EPÍLOGO
Diez años después...
—¡Padre, no es justo! ¡No es justo! —El pequeño Eddie, a sus nueve años solía, ser muy paciente para un niño de su edad, pero Edward entendía su frustración pues el mismo la sentía en carne propia.
—Tranquilo, hijo. Pronto mejorarás. —Intentó consolarle desde la distancia.
Estaba demasiado a gusto tumbado en la hierba, con la cabeza apoyada en el regazo de su esposa que sonreía al ver el ceño fruncido de su hijo mayor.
—¡Siempre dices lo mismo, padre! ¡Pero eso nunca pasará!
—¡Claro que sí, es cuestión de práctica! —Añadió Edward.
—¿Y yo, padre? ¿Yo también mejoraré? —Preguntó Esme, la pequeña de seis años era una versión en miniatura de su madre, y al igual que hacía ella durante su infancia, perseguía a su hermano mayor de un lado a otro.
—Cielo, por el bien del orgullo masculino del Clan y sus hombres, será mejor que no mejores más. —Bromeó el guerrero sonriendo a su hija.
—¡Edward! —Le regañó Isabella— ¿Cómo puedes decir eso?
—Porque es verdad, tu hija ha heredado la habilidad de los Swan con el arco y eso para nosotros, es un poco doloroso.
—Exagerado. Edward también es muy hábil con el arco, será el mejor. Mis pequeños llevan sangre Swan y serán unos habilidosos arqueros, como su madre, como su tío, como su abuelo...
—No lo niego, pero la destreza femenina, supera a la masculina, y eso es demasiado frustrante. Deberías comprender a tu hijo.
—Y lo hago, pero tampoco quiero menospreciar las habilidades de su hermana. Esme es incluso mejor que yo…. Y tú lo sabes, cariño. No pasa nada porque de vez en cuando, reconozcas la destreza de tu hija.
—Y ese detalle es el que molesta a nuestro pequeño hijo y futuro laird de nuestro clan. —Explicó alzándose sobre sus codos—En unos años comprenderá que nunca podrá ser mejor que ella, pero no voy a desalentarle. Y ahora... Sigue acariciando mi cabello, ¿Esos diablillos me han hecho bajar del cielo! —Susurró volviendo a relajarse sobre su regazo—. Necesito seguir disfrutando de mi remanso de paz.
—¡Serás mandón! Se quejó Isabella revolviendo su melena cobriza, en la cúal ya se podían observar algunos mechones grises, señal de cómo había pasado el tiempo.
—Son órdenes de tu laird, mujer y debes obedecer. —Sonrió buscando su pequeña cintura para hacerle cosquillas.
Efectivamente, desde hacía tres años se había convertido en el laird del clan. La muerte de Carlisle fue muy dolorosa para todos, pero sobre todo para él, pues estaba muy unido a su padre. El invierno anterior había sido demasiado frío y húmedo y los pulmones de Carlisl, debilitados desde hacía años, no pudieron resistirlo.
Tras pasar un mes en cama, sufriendo la falta de aire y los incómodos golpes de tos, el hombre murió tranquilo por saber que dejaba a sus gentes en buenas manos y feliz por ver su hijo enamorado, padre de familia, pero sobre todo por saber que se reuniría con su difunta esposa Esme.
A Edward le quedó el consuelo, que aún después de todo lo que habían sufrido, su padre pudo disfrutar de unos últimos años de felicidad junto a sus nietos.
La traición de James les marcó a todos.
Carlisle fue en persona a la corte para explicarle a Aro lo sucedido, quien entendió que los planes de James eran ajenos a la lealtad de los Cullen con la corona. Si bien pudieron frenar a Cayo y mantener la frontera intacta hasta su derrota, la herida de Carlisle por no haber sabido conducir a su hijo por el buen camino le atormentó hasta los últimos días de su vida.
Edward también cambió en cierto modo. Tardó más de un año en poder dormir sin que la imagen de James, muriendo en sus manos fuese la protagonista de sus pesadillas. Por las noches se levantaba bañado en sudor y sobresaltado. Bella sabía la causa de su estado, y en más de una ocasión le hizo entender que no era culpa suya, que él solo había actuado para defenderse a él y a los suyos, pero, aun así, el sentimiento de culpa le acompañaba, hasta que llegó al mundo su primer hijo.
Cuando Bella le informó de su embarazo, se sintió el hombre más feliz del mundo. Tenia que reconocer que se convirtió en un esposo demasiado sobreprotector y cuidadoso, pero no quería que nada le ocurriese.
El día del nacimiento de Edward, lo atesoraba como uno de los más bonitos de su vida. Cuando ese pequeño de ojos verdes y pelusilla cobriza en la cabeza le sonrió por primera vez, sintió como su corazón se ensanchaba.
Fue en ese instante cuando se dio cuenta de que si James hubiera logrado asesinarle le habría privado de ese placer. No habría podido disfrutar de esa alegría, ni él, ni Isabella, pues James la habría sumido en una vida de dolor y llanto, contando con que la hubiese dejado vivir.
Su hermano sentenció su propio destino, ese día lo entendió y desde ese momento se dedicó a ser feliz.
Unas manitas palmeando su rostro le hicieron volver al presente.
—Papá, despierta. —Chillaba la cantarina voz de Renné, la más pequeña de sus tres vástagos. Con cuatro años, era una niña incansable, que irradiaba la misma energía y luz que su madre.
—¡Oh, ven aquí! —Sonrió alzando a la pequeña por encima de su cuerpo—¡Así qué te has despertado de tu siesta y has decidido que papá también debe hacerlo!
—¡Sí! ¡Vamos a jugar al caballito!
—Cariño, deja a papá descansar. —Pidió Isabella tomándola entre sus brazos y peinando sus rizos castaños.
—¡No! ¿Quiero jugar!. —Se revolvió la pequeña.
—¡El caballo está ensillado para que la princesa pueda jugar! —Exclamó Edward colocado a cuatro patas sobre la hierba mientras relinchaba imitando el sonido del animal lo que hizo que la pequeña rompiera en aplausos y se liberase del agarre de su madre para subirse a la espalda de él.
—¡Vamos! ¡Vamos! —Gritaba aferrándose a la camisa de lino de Edward que comenzó a andar en círculos.
Isabella no podía parar de reír al ver la imagen. El feroz Edward Cullen sometido por una pequeña hija.
—Si la gente del clan te viese así, te perderían el respeto que te tienen. ¡Su laird a merced de una niña de cuatro años!
Edward gateó hasta ella y besó suavemente sus labios.
—Es que estoy a vuestra merced, sois lo más importante de mi vida y mi debilidad.
Isabella sonrió ante sus palabras y acarició su rostro.
—¡Yo también quiero, papá! ¡Yo también! —Se escucharon la voz de sus hija mayor se escuchó a lo lejos..
Esme llegó corriendo hasta ellos y aun con la pequeña Renné sentada sobre Edward ella tomó posición detrás de su hermana.
—¡Vamos caballo! —Gritaba la niña.
Edward continuaba dando vueltas con sus dos pequeñas encima, incorporándose levemente sobre sus rodillas haciendo que la risa de ambas se intensificara.
El pequeño Edward, quien había sido abandonado en su juego por su hermana mediana miraba la escena con los brazos cruzados.
—¡Cariño, ven a jugar tú también! —Pidió su madre.
—¡No quiero!
—¡Vamos, hijo, aquí hay hueco para uno más! —Exclamó su padre golpeándose el muslo como si fuese su grupa.
—¡No es verdad, no cabemos en tu espalda! —Se quejó aproximándose hasta su padre y sentándose en el regazo de Isabella.
Era un niño vivaz y risueño, pero a veces, cuando las dos pequeñas jugaban con las muñecas de trapo o de madera él se quedaba sin saber muy bien que hacer, y además, se mostraba un poco celosos cuando las niñas acaparaban la atención de su padre, por lo que buscaba refugio en los brazos de Isabella.
—¡Oh! Ya sé que debo hacer para alegrar esa carita... ¡Una guerra de cosquillas!
Isabella empezó a juguetear con su hijo buscando sus puntos más sensibles haciendo que el niño se retorciese y en cogiese intentando esquivar las cosquillas de su madre. En esa batalla, derribaron A Edward con las dos pequeñas que cayeron al suelo y sin pensárselo dos veces se unieron a la batalla llenando de alegría y alboroto el prado en el que se encontraban.
Tanto Edward como Isabella adoraban pasar esos momentos con sus pequeños e intentaban realizar ese tipo de excursiones al menos un par de veces a la semana.
Los niños cayeron rendidos esa noche, tanto juego les había dejado agotados, aunque no fueron los únicos a quienes la actividad le pasó factura.
—Estoy demasiado viejo para estas cosas. —Se quejó Edward con las manos en la zona lumbar. El peso de las pequeñas le había resentido la zona—. Cero que vas a tener que hacer algo, vida mía. —Pidió tumbándose boca abajo en la cama.
—Es que eres un bestia, deberías jugar de una en una con ellas, no con las dos. —Le regañó Isabella mientras sacaba de una bolsita un ungüento y se sentaba a horcajadas sobre su espalda para empezar a masajear la zona.
—Si el jugar con ellas hace que por las noches tengas que curarme de esta manera, las subiré en mi espalda todos los días. ¡Auch! —Se quejó al sentir como los traviesos dedos de su esposa pellizcaban su piel.
—Es usted demasiado listo, mi señor. —Bromeó Isabella.
—Ya sabes, soy capaz de hacer cualquier cosa con tal de que me pongas las manos encima.
—¡Ahh! —El jadeo de sorpresa brotó de la boca de Isabella al sentir como Edward se incorporaba y le hacía caer de espaldas sobre la cama para cernirse sobre ella.
—¿No te dolía la espalda?
—Pero tus manos son milagrosas. —Susurró besando su cuello.
Isabella cerró los ojos y se dejó disfrutar de las atenciones de su marido. Los labios de Edward bajaron por su escote y apartaron la fina tela de su camisón para capturar uno de sus pezones.
—Uhmm —Gimió arqueándose haciendo que él intensificase sus tenciones.
Tan perdido estaba intentando provocarle placer que le costó escuchar las palabras de su esposa.
—Edward... —Susurró acariciando su pelo.
—Sí...
—Quiero otro... —Jadeó de nuevo al sentir como su seno izquierdo recibía la misma atención que su gemelo.
—¿Otro qué, mi vida?
—Otro hijo...
La juguetona lengua de Edward paró y abandonó el dulzor que saborea a para mirar fijamente a su esposa que le sonreía sonrojada.
—¿Has dicho otro hijo?
—Sí, un niño, un compañero de juegos para Edward...
—Pero si ya tiene a sus hermanas...
—Pero se siente un poco aislado cuando ellas se ponen a jugar con cosas de niñas, incluso esta tarde, ¿No lo has visto?
—Mi vida, tus hijas casi me dejan lisiado esta tarde.
Isabella arrugó el entrecejo ante sus palabras.
—Nuestras hijas juegan así contigo porque tú se lo permites, les has acostumbrado a ello desde pequeñas y aunque lo niegues lo disfrutas tanto o más que ellas. Pero... Entiendo que estés demasiado viejo para ponerte a la labor de engendrar un nuevo bebé... —Habló como si nada, sabiendo que heriría su hombría.
—Ah, ¿Sí? ¿Te parece que esto es señal de estar viejo? —Susurró rozando su inhiesto miembro contra el centro de ella.
—Uhmm.
—Ahora, querida esposa, vas a ver lo que es capaz de hacer este viejo... —Amenazó Edward rasgando su camisón en introduciéndose de un solo empellón en su interior. Ella estaba húmeda por lo que el jadeo que brotó de su garganta fue del abrumador placer que le sobrevino.
Una, dos, tres veces le hizo el amor aquella noche de seguido. A cada cual más intensa, más profunda, más salvaje. Después de tantos años ambos se conocían a la perfección y en lugar de que su libido de cayese, al contrario, aumentaba al saber cómo complacerse el uno al otro.
Saciados y agotados, yacían sobre el lecho aferrados el uno al otro.
—Y bien, ¿He perdido facultades con la edad? — Le preguntó a Bella jugueteando con un mechón de su cabello.
—No, pero...
—¿Pero?
—Pero deberemos seguir practicando si queremos conseguir nuestro objetivo. —Susurró Isabella sentándose a horcajadas sobre él e intentando estimular le de nuevo.
—¡Oh mi pequeño tesoro! ¡Vas a ser mi muerte! —Confesó Edward dejándose acariciar por su esposa—. Mi muerte y mi perdición, mi tesoro, mi muerte y mi perdición. —Repitió volviendo a besarla, dispuesto a cumplir con sus deseos y seguir disfrutando de una vida plena a su lado.
FIN.
Buenos, pues ahora sí, la historia a llegado a su fin. Espero que os haya gustado y disfrutado de esta aventura.
Por mi parte tengo que agradecer a todos los que habéis dedicado un ratito de vuestro tiempo a leer y comentar.
¿Y Ahora qué?
Pues ahora, lamentablemente toca esperar.
Mi idea era continuar con una nueva publicación al acabar esta, pero no va a poder ser.
El trabajo, la pandemia y mis circunstancias personales me han complicado el escribir y la inspiración también me ha abandonado.
Tengo una historia empezada, la cual, espero poder reconducir y avanzar en su escritura. Podría empezar a subirla, pero personalmente me gusta hacerlo cuando está finalizada y solo falta revisarla, sobre todo por vosotros, los lectores.
No me gustaría que tuvieseis que esperar semanas para leer un capítulo, creo que eso rompe la magia de la historia.
Nos oy escritora profesional, solo una aficionada, pero creo que todo aquél que lee merece un respeto y eso pasa por subir algo con cierta calidad y sobre todo que no implique dejaros a medias.
Así que… intentaré con todas mis fuerzas avanzar en su escritura y volver por aquí pronto.
Aún así, espero poder subir al menos algún One Shot pronto, siempre que mi imaginación quiera ayudar.
Mil gracias a todos y….
Nos vemos pronto, espero.
Missreader.
