Disclaimer: Nada me pertenece, más que mis alocadas fantasías Helsa. D:


6to año.


Un peludo incidente


—… un poco de poción para animagos —Merida inclinó lo que aparentaba ser un cartón de limonada sobre una botella de jugo de calabaza y la revolvió a consciencia—, y un chorrito de miel fresca para disimular el sabor, eso es…

—Wow, sabes muchísimo de mezclas mágicas, Merida —Ariel contempló los movimientos de su compañera con admiración, como si estuviese presenciando el trabajo de un reputado alquimista.

—Sé una o dos cosas, sí.

—Muchas gracias por ayudarme a vengarme de mi primo, la verdad es que estuvo muy mal que se metiera conmigo delante de sus amigos, pero no se puede razonar con él. Siempre se sale con la suya —Ariel hizo un puchero—. No creí que quisieras ayudarme.

—Ni lo menciones. Esa perra necesita una lección —Merida cerró la botella y la agitó con una sonrisita triunfal—, ¡está listo!

—¿Segura que no le pasará nada malo?

—Tú tranquila, la poción está lo suficientemente diluida como para que no se complete la transformación. A lo mucho solo le saldrá una cola y orejas, será divertido.

—¡Ya lo creo que sí! Voy a grabarlo todo con mi teléfono muggle.

Las coloradas se dirigieron a toda prisa hacia el campo de entrenamiento de Quidditch, donde los chicos de Slytherin recién habían terminado de entrenar. Ariel divisó la figura alta de su pariente dirigiéndose a los vestidores, y se apresuró a alcanzarlo.

—¡Hans! ¡Oye! —las chicas lo interceptaron debajo de las gradas.

—¿Qué quieres, Ariel? ¿No te bastó con lo de esta mañana? —el cobrizo se volvió hacia ella con arrogancia.

—Eso no estuvo nada bien para que lo sepas. Somos familia y la familia no se ataca entre sí. Deberías respetarme.

—Eso es para que aprendas a no meter la nariz en mis asuntos.

—Pues que estúpida manera de pensar, pero para que veas que no te guardo rencor —la muchacha esbozó una sonrisa radiante y le extendió la botella que llevaba consigo—, te traje esto para hacer las paces. No volvamos a discutir, ¿sí?

Hans miró la bebida con una ceja alzada y luego a ella.

—Es jugo de calabaza, está bien frío. Tómalo, debes estar exhausto después de tanto entrenar.

—No, gracias.

—Vamos, no seas así, te lo traje especialmente.

—¿Tú crees que soy estúpido, Ariel? No sé que mierda le hayas puesto a esa cosa, pero ya puedes ir tirándola porque no me la pienso beber —le espetó él—. Además odio el jugo de calabaza.

Hans la empujó con el hombro y comenzó a alejarse.

—Honestamente, me decepcionas prima, pensaba que incluso tú serías un poco más astuta al buscar vengarte, pero ya veo que no. Engañarme con una bebida falsa, solo a ti se te podría ocurrir algo tan obvio y estúpido —se detuvo al lado de Merida y le arrebató la limonada—. ¡Dame eso, fenómeno! Muero de sed.

Merida abrió la boca, pero antes de que pudiera decir nada para disuadirlo, el joven ya se había llevado el cartón a los labios, bebiendo ávidamente su contenido. Las chicas lo contemplaron con los ojos abiertos de par en par, paralizadas por la sorpresa.

—¡Agh! —Hans despegó los labios del brebaje, al percatarse de que no era limonada. Lo malo era darse cuenta de que se había bebido por lo menos la mitad de su contenido— ¡¿Pero qué demonios?!

Una punzada en el estómago le hizo doblarse de dolor. El cartón cayó de su mano, derramándose entre el césped. Hans se puso de rodillas, sujetándose el vientre y quejándose.

—¿Hans? ¡Hans! ¿Qué te pasa? —Ariel acudió a su lado, asustada.

—Yo… y-yo… —el bermejo no pudo seguir hablando.

La metamorfosis acababa de comenzar. Su cara y sus manos se llenaron de pelo. Las facciones de su rostro se afilaron y su cuerpo empezó a empequeñecerse. Intentó gritar pero se había quedado sin voz. Lo único que salía de su garganta era un sonido agudo y entrecortado.

Casi parecido al maullido de un gato.

—¡Haaaaans! —Ariel contempló con impotencia como el Slytherin desaparecía entre los pliegues de su túnica de quidditch, que de pronto le venía demasiado grande.

La túnica cayó en un montículo irregular sobre la hierba, junto con los zapatos y las protecciones que el chico usaba para volar sobre su escoba. Algo estaba moviéndose debajo.

—¿Hans? —Ariel extendió una mano, dubitativa.

Un gruñido ahogado surgió de la prenda y a continuación, una bola de pelo naranja saltó hacia afuera, prendiéndose con furia al pecho de la impulsiva Gryffindor.

—¡AHHHHHH!

—¡Ay, por Dios! —Merida gritó espantada.

—¡QUÍTAMELO! ¡QUÍTAMELOOO! —Ariel se movía histérica de un lado a otro, tratando de desprender al gato que maullaba sin cesar y le clavaba las garras en los hombros, consumido por rabiosos espasmos.

Merida fue tras ella y aferró al animal, arrancándolo del cuerpo de la muchacha. Ariel se tumbó en el piso y se puso a rodar, quejándose como una condenada.

—¡Me duele! ¡Me duele muchoooo!

Merida era incapaz de contener al furioso minino. Este se desasió de sus manos y saltó al suelo, amenazando con perderse en los jardines.

—¡No!

—¡Qué no escape!

Merida tomó la túnica de Hans y corrió para abalanzarse sobre él, logrando atraparlo bajo la prenda. El felino volvió a chillar y a revolverse, luchando por salir. Respirando de forma agitada, su captora logró formar un bulto con la prenda y ponerse de pie, apretando al animal con fuerza.

—¿Qué acaba de pasar aquí?

—Tú has visto lo que acaba de pasar, ¡tu primo es un gato!

—¡No se suponía que pasara esto! ¡Dijiste que no se transformaría!

—¡Oye, él tuvo la culpa! Vaya imbécil, jactándose de que intentaras engañarlo y terminó cogiendo la bebida equivocada —Merida bufó.

—¿Y ahora qué?

—No sé…

—¡Mi papá me va a matar si se entera de esto! ¡Me va a matar! Van a castigarnos por jugar con pociones prohibidas…

—¡Cálmate! No hay que perder los estribos —Merida la miró, nerviosa—. Nadie tiene porque enterarse de esto, ¿sí?

—¡Pero Hans es un gato!

—¡Bueno, ya! Solo tenemos que revertir la transformación y punto. No puede ser tan difícil.

—¿Sabes hacer eso?

—Eh… no —Ariel palideció—. Lo averiguaré, ¿sí? No es para tanto. Si mamá pudo volver a la normalidad después de que la convertí en un oso, este idiota también.

—¡Nos van a castigaaaar! —Ariel se puso a lloriquear como una niña.

—¡No, no nos van a castigar! ¡Escúchame! —Merida alzó la voz y su compañera saltó en su sitio— Tienes que relajarte, vamos a revertir esto y todo estará bien.

—¿Pero cómo?

—Ya lo averiguaré, tú solo déjalo en mis manos y no abras la boca con nadie, esto tiene que ser nuestro secreto.

—No sé si pueda, no soy buena mintiéndole a la gente —Ariel jugueteó con un mechón de su cabello, ansiosa.

—¡Oye! Si le dices algo de esto a alguien, voy a hervir vivo a tu cangrejo y te lo haré comer, ¿entiendes?

Ariel se mostró escandalizada.

—Pero Merida, no puedo calmarme, ¡mi primo es un gato y está furioso!

—Yo me encargo. Tú déjalo todo en mis manos, las cosas estarán bien, ¿me oyes? Vas a quedarte muy calladita mientras yo averiguo como ponerle fin a la transformación, ¿vale?

—¿Calladita?

—Muy calladita.

—Muy calladita —Ariel mordisqueó el mechón con el que jugaba.

—Eso es —Merida asintió y dio media vuelta, oprimiendo el bulto—. Tú déjame a mí, antes de que te des cuenta, Hans volverá a la normalidad y nosotras estaremos en nuestra Sala Común, riéndonos de este pequeño inconveniente y comiendo ranas de chocolate. ¡Todo va a salir bien!


Nada estaba saliendo bien.

Merida sujetó al minino con fuerza, luchando contra el cuerpecito peludo y nervioso que luchaba por escurrirse de entre sus brazos. El gato maulló estentóreamente y se revolvió, enfurecido.

—¡Quédate quieto, idiota! ¡¿No ves que solo intento ayudarte?!

El animal emitió un chillido agudo.

—¡Ya basta, Hans! ¿Por qué siempre tienes que complicarlo todo? Hasta como animal eres un cretin-¡augh!

La pelirroja aulló de dolor y se llevó una mano a la mejilla, soltándolo en el acto. El felino saltó al suelo y se refugió bajo un banco de piedra, mirándola fijamente. Merida sintió un ardor en el pómulo y después sintió que la sangre le ardía.

—¡¿Acabas de arañarme?!

La criatura batió su cola con arrogancia.

—¡No puedo creer que me atacaras!

Hans siseó.

"Imbécil", pensó ella.

Los orbes esmeraldas del gato se estrecharon con malignidad y Merida le devolvió una mirada llena de resentimiento. Los ojos le escocían de lágrimas. Dolía mucho.

Un flama azul comenzó a brotar alrededor de sus pies, amenazando al felino.

"¡¿Y ahora qué se supone que voy a hacer?!"

—Ay —se quejó, tocándose la mejilla lastimada con la punta de los dedos—, ¡eres un gato de mierda! Apuesto a que esto no se ve nada bien…

—¿Merida? —una voz familiar a sus espaldas la sobresaltó.

La chica miró sobre su hombro para descubrir a Elsa, quien se acercaba sosteniendo un par de libros bajo el brazo. Debía venir de la biblioteca.

—Ah, h-hola —la saludó con voz trémula, mientras hacía amainar el fuego de inmediato—. ¿Q-qué haces por aquí?

—Escuché que alguien estaba gritando. ¿Estás bien?

—No, digo sí. Solo estaba jugando con mi gato.

La rubia se fijó en el animalito con curiosidad.

—No sabía que tenías un gato.

—Je je… lo encontré esta mañana. Estaba por llevarlo a mi dormitorio, pero… tuvimos un pequeño accidente —la escocesa fulminó al animalillo con sus ojos celestes, quien ahora reposaba indemne sobre la hierba.

—¿Accidente?

—Creo que se asustó por mi fuego. Se me salió una chispa sin querer.

—Debes tener más cuidado, sabes lo inestables que son aún nuestros poderes. ¿Algo te hizo enojar?

—¡No, no! Más bien estaba contenta, ¡sí! Contenta de tener una mascota tan tierna, ¡tan contenta que hasta me salieron flamitas! Pero al parecer él no siente lo mismo…

—Eso no se ve nada bien —Elsa apuntó hacia su rostro con una mueca de dolor.

—¿No? —Merida puso cara de horror, preocupada.

La blonda le retiró la mano con suavidad y la reemplazó por su palma, emitiendo una corriente fría que amortiguó el dolor al instante.

—¡Oh sí! Eso se siente muy bien —la bermeja cerró los ojos con alivio—, gracias Elsa.

—Deberías ir a la enfermería a que la señora Potts haga desaparecer esos arañazos. Se pueden infectar.

—Sí, sí, debería ir ya mismo, pero… —Merida volvió a mirar al gato con recelo.

—Yo puedo quedarme con tu gato si quieres.

—¿Tú? ¡¿Quieres quedarte con esa bola de pelos?! —la pelirroja la miró con incredulidad, antes de rectificar ante la mirada extrañada de su compañera— Es decir, eh… no sé, debes estar muy ocupada…

—No me molesta, ya terminé de estudiar.

—Sí, pero la cosa es, Elsa, que este no es un gato normal. Es más bien como un hijo de puta peludo y no estoy segura de si deba dejarte con él. Es muy nervioso y tiene muy, muy mal carácter.

Un maullido ligero llamó la atención de ambas. Elsa sintió algo suave contra sus piernas y bajó la mirada para descubrir al animal. Había abandonado su escondite y ahora se frotaba cariñosamente entre sus tobillos.

La chica se agachó para recogerlo del suelo, disfrutando de su ronroneo amistoso.

Era precioso. Tenía un pelaje anaranjado con rayas del color de la grana, que emitía un brillo saludable a la luz del sol. Sus ojos asemejaban dos orbes de jade, inmensos y profundos, que se miraban en los de ella con una adoración inexplicable.

Su corazón dio un vuelco. Había algo especial en ese gato.

Elsa sonrió y deslizó un dedo sobre la frente del animal, quien a su vez le correspondió, frotando la cabecita contra la palma de su mano.

—¿Decías?

—Santa mierda —Merida observó el intercambio de caricias entre ambos, anonadada.

—No parece que tenga muy mal carácter, si me lo preguntas.

"¡Por las bolas de Merlín!", pensó la joven Gryffindor, tan nerviosa como desconcertada.

Elsa y el gatito parecían entenderse a la perfección. El minino se había acomodado entre sus brazos y ahora frotaba la cabeza contra su cuello, haciéndola reír. Si tan solo supiera que no era un gato de verdad, sino su némesis, el tipo que le había hecho la vida imposible desde primer año, no lo sujetaría de esa manera tan amorosa. Pero no lo sabía y por lo tanto, ahora ambos se mantenían muy cerca el uno del otro.

Más cerca de lo que jamás habían estado, sin querer estrangularse entre sí.

—Ay, por Dios…

—Pareces bastante sorprendida, Merida.

—No te imaginas cuanto.

—Bueno, no es la primera vez que estoy cerca de un gato. He aprendido a tratarlos un poco. Tal vez por eso me tiene confianza.

—Seh, seguramente es eso.

Un nuevo plan comenzó a gestarse en la cabeza de la colorada, a toda velocidad. Necesitaba encontrar la manera de revertir los efectos de la poción multijugos a toda costa. Solo un encantamiento potente podría deshacer ese nivel de transformación y sabía donde buscarlo: la biblioteca personal en el despacho de su madre.

Dejar a Hans en manos de su peor enemiga parecía ser efectivo. Al menos como gato no parecía despreciarla en absoluto, (el por qué de ello, era un misterio en el que bien podía ocuparse de reflexionar más adelante); y Dios sabía que no tenía el tiempo, ni las ganas para seguir lidiando con ese endemoniado ser. Ya que Elsa se había ofrecido de tan buena gana a cuidarlo, sería mejor que lo aprovechara.

Todo iba a salir bien. Mientras ella no se enterase de nada…

—Entonces, ¿estás segura de que quieres encargarte de él?

—¿Eh? —Elsa alzó la mirada de los ojos juguetones del gato, sonriendo como una niña— Oh sí, será un placer.

—Solo será un rato en lo que voy y vuelvo de la enfermería. Tal vez me tarde un poco…

—Tómate el tiempo que quieras, Merida, yo cuidaré bien de tu gatito. Se ve que ya está más tranquilo. Y tal vez cuando vuelvas, esté más dispuesto a aceptar tu compañía.

—Sí, seguro —Merida entrecerró los ojos.

"Ya nos las arreglaremos después, hijo de perra".

—Vale, ¡entonces te dejo! ¡Nos vemos después! ¡Gracias! —Merida se fue corriendo en dirección al castillo.

Cuando miró hacia atrás por última vez, Elsa seguía concentrada en hacerle mimos al Slytherin y este le besaba la mejilla con cariño.

"¡Increíble!"


Elsa pasó una mano sobre el lomo del felino con suavidad, disfrutando el movimiento acompasado de su ronroneo. No bien llegar a su habitación, el gato se había enrollado gustoso sobre su almohada, parecía disfrutar bastante estar ahí.

—No entiendo porque Merida dijo que tenías mal carácter. Eres muy gentil.

En la mesita de noche, Bruni emitió un pequeño quejido.

—Oh, Bruni, no estés celoso —la blonda acarició la diminuta cabeza del reptil con ternura—. Sabes que siempre serás mi favorito. Pero no hay nada de malo en hacerle un favor a una buena amiga, ¿no crees?

La salamandra retrocedió mientras miraba con recelo al gato.

—Tú también estás raro, ¿por qué? Él no te ha hecho nada.

Por toda respuesta, el diminuto reptil se enroscó sobre sí mismo y formó una bolita, actuando como si le diera la espalda.

—Bueno, ya se te pasará.

Rapunzel ascendió cantarina por las escaleras de la Sala Común, acompañada de su pequeño camaleón. Llevaba su diario de dibujos en una mano y tres ranas de chocolate en la otra. Ingresó en el dormitorio de las chicas como un remolino y sonrió al atisbar la cabellera plateada de su mejor amiga.

—¡Hola, Elsa! ¿Estás estudiando? Pascal y yo pasamos la tarde más maravillosa junto al lago. Traje algo para Bella y para ti.

La rubia platinada se volvió desde su cama, revelando la bola de pelo que descansaba junto a ella.

—Oh, veo que estás acompañada.

—Solo por ahora, estoy cuidando a la mascota de Merida mientras ella está en la enfermería.

—¡Qué hermoso gato! Es tan lindo y tierno, debe ser m-¡oh! —Rapunzel apartó al instante la mano que había estirado para acariciar al animal, asustada al ver el modo agresivo en el que este siseaba.

El felino la fulminó con sus orbes esmeraldas y movió la cola con prepotencia.

—¿Qué le pasa?

—No sé, hace un rato estaba muy tranquilo —Elsa lo miró con consternación—, supongo que Merida tenía razón después de todo. No tiene muy buen carácter.

—Ya me di cuenta —la rubia dorada alzó una ceja con suspicacia. Sobre su hombro, Pascal también le dirigió una mirada severa al minino—. ¿Y cómo se llama el pequeño cascarrabias?

—Creo que no tiene nombre aún.

—Ya. No sabía que Merida tuviera una mascota. Ni siquiera sabía que le gustasen los gatos —dijo Rapunzel, sentándose sobre una butaca y dejando los chocolates sobre el tocador.

—A mí también me sorprendió un poco, dijo que lo encontró esta mañana. El pobre se asustó un poco y terminó arañándola.

—Sin embargo parece estar muy a gusto cerca de ti.

—Sí, es extraño. No se ha despegado de mí desde que lo vi por primera vez.

El gato bostezó indolentemente y se estiró a placer sobre la almohada de su cuidadora.

—No sé, Elsa. Hay algo raro en ese animal, algo que no me gusta para nada.

—Vamos, no lo juzgues solo por ser un poco hostil. Algunas mascotas son así.

—No es eso, simplemente no me da buena espina y no sé porque. Hay algo en su forma de mirar que no me gusta, algo familiar. Me recuerda a alguien, no sabría decir con exactitud a quien.

—Yo no noto nada de eso —afirmó Elsa, observando con inocencia al felino.

—No, porque ha sido dulce contigo, pero yo sé de lo que estoy hablando, rara vez mi intuición se equivoca con estas cosas. Escucha bien lo que te digo Els, hay algo malo en ese gato —Rapunzel lo apuntó acusadoramente con su índice y el animal la taladró con la vista.

—Estás exagerando.

—No estoy exagerando, incluso Bruni y Pascal lo notan. Hay algo maligno en ese gato y tengo la impresión de que muy pronto lo vamos a descubrir. Así que más vale que te andes con mucho cuidado, amiga.

—Si tú lo dices —Elsa revoloteó los ojos y rascó suavemente al animal tras una de sus orejas, acción que él permitió de buena gana, cerrando los ojos y alzando la cabeza.


—No… —Merida cerró el libro de Encantamientos y lo devolvió a su lugar, paseando sus ojos celestes de manera nerviosa por el resto de títulos en la estantería. Ninguno se veía prometedor— no… no, ¡no! ¡Mierda!

Al parecer la biblioteca personal de su madre no se encontraba tan bien abastecida como creía. Tenía sentido; Elinor no permitiría que ningún estudiante accediera fácilmente a un tomo de magia avanzada, si es que poseía alguno.

—¡Diablos, mamá!

La pelirroja descendió del escritorio en el que se encontraba de pie y salió sigilosamente de la oficina. Ahora sí tendría que ir a la biblioteca y buscar en la Sección Prohibida, tal vez Bella quisiese ayudarla…

—¡Merida! —la voz de Moana la llamó a lo lejos.

La pecosa se volvió hacia ella y esbozó una media sonrisa, tratando de disimular.

—¿Dónde estabas? He estado buscándote toda la tarde, creí que íbamos a practicar en los jardines juntas, ya casi logramos el truco de las bolas de agua ardientes. Si conseguimos dominarlo, podremos molestar al gordo de Maui.

—Sí, sí, claro, pero… eh… —Merida jugueteó nerviosamente con uno de sus rizos rojos—, bueno, la verdad es que estoy un poco ocupada ahora mismo…

—¿Qué pasa? ¿Todo va bien?

—¡Todo va excelentemente!

—¿De veras? Pareces algo nerviosa —Moana elevó una de sus cejas morenas con escepticismo.

—¿Yo?

—Ya en serio Merida, ¿tienes algún problema? Sabes que puedes decírmelo, ¿ese Macintosh te está acosando de nuevo? —Moana frunció el ceño de manera amenazante.

—¿Qué dices? ¡No!

—Oye, sí se quiere propasar otra vez le voy a dejar las pelotas tan hinchadas, que no va a tener de otra que usar su faldita escocesa lo que resta del año.

—Macintosh es un marica, pero no me ha hecho nada —Merida se llevó una mano a la nuca, mirándola con culpabilidad—. Creo que estoy metida en un lío.

—¿Qué hiciste ahora? —Moana se cruzó de brazos.

—Tú de casualidad no sabrás como revertir una transformación accidental por beber pócima de animagos en mal estado, ¿o sí?

Antes de que la chica pudiese responder, Elinor dio la vuelta al final del corredor. La severa expresión de su semblante no auguraba nada bueno.

—¡Merida!

La colorada tragó saliva.

—¿Se puede saber que significa esto? Tu ensayo sobre los contraencantamientos es una vergüenza —la mujer blandió un pergamino en su mano—. ¿Cómo fuiste capaz de entregar una tarea tan mediocre? Te dije que más te valía aplicarte este año…

—¡Pero me esforcé mucho para hacerlo!

—Pues al parecer no fue suficiente.

—Es que teníamos entrenamiento de Quidditch —Merida hizo un puchero.

—Esa no es excusa, tendrás que repetirlo —dijo Elinor— hasta que sea adecuado. De ninguna manera voy a permitir que vuelvas a flojear otra vez, tú eres mejor que esto.

—Pero mamaaaaaaaaaaaá…

—Ya sabes que si bajas tus notas, no podrás jugar. Y entonces la señorita Solberg tendrá que reemplazarte en el equipo. Ella sí entregó un ensayo decente.

—¡No! ¡Anna no! —Merida se llevó las manos al rostro con horror.

—Vamos ahora mismo al aula, Merida.

—¿Ahora?

—¡Sí!

La muchacha se mordisqueó la uña del pulgar con ansiedad, no podía perder el tiempo repitiendo tareas inútiles, ¡tenía que encontrar la manera de revertir la transformación cuanto antes!

—Eh, ¿profesora Dunbroch?

—¿Sí? —la docente se volvió hacia Moana, quien miraba de reojo a su hija.

—De hecho la estaba buscando, tengo algunas dudas sobre el tema de los contraencantamientos y quisiera saber si puedo repasarlos con usted.

—Que raro, no aparenta desconocer el tema a juzgar por lo que leí en su ensayo. Ya podría Merida tomar nota —Elinor le dirigió otra mirada penetrante a la bermeja, que se ruborizó intensamente.

—¡Oh, pero es que sí las tengo! Muchas, muchas dudas, sobre todo ahora que estoy controlando mejor mis poderes especiales y… eh, pues hay algunas cosas que la profesora Iduna no ha podido explicarme bien. ¡Por favor, maestra! ¡Por favor!

—Bueno, supongo que podríamos ocuparnos de eso, después de que Merida termine con el ensayo.

—¡No! Tiene que ser ahora mismo.

—¿Ahora?

—Es que nadie sabe explicar como usted. Si no resuelvo eso, no voy a poder dormir tranquila. Los exámenes me estresan y usted es tan inteligente y capaz, no como otros maestros. Mi abuela dice que usted es una de las mejores hechiceras que han pisado esta institución.

—Oh, vaya —Elinor se llevó una mano al pecho, halagada—, bueno, siendo así…

—¡Ya quiero llenar mi cabeza de su conocimiento admirable! —Moana dio media vuelta y se encaminó hacia el aula de Encantamientos.

—No te has librado de esto, jovencita —la mujer volvió a blandir el pergamino al tiempo que se alejaba con la muchacha.

Ella se volvió brevemente para guiñarle un ojo y Merida sintió que su corazón saltaba en su pecho. Bendita fuera esa chica.

"Y ahora, a buscar una solución de verdad", pensó, echando a correr en la dirección contraria.


Elsa terminó de escribir el ensayo de Herbología pendiente y movió una mano con ligereza, emitiendo una ligera y helada corriente de aire para hacer secar la tinta sobre el pergamino. A continuación lo enrolló y conjuró una cinta de brillante color azul en torno a él. Un diminuto copo de nieve terminó por decorar el centro del lazo, añadiendo el sello distintivo que caracterizaba a todas sus tareas.

La chica se estiró con pereza en su silla. Acurrucado en su regazo, el gato hizo lo mismo antes de alzarse sobre sus patas traseras y apoyarse contra su pecho, prodigándole besitos ásperos en la barbilla.

Ella río y acarició sus costados.

—Realmente eres un gato extraño, ¿sabes? No sé que es lo que encuentras tan especial en mí —la frotó la cabeza—, pero creo que tú y yo nos parecemos un poco, en cierta manera, antes solía ser como tú. No te gusta mucho la gente, ¿no?

El minino maulló en respuesta.

—Sí, yo también solía sentirme más cómoda en mi pequeño espacio, a veces el mundo exterior puede ser intimidante. Pero no es tan malo una vez que das el primer paso, hay mucha gente buena… y mala —la muchacha frunció ligeramente el ceño, perdida en sus pensamientos—, no lo comprenderías, ¿o sí?

El gato la miró ladeando la cabeza.

—Ahora que lo pienso, Merida no te habrá puesto nombre, ¿no? —Elsa tomó al felino por debajo sus patas delanteras y lo levantó a la altura de su cara— No puedo seguir llamándote "el gato". No es muy educado.

Le rascó la cabeza.

—Tendremos que buscarte alguno si ella no lo hace pronto… ¡oh, eres tan lindo! Me va a costar trabajo devolverte con ella. Supongo que tendré que darte algo para que no te vayas a olvidar de mí —la chica hizo una floritura con su índice, haciendo aparecer otra cinta de color azul en torno al cuello del minino—. Así está mejor, ¿no crees?

El animal le devolvió un ronroneo y ella lo abrazó, recostándolo contra su hombro.

—Eres tan suave, que mal que no puedas venir conmigo a casa. Nos harías muy buena compañía a Bruni y a mí.

Elsa deslizó su mejilla sobre el pelaje del gato, disfrutando el sonido acompasado que brotaba de su cuerpecito.

—¡Eres tan lindo como Sitron! Él también es extraño, no sé como un animalito tan dulce puede ser así teniendo semejante dueño. Tú no lo conoces, pero Hans Westergaard es un auténtico imbécil.

De pronto, el gato se impulsó hacia su hombro y saltó hasta el piso, mirándola penetrantemente.

—¿Qué? ¿Qué dije?

El gato liberó un maullido prolongado, como si le estuviera haciendo algún reproche.

—Vamos, ¿qué te pasa ahora? Tienes hambre. Ya, seguro que es eso.

Elsa fue hasta un rincón del dormitorio y rebuscó dentro del pequeño contenedor de hielo que había creado para los aperitivos. Las chicas y ella solían utilizarlo para guardar golosinas y bocadillos de los que disfrutaban entre las comidas.

Extrajo de allí un par de galletas de avena y se las ofreció al felino, quien las olisqueó con suspicacia.

—¿No? —Elsa retiró las galletas al ver que no hacia amago de morder ninguna.

Bruni saltó desde la mesita de noche y se acercó en busca del manjar rechazado.

—Ah, ya no estás tan molesto conmigo, ¿no? —la jovencita cortó un pedazo de galleta y lo sostuvo ante la salamandra, quien comió con glotonería, ignorando la mirada penetrante de los orbes esmeraldas del gato.

Elsa guardó las galletas y volvió a rebuscar en el contenedor.

—Ahora que lo pienso, la verdad es que no lo he visto en todo el día —afirmó pensativa—. Ni siquiera después de la práctica de Quidditch. Eso no es propio de él.

Alzó un pastelito de calabaza y los ojos del gato refulgieron, aceptando el aperitivo de buen grado.

—¿Dónde se habrá metido? —inquirió ella en voz alta, intrigada.

El gato se volvió para contemplarla con sus enormes ojos. Ahora que lo pensaba bien, Rapunzel no estaba del todo loca. Había algo familiar en esa mirada…

—No importa —repuso, acariciando su cabeza—, de cualquier manera estoy mejor sin verlo. ¿Puedes creer que siempre se mete conmigo? Pff —bufó—, ojalá nunca te cruces en su camino, pequeño.

El gato maulló con fuerza y volvió a refregar la frente contra su palma.


Rapunzel refunfuñó y se abrió paso por el jardín, donde múltiples estudiantes leían o conversaban a la sombra de alguna de las buhardillas del castillo. En una mano arrastraba la túnica, con el bajo completamente desgarrado. Los mechones desordenados que sobresalían de su trenza dorada y que la sombra de hartazgo nublaba sus ojos, indicaban problemas.

—Parece que alguien no está teniendo un buen día —Jasmine esbozó una sonrisa socarrona al verla—. Por Alá, mírate, ¿qué ha pasado rayo de sol? ¿Vas a colgar a alguien?

—¡No! ¡Yo no cuelgo animales! Aunque sean tan molestos como ese —masculló, arrojando la túnica sobre un banco de piedra y sentándose sobre ella.

—¿De qué hablas?

—¡Es el estúpido gato de Elsa! ¡Ya me tiene harta! Lo trajo ayer al dormitorio y desde entonces no ha dejado de molestar.

—¿Elsa tiene un gato?

—De hecho es de Merida, pero ni siquiera se ha dignado en venir a buscarlo. Y ahora entiendo porque, no sabía que un gato pudiera ser tan diabólico —Rapunzel apoyó la cabeza sobre sus manos con aire enfurruñado.

—¿Un gato? ¿Diabólico? —sentada a pocos pasos de allí, Ariel apartó la vista de los muñecos de acción muggle con los que estaba jugando y volvió la cabeza, lenta y nerviosamente.

—¡Ya no lo aguanto! Esta mañana desgarró mi túnica y se cagó sobre el dibujo en el que estaba trabajando, ¡y trató de comerse a Pascal! Habló en serio mujer, ese Lord Purrington es un imbécil.

—¿Lord Purrington? —Jasmine trató de contener la risa— Interesante nombre. ¿Merida le puso así?

—No, fue Elsa, creo que lo va a adoptar de manera definitiva. No entiendo que le ve de especial a ese animal grosero, ¡no se lleva bien con nadie! Desde que está en nuestra casa no hace más que rehuir a todo el mundo y gruñir en cuanto alguien trata de acercarse.

—¿Ah sí?

—La única razón por la que Elsa lo quiere, es porque se comporta cariñoso con ella. Es muy raro. Bella dice que no es tan malo, claro, porque a ella ni siquiera ha intentado atacarla, ¡pero a mí me odia! Trato de hacer como que no existe pero es difícil cuando se mete en cada rincón y se roba nuestros bocadillos. ¡Y es tan sigiloso! Nunca sé cuando va a aparecer arriba de algún armario o debajo de la cama. Es… ¡es un demonio! ¡Eso es lo que es!

—Parece un gato interesante.

—¡Punzie!

Elsa llegó corriendo con la susodicha mascota entre sus brazos. Los ojos del felino destilaban pura frialdad.

—No debiste irte así de la habitación —le dijo la platinada con seriedad—, estaba intentando arreglar tu túnica.

—¡Lo único que tienes que hacer es deshacerte de ese gato infernal!

—Estás actuando como una niña.

—¿Yo? ¡¿Yo estoy actuando como una niña?!

—Es infantil que te molestes con un animal, Lord Purrington no sabe lo que hace —Elsa apretó al minino contra su pecho y este maulló con inocencia.

—Sí lo sabe, ¡lo sabe perfectamente!

—Es una criaturita inocente…

—¡Se cagó en mi dibujo!

—Basta, lo estás asustando.

—Yo solo te digo Elsa, que si ese animal no está fuera del dormitorio antes de esta noche, las cosas se van a poner muy feas.

—No te atreverías.

—Oh sí, ¡sí que lo haré!

—Vaya, así que este es el pequeñín que ha estado causando problemas. Que curioso, nunca lo había visto por el colegio —Jasmine se inclinó hacia el minino con una sonrisa maliciosa y este la fulminó con sus orbes de jade—, eres un animalito malvado, ¿no es así? Oh sí, eres un pequeño monstruo.

—No es un monstruo, solo tiene que habituarse a estar cerca de la gente porque es tímido —replicó Elsa frunciendo el ceño—, ya se acostumbrará.

—Seguramente —Jasmine se encogió de hombros—. Por cierto Ariel, ya que estamos hablando de peligros potenciales para la sociedad, no tendrás idea de donde se habrá metido el trastornado de tu primo, ¿no? Ha faltado a todas las clases de la mañana y Eugene dijo que ni siquiera se había aparecido por el dormitorio de los chicos anoche.

—¿H-Hans? —la pelirroja palideció—, no sé… debe haber ido a… ¿su casa?…

—Pues más le vale regresar a tiempo porque nos toca patrullar los pasillos esta noche. Ese idiota no me va a cargar todo el trabajo a mí sola.

—Ojalá se fuera para siempre —dijo Elsa arrugando la nariz.

—No sabes lo que dices, Els. Estás desdeñando todos los momentos de diversión que nos has hecho pasar con el principito, ¿con quién descargarías todas tus frustraciones mágicas y hormonales si él se fuera de aquí? Estoy segura de que hasta tú lo echarías de menos. No mientas.

—Te equivocas. Ni siquiera he notado su ausencia en toda la mañana —contestó ella, elevando la nariz en un gesto altivo.

—¿Ah no? No sé porque me cuesta creerte. ¿Tú qué piensas, Ariel?

—¡Debo irme! ¡Tengo que buscar a Merida! —la pelirroja se puso de pie en un salto.

—Yo también la estoy buscando, si la ves dile que su gato está bien y que puede venir por él cuando quiera —dijo Elsa.

La colorada no pareció oírla, puesto que se echó a correr con apuro.

—¿Y ahora qué le pasa? —se preguntó Rapunzel.

—Debe estar ansiosa por ir a besuquearse con Eric. Esa chica no tiene autocontrol.

—Yo también me voy, iré a practicar al lago como me recomendó la profesora Vinter —anunció Elsa— tú también deberías hacerlo Rapunzel, en lugar de enfadarte por tonterías —le recomendó a su amiga, haciéndola bufar.

—Hay algo extraño en ese gato —concluyó Jasmine, tan pronto como la rubia hubo desaparecido.

—¡Lo sé! Es lo que llevó diciéndole desde ayer, pero no hace ni caso —Rapunzel suspiró—. Me siento mal por actuar así con un animal, pero tengo este presentimiento que no deja de molestarme. Normalmente los gatos son tiernos, pero este me da escalofríos. Dime, ¿estoy loca?

—No, en realidad no creo que estés loca. Tengo la sospecha de que hay algo más sucediendo por aquí —la morena muchacha entrecerró sus ojos almendrados de manera suspicaz— y creo que ya sé por donde comenzar a investigar. Si me disculpas.

Antes de que su compañera pudiera preguntarle nada, la joven se retiró en la misma dirección por la que Ariel acababa de marcharse.


Sentada sobre una de las butacas de la Sala Común, Elsa terminó de leer el último capítulo encargado por Weselton para Historia de la Magia, (ese anciano odioso y chiquitín siempre se las arreglaba para hacer de sus deberes una experiencia de lo más pesada y soporífera), y se estiró. El gato pelirrojo dormía apaciblemente sobre sus rodillas, pero se movió tan pronto como la sintió desperezarse.

—Dios, que largo. No sé como Weselton espera que memoricemos tantos capítulos para un examen oral.

El felino apoyó sus patas delanteras sobre su pecho y se alzó hacia ella.

—Tienes suerte de no conocerlo, ese viejo es una pesadilla —le tocó la nariz con el índice y el animal parpadeó—. A todo esto, ¿dónde estará Merida? Habrá salido ya de la enfermería. No es que tenga prisa por deshacerme de ti, pero quizá debería ir a buscarla. ¿No te parece?

El gato maulló con desidia.

—¿Terminaste con el libro, Elsa?

Tadashi Hamada apareció ante ella, tan pulcro y amable como siempre. El minino clavó los ojos en él con aversión.

—Toma, es todo tuyo.

—Gracias.

—Más vale que empieces, no es una lectura breve.

—Eso parece. Oye, tienes algo en el pelo…

El muchacho extendió una mano para apartar una pelusa, rozando uno de los suaves mechones que escapaban de su trenza en el acto. El gato volvió a maullar con enfado y le lanzó un zarpazo que lo sobresaltó.

—¡Hey!

—¡Oh! —Elsa miró al animal con sorpresa.

—¿Qué le pasa a tu gato?

—No sé, en realidad es de Merida, lo encontró ayer en la mañana. Se lo estoy cuidando, ya ella me advirtió que era un poco especial.

—Vaya genio. No sé porque se pone así, no estaba haciendo nada —Tadashi frunció el ceño y se revisó la mano, descubriendo un arañazo diminuto—. Genial.

—Lo siento, no es muy amistoso con la gente. También intentó arañar a Rapunzel.

—¿A Punzie? Eso sí que es nuevo, creí que ella se llevaba bien con todas las criaturas vivientes —el chico dejó de examinarse la mano.

—Pues este no se lleva bien con muchas personas, mejor dejarlo tranquilo. Es raro, conmigo ha sido muy dulce.

—Vaya, tienes un nuevo admirador —Tadashi sonrío con socarronería y ella le devolvió el gesto—. Y es celoso.

—No lo molestes, pobrecito.

—Tranquilo pequeño, no pienso robártela. Eso ya es agua pasada.

El gato lo miró con odio.

—Mejor que no te oiga Honey.

—Sí, me está esperando. Nos vemos después.

El mago se marchó ignorando por completo la mirada envenenada del animal, a quien Elsa alzó en sus brazos.

—¿De verdad sientes celos? Eso no puede ser. Eres un gatito muy extraño.

Lo apretó contra su pecho y el animal frotó la cabeza contra el hueco de su hombro, ronroneando placenteramente.


Merida nunca se había sentido tan acorralada como en ese instante. Sus compañeros la miraban fijamente, con cejas alzadas en sus rostros. Esa imprudente de Ariel no había podido mantener la boca cerrada.

La miró, fulminándola con los ojos y ella apartó los suyos abochornada.

—¡No puedo creer que hablaras!

—¡Perdón!

—¡Era nuestro secreto!

—¡Es que Jasmine me presionó mucho! —Ariel se llevó las manos a la cabeza, desesperada y Merida se palmeó la frente.

—Sabía que algo andaba mal con el principito —afirmó la chica morena con presunción.

—Eres una chismosa.

—Dime que al menos ya encontraste una solución.

—Pues, no es como que sea de su incumbencia pero para su información, sí, la encontré —Merida se cruzó de brazos y alzó la nariz altaneramente—. Bella me prometió que buscaría la manera de revertirlo en la sección de hechizos avanzados de la biblioteca. Tal vez tenga que entrar a la Sección Prohibida.

—Entonces Bella va a solucionarlo por ti —apuntó Eric.

—¡El punto es que se va a solucionar!

—¿En qué estabas pensando, Merida? ¡No puedes ir por allí transformando a la gente en animales! Mejor reza para que Bella encuentre una solución o terminarás literalmente congelada. ¿No te bastó con lo que ocurrió el año pasado?

—Genial, conviertes a tu madre en oso sin querer y te lo recuerdan de por vida. ¡Ya les dije que fue un accidente, perras! ¡No quise tropezarme y derramar encima de ella esa poción!

—Creí que le habías dado un pastelillo —intervino Ariel confundida.

—¡Pfff! ¿Qué importa cómo fue? Al final se arregló, ¿no?

—Deben admitir que esto es algo divertido.

Eric soltó una risa socarrona y entonces todos miraron hacia un rincón del jardín, donde una chica rubia jugaba y le hacía mimos al gato que sostenía en su regazo.

Un gato al que conocía mejor de lo que se imaginaba.

—Elsa se va a morir cuando se entere.

—¿Tú crees? Tal vez no sea para tanto, quiero decir, solo se ha encariñado un poco.

—Creo que ha estado durmiendo con él.

—Oh no.

—¿Quién es mi gatito bonito? —Elsa besó el estómago del gato— Te amo tanto, Lord Purrington. ¡Nunca te dejaré ir!

—Esto es enfermizo —murmuró Eric.

—Ay Dios, estás tan jodida, Merida. Tan jodida.

Por primera vez desde que todo aquel enredo comenzara, la aludida sintió un verdadero temor. Ni siquiera se había percatado de en que instante las cosas habían llegado tan lejos.

—¡Elsa, no te muevas!

El grito de Bella atrajo la atención de todos los presentes.

—¿Eh? —la aludida alzó los ojos con confusión, justo a tiempo para ver como su amiga levantaba la varita en dirección al gato.

Este erizó el cuerpo y saltó del regazo de la albina, siendo interceptado por el as de luz que brotó de la varita de Bella, al tiempo que pronunciaba un encantamiento desconocido. Su cuerpo pequeño se transmutó en el aire, alargándose y adquiriendo las proporciones de un muchacho alto y delgado.

Un muchacho de cabellos pelirrojos y ojos esmeraldas, que portaba la característica túnica de Slytherin.

Anonadada, Elsa contempló como su némesis aterrizaba sobre uno de los bancos de piedra del jardín sobre sus manos y pues, igual que un gato asustado. Tenía el cabello y la camisa alborotados, los pantalones rasgados y no llevaba zapatos.

El chico permaneció en posición felino durante un par de segundos y acto seguido se desplomó en el suelo, arrancando exclamaciones asustadas de sus compañeros presentes.

—¡Hans!

Elsa se quedó mirándolo, lívida, incapaz de creer lo que estaba sucediendo. Todavía tenía pelos de gato en la falda. Pequeños pelos rojizos, suaves y adorables.

Los pelos de un Slytherin.

Sintió un tic en el ojo.

—¡A un lado todos!

Eric y Ariel se acercaron al joven tendido en el piso y lo ayudaron a incorporarse.

—¿Estás bien, Hans? ¿Hans? —la pelirroja lo miró preocupada y luego lo sacudió, sin obtener respuesta alguna. Luego se volvió hacia su novio, perpleja—. No reacciona.

—Debe seguir en shock por la transformación. Llevémoslo a la enfermería.

—Mejor buscamos a uno de sus amigos para que lo lleve a Slytherin.

Cada uno lo tomó por un brazo para arrastrarlo lejos de allí.

—¿Q-qué…? Pero… pero, yo… —Elsa balbuceaba confundida, mirando a todos los estudiantes que presenciaban el extraño suceso, hasta reparar en una pelirroja de alborotados rizos que trataba de esconderse detrás de Jasmine.

La ira reptaba silenciosamente por su pecho.

—Elsa, cálmate.

—No hagas un escándalo, Elsa.

—Mañana nos vamos a reír todos de esto.

La escocesa se echó a temblar.

—¡MERIDA!

La mano de Jasmine se poso sobre el hombro de la pobre Gryffindor.

—Corre.

—¡MERIDAAAAAAAAAAA!

Chillando de terror, la muchacha se echó a correr. A punto estuvo de tropezar cuando una ráfaga de hielo le rozó el pómulo.

—¡NO HUYAS, MERIDA! ¡PARA! ¡PARA O TE CONGELO LOS PIES!

La amenaza furiosa de Elsa hizo que la chica se detuviera en seco. Un escalofrío recorrió su espina dorsal, no se atrevía a mirar tras de sí. El sonido de zancadas a sus espaldas le indicó que la joven Ravenclaw se estaba acercando. Tragó saliva.

—¿A dónde crees que vas, pequeña pirómana mentirosa?

La colorada se dio la vuelta lentamente, con una sonrisita nerviosa.

—P-puedo explicarlo…

—¿Qué vas a explicar? ¡¿Qué me hiciste cuidar de mi peor enemigo, solo por qué tuviste otro de tus estúpidos accidentes mágicos?!

—Pues eso no parecía molestarte mucho mientras era un gato.

—¡Estuve con él en mi casa! ¡En mi dormitorio! —Elsa se aproximaba hacia ella amenazadoramente, sus gélidos ojos eran como dos volcanes a punto de hacer erupción— ¡Por Dios, si hasta dormí con él en mi cama!

Varios estudiantes alrededor emitieron un grito ahogado de sorpresa, seguido de algunas pocas risas y silbidos pícaros. Elsa enrojeció abruptamente.

—¡Lo siento! Lo siento mucho, ¿sí? —chilló Merida.

—¡Un lo siento no arregla nada!

—¡Tú te ofreciste a cuidarlo!

—¡Por qué no sabía que era Hans!

La blonda rechinó los dientes y conjuró un brillante copo de nieve entre sus manos.

—¡Cálmate, Elsa! Podemos arreglar esto…

—¡DORMÍ CON HANS!

—¡PERDÓN!

—¡¿CÓMO VAS A SOLUCIONAR ESO?! ¡¿TIENES UN GIRATIEMPO PARA RETROCEDER UN DÍA Y EVITAR QUE OCURRA?!

—¡LO SIENTO! ¡LO SIENTO DE VERDAD!

—NOOOOOOOO…

—AHHHHHHH…

El césped bajo los pies de la rubia se congeló. Un aura de fuego azul comenzó a emanar de las manos de Merida, mientras ambas adolescentes chillaban como animales heridos.

—Cálmate Elsa, no hay que perder la calma, ¿Elsa? ¡Elsa, no!

Una ráfaga de hielo salió disparada hacia la pelirroja, quien gritó y echó a correr, dejando una estala de llamas a su paso. Los estudiantes gritaron también y se dispersaron como una bandada de pájaros asustados.

—¡VEN ACÁ, MERIDA! ¡NO VAS A ESCAPAR DE ESTO!

—¡MAMAAAAAAAAAÁ!


En la enfermería del colegio, dos cuerpos menudos reposaban sobre un par de camastros a la sombra del lugar, sin túnicas y con las camisas arremangadas. Uno temblaba a causa de los escalofríos que recorrían su espina dorsal, reposando bajo la gruesa manta de lana que le cubría el pecho y las piernas. El otro suspiraba, atosigado por el calor, transpirando sin cesar debajo de la compresa helada que yacía en su frente.

La señora Potts terminó de batir el ungüento que había preparado con unas cuantas hierbas medicinales y, haciendo uso de una pequeña espátula, procedió a aplicar el menjurje sobre el brazo pecoso de Merida.

—¡Auuuh! —la pelirroja se quejó y comenzó a retorcerse como caracol en sal.

—Quédese quieta, señorita Dunbroch —dijo la enfermera con el ceño fruncido—, esto tardará un poco en hacer efecto. Solo a ustedes se les ocurre pelear de esa manera, y luego están quejándose de sus poderes. Nunca había tenido que atender quemaduras de frío de esta magnitud, ¡y usted no se queda atrás, señorita Sorensen!

La colorada se puso del color de su cabello. Desde su cama, Elsa apartó la mirada con bochorno.

—¡Pues no habría sucedido nada si Merida no me sacara de mis casillas!

—¡Tú me atacaste primero!

—¡Tú me engañaste! ¡Me dejaste en ridículo frente a todos!

—¡Ya te dije que lo siento!

—Que vergüenza, señoritas.

Elsa se paralizó al sentir un ardor ligero en su pierna y se mordió la lengua para no gritar. El ungüento de la señora Potts era realmente desagradable. A diferencia de las quemaduras gélidas que había sufrido Merida, ella se encontraba parcialmente chamuscada; sus blancas mejillas, piernas y brazos mostraban residuos oscuros, como si acabara de salir de algún incendio.

De no ser por la resistencia que le confería su hielo y la protección del propio fuego de Merida, probablemente aquello hubiese terminado en una desgracia.

—¡Elsa! —una pequeña comitiva de mujeres ingresó al lugar, encabezada por Rapunzel.

Bella, Moana y Ariel iban a su lado, seguidas de cerca por la profesora Elinor, la profesora Iduna y la subdirectora Yelena.

La primera docente se abalanzó sobre Merida al verla en semejante estado.

—¡¿Te encuentras bien!? ¡¿Te duele algo?! Háblame Merida, ¡háblame!

—¡Mamá, basta!

Era increíble la rapidez con la que esa mujer perdía las formas cuando se trataba de su hija.

—Elsa, ¿te sientes bien? —le preguntó Rapunzel, llegando a su lado.

—He estado mejor.

Iduna la miró de pies a cabeza, ansiosa. Su pálida mano se detuvo a un par de centímetros de la frente de la muchacha, antes de optar por colocarla sobre su mano derecha, que no había sido afectada por el fuego.

—Por suerte ambas están bien —dijo.

—Fueron muy irresponsables al usar sus poderes de esta forma —dijo Yelena con severidad.

—La subdirectora tiene razón, pudieron matarse —agregó Elinor, recobrando la compostura—, por eso van a recibir un castigo en cuanto salgan de aquí.

—Pero mamaaaaaaaá…

—¡Nada! Tienen que aprender a comportarse, por el amor de Dios, ustedes no son como las demás estudiantes. ¡Yo no te he enseñado a responder de este modo, Merida!

La aludida hizo un puchero y Moana le acomodó mejor la manta.

—Tendremos que practicar más después de su castigo —informó Iduna—, admito que por lo menos no tuvieron problemas para detenerse a tiempo. Las clases especiales están dando resultado.

—Gracias a Dios —Elinor se cruzó de brazos y negó con la cabeza—, ¡estas chicas son incorregibles!

—Vaya, se ven terribles, espero que esto no las deje marcadas de por vida —dijo Ariel impertinentemente.

Dos pares de ojos celestes la fulminaron con enfado.

—¡Eso no es problema! Voy a usar mi cabello mágico y quedarán como nuevas…

—¡Nada de cabello mágico! Ya les puse el ungüento y sanarán adecuadamente —dijo la señora Potts con orgullo—, no quiero lidiar con más poderes especiales. Nunca se sabe lo que pasará cuando ustedes señoritas, ponen a prueba esas habilidades suyas. Mañana por la mañana estas niñas estarán más que bien.

—Pero…

—¡Pero nada, señorita Corona! Ya fue suficiente, las visitas quedan restringidas por el resto de la tarde para los estudiantes —sentenció la regordeta mujer—, estas chiquillas necesitan descansar. Tienen toda una noche de regeneración por delante.

—En eso estoy de acuerdo —dijo Yelena con su característica serenidad—. Al menos esto les habrá dejado una valiosa lección.

—Vamos niñas, dejemos que las chicas se recuperen.

Elinor besó la coronilla de Merida y prometió llevarle chocolate caliente antes de cenar.

—Ten —Bella le entregó a Elsa el abanico que había hecho aparecer para refrescarla un poco—, y algo de leer para que no te aburras —colocó un par de libros al lado del camastro—, también traje Historia de Hogwarts.

—Ay Bella, nadie lee eso —dijo Rapunzel en tanto ambas se retiraban con sus compañeras.

—¿Te sientes bien? ¿Quieres algo? —Iduna le esponjó la almohada, pendiente de su respuesta.

—No profesora, estoy bien. Gracias de todas maneras.

La castaña sonrió ligeramente y le acarició el flequillo de manera maternal.

—Avísame con la señora Potts si necesitas alguna cosa, estaré cerca.

La rubia asintió y la miró marcharse. La señora Potts cambió su compresa fría y les sugirió que tratasen de dormir un poco, retirándose también a su despecho.

Un incómodo silencio se apoderó de la estancia.

—Elsa…

La blonda volteó a su derecha.

—Siento no haberte dicho lo de Hans, parecías tan emocionada con él que no creí que fuera importante. Ni siquiera era mi intención transformarlo en gato por completo, solo iba a medio transformarlo para que hiciera el ridículo y arruinar su reputación por el resto del año escolar. No quería que tú te vieras afectada. Lo lamento.

—Bueno —la platinada exhaló, resignada—, supongo que tus intenciones eran nobles, digo, no puedo enojarme del todo con alguien que quiere arruinar a Hans. Él es una mierda.

—Lo es.

—Aunque pudiste pensar en algo mejor.

—¿Cómo qué?

—No sé, tal vez prenderle fuego a sus pantalones o incendiarle la tarea de Pociones justo antes de la entrega.

—Eso habría sido muy obvio, ¿no crees?

—Sí, supongo que lo sería —Elsa revoloteó los ojos—, no sé de que nos sirve aprender a controlar estas habilidades si ni siquiera podemos darles un uso práctico y eficiente.

—Bueno, soñar no cuesta nada.

—Sí, soñar… ¿sabes algo? A veces sueño que me voy lejos de aquí, a un sitio lejano donde no pueda ser juzgada, ni castigada por nadie. Y me veo dando vueltas dentro de un magnífico palacio de hielo, rodeada por la nieve y ascendiendo por una bella escalinata de cristal —los orbes de zafiro de Elsa se perdieron en el techo, soñadores—, y allí, en la última habitación del palacio, está él. Hans. Convertido en una fría e inanimada escultura de hielo, incapaz de atormentarme con su molesta voz. Entonces yo bailó alrededor suyo, y mis manos se extienden y lo empujan por el balcón hacia un precipicio oscuro para mandarlo de vuelta al infierno. Y luego una música celestial resuena a mi alrededor y todo es felicidad y yo soy libre. ¡Libre!

Merida se volvió hacia ella, fascinada.

—Parece un sueño mágico y maravilloso.

—Es el más hermoso que tengo, aunque nunca se hará realidad.

—Oye, no digas eso, tal vez un día de estos ruede por alguna de las escaleras trampa del colegio o termine ahogándose en una fosa llena de mierda de dragón. Una vez leí que le pasó a alguien en Birmania.

—¿En serio lo crees?

—Claro, ya sabes lo que dicen, la esperanza es lo último que muere.

Elsa sonrió de lado.

—Siento haberte congelado, Merida, creo que se me fue la mano.

—Ah, no importa, ya casi estoy recuperando la sensibilidad de mis pezones —la pelirroja se asomó al interior de su blusa—. Perdón por chamuscarte.

—No hay cuidado.

El silencio volvió a imponerse, esta vez de manera agradable. De pronto, un sollozo ahogado rompió la quietud del recinto.

—¿Qué? ¿Qué tienes? —Merida la miró confundida.

—¡Es que en serio voy a extrañar a ese gato! —Elsa ocultó la cara contra la almohada y liberó un chillido agudo.

La bruja de Gryffindor rodó los ojos.


Elsa terminó de cambiarse en los vestuarios del campo de Quidditch y recogió su escoba. Había sido un día de entrenamiento muy duro. Casi todos sus compañeros de equipo se habían marchado ya hacia la Sala Común. La chica se colgó el bolso con sus cosas en el hombro y fue tras ellos, siendo interceptada por un cuerpo alto que apareció en la entrada de repente.

—¡Oh! —la rubia se detuvo abruptamente y estuvo a punto de perder el equilibrio— ¡Mierda, Hans! ¿Por qué vienes así sin avisar? Casi haces que me caiga.

El mago levantó una ceja, mirándola con la arrogancia de siempre.

—¿Se te perdió algo? —inquirió ella con recelo.

—Creo que a ti sí —el pelirrojo alzó una mano y la joven se sintió enrojecer al ver lo que colgaba de sus dedos.

Era la cinta azul que le había puesto en el cuello, cuando aún era un gato.

—Interesante accesorio, por cierto, aunque debo decir que el azul no es mi color.

—¡Agh! —la muchacha resopló y se lo arrebató bruscamente— ¿Para esto viniste? Si tanto te disgusta podrías simplemente haberlo tirado. Ya bastante tengo con haber quedado en ridículo delante de todos, como para me recuerdes el incidente.

—¿Disculpa? ¿Tú? ¡Fui yo el que quedó en ridículo! ¡Yo! —Hans se despeinó el cabello, exasperado— ¡Todos estaban mirando cuando aparecí como un maldito desquiciado en medio del jardín!

—¿Y? ¡Reclámale a quienes te transformaron!

—Ya lo hice, esas dos idiotas se creyeron que iban a salirse con la suya, como si fuera tan sencillo —repuso él entrecerrando los ojos—. Pero no vine a hablar de ellas, sino de lo que pasó… entre nosotros.

—¿Y qué pasó? —la blonda frunció el ceño, pretendiendo ignorar de lo que estaba hablando.

El intenso rubor en sus mejillas no era de ayuda.

—Esperaba que tú pudieses decírmelo.

—¿Yo?

—¡Vamos, Elsa! ¡Todos escucharon lo que le gritaste a Merida ayer! Deja de hacerte la tonta.

—¡Bueno, pues entonces no necesitas muchas explicaciones, ¿no?! —replicó ella con enfado, pasando por su lado y empujándolo con la intención de retirarse a toda velocidad.

Esa era una conversación que definitivamente no estaba dispuesta a sostener.

—En realidad no recuerdo nada de lo que me sucedió mientras estaba bajo el influjo de la poción —Hans la alcanzó en un par de zancadas y se puso a caminar a su lado.

—¿Nada? —la chica lo miró por el rabillo del ojo, ceñuda.

—No. La profesora Dunbroch dice que no es extraño; muchas personas que son transformadas en animales tienden a desconectarse del intelecto humano y comienzan a actuar por instinto, igual que le sucedió a ella cuando se convirtió en oso.

Elsa hizo una mueca al recordar el fatídico día en el que la pobre docente había espantado a medio colegio, al deambular entre los pasillos como una bestia enorme.

El fuerte de su hija no eran las pócimas, evidentemente.

—Tengo entendido que tú te hiciste cargo de mí mientras me encontraba en ese estado —Hans desvió la mirada, tan abochornado como ella.

—Por desgracia. Obviamente no sabía que eras tú.

—¿Y? ¿Hice algo… raro?

—¿Además de cagarte en el dibujo de Rapunzel? —inquirió ella con ironía.

—Ugh, ¿en serio hice eso? —esta vez fue la bruja quien arqueó una ceja— Debía ser una mierda de todos modos.

—Y yo que le recriminaba por decir que eras un gato maligno.

—Por favor, no pudo ser tan terrible. No es como si te hubiera atacado o algo parecido.

Elsa arrugó la nariz, mirándolo penetrantemente.

—¿Lo hice?

—No —musitó, desviando sus ojos celestes, azorada—, no, la verdad es que no fuiste tan malo… no conmigo, al menos.

—¿Ah no?

—De hecho… bueno, yo…

La chica volvió a observarlo de reojo, pasa de una maraña de emociones. Debajo de la inmensa vergüenza que sentía, un sentimiento cálido de ternura se empeñaba en aflorar, el recordar el suave pelaje y el adorable rostro del minino que había sido.

—¿Qué?

—¡Nada! Nada, ¿sí? No pasó nada especial, ¡eras un imbécil con todos como siempre y no parabas de arañar y de gruñirle a las personas! Y yo solo me compadecí de ti porque pensaba que eras un animal solitario y me diste lástima, ¡por eso te cuidé!

—Pues para darte tanta lástima parece que te tomaste demasiadas molestias —espetó él, lleno de enfado e indignación.

¿Quién se creía que era esa idiota para hablarle así?

—No te creas tan importante, me tomo las mismas molestias por cualquier criatura a la que considere indefensa, eso es lo que hacemos las personas decentes, Hans. Pero tú no lo entenderías porque eres un egoísta.

—Curioso. Eso no fue lo que me dijo Jasmine.

—¿Y qué fue lo que te dijo Jasmine?

—Dijo que estabas encantada de tener tu propio gato y que no me soltabas ni un solo segundo —apuntó él con una sonrisa arrogante.

—¿También te dijo que eras tú él que se mantenía pegado a mí como una lapa?

—Yo no haría eso.

—Claro que sí, te frotabas a cada rato contra mis piernas y me pasabas la lengua por toda la cara como un adulador —ambos enrojecieron con violencia al percatarse de la intensidad de las palabras de Elsa.

Ella se recriminó mentalmente. Definitivamente no había sido la mejor elección verbal.

—Bueno, ¡¿y qué más da lo que haya sucedido?! ¡Ni siquiera sé porque estamos hablando de esto! Ya pasó, ¡no hay nada más que decir! —estalló, furiosa.

—¡No es lo que parece a juzgar por tu reacción! ¿Qué pasa Reina de Hielo? ¿Hay algo más que estés ocultando?

—¿Yo?

—Sí, ¡tú!

—¿Y por qué no se lo preguntas a Jasmine? ¡Al parecer ella sabe lo suficiente!

—¡Pues quería que me lo dijeras tú!

—Bien, pues ya te lo dije, ¡ahora déjame en paz!

—¡Es imposible hablar contigo!

—¡Púdrete!

—¡No, púdrete tú! —Hans la empujó con el hombro y se adelantó al castillo.

—¡Imbécil!

—Ah y será mejor que no vuelvas a hablar de esto con nadie —la amenazó, volteando a mirarla brevemente sobre el hombro—, ya haces bastante por llamar la atención.

—¡Cómo si tuviera ganas de seguir tratando el tema! Eres el peor rufián que he conocido en mi vida Westergaard, ¡el peor!

Él la barrió con desdén y continuó ascendiendo por una colina en dirección al colegio, murmurando por lo bajo. Se quedó en donde estaba, contemplando su espalda hasta que desapareció bajo el umbral del castillo.

¿Cómo una persona tan insufrible podía cambiar tanto al perder su consciencia?

Elsa miró la cinta que aún sostenía en su mano y suspiró resignada, apretándola cerca de su corazón.


Nota de autor:

Esa Merida es un desmadre, siempre haciendo de las suyas. Y en este caso quienes se llevaron la peor parte fueron nuestros pajaritos de fuego y hielo.

¿A quién engaño? ¡A ambos les encantó estar tan cerca el uno del otro! Ay Hans, lo que tiene que pasarte para que puedas tener un poco del cariño de copo de nieve, si actuaras como un gatito más a menudo te iría mejor en el colegio, bribón. u.u Ella también lo disfrutó aunque se muera de vergüenza, jajaja.

Por cierto, sí, Merida también tiene poderes especiales. Recordé los fuegos fatuos de "Brave" y me dije, ¿por qué no? El fuego le va bastante bien. Asumamos que ella lo controla mucho mejor que Elsa, (ser hija de una hechicera tan poderosa como Elinor ayuda), aunque sí, de vez en cuando puede salirse de control, sobre todo cuando se trata de sus emociones y ya sabemos que la nena también es emocional.

N B: Can't wait to see what comes next!

It's you, right? Ha ha, of course Elsa and Hans could be good friends, if only he stopped being a complete jerk. When will he learn? Not too long to see him play the role of good and bad at the same time by the way, by the way. I'm going to have a lot of fun discovering Nice! Hans, imagine him, quite a gentleman with our little snowflake. *or*

Yup, more time is coming from the rest of our favorite couples. In the meantime, I hope you enjoyed today's chapter, thanks for always commenting! ;)

Pasen un fabuloso fin de semana, ¡nos leemos!