Vuestras review me hacen tan feliz que no tengo palabras. Gracias por vuestro tiempo. Espero poder recompensar una centésima parte.
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Capítulo 34
Tu línea de salida
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A Hinata nunca le dio grima la sangre.
Si todo salía mal, si se quedaba en esa silla para siempre, tal vez podría estudiar algo relacionado con la salud. Medicina parecía difícil, no le gustaba pasar tantas horas entre libros, pero tal vez enfermería fuese más asequible. Podía verse a sí mismo con una de esas batas verdes, sonriendo a los chicos heridos y abriendo las ventanas de sus habitaciones para que saliese la tristeza y entrase el olor a verano.
Fisioterapia sería otra opción. Especializarse en algo vinculado al deporte y convertir lesiones en oportunidades sólo con sus manos. Incluso podría ser el fisioterapeuta de Kageyama. Sería de los mejores del mundo, y él estaría allí para resolver sus contracturas y destensar sus nudos, suavizando sus partes rasposas, limándolo.
Sólo que ese nunca fue su sueño.
Y no había nacido para conformarse.
Observó los dedos hábiles de la doctora mover la aguja y extender el hilo, cerrando las heridas. Había usado sus mejores artes para poder estar allí, donde no pueden entrar ni los familiares. Sólo esperaba que los padres de Kageyama tardase lo suficiente como para huir, porque no estaba preparado para enfrentarles. Quizás le guardasen rencor por dejar a su hijo hecho trizas, por abandonarle en el mundo y dormir mientras todo se derrumbaba.
Kageyama apretó los párpados y los labios. Incluso con aquel gesto de miedo, estaba guapo. Hinata decidió en ese momento que votaría a cualquier partido que incluyese en su programa ilegalizar tanta perfección.
—Bakayama —susurró, con la doctora todavía cosiendo—. Estás como súper feo.
—Idiota —dijo, abriendo un poco un ojo y volviendo a cerrarlo al momento.
Yoko había desaparecido. Hinata prohibió que nadie de la prensa subiese a su habitación y las enfermeras se llevaron a Kageyama para atender sus heridas. No tenía ni idea de dónde podría estar esa tía, ni qué estaría haciendo pero, sinceramente, no podía importarle menos.
Cuando Kageyama estuviese más tranquilo le llevaría de vuelta a su habitación y le contaría todo. El asunto de los vídeos, lo que pasó en diciembre, todo. Sólo esperaba que Kásper no publicase nada mientras tanto.
Esperaba también que Kageyama pudiese perdonarle.
Cómo he sido tan idiota.
Cómo me dejé manipular de esa forma.
Ahora lo veía tan claro. Kásper habría sido incapaz de publicar vídeos que involucrarse a Kageyama, porque todo lo que le importaba a ese egoísta miserable era tenerle en su equipo, recibir sus colocaciones para poder seguir poniéndose la medalla de mejor estrella americana sub-19. No ganaba nada hundiendo a Kageyama. Sólo quería tenerle cogido por los huevos.
Entendió con rabia y tristeza que si Yoko le chantajeó a él con esos vídeos fue porque se dio cuenta de que era el más débil de los dos. Que Kageyama nunca pasaría por ese aro, y que si simplemente hubiese enfrentado la situación, si no se hubiese asustado con la posibilidad de que todo saliese publicado y se hundiesen sus sueños, ahora no estarían así. No estarían allí.
Todo habría sido muy diferente.
—Te he dado veinte puntos —dijo la doctora, colocando los vendajes—. No tienes afectado ningún tendón, pero hay un corte más profundo en la zona de los nudillos.
—¿Los dedos están bien? —preguntó Kageyama, apretando los ojos.
—Sí —contestó la mujer. Hinata se fijó en la distribución de los puntos. La peor parte estaba cerca de la base del anular y el meñique, aunque también tenía algunos en el dorso y cerca del pulgar—. Tienes que mantener la mano quieta para que todo cicatrice bien. Nada de jugar al menos hasta que te retiremos los puntos. Este es un buen vendaje. Ahora tienes la anestesia, pero probablemente en unas horas te dolerá bastante. Te pautaré la medicación. ¿Puedo hablar con tus padres?
—Todavía no han llegado —dijo Kageyama, que se retorcía como si intentase sacar algo del bolsillo derecho con la mano izquierda—. Puedo llamarles.
—¿Ya tienes teléfono? —preguntó Hinata. Kageyama asintió. Seguro que compró uno de esos móviles de marcas raras japonesas, habría apostado su mano izquierda La doctora salió de la sala a buscar vendas; Hinata rodó hasta Kageyama y metió los dedos en el bolsillo de su chaqueta, procurando ayudarle.
—Espera que te-
Lo que sacó fue otra cosa.
Un teléfono rojo.
—Esto es...
Kageyama le miró a los ojos. Tan azules como el mar agitado por la tormenta. Hinata giró el teléfono en sus dedos y abrió la tapa; después pulsó el botón de desbloqueo y probó la combinación que recordaba. El móvil se iluminó, mostrando un fondo de pantalla que eran él y Kageyama con las mejillas pegadas, sonriendo tanto que sus ojos eran sólo rayas, todo dientes y narices sonrojadas.
Pasó los dedos por la pantalla, acariciándola. Era como encontrar un fósil en una vieja excavación, algo de otro tiempo que se conservaba intacto y entero, sencillamente perfecto.
—Iba a devolvértelo —oyó decir Kageyama.
—Es... Mi teléfono —dijo, y sus dedos empezaron a buscar. Casi como viajar al pasado.
Apasionante.
—No tiene datos —aclaró Kageyama. Hinata no estaba escuchando.
—¿Lo has tenido todo este tiempo? —preguntó, y abrió la aplicación de notas. Kageyama estiró la mano izquierda y tocó su pierna.
—Oi —susurró, y el tono de su voz fue lo suficientemente angustioso como para que Hinata alzase la vista y le mirase—. Yo... Lo siento. No quise... Sé que no debí leer lo que habías escrito, pero no pude evitar, yo-
—Has escrito —dijo, bajito, sorprendido, abriendo al azar y leyendo una de las últimas anotaciones.
Tardó bastante, porque todavía le costaba un poco leer textos largos.
Hoy hemos ganado.
Ha sido genial, mucha gente ha gritado mi nombre. Era como estar en un sueño, oír todas esas voces a mi alrededor mientras marcábamos. Hice bailar a los bloqueadores como quise. No te imaginas cómo caían en todas las trampas. El corazón me iba a mil por hora. Una pasada.
Pero cuando las luces se apagaron, todo se hundió.
Joder, Hinata. Cómo me haces esto, tío.
No tengo ni idea de cómo seguir sin ti.
Estoy jodido. Creo que ni el voley puede repararme.
Se mordió el labio.
—Siento haber estado usándolo —repitió Kageyama, apretando un poco más su rodilla—. Leer tus cosas... No estuvo bien, lo siento muchísimo, pero era como... Era casi como oírte. Yo... Ese teléfono, no sé cómo decirte, para mí es... No sabría si podría estar sin él, parece una locura pero...
Hinata abrió una de sus notas.
Recordó el momento en que la había escrito.
Baka. Te has enamorado de Kageyama.
Después abrió otra.
Hemos vuelto a hacer el amor y dios. Ha sido como woa y fiu y pam. No sé si estaré enfermo o seré uno de esos locos que salen en las noticias, porque pienso en eso todo el día, solo quiero estar con Tobio a todas horas haciéndolo sin parar y eso en serio que me parece preocupante.
Sintió las orejas arder. Ahora que había visto los vídeos era distinto, raro, porque no recordaba lo que vio en ellos. Pero sí se acordaba de haberlos visto, y de lo que vio.
Mierda de cabeza.
Levantó la mirada y se encontró con la de Kageyama. Azul frío sobre azul marino. Una broma de los dioses, lo que fuese. Hinata se pasó la lengua por los labios y estalló en carcajadas, con la vergüenza saliendo por cada poro, rebosando por todas partes, cada vez más sonrojado y con la cara más caliente.
—Qué pasa —dijo Kageyama, asustado, mientras Hinata reía como un loco.
—¡Que he escrito cosas súper terribles! ¡No puedo seguir viviendo sabiendo que has leído esto!
—¿No estás enfadado?
Hinata se secó las lágrimas mientras intentaba leer otro mensaje. Bueno, igual quera mejor no saber, porque estaba alcanzando niveles de vergüenza poco asumibles.
—Enfadadíiiisimo —dijo, casi sin hacerle caso, yendo de un mensaje a otro. Kageyama me ha llamado y ha hecho cosas mirándome, ah ha sido súper sexy y todo eso pero ahora estoy todo el día pensando en eso y tengo un examen de mates y qué puedo hacer. Soltó otra risa—. En serio, mi venganza tiene que ser terrible.
—Puedes leer lo que he escrito —dijo Kageyama, que de pronto parecía más calmado, su gesto suave, su ceño menos fruncido—. Para estar en paz.
Hinata alzó la mirada hacia él, más sonrojado que nunca.
—No estaremos en paz nunca. Jamás. Sólo he leído cinco de mis notas y ya estoy avergonzado como para un millón de vidas. Tú escribiste cosas tristes y bonitas. ¡Yo solo puse rollos muy patéticos!
Kageyama arrugó la nariz.
—No es verdad. Mira la nota que pusiste el veinticinco de junio.
—¿Te sabes las fechas de memoria? —susurró, aún sonrojado, buscando la nota, sin mirarle. Kageyama le acarició la rodilla con un gesto suave.
—Idiota.
Lo hicimos. No estaba nevando, pero Urano brillaba para nosotros. Fue la mejor noche de mi vida. El corazón me hizo pam y fue súper dulce y tan salvaje. Tobio es bueno en eso. Me gustaría quedarme para siempre en su habitación, abrazados, con su olor en mi ropa, oyendo la forma en que dice mi nombre.
Hinata se mordió el labio.
—¿Sabes? —dijo, sin mirarle—. No lo recuerdo.
—¿Mmm?
Kageyama había vuelto a cerrar los ojos. Le daba mucha grima la sangre, aunque las heridas, ya cosidas, estaban cubiertas por gasas.
La doctora volvió a entrar y se sentó, continuando con los vendajes.
—Lo de ese día, no me acuerdo —dijo Hinata, aunque ella estaba allí. Era mejor así, porque no tendría que pasar la vergüenza de expresarse claramente. Kageyama abrió un ojo.
—¿Qué día?
—Ese. El día de junio. ¿En serio vimos Urano? ¿Fuimos al planetario o algo?
Kageyama le miró fijamente durante varios segundos.
¿He vuelto a romperle el corazón?
Le habría gustado tener algún recuerdo al que agarrarse y a partir del cual poder reconstruir, pero no había nada. Su cerebro hizo una poda masiva y al parecer se llevó cosas importantes.
—Tú eres el famoso chico del accidente —dijo la doctora, sonriendo mientras pasaba la venda por la muñeca de Kageyama. Hinata se había fijado antes en sus dedos. Además de las heridas de Yoko había marcas de otras, recientes. ¿A eso se refería Atsumu cuando dijo que no vieron la entrevista entera porque tuvo que salvar a Kageyama? ¿Se había hecho ese daño a sí mismo, por él?
¿Cuánto sufrimiento habría pasado mientras él estaba ahí, dormido, ajeno a todo?
—Sí.
"El famoso chico del accidente" últimamente era el mejor apodo al que podía aspirar.
—Existen formas de incentivar la memoria, ¿sabes? —dijo, sonriéndole con gesto suave—. Dicen que el sentido más asociado al recuerdo es el olor. También puede ayudar hablar con personas que comparten ese recuerdo que has perdido, o ir a lugares donde viviste cosas importantes. Estimular los sentidos vinculados a cada recuerdo. No es magia, pero es mejor que nada.
Pasaron la siguiente media hora en la habitación de Hinata. En su ausencia había limpiado la sangre del suelo y de la sábana, pero el pijama de Hinata seguía manchado con las huellas de Yoko.
Yoko, grandísima cabrona.
Tenía que afrontar ese asunto en algún momento. Atsumu le dio la tarjeta de un abogado, un tipo de su pueblo al que podría pagar a plazos. Hinata no tenía ninguna gana de pleitos. Solo quería volver a casa, recuperarse, estar con Kageyama. Seguir jugando al voley.
Kageyama movió un poco los dedos de la mano vendada.
—Dijo la doctora que te estuvieses quieto, Bakayama —dijo, frunciendo el ceño mientras se lanzaba sobre la cama. Kageyama no contestó.
Abrió la boca para decirle cualquier cosa, para insultarle, para pedirle perdón por olvidarse de todo, para preguntarle qué era ahora, si su ex novio, si su novio, si su amigo, si el idiota en silla de ruedas por el que no paraba de partirse en mil trozos, pero el móvil de Kageyama sonó.
—¿Mamá? —contestó, hablando flojo—. Sí, pero no... Mamá. Mamá, que estoy... No hace falta que... Siento haberos preocupado pero... ¿Estás en la planta tres?
Hinata le miró con gesto de terror.
—Que no suba, por favor, que no suba nadie—dijo, moviendo solo los labios, sin emitir sonidos, aterrado.
Kageyama apartó la vista de él.
—¡No subas! —gritó, demasiado alto, sin darse apenas cuenta—. Yo... Estoy bajando. Sí, esperadme... No, mamá, ahora no puede. Que no, que no subáis, mamá por favor. Pues es que está... Cagando.
Hinata intentó atraparle, enfadado, pero Kageyama se apartó hacia atrás, esquivándole mientras colgaba el teléfono.
—¿Pero de qué vas?
—No sabía qué decir —contestó, frunciendo el ceño—. Mi madre está preocupada, estaba viniendo por el puto pasillo como una loca. Lo ha pasado mal estos días y ella no-
Hinata le interrumpió, apretando los dientes.
—Dile que lo siento, dile que siento haber sido un mentiroso y un traidor, es verdad, dile que entiendo que me desprecie y que no quiera verme nunca más, y que en cuanto esté más fuerte presentaré mis disculpas formales, que te juro que sé cómo hacerlo que me enseñaron en mi casa, me... Me pondré uno de esos trajes... Y me pondré de rodillas, no me importa eso, y llevaré uno de esos regalos, y le diré que-
—Oi, ¿qué estás diciendo? —dijo Kageyama, mirándole a los ojos— ¿De qué hablas? ¿Por qué mierda tendrías que disculparte con mi familia?
Hinata parpadeó, contrariado, todavía rojo.
—¿Porque casi te mato?
—Fui yo el que estuvo a punto de matarte.
—¡Yo te empujé de la bici!
—¡Me intentaste proteger! ¡Si yo no hubiese hecho el idiota no estarías así! ¡Nunca habrías tenido ese accidente, porque no habrías conducido por el medio de la carretera durante una nevada!
Kageyama estaba fuera de sí, con el rostro ardiendo, sujetándose la mano. Había lágrimas en su cara. Hinata quería abrazarle, pero no podía levantarse. Se mordió las ganas de gritarle de vuelta, porque tenía los ojos así, como el fondo de esos acantilados de Hokkaido donde de noche se arremolina el agua contra las piedras, destruyendo lo que la roca llevaba milenios levantando.
—Yo te dejé. Fue por Yoko. Fue por ella, lo recordé todo. Antes, cuando ella vino y me besó yo solo-
—Te dije que eso me da igual, idiota —contestó Kageyama, secándose las lágrimas con la manga de la chaqueta—. No me importa. Deja de recordar cosas tristes. Todo está bien para mí, fuese lo que fuese. Solo vamos a pensar en lo que viene, y en el futuro, tienes que recuperarte cuanto antes y-
—¡¿Pero quieres dejarme hablar, Bakayama?! —exclamó Hinata, frunciendo el ceño.
—¿Quieres volver conmigo? —preguntó Kageyama de golpe, ignorándole.
Hinata abrió mucho los ojos, sin entender nada.
—Pero que todavía tengo que contarte todo lo que pasó con Yoko, que te digo que me acordé de todo y no es lo que creía pero es peor porque-
—Vale. Ahora me lo cuentas, pero ¿quieres volver conmigo?
—No puedes pedirme que vuelva contigo sin conocer toda la historia —repitió, un poco indignado porque ¿qué carajo le pasaba a ese idiota? ¿Es que ya no le importaba nada?
—Sí puedo, porque es que me da igual lo que hicieses con ella. Lo acepto. Sal conmigo y después dime lo que sea. Hinata, te he hecho una pregunta, ahora tú simplemente tienes que-
—¿Tobio? ¿Alguno de vosotros es Tobio?
Los dos se giraron. Un enfermero del turno de la tarde al que Hinata no conocía estaba asomado a la puerta. Abrió la boca para decir algo, pero la siguiente por aparecer por la puerta fue la madre de Kageyama.
—¡Está aquí! —gritó sin control, y en los dos segundos que tardó en abalanzarse sobre su hijo, el padre de Kageyama atravesó la puerta. Hinata estaba inmóvil—. Dios, qué te han hecho, tu mano, la mano, ¿estás bien mi bebé? ¿Estás bien Tobio-chan?
—Mamá, por favor. No es nada.
—¿Pero cómo no va a ser nada, mi pequeño pajarito? Déjame ver, bebé.
—Que te digo que no es nada, fue un accidente tonto.
La madre de Kageyama le daba besos pegotosos por toda la cara, y Kageyama había dejado de llorar y ahora estaba terriblemente sonrojado, intentando huir del abrazo de una madre, que es como intentar escapar del destino.
El padre de Kageyama se unió al abrazo del que sólo el hijo pretendía huir, y Hinata se preguntó si debía aplaudir o si sería más apropiado salir huyendo. Era rápido con la silla. Había ganado carreras clandestinas en el hospital. Podría recorrer el pasillo y ocultarse en la ciento diez, donde estaba Robi-kun. Seguro que le daba asilo político a cambio de unas cuantas partidas de ajedrez y tal vez un pulso de pulgares.
Puso las manos sobre las ruedas, pero una silueta enorme se interpuso. Miró hacia arriba, asustado.
El señor Kageyama medía algo así como un metro noventa, y Hinata se hizo pequeño en la silla, bajo su sombra.
—¿Hinata-kun? —preguntó, aunque ya se conocían. Recordó haber cenado con él algunas veces, uno de esos viernes que iban a casa de Kageyama a ver películas, comer pizza y jugar al ajedrez. Sin previo aviso, el padre de Kageyama se acuclilló a su altura y le cogió la mano izquierda, apretándola—. No sabes lo felices que estamos de que estés despierto.
Hinata buscó a Tobio con la mirada. Su madre le había soltado y ambos le estaban mirando.
—S-señores Kageyama, huh, yo... —empezó, sintiendo las lágrimas reunirse en sus ojos y una especie de mareo crecer por todas partes, y de pronto se sintió borracho, ingrávido, flotando en algún punto del espacio. Miró a Kageyama, su colocador, su constante en el mundo, y entonces todo estuvo bien—. ¡Estoy saliendo con Tobio! Pero no saliendo en plan salir por la puerta sino saliendo de salir. De salir de la mano, aunque a él no le guste yo se la doy igual porque es grande y suave. ¡Su mano! Y salir de darnos besos. Hay besos, bueno todavía no ha habido muchos porque casi no le he visto pero le voy a besar hasta que me salgan agujetas en la lengua. Y bueno él odia la palabra novios pero eso es lo que somos porque las cosas son lo que son y aunque tu digas que el cielo es naranja pues es azul y punto y Kageyama es mi novio y voy a besarle y quiero que lo sepan, y cuando pueda levantarme también voy a llevarle a uno de esos hoteles del amor porque siempre quise ir a uno con jacuzzi y que-
—Hinata, idiota —dijo Kageyama, entre dientes, del color del tomate maduro, todavía atrapado por el abrazo de su madre—. Creo que ya les ha quedado claro ¿no te parece?
—Bueno —dijo la madre de Kageyama, también sonrojada, separándose y poniendo la mano sobre la cabeza de Hinata, tocándole el pelo suavemente—. Ahora que tenemos a un nuevo miembro en la familia, ¿os apetece celebrarlo yendo a dar una vuelta?
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Meses. Hinata llevaba meses sin salir más allá de las paredes del hospital, y ahora se empeñaba en vestirse sin ayuda mientras Kageyama charlaba con sus padres fuera de la habitación, preocupado por la integridad física de ese idiota pelirrojo.
Mi novio.
Sus padres fueron en busca de una máquina de café y Kageyama aprovechó el momento para abrir la puerta un poco, sólo por ver cómo iba. Se lo encontró sobre la cama, tumbado boca arriba, resoplando, intentando ponerse unos jeans con poco éxito. La camiseta sí se la había puesto. Del revés. El dibujo de Charmander tenía que estar delante, y lo llevaba detrás.
Mi estúpido novio cabezón.
—Pero qué haces, idiota —murmuró, cerrando la puerta detrás de sí. Hinata gruñó algo incomprensible y consiguió sentarse, con los pantalones por debajo de las rodillas. Kageyama le empujó hacia atrás con poco cuidado—. Estate quieto, lo hago yo.
—¿Con una mano? —preguntó. Kageyama le lanzó una mirada de odio, pero la suavizó cuando vio la magnitud de su sonrojo. Se las apañó como pudo para subirle el pantalón sólo usando la mano izquierda, mientras Hinata colaboraba lo que podía.
—Te has puesto la camiseta del revés.
—¡Estoy herido! —exclamó, indignado. Kageyama intentó abrocharle el botón y subirle la cremallera, pero Hinata huyó de sus dedos—. ¿Qué crees que haces?
—¿Vas a ir con eso abierto?
—¡No puedes simplemente... tocarme ahí! —dijo, una exclamación silenciosa, en susurros. Kageyama se fijó en cómo miraba hacia la puerta todo el tiempo.
—No voy a tocar nada, tonto. A ver, quita.
Kageyama le ayudó a abrochar el pantalón con una sola mano. No era difícil, en verdad. Si el ser humano tiene dos manos y dos piernas, pensaba, será para poder emplear todas ellas. Aunque una sea la más hábil, uno no puede andar por la vida siendo un completo inepto con el cincuenta por ciento de sus extremidades.
Hinata se sentó en la cama, sonrojado. Kageyama se abstuvo de hacer cualquier comentario sobre cómo le quedaba el pantalón vaquero. Aunque le costó. Un idiota, ponte algo de tu talla le bailaba en la punta de la lengua.
Había perdido mucho peso, prácticamente todo masa muscular, y la ropa que hacía ocho meses empezaba a apretarle por su entrenamiento de fuerza, ahora parecía tres tallas mayor.
Se acordó de la forma en que le quedaba su camiseta favorita, la blanca de Adidas. Cómo odiaba que se la robase para ir a entrenar y lo mucho que le gustaba verle volar en la pista vestido con una prenda que era demasiado grande para él. Verle con esa misma camiseta caminar por su habitación del piso de Kásper, sin nada más debajo, y tirar de su mano y abrazarle tocando su culo desnudo.
El corazón se le aceleró un poco.
Sin pedirle permiso agarró el bajo de la camiseta, usando las dos manos. Se suponía que no debía mover la vendada, que tenía veinte puntos, que llevaba un cabestrillo, pero no le dolía. Sería la anestesia, pero ya se preocuparía cuando el efecto pasase.
—Voy a ponerla bien —murmuró. Estaba muy cerca de él. Hinata lanzó una mirada nerviosa hacia la puerta.
—Entonces... —dijo, bajito, levantando los brazos para que Kageyama le quitase la camiseta. Quedó atorada en su cabeza y cuando consiguió liberarse, se lo encontró sonrojado y con el pelo disparado por todas partes. Kageyama, con la mano izquierda, le peinó unos cuantos mechones. Suave, un desastre dulce en el que enredarse y quedarse atrapado por siempre— ¿...Estamos saliendo?
—Eso le dijiste a mis padres.
Hinata sonrió, mordiéndose el labio. Kageyama se aguantó las ganas, quería ser él quien le mordiese, pero si no había entendido mal, Hinata tenía uno de esos agujeros de gruyere al menos en su primera vez. Tal vez en todas las demás. Aún así, quería besarle. Se moría por hacerlo. Si no lo hizo fue porque la mirada fue hasta sus hombros desnudos, llenos de pecas, y después hasta su pecho y su abdomen, donde había cicatrices.
No eran las mismas que Hinata le mostró una vez. Estas eran nuevas. Entre su delgadez, lo pálido de su piel y esas nuevas marcas, era como estar delante de una persona distinta.
Había invertido muchas horas en recordar cada detalle de su cuerpo, conocer todas sus debilidades, ese lugar bajo el esternón donde las cosquillas se convertían en tortura, ese punto en el perineo donde si pasaba un dedo, suave, con la presión justa, le llevaba al cielo en menos de diez segundos.
¿Tendría que olvidar todo eso y aprenderlo de nuevo? ¿Qué recordaba y qué no? ¿Podría sentir todo lo que él sentía si había olvidado las cosas importantes?
—Sabes, Kageyama —dijo Hinata, sonriendo un poco—. Aquellas normas que pusimos, ¿todavía las tienes? Me gustaría revisarlas. ¿Mañana? Cenando juntos.
—¿Es una cita?
—Es una reunión de socios —le corrigió, sonriendo.
Kageyama también sonrió con más ánimo del que podía gestionar. Y eso que le acababan de joder una mano.
Que había tenido que ver a Yoko, y contener las ganas de lanzarla volando por la ventana. De pronto todo eso le parecían detalles sin importancia.
—Soy un gran negociador, ¿eso lo recuerdas?
—Eres un gran idiota, eso no puedo olvidarlo.
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Caía el sol cuando Hinata consiguió su alta temporal para abandonar el hospital durante unas horas. No es que estuviese allí encerrado ni nada parecido, o al menos eso dijo. Kageyama no entendía bien por qué no podía irse a su casa, si no estaba conectado a un gotero ni le ponían medicación ni ese tipo de cosas.
—Estarías mejor en casa —dijo, pasándole el papel con el alta voluntaria temporal para que lo firmase.
Hinata cogió el boli con la mano izquierda e hizo algo parecido a una cruz en el recuadro de la firma.
Kageyama no preguntó. Si estaba volviendo a aprender a escribir prefería no saberlo en ese momento.
—Están probando cosas con mi mano, sabes —dijo, sonriendo al auxiliar mientras le entregaba el papel firmado—. También está lo de la memoria, y los problemas que tuve al principio.
Hinata no le había contado una mierda, en verdad. Eso le ofuscaba lo suficiente como para ponerle de mal humor, pero no quería estropear el reencuentro. Eran las nueve y media de la noche cuando salieron del Hospital, y las enfermeras le hicieron prometer a Hinata que volvería antes de las doce.
—Como Cenicienta —dijo la madre de Kageyama, que se ocupaba de mover la silla. Hinata rió, mirando a Kageyama, que caminaba a su lado con el brazo en cabestrillo.
—¿Oíste, Kageyama-kun? Yo soy el Príncipe Encantador y tú la chica del zapato de cristal.
—No es así, idiota —dijo Kageyama, mirándole con un poco de rabia, porque él quería llevar la silla, pero su madre se había negado con eso de descansa la mano, descansa la mano. Si no le dolía nada—. Cenicienta eres tú, porque tienes que volver antes de las doce.
—Entonces tú eres el hada madrina.
—Yo no soy ningún hada —replicó, enfurruñado. La madre de Kageyama reía y el padre hablaba por teléfono con media humanidad. Al parecer toda su familia, incluso su tío que estaba en Islandia estudiando los pájaros monje, había visto la portada del beso. Llamaban para obtener una excusa, una explicación, una aclaración de un tremendo error.
El padre de Kageyama les explicaba a todos que su hijo tenía novio y que con lo que sacasen de la demanda que habían interpuesto en los juzgados probablemente podrían pagarse la boda en 5 o 10 años si su amor prosperaba lo suficiente.
Kageyama quería desaparecer sin dejar rastro.
—Sabes Kageyama-kun —dijo Hinata, sin mirarle. Tenía el pelo revuelto, pero menos. Probablemente se había peinado en algún momento—, siempre he creído que te pareces al príncipe de la Sirenita. Eric. ¿Has visto la Sirenita?
—¡Era su favorita de niño! —exclamó la madre de Kageyama, sumiéndole en el oscuro pozo de la vergüenza donde toda madre hunde tu cabeza cuando llegan las visitas y decide mostrarles el álbum familiar. Por supuesto, su madre ya hizo eso en su momento, una de las primeras veces que Hinata fue a cenar a su casa. Todavía tenía pesadillas con las carcajadas de Hinata mientras su madre mostraba a un Tobio de cara redonda, ojos enormes y gesto serio sentado sobre el orinal abrazado a una pelota de voley—. Nos la hizo ver como... ¿Doscientas veces? Como era esa canción que te gustaba tanto, Tobio... Bésala, bésala, uoo.
Hinata empezó a partirse de risa y a cantar al unísono con su madre, y Kageyama decidió que tampoco pasaba nada si se convertía en farero y vivía lejos de la sociedad, jugando al voley con las focas de la zona.
Recorrieron las calles atestadas de gente. Cenaron takoyaki y mitarashi dango, y Kageyama casi obligó a Hinata a aceptar como poste un kakigōri de fresa con sirope de chocolate. Lo compartieron, sentados en una mesa, uno al lado del otro, con los padres de Kageyama enfrente. Ahí mismo decidieron escribir sus deseos para el futuro en papel washi y colgarlos como tanzaki, como mandaba la tradición, en los árboles de bambú de la zona. Por el rabillo del ojo Kageyama vio cómo Hinata tenía problemas para escribir, y se ofreció a ayudarle, obteniendo un codazo y un Kageyama-kun, no busques excusas tontas para curiosear en los deseos ajenos.
Idiota.
—Hinata-kun —dijo el padre de Kageyama, mirándole sobre su cerveza—. ¿Has pensado ya dónde harás la rehabilitación?
Kageyama se puso tenso. El contrato de la Ocean volvió a su mente. Lo había tenido a un lado, aparcado, como si no existiese. Pero existía. Claro que sí. Y tenía que decidirlo en los próximos días.
—Me gusta estar aquí —dijo Hinata, encogiéndose de hombros—. Este hospital está bien.
Kageyama le miró sin entender.
—Este hospital no tiene unidad especial de rehabilitación deportiva —dijo, enunciando una obviedad.
—Ningún hospital público de Japón la tiene —replicó Hinata—. Pero no pasa nada, la rehabilitación es rehabilitación. Puedo buscar un entrenador por mi cuenta para la parte más deportiva. He estado pensando en ello, he hablado con-
—Aquí no hay una mierda, Hinata —le interrumpió Kageyama—. ¿Cómo vas a volver a estar como antes rehabilitándote con gente mediocre?
—Tobio —dijo su padre, mirándole con el gesto serio. Después miró de nuevo a Hinata—. Mi hermano está ahora en Islandia, no sé si mi hijo te habrá hablado de él. Vuelve en un mes y medio a Japón, y vivirá en Tokio. Él jugaba al voley hace años, y hablando con él me comentó que allí hay un centro de rehabilitación. Es privado, pero tal vez si hablas con tu madre...
Kageyama quería lanzarle a su padre un papelito de esos de apuntar deseos para que dejase de decir tonterías. ¿Qué pensaba, que la familia de Hinata eran ricos? Mío ni había podido renovar el maldito coche, ¿cómo iba a pagar una rehabilitación privada?
Antes de que pudiese hablar, fue Hinata quien lo hizo, sonriendo.
—Gracias por la información, Kageyama-san. Se lo diré a mi madre.
Mentiroso.
Las palabras de Dani se repetían en su mente como un disco rayado. Un equipo de fisioterapeutas especializados a su servicio. Los mismos profesionales que hicieron milagros con su pierna.
El precio era alto. ¿Estaba dispuesto a pagarlo?
Una firma. Una firma en el contrato de su email y Hinata tendría una oportunidad.
Pasearon de vuelta al hospital, atravesando las calles mejor decoradas y el padre de Kageyama les contó algunas de las historias que él ya conocía, pero que a juzgar por el asombro de Hinata, eran nuevas para él, o tal vez no podía recordarlas.
Les habló de Orihime y Hikoboshi, y de cómo eran dos estrellas que se amaban pero estaban separadas en el cielo, y se juntaban sólo la séptima noche del séptimo mes, ese sábado, usando como río la Vía Láctea.
Les explicó el sentido de las nanatzu kazari, distinguiendo las que protegen ante los males físicos, o las que ayudan en los temas de dinero, y las fukinagashi, amuletos para mejorar en las artes.
—A lo mejor necesitamos uno —dijo Hinata, rozando la mano de Kageyama, quizás por accidente. A él le gustaba pensar que fue premeditado—. Así podrías aprender a bailar. Aunque tal vez necesitemos veinte o treinta, ¿huh?
—Eres idiota.
—No te enfades. Seguro que yo tampoco me acuerdo de cómo se hace.
—Seguro que sí —dijo, aunque era más bien un deseo—. Ya verás como sí.
Llegaron al hospital a diez minutos de la medianoche. Hacía ya bastante rato que la anestesia de la mano había pasado, y el dolor le hacía apretar los dientes, casi llorar, pero no quería que la noche acabase nunca.
Los padres de Kageyama esperaron en el coche y fue él, con más voluntad de fuerza, quien arrastró la silla de ruedas hasta los ascensores, y quien acompañó a Hinata a su habitación. En verdad él insistió mil veces en que podía solo, en que se fuese de una vez, pero Kageyama no quería irse.
Quería constituir allí su domicilio habitual, aunque tuviese que dormir en los pies de la cama, como aquel gato naranja que Natsu llamó Shoyo y que le miró con recelo toda la noche que se quedó en su casa.
Hinata le miró desde la silla, con el pelo revuelto y la ropa gigante. Sonriendo.
—¿Me ayudas?
Sin decir nada, olvidando el dolor punzante de la mano, envolvió los brazos alrededor de él en un abrazo que era mejor que una copa del mundo.
—Sujétate —susurró en su oído, y Hinata le envolvió los brazos alrededor del cuello y se dejó coger en brazos. Su cadera rozó con las heridas de la mano y Kageyama se mordió el labio para no quejarse. Todo compensaba. Su calor, su olor a licor de cereza, su tacto. Le tumbó en la cama y Hinata tiró de él hacia abajo, haciéndole recostarse sobre él. Otra vez esa sonrisa—. Tonto.
—Tonto tú, que deberías estar besándome y sólo pones esa cara de besugo estreñido.
Iba a manifestar sus discrepancias cuando Hinata se incorporó un poco y le besó. Ya ni recordaba qué deseo había pedido a las estrellas, pero seguro que era ese.
Segurísimo.
Hinata tanteó con la lengua sobre su labio, y Kageyama le dejó atravesar todas las barreras, respirando su aliento, tocando su oreja con los dedos, y después su pelo, y su nuca, y quería besarle toda la noche, como esas estrellas amantes que se encontraban en agosto.
—Woa —dijo Hinata, mirándole a los ojos—. Eres súper bueno besando.
—Tú tampoco lo haces mal —los dos rieron y Kageyama volvió a besarle—. ¿Tienes mi número antiguo?
—Estará en la memoria del móvil, Viejoyama. Ay, no me pegues, ¡soy un pobre indefenso!
—Tú no has sido un pobre indefenso en toda tu vida —murmuró, y sintió las yemas de los dedos de Hinata sobre la venda, seguidos de su mirada de preocupación—. No es nada.
—Sí que es. Es una herida hecha con maldad. Eso me pone triste, sabes —susurró, acariciando uno a uno cada dedo, donde empezaban a ponerse un poco amoratados. Su toque no dolía. Podría haberse quedado dormido con la sensación de las caricias de Hinata—. Tú... No odias a nadie. Eres directo y sincero, y la gente mala debería alejarse de ti. Deberían, no sé, dejarte tranquilo, dejar que sigas siendo dulce y un poco idiota y el mejor colocador que he visto.
Kageyama sintió el pecho un poco apretado, esa sensación que sólo Hinata podía provocarle. Hinata y el voley, dos partes de un mismo todo.
—Sabes que no pienso olvidar que has dicho eso —susurró, besándole, sin contener la sonrisa.
—¿Que eres idiota?
—Que soy el mejor colocador que existe.
Hinata le dio un beso lento, abrazándole con la lengua.
—El mejor que he visto, no flipes. A lo mejor hay otros que no he visto y que son mucho mejores—. Otro beso igual—. Oi, ¿recuerdas mi deseo?
Kageyama frunció el ceño, muy cerca. Millones de pecas al alcance de sus labios.
—No me has dicho cuál es.
—No el de hoy, Bakayama —susurró, y se miraron a los ojos—. El que pedí el año pasado, por mi cumpleaños.
Kageyama tardó unos segundos en contestar.
—No pediste ninguno —dijo, suave—. Me lo regalaste para que yo lo usase si lo necesitaba.
—No es verdad —replicó Hinata, con ese gesto de enfado que le hacía parecer un crío—. Sí pedí un deseo, ¡siempre pido el deseo de cumpleaños, es como el deseo más importante!
—Hiciste así —dijo Kageyama, y no le importó nada, no le importó la duda de los ojos de Hinata ni tampoco cómo le temblaban los dedos. Cogió su mano derecha, abrió sus dedos suavemente, forzando un poco el movimiento, acariciando la venda oscura y dejando una caricia sobre la palma abierta. Deseó que lo sintiera tan dentro como lo sentía él—. Me lo diste, y yo lo usé.
Hinata sonrió y giró un poco la cara. Estaba lo suficientemente cerca como para admirar la forma de su oreja izquierda. Que era un poco distinta a la derecha, porque era Hinata, y todo en él era perfectamente asimétrico, como si un dios especialmente artístico le hubiese creado a mano alzada, sólo para andar por el mundo destrozando corazones.
—¿Para ganar un partido? —preguntó, muy bajito. Kageyama le pellizcó un poco sobre la venda, sin mirarle, porque lo merecía.
—Idiota —dijo, serio, sin dejar de pasar sus dedos por la tela.
—¿Qué pediste?
Los deseos son secretos, eso todo el mundo lo sabe. No se dicen en voz alta, no se cuentan por las calles. Como mucho pueden escribirse en un papel y lanzarse al viento, con la esperanza de que un dios bondadoso los encuentre y los escriba en la Historia oculta del mundo, y los convierta en Destino.
Kageyama deseó tantas cosas que involucraban a Hinata que estaba seguro de que en ese libro habría como siete u ocho capítulos solo con su nombre, y quería pensar que si todo estaba allí escrito entonces algún día lo recordaría, cada palabra, cada minuto, todo lo que pasó entre ellos.
—Esto —susurró Kageyama, pasando dos dedos por las líneas de su palma, pasando de la tela a la piel.
—¿Estar conmigo en un hospital?
—Volver a tocarte —dijo, y sus dedos trazaban círculos sobre los huesos de los nudillos—. Volver a oír tu voz. Volver a colocarte la pelota.
Vio las lágrimas de Hinata comenzar a formarse, y se mordió un poco el labio, porque no quería haber provocado eso.
—Ya no soy el mismo. Puede... Puede que el Shoyo que conocías se quedase en esa carretera, ¿sabes? Y bueno, no es que este Shoyo esté mal, quiero decir, soy yo y bueno, es como lo que hay, pero no quiero que estés esperando por alguien que igual ya no existe.
—Yo tampoco soy el mismo —dijo Kageyama, rozando su nariz con la de él—. A lo mejor el Tobio que tú conoces se quedó también en esa carretera.
Hinata sonrió.
—Bueno —susurró, pasando la lengua por la comisura de la boca y atrapando una lágrima traicionera—. Entonces tu Tobio y mi Shoyo han estado ahí haciéndose compañía todo ese tiempo. Me parece mal. Creo que deberíamos hacer algo al respecto.
Kageyama rió, apretándole la mano.
—Podemos ir a buscarles.
Kageyama le miró. Hinata no sólo era guapo. Había muchos chicos guapos en el mundo, es decir, podías abrir una revista y encontrarte como a un millón de chicos con caras perfectas y brazos fuertes y abdominales y todo eso, pero ninguno tenía ese mechón de pelo naranja que a veces le tapaba la visión. Ninguno tenía esa forma de mirar hacia arriba, pestañas largas y naranjas sobre ojos color caramelo, siempre más oscuros en la zona exterior del iris, con betas oliva cerca de la pupila.
Tienes varios tonos de castaño y me gusta pensar que sólo yo lo sé, que sólo yo entiendo tus ojos y sé que se ponen más claros cuando es verano y estás feliz y te ríes de chistes malos que ni entiendes, y se vuelven oscuros cuando me buscas en la pista y saltas al ritmo perfecto, y conoces mis miradas, la palabra que se me traba en la lengua, la caricia que estoy esperando.
—¿Y qué les decimos? —preguntó él. Su estrella polar.
Kageyama-kun, mírame y no te pierdas.
—Que se vayan a la mierda.
—A lo mejor les necesitamos un poquito —susurró Hinata—. Quiero volver a jugar. Ese es mi deseo.
Lo había dicho.
Lo había lanzado al viento. Ese deseo, otra vez, en voz alta, como un reto hacia los dioses, que podrían decidir podar definitivamente sus alas y dejarle en el suelo, como un cuervo desplumado. Si no podía volar, ¿entonces qué es lo que era?
Kageyama ni siquiera pensaba en sus piernas, porque ¿a quién le importa poder andar si no puedes jugar al voley?
¿Quién podría entender eso, salvo ellos?
—Y el mío.
—¿Lo escribiste antes?
—Pues claro, idiota —dijo, besándole sobre el labio superior.
—Pensé que tu deseo era otro —rió Hinata, y otra lágrima se escapó—. Pensé que habías escrito algo sobre besarme todo el tiempo y todo ese asunto de mi lengua y la isla. Sería un buen deseo de todas formas, ¿eh? Quiero decir, si hubieses escrito eso, pues me parecería bien también. No es tan genial como escribir algo en plan "que Shoyo vuelva a jugar mejor que yo y a ganarme todas las veces", pero si hubieses preferido mi lengua a mi juego tampoco me habría parecido tan terrible.
Kageyama soltó una risa a su lado, y fue tan real que se sorprendió a sí mismo.
—Sería un buen deseo —dijo al final, sonrojándose—. Lo pediré por mi cumpleaños.
—¡Queda un montón para tu cumpleaños!
—Pero el año pasado no pude pedir nada —dijo, encogiéndose de hombros—. ¿No me lo reservan los dioses en una lista de deseos o algo así?
—Los dioses no son Amazon, sabes. No hay una... lista que puedas ir guardando para cuando te apetezca, Bakayama.
Kageyama parecía contrariado, porque no le gustaba comprar por Amazon, tenía que tocar el producto con sus manos y si además estaba hecho en Japón, pues mejor.
—¿Tú pediste algo este año? —preguntó.
—¿Si te lo digo traerá mala suerte?
—Me da igual la mala suerte. Dímelo.
Hinata no estaba tan convencido, quizás tenía miedo de tener otro accidente terrible y despertarse con cincuenta años, pero Kageyama no quería vivir esquivando temores.
—Pedí volver a jugar contigo al voley. Es estúpido, pero yo-
—Deseo concedido —dijo Kageyama, levantándose de golpe. Se acercó a su bolsa de deporte, apartada en un lado de la habitación y la abrió, sacando una pelota—. Siéntate.
—Q-qué dices, Bakayama. ¡No puedo! ¡Y tú tampoco!
—¿Que no podemos? —preguntó, serio, frunciendo el ceño—. ¿Desde cuándo no podemos hacer algo?
—Desde que yo estoy en una silla de ruedas. Y tus padres esperando abajo—gruñó, enfadado—. Tienes la mano llena de puntos. ¡Guarda la pelota! ¡Eres lo peor! Podrías... Podrías romperme el corazón de tristeza o algo así, ¡eso no se hace!
—Correremos ese riesgo —dijo Kageyama, y empezó a golpear la pelota suave, con los dedos de la mano izquierda, sobre su cabeza, en pequeños pases a sí mismo, junto a la cama—. Vamos, siéntate bien.
—Te odio —dijo Hinata, tapándose la cara con las manos. Apenas había puesto los dedos sobre su cara, Kageyama se abalanzó sobre él y le apartó la mano, intentando que se sentase en una posición buena para pases. Hinata empezó a luchar, intentando deshacerse de él—. ¡Suéltame!
—No grites —dijo—. Van a echarme, idiota.
—Tus padres están esperando.
—Que esperen. Voy a colocarla para ti.
Necesitaba verle tocarla. Tocar la pelota, tenía que sentirla, tenía que recordar que todo lo que hiciesen para que volviese a jugar sería poco.
Kageyama haría lo que fuese por verle otra vez en la pista. Porque se lo debía.
Y porque jugar con él, egoístamente, le hacía más feliz que ninguna otra cosa.
—Será un desastre —dijo Hinata, torciendo el gesto, abriendo las manos
—Muy bien, pues que sea un desastre. Dame el peor pase de la historia. Peor que los primeros—. Pensó en la Ocean. En el contrato. En las palabras de Dani. Y pensó también en su primera vez, la primera que Hinata remató su colocación rápida, la primera vez que se sincronizaron. Cuando confirmó lo que supo desde que le vio con catorce años: que era él la persona que había estado esperando—. Esa será tu línea de salida.
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Espero que os gustase.
Os adoro tanto.
