó sus ropas fucsias, sus botas blancas. Después, corrió hacia la puerta y sus pasos resonaron mientras ella reía, corría más rápido. Torció la esquina y, de pronto….
-¡Mierda!
Gourry, estaba ahí, en la puerta.
-¿No habíamos quedado en 15 minutos?- dijo él, acalorado. Seguía en pijama, con el pelo alborotado.
Se notaba que había venido todo el camino corriendo. Además tenía los mofletes hinchados, como si escondiera algo, casi como si estuviera comiendo.
-Espera, ¿qué comes? ¿Qué es eso?
-¿Esto? -respondió él entre bocados- Beicon. Pero uy, ¡qué pena! Me temo que ya no queda.
-¡¿Cómo?!
-Era broma, Lina. Ni yo puedo zampar tan rápido.
Ella lo miró, desconfiada. Había visto las habilidades de Gourry en acción. Eran terroríficas.
-Venga, vamos dentro. -dijo con suavidad- Y, si quieres, hasta te concedo 10 minutos de ventaja antes de empezar a tragar.
Las pupilas de Lina se iluminaron. Era lo más bonito que le habían dicho en mucho tiempo.
-¿De verdad? -preguntó.
-De verdad. Pero, hey, déjame algo.
Ella sonrió. Echaba eso de menos: sus tiras y aflojas con Gourry; sus rutinas; sus batallas campales las comidas. Sus ojos se abrieron de gusto al entrar en el comedor. El mantel blanco estaba salpicado de platos de porcelana, de cuencos preñados de fruta. El olor del beicon cosquilleó en su paladar mientras su aroma se mezclaba con el ácido de las naranjas, las tortillas saladas y el sirope oscuro que bañaba las tortitas. Ella sonrió de nuevo. Tenía a Gourry a su lado y una cantidad ingente de comida en su plato. No había nada mejor en el mundo.
FIN
