Nota
Abandono la idea de dar cualquier indicación sobre la extensión. En mi cronograma quedaban dos capítulos, pero al intentar cerrar las tramas y subtramas abiertas se me está alargando. No quiero dejar cabos sueltos. Espero que me perdonéis. No sé cuánto queda, pero está terminando, lo prometo.
Capítulo 33
Black-and-blue
No recordaba el sabor de su helado preferido, pero Natsu se lo recordó trayéndole de chocolate y fresa, con trocitos de fruta por el medio, de esos que te sorprenden en la boca.
Todos los viernes al salir de clase pasaba por una heladería cercana al hospital y le compraba una tarrina con dos bolas, y corría como loca para que no se derritiesen, porque a Hinata le encantaba comer el helado bien congelado, tanto que se le enfriasen los dientes y un poco el cerebro.
El helado, frío y los besos, calientes.
Era viernes, y sería perfecto si hubiese helado y Kageyama, en una combinación insuperable. Probar sus labios, coco con limón y a lo mejor nata si tenía un día súper goloso. Ojala, ojalá nata. Recordaba besarle bajo el sol, creando el helado perfecto en la unión de sus lenguas, mezclando sus sabores.
Chocolate con coco casi siempre, fresa en los mejores días. Se relamió, cerrando los ojos.
Recordaba también que a Kageyama le encantaba eso, le encantaba robarle el helado directamente de la boca y reírse mientras lo hacía, sonrojado pero sinvergüenza.
Ojalá recuerde pronto todas las cosas que más te gustaban, para que me perdones por todo lo que te hice pasar, por traicionarte y romperte el corazón dos veces en el mismo mes y dejarte solo y triste el día de tu cumpleaños.
Deslizó las yemas de dos dedos sobre el labio inferior, sintiendo el ardor dulce del rastro de Kageyama, aún presente pese a las horas. Los latidos del corazón se reflejaban allí, y en lo más profundo de la garganta, y si cerraba los ojos podía sentir otra vez la carne de gallina y su olor, ese olor a champú deportivo que le arrancó el décimo suspiro del día.
—¿Y no te vas a cortar el pelo?
Atsumu habló con la boca llena de patatas, y después le ofreció la bolsa. Hinata cogió una, grande y un poco quemada por los bordes, y la miró fijamente.
—No lo sé. ¿Debería?
Atsumu estiró los dedos y cogió un mechón pelirrojo de la zona del flequillo, estirándolo un poco, con el ceño fruncido.
—No te queda mal. Te hace, no sé, un poco... ¿femenino?
—No quiero ser femenino —bufó, echándose hacia atrás, contra al almohada de la cama, para liberarse de su mano. Atsumu soltó una risotada y le revolvió el pelo como se hace con los niños pequeños, hasta convertirlo en una maraña terrible.
—Ya está. Ahora ya no eres femenino, solo uno de esos... ya sabes, perro-oveja.
—Huh —resopló Hinata, sonriendo un poco mientras le miraba a través del enredo de pelos naranjas, capturando en el puño izquierdo todas esas patatillas rotas que quedaban al fondo de la bolsa.
Atsumu le empujó un poco para hacerse un hueco a su lado, sobre las mantas, y después colocó la tablet sobre sus piernas, poniendo el tercer capítulo de la nueva temporada de Boku no hero. Natsu se enfadaría por no verlo con ella, pero Atsumu le había esperado demasiado tiempo. Por otro lado, ver una serie era la mejor alternativa para no pensar tanto en Kageyama.
Porque no podía ser sano pensar todo el tiempo en él. Sobre todo en sus besos. Sobre todo en la forma en que tocó el cielo de su boca con la lengua, en un roce delicado que fue en verdad una caricia, llevándose por delante cualquier pero.
No habría visita esa tarde. Kageyama había tenido que ir a Karasuno a pedir que le expidiesen la convalidación de su título, y por la tarde debía entrenar. Llevaba desde New York sin hacerlo, y Hinata le conocía lo bastante para saber que lo necesitaba como respirar.
"¿Pero pasado mañana vendrás?", le había preguntado con un poco de miedo en la voz, todavía entre besos, con el calor suave de su peso sobre él, ahogándole sobre las costillas, robándole el aire.
Kageyama había pasado los dedos por su pelo, atravesándolo, acariciando su cabeza, deslizándolos sobre sus orejas con una devoción casi sagrada.
Le hizo sentir importante. No débil, sino cuidado.
"Pues claro, idiota".
"¿Y nos besaremos otra vez?"
"Todo el tiempo".
Hinata sonrió como un tonto recordándolo.
—Atsumu-kun, ¿me cortas tú el pelo? —preguntó, dándole un codazo. Atsumu hizo un ruido que podría significar aprobación, pero también que le estaba ignorando, absorto en una pelea de Endeavor. Hinata estaba un poco enfadado con su cerebro porque no podía recordar cosas importantes pero sí los nombres de los personajes de Boku no hero—. ¿Me lo cortas ahora?
—¿Ahora?
Apenas cabían los dos sobre la cama, y su madre se volvería loca si veía a Atsumu sobre la colcha del hospital con las zapatillas de deporte, pero por suerte había ido a hacer recados con Natsu.
Tal vez le trajese helado. Un helado con sabor a Kageyama.
¿Por qué nadie había inventado eso y sí existía un estúpido helado de spaguetti?
—¿Podrías?
—¿Qué os habéis creído tú y Tobio, que soy la peluquera del barrio?
Hinata parpadeó, abriendo más los ojos.
—¿Le cortaste el pelo a Kageyama-kun? —preguntó—. ¡Eso sí que no te lo perdono! Me gustaba su pelito, ¿sabes?
—Ya le está creciendo. Tendrás mucho pelito de ahora en adelante.
Hinata sintió un revoloteo en el estómago. En la pantalla de la tablet Endeavor estaba haciendo un montón de cosas random para redimirse por ser un asqueroso y Hinata se preguntaba hasta dónde había llegado él y con quién, y qué tendría que hacer para tener la redención que le importaba.
¿Kageyama me ha perdonado? ¿Me ha perdonado de verdad, en serio puede hacer eso tan fácilmente? ¿Qué pasa con su orgullo?
El día anterior, cuando le vio, tenía un moratón en la cara. A lo mejor también le había dejado uno como ese, pero en el corazón. Recordaba que los americanos los llamaban black-and-blue.
—Oi, Atsumu —dijo, buscando las palabras—. G-gracias... Por cuidarle, y todo eso.
Atsumu se encogió de hombros.
—Ahá.
—Oi.
—Shoyo, ¿no quieres ver el capítulo? —preguntó, resoplando. Hinata sabía que no estaba enfadado, porque en cuanto Kageyama le avisó de que todo estaba bien y que podía ir, cogió un tren bala y se presentó en el hospital, lanzándose a abrazarle y repetirle que había millones de caramelos de toffe que le esperaban en el apartamento de Tokio—. Si no quieres verlo lo quito, pero no tiene sentido que-
—¿Estás saliendo con Kageyama?
Estaba hablando sin pensar. Podría decir que era una secuela del accidente, pero sería mentira. Atsumu se giró hacia él, sorprendido. Ni siquiera se detuvo a parar el capítulo y las voces de Deku y Bakugo discutiendo resonaban de fondo, por toda la habitación.
—¿Eh?
—Que si salís.
—No —dijo, y Hinata sintió que respiraba otra vez, porque quería demasiado a Atsumu como para sentirse bien besándose con el que podía ser su novio, y porque esa duda le había machacado durante meses.
Porque podían estar juntos.
De hecho, cada vez que veía los partidos de la Ocean se convencía más de que así era.
Les veía abrazarse en el banquillo. Una vez incluso la esquina de una cámara captó la mano de Kageyama buscando la de Atsumu de camino a los vestuarios. Y esos tatuajes. Kageyama se había hecho un tatuaje súper sexy en la pierna, y Atsumu llevaba el mismo en la cadera, y a veces lo enfocaba las cámaras cuando se levantaba un poco la camiseta para secarse el sudor de la cara.
También se cortaron el pelo de la misma forma, al mismo tiempo. Y vivían juntos, aunque fuese con más gente, eso era lo de menos. Lo enfatizaban decían las revistas. Iban juntos a todas partes, y en verdad le molestaba un poco, pero hacían buena pareja. Tenían la misma altura. Eso tenía que importar de algún modo.
Y Hinata había perdido algunos recuerdos, pero conservaba los necesarios para saber que Kageyama y Atsumu ya habían estado juntos durante un tiempo; Kageyama había tenido su primera vez con él, y estuvieron un tiempo... enrollados. Liados. Follaamigos. Lo que sea. Si funcionó bien entonces para ellos, ¿por qué no ahora?
Se pasó la lengua por los labios. Tenía que tener claras las cosas, eso era lo más importante. No salían, pero quizás sí tenían otro tipo de relación.
—Ah, uh, vale. Quiero decir, no tengo derecho a decir nada, solo que-
—No tienes derecho a decir nada porque dejaste a Tobio-kun antes del accidente.
Hinata le miró frunciendo un poco el ceño.
—¿Estás enfadado?
Atsumu le miró a los ojos. Su gesto, muy duro al principio, se relajó casi al instante, acompañado por un largo suspiro.
—No, no estoy enfadado, perdona. Es solo que... Es una tontería.
—Dilo. Puedes decirlo, de verdad. Soy tu amigo.
—Bien —dijo, enfrentándole, serio—. Antes del accidente tú y yo éramos inseparables. Te conté toda mi vida, quiero decir, eres el único que sabe todo aquel asunto... Todo el rollo de Omi-kun... Bueno, tú y Samu pero él no cuenta porque venimos del mismo óvulo. Pero yo te conté todo y tú no me dijiste que lo habías dejado con Tobio. Ni me dijiste que estabas... viendo a alguien, o lo que fuese que hacías. No estabas obligado, obviamente, pero la confianza no puede ser unilateral. ¿Sabes cómo me sentí cuando me enteré? Joder. Tú sabías todo de mi vida.
Hinata le sostuvo la mirada, sintiendo el corazón acelerarse en el pecho.
—¿No te lo conté?
—No —dijo Atsumu, suavizando el gesto mientras hacía una bola con la bolsa de patatas vacía, paraba el capítulo y cerraba la tablet—. Sé que no tengo derecho a enfadarme, es tu vida, solo quiero saber... Me gustaría saber por qué no me lo dijiste. ¿No confiabas en mí?
—Yo... No sé por qué no te lo dije. No recuerdo qué hice... No me acuerdo de nada de eso —dijo Hinata, nervioso, mirando la venda oscura de su mano derecha—. Siento no poder contestarte.
—¿No recuerdas qué hiciste? ¿Hablas en serio? —preguntó Atsumu—. Me dijo Tobio-kun que tenías problemas para recordar detalles de algunas cosas, pero no sabía que llegaba al punto de-
Hinata le cortó.
—Kageyama-kun no sabe —dijo en un susurro—, realmente no sabe nada. No sabe de todos esos agujeros que tengo en la cabeza. ¿Cómo puedo decirle...? No va a entenderlo. No sabe... Tengo un montón de recuerdos con Kageyama, recuerdo muchas cosas, pero otras no. No me acuerdo de nuestro primer beso. Natsu me dijo que él me enseñó las estrellas... Y no puedo acordarme de ninguna constelación. Pero sé que me las enseñó él, y que a Kageyama le encanta el cielo y los planetas, pero es como... Es como si algunas cosas nunca hubiesen pasado, y es una mierda. Una mierda como súper grande. La reina de las mierdas.
—Shimota —dijo Atsumu, y sin esperar un permiso ni dar una señal, le pasó el brazo sobre los hombros y le abrazó con más fuerza de la que usaría nadie para abrazar a una persona en rehabilitación. Hinata lo agradeció. Estaba cansado de abrazos flojos y condescendientes—. Lo siento, nunca sé tener la boca cerrada.
—No sé por qué no te dije nada, Dios, ojalá pudiese saber qué mierda hice.
—Tobio-kun pensó mucho tiempo que fue algo entre nosotros. Entre tú y yo.
Hinata se apartó un poco, mirándole con asombro.
—Pero... ¿no, verdad?
—No eres mi tipo —dijo Atsumu, sonriendo mientras deshacía definitivamente el abrazo, tocándole un poco el pelo, colocándolo en su sitio—. ¿Recuerdas... a Yoko?
—Sí. ¿Qué pasa?
—¿Recuerdas lo que Kageyama y tú hicisteis... con ella?
Hinata agitó la cabeza, haciendo que el cabello se moviese hacia todas partes.
—No.
—¿Y Tobio-kun no te contó nada?
—¿Contarme el qué? ¿Qué quieres decir? ¡Me estás poniendo súper nervioso!
Atsumu parecía incómodo. Hinata repasó mentalmente la conversación que tuvo con Kageyama tras el intercambio de besos, pero no había nada destacable. Ninguno de los dos parecía tener ganas de charlas. Se besaron hasta deshacer todos los nudos que les apretaban, y después siguieron besándose hasta que oyeron la voz de Natsu cantando por los pasillos. No hubo más conversaciones trascedentales, ni declaraciones dramáticas, ni confesiones terribles.
¿Tenía que empezar a preocuparse? ¿No podía simplemente vivir tranquilo?
—Es mejor que sea Tobio quien...
—¡Cuéntamelo! —exclamó, tirando de la manga de su chaqueta. Atsumu se zafó y se puso de pie, tocándose el pelo con la mano. Después de unos segundos interminables le miró.
—¿Viste la entrevista?
—¿Qué entrevista? —Atsumu se llevó la mano a la cara y empezó a dar vueltas por la habitación—. ¿Qué entrevista, Atsumu? Dios, ¿quieres que me de un infarto? ¿Qué pasa con Yoko, está bien? ¿Está herida, le ha pasado algo malo?
—No, está de puta madre, no te preocupes —se acercó a la tablet y volvió a abrirla—. Joder Shoyo, no sé si hago bien, pero si yo fuese tú... Shimota, cuanto antes veas las cosas, mejor. A lo mejor te ayuda a recordar.
Qué cosas, qué pasa, qué.
Atsumu buscó en YouTube hasta encontrar la entrevista, cogió un auricular y se lo tendió, poniéndose el otro en la oreja y lanzándole una última mirada de duda.
Estaba un poco más tranquilo ahora que le había dicho que Yoko estaba bien, pero seguía inquieto. Es decir, recordaba haberse molestado por la relación tan estrecha que tenía con Kageyama, y porque en algún momento ella mostró interés por tener algo con él, pero durante el rodaje del anuncio en New Jersey lo hizo más fácil. Por lo menos hasta donde podía recordar, porque también había agujeros en esos días.
Hinata pulsó el play.
—¿Quieres que ponga subtítulos? —preguntó Atsumu, al darse cuenta de que hablaban en inglés. Hinata negó con la cabeza.
—Entiendo bien. Además, todavía me cuesta un poco leer. No te preocupes, si tengo alguna duda te aviso.
La entrevista duró algo así como una hora. La vieron entera. Hinata apenas podía pestañear. No sabía cómo sentirse. Era como esas películas en que uno se despierta un día por la mañana en el cuerpo de otra persona, y se supone que esos que están ahí comiéndose los cereales son sus hijos, aunque no les haya visto en toda su vida.
Yoko dice que es mi novia. ¿En serio es mi novia? ¿En serio salgo con alguien que odia tanto a Kageyama? ¿Por qué nadie me ha contado todo esto?
Pero Yoko decía un montón de cosas más. En serio, un montón. El presentador hacía preguntas que provocaban que la cara de Hinata se pusiese en un estadio superior al rojo oscuro. Le ardían las orejas.
—Shoyo, si prefieres no verlo...
—Quiero verlo —dijo, silenciando a Atsumu.
En la pantalla Yoko brillaba como una estrella, aunque su mirada estaba apagada.
¿Ella y yo novios? ¿Es eso posible?
—¿Shoyo se excitaba con mujeres? —preguntaba el presentador, con un gesto de intriga fingida muy logrado. El de Hinata, sin embargo, era real. Como si no hablasen de él. Como si estuviese viendo uno de esos programas de Discovery Max que Kageyama ponía de fondo cuando jugaban al ajedrez en su dormitorio, hace algo así como un millón de vidas.
—Yo soy una mujer —contestaba Yoko, seria—. Y sí, por supuesto que sí. Lo hacíamos durante horas.
Hinata transitaba entre la vergüenza más terrible y la incredulidad más absoluta.
¿Pero ya no soy virgen?
—Dios —murmuró, llevándose la mano a la cara y abriendo dos dedos, mirando a través de ellos—. Dime que mi madre no vio esto, por favor.
—Fue trending topic mundial durante horas, Shoyo-kun —dijo Atsumu—. Lo vio todo el puto mundo.
Dios, lo vio Natsu también. Lo vieron los del Karasuno. ¡Lo vio Kageyama! ¿Por qué narices no me dijo nada ese tremendo idiota?
Kageyama estúpido, ¿tienes tiempo para comerme la boca pero no para decirme que tengo novia?
—Ah, no puedo creerlo —resopló, mordiéndose el labio con todas sus fuerzas—. ¿Es verdad lo que dice? No... No lo entiendo. No siento nada por ella, ni tengo ningún recuerdo juntos. Quiero decir, me acuerdo de que estuvimos rodando en New Jersey, pero no recuerdo nada raro... No tiene sentido que-
—¿Besaba bien? —preguntaba el presentador. Hinata apoyó la cara en el brazo de Atsumu, sumido en la vergüenza.
—¿Quieres que lo quite? ¿O abro otra bolsa de patatas?
—Abre las patatas —dijo, mirando a través de la rendija que dejaban dos de los dedos sobre sus ojos. Porque necesitaba saber, aunque todo fuese terrible—. Y la mostaza. Date prisa.
Necesitaría toneladas de mostaza para superar todo lo que estaba viendo.
—Besaba muy bien. Nuestro primer beso fue durante el ensayo del anuncio, y he besado a muchos chicos, pero ninguno lo hacía como él.
A esas alturas Hinata deseaba que le tragase a tierra. Se llevó la mano a la cara, apretándose la frente, procurando forzar recuerdos perdidos por ahí dentro.
Maldito cerebro defectuoso.
—Recuerdo que fuimos a New Jersey. A hacer un anuncio con Nike... ¡No! ¡Adidas! Eso sí lo recuerdo. No sé muy bien cómo era el anuncio, pero no creo que eso sea importante, y definitivamente no me acuerdo de darle ningún beso.
—Había besos en el anuncio —dijo Atsumu—. La recostabas sobre una mesa y os enrollabais en plan sexy.
Hinata parpadeó, contrariado.
—¿Hice porno?
—Eso no es porno, Shoyo-kun.
—¿Enrollarte con una chica encima de una mesa no es porno?
Mierda, ¿qué he estado haciendo los meses antes del accidente?
—Búscalo luego —dijo Atsumu, abriendo la bolsa de patatas y la bostaza y poniéndola entre ellos—. Pon en Google "Adidas Hinata Yoko" y tendrás el material para pajas de medio Estados Unidos.
Dios.
El presentador estaba carraspeando, como si se preparase para una sesuda reflexión acerca de Eisenhower y la carrera espacial durante la Guerra Fría.
—¿Estaba bien dotado?
—Ahh ¡No! —gritó Hinata, golpeándose la cara con la mano izquierda, horrorizado—. ¡No, por favor!
Atsumu soltó una risa. Parecía estar disfrutando con su sufrimiento.
—Esta nos la perdimos —dijo, masticando una patata frita—. Tobio-kun estaba sumido en el drama más absoluto, y yo intentaba salvarle de su propia estupidez. Ah, igual dice cuánto te mide. ¿No sería guay?
—¡No! ¡No sería nada guay! ¡Cero guay! —gritó Hinata, obligándose a bajar la voz antes de que las enfermeras apareciesen y echasen de allí a Atsumu.
Yoko parecía pensárselo. Hinata, por su parte, estaba pensando si no sería mejor morir sin sufrir arrojándose por la ventana. Era un tercero. Con su racha de mala suerte, seguro que sobrevivía partiéndose las dos piernas.
—Estaba muy bien dotado —dijo ella, con una voz que parecía de esos contestadores automáticos donde uno pide citas médicas.
—Por favor, quiero morir —susurró Hinata, cogiendo la almohada y enterrando la cara en ella.
"¿Puedes darnos una cifra?" oía preguntar al presentador.
—No puede —dijo Hinata, para su almohada.
Porque obviamente no podía.
—Yo creo que sí —opinó Atsumu.
Atsumu tenía razón.
—No, no, no, por favor...
—¿Es en serio? —preguntó Atsumu, soltando una carcajada, con los ojos muy abiertos—. A lo mejor sí podrías ser mi tipo. Tendré que fijarme en los vestuarios pero si es verdad, quiero una cita.
Hinata se preguntó de dónde coño había sacado esa cifra. No es que él hubiese estado midiéndosela ni nada. A lo mejor lo hizo una vez. O dos. En ningún caso más de cinco. En fin, eso era normal ¿no? Era un chico joven, tenía que buscar en Google para saber si todo estaba bien ahí abajo, no podía andar por la vida ignorando si estaba dentro de la media. Pero en ningún momento había hablado de eso con nadie, y menos con una chica. Y mucho menos con una modelo.
¿Cómo iba a decirle a una modelo cuánto le medía eso? ¿Y si no se lo he dicho, por qué lo sabe?
—Atsumu, no me digas que ella y yo...
—Eso lo hablas con Tobio —le cortó, cediéndole la bolsa de patatas—. En serio, no me preguntes más.
El presentador cambió de tarjetas, sonriendo con maldad. Hinata tenía el corazón en la boca. El silencio de Atsumu era casi una confirmación, ¿no?
—Vaya, Yoko, tu historia levanta pasiones. Tenemos tres personas pidiendo entrar en directo, pero antes vamos a hacer otra pregunta al polígafo. ¿Tuviste relaciones completas con Shoyo?
¿Qué mierda son relaciones completas? Podía preguntarle a Atsumu, pero no quería quedar como un idiota. En la pantalla esa se quejaba, no quería responder, pero acabó haciéndolo.
—Por supuesto que sí. Es mi novio. Hacíamos de todo, mucho y muy bien.
Es imposible. Yo no me he acostado con nadie. Me acordaría.
—Miente —dijo Atsumu, al mismo tiempo que el presentador de la tele. Hinata soltó el aire, despacio. No sentía calma. No estaba tranquilo. Al revés, había algo que le apretaba dentro del pecho, pero ¿qué era? ¿Por qué se sentía de esa forma?
Entonces tuvo un flashback. Rápido, un recuerdo fugaz, apenas unos segundos. Yoko con él en una cafetería, hablando. Yoko y él en una calle de Tokio. Yoko y él girando una esquina, entrando en un hotel. Subiendo en un ascensor hacia los dormitorios.
—Dios —dijo, intentando respirar. Atsumu le pellizcó la mano.
No entiendo nada.
—Oe, Shoyo-kun —dijo Atsumu, dándole un codazo—. Quedan las llamadas. ¿Podemos pasar la de Sakura? Si vuelvo a oír hablar de mi puto sofá te juro que abro la ventana y me lanzo al vacío.
Y yo contigo.
Adelantaron el vídeo hasta la segunda llamada. Que resultó ser de Natsu. Y Hinata la terminó con los ojos secos, porque estaba tan impresionado y asustado que ni era capaz de llorar. Era como si se hubiese quedado congelado, mudo.
—Ah, espera. Esta llamada nos la perdimos —dijo Atsumu, frunciendo el ceño.
La tercera era rara. Una voz masculina, un poco distorsionada, con el sonido característico de una mano sobre el altavoz.
—Yoko —dijo la voz, suave, en un susurro que provocaba esclofríos—. La has jodido.
Lo que sucedió fue extraño. Yoko se levantó, buscando la puerta de salida, y el presentador intentó convencerla de que se volviese a sentar, agarrándola suavemente por la espalda. Pero Yoko parecía haber entrado en pánico. Y entre el movimiento del micro se le escuchaba repetir una misma frase:
—Quiero irme, quiero salir de aquí, quiero salir de aquí.
El presentador despidió el programa como pudo, y dio paso a una tertulia con otros protagonistas. Hinata miraba la pantalla de la tablet como en trance, y Atsumu tardó tiempo en volver a hablar. De pronto se levantó y sacó el móvil del bolsillo, comenzando a pulsar botones con furia.
—¿Qué coño... ha sido eso?
Los chicos del Karasuno entrenaban también los días festivos de agosto, y Kageyama lo agradeció, satisfecho también porque le permitiesen unirse a la práctica colectiva, pese a no ser ya miembro del equipo. El entrenamiento no tuvo nada que envidiar a los de la Ocean, y pese a que todavía cojeaba un poco tras el ataque de los imbéciles del Detroit, pudo seguirlo sin mucho problema.
Todos estaban pletóricos. La noticia de que Hinata estaba despierto cayó como lluvia en campo seco, y hubo gritos de felicidad que hicieron que Kageyama floreciese un poco más por dentro, multiplicando lo que llevaba sintiendo en los últimos días. Dejó que le arrastrasen a un abrazo colectivo en el que hasta Tsukishima participó, no sin recordarles previamente el asco que le estaba dando todo aquello.
A la salida fue hasta la única tienda de teléfonos móviles de la zona, acompañado por Tsukishima. Antes de girar la esquina vio cómo Yamaguchi y Yachi se despedían del resto, alejándose en otra dirección.
—¿No vienen? —preguntó, girándose hacia Tsukki.
—Te has perdido un par de capítulos, Rey. No eres el único que tiene una vida.
Kageyama frunció el ceño y caminaron prácticamente en silencio hasta la tienda de teléfonos móviles.
—No tienes que acompañarme.
—No encontrarás la tienda tú solo. Apúntalo como deuda.
Mierda, era cierto. Sin el GPS del teléfono era como si lo soltasen en medio del océano, sin importar que hubiese estado por esa zona de Sendai cerca de un millón de veces.
En la tienda de teléfonos compró uno para sí mismo, siguiendo las indicaciones de Tsukishima que le llamó rata agarrada como siete veces cuando se negó a pagar lo que pedían por un Iphone y optó por una marca extraña japonesa.
—Prefiero las cosas de aquí —sentenció, tendiendo la tarjeta al encargado.
—Esa marca de móviles no la conoce nadie —murmuró Tsukishima.
—Pero es japonesa.
—Insisto. Nadie.
Metió la réplica de la tarjeta de su viejo número japonés y lo encendió. Descargó Line y una aplicación para ver emails y nada más meter su cuenta le apareció como primer correo uno de Dani.
From: Daniel Buckley
To: Kageyama Tobio
Tob, te mando el contrato y te adjunto un plan de rehabilitación específico que involucraría a los mismos expertos que te atendieron a ti. Tratamientos que no se conocen en ningún otro sitio. Fisioterapeutas y médicos especializados en rehabilitación de deportistas profesionales. Con sus atenciones, en un año podría estar jugando. Tal vez en dos años podría estar al nivel físico de antes del accidente.
También te mando fotos del que sería tu piso. Un loft céntrico, con vistas a Central Park. Tiene dos dormitorios y un pequeño gimnasio. En la azotea del edificio hay piscina. He buscado uno con baño acondicionado para discapacitados, por si tuvieses visita.
Por favor, llámame cuanto antes. Esto es lo mejor para todos. Espero que estés bien.
Dani.
Kageyama apagó el teléfono. Acondicionado para discapacitados, dice.
Serás cabrón. Te voy a acondicionar yo la cara a puñetazos.
Caminó con Tsukishima hasta la siguiente parada, una tienda de ortopedia donde Kageyama compró un modelo de muletas que había visto en Internet tras pasar la noche en vela, informándose.
—¿Cuándo te sacaste la carrera de fisioterapia? Me perdí ese episodio de tu intensa vida —preguntó Tsukishima.
Caminaban por Ichibancho, y estaba lleno de trabajadores montando las banderolas de papel washi, de mil colores, para las celebraciones de la Tanabata Matsuri de Sendai, ese mismo fin de semana.
A lo mejor podríamos venir. A lo mejor podría salir del hospital y ver conmigo los fuegos artificiales.
Recordó que Hinata había dicho algo de una fiesta clandestina en el hospital. A lo mejor podía hacer esa locura, quedarse con él allí y después llevarle al centro de Sendai, a escribir en tiras de papel sus deseos más secretos.
El cielo estaba completamente despejado. El momento perfecto para comer un helado de coco.
—Voy a levantarle.
—Se levantará por sí mismo —dijo Tsukishima, con los ojos clavados en un puesto ambulante de globos donde un niño pequeño compraba uno con forma de T-Rex.
—Ya. Pero conmigo lo hará antes.
Sé que puede ir más deprisa. Sé que puedo empujarle.
—Claro, Alteza —rió Tsukishima, lanzándole una mirada soberbia—. No has cambiado nada.
—Tú tampoco —gruñó, frunciendo el ceño.
Caminaron hasta la parada de autobús. Eran las seis y media. Si se daba prisa... Bueno, la hora de visitas acababa a las siete y Hinata no contaba con él, pero Atsumu ya debería haberse ido y Mio y Natsu tampoco irían hasta el día siguiente.
Estaría solo. Todavía podía llegar a tiempo y darle su número para que pudiesen mandarse mensajes, hablar a cualquier hora. Aunque no sería útil si Hinata seguía sin móvil. Tocó el teléfono rojo dentro del bolsillo del pantalón.
Su teléfono.
Todavía no había tenido el valor de devolvérselo, porque ¿cómo iba a decirle que había leído todos sus mensajes? ¿Y qué podía hacer con todo lo que él había escrito? ¿Borrarlo? ¿Estaba bien eso? ¿Cómo podría simplemente separarse del teléfono con el que había dormido durante ocho meses? Lo apretó en la mano, angustiado.
Si se daba prisa también podría volver a oír su voz.
A lo mejor, si no la cagaba y los dioses seguían de su parte, también podría volver a besarle. Dios, todavía tenía su olor -el nuevo, a licor de cereza- metido en todas partes. Había dormido con él pegado a la ropa, e incluso entró en un supermercado y, como un perturbado, abrió una botella de licor para no perderlo. Solo que el licor ahora le olía a anchoas.
Genial, dijo, poniendo el tapón y huyendo de la tienda. Menos mal que no es Hinata el que huele a anchoas.
El olor a cereza le atacó otra vez en la ducha de su casa, la noche anterior, antes de acostarse. Estaba tan cansado que apenas lograba mantener los ojos abiertos, pero su cuerpo iba por libre.
Por primera vez desde el accidente todo había vuelto a la vida, y mientras el agua hirviendo se escurría por sus hombros, descendiendo por su columna y colándose entre sus muslos, calmando el dolor de las contracturas del viaje, deslizó la mano, abajo, un poco más abajo, apoyando la frente contra los azulejos del baño, tan duro que sólo acercar los dedos dolía.
Suspiró su nombre, Shoyo, y pasó la lengua por sus propios labios, recordando el sabor de su boca. Recordó la forma en que la abrió para él, cómo susurró tan dulce, todo pecas y rizos naranjas, y las pocas -siempre pocas- veces que le había tenido para él, sólo para él, como un regalo entre sus brazos, Tobio, házmelo lento, esa voz que parecía venir de otra vida, hace como un millón de años.
Esos recuerdos que su corazón había enterrado para no congelarse de tristeza empezaron a aflorar al ritmo del movimiento de su mano, y quería ir despacio para que durase y acordarse de todo, más suave, susurraba debajo de él, mientras Kageyama luchaba por mantener un control imposible, me gusta cómo te mueves, y le agarraba del culo y le obligaba a enterrarse todo lo profundo que podía llegar, fundiéndole hasta los cimientos. En esa misma ducha, donde estuvieron a punto de matarse mientras probaban a hacerlo contra la pared, rápido y duro, no pares, dios Tobio por favor no pares, y a Hinata le gustaba hablarle al oído mientras follaban, a veces para decir su nombre, su nombre propio, otras para suplicarle. Ah, esas eran las mejores, las que hacían a Kageyama rendirse completamente a sus deseos, que eran atrevidos y absurdos y le volvían loco.
Resopló, apoyando la nariz y los labios entreabiertos contra el azulejo, la mano más rápida, imitando la presión asfixiante que hacía Hinata cuando le tocaba, la forma en que le masturbó allí mismo antes de resbalar en la bañera, cómo se cayeron el uno sobre el otro y Kageyama se corrió después de meses riéndose entre jadeos, con el recuerdo de un polvo que fue un desastre maravilloso, y todo se volvió estrellas y joder, Dios, resopló agarrándose a la cortina -la nueva, la que no destrozaron en el intento- con el orgasmo robándole el aliento y el corazón taladrándole en los oídos.
—Ey, Rey —dijo Tsukishima, y Kageyama se detuvo, sin volverse, notando que el recuerdo de la ducha le había vuelto a despertar de una forma bastante traicionera—. Iremos mañana a las cinco. Asegúrate de no estar haciendo ninguna cosa que pueda traumatizarme de por vida.
Kageyama gruñó una respuesta incomprensible hasta para sí mismo y empezó a correr, cargado con las muletas, rumbo al hospital, intentando pensar en gatitos muertos. Codidos en repollo. Quién sabe, ahora a lo mejor hasta olían bien.
Llegó incluso antes de lo que había previsto, con las piernas quemándole del esfuerzo después del entrenamiento. Intentó acercarse a la puerta principal evitando la cojera que empezaba a manifestarse, cuando se encontró con una nube de personas apelotonada allí, mientras algunos celadores y sanitarios intentaban indicar a toda esa gente que tenían que marcharse, que no podían bloquear la entrada de Urgencias.
Kageyama se fijó bien. Había cámaras. Un montón de ellas. La prensa. Rebuscó en su mochila con dedos tembloroso hasta sacar la gorra y las gafas de sol. Se las incrustó tan rápido que se metió una patilla en una oreja.
Joder, mierda ya.
Otra entrada. Busca otra entrada.
Rodeó el edificio, pasando por detrás de la nube de periodistas, y lo escuchó claramente:
—¡Ha entrado hace unos veinte minutos!
—¡Yoko! ¡Está aquí! ¡Ha venido a ver a su novio! ¡Ha dicho que podemos subir en diez minutos!
No. Me. Jodas.
La secuencia de acontecimientos que culminó con Kageyama siendo atendido de urgencia en la enfermería, con veinte puntos en la mano derecha, comenzó en la planta tres, exactamente a las seis y media de la tarde.
Hinata estaba viendo -por décima vez-el vídeo del anuncio de Adidas, aferrado a un vaso de zumo de naranja, y los recuerdos aparecían, por todas partes.
La primera vez fue un destello. La boca de Yoko contra la suya. La segunda, bailando bachata. Recordaba su olor, y el tacto de su pelo contra la oreja. La tercera vio a Kageyama. Kageyama besándola. Kageyama desnudo, sobre ella, con los ojos cerrados mientras Hinata miraba desde lejos, casi sin ver. Era un recuerdo difuso.
Había otros. Yoko empujándole sobre la cama. Hinata recordaba la sensación del mundo cayéndose por todas partes, escurriéndosele de las manos. La sensación de arrepentimiento de algo que todavía no había hecho, pero que haría.
La puerta se abrió sin llamar, y al otro lado estaba Yoko. Sin maquillar, con una minifalda vaquera y un top. Con el pelo recogido y las zapatillas con las que había aparecido en la entrevista. Llevaba un ramo enorme.
Girasoles. Por lo menos veinte.
—Shoyo —dijo desde la puerta. Hinata la miraba, mudo. Entró corriendo, dejando la puerta abierta tras de sí. Posó el ramo a los pies de la cama y se abalanzó sobre él. Le arrebató el vaso de zumo y lo dejó sobre la mesa, haciendo que el cristal gritase contra la madera. Hinata huyó hacia atrás, y ella le siguió y le besó, atrapando su boca sin darle oportunidad de rechazarlo—. Joder, estás horrible. ¿Cómo vas a salir así en la tele? Tienes que arreglarte ese pelo. La prensa va a subir, les he dicho que les avisaré en un poco para que entren. Dios mío, ¿cómo estás tan delgado? ¿Qué mierda te pasa en la mano? ¿Puedes moverla? ¿Puedes ponerte de pie para la prensa? Tienes que levantarte, aunque sea para la foto. Y quítate ese pijama, no podemos salir así en las revistas. No puede parecer que estás tan mal.
Hinata la miraba, paralizado.
—Yoko —dijo finalmente mientras ella tiraba de su brazo—. ¿Cómo... estás?
—¿Tú qué crees? ¿De qué coño va tu hermana? —contestó, frunciendo el ceño —. ¿Y qué haces viendo eso? Tenemos que darnos prisa. Dani se va a vengar, seguro, pero no creo que use los vídeos. Está demasiado asustado ante la idea de perder a Kageyama. Qué asco me da verle colgado por un tío, Dios.
Sacó un peine del bolso y empezó a cepillar el pelo de Hinata con rapidez, como una experta, desenredándolo y dejándolo suave.
—¿Qué haces? —dijo, completamente ido. No entendía nada. Ella terminó de peinarle y le ató una especie de moño medio deshecho, con dedos ágiles.
—Dani quiere hacer todo explotar, le conozco y está rabioso porque esto sale fuera de su control, pero no te preocupes. Me asusté un poco al principio, pero creo que mientras sigas conmigo, a ti y a mí la mierda no nos salpicará. Se la comerá Tobio, y que se joda. Él tiene la culpa de todo, y aún la lía más filtrando esa foto vuestra, porque quién se va a creer que la perdió, por favor. La vendió, seguro, a saber cuánta pasta le dieron —le miró a los ojos, seria—. ¿No le has visto, verdad? Recuerda nuestro pacto.
—Sí le he visto —dijo, nervioso, sin entender una mierda—. Estuvo aquí ayer.
—Pero qué dices —gruñó Yoko, apretando los dientes y dándole una bofetada suave en la mejilla. Hinata se llevó la mano vendada a la cara, perplejo—. ¿Es que eres idiota? ¿Te han quedado secuelas en el cerebro? ¿Por qué le dejaste entrar? Te dije que te alejases de él. ¿Es que has olvidado que Dani está dispuesto a todo? Dios, ¿eres estúpido, Shoyo? ¿Quieres que se publiquen todos los vídeos?
—He visto la entrevista —dijo, intentando conservar la calma. Tenía que enterarse de qué había pasado, de qué estaba hablando Yoko, porque se encontraba completamente perdido— ¿Por qué contaste todas esas cosas... íntimas... mías?
Ella le miró unos segundos antes de hablar y después suspiró.
—No tuve alternativa —dijo, frunciendo el ceño—. Iba a salir esa portada tuya con Kageyama, y Dani me amenazó. Me dijo que tenía que echarte toda la mierda a ti si no quería que saliesen los vídeos. ¡A ti! ¡Después de pedirme que fingiese que somos pareja! ¿Cómo iba a levantar mi imagen después de algo así? ¿Qué hago, aparezco en la tele y digo que mi novio en coma es gay y un mentiroso manipulador, y que yo soy imbécil? ¿Que el pobrecito de Tobio es una víctima? ¿Y todo para proteger a ese idiota? Y una mierda. Estoy harta. No se atreverá a publicar nada. Está demasiado colgado de Kageyama.
—E-estoy un poco confuso —dijo Hinata, pasándose una mano por el moño y soltándolo ante la mirada de Yoko—. Es por el accidente. Algunos días... estoy espeso.
Yoko le agarró del pelo y le atrajo hasta ella, y sin darle tiempo a reaccionar, le besó. Sintió su lengua en la boca y al momento una mano bajo las sábanas, entre sus piernas, sujetándole la polla.
—La prensa va a entrar, y esto es lo más efectivo. Si nos ven juntos la foto hablará por sí sola —susurró, mientras Hinata caía hacia atrás, contra la almohada, agarrándole la mano para alejarla—. Shoyo, déjate de tonterías. ¿Quieres que todo el mundo vea los vídeos? ¿Quieres que te vean de esa forma? ¿Crees que alguien volverá a llamarte para un equipo? Si es que te puedes poner de pie en algún momento, cosa que viéndote me parece imposible.
Yoko se agachó sobre él y le besó contra la cama. Y Hinata recordó.
El café humeaba sobre la mesa, entre ellos. Yoko lo bebía negro, sin azúcar ni sacarina. Hinata siempre pedía un Cola Cao, pero estaba intentando parecer un poco más adulto, porque así era como uno pedía disculpas. Aunque no tenía claro que tuviese que pedir perdón. Ni siquiera recordaba qué había pasado esa noche, pero no fue normal, eso seguro. Porque tenía un vacío mental importante, y no es que tuviese mucha experiencia bebiendo, pero nunca había sentido nada parecido.
—Yoko, si hicimos alguna cosa que-
—Seré breve —le cortó Yoko, mirándole a los ojos—. Estás jodido. Dani tiene vídeos. No hará nada con ellos, siempre que cortes de inmediato toda relación con Kageyama. Para no dar qué hablar durante un tiempo saldremos juntos, tú y yo.
La nube que ascendía sobre el café le daba a su mirada un aspecto difuminado, casi sobrenatural. Hinata de verdad se preguntaba si estaba dormido. Si algo de lo que decía esa chica tenía sentido.
—Perdona, creo que me he perdido.
—Toma —dijo, tendiéndole un auricular. Hinata lo miró durante unos instantes antes de obedecer, colocándoselo en la oreja.
Yoko puso entre ellos el teléfono móvil y tras una breve búsqueda, reprodujo un vídeo. Era una grabación tomada cámara de poca calidad, pero la suficiente como para que se viese con nitidez el piso de Kásper en New York. No el piso por entero. Un lugar concreto.
La habitación de Kageyama, vacía.
No. No puede ser.
Por la ubicación parecía grabar desde algún lugar en el escritorio. Tal vez el portátil. Yoko adelantó la imagen hasta que la puerta se abrió. Estaba a oscuras, era de noche. Kageyama entró despacio y se dejó caer en la cama, con el teléfono en la mano. Hizo una videollamada, a Hinata. Se oía perfectamente la conversación. No se veía la imagen de la llamada, pero sí a Kageyama, desnudo de cintura para abajo.
"Bájate los pantalones", decía, mirando la pantalla. "Y tócate". "Ya lo hice antes" se oía a Hinata. "Otra vez".
Hinata le decía más cosas. Le susurraba que cuando fuese a verle, le gustaría hacer algo que había visto en una película. "Hacerte eso, yo, con la boca". El vídeo seguía hasta el final. Hasta que Kageyama, medio dormido, con la mano aún entre las piernas, se dejaba caer contra la almohada, boca arriba, suspirando.
Hinata se quedó sin respiración.
—¿Qué es esto?
—Es evidente.
Había poco bullicio en la cafetería. Había escogido una en el centro, cerca del centro de alto rendimiento de la selección japonesa, donde acudían todos los días los seleccionados y preseleccionados de la sub-19. Hinata llevaba la ropa de entrenamiento, y estaba sudando más que durante cualquier partido que pudiese recordar.
—Por qué... Por qué lo haces.
Yoko guardó el teléfono.
—Yo no tengo nada que ver con las grabaciones, es cosa de Dani —dijo, apartando la mirada—. Puede parecer macabro, pero es su forma de asegurarse la fidelidad.
Hablaba con una frialdad que daba miedo. ¿No tenía sentimientos? ¿Es que nada le afectaba? ¿De verdad le parecía eso normal?
—¿Pero qué dices? Esto... Esto es un delito, no puedes... No entiendes, eso es algo íntimo, nadie tiene derecho a hacer eso, eso es ser un monstruo, no tienes idea de lo que se siente, es horrible, es-
—Sé perfectamente lo que se siente. Dani también tiene imágenes mías.
Hinata la miró con los ojos muy abiertos.
—¿Y por qué no lo denuncias? En vez de... intentar destruir a otras personas. ¿Qué culpa tenemos los demás? Yo podría ir contigo a denunciar, si quieres. De verdad, te apoyaré, si hay que hacer algo públicamente... No me importa salir en los medios, es imperdonable que te manipulen de esta forma, tienes que hacer algo y-
—No voy a ensuciar mi imagen con ese tipo de cosas.
—P-pero seguro que la gente está de tu lado. Quiero decir... Él te hizo hacer todo esto, se está aprovechando de ti. ¿Él te presionó para que tú... con nosotros...?
—No te confundas —dijo Yoko—. Nunca entenderías quién es Dani. Él me dio todo. Me acogió. Me paga los cursos de moda. No es un monstruo, hace por mí cosas que nadie ha hecho antes, así que no juzgues sin saber.
—Lo entiendo perfectamente. No soy idiota —dijo Hinata, despacio, mirándola a los ojos—. Te tiene atrapada y te utiliza para intentar chantajear a otros chicos. ¿Solo a nosotros, o es algo habitual?
Yoko chistó, mirándole con rabia.
—No soy una puta. Nunca me ha obligado a hacer nada con nadie, sólo me pidió por favor que apartase a Kageyama de ti para proteger la Ocean y la buena marcha del equipo y evitar que todo se fuese a la mierda por rumores de relaciones homosexuales.
Hinata tragó saliva, cada vez más nervioso.
¿Era cosa suya o el aire se había puesto denso en esa cafetería del demonio?
—Por favor, no hagas esto. No nos hagas esto... No le hagas esto a él.
—¿A Tobio? ¿En serio vas a defenderle? ¿Después de cómo me folló en tu cara? —dijo, levantando las cejas—. Pierdes el culo por un imbécil que ni te trata bien. ¿Crees que te quiere? ¿Crees que si alguien te quiere se acuesta con otra persona?
—Fue idea de los dos —replicó, molesto—. Lo decidimos juntos. Hacer... un trío. Lo hace mucha gente.
En verdad le daba rabia no acordarse de nada para poder tener mejores argumentos, pero no importaba lo que dijese esa tía. No podía minar la confianza que tenía en Kageyama.
Sería más útil intentar cavar un túnel en piedra con una cucharilla de café.
—Eso es lo que te ha dicho Tobio, pero tú no me tocaste. Ni siquiera se te levantó, pero a él no le importó una mierda. ¿Te parece eso un trío?
Hinata se mordió el labio. Dios, si tan solo recordase alguna cosa, aunque fuese un detalle.
—Estaba nervioso y n-no... No recuerdo todo bien. Pero sé que quería hacerlo. Seguro que quería. Si yo no hubiese querido no habría pasado nada, Kageyama-kun se habría echado atrás por los dos.
—Shoyo, tú no querías y no lo hiciste. Él quería y lo hizo.
Sabía que Kageyama creía que les habían dado alguna droga extraña, pero en ese momento le parecía lo de menos.
—Bueno ¿y qué si fue así? Eso es cosa nuestra y de nadie más. Tú no le conoces de nada. No tienes ni idea de cómo es.
—He quedado con él muchas veces y te aseguro que es como todos los demás idiotas con los que he estado. Puede que ahora me odies, pero te estoy haciendo un favor. Cuando Kageyama deje la Ocean Dani borrará los vídeos y tú puedes volver con él si quieres seguir perdiendo el tiempo con un tío que solo te quiere para que le calientes la cama. Pero mientras, para evitar rumores, saldremos juntos. Pondré fotos en Instagram y hablaré de ti como mi novio.
—Olvídalo. No pienso aceptar.
Yoko frunció el ceño, sacando otra vez el teléfono. Proyectó otro vídeo, esta vez sin auriculares. El sonido empezó a retumbar contra las paredes de la cafetería de una forma absolutamente indecente.
Eran Kageyama y Hinata en el mismo dormitorio. Yoko pasó de largo la conversación que tenían en la puerta, y fue directamente a la parte en la que estaban en el suelo, sobre la alfombra de lana, Hinata boca abajo y Kageyama sobre él, moviéndose despacio, follándole. Sólo se escuchaban los gemidos rotos de Hinata, y el sonido húmedo de cada embestida, y él puso la mano sobre el teléfono, luchando por silenciarlo, pero Yoko se lo quitó, más rápida. Dejó que sonase un poco más de tiempo, que siguiese flotando en el aire.
En la cafetería todos les miraban entre el asombro y la repugnancia.
Joder, va en serio. Esta tía va en serio.
—¿Seguro que no quieres? Dani lo subirá a Internet. Lo verá todo el mundo. Lo verán tus padres. ¿No tenías una hermana pequeña?
—No puede... No puede hacer eso.
—Lo hará. Te aseguro que lo hará. La primera vez que me negué le mandó un vídeo mío a mi padre, como un mensaje anónimo. La segunda vez, al chico con el que estaba saliendo.
Hinata no daba crédito.
—Si sabes lo que se siente, no lo hagas.
—Precisamente porque sé que no puedes negarte te digo que hagas lo que dice y no seas tan estúpido —bufó, moviendo un pitillo entre los dedos, aunque en aquella cafetería no se podía fumar—. Lo estás haciendo más difícil, y solo tendrás el doble de sufrimiento.
—Si lo hace perderá a Kageyama —dijo. No podía aceptar algo así. No podía dejar que le chantajeasen de esa manera, ¿y qué le diría a Kageyama? "Lo siento, te dejo porque Kásper puso cámaras en tu dormitorio, y si seguimos juntos publicará vídeos nuestros follando y destruirá nuestras carreras"?—. Si quiere mantenerle en el equipo no lo hará.
Yoko resopló con gesto de hartazgo.
—No entiendes nada; hablas como un crío —dijo, pese a que probablemente eran de la misma edad, o al menos de una parecida—. Conocí a Dani hace mucho, cuando él vivía en Japón, en la época en que murió su hermana. Yo estaba sola y él también y a partir de entonces nos tuvimos mutuamente. Cuando me mudé a New York él ya estaba allí, fuimos al mismo colegio. Los niños me acosaban por ser de otro país y él me protegía. Me protegió de cosas que no puedes ni imaginar. Me quiso mucho y me sigue queriendo, a su manera. Yo estaré siempre de su lado.
—¿Y qué tiene que ver eso con nosotros?
—Tiene que ver porque Dani muere por el voley, es lo más importante de su vida. Sólo quiere que la Ocean siga en la cabeza de los equipos americanos, y para eso necesita patrocionadores. Los patrocinadores en América quieren jugadores que sean modélicos, atractivos, sensuales, que vuelvan locas a las chicas. No quieren una pandilla de gays follando entre ellos en los vestuarios.
—No puedo creer que estés diciendo eso.
—A mí me da igual lo que hagas en tu intimidad, pero Dani tiene razón en una cosa. Kageyama está poniendo en riesgo la Ocean manteniendo una relación gay tan poco disimulada. Y la Ocean nos da de comer a mucha gente. Dani sólo pide lealtad.
—¿Estás de broma? —Hinata estaba flipando—. ¿Te amenaza con difundir vídeos íntimos tuyos y te parece tan normal? ¿Eso es lo que tú llamas lealtad?
—Él es así. Protege la Ocean con su vida.
—Te ha comido la cabeza y no puedo creer que estés haciendo esto —dijo Hinata, bajito, negando con la cabeza—. Yoko, Kageyama es importante para mí. No puedo dejarle. No lo entenderá. Es... Es imposible, no puedo hacerlo.
—Claro que lo entenderá. Hasta un idiota como él tiene que ser consciente de que eres mucho más de lo que se merece —dijo ella, mirándole a los ojos. ¿Qué mierda estaba diciendo?—. Y te gustan las chicas. Te pusiste muy caliente cuando me besaste en el anuncio.
—No se trata de que si me gustan o no las chicas —replicó, enfadado. Bajó la voz, porque no quería seguir dando el espectáculo en esa cafetería, ahora que habían dejado de mirarles—. Tú no me gustas.
—Ese día no parecía que pensases eso.
—Ese día no te conocía —dijo—. No habías intentado extorsionarme.
Hinata estaba indignado. Esa tía estaba tratándole como si fuese una polla con patas. ¿Qué pensaba, que iba a salir con alguien que le chantajeaba, y el argumento es que tenía tetas? ¿Que diría bueno vale porque estás buena y pasearían de la mano por el parque?
¿Qué clase de mierda tenía esa chica en la cabeza?
—Pues siento no gustarte, porque tú a mí sí me gustas —dijo ella, con el gesto más suave—. Eres buen chaval, sencillo, atractivo. Súper divertido, y mucho más inteligente de lo que cree el tonto de tu novio. Besas rico, y estoy segura de que nos entenderemos en la cama. Podría salir bien entre nosotros. Sólo serán unos meses de todas formas. Si cuando pasen no quieres seguir, lo anunciaremos como una ruptura de mutuo acuerdo.
—No puedes pedirme esto.
—No te lo estoy pidiendo—. Yoko se puso de pie, poniendo fin a la conversación—. Entiendo que ahora mismo no estás en condiciones de tomar una decisión, y siempre has sido educado y buen chico conmigo. Dejaré que lo pienses. En dos semanas vuelvo a Japón, y te esperaré en el Hotel Ubu. Te escribiré antes.
Hinata no durmió en toda la noche. Por primera vez mintió a Kageyama cuando hablaron por teléfono, y se sintió como una mierda. Como si le hubiese sido infiel. Como si todo aquello realmente fuese culpa suya.
Una semana después tomó la decisión, tras ver un partido de la Ocean especialmente emocionante en el que el público en la pista coreó al unísono el apellido de Kageyama. Lo decidió fijándose en la forma en que la pelota rotaba en sus manos, y su cara de felicidad al lanzarla al aire, sobre su cabeza, buscando un saque as que les diese al victoria.
No le hablaría de los vídeos, porque Kageyama nunca aceptaría algo así. Estaba seguro de que iría directo a darle una paliza a Dani, y le echarían de la Ocean y quizás hasta le abrirían un proceso judicial y le enviarían a un reformatorio para adolescentes, y no podría volver a jugar al voley profesional. La sola idea le mataba de tristeza. Sabía que si dejaba a Kageyama le rompería el corazón, pero si le quitaba el voley le destruiría en lo más profundo, le abriría por las costuras. Un corazón roto puede remendarse, pero Kageyama sin el voley jamás sería Kageyama. No podría ser feliz.
Prefería un Tobio temporalmente triste a un Tobio viviendo una vida de mentira lejos de la cancha.
Dos semanas después se presentó en el hotel de Yoko y le comunicó su decisión. Ella le besó, y fotografió el beso. Hinata no reaccionó. La fotografía era absolutamente patética, y solo le pidió a Yoko que no pusiese nada en las redes hasta que hablase con Kageyama. Ella le empujó sobre la cama metiendo una mano en sus pantalones y ofreciéndole sellar el trato follando, pero Hinata no pudo. No quiso. Era imposible. Todo lo que sentía por ella era rechazo, animadversión. No la odiaba. En verdad le daba lástima, porque estaba tan jodida de la cabeza que hacía todo eso por un tío como Kásper, que la utilizaba como cebo para atrapar a otras personas en sus redes de extorsión. Quizás era como él. Quizás estaban los dos totalmente podridos por dentro. Patético.
El cuatro de diciembre habló con Kageyama. Decidió mentirle, diciéndole que había pasado algo con otra persona.
Eran las seis y cuarenta y cinco cuando Kageyama empezó a recorrer el largo pasillo que culminaba en esa habitación de la planta tres, esa en la que había una S naranja de madera pegada a la puerta. Natsu había colocado con su ayuda el día anterior. Ahora la puerta estaba abierta.
Eran las seis y cuarenta y cinco cuando Kageyama entró, con las muletas sujetas en un brazo y el corazón en el puño. En la cama, Yoko estaba besando a Hinata, apoyada sobre él, con el sol de la tarde cayendo sobre su cabello, haciéndolo brillar. En cuanto sintieron el movimiento los dos le miraron.
—Tobio —dijo ella, acariciando la cara de Hinata en un toque muy breve antes de levantarse, separándose de él—. Lárgate.
—Qué coño hacéis —murmuró Kageyama, mirando a Hinata.
Estaba completamente rojo, y al mirarle bien vio que estaba muy quieto, como paralizado, mudo.
—Tú que crees —dijo Yoko, sin moverse—. Shoyo, explícaselo tú. Y será mejor que te des prisa, porque la prensa está a punto de llegar.
Hinata le miraba. Respiraba raro, deprisa, como si estuviese asustado. Como si le hubiesen dado una noticia horrible. Kageyama le conocía demasiado bien. Podía leer todas sus expresiones como si fuese un libro.
—Qué mierda le has contado —le preguntó a Yoko, enfadado, y entró en la habitación cerrando la puerta, pasando el pestillo. No dejaría que entrase ni una puta cámara.
—Abre esa puerta ahora mismo y márchate, o te juro que gritaré -dijo Yoko, señalándole desde el lado de Hinata—. ¿Quieres que la prensa capte mis gritos de auxilio?
—¿Estás loca? Hinata ha estado muchos meses en coma, no es momento para esto.
—¿Para que no es momento? ¿Para estar con su novia?
—Tú no eres su jodida novia.
—Claro que lo soy. La persona por la que te dejó en diciembre. Shoyo, recuérdaselo, porque parece que se ha olvidado.
Kageyama no quiso mirar a Hinata. Sabía que estaría con la misma expresión que antes y no quería verlo, no quería ver ese gesto de miedo o se rompería y no podía permitírselo. Lo último que le importaba era lo que esa tía tuviese que decir. Sólo quería que se largase y que se fuese también la prensa. Estar a solas con Hinata. Cogerle de la mano.
—Ya hablaremos cuando esté mejor —dijo él, cogiendo aire—. Ahora vete. Por favor.
—Vete tú —dijo ella.
Kageyama la miró. Yoko no se iría. Hinata seguía asustado, paralizado. A saber lo que le había contado. Quizás había recordado todo. Quizás había recordado que ya no le quería, y que en verdad ella era su chica, y se había asustado al verle por la forma en que se besaron.
—Yoko, no es momento para la prensa. Por favor.
—Si cuando vengan no te has ido, gritaré. Será un escándalo. Lo juro.
Kageyama apretó los nudillos alrededor de la muleta.
—Podemos irnos los dos. Dejarle solo. Y en otro momento hablamos.
Si la prensa les encontraba a los tres juntos sería un show. Y Hinata había luchado mucho para que no le viesen mal. Había peleado para que el mundo le viese en mejores condiciones, como para que ahora todo se fuese a la mierda en un instante. Kageyama no pensó. Avanzó hacia Yoko y la agarró del brazo, sujetándola.
—Nos vamos los dos. Lo siento por esto, pero es lo mejor para Hinata.
La intentó arrastrar, y Yoko empezó a gritar. La cogió como un saco de patatas mientras Hinata seguía quieto, inmóvil, sin decir ni una palabra. La prensa estaría a punto de llegar. En cualquier momento llamarían a la puerta y no habría escapatoria. Si es que no llegaban antes las enfermeras o el personal de seguridad y le sacaban de allí esposado. Que era muy probable dadas las circunstancias.
Joder. Sintió a Yoko revolverse sobre su hombro.
—¡Yoko, para! —oyó gritar a Hinata. Por el rabillo del ojo vio cómo Yoko cogía el vaso de zumo de la mesilla y lo estampaba contra la mano con la que la estaba sujetando, su mano derecha.
La soltó al notar el cristal y ella se zafó, sujetando un trozo de vaso roto entre los dedos. También estaba sangrando, pero no era comparable con la mano de Kageyama. Había sangre por todas partes.
Se mareó y Hinata se movió hasta él por la cama, sentándole.
—Tobio, no te preocupes, tranquilo —susurró, levantando un trozo de sábana y envolviendo un poco su mano. Después le vio estirar el brazo hacia el cabecero de la cama y tocar tres veces el timbre de aviso de urgencia. Kageyama veía todo borroso, estaba a punto de perder la consciencia. Bajó la mirada hacia la sangre y todo empezó a dar vueltas, pero Hinata le levantó la cara usando la mano derecha, acariciándole la mejilla con un movimiento torpe—. Ey, Bakayama, no mires ¿eh? No mires. Nadie es tan tonto de mirar la sangre, ni siquiera tú, el rey de los idiotas, ¿verdad? Mírame a mí. Mírame. Vas a estar bien. Vas a estar súper bien, te lo prometo, ¿confías en mí?
Kageyama asintió, cerrando los ojos.
—Shoyo, ¿qué mierda haces? —dijo Yoko, y Kageyama volvió a mirar y apenas vio cómo le agarraba del brazo, dejándole una marca de sangre en el camisón del hospital. Hinata le dio un manotazo fuerte, apartándola—. Tenemos un pacto.
—Está roto —siseó, mirándola con ojos fieros—. Lárgate o te juro que te mato.
Yoko se levantó, agarrándose la mano herida y lanzando una mirada de asco que dio de lleno contra ambos, antes de avanzar hacia la puerta.
—Esto no va a quedar así —dijo ella.
Hinata no apartó la mirada.
—Por supuesto que no.
¡Gracias por leer hasta aquí! Se van resolviendo cosas, espero que de forma medianamente satisfactoria (?)
El final se acerca LO JURO QUE SÍ. Perdonad los typos y cosas, escribo desde la tablet y a veces me manda todo al carajo.
Os amo por leerme.
