Hola a todos. Espero se estén cuidando.
Este año de pandemia ha sido muy difícil, para todo el mundo. Lamento haberles dejado tanto tiempo sin actualizar y pido disculpas. Agradezco a GABY, a GabrielaPérez2, a maria juan, por sus reviews.
Quiero que nos tomemos un minuto antes de empezar a leer para pensar en todos aquellos que hemos perdido.
Quiero que nos tomemos un momento para orar por The Ninja Sheep, para que pueda recuperarse pronto con el poder de nuestro cosmo, y que pasen a darle amorcito y reviews en Crossroads.
Recomendación musical: Maktub, de Natacha Atlas.
Sin más preámbulos,
XXXII
MAKTUB.
Tras la ceremonia nos sentamos en nuestros sitiales en el mismo centro de la mesa, especialmente decorados. Una vestal me sirvió una copa de vino y la tomé ansiosamente, casi entera, de un golpe. Tenía mucha sed debido a los nervios.
-¿Ya estás arrepintiéndote, Corona Borealis?-bromeó Saga, sentado al lado de Kanon. Suspiré, al parecer jamás iba a aceptarme, aunque había accedido a ser el padrino de bodas de su hermano.
-Nunca, Santo de Oro de Géminis.-dije yo, sonriendo. Kanon tomó mi mano y entrelazó sus dedos con los míos. Saga también sonrió, lo cual decidí en ese momento, fue una alucinación. Fue una sonrisa desprovista de toda inquina, suspicacia o maldad de su parte. Una sonrisa pura, como las que había visto mil veces en el rostro de Kanon. Así que ese era el verdadero Saga de Géminis, el hombre que casi había sido Patriarca del Santuario de Athena, a quien los habitantes de los poblados cercanos llamaban "Hágios Saga", el santo, el bendito. Me sorprendió en ese momento en él reconocer esa pureza, esa beatitud, tan distante del habitual desprecio que me tenía y que me había demostrado desde el momento cero. Estaba así por la felicidad de su hermano, aunque nuestra unión le hubiera producido un fuerte disgusto y mucha preocupación. Me sentí aliviada.
Saga y Kanon tenían un lazo fraterno que ni la muerte había logrado romper del todo.
Desvié los ojos un poco para ver cómo subrepticiamente Eva acariciaba la nuca y la espalda de Shura de Capricornio, que se ponía tieso automáticamente y dirigía sus ojos al lado de Eva, donde un muy alegre Aioros conversaba con Seiya. Eva le dedicó una dulce sonrisa al capricorniano, que pareció derretirse por un par de segundos, sonriéndole también.
Aimeé se reía hablando con Aldebarán –que no portaba una túnica, sino un conjunto de camisa de cuello alto y pantalón de lino blanco que se veía elegante, tropical y fresco-. Hannas de Lince lo miraba todo con sus grandes ojos claros, aunque ya tenía casi quince años, seguía pareciendo un niño, eternamente sorprendido, eternamente inocente. Sus ojos casi se salen de las órbitas de la impresión cuando Milo de Escorpio salió de la nada quitándose ramitas del pelo y de la ropa, una vestal muy joven casi huyendo en dirección contraria.
Athena se sentó en un lugar de honor en el extremo de la mesa, y en el opuesto, se sentó Shion. Varias vestales trajeron bandejas con comida, me sentí sumamente avergonzada, el Patriarca y Nuestra Señora tomándose tantas molestias, además, qué increíble, Athena, una diosa encarnada, tomando parte en el banquete de mi matrimonio, los guerreros más poderosos del planeta junto a mí. El almuerzo tardío se desarrolló en un ambiente de jocosa calma, Seiya aprovechándose de Hyoga y escondiéndole los cubiertos cada vez que podía, Milo y Shura tirándole nueces a Saga a la cabeza, Aioria y Marin mirándose todavía como si estuvieran alucinando.
-Maestro, ¿no cree que ya es hora?-pregunté en voz baja, tras levantarme de mi asiento y ponerme entre ellos dos.
-¿De qué, gatáki?-preguntó Aioria embelesado, sin mirarme siquiera. Me quité la corona de lirios y se la puse a Marin en la cabeza.
-Mira qué hermosa se ve, Gran Gato, yo que tú me movería. - dije yo. Marin y Aioria me miraron, sonrojados hasta las puntas de los pies. Aioria buscó la mano de Marin y se la besó. Pensé que la amazona del Águila sufriría un derrame cerebral. Sonreí con complicidad y me dirigí de nuevo a mi asiento. Marin se quitó la corona y me la devolvió, me la puse en la cabeza con cuidado de no dañarla, aunque los lirios, seguramente cultivados por el mismísimo Afrodita, eran tan perfectos que parecían hechos de plástico y exhalaban un olor increíble, las flores normales no eran tan aromáticas.
Justo en ese momento, como si al pensar en él lo hubiera invocado, el Santo de Piscis entró a la recepción vistiendo su ropa de diseñador y ocupó un espacio justo al lado de Athena. Los vi entablar una conversación de la que escuché retazos, acerca de las flores del jardín de Nuestra Señora, Saori pidiendo sus consejos para mantenerlos en buen estado. Fue para mí muy sorprendente escucharlo hablarle con cierta medida de dulzura y reverencia que nunca le había visto usar con nadie, ni en ningún momento. Definitivamente Ella tenía un don. Las personas se abrían, como flores, ante Su presencia.
Volví a sentarme al lado de Kanon, que había estado observándome atento. Estaba tan increíblemente guapo, que sentía que las rodillas me fallaban.
-¿Te pusiste también la tiara de tu armadura, verdad? No la había visto, tras todas esas flores.-dijo, ladeando un poco la cabeza y acercándose a mí para observarme bien.
-Sí, también me la puse. No me pareció que estuviera fuera de lugar. ¿Hice algo malo?- pregunté. Él sonrió casi enternecido. Acarició mi mejilla con el dorso de su mano, tomó mi barbilla con sus dedos y me besó castamente en los labios un par de segundos.
-No, koúkla, a mí también me parece adecuado. Eres mi esposa pero sigues siendo una santa de Athena, al igual que yo.
Su esposa. Esas palabras calaron hondo dentro de mí. Su esposa y la madre de su hijo, una Santa de Athena. Caramba. Y yo tenía apenas veinte años. Y tenía todo lo que había deseado en la vida. Era realmente feliz. Sonreí y le besé. Nos separamos cuando una lluvia de almendras, monedas, arroz y cuentas de vidrio nos llegó de todas partes, todos los ocupantes de la mesa nos lanzaban puñados, incluso Athena y Shion. Unos minutos después del alboroto, el Patriarca y Athena abandonaron la mesa, excusándose; tenían mucho trabajo y debían volver a él. Me sentí sumamente avergonzada de nuevo, Kanon al ver mi sonrojo me ofreció otro sorbo de vino, y como yo quería tomarme toda la copa, me la quitó fingiendo enojo, para luego poner su mano sobre mi vientre. No se me escaparon las caras de varios de los presentes. Eso había sido un error (o eso quería creer yo) de Kanon. Aioros parecía como si lo hubieran golpeado con un bate en la cabeza. Las comisuras de la boca de Afrodita se curvaron en una sonrisa extraña, como una pequeña y curiosa expresión de asco. Aldebarán suspiró, seguramente ya se lo había imaginado. Milo de Escorpio sonrió de una manera muy pícara y le levantó el pulgar a Kanon haciéndole un gesto de aprobación; mi esposo alzó su ceja izquierda, con un rictus en los labios, Milo le sacó la lengua juguetonamente.
Quería que me tragara la tierra. Dejé de mirarlos y me fijé en que Shura y Eva parecía que estaban acariciándose con violencia bajo la mesa, ambos sonrojados y tratando de evitar que Aioros se diera cuenta; Aimeé chapoteaba en ruso con Hyoga, que le corregía la pronunciación de algunas palabras. Me puse de pie y decidí que agradecería a todos los asistentes por venir y charlaría un poco con todos. Dejé a Kanon y a Saga hablando en un dialecto de griego que yo no conocía. Desde que la boda había empezado, quería acercarme a Mu para agradecerle por su regalo, y para abrazar a Kiki, que había estado tomando fotos con una cámara vieja, revoloteando por todos lados. Me acerqué a ellos y le hice una reverencia a Mu, que vestía su clámide roja tibetana y una especie de camisa de cuello alto y pantalón blancos a juego de corte oriental. La verdad, nunca me había fijado, Mu era un tipo guapo. El Santo de Aries correspondió con otra venia. Me descoloqué un poco y parpadeé confundida. ¿Una venia para mí? Kiki también me hizo una pequeña inclinación. Mu sonrió.
-Ahora eres una Santa de Plata,…y una mujer casada, mi señora.-me explicó, y luego hizo un movimiento con sus ojos en los que los bajó a mi vientre y luego me volvió a mirar al rostro. Me quedé aún más descolocada. Él también lo sabía. Eso quería decir que sí lo estaba. Un profundo rubor me invadió. Ahora también era una madre expectante. Eso, al parecer, cambiaba mucho las cosas. Estaba en una categoría distinta, no superior, diferente, al resto de mujeres del Santuario. Y no sabía si eso era bueno o malo. Lo descubriría pronto. Kiki me abrazó con energía y luego decidió que nos tomaríamos una autofoto, en la que estiró su brazo todo lo que pudo para que ambos quedáramos en la fotografía. Y luego decidió que era buena idea que nos hiciéramos una autofoto con Mu, que pareció ligeramente avergonzado pero de buen humor.
-Maestro Mu…Quería agradecerle por su regalo. Significa muchísimo para mí, para nosotros. Es...increíble. Creo que somos las únicas personas casadas del planeta que tienen anillos de oricalco lemuriano para sellar su unión.-le dije, aturullada. Él se pasó una mano por la nuca, en un gesto de inequívoca modestia.
-Fue con mucho gusto, Marah. De hecho yo sólo me ocupé de forjarlos, y fue una tarea relativamente sencilla. Cada caballero de Oro, Nuestra Señora y nuestro Patriarca aportaron algunos gramos de oricalco de sus armaduras, de la Niké y del Casco del Paladio. Así que es un regalo en conjunto que les hacemos a ambos en ocasión de su matrimonio.- me explicó, sin saber la bomba de sentimientos que esa información detonaría dentro de mí. Se me llenaron los ojos de lágrimas y tuve que llevarme los dedos a los párpados para impedir que el maquillaje se me corriera. Mu volvió a sonreír, empático, y puso su mano en mi hombro unos segundos. Afrodita se nos acercó, con una mueca que quería hacerse pasar por una sonrisa. Por unos segundos, noté algo muy, muy extraño.
Mu de Aries se interpuso entre Afrodita y yo. Casi me escudó con su cuerpo. Tuvieron un pequeño intercambio hostil de cosmo a cosmo en el que no me incluyeron. Mi reacción natural e instintiva fue poner mi mano sobre el antebrazo de Mu con delicadeza y tratar de mediar en la situación. Lo que fuera que pasara entre ellos dos me tenía sin cuidado, pero no quería un conflicto en mi celebración matrimonial. No dudaba de la apostura de Mu, pero si de la capacidad de Afrodita para mantener la compostura y hacerle un desplante al Caballero de Aries…delante de mi. Realmente, a Afrodita no le importaba nadie más que él mismo. Entonces me pasó algo muy extraño. Como estaba con mi mano sobre el antebrazo de Mu, sentí su cosmo dentro de mí, y lo que le estaba diciendo a Afrodita. No todo. Sólo algunos fragmentos que se me hicieron muy extraños.
-No le harás daño, (…) inocente, (…) no puedo creer que Shion te permita estar aquí, sabiendo su estado…
Miré a Mu y apreté su antebrazo. Él me miró un par de segundos confundido y por su cabeza, porque lo vi en la mía, pasaron los recuerdos de mi juicio frente al Patriarca, precisamente, el momento en el que Kanon les hizo saber que en ocasiones y sin controlarlo, yo podía tocar a alguien y ver cosas. Inmediatamente se retiró de mi contacto, pero se mantuvo entre Afrodita y yo.
El Santo de Piscis sonrió con una risita beatífica, como si fuera simplemente un ser andrógino, un amigo afeminado inocente y dicharachero. Me tomó la mano y la llevó a sus labios, inclinándose un poco. Ignoró a Mu por completo.
-Mi niña, ahora casada.-dijo, con una voz que nunca le había escuchado. Parecía en realidad entusiasmado y feliz al levantarse de su pequeña reverencia y mirarme a los ojos.-Mira lo hermosa que estás. Mis felicitaciones, preciosa. Felicidades en tu matrimonio. Géminis es de verdad afortunado.
Me quedé de piedra. No sabía que Afrodita me apreciara tanto. Luego sonreí, como la tonta que soy, cada que alguien me da un poco de cariño y de admiración. Me derrito y me abro. Viéndolo en retrospectiva, eso me hace estúpida y manipulable. Pero es parte de mi. Mu se quedó atónito también. No se me escapó que tenía cara de que en su vida jamás había escuchado a Afrodita hablarle así a absolutamente nadie. Retrocedió un par de pasos, malinterpretando, como yo, el cariño del Santo de Piscis, para darnos espacio.
Afrodita se inclinó sobre mí y me dio un beso casto en cada mejilla. Me llegó un vaho perfumado a rosas de su pelo y su cuerpo, un efluvio espeso y tan agradable que cerré los ojos, adormilada momentáneamente de placer. Ese olor se combinó con el de los lirios que llevaba en la corona nupcial en la cabeza, el del azafrán de mi velo, el del incienso sagrado con el que me habían purificado y que todavía estaba en mi cabello y mis ropas. Suspiré. No entendía qué estaba pasando, pero era placentero. Y al parecer Afrodita me apreciaba, lo cual, creí, era todo un logro por mi parte. Me puso la mano sobre el hombro y su pulgar acarició descuidadamente por un segundo mi clavícula cubierta por el velo de novia.
-Envié a una vestal a Leo con un presente para ti. Evidentemente no le envié nada a tu marido porque es un bruto, dudo que aprecie las cosas finas de la vida como tú y como yo. Así que espero que lo disfrutes muchísimo.-me dijo, cómplice. Volví a sonreír.
-Gracias, Santo de Piscis.-dije, un poco aturullada. Él sonrió de nuevo, y quitó su mano de mi hombro, para hacer un gesto ligeramente afeminado con ella.
-Nada de Santo. Para ti, Afrodita, preciosa.-me dijo, guiñándome un ojo. Luego miró a Mu de arriba abajo con algo de desprecio y una sonrisita burlona mientras le hacía una pequeña reverencia y luego se dio la vuelta, y así como llegó, se fue.
Mu y yo lo miramos mientras caminaba hacia la salida sin volverse una sola vez a mirar atrás, con una cadencia que no habría estado fuera de lugar en un desfile de modas masculino. Luego el Santo de Aries me tomó de los hombros y me miró a los ojos, muy serio.
-Prométeme que no te pondrás sobre la piel ni ingerirás absolutamente nada que venga de las manos del Santo de Piscis.-me pidió. Su voz sonaba molesta, y su tono era de urgencia, habló en voz baja y con mucha seriedad, dándole énfasis a las palabras no, ingerirás y nada. Tragué saliva pensando en todas las veces que había comido postres, tomado té y untado de cuanto potingue a Afrodita se le había ocurrido darme durante los últimos dos años en que regularmente había subido a Piscis a visitarlo o a mis clases con él. Mu realmente parecía preocupado.
-Se lo prometo, Santo de Aries.-dije, muy seria. Él pareció suspirar de alivio y me dejo ir. Seguí agradeciendo a los demás invitados y luego volví a mi lugar, junto a mi esposo. Para cuando retomé mi silla, el incidente con Mu y Afrodita ya se me había olvidado por completo. Me senté y tomé la mano de Kanon y entrelacé mis dedos con los suyos, poniendo también mi cabeza sobre su hombro. Cerré los ojos durante algunas respiraciones, sólo sintiendo las risas, la música, su respiración y su olor.
Abrí los ojos, sonrojada. Besó mi frente. No podía creer lo mucho que amaba a ese hombre, su pasado, su presente, las ganas que tenía de estar en todo su futuro. El sonido de su voz, el poder de su cosmoenergía, sus arranques de buen humor y de súbitas bromas, la forma en que se comportaba, como si fuera el amo y señor del universo y a la vez un vagabundo perdido, su seriedad, su altivez, incluso amaba su crueldad y su insensibilidad, sus escudos contra el dolor y la pérdida. Su inteligencia, su astucia, la manera tan orgánica en que podía evaluar a las personas al conocerlas, ver en sus ojos y en sus gestos todo de ellos, hasta aquellos aspectos en los que no eran de fiar; amaba sus ojos verdes, su piel, su largo cabello sedoso, su olor a sándalo y canela y sal. Kanon de Géminis se había convertido en mi mundo. El anillo dorado destelló en mi dedo, iba a agradecerle a Mu de Aries semejante regalo por el resto de mi vida. Iba a agradecerles a todos por éste momento por el tiempo que me quedara de existencia.
Y agradecería por toda la eternidad haber encontrado a Kanon y tener la oportunidad de amarlo y ser amada por él. Maktub. Este hombre estaba escrito en mi camino. No podía explicarlo de otra manera.
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La fiesta duró hasta muy entrada la noche. Al final, solo Kanon y yo bajamos las escaleras, tras intentar arreglar todo lo que había quedado desordenado, y que prácticamente las vestales del templo del Patriarca nos echaran de allí con amabilidad, diciendo que ése era su trabajo y que lo harían con gusto y que nos deseaban muchas felicidades, pero debíamos irnos; salimos del Jardín de Athena acompañados por un guardia que nos guió por los pasillos interiores del Templo del Patriarca hasta que nos dejó en el final de la Calzada Zodiacal. Kanon paró para mirarme cuando dejó de sentir el sonido de mis sandalias de tacón. Alcé los brazos para que me cargara.-Estoy cansada, moromou, ¿me llevas?
Mi esposo sonrió con ternura y bajó un escalón, poniendo sus manos en posición para que yo me montara a caballito sobre su espalda, lo logré tras luchar unos segundos con todos los pliegues de tela que me cubrían. Me dormí sobre su espalda bajo la luz de la luna y de las estrellas. Mi embarazo, al parecer, me tenía agotada.
Al llegar a Géminis, Kanon me despertó con suavidad y me puso en el suelo para luego cargarme entre sus brazos como tradicionalmente un novio carga a su novia para pasar por el umbral. Sonreí algo atontada, como sedada. Había un sendero de pétalos de rosa sobre el suelo, señalando el camino hacia el área de la Tercera Casa que le pertenecía a Kanon, y las antorchas en las columnas, que a esa hora generalmente ya estaban apagadas, estaban encendidas.
Me llevó hasta su habitación, me depositó sobre la cama y cerró la puerta. Prendió varias velas para iluminarla y abrió la ventana, la luz de la luna entró a raudales. Me quité la corona de flores y la tiara de mi armadura, y el velo, y lo doblé con cuidado para no dañarlo, poniéndolo todo sobre la mesita de noche. Allí encontré lo que seguramente debía ser el regalo de Afrodita. Era una miel perfumada de rosas. La abrí, e ignorando la promesa que le había hecho a Mu, tomé un poco con mi dedo índice y la probé. Estaba demasiado dulce y tosí. Agarré un vaso y vertí en él un poco de agua y pasé la desagradable sensación hasta que ya no sentí más el dulzor en mi lengua.
Kanon mientras tanto se había quitado el himatión, el cinturón y la túnica. Se sentó en la cama a mi lado y se desabrochó las sandalias, moviendo los dedos de los pies y estirándolos. Yo también me quité las sandalias, luego le dí la espalda para que me ayudara a desamarrarme las cintas que sostenían mi vestido en el cuello. Me dio varios besitos en la columna al hacerlo. Luego me ayudó a deshacer mi peinado.
Me puse de pie y mi vestido cayó al suelo, me quité la ropa interior, revelándome ante él totalmente desnuda. Me tomó con ambas manos por la cintura, atrayéndome hacia su cuerpo.
-Mía.-dijo, enterrando sus dedos en mi carne.-Mía para siempre.
-Mío.-contesté, abrazando su cuello, enterrando su cara en mi pecho, donde mi corazón latía desbocado.-Mío para siempre.
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Esa noche, la escuché llorar en sueños, y moverse, como muchas noches que pasaba mi lado. Como en otras ocasiones, simplemente la abracé y la apreté contra mi pecho. Algo no estaba bien. Su piel estaba muy fría, pegajosa y húmeda de sudor. Gimió audiblemente y se retorció. Me desperté del todo. Puse mi mano sobre su frente, estaba helada. Y al acercar más su cuerpo al mío para contenerla, noté que al parecer, había perdido el control de sus esfínteres en plena pesadilla. Nunca le había sucedido algo así. No era normal. Con otro gemido de dolor se retorció llevándose las manos al abdomen y se acurrucó sobre sí misma. Me senté muy extrañado, pensando que tal vez, en serio se había orinado en nuestra cama, como una niña pequeña, porque había notado otra oleada de líquido ardiente entre nosotros y sobre el colchón. Estaba todo demasiado oscuro, así que no podía saberlo, pero definitivamente, no olía como huele la orina. Toqué el área húmeda mientras mis ojos se acostumbraban a la negrura y cuando miré mi mano a la pálida luz de la luna, me di cuenta de que era sangre.
Me levanté de la cama. Pocas veces en mi vida he sentido pánico. Esa noche fue una de esas ocasiones. Marah seguía gimiendo. Con ácido de batería bombeándome por las venas, encendí mi cosmo lo suficiente como para proyectar luz en la habitación. Retrocedí tambaleando.
Sus labios y sus mejillas estaban de un color gris ceniciento y su piel estaba perlada de un sudor pegajoso. Al sentir mi cosmo y la luz, despertó, pero no del todo. Parecía en trance. Sus pupilas estaban casi completamente dilatadas, lo que le daba un aspecto irreal, como si realmente no se tratara de ella. Tenía el pelo mojado, pegado al rostro y el cuello, y al parecer le costaba mucho respirar. Gemía como un animal moribundo, incapaz de enfocar la vista debido al dolor.
Me miró durante unos instantes y se tocó el vientre, el área húmeda y caliente entre sus piernas, vió la sangre, luego la vió en mi cuerpo también, y, lo que más me asustó, fue que observé el blanco de sus ojos antes de que perdiera el conocimiento.
Mi cosmo se apagó de golpe. Tomé un pantalón del suelo y me lo puse rápidamente mientras salía de la habitación tropezándome y tambaleando de susto, con el corazón latiéndome tan rápido dentro del pecho que ya estaba empezando a dolerme. Toqué con la palma abierta la puerta de Dora, dejando manchas de sangre en ella. La vestal abrió poniéndose un chal por encima de la pijama, alarmada, y retrocedió un par de pasos al verme, vi sus ojos recorrer las manchas de sangre en mi pecho y abdomen. Luego se lanzó con todo su peso sobre mí, quitándome con su brazo para hacerme a un lado, tomó una antorcha de la argolla de la pared, y corrió con los pies descalzos resonando por el Hall de Géminis en dirección a mi habitación. Saga venía de su lado del Templo, también muy alarmado.
-Kanon, ¿qué pasa? ¿Nos atacan? ¿De quién es toda esa sangre?
Tuve que contenerme para no llorar, para no lanzarme al suelo y arrancarme el cabello. No sabía si lo había hecho yo, si la había lastimado, si le había hecho daño, no sabía qué estaba pasando, sólo que Marah estaba herida y estaba en peligro. Miré a mi hermano con los ojos llenos de lágrimas, y como siempre sucedía entre nosotros, el leyó lo que estaba en el fondo de mi mente. Se pasó la mano por el pelo, nervioso.
-El niño.-dijo, con la vista fija en el suelo. Durante un par de segundos me pregunté a qué se refería. Luego me golpeó. El niño. El embarazo de Marah. Mi hijo. Un dolor frío se coló en mi estómago, un retumbar sordo en mis oídos. Como en cámara lenta vi a Saga irse diciendo que llamaría a Aioria y a Agnés y que volviera al lado de Marah mientras él volvía con ayuda. Di la vuelta sobre mis pasos y me apresuré a entrar en mi habitación, mientras veía cómo Dora estaba de rodillas sobre la cama, al lado de Marah, tratando de parar su hemorragia con la sábana hecha un tarugo entre sus piernas.
Volteó a verme. No lo dijo, pero ambos sabíamos que era grave. Tenía las mejillas llenas de lágrimas. Me senté en la silla del escritorio y enterré la cara entre las manos.
Así nos encontraron Agnés, Aioria y Saga. Dora se bajó de la cama. Aioria durante unos instantes observó a Marah, hecha un guiñapo rojizo en la cama, y a mí, manchado también, seguramente con un aspecto patético en la cara, llorando. Y por primera vez en mi vida le imploré a alguien que no fuera Athena por algo. De cosmo a cosmo, le imploré que por favor la salvara. Me temblaba todo el cuerpo, me castañeteaban los dientes de terror. No podía perderla. No podía perder a mi mujer.
Aioria estaba pálido, pero parecía resuelto. Él y su vestal inmediatamente mostraron una actitud de grave profesionalismo. El Santo de Leo encendió su cosmo y apretó los puntos estrellados de la constelación de Leo en Marah. Luego, los de la constelación de Corona Borealis. Por último, puso las manos sobre su vientre y una luz brillante y cálida las envolvió, mientras reparaba lo que fuera que estuviera roto dentro de ella que la había hecho manar sangre como un surtidor. Me sentía inmensamente culpable. Nos habíamos amado con entusiasmo la noche anterior antes de quedarnos dormidos y quizá había sido demasiado brusco, no había tenido en cuenta su estado ¿La había lastimado? ¿Esto lo había causado yo?
Apenas Aioria terminó, Agnés se puso a frotarle el vientre, el pecho, el cuello, las sienes y las manos con un ungüento que olía alcanforado, tal vez algo para mantenerla dormida y sin dolor, y le hizo tragar un par de chorritos de un líquido que había traído en un vial pequeño. Luego me di cuenta de que Saga y Aioria estaban también en la habitación, pero no lo registré y ni siquiera me importó. Sólo quería que viviera.
Saga no la había mirado. Se había dirigido directamente hacia mí y me había puesto la mano sobre el hombro, mirando por la ventana, al lado opuesto de donde estaba Marah. Sólo quería darme su apoyo emocional mientras todo sucedía. Dora había vuelto de la cava con trozos de hielo picado que envolvieron en una toalla y pusieron entre las piernas y el vientre de Marah.
-La hemos estabilizado.-dijo Aioria, dirigiéndose a nadie en particular, lavándose las manos en la jofaina, porque también se había ensangrentado.-El niño no sobrevivió. Fue espontáneo. Su cuerpo lo rechazó. La hemorragia se dio por el cuerpo contrayéndose para sacar todo el contenido del embarazo. Todavía está en el proceso. Es común en primerizas, y todos sabemos que Marah es…algo frágil. Puede que sea una secuela de sus anteriores heridas. No tengo manera de devolverle la sangre que perdió,… ni al niño.
Mi pecho se convulsionó en un sollozo sordo. Un par de lágrimas me cayeron por las mejillas y la mano de Saga estrechó mi hombro con un poco más de fuerza. Me llevé los nudillos manchados de rojo a los ojos para tratar de limpiarme las lágrimas. Me sentía horriblemente culpable, más culpable que nunca en mi vida. La recordé la tarde anterior, en nuestra boda, sonriente en su traje de novia, con un bultito apenas perceptible en el abdomen al tocarla, y su beso en mis labios y la dulzura de su tacto. Miré al suelo, hecho pedazos. Luego de eso no supe exactamente qué sucedió. Una vez chequearon que el color estuviera volviendo a sus mejillas, con la luz del amanecer entrando a la habitación, vino Aioria y me ofreció un trapo húmedo para limpiarme la sangre ya completamente seca y cuarteada que me manchaba.
-No te culpes. Kanon. Estas cosas pasan.-me dijo. Agnés lo miró con odio, y luego a mí, con ira.
-No lo tranquilices, Aioria. Deberías increparlo. Él lo sabía y no le importó arriesgar su vida. Ustedes se supone que pueden controlarlo, ¿qué pasó? ¿En qué momento decidiste que preñarla era una buena idea, Kanon? ¿Antes o después de que nos dijeran que tenemos que entregársela a Apolo?-espetó Agnés, furiosa.
-Agnés.-dijo Aioria perentoriamente, mirándola, erguido en toda su autoridad. Nunca lo había visto así, y entendí por qué Marah le tenía tal reverencia. La vestal, sin arredrarse se mordió los labios y abandonó la habitación, seguida de Dora. Se había extralimitado. Nos quedamos en silencio mientras volvían con sábanas limpias para cambiar la cama, aseaban a Marah y le ponían un camisón.
Luego se llevaron las sábanas ensangrentadas y nos dejaron a Aioria y a mi, vigilando, mientras el sol se alzaba, el pecho de Marah, que con lentitud subía y bajaba con la respiración un poco sibilante, y sus labios y sus mejillas que poco a poco retomaban el color.
No sabía con qué palabras iba a explicárselo cuando se despertara. Iba a ser un golpe muy duro.
Yo sentía que mi hijo, que nunca había conocido pero que ya había imaginado, con sus ojos y mi pelo, con su nariz y mi tono de piel, con su corazón puro y mi sonrisa, se alejaba de mí, de nosotros, como si se lo hubiera llevado el viento, como arena, como agua entre los dedos.
Durante toda mi vida he estado acostumbrado a los milagros, a las proezas. A abrir portales dimensionales y explorar lugares al que ningún ser humano ha llegado, a moverme a la velocidad de la luz, a romper estrellas con los puños desnudos. A ser un Caballero Dorado de Athena. Pero en ese momento pude entender, por fin, qué significa realmente ser humano. Pude asimilar en toda su terrible amplitud el significado de la impotencia.
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Recuerdo haber soñado con un cuervo muy negro picoteándome las entrañas, y que no podía apartarlo de mí, porque tenía mis manos y piernas atadas a los postes de la cama con enredaderas de espinas y rosas.
Antes de estar completamente consciente, ya lo sabía. Algo dentro de mí se sentía roto, muy dolorido, en mi vientre, como un cólico de mes particularmente fuerte. Estaba abotagada, drogada, confusa pero fríamente consciente de un hecho en particular:
Se había ido.
No sabía cómo sentirme al respecto. No quería examinar con detenimiento esa herida que sólo me producía entumecimiento en el alma.
Lo peor era que una parte de mi sentía alivio y me odiaba por eso.
Al despertar, él estaba sentado en una silla al lado del lecho. Cuando me vió abrir los ojos, se puso de rodillas al lado de la cama, tomó mis manos entre las suyas y las besó, para luego poner mis nudillos en su frente. Sentí un par de lágrimas calientes escurrirse entre mis dedos. Así que había sido grave.
Allí, en la cama donde le había entregado a Kanon mi virginidad, donde había pasado mi noche de bodas con él, había también perdido un embarazo. Me pregunté por qué simplemente no me había ido con mi hijo de una vez, y lloré, y luego Kanon se recostó en la cama conmigo y reposó su cabeza con lentitud sobre mi vientre destrozado. Me recriminé por ese momento de debilidad. Debía ser fuerte, por él.
Acaricié su cabello con mis manos y me tragué mis sollozos y mis lágrimas mientras miraba al techo, ausente. Esto era lo mejor que podría haber pasado, y ambos lo sabíamos. No me imaginaba el horror de entregar a mi hija o hijo al servicio de un dios, cualquiera que fuese, lejos de mí, y lejos de su padre, como a nosotros nos había tocado en suerte al nacer. Tragué saliva y me di cuenta que tenía la garganta muy seca.
Mi hijo se alejó de mi mente como si nunca hubiera existido.
Maktub.
Tal vez, esto también estaba escrito.
Me pasé el resto de la semana en cama. El malestar era grande, pero mi necesidad de estar quieta, callada y que me molestaran lo menos posible, era aún más grande. No soportaba la presencia de nadie, excepto la de Kanon, que se había vuelto silencioso y casi hosco con todo aquel que no fuera yo. Así que él se iba a entrenar desde temprano en la mañana y regresaba al ocultarse el sol al atardecer, y nuestras noches se consumían en silencio total, mientras yacíamos tomados de las manos en la cama, él durmiendo, obviamente agotado, en un par de ocasiones tuve que curarle los nudillos con mi cosmoenergía, pues se había roto los dedos golpeando cosas. No lo entendía bien. Yo había asumido la pérdida con mucha entereza y casi frialdad, pero él parecía muy afectado. En las madrugadas, en un par de ocasiones se sentó en el borde de la cama, cuando creía que yo estaba dormida, y lo sentí sollozar haciendo un gran esfuerzo por no hacer ruido.
No intenté consolarlo. Por mi propia experiencia con las pérdidas de mis seres amados, entendía claramente que mis palabras eran inútiles. Lo abrazaba cuando regresaba a mí, y le besaba. Era lo único que podía hacer. Entregarle mi presencia, así como él me brindaba la suya.
Mientras Kanon no estaba, Dora se ocupaba diligentemente de mantenerme bien alimentada, me traía batidos rojos y vísceras de animales que identificaba como hígados. Seguramente estaba intentando ayudarme a recuperar hierro. Siempre me había mirado con intensa compasión, desde que era sólo una aprendiz sujeta a la voluntad de Kanon, pero ahora no soportaba estar en su presencia mucho tiempo. Había aprendido rápidamente que ser una víctima, en el Santuario de Athena, no era una opción. Agnés había venido también en un par de ocasiones, acompañada de Aioria, y ambos habían realizado exámenes increíblemente vergonzosos en mí, para asegurarse de que había expulsado todo el tejido del fruto y de la placenta para que no tuviera una infección, lo cual al parecer había sucedido así: estaba sanando a buen ritmo y sangraba cada día menos. Agnés de hecho, parecía aliviada de que hubiera perdido al bebé, y Aioria me daba ánimos a su particular manera. Sin embargo, me miraban con cautela, como Dora. Pensaba que quizá temían que volviera a deprimirme.
Eva y Aimeé también me visitaron, Eva hecha una explosión de felicidad contagiosa, Aimeé parecía preocupada por algo pero no nos contó nada. Ambas evitaron mencionar en lo absoluto el tema de mi embarazo fallido y les agradecí eternamente por ello. No necesitaba más voces al respecto. Con mi diálogo interno me bastaba. Pasaron varios días hasta que dejé de sangrar completamente y me sentí con fuerzas para entrenar de nuevo y reunirme con mis labores como aprendiz de oráculo del Santuario. Vestí a Corona Boreal, que me jaló bastante cosmo al unirse a mi cuerpo pero luego nos estabilizamos de manera armónica. Al salir al pasillo, con los tacones de mis botas resonando sobre el mármol, me encontré con Saga recostado contra una columna.
-Lamento lo que te sucedió-dijo, con voz suave y átona, mirándome con esa expresión neutra tan característica de los Santos de Athena de la vieja escuela. Le hice una inclinación de cabeza que él correspondió. Me sorprendió un poco. Luego entendí que al convertirme en la mujer de su hermano las cosas habían cambiado. Ahora Saga era mi hermano político. Y si algo había que Saga y Kanon apreciaban y defendían por encima de todas las cosas era a la familia. Lo mismo que Aioros y Aioria. En eso se parecían mucho. Me puse la tiara de la armadura y seguí caminando en dirección a Aries. En Tauro nadie salió a recibirme.
En la Primera Casa, se me acercó Mu vestido con su clámide tibetana roja y me hizo una reverencia con la cabeza.
-Señora-dijo. Como el día de mi matrimonio, interpreté que su deferencia iba en respeto a mi preñez y a mi cambio de estatus como mujer casada. Me pregunté si sabía que seguía casada, pero ya no iba a ser madre. Le hice también una reverencia. Al mirarlo vi que tenía los ojos vidriosos de lágrimas de algo que interpreté como rabia y profundo dolor. No entendía qué pasaba, pero me hizo daño. Algo dentro de mí, que palpitaba lleno de esquirlas y que había decidido ignorar por fin había estallado. Un par de lágrimas se escaparon de mis ojos. Me tocó el hombro y sin siquiera detenerme a pensarlo dos segundos, lo abracé, así como abrazaba a Aioria, como una niña perdida. Me acarició el cabello un par de segundos mientras me recomponía, y de cosmo a cosmo, entendí. El, como yo, era de los últimos de su estirpe. Era una carga que ambos compartíamos. En su cultura, las mujeres y las madres eran lo más parecido a lo divino que podía encontrarse y perder un fruto era una verdadera tragedia. Lo sentía muchísimo. En su empatía y su noble manera de ser, realmente sentía dolor por mí. Quizá nadie como él en el Santuario podría haberlo puesto en palabras de mejor manera. Pero atrás de eso había rencor. No contra mí. Algo que se había cuidado de esconder en su interior para no transmitirme. Eso me dejó pensativa. Abandoné Aries luego de aquel abrazo y de limpiarme la cara. Sentí los ojos de Mu sobre mi espalda durante un rato largo.
Entrené. Medité. Volví a mi cabaña. Esa tarde subí a Star Hill y contemplé a los estorninos volando en bandada, haciendo formas caprichosas en el cielo, formas que me llenaban de presagios. Al caer el sol, Shion se presentó en el oráculo, y al notar su presencia, me incliné en una rodilla ante él. Me sorprendí cuando puso una manta cálida sobre mis hombros y tomó mi barbilla con delicadeza para que lo mirara a los ojos. La luz de las antorchas destellaba en su piel sobrenatural y en sus ojos violáceos. Me miraba con algo que identifiqué como arrepentimiento. Era una mirada extraña.
-Ve con tu esposo, pequeña-me dijo. -Hace mucho frío aquí. Volverás aquí conmigo cada sexta noche. Ya has aprendido los rudimentos. Te perfeccionaré lo suficiente para dejar a tu cargo el oráculo de Star Hill de manera periódica. Las estrellas y demás cuerpos celestes tienen caminos matemáticos y exactos, predecibles. Y los grandes eventos anómalos son visibles desde cualquier lugar. Este es más un lugar para la meditación y el estudio que una torre de vigía permanente. Siéntete libre de ascender cuando te plazca pero no te apartes de tu descanso, ni de tus deberes matrimoniales, ni de tus compañeros de Orden.
-Su Santidad, yo…-empecé a decir, aturullada, sin saber si agradecerle o golpearlo por casualmente mencionar deberes matrimoniales para hacer alusión al sexo que evidentemente tendría con el que ahora era mi esposo. Era difícil. En una orden militar como el Santuario de Athena esas cosas no eran secretos. Menos entendiendo que mi boda había sido un evento público, bendecido por la misma Diosa. Me pregunté sin con deberes matrimoniales, se refería a que posiblemente, más niños vendrían. No tenía claro cómo funcionaba ese tema en el Santuario. -Tengo preguntas.
-Claro- dijo él, mientras yo me ponía en pie y lo seguía al área más cálida del oráculo, alrededor de un platón de cobre a nivel de suelo que mantenía una hoguera encendida, invitándome a hacerle las preguntas que necesitaba.
-No entiendo mi posición ahora como una mujer casada en el Santuario y tampoco comprendo mi situación con Delfos.
-Es apenas comprensible.-respondió.- Eres la primera de entre las amazonas de esta era que se casa. En eras anteriores, tuvimos varias de ellas. Esposas y madres de caballeros. Piensa en ello como en el mundo exterior. Las mujeres de los ejércitos del hombre tienen hijos y esposos, y eso no las hace menos en sus ocupaciones. Aquí, por ser este el Santuario de una diosa virgen, y teniendo en cuenta la reciente eliminación de la Ley de la Máscara y la tradicional segregación de las amazonas pues es comprensible que se crea que no debería suceder. Pero siempre ha pasado. Recuerda que la Ley imponía que el hombre que viera el rostro desnudo de una amazona debía "morir o ser amado". Es muy sencillo. Una amazona mostraba su rostro desnudo al hombre al que amaba. Podían amar. Podían ser amadas. Pueden casarse. Pueden parir. Sin embargo su lealtad debía estar siempre con Athena y el Santuario antes que con sus esposos e hijos. Piensa en lo que eso significa.
De inmediato entendí. Si yo traicionaba a Athena, Kanon debía matarme. Y viceversa. Si teníamos hijos, y estos se hacían caballeros o amazonas, también debían morir si traicionaban a Athena. Iba a abrir la boca pero vi que Shion negó con la cabeza de manera elegante, una forma de pedirme que me guardara mis pensamientos para mí. Aún no había terminado.
-Con respecto a tu situación con Delfos, es algo que aún no se ha decidido. Definitivamente Nuestra Señora considera que no es prudente entregarte. Elegiste ser una amazona. Nuestra Señora cree firmemente que el libre albedrío de los seres humanos es la única cosa que debe respetarse por encima de todo, incluso de la voluntad divina.
Me reí. Maktub. Ya estaba escrito. Una expresión musulmana que indicaba total e incondicional rendición frente a la voluntad de Allah, del que nada escapa, que ha escrito de su puño y letra todos los destinos y todos los caminos de todo lo que existe, fue y será. El libre albedrío por encima de la voluntad divina. Wow. Revolucionario de parte de Athena, pensé. Me costaba asimilarlo. Pensar que todo lo que sucede es parte de un plan le da sentido incluso a lo terrible, al horror que es existir. Meter el libre albedrío a esa situación era complicar mucho la ontología de las cosas. Era darse cuenta que el destino es una construcción colectiva, de la cantidad de elecciones diferentes de absolutamente todas las personas que te rodean e incluso las que están lejos de ti, un efecto mariposa multiplicado a la enésima potencia, en la que las decisiones de tus ancestros y de desconocidos influían en tu vida, pero también te hacen dueño de tus decisiones y de tus reacciones frente a todo lo que sucede.
Me pregunté para qué servía ser un oráculo si no había realmente nada trazado en las estrellas para nadie. Me pregunté de qué servía ser una Pitia si no había ningún destino, sólo decisiones y consecuencias.
Miré a Shion a los ojos. El parecía seguir mi diálogo interno desde su posición. Pareció entender cada palabra, cada pensamiento.
-Ya estás lista-anunció. Miré la manta que había puesto sobre mis hombros. No era una manta. Era una capa blanca cuyo borde inferior tenía un patrón bordado en azul oscuro. Estrellas de cuatro puntas y hojas de olivo. Como la de Aimeé. Como la de Eva. Como la de los Santos de Oro, y los de Plata y Bronce que tenían ocupaciones específicas dentro del Santuario. Maestros, diplomáticos, estrategas, espías, oráculos.
Santa de Plata de Corona Boreal. Esposa de un Santo de Oro. Oráculo de Star Hill.
Mi destino estaba donde yo lo decidiera. Donde yo lo escribiera.
Le hice una profunda reverencia al Patriarca del Santuario de Athena y fui a buscar a mi esposo. Me fui a casa.
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Maktub: palabra en árabe que significa "ya estaba escrito".
Alguna vez has sentido tu Cosmo?!
