Bueno, bueno, bueno. Disfruté tantísimo escribiendo esto que cuando llegué al final me quedé un poco ploff. Decidí que necesitaba un epílogo viendo a los chicos ya mayores, pero entonces me enfrenté a un dilema: ¿Drarry o no Drarry? Por un momento pensé en preguntaros al acabar de publicar la historia, pero luego decidí que no tenía sentido subir el epílogo tiempo después. Así que aquí estamos con... dos epílogos, uno de cada opción, para todos los gustos. Espero que os guste y me despido. Estoy segura de que nos veremos en más historias, por suerte por aquí aún hay ideas para rato. Un gran abrazo.

Opción no Drarry (Hinny y Drastoria)

Era la primera vez que Draco llevaba una novia a casa. Sentado en la habitación que habían compartido desde niños, su hermano adoptivo le miraba divertido.

— ¿Por qué estás tan nervioso? —le preguntó mientras le veía arreglarse el pelo por enésima vez.

— No lo sé —exclamó frustrado, soltando el cepillo y cerrando los ojos por un momento.

— Todo irá bien, Draco. Astoria es estupenda.

— Para ti es fácil, Ginny nos conoce de toda la vida.

Harry frunció el ceño, con el mismo gesto exacto que usaba Severus cuando olía una opinión negativa relativa a su familia.

Draco se sentó en la cama junto a Harry y apoyó la cabeza en su hombro.

— Los Greengrass son sangrepura.

— Tu también. Y los Weasley. Y Sirius.

Su hermano negó con la cabeza, jugueteando con una pelusa sobre la colcha, sin mirar a Harry.

— El señor Greengrass no quiere que Astoria salga conmigo porque nos considera traidores a la sangre.

Harry suspiró. Habían pasado por cosas así antes, en Hogwarts. En Slytherin no era fácil ser ellos, un huérfano de un mortífago y el Niño que Vivió, criados por un auror que renegaba de su sangre y un exmortifago que había cambiado de bando. Habían tenido que endurecerse y aún así, cuando las cosas se pusieron feas y Dumbledore enfrentó a Voldemort en el mismo patio del colegio, ellos tuvieron que defenderse de sus propios compañeros de casa, respaldados por los Weasley, traidores a la sangre por excelencia. Astoria Greengrass había sido de las pocas de Slytherin que se había posicionado de su lado, fiel a su personal ideología y a su amor secreto desde los quince años. Según ella, había sido más fácil afrontar las consecuencias de esa decisión, que decirle a sus padres que salía con el hermano de Harry Potter.

— Entiendo que te preocupe lo que opinen sus padres, pero hoy viene ella sola, seguro que todo va bien.

— ¿Y si no le gusto lo suficiente?

Volvió a suspirar y abrazó a Draco por los hombros. Ese era el frágil adolescente que se escondía debajo de la actitud fría que había aprendido de Severus. Siempre había sido así, Harry era el impulsivo, Sirius siempre decía que la sangre Gryffindor tiraba, y Draco la cabeza fría y reflexiva. El primer día que un niño le dijo a Harry que en realidad ellos dos no eran hermanos porque no tenían los mismos padres, fue Draco el que le sujetó para que no le diera un puñetazo. Y el que dos días después echó en la taza del impertinente un laxante.

— Astoria no es una tonta sangrepura, Draco, es una chica inteligente que te quiere. Lo único que tiene que preocuparte es estar abajo antes de que llegue, porque si la recibe Sirius, en cinco minutos estará enseñándole la pared familiar.

— ¡Oh, mierda!

Draco se levantó de un salto y bajó corriendo las escaleras. Harry le siguió con más calma, las manos en los bolsillos, la misma actitud chulesca al caminar que su padrino. Cuando llegó al salón y lo encontró vacío, supo que Draco había llegado tarde.

Se encontró al salir de la habitación con su otro padre adoptivo. Como siempre desde que habían crecido, Severus le saludó con un apretón en el hombro.

— Draco está preocupado —le murmuró sin mirarle.

Snape gruñó. Sabían que los Greengrass no estarían de acuerdo con esa relación. Igual por eso a Sirius y a él les caía especialmente bien la chiquilla ya antes de conocerla.

Se asomaron al comedor. La escena era cómica: Sirius se había apoderado de Astoria, que escuchaba embelesada las historias que acompañaban a cada dibujo y a cada fotografía, mientras Draco permanecía dos pasos atrás con cara de estar enfurruñado como cuando era pequeño y Severus no le dejaba quedarse despierto a esperar a Santa Claus.

— Nosotros nos ocuparemos.

Harry miró de refilón a su padre adoptivo y su gesto le tranquilizó, no había nada que esos dos hombres no consiguieran por sus hijos.

Opción Drarry

En la casa Black había dos festividades típicamente muggles que se celebraban rigurosamente: la navidad y el día del padre.

Solamente los miembros de la familia conocían la importancia del día del padre. Ellos y los muros del comedor familiar de la casa.

La joven pareja entró tomada de la mano. Aún era temprano, los elfos no habían empezado a poner la mesa, así que podían pasearse por allí sin molestar.

Draco tiró de la mano de Harry hasta ese punto concreto donde comenzaba la historia. Hacía años que no estaban en casa para celebrar el aniversario de sus padres adoptivos, estaba emocionado.

— ¿Te acuerdas? —acarició el dibujo con la punta de los dedos y una sonrisa nostálgica.

Harry asintió, abrazándolo por la cintura.

— Me acuerdo de cuando entramos al salón y los pillamos besándose en el sillón.

Una carcajada se escuchó desde la puerta.

— Le tapaste los ojos a Draco. Y Severus se puso tan rojo que pensé que le hervirían las orejas.

Sirius Black entró en el comedor con su paso ligeramente chulesco y su porte de sangrepura. Fue directo a abrazar a los chicos. Sus chicos, su orgullo de padre.

— Felicidades, tío Sirius —le dijo Draco abrazándole.

Catorce años habían pasado desde el primer dibujo que les habían hecho por el día del padre. El primero que había adornado orgullosamente esa pared, los retrataba a los dos como elegantes monigotes, a Sirius montado en una escoba y a Severus con un caldero delante.

Había más dibujos, claro, uno por cada año antes de ir a Beauxbatons. De sus años escolares había fotografías, gracias a la cámara mágica que Andrómeda había regalado a Draco por su décimo cumpleaños. Fotos de los dos niños, con sus uniformes azules, en distintas poses. La última, en un extremo de la exposición, les retrataba dándose un beso juguetón. Al sacar aquella del paquete cuidadosamente envuelto, para protegerlo en el viaje vía lechuza, Sirius había pensado que a Severus le daba una apoplejía.

En la pared había otras fotos que relataban la historia de la familia. Ellos consideraban el día del padre como su aniversario desde el beso en el sillón, pero también porque Sirius le tenía cariño a la fecha y le había pedido matrimonio a Severus otro día del padre, dos años después. Y se habían casado el siguiente día del padre. Todo estaba allí, retratado, igual que la boda de Remus o el día de la graduación de Dora en Hogwarts.

— Felicidades, padrino —felicitó Harry, abrazándole también—. ¿Y Severus?

— Ha escrito hace un rato, avisando de que se retrasaba.

Los chicos se miraron sorprendidos, era muy extraño que Severus se retrasara en general, pero en un día como aquel todavía más. A pesar de no ser la persona más demostrativa del mundo, Severus se tomaba muy en serio todo lo relativo a su familia.

Severus miró a la mujer sentada ante él con su mejor cara de profesor gruñón.

— Solo te pido que lo consideres, Severus.

— No hay nada que considerar, Minerva.

— Las cosas son distintas sin Albus.

— La respuesta sigue siendo no. Y ahora, si me disculpas, me esperan en casa. —La despidió, poniéndose de pie.

La nueva directora de Hogwarts se puso en pie con un suspiro. Antes de marchar, observó la foto familiar colgada en la pared del despacho.

— Me han dicho que a Harry y a Draco les está yendo muy bien.

Su orgullo de padre le hizo responder menos secamente de lo habitual.

— Draco será un gran auror, Sirius dice que los demás profesores de la academia lo tienen en alta estima. Y Harry ha sacado el talento de su abuelo, lo está haciendo muy bien.

Minerva sonrió a su antiguo alumno antes de abrir la puerta para abandonar el despacho.

— Han tenido suerte pudiendo crecer con vosotros.

Severus rodeó la mesa para coger su capa del perchero y salir con ella del despacho.

"Los afortunados fuimos nosotros", pensó.