33

Ha pasado un mes desde el último día que vi a Naruto en Aguas Frías. Ni he vuelto a verlo ni he sabido nada de él.

Un mes en el que mi corazón poco a poco ha ido recomponiéndose gracias al cariño de mi preciosa Gordincesa y de las personas que me quieren, que me apoyan y que no me dejan sola para que mi corazón no sufra más de lo que ya sufre.

En este tiempo he tenido que hacer de tripas corazón y volver a retomar las riendas de mi vida, aunque sigo machacándome en soledad con lo único que me une a él: aquella canción country.

Una tarde en la que regreso de comprar con Candela, oigo el ruido bronco de una moto. Al mirar, siento que los pelos se me ponen como escarpias. Es Naruto.

Nuestras miradas se encuentran. ¡Ay, Dios!

Rápidamente, cojo a mi pequeña y acelero el paso, pero, antes de llegar al portal, él ya me ha interceptado y, sin permitirle que diga nada, lo miro y siseo:

—Ni se te ocurra dirigirme la palabra.

Y, sin más, entro en el portal y corro a mi casa mientras suplico a todos los santos habidos y por haber que no llame a mi puerta.

Una vez dentro, estoy histérica. Saber que Naruto está cerca de mí me pone a cien de la mala leche que me entra, aunque, a medida que pasa el tiempo y no llaman al timbre, me relajo. Sin duda, lo ha pensado mejor y se ha marchado.

Después de bañar a mi muñequita y meterla en la cama, cuando regreso al salón oigo unos delicados golpecitos en mi puerta.

Mi corazón vuelve a desenfrenarse. Atisbo por la mirilla y veo que es él.

Ay, Dios..., ay, Dios...

Pero, como no quiero volver a caer en el mismo error de abrirle mi puerta a un idiota, paso la cadena, abro y pregunto mirándolo por el hueco:

—¿Qué quieres?

Él me mira. Clava sus preciosos ojos en mí y murmura:

—Hablar contigo.

El corazón se me va a salir por la boca. Delante de mí tengo al hombre que ha desbaratado mi vida y por el que apenas duermo en condiciones.

—¿Sabes? —replico—. Ahora soy yo la que no tiene nada que hablar contigo —y, sin más, cierro la puerta.

Por la mirilla, observo que Naruto no se mueve.

—Sé que estás al otro lado —dice—. Por favor, abre para que podamos hablar.

—No.

—Temari..., por favor.

—No. ¡Vete! Vete con Tayuya o con quien quieras, pero déjame en paz.

—No estoy ni he estado con Tayuya. Sé que te di a entender lo contrario, pero estaba dolido y...

—¡Que te vayas! —grito.

No se mueve. Sigue allí parado, hasta que de pronto veo que abre la puerta de al lado y se mete en el apartamento.

Pero ¿es que ha decidido volver a ser mi vecino?

Alucinada, miro la pared. ¡Ay, Dios! Naruto está en el piso de al lado. Me acelero y, al fijarme en la puerta de mi terraza abierta, corro a cerrarla justo en el momento en que él aparece en mi balcón.

Separados por la puerta cristalera, nos miramos, y entonces murmura:

—Por favor..., tenemos que hablar.

Niego con la cabeza.

—No. Y sal de mi terraza antes de que llame a la policía.

—¿Serías capaz? —preguntasorprendido.

Incrédula porque pregunte eso, maldigo. Doy un manotazo al cristal por no dárselo a él y siseo:

—Te fuiste de Aguas Frías sin decirme nada. Te marchaste con Tayuya. Me dejaste allí sola sin saber qué decir ni qué hacer. No me diste opción de explicarme en cuanto a lo que esa mentirosa te contó, y ¿me estás preguntando si soy capaz de llamar a la policía para que te eche de mi terraza?...

Él asiente. Sin duda esperaba esas palabras y, sin apartar la mirada de mí, murmura:

—Lo hice mal. Me ofusqué con...

—No quiero explicaciones —lo corto—. Lo pasado, pasado está.

—No, cielo..., no.

—¿No qué?

Naruto sonríe, sonríe de esa manera que tanto me gusta, y luego afirma:

—Nada entre tú y yo está pasado. Insistiré hasta que me escuches. Te guste o no, tú me has enseñado a insistir y a dialogar, ¿no lo recuerdas?

Maldigo. Maldigo por haberle enseñado eso y, con seguridad, respondo:

—No me interesa ni lo que tengas que decir ni dialogar contigo. Las personas que, como tú, desaparecen sin pensar en los sentimientos de los demás no me interesan. Y, en cuanto a mí, lo pasado, pasado está. Me gustabas, no puedo negarlo, pero eso ya es agua pasada, y ¿sabes por qué? —Él no se mueve, y siseo—: Porque del amor al odio hay un paso, aunque en realidad no es que te odie, sino que simplemente me eres indiferente.

Su gesto se contrae. Sin duda no le está gustando lo que oye y, antes de que diga nada, insisto:

—Mira, lo mejor es que hagas tu vida con tus preciosas y dejes que yo haga la mía, porque es...

—Te quiero.

Oírlo decir eso me descabala. Me deja sin saber qué contestar y, negando, murmuro:

—No hables de sentimientos cuando tú no sabes lo que es eso.

—Hablemos, por favor. Te quiero.

Su súplica, su mirada, su insistencia..., no sé por qué todo eso me hace sonreír, pero cargada de chulería respondo:

—Pues lo siento por ti, chato, pero tú ya no eres nadie especial para mí.

Y, sin más, corro la cortina de la puerta cristalera para no verlo, mientras me siento en mi sillón y noto que estoy a punto de ahogarme por sus palabras.

Pasan los días y no volvemos a vernos, aunque él se encarga de hacer que no me olvide de él. Me manda flores. Me deja notas en el buzón. Pone preciosas canciones de amor a toda leche para que las oiga, en especial la de Keith Urban, pero yo contraataco tirando sus flores en su terraza, dejando sus notas rotas en su buzón y poniendo la Macarena y Paquito el Chocolatero a toda pastilla.

No. Definitivamente, no voy a sufrir por algo que no puede ser.

Un jueves por la noche y, cumpliendo con la tradición que comparto con mis amigas de los pelujueves, salimos a cenar y a tomar algo. Candela se queda en casa de Sakura con sus hijos y nosotras vamos a cenar a un restaurante nuevo.

La cena es divertida, charlamos y reímos, hasta que Mei, mirándome, dice:

—Sé que no debería sacar este tema, pero ayer estuve con Naruto y...

—Pues si sabes que no tienes que sacarlo —la corto—, ¿por qué lo sacas?

—Vamos..., vamos, chicas... —dice Valeria—. Tengamos la noche en paz.

Molesta con Mei, asiento y, tras beber un poco de vino, afirmo:

—Eso..., tengamos la noche en paz.

—Cuqui..., tranquilízate —murmura Hotaru—. Lo que Mei quiere decirte es...

—Sé muy bien lo que Mei quiere decir, pero para mí es un tema zanjado y no quiero hablar de él. ¿Estamos?

—Vale. Dejemos el tema —sentencia Sakura, que sabe muy bien cómo me siento.

Un incómodo silencio se origina entonces entre nosotras. Soy consciente de lo mal que le he hablado a Mei. La pobre está entre él y yo y, sintiéndome fatal, me levanto y murmuro abrazándola:

—Perdóname, ¿vale?

Ella sonríe y asiente.

—Perdóname tú a mí también.

Sonrío y le doy un beso en la mejilla. Entonces, sacando la tía chula y fuerte que sé que hay en mi interior, regreso a mi sitio y, guiñándole el ojo a un moreno que está enfrente de mí, cuchicheo:

—¿Para qué centrarme en uno solo cuando hay cientos como él?

Todas ríen por mi ocurrencia. Yo también. Aunque tengo claro que acabo de mentir.

Una vez terminamos de cenar, nos vamos a tomar una copa y, como siempre, acabamos en el bareto del novio de la abuela de Sakura. Allí, nos pedimos los famosos destornilladores, que están que da gusto y, divertida, bailo al ritmo cuando suena alguna canción country.

Mis amigas, que están tan locas como yo, rápidamente se animan. Por suerte, el bailecito es fácil y, durante un buen rato, las cinco reímos y nos divertimos bailando al son de la música.

Estoy bebiendo cuando me encuentro con un cocinero rubiales con el que trabajé en un restaurante y, valeee..., tuvimos un lío de una noche. La verdad es que Jacob está de muy buen ver, y dejo que me tire los trastos. Es un chuleras en potencia, siempre lo supe, y nunca me compliqué la vida con él.

Durante un par de horas, mientras mis amigas charlan y se divierten, yo hablo con Jacob. Me cuenta que, en los tres años que hemos estado sin vernos, se casó y se divorció. Y, cuando le digo que yo tengo una hija, se sorprende y me da la enhorabuena.

Al quinto destornillador, noto que Jacob ya pasea la mano por mi espalda. El gustito que siento es estupendo. Este tipo era fantástico en la cama. Como yo en estos momentos no busco nada más, comienzo a replantearme qué hacer: ¿me acuesto o no me acuesto con él?

Confusa por mis pensamientos, me dirijo al baño y, en el momento en que voy a entrar, de pronto siento que una mano me agarra del brazo y tira de mí. Al mirar, veo que es Naruto y, cuando me hace pasar a los baños de los tíos y cierra la puerta, lo miro recelosa y gruño:

—¿Qué estás haciendo?

Él me clava la mirada sin apartar la mano de la puerta para que nadie pueda abrirla. Desde luego, su gesto no es muy conciliador y, cuando creo que va a decir algo, acerca su boca a la mía y me besa. Nuestras lenguas se buscan, nuestras bocas se abren y... Oh, Dios..., ¡oh, Dios, qué beso!

El vello de todo el cuerpo se me eriza, hasta que soy consciente de lo que estoy haciendo. Entonces, tomo las riendas de mi cuerpo, le muerdo la lengua y él, dando un salto, se retira de mí.

—Pero ¿qué haces? —pregunta.

Ay, pobre..., qué mordiscazo le he dado. Pero, sin mostrarle que me preocupo, pregunto frunciendo el ceño:

—Mejor dime: ¿qué narices haces tú?

—Casi me arrancas la lengua —murmura con gesto dolorido.

—No haberla metido donde no debías.

Naruto no contesta, sino sólo me mira.

—Voy a matar a Mei —digo entonces—. Ella te ha dicho que íbamos a estar aquí, ¿verdad?

Sigue sin contestar y, dispuesta a comportarme como una bestia si no se aparta y me deja salir, siseo:

—Tienes dos opciones: o quitarte de en medio por las buenas, o hacerlo por las malas, y te aseguro que...

—Te quiero, Temari... Te quiero —me corta.

Ay, Dios..., ay, Dios..., lo que me entra por el cuerpo. El hombre de mis sueños, el duro Naruto, mi Caramelito, mi vaquero, me está diciendo las palabras mágicas que siempre he deseado escuchar. Aun así, como no quiero creerlo, respondo con frialdad:

—Te lo dije el otro día y te lo repito ahora: mala suerte, chato, tú me eres indiferente.

—Mientes.

Miento. ¡Claro que miento! Si fuera Pinocho, la nariz ya me llegaría hasta la pared, pero insisto con indiferencia:

—Ay, Dios..., qué pesadito. Pero, vamos a ver, ¿qué bicho te ha picada a ti ahora? Ahora hablas de amor, cuando tú no creías en él, ni en la pareja ni...

—La culpable eres tú.

—Yo... —me mofo sin perder mi chulería y, riéndome, afirmo—: Sí, claro. Y mañana, si la capa de ozono se joroba más aún, también seré yo la culpable. ¡Venga ya, Caramelito!

Mi frialdad lo desconcierta y, dispuesta a no dejarlo ver lo mucho que me afecta su presencia y sus palabras, voy a soltar uno de mis borderíos cuando dice:

—Haber estado contigo en Aguas Frías y luego dejar de estarlo me ha hecho replantearme muchas cosas, y la primera tú. Te echo de menos. Te añoro. Quiero estar contigo. Quiero planear cosas contigo. Quiero...

—Naruto...

—Temari, por favor. Tenemos que hablar. Dame la oportunidad de explicarme y, si luego no quieres volver a verme, lo entenderé, pero por favor, dame esa oportunidad.

Suspiro. Estoy deseando saber qué tiene que decirme, pero, claro, ¡él no puede saberlo! Y, confusa por el batiburrillo de sentimientos, murmuro mirando a nuestro alrededor:

—Vale, hablaremos. Pero lo haremos cuando yo quiera, no cuando tú decidas. Basta ya de bailar al son que tú tocas. Por tanto, no te acerques a mí ni para preguntarme la hora porque necesito tiempo, ¿entendido? Cuando quiera hablar contigo, te lo diré, pero deja de agobiarme y de atosigarme.

El desconcierto sigue en su mirada, pero al final asiente. Luego, me dispongo a salir, y pregunta:

—¿Quién es el tío rubio con el que estás?

Al pensar en Jacob, sonrío, y más porque Naruto se refiere a él como el «rubio». Y, dispuesta a ser una cabrona de tomo y lomo, afirmo:

—Es el rubio con el que me voy a acostar esta noche.

Maldice. Veo la impotencia en sus ojos, pero, sin decir nada fuera de lugar, susurra:

—Cuando creas que podemos hablar, dímelo. Esperaré.

Y, sin más, abre la puerta y sale del baño. Un par de tíos que esperaban fuera me miran y, mofándose, preguntan:

—¿Todo bien, guapa?

Como sé por dónde va la preguntita, me encojo de hombros y replico:

—Sí. Aunque todo es mejorable.

Ellos ríen, y yo también. Aunque, la verdad, ¿de qué me río?

Cuando regreso con mis amigas, me acerco a Mei, que ríe con Valeria y, al oído, le cuchicheo:

—Porque te quiero, si no, esta noche dejaría de ser tu amiga.

Su mirada me dice que sabe de lo que hablo y, suspirando, contesta:

—Lo siento. Lo siento, pero se lo debía.

Me encojo de hombros. No quiero hacer un drama de algo que, en el fondo, me ha gustado y, haciendo un barrido con la mirada para ver si Naruto se ha marchado o no, lo veo al final de la barra observándonos.

Sentir que me observa me hace saber que ahora soy yo quien tiene la sartén por el mango y, dispuesta a que vea lo que yo vi aquella noche, agarro a Jacob del brazo, me acerco a él y lo beso.

Cuando el beso acaba y compruebo cómo me mira el rubio, murmuro:

—No te emociones. Esto es por los tiempos pasados.

Jacob sonríe. Sin duda ya se imagina el fin de fiesta.

Vuelvo a mirar entonces hacia el lugar donde estaba Naruto hace unos instantes antes y lo veo salir del local. Eso me entristece y me hace sonreír. Sin duda yo estoy como una cabra, y mis sentimientos, totalmente descontrolados.

Esa noche, cuando salgo del bar con mis amigas, le prometo a Jacob que lo llamaré. Mentira y gorda, pero así me deja en paz y no se pone pesadito. Después, me monto en el taxi con Sakura y me voy a su casa a dormir. No voy a despertar a Candela para regresar a casa y, así, Naruto se martirizará pensando lo bien que me lo estoy pasando con el rubiales.

Una semana después, en la que no ha llegado un solo ramo de flores, ni una nota, ni oigo música a través de las paredes, soy consciente de que él está cumpliendo con su parte del trato y me está dejando espacio.

Una tarde, en la que salgo con mis amigas, Sakura comenta que ha aceptado una oferta para irse durante dos meses de gira por Europa. Todas aplaudimos. Sabemos lo feliz que le hace desempeñar su trabajo, y nos comenta que se marcha dentro de diez días. La escuchamos encantadas cuando, de pronto, me pregunta si me importa que Naruto vuelva a ser su jefe de seguridad. Rápidamente le contesto que no. Una cosa es lo que ha pasado entre nosotros, y otra que le arruine la vida privándolo del trabajo.

Esa tarde hablamos de mil cosas, excepto de Naruto y, cuando sale el tema de montar mi propio negocio, decido aceptar el dinero que ellas me ofrecen. Me he dado cuenta de que, en esta vida, quien no arriesga no gana, y he decidido arriesgar en el trabajo y dejar un tiempecito aparcado el amor.

Diez días después, Sakura se va a Europa por dos meses, y Naruto se va con ella. Esa noche, cuando llego a casa, encuentro una nota en la puerta que dice:

Te echaré de menos.
Naruto

Con tristeza, la leo y la releo mil veces y, cuando me convenzo de que es mejor que esté lejos de mí, me ocupo de mi hija y no pienso en nada más.

Durante días, mis amigas y yo buscamos local. Vemos muchos: grandes, pequeños, medianos, pero ninguno es lo que yo busco. Hasta que un día Utakata, el marido de Hotaru, me llama y me dice que un amigo suyo tiene un sitio impresionante en Rodeo Drive que no puedo rechazar.

Aunque, como es lógico, lo rechazo. ¿Cómo voy a poder pagar el alquiler de un local ahí? Rodeo Drive es la calle por excelencia de Los Ángeles, un lugar glamuroso repleto de tiendas de grandes marcas de ropa.

Sin embargo, aunque al principio me niego a meterme en algo tan gordo, al final los Uchiha se reúnen conmigo y me convencen. Ellos estarán a mi lado.

En ese tiempo, Sakura me llama para contarme cómo le va la gira y, por supuesto, me habla de Naruto. Al parecer, el guaperas ha cambiado sus hábitos en lo referente a las mujeres y, desde el primer día, se dedica a trabajar y a no mirar a ninguna otra, aunque sea pelirroja. En un principio, no me lo creo. Naruto es un chuleras que atrae a las mujeres, pero Sakura me lo asegura y, si ella me lo asegura, no lo pongo en duda.

En el local, va todo viento en popa. Hotaru me ayuda a decorarlo y el resultado, como dice ella, ¡es una cucada!

Busco a Ricardo, a mi gran amigo repostero, y, en cuanto le ofrezco trabajar conmigo, no lo duda. Deja el trabajo que tiene y, juntos, comenzamos a crear un equipo.

En ese tiempo recibo alguna que otra llamada de Kushina desde Hudson. La mujer quiere saber si todo me va bien, y tengo que reírme cuando me confiesa que Chiyo ha decidido llevar la línea telefónica hasta Aguas Frías. Sin duda la abuela ha resuelto modernizarse, especialmente por las necesidades de Saori. ¡Bien!

Minato e Ise siguen en el rancho. Aún no se han marchado, pero Kushina sabe que lo harán, como lo sé yo, aunque Menma los cargue de trabajo para retrasar el momento. Eso me hace sonreír, y Kushina me recuerda que Apache, mi bonito potrillo, espera que algún día vaya a verlo, como esperan todos que los visite con Candela.

Kushina me habla de Chiyo. Al parecer, la vieja india ha rebajado mucho su carácter y ahora la vida es más fácil con ella. Saori ha comenzado el instituto y parece contenta. Shii y Flor están felices, ¡van a ser papás!, lo que es un gran motivo de dicha para todos.

En nuestras charlas, yo le cuento mis progresos con el local y ella me anima emocionada. Está segura de que todo me saldrá bien, y yo suspiro y quiero verlo también de ese modo. Hablamos de Hinata, que está feliz en Nueva York, donde trabaja en una tienda de vestidos de novia. Saber que está contenta y bien nos hace felices a las dos.

En cambio, de lo que nunca hablamos Kushina y yo es de Naruto. Creo que ambas somos conscientes de que es un tema delicado y lo omitimos, aunque no dudo que ella piensa en él tanto como yo.

Los días pasan y el local va tomando forma. La gira de Sakura toca a su fin y, la noche de su llegada, Sasuke le organiza una cena para celebrar que ya está en casa.

Encantada, acudo a la cena con mi pequeña. Vamos todas las amigas, con sus respectivas parejas y nuestros niños. Como siempre, estar con mi familia, porque yo los considero mi familia, me hace feliz. Dichosos, todos escuchamos las anécdotas que Sakura nos cuenta, y nos partimos de risa en el momento en que, encantada, habla de la sorpresa que le dio Sasuke cuando se presentó en el backstage en su concierto de Madrid para pasar quince días con ella.

Con una copa de vino en las manos, observo a mis amigas y a sus parejas y disfruto de la complicidad y el cariño que se tienen. El novio francés de Valeria es un amor y, ya si miro a los Uchiha, me deshago. Son maravillosos con Sakura, Hotaru y Mei, y las adoran. Besan por donde ellas pisan y, en cierto modo, siento celitos por la suerte que han tenido en el amor. Un hombre como ellos es lo que cualquier mujer desearía, aunque no dudo que cualquier hombre desearía también a una mujer como cualquiera de mis amigas.

Acabada la cena, mientras todos se entretienen con los niños, Sakura me agarra de la mano y, juntas, vamos a la cocina. Allí, coge una coca- cola para ella y una cerveza para mí y, mirándome, pregunta:

—¿Cómo estás?

Entiendo por dónde va. No hace falta que me aclare la pregunta.

—Bien.

Mi buena amiga sonríe, se sienta en un taburete frente a mí e insiste:

—Gordicienta, no me engañes, que conozco hasta cómo pestañeas.

Eso me hace sonreír y, cogiendo la cerveza que mi amiga me ofrece, murmuro:

—Estoy confundida, rara. No sé qué me pasa.

Sakura da un trago a su bebida, yo a la mía, e indica:

—Te pasa lo que te pasa: que estás colgada por él y tienes miedo.

No respondo. Tiene más razón que un santo, y continúa:

—Creo que ninguno de los dos esperaba que ocurriera lo que ha ocurrido, ¿verdad? Pero tú lo añoras a él tanto como él te añora a ti.

—Venga, Sakura..., no empieces tú también con eso.

—¿Cómo que no empiece? —Y, al ver que resoplo, añade—: Pues siento decirte que sólo tienes dos opciones. Opción 1: hablas con él y le dices que no quieres saber nada porque ya no te acuerdas ni de cómo se llama. Y opción 2: hablas con él y le dices que no puedes vivir un solo día más sin él, como él no puede vivir sin ti.

Sonrío con amargura.

—No es tan fácil.

—Lo sé —afirma—. Pero ya no tenéis quince años. Sois adultos, y creo que debéis tomar una decisión o, mejor dicho, que tú debes tomar una decisión. Pero, vamos a ver, Temari, ¿tú no quieres estar con alguien que te adore y te mime como mereces? ¿No quieres despertarte por las mañanas y tener a tu lado al hombre que deseas y amas?

—Sí.

—¿Entonces?

—Ay, Sakura..., no sé. ¿Y si mañana todo ese amor que supuestamente me tiene se esfuma? ¿Y si se da cuenta de que yo no soy la mujer de su vida? No sé, Sakura..., no sé. Si le pasó a Chōji, a quien siempre he considerado un hombre centrado, ¿por qué no le va a pasar a Naruto? Él toda la vida ha sido un mujeriego y...

—Ni que tú fueras una monja de clausura... —Me río cuando dice eso—. Vamos a ver, sois adultos, solteros, y habéis estado con quien os ha apetecido, pero ahora queréis estar juntos, como queremos estar juntos Sasuke y yo. ¿Tú te crees que yo viviría si estuviera todo el día pensando que Sasuke se va a enamorar de otra? Mira, Temari, o abres tu mente y le das una oportunidad al hombre que se enamore de ti, que en esta ocasión se llama Naruto, o nunca nada de lo que deseas podrá ser verdad.

No digo nada. Me callo, y ésta, al ver mi mutismo, dice:

—¿Recuerdas hasta dónde llegó Hotaru por su cabezonería de no reconocer que quería darle otra oportunidad a Utakata?

Pensar en eso nos hace sonreír a las dos.

—Claro que lo recuerdo —respondo—. Casi se casa con el pobre ruso.

—Exacto. Casi se casa con aquel ruso, pero por suerte, tuvo lucidez mientras caminaba hacia el altar y reculó para ir en busca de Utakata.

Suspiro. Doy un trago a mi cerveza y murmuro:

—Joder... ¿Por qué el amor tiene que ser tan complicado?

—Porque el amor sólo es para los valientes.

Tiene razón. Sin duda, sólo los valientes abren del todo su corazón sin que les importe que algún día pueden destrozárselo.

—¿Sabes que cuando estábamos en Madrid de concierto, Naruto me buscó porque quería comprarse un disco de Luis Miguel? —dice entonces mi amiga.

Yo la miro boquiabierta y ella añade riendo:

—Vino a preguntarme por una canción que hablaba de dos amigos que vivían frente a la playa y se encontraban un perro abandonado que luego cuidaban.

Suelto una risotada y Sakura, riendo, continúa:

—Como no sabía a qué canción se refería, estuvimos una tarde entera en el hotel escuchando a Luis Miguel hasta que sonó No existen límites. Pero ¿qué mentira le contaste?

Riendo al rememorar aquel momento, le explico:

—Un día me preguntó qué decía la canción y me inventé eso, y...

—Pues que sepas que yo le dije lo que realmente decía la canción y, al saberlo, sonrió.

Ambas soltamos una carcajada y luego mi loca amiga se acerca a mí y dice:

—Sé valiente como sé que lo eres y daos una oportunidad. Ese hombre lo vale, y más cuando me dijo que esperaba que, cuando pensaras en él, escucharas a tu corazón. Te juro, Gordicienta, que cuando lo oí decir eso ¡me ganó! Siempre me ha parecido un tipo responsable, además de trabajador, y ya no te digo eso de interesante y bomboncito, porque eso bien lo sabes tú ya.

Sonrío. No, no hace falta que me lo diga. Sé muy bien cómo es Naruto.

—¿Crees que estoy loca? —pregunto entonces mirándola.

Sakura sonríe y afirma:

—Loca estarías si no le dieras una oportunidad.

—Pero ¿y si sale mal?

—¿Y si sale bien?

—Ay, Sakura..., quiero pensar que todo podría salir bien, pero ya sabes que en temas de amor soy un desastre. Y, para muestra, Chōji: tuvimos a Candela y dejó de estar enamorado de mí.

—Quizá pasó eso para que pudieras conocer a la persona que realmente te merece. —Y, cogiendo mis manos, murmura—: Mira a tu alrededor. Hotaru, Valeria, Mei o yo. A ninguna nos ha sido fácil sacar adelante nuestras relaciones por distintos motivos, pero cuando de verdad existe algo especial entre dos personas, es difícil que se pueda olvidar e ignorar. —Asiento. Sé de lo que habla, y sé que tiene razón—. A ver, Gordicienta mía, yo de quien mejor puedo hablarte es de Sasuke y de mí. Sabes que lo nuestro no fue fácil. Incluso casados nos llegamos a separar y, cuando ya lo había dado todo por perdido, fue él quien me persiguió hasta que quise escucharlo y darle otra oportunidad. Y te aseguro que es una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida.

—Lo sé —afirmo emocionada al recordar lo que mi amiga me cuenta.

Madre mía, es duro rememorar todo lo que Sakura dice. Su relación no fue fácil, pero aquí la tengo, enamorada de un hombre que la adora y la quiere tanto como ella a él.

—Naruto —prosigue— se equivocó como Sasuke en su momento creyendo lo que no es, pero se ha dado cuenta de su error e intenta subsanarlo. Que sí, que lo ideal sería que no hubiera pasado, pero en la vida las cosas pasan y a menudo no sabemos por qué. Le pediste tiempo y que no se acercara a ti y el tío lo está respetando a pesar de lo desesperado que está.

—Ya, pero...

—Tienes algo inacabado con Naruto. Sabes que está esperando a que le des una oportunidad, y creo que deberías dársela. Primero, porque lo quieres; segundo, porque sabes que él te quiere a ti; tercero, porque las canciones de Keith Urban y Luis Miguel significan mucho para vosotros, y cuarto, porque te conozco y estás deseando gritar otra vez «¡Viva Wyoming!».

Oír eso me hace sonreír. Qué bruja es Sakura, y qué bien me conoce.

Por mucho que me empeñe en ignorarlo, en negarlo, etcétera, etcétera, Naruto es especial. Es diferente del resto de los hombres que he conocido y, aunque me haga la chulita, sé lo que siento, lo que quiero y lo que necesito. Y, en este instante de mi vida en que mi amiga me requeteabre los ojos, siento que quiero estar con él.

—Temari, recuerda eso que te he dicho de que el amor es para los valientes porque tú lo eres.

Sonrío. Asiento y, segura de adónde tengo que ir y qué debo hacer, le pregunto:

—¿Te quedas con Candela esta noche?

Al oírme, mi amiga me mira y sonríe.

—Claro que sí, Tonticienta. Anda, ve y soluciona esto de una santa vez.

Con una amplia sonrisa, me levanto y abrazo a mi amiga. Cojo mi bolso, que está en la entrada y, tras despedirme de mis amigas y de sus chicos, que me miran extrañados, salgo por la puerta sin que Candela me vea.

Una vez arranco el coche, comienza a sonar la canción de Keith Urban Somebody Like You y empiezo a cantarla sonriendo al pensar en Naruto.

Mientras canto a voz en grito en el coche, diciendo eso de «quiero amar a alguien como tú», estoy segura de a dónde me dirijo y lo que voy a hacer. Mi impaciencia por llegar se hace enorme y, cuando aparco el vehículo frente al portal de mi casa, creo que todo Los Ángeles está escuchando el fuerte sonido de mi corazón.

¡Por Dios, se me va a salir del pecho!

Entro en mi apartamento sin hacer ruido, dejo el bolso sobre mi sillón y escucho a través de la pared para averiguar si Naruto está en casa. Oigo movimientos en el salón; al parecer, tiene la televisión puesta. Encantada, me dirijo a la nevera, cojo un par de cervezas, me miro en el espejo para ver si estoy mona y peinada y, después, abro la puerta de mi terraza haciendo el suficiente ruido como para que me oiga.

Salgo a la terraza, me apoyo en la barandilla y cierro los ojos mientras siento que el aire me mueve el pelo y el olor del mar inunda mis fosas nasales. ¡Qué maravilla!

No pasan ni dos segundos cuando oigo que la puerta de la terraza de Naruto se abre.

—Hola —me saluda.

Intentando no dejarle ver por qué estoy allí, lo miro como el que no quiere la cosa y saludo a mi vez:

—Hombre, hola. Pensaba que, tras regresar de la gira, irías a Hudson...

Él niega con la cabeza y responde mirándome:

—Pues no. Aquí estoy.

Un silencio incómodo se instala entonces entre nosotros, hasta que Naruto se apoya en la barandilla de su lado y dice:

—¿Qué tal Candela?

—Bien

—¿Está dormida?

Niego con la cabeza.

—Está en casa de Sakura.

—¿Y eso?

Retirándome el pelo de la cara, indico:

—Tengo una cita importante esta noche y, ya sabes, unas cosas llevan a otras y he preferido que se quedara con ella para estar más libre.

Asiente. Su gesto se ensombrece al oírme, y afirma moviéndose:

—Bueno, entonces te dejo.

Cuando veo que va a meterse en su casa, me apresuro a añadir:

—Hoy es el día, Naruto. Dime qué quieres hablar conmigo.

Él me mira y, sin moverse del sitio, murmura:

—Quizá sea mejor que lo hablemos en otro momento. No quiero interrumpir tu cita importante.

Ay, pobrecito..., menuda paciencia está teniendo conmigo. Primero beso a Jacob y ahora le digo eso y aguanta..., aguanta por mí. Y, sin permitirle que desaparezca de la terraza, le tiendo una de las cervezas e insisto:

—Tranquilo. Vamos, ven y hablemos.

—Pero tu cita...

—La cita esperará. No te preocupes.

Consciente de que lo estoy descolocando, me siento en una silla de mi terraza y lo miro. Él hace lo mismo en la suya y, al ver lo atorado que está, digo para iniciar la charla:

—¿Recuerdas el día que hui del rancho y me encontraste en Lander? —Naruto asiente—. Ese día me di cuenta de que mis sentimientos hacia ti eran mayores de lo que yo creía y, cuando me encontré con Tayuya pensando que tú sentías algo importante por ella, le pedí que te conquistara sin pensar en mí. Lo hice porque quería que fueras feliz, aunque no fuera yo la persona que te diera esa felicidad. Pero nunca..., nunca le pedí que se quedara embarazada. Jamás.

Asiente. Parece que me cree, y prosigo:

—Luego me encontraste, me convenciste para regresar a Aguas Frías y, aunque intenté mantenerme al margen y ser coherente con lo que le había pedido a Tayuya, se me hizo terriblemente cuesta arriba presenciar ciertas cosas, y de ahí mis ataques de celos. Más tarde, algo cambió entre nosotros, tú me pediste aquella cita y, esperanzada, le dije a Tayuya que cesara en lo que le había pedido porque te amaba. Pensé que entendía lo que le había dicho, pero el día de la boda de Flor y Shii lo utilizó y se inventó eso del embarazo para alejarte de mí cuando vio que tú y yo... —Suspiro y, para finalizar, añado—: Sé que debería habértelo contado. Sé que no debería haberle pedido eso a ella, pero lo hice, y cargo con mi parte de culpa.

Naruto, que ha escuchado sin interrumpirme, dice una vez acabo:

—Desde la primera vez que estuve contigo antes de la boda de Mei, me fijé en ti. Y, aunque nunca dije nada, porque yo no creía en el amor, siempre me gustaba verte y saber de ti. Que al final fuéramos vecinos no fue provocado, sino algo casual, y eso me acercó más a ti. Ni te imaginas lo especiales y desconcertantes que fueron los días que tú y yo compartimos aquí cuando Candela se fue... Me pasaba el día pendiente de si abrías la puerta de la terraza para estar contigo, pero...

—Pero si no parabas de traer mujeres a tu casa... —replico.

Él sonríe y asiente.

—Traté de no centrarme en ti, pero ni te imaginas lo difícil que se me hizo. Y, cuando vi la posibilidad de llevarte a Aguas Frías para conocerte mejor, no lo dudé. Si lo piensas, la noche que estuvimos solos en Las Vegas, fui yo quien llamó a tu puerta, como otras noches en el rancho. Cada día que pasaba contigo me gustabas más, me atraías más y, aunque no niego que, cuando vi a Tayuya algo se removió en mi interior, te aseguro que...

—Pues, bien que la besabas. Que te vi en más de una ocasión.

Naruto asiente, no dice que no, y responde:

—No me creerás, pero lo hice para darme cuenta de que tus besos eran los que deseaba, y no los de ella ni los de ninguna otra. No pienses que te utilicé a ti: la utilicé a ella para convencerme de que tú y sólo tú eras la mujer que quería a mi lado. Aunque mi gran fallo fue reaccionar como lo hice al enterarme de lo que me contó Tayuya. No podía creer que tú le hubieras pedido que se quedara embarazada de mí y...

—Y no lo hice —insisto.

Naruto, desde su terraza, asiente.

—Lo sé. Ella me lo confesó posteriormente.

Ahora la que asiente soy yo, y entonces él continúa:

—No hay un solo día que no me arrepienta de no haberte escuchado, de haberla besado delante de ti y de todos y de haberme marchado después con ella.

En silencio, nos miramos. En silencio, esperamos reacciones, hasta que yo pregunto:

—¿Te acostaste con ella cuando os marchasteis de Aguas Frías?

—Pasó varios días conmigo, pero no ocurrió nada entre nosotros. No me acosté con ella. No volví a besarla. Ella estuvo a mi lado durante esos días y, cuando vio mi desesperación, fue cuando me contó la verdad.

—Y, si te dijo la verdad, ¿por qué no me llamaste o...?

—Porque estaba avergonzado. Me avergoncé de lo que te había hecho, de lo que le había contado a mi familia, de dejarte sola y tirada en Aguas Frías, y hui. Hui hasta que me di cuenta, al llegar a Washington, de que de nada servía huir si en realidad lo que necesitaba era regresar a ti para pedirte perdón y estar contigo.

Oír eso hace que se me ponga todo el vello de punta. Él tampoco lo ha pasado bien. Ambos hemos sufrido por amor, por nuestro amor.

—Está claro que los dos nos equivocamos, ¿no? —murmuro.

—Sí —asiente él—, pero mi error fue peor. ¿Crees que podrás perdonarme?

—Estás perdonado —afirmo con cordialidad.

Aun así, no me muevo. Quiero ver hasta dónde es capaz de llegar por volver a estar conmigo. Y, entonces, levantándose, dice:

—Dios..., nunca he servido para esto del amor. Querría decirte tantas cosas que...

—Dímelas —murmuro con un hilo de voz.

Esa simple palabra hace que Naruto me mire, se pare y apunte:

—Tengo miedo de que me rechaces.

Eso me hace sonreír. Él es una persona como yo y como el resto, y tiene también sus miedos y sus inseguridades. Y, entonces, recordando lo que me ha dicho mi maravillosa Sakura, murmuro:

—El amor es sólo para los valientes, ¿lo sabías?

Naruto asiente.

—Sí. Hace unos días me lo dijo una buena amiga tuya.

Ambos sonreímos.

Él se apoya entonces en la barandilla de su terraza y señala:

—Y, hablando de ella, también me tradujo la letra de cierta canción que...

Sonrío, y Naruto murmura:

—Ya lo sabes, ¿verdad?

Asiento. No le voy a mentir y, dispuesta a ser sincera al cien por cien, explico:

—Mira, Naruto, acabas de decirme que te fijaste en mí en nuestro primer y único encuentro antes de la boda de Mei y, si te soy sincera, yo también me fijé en ti. Siempre relacioné esa canción contigo y, cuando me preguntaste por ella, no quería que...

—Lo entiendo..., ahora que sé lo que dice la letra, lo entiendo — afirma.

Sentir su mirada, su intensa mirada, hace que se me reseque hasta el alma, por lo que me levanto de la silla y me apoyo de nuevo en la barandilla. Entonces veo que él salta a mi terraza con agilidad y, cuando lo tengo a mi lado y me agarra por la cintura, dice en mi oído:

—Una vez, no hace mucho, y justo en la playa que tenemos frente a nosotros, una chica inigualable, bonita y maravillosa me dijo que yo tenía miedo de enamorarme, y me reí. —Sonrío y me vuelvo para mirarlo. Sé que esa chica soy yo—. Sin embargo, ahora debo confesarte que tengo un miedo atroz a que esa chica inigualable, bonita y maravillosa no esté tan enamorada de mí como yo lo estoy de ella.

Ay, Dios..., ay, Dios..., sólo ha faltado una estrella fugaz cruzando el cielo para que fuera como una escena sacada de una de mis novelas.

Naruto, mi vaquero, acaba de hacerme la declaración de amor más bonita que nunca habría imaginado oír de su boca. Y, cuando estoy mirándolo sin saber qué decir, me enseña que lleva puesta la pulsera de «¿Repetimos?», y prosigue:

—Estar contigo en Aguas Frías, despertarme cada mañana a tu lado y disfrutar de tu sonrisa ha sido lo mejor que me ha pasado en muchos años, y me muero porque aceptes que se repita cada uno de nuestros días. Me muero porque escuches a tu corazón como lo estoy escuchando yo, porque est...

No lo dejo terminar, ¡¿para qué?! Y, lanzándome a su boca, lo beso. Lo devoro. Me lo como con auténtica adoración y pasión, mientras siento cómo sus fuertes brazos rodean mi cuerpo y me hacen sentir que somos una sola persona.

El beso se hace eterno...

El beso nos da la vida...

El beso nos hace saber que lo nuestro es de verdad y de corazón.

Atrás dejamos dudas, malas preguntas y tonterías. Hemos vuelto a reencontrarnos, hemos vuelto a darnos una oportunidad y, deseosa de estar con él como necesito, murmuro cogiendo su mano:

—Vamos, ven.

—¿Y tu cita?

Sonrío al oírlo preguntar eso con el gesto algo sombrío, y afirmo con un suspiro:

—Mi cita importante eres tú, pedazo de tonto, y ya has llegado, ¿verdad?

Sonríe encantado. Siento que le he quitado un gran peso de encima.

Me coge en brazos y entramos en el salón de mi casa, donde, entre besos y palabras cariñosas, nos desnudamos dispuestos a hacernos mutuamente el amor como llevamos tiempo deseando.

Cuando nuestros cuerpos se unen, primero lentamente y luego, según la pasión aumenta, más deprisa, ambos sentimos que hemos llegado a nuestro hogar.

Mi vaquero, mi Naru, mi amor, me mira a los ojos mientras me hace suya y, con sensualidad, pregunta:

—Oye, rubita, ¿tú qué miras?

Dios..., sí..., sí..., sí...

Sonrío. No puedo no hacerlo y, levantando las caderas para recibirlo una y mil veces, acerco mi boca a la suya y, henchida de amor y de deseo, murmuro:

—A ti, Caramelito..., a ti.