Capítulo 33

Un escalofrío despertó a Ross de un placido sueño. La habitación estaba a oscuras y las fuentes de calor habían desparecido. El fuego en la chimenea se había extinguido, las sábanas estaban livianas, o sea que faltaba alguna de las cobijas, y Demelza no estaba a su lado. Apoyando el codo en el colchón inspeccionó la penumbra. Era una noche cerrada y aún no amanecía. Luego de que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad distinguió su silueta.

Demelza estaba sentada en el angosto alféizar de la ventana envuelta en la frazada perdida y con la cabeza ligeramente apoyada en el vidrio, mirando hacia afuera.

"¿Demelza?" la voz de su esposo sonó rasposa en la oscuridad, ella se giró para mirarlo hacia la cama. – "¿Qué haces?"

En la oscuridad, Ross pudo ver claramente sus dientes brillar cuando sonrió de oreja a oreja. "Ross ¡está nevando!" - susurró.

Demelza se había despertado cuando aún faltaban un par de horas para el amanecer. Estaba acurrucada junto a Ross, su mano sobre su pecho desnudo. Al final, había sucumbido a la tentación. No se arrepentía, de verdad lo había extrañado y él le había asegurado que la había extrañado también. En la cama, él la quería, de eso no tenía dudas. La ligera incomodidad entre sus piernas era prueba de su deseo, de la pasión que se encendía cuando tenían relaciones. Solo tenía que tener cuidado y recordarse que tenía mucho más de lo que jamás habría podido soñar y por ello debía sentirse afortunada. Y de verdad se sentía más contenta ahora de lo que había estado en las últimas semanas.

Como un Dios griego, Ross se levantó de la cama completamente desnudo, pero rápidamente se puso su camisa de dormir y la bata encima también. Afuera estaba helando y las cenizas en la chimenea ni crepitaban ya. Ross se acercó a mirar por la ventana también, afuera se podían distinguir claramente los pequeños copos blancos cayendo grácilmente sobre el patio. No era una nevada muy fuerte, pero ya se veía una capa blanca cubriendo algunos sectores aquí y allá.

"Lo siento, no quise despertarte." – dijo Demelza. Su rostro estaba apenas a centímetros del suyo, solo tenía que girarse un poco para poder besarla.

"No lo hiciste." – dijo el después de hacerlo. "Me agarró frío sin ti."

Ross se alejó un momento para buscar unos pantalones, de verdad hacía frío, pero si encendía la chimenea ya no podrían ver hacia afuera y Demelza parecía feliz de ver caer la nieve. También acercó una silla a la ventana, la misma en la que había pasado una noche en vela mientras la cuidaba, y la apuntó hacia afuera.

"Ven, comparte la frazada." – dijo sentándose y palmeando sus piernas. Ross no pudo ver su expresión en la oscuridad, pero un instante después Demelza estaba acurrucada sobre él, su cabeza apoyada en el hueco de su cuello. El la rodeó con los brazos y ella acomodó la manta para que los cubriera a los dos.

"Nunca vi nevar."

"No es común tan cerca de la costa."

"En Illugan jamás nevó. Me… me contaron que más al norte es común. Leí en un libro, no recuerdo cuál era, que en Escocia nieva constantemente durante el invierno. ¿Alguna vez fuiste?"

"¿A Escocia? No."

"¿Y en América? ¿Allí nevaba?"

"No, al contrario. Hacía mucho calor, más calor que aquí en el día más soleado de verano."

"No me lo imagino. Pero hay tantas cosas que no sé, tanto que no he visto… ¿Te gustaba allí? ¿América? Sé que fuiste a la guerra, pero ¿pudiste ver algo más que el campo de batalla? A mí me parece que fuera otro mundo por completo."

Ross pareció meditarlo por un momento. Allí, en la oscuridad de su habitación, con Demelza acurrucada encima de sus piernas y cubierto por una manta mirando los finos copos de nieve caer por la ventana en el amanecer de un 24 de diciembre.

"Si pude ver algo, es diferente. Es vasto e insondable, con enormes áreas deshabitadas y grandes desiertos, según me han dicho. Y las ciudades, no sé ni como describirlas. Son modernas. La gente, la gente puede progresar, aún si no tienen nada. Si se lo proponen, si trabajan duro o se arriesgan, pueden llegar a hacer una fortuna…"

"Suena prometedor."

"Algunos así la llaman, la tierra prometida."

"¿Te gustaría volver? ¿Hubieras preferido quedarte allí?" Ross pensó por un momento de nuevo.

"Puede sonar extraño, pero no. Jud, Jud diría que el cobre corre por mis venas, y no está muy equivocado. Extrañaba Cornwall, Nampara, estas tierras… no, no hay otro lugar en donde prefiera estar más que aquí." – dijo entre susurros, sus labios apoyados en su frente.

La nieve que caía afuera disminuía con el primer resplandor del nuevo día. Luego de lo que había sucedido en la noche, mientras estuvo sentada en silencio viendo la nieve caer pacíficamente, se había dado cuenta que no podía resistirlo. El amor que sentía por Ross la llenaba y luchar contra ello iba a ser más doloroso que la herida porque él no la amara. Él le daba todo lo que tenía a disposición para ofrecerle, sería egoísta enojarse porque no le daba más, y no estaba en ella ser mezquina.

Demelza se acurrucó más en sus brazos y presionó sus labios en la base de su cuello. Le encantaba rozar su nariz y su mejilla en su barba crecida, y hacía tiempo que no lo hacía. Ross levantó un poco la cabeza para darle mejor acceso y sonrió en la oscuridad, dando un pequeño pellizco en su trasero. Si, allí era donde quería estar.

"Cuando llegué pensé que odiabas este lugar…" – dijo desde debajo de su mandíbula.

"No el lugar, ni su gente. La responsabilidad… puede ser abrumadora."

"Lo sé, pero eres un muy buen patrón, mejor que la mayoría."

Ross río irónicamente. "Lo dudo, pero aceptaré el cumplido viniendo de ti. No has tenido mucho por lo que elogiarme últimamente."

"¡Eso no es cierto!" exclamó retorciéndose en su falda. El movimiento hizo que su miembro endurecido se clavara en su trasero. "¡Oh!" – suspiró sorprendida, no se había dado cuenta que estaba excitado. Ross la volvió a acomodar entre sus brazos. Sus dedos la acariciaron entre sus pechos hasta su estómago, arriba y abajo y arriba y abajo. Eso no se sentía sexual. Se sintía reconfortante. El tipo de caricias pequeñas e íntimas, como si no pudiera dejar de tocarla.

"Shhh… no te preocupes por eso." – se preguntó si alguna vez ella dejaría de tener ese efecto en él. Era algo orgánico, como un instinto animal al tenerla cerca, especialmente cuando ella le demostraba su afecto de forma tan cariñosa. Pero no quería tener sexo ahora a pesar de su erección, estaba disfrutando tenerla en brazos y de su conversación, llenaba otra parte de su ser más cercana al corazón. "Lo es. Pero voy a intentar ser un mejor esposo para ti, Demelza."

"Y yo una buena esposa." Respondió ella a su vez. Demelza siguió besando su mandíbula hasta llegar a sus labios, allí se detuvo mientras él la miraba a los ojos como buscando algo. Si lo encontró o no, no lo supo, pero un instante después reclamó su boca con un beso que la dejó sin aliento.

"Ross…" susurró minutos después.

"¿Sí, Demelza?"

"¿Crees que pueda salir a tocar la nieve?"

Le costó unos cuantos besos más convencer a su marido de que la dejara salir a jugar con la nieve, porque eso fue lo que hizo. Ross la hizo esperar a que brillara más el sol, desayunaron y la obligó a ponerse dos pares de medias, un par de calzones suyos gruesos debajo del vestido, sus botas viejas, un chal y su tapado más abrigado. Todo coronado con una gorra de lana que le tapaba la frente y las orejas. Cuando terminó de vestirse, los tres, Jud, Prudie y Ross, se rieron a lo grande a costa de ella. Pero no le importaba, estaba feliz de poder salir a caminar por el patio que estaba cubierto por una capa blanca que ya comenzaba a derretirse bajo los rayos del sol. Ross había salido tras ella agitando los guantes en el aire pues se había olvidado de ponerse. Pero antes que la alcanzara, Demelza tomó un puñado de nieve blanca y lo lanzó en su dirección.

"¿Con qué esas te traes? ¡Ya verás!"

Hasta Garrick había ligado una buena bola de nieve en su hocico. No recordaba cuando había sido la última vez que se había reído tanto. Luego Ross le había enseñado a hacer un muñeco de nieve. Prudie les alcanzo una zanahoria para usar de nariz mientras Jud daba indicaciones de cómo debían hacerlo. Fue una hermosa mañana. Después de almorzar, Demelza agradeció que Ross se fue a la mina, pues ella todavía tenía muchas cosas que preparar para la cena y para el día siguiente. Honestamente, no sabía quién se iba a comer tanta comida, pero era Navidad y aun cuando era niña y no tenían nada, su madre siempre preparaba algo especial para celebrar la ocasión. Ahora ella quería hacerlo también en esa primera Navidad en Nampara.

Ross se sentía más ligero de lo que había estado en semanas. Había sido un buen día, a pesar de que no había cambios en Wheal Leisure todos parecían estar de buen humor y con esperanzas de que pronto darían con cobre o con los túneles de la vieja mina en el nivel de 40 pies. El también se sorprendió sonriente y deseando felicidades a cada minero que encontraba. Era, después de todo, una época de esperanza. Pero Ross sabía que su alegría no tenía nada que ver con ello y más con la joven pelirroja con la que había pasado la noche y quien le había dejado unirse a ella otra vez. Pensó en ella durante toda la tarde. En la calidez que emanaba su cuerpo y que parecía invadirlo hasta lo más profundo. Parecía que podía escuchar sus gemidos de placer mientras la tomaba. Recordó sus caricias, la suavidad de su piel. Y también su mirada de aprensión una vez que ambos habían acabado; no la entendía. Pero por la mañana, cuando la encontró con una tímida sonrisa sentada en la ventana, esa duda en sus ojos había desaparecido y Ross sobre todo recordaba esas horas que habían pasado acurrucados protegiéndose del frío, dándose besos y arrumacos mientras conversaban de esto y aquello, de todo y de nada. Eso le había dado tanto o más placer que la unión de la carne.

Hacía años que Ross no esperaba una Navidad con ansias, así que se sintió un poco decepcionado cuando, al llegar a Nampara, descubrió que la casa estaba invadida por la familia Martin. Lo que había estado planeando para la Nochebuena era una simple cena con su esposa, quizás sus sirvientes, y luego retirarse temprano a su habitación a hacer el amor toda la noche con su mujer. Y sería muy difícil si tenían gente a cenar. ¿Acaso los había invitado sin consultarle?

Un par de niños se cruzaron corriendo en su camino, había otros más sentados a la mesa. "¡Oh! Señor Poldark!" Exclamó Jinny cuando lo vio, estaba sentada junto al fuego armando una guirnalda con ramas de pino.

"Buenas tardes, Jinny." No llego a preguntar más nada por que un niño, o una niña no estaba seguro, se acercó gateando hasta donde estaba y sujetándose de sus botas intentó ponerse de pie. Ross lo miró con curiosidad.

"¡Ross! Ya estás en casa." Demelza apareció de la cocina cargando una bandeja con muchas jarras de lata y un cuenco con lo que parecía ser leche caliente. Levantando un poco la bandeja para esquivar al pequeño a sus pies, pasó a su lado en dirección a la mesa. Más niños aparecieron de no sabía dónde y se sentaron mientras ella y Jinny repartían las latas y servían la merienda. Prudie apareció con otra bandeja llena de galletas. Al pasar junto a él le ofreció una sin decirle nada. El niño aún estaba en precario equilibrio sosteniéndose de su pierna. Alzó las manitos cuando vio lo que él tenía y al soltarse cayó de trastes al suelo y comenzó a llorar. Ross se puso la galleta en la boca y lo alzó del piso, sosteniéndolo con brazos estirados delante de su cuerpo como si fuera la plaga misma.

Demelza se acercó y extendiendo sus brazos lo tomó de los suyos. Ya venía con otra galleta en la mano.

"¿Qué te pasa pequeño Charlie? ¿Ross te ha asustado?" – le preguntó al niño en una voz que jamás había escuchado. Lo meció un poco en sus brazos y le ofreció la galleta que tenía, era demasiado grande para el niño. "Aquí tienes, toma. Hay suficientes para todos, no hay porque llorar." El bebé pareció calmarse y ella lo miró con una sonrisa triunfante.

"Tus pantuflas están junto al fuego en la cocina." Le dijo acercándose y sujetando firmemente al niño en su cintura. "Jinny y su madre vinieron a agradecernos por los regalos que enviamos a los niños. ¡Mira! Trajeron muérdago." Efectivamente, al mirar alrededor, Ross se dio cuenta que el salón estaba decorado con ramitas de muérdago aquí y allá, y sobre la chimenea Jinny acomodaba las ramas que estaba preparando.

"Oh, que amable de su parte." Ross quería preguntar de qué regalos estaba hablando, pero ya le preguntaría más tarde cuando estuvieran solos.

"¿Verdad que sí? Invite a los hermanos de Jinny a que tomaran la leche aquí, y también trajeron a algunos amiguitos, ¿no son encantadores?"

Ross miró al niño que Demelza tenía en brazos, había enredado sus deditos en un mechón de pelo de Demelza y con la otra mano sujetaba la galleta al tiempo que la baboseaba en su boca sin poder morderla. Pero se había calmado y ahora lo miraba fijamente.

"Supongo que sí." El niño balbuceó algo inentendible después de que él hablara.

"Es solo Ross, pequeño Charlie." – dijo ella como si lo hubiera entendido a la perfección – "Le caes bien." ¿Cómo podía ella saberlo? "La señora Martin me está ayudando a preparar la comida, trajo un libro de recetas y me lo va a prestar para que lo copie. Son tan amables. Querían irse una vez que terminaran con la merienda, pero pensé invitarlos a que se quedaran a escuchar los villancicos. Si tú estás de acuerdo, claro."

Ross suspiró aliviado. El coro no tardaría mucho en llegar, así que si podría tener la noche tranquila que había planeado.

Ross fue a la cocina a quitarse las botas, pero el alboroto allí era tan grande como en la sala. Prudie y la Señora Martin amasaban, cocinaban y horneaban tanta comida como para un regimiento y él estaba en el medio. Jud se había sentado frente al fuego en una banqueta junto a Jim y se estaba bebiendo su ron, así que Ross se fue a sentar en la sala con una taza de leche caliente que alguien había puesto en su mano. Zacky se le unió luego de un rato. Al llegar de la mina y encontrar su casa vacía con una nota que decía dónde estaba su familia había ido a buscarlos. Conversaron animadamente, haciendo planes sobre la posibilidad de extender túneles y asegurándose el uno al otro que pronto encontrarían cobre. Durante todo ese tiempo, Ross no había perdido de vista a Demelza. Nunca la había visto tan contenta y sonriente. Era una gran anfitriona, charlaba con Jinny y jugaba con los niños. El pequeño Charlie no se había desprendido de ella desde que él había llegado. Se veía muy natural con un niño en brazos. De seguro sería una excelente madre, pensó.

Pronto escucharon la melodiosa armonía del coro de villancicos que anunciaban su llegada. Demelza pareció saltar de la alegría y corrió a abrirles la puerta. Ya estaba oscuro y todas las velas de la sala estaban encendidas. Cantando, entraron a Nampara bajo un coro se suspiros de asombro e ingenuidad por parte de los niños, que se sentaron en el piso para escucharlos cantar. Ross se fue a parar junto a ella, su mano sobre su hombro y su cabeza en el suyo. La vio llorar un par de veces, pero no eran lágrimas de tristeza al perecer por la sonrisa con que lo miraba cada vez que frotaba su espalda. Cuando terminaron de cantar, todos irrumpieron en aplausos y trajeron otra ronda de leche y galletas para compartir con el coro de villancicos. Ross se acercó al conductor y le hizo una generosa donación. Nada tenía tanto valor como la felicidad de Demelza.

El coro y los Martins se despidieron al mismo tiempo. Demelza le dio un gran beso en el cachete del pequeño Charlie y este pareció deleitarse, era muy pícaro ese Charlie. Y luego de estrechar muchas manos y desear las felicidades correspondientes, los dos salieron a saludarlos desde el portal.

"¡Oh!" exclamó Jinny que era la última del grupo. Todos se dieron vuelta a ver qué ocurría.

"Oh, perdón. Nada, solo que… están debajo del muérdago."

Demelza miró para arriba sin entender. Efectivamente, sobre sus cabezas en el portal de Nampara colgaba una ramita de muérdago con sus brotes blancos. Ross frunció los labios y sin más preámbulo los estrelló contra los de Demelza.

Algunos silbaron y aplaudieron, y cuando Ross se alejó Demelza estaba tan colorada como una manzana. Hasta Jinny se rio de ella.

"¿Por qué hiciste eso?" Demelza preguntó avergonzada cuando el grupo se había alejado lo suficiente.

"Es costumbre besar a una dama en un umbral cuando se está debajo de un muérdago." Dijo, y la besó de nuevo. Riéndose, Ross quiso intensificar el beso, Demelza retrocedió y se dio la espalda con la pared, mientras el la seguía besando.

"¡Ross, por favor! Aún pueden vernos." Dijo, empujando sus hombros para alejarlo.

"Pues son las costumbres." Respondió él divertido.

"Pues me voy adentro, entonces. Ya dimos suficiente espectáculo." Dijo, fingiendo estar ofendida.

Para su horror, Jinny había colgado una ramita de muérdago sobre casi todas las puertas de Nampara. Así que Ross se propuso besarla bajo cada umbral cuando ella pasaba con las cosas para acomodar la sala. Y no podía evitarlo, no podía dejar de sonreír.

Se habían reído a carcajadas cuando Jud, ya algo empinado, había intentado besar a Prudie en la puerta de la cocina.

"¡Viejo asqueroso! ¿Quién quiere un beso tuyo?" Había gritado Prudie y manoteado la escoba de detrás de la puerta para correrlo. Había sido una noche encantadora. La comida había sido deliciosa y más que abundante. La Señora Martin se había llevado una parte, había traído para hornear un cordero en el horno de Nampara que era más grande. Le contó que solía hacerlo cuando la Señora Grace estaba viva, pero desde entonces no había vuelto, le daba pena pedírselo al Señor Joshua. "Pues él hubiera estado encantado." – le dijo Demelza y también que podía venir cuando quisiera a usarlo ahora. También, Demelza había preparado de más pensando en sus hermanos. Podría enviar las tartas y los dulces con Jud, junto con los regalos que había comprado para ellos también mientras estaba enferma.

"¡Judas, Demelza! Todo estuvo exquisito, no creo que pueda volver a comer en por lo menos una semana." – dijo, moviendo su silla hacia atrás para hacer lugar a su estómago que le apretaba tanto los pantalones que tuvo que desabrochar un botón.

"¡Pero todavía falta el pudín!" – exclamó ella. Los kilos que Demelza había perdido durante su convalecencia pareció recuperarlos rápidamente en la última semana. Su plan de controlar que no se saltara las comidas había funcionado y al parecer le había abierto el apetito, pues ella aún estaba comiendo su segunda porción de pavo cuando a él ya no le cabía ni un bocado. "Es de higos, tu favorito. Prudie tuvo que ir hasta la finca del Lord Falmouth a buscarlos."

"Ah, pues bien. Solo dame un momento para que estire las piernas."

Demelza le dio más que un momento mientras levantaba la mesa. Jud y Prudie ya se habían ido a acostar y por fin se quedaron solos. Ross revoloteando cerca de ella, se ató el delantal a la cintura para lavar los platos mientras ella se burlaba. Luego el rodeó su cintura desde atrás olfateando su pelo y la piel de su cuello, un perfume a flores mezclado con especias y un aroma a hogar que era solo de ella. Así estuvieron un largo rato, solo abrazándose en el silencio de Nochebuena, satisfecho y contento al fin. Ross cerró los ojos, se preguntó si sería la primera y única Navidad que pasarían solos. Quizás el año próximo habría alguien más. Un bebé, un niño o una niña nacido de los dos. Se preguntó si ella querría ser madre. Él ya se había imaginado que era probable si tenían relaciones tan seguido, pero no lo había pensado seriamente hasta ahora. ¿Sería un buen padre? No sabía nada de niños, pero quizás podría aprender.

"¿Ross? ¿Te quedaste dormido de pie?" – Preguntó Demelza que acariciaba su mano de forma relajante. Se dio la vuelta en sus brazos, la verdad era que sí, estaba a punto de dormirse, y sus párpados se cerraron y abrieron de forma perezosa hasta que sus ojos se fijaron en ella. – "Será mejor dejar el pudín para mañana. Ve acostarte mientras yo termino aquí." Dijo dando un beso en su nariz. Él sonrió y besó suavemente sus labios.

"No te tardes, quiero celebrar la Navidad contigo."

Cuando Demelza subió a su habitación Ross dormía profundamente. Pobre Ross, estaba agotado y había comido cantidades, sin duda le había dado sueño. Ella, por su parte, no había podido resistirse y se demoró mientras comía una porción del pudín de higos. Se hubiera comido otra más, pero debía dejar para Ross en la mañana.

Apenas si se movió cuando se acostó a su lado. La noche era fría otra vez, pero Ross había encendido el fuego antes de acostarse. Demelza sonrió cuando se acercó y se dio cuenta que estaba desnudo. En sus sueños, la rodeó con sus brazos, enterró su rostro en su cabello y susurró algo, pero no se despertó.

Durmieron en una maraña de miembros, ambos descansando después de la agitada tarde. Horas después, cuando él abrió los ojos, ella lo miró. Se veía hermosa bajo la luz de la luna y el resplandor del fuego que ardía en la chimenea. Se la veía... más serena de alguna manera. Como si el día anterior hubiera habido una medida de tristeza en sus ojos que ahora había desaparecido.

"Hola" - murmuró él, deslizando su mano hasta su trasero y meciéndose contra ella.

Ella sonrió somnolienta y un pequeño suspiro se le escapó de los labios. Pero no dejó de acariciarle el pecho, que era lo que le había despertado. Su polla ya estaba dura mientras ella se movía contra ella.

"Hola" - respondió ella, casi con timidez. Inclinando la cabeza hacia atrás, lo miró con más detenimiento, y él se sintió abrumado por la confianza que vio en sus ojos. Era vacilante y recelosa, pero estaba ahí. "¿Dormiste bien?"

"Sí, lo siento." Dijo. Su voz era suave y apacible.

"¿Por qué?"

"Porque me quedé dormido." Ross la besó suavemente, con ternura.

Demelza soltó una risita, sonrojada por su insinuación.

"Necesitabas dormir, fue un día largo." - dijo ella.

Este nuevo entendimiento entre ellos era todavía frágil, aunque por fin ella se estaba dando permiso para disfrutar de lo que tenía. Quería pensar que sería suficiente e intentar trabajar para ser una buena esposa, como le había prometido... pero ¿podría proteger su corazón si quería vivir plenamente?

Demelza emitió un gritito cuando la hizo rodar sobre su espalda, acomodándose entre sus piernas y quitándole el camisón de un rápido tirón, inmovilizándola en la cama. Le encantaba sentir el peso de Ross sobre ella, sólido e imponente. La cabeza de su polla rozaba sus labios íntimos, haciéndola querer mover sus caderas y empujarlo dentro de ella.

Cuando se había despertado, había comenzado a acariciar su pecho, casi con asombro de que estuviera allí... pero también porque estaba excitada con la promesa que él le había hecho y ahora quería que cumpliera.

"¿Pasaste una noche agradable?" preguntó Ross en voz baja, con los ojos clavados en los de ella. Ella asintió. "Yo mí también. No creo que esta casa haya visto una noche de Navidad como ésta en años. También la disfruté. Me ha recordado las Navidades que compartí con mi madre."

Demelza se acercó a él y le cogió la cara con las manos, sintiendo su vello facial contra sus palmas. La mirada tierna y feroz de sus ojos era todo lo que ella podría haber deseado.

"Me alegro." - susurró ella, incapaz de hablar más alto cuando su garganta se sentía tan ahogada por sus hermosas palabras. "Feliz Navidad, Ross."

"Feliz Navidad, cariño." - murmuró él, con su mirada recorriendo su rostro, hasta que se encontró de nuevo con sus ojos. La calidez y el cariño que vio en ellos se deslizó a través sus últimas defensas, derritiendo cada astilla de hielo que aún quedaba en su corazón, y desmoronando los restos de sus muros hasta convertirlos en polvo.

Sería tan fácil para ambos resentir al otro. Ambos habían cometido errores, pero ninguno de los dos quería insistir en lo que había sucedido. Ross se había centrado en cuidar de ella desde el mismo momento en que la había encontrado en aquel acantilado, y desde antes también, desde que su padre había muerto. Y Demelza se había decidido a trabajar por su matrimonio después de darse cuenta de que él hablaba en serio y de que podía haber esperanza para el tipo de matrimonio que ambos querían, aunque una parte de él siempre estuviera reservada para otra persona.

Lo atrajo para besarlo, balanceando sus caderas contra las de él, deseando - necesitándolo - dentro de ella. Ross le levantó las rodillas para que soportara su peso, permitiéndole deslizar las manos por los costados de ella, acariciando y arrastrando sus manos por los lados de sus pechos, antes de ahuecar sus palmas en ellos más completamente. Gimiendo contra sus labios, ella inclinó las caderas hacia arriba, buscándolo, mientras él le acariciaba los pezones con los pulgares.

Un placer abrasador la recorrió, haciendo que su necesidad se intensificara. Ansiaba la intimidad de hacer el amor, una representación física de la pasión que se había despertado en él desde la primera vez que se unieron. Gimiendo cuando Ross le pellizcó los pezones, sus dedos se enredaron en su pelo mientras lo besaba con más fuerza, con más desesperación.

Gimiendo también, él se balanceó y la longitud de su polla se deslizó a través de sus labios, cubriendo la parte inferior de su miembro con su miel. Demelza gimoteó cuando la cabeza chocó con su clítoris y luego pasó por encima de él, haciendo que el pequeño capullo se hinchara. Una de sus manos se posó en su hombro, clavándole las uñas y aferrándose a él, mientras se fundía con el placer que crecía en su interior.

Ella hizo un ruido de impaciencia, retorciéndose mientras Ross le apretaba los pechos, pellizcando y haciendo rodar sus pezones entre sus dedos. Se sentía increíblemente bien y, al mismo tiempo, no era suficiente. Las sensaciones se dirigían directamente a su entrepierna, lo que la hacía consciente de lo vacía y necesitada que estaba. Él frotaba el exterior de su vagina con su polla, moviéndose hacia adelante y hacia atrás, provocando los sensibles labios pero dejándola vacía y dolorida por dentro.

"Ross, por favor" - suplicó ella, jadeando, mientras levantaba su cabeza y la apartaba de sus labios.

Sus ojos oscuros brillaron ante ella, llenos de dominio y calor, abrasándola con su mirada. La dejó sin aliento y Demelza jadeó cuando le pellizcó los pezones con tanta fuerza que su espalda se arqueó para tratar de aliviar la presión sobre los sensibles capullos. El dolor la hizo desear aún más que la llenara. Se aferró a sus hombros, clavando las uñas, mientras su coño se cerraba en torno a la nada.

"¿Qué necesitas, cariño? Dímelo."

Como si no lo supiera. Sólo quería escuchar que lo dijera. Ella había sentido los espasmos de su polla contra su muslo mientras le suplicaba.

"Por favor... Ross, te necesito dentro de mí... ¡por favor!" Sintió que todo su cuerpo palpitaba mientras él empujaba con fuerza y profundidad, llenándola por completo con un empujón casi brutal.

Sus músculos internos se apretaron y protestaron contra lo repentino de la invasión, incluso mientras cantaban de éxtasis. Ross le rodeó los muslos con los brazos y deslizó sus rodillas hacia los codos de él, abriéndole las piernas mientras se inclinaba sobre ella. Estaba completamente abierta y vulnerable ante él, con las manos apoyadas en su pecho y los labios rosados de su coño rodeando su polla. Ambos podían mirar a lo largo de sus cuerpos y verla empalada en él, ver cómo la llenaba. Demelza se estremeció y gimió, apretando sus paredes internas de nuevo ante la visión.

Haciendo lo posible por controlar su propia necesidad, Ross empezó a empujar, lenta y sensualmente, dentro y fuera de su mujer. Debido a la forma en que la tenía doblada por la mitad, ella no podía rodearlo con los brazos. Le pasó los dedos por el pelo del pecho, antes de dejarlos caer junto a su cabeza, retorciéndose de placer mientras él se tomaba su tiempo con duros y lentos empujones. Su túnel masajeaba su miembro, estremeciéndose y dando espasmos mientras él se enterraba en ella, una y otra vez.

Ross se lamió los labios hambrientos ante la visión de su esposa retorciéndose frente a él, con sus pechos rebotando con cada empujón que daba. Sus manos lo soltaron para agarrar la almohada y gimió de éxtasis mientras él se enterraba en los labios hinchados de su coño y en su clítoris. Tenía posesión y control absolutos de su cuerpo, y ella confiaba él. Se deleitaba con cada movimiento que hacía. Y gritó su nombre mientras se perdía en el más profundo placer.

Mientras ella se retorcía por el orgasmo, él deslizó su mano entre sus piernas, pellizcando su clítoris y frotándolo entre dos de sus dedos. Demelza volvió a gritar y cerró los ojos con fuerza debido a la abrumadora descarga de éxtasis. Se agarró de su muñeca mientras el placer se hacía casi insoportable, pero no podía hacer nada para detener la fricción que la retorcía y se frotaba contra su clítoris, mientras él la empujaba al borde de la tortuosa satisfacción.

"¡Judas, Ross!" Gritó Demelza, con las piernas apretadas contra sus brazos, tratando de cerrarse, tratando de detener el asalto erótico a sus sentidos.

Cuando por fin quitó sus dedos de su clítoris, ella tuvo solo un momento de respiro antes de que él la penetrara con más fuerza que antes, concentrado en su propio placer. Rozó contra sus tejidos sensibles, manteniéndola abierta mientras lloraba su nombre, con los testículos apretados por la anticipación. Los retorcijos y estremecimientos de Demelza debajo su cuerpo, sus gritos sollozantes, le hicieron perder todo el control.

El caliente apretón de su túnel succionó su pija mientras se hinchaba y empezaba a palpitar, latiendo dentro de ella mientras un chorro tras otro de su semilla llenaba su vientre. Su peso cayó completamente sobre ella, empujándola tan profundamente que sintió que se fundían, el calor de su interior los unía. Meciéndose contra ella, pudo sentir las estremecedoras réplicas de su orgasmo sacudiendo su cuerpo.

Completo, dejó que sus piernas se deslizaran hacia abajo y la abrazó, dejando caer besos a lo largo de su frente y besando las lágrimas que habían caído por la intensidad del placer. Demelza gimió, dulcemente femenina y toda suya. Sus miembros se enredaron con los suyos mientras él se ponía de lado, llevándola con él sin querer dejar de abrazarla, sintiendo que podría abrazar a Demelza así por el resto de su vida.

"Demelza..." - susurró. La cabeza de ella estaba recostada sobre su hombro, su mejilla presionada sobre él y su rostro escondido bajo su cuello mientras acariciaba distraídamente el pelo de su pecho con los dedos.

"¿Mmhhh?" - preguntó a medias.

"¿Te gustaría ir a ver a tus hermanos hoy? Podemos empacar toda la comida que quedó y llevárla..."

Demelza levantó la cabeza tan rápido que casi choca con la de él. Su mirada era de asombro, en la de él había una total devoción.

"¡Oh, Ross!" - jadeó, colmándolo de besos.

Fin del capítulo 33


NA: ¡Gracias por leer!