Parpadeo.
No era secreto para el amo del crimen que su detective favorito le vigilaba de nuevo. Sabía que su reciente entrada era la misma táctica que en el tren. Un encuentro deseado, invasivo y sorpresivo, que le ayudaría a poner las cartas sobre la mesa.
Era posible que, finalmente, Sherlock hubiera decidido ser sincero con él. Pero, no importaba lo que fuera a decirle, lo escucharía.
Aunque por supuesto, cuando el detective se acercó a él, robó sus ojos con los suyos. Tal era el encanto, que se había percatado de algo: igual que un gato, el detective parpadeaba con lentitud.
Quizá, fueron sus propias inseguridades las que lo impulsaron, sin embargo, pensó en una travesura, que tendría uno de dos posibles efectos: demorar o acelerar el proceso.
Así que, se sincronizó con el parpadeo lento de los zafiros frente a él, para poder llevar a cabo su nuevo crimen, ejecutándolo con agilidad. Luego de eso, no se perdió la expresión en el rostro de su pareja y esperó su reacción.
