Disclaimer: nada de esto me pertenece, los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer y la historia a Rochelle Allison, yo solo la traduzco.


APPEASE

Capítulo treinta y cuatroGorra

Apenas hemos vuelto del puente de Acción de Gracias cuando llega diciembre, con la Navidad cerniéndose en el horizonte. Los fríos días pasan como un borrón de trabajo escolar frenético, bufandas, manoplas perdidas y chocolate caliente. Tengo que entregar un trabajo justo antes de las vacaciones de Navidad, y es a lo que dedico la mayor parte de mi tiempo cuando no estoy con Irina y Alistair.

Aunque las clases también tienen ocupado a Edward, así que estamos igual. Los dos anhelamos los breves momentos que pasamos juntos de vez en cuando y definitivamente estamos deseando que lleguen las vacaciones, pero los dos entendemos que esto es lo que hay. Nuestros estudios van primero. O, en mi caso, los niños y mis estudios.

―Así que, ¿qué queréis por Navidad? ―les pregunto a los gemelos una mañana de camino al colegio.

―Yo quiero el nuevo iPhone ―dice Irina sin perder un segundo.

Yo frunzo los labios para no decir lo que me gustaría y centro mi atención en Alistair. Él se encoge de hombros.

―No sé.

―Espero que vayamos al Rockefeller Center a patinar con papá ―dice Irina con las mejillas encendidas por el entusiasmo―. ¿Recuerdas cuando Doris nos llevó el año pasado, Al?

―Sí. ―Asiente, mordiéndose la uña del pulgar mientras mira por la ventana.

Doris fue la niñera anterior a mí. Del tipo Sra. Doubtfire; aparentemente, y solo sé esto porque Alice me lo ha contado, dimitió por diferencia de opiniones con Tanya. No me sorprende, pero me entristece que no pudiera aguantar un poco por los niños.

―¿Tú has estado? ―me pregunta Irina.

Yo sacudo la cabeza.

―No. Yo... bueno, he pasado por allí, pero nunca he ido.

―Deberías ir. A lo mejor Edward te lleva.

―A lo mejor ―repito, preguntándome porqué Alistair está tan silencioso esta mañana. Supongo que podría ser cualquier cosa; podría ser que solo esté cansado.

Eleazar aparca en la acera y abre la puerta para que salgan los niños. Le coloco la gorra a Alistair, apartándole de los ojos el mechón de pelo rubio. Es tan mono... solo puedo imaginar el aspecto que tendrá cuando sea más mayor.

―¿Estás bien, amigo? ―le pregunto en voz baja, reteniéndole un momento.

Él asiente, sonriéndome vacilante.

―Adiós, Bella.

* . *

Me siento sobre mis pies, que todavía están helados. Edward ha subido la calefacción en cuanto hemos cruzado la puerta, pero al loft le está llevando un rato calentarse.

Es tarde, casi media noche, y estoy en la reserva. Los últimos días los he pasado estudiando. Donde todo se hace más fácil para los gemelos según se acercan las vacaciones de Navidad, para mí solo se hace más difícil. Tengo los exámenes trimestrales en un par de días y he pasado todos mis ratos libres con la nariz metida en un libro.

Estoy un poco quemada. Los dos lo estamos, lo que es la razón por la que Edward finalmente ha tenido la rabieta que los dos hemos estado queriendo tener. Tras un par de mensajes, apareció en la biblioteca Bobst, dónde yo estaba medio escondida bajo una pila de libros de texto y apuntes.

―¿Cómo has sabido dónde estaba? ―le había preguntado, mirándole con un pestañeo adormilado.

―Casi siempre te sientas aquí atrás. Y... ―Empieza a sonreír satisfecho, pero acaba bostezando―...He conseguido que una chica que te conoce... estaba colocando las estanterías... me lo dijera. Dijo que te había visto...

Me había ayudado a recoger y habíamos ido a cenar a un sitio de comida tailandesa que él sabía que me encantaba.

Y ahora estamos aquí, en el loft. Parece que no he estado aquí en una eternidad, aunque solo ha sido una semana o dos.

Edward me echa una enorme manta gruesa sobre las piernas y se sienta a mi lado.

―Hola ―dice, suspirando, pasándose las manos por el pelo. Por lo que parece, hace un par de días que no se afeita.

―Hola. ―Me inclino para besarle en la mejilla.

Con los ojos cerrados, sonríe.

―Te he echado de menos.

―Yo también te he echado de menos...

―He visto las fotos ―dice, girando la cabeza hacia un lado para poder mirarme―. De ti y mi padre con los gemelos en el Rockefeller.

―Oh, sí. ―Asiento, sonriendo por el recuerdo―. La verdad es que yo no patiné... Solo fui para que tu padre tuviera ayuda. Es un poco incapaz para ser un hombre con cuatro hijos.

Edward resopla.

―Eso es porque siempre hay niñeras para ayudar.

―Tú madre también estaba presente ―digo, asintiendo.

―Sí. Pues en ese caso eran mi madre y un par de niñeras a tiempo parcial. Pero ya sabes que los gemelos no tienen eso, así que...

―Lo está intentando, Edward.

―Lo sé. ―Se endereza, apoyando los codos en sus muslos.

Pasa un segundo y entonces Edward empieza a sacudirme.

―Vamos a la cama.

Abro los ojos. Ni siquiera he notado que me quedase dormida.

―Mm... Vale. Pero tengo que levantarme pronto...

―Lo sé. ―Me pone de pie―. Yo mismo te llevaré a casa. Pero... te quiero aquí. Esta noche.

Bostezando, camino a trompicones tras él hasta su cama y caigo en ella. Me quito los zapatos con los pies y luego me acurruco, suspirando feliz. Edward me sigue un segundo después, sus frías manos me encuentran y me acerca a él.

―Desearía poder tenerte aquí todas las noches ―murmura medio dormido.

Por la mañana nos levantamos lo suficientemente temprano como para darnos una cálida ducha juntos. El invierno suele resecarme la piel, así que me echo un poco de la cara crema de Edward. Huele masculina y fresca y, cada vez que me llega el olor, sonrío porque me recuerda a él.

Me cambio en el ático y me reúno con los gemelos en la cocina, dónde ellos se están poniendo de pie mientras se limpian los bigotes de leche de sus labios superiores. La Sra. Cope me mira con una amplia sonrisa, levantando una espátula.

―¿Tienes tiempo para unos huevos, cariño?

―Hoy no, pero gracias ―digo, sintiéndolo verdaderamente. Nadie hace el desayuno como la Sra. Cope.

―¿Podemos cenar comida de desayuno esta noche? ―pregunta Alistair, llevando su plato al fregadero―. ¿Por favor?

―Ya veremos ―dice ella, pero sé que cederá.

Les meto prisa a los gemelos para que se duchen, se laven los dientes, se peinen y se vistan, consiguiendo de alguna manera salir por la puerta a tiempo. Todo el rato, en mi cabeza dan vueltas los exámenes de mañana; el grupo de estudio a la una; Charlie, que viene en las próximas semanas; Edward. Edward ahora mismo, Edward en general. Tengo mucho encima estos días. Ahora recuerdo porqué siempre he evitado las relaciones serias. Y, aun así, extrañamente, no sé como haría esto sin Edward.

Solo me relajo cuando estamos en la carretera con Eleazar.

Solo unos días más y luego... vacaciones de Navidad.

* . *

―Ya puedes mirar ―me susurra la voz de Edward al oído.

Abro los ojos lentamente, pestañeando ante el suave brillo gris del Rockefeller Center en el crepúsculo. Sonriendo, me deslizo hasta la puerta y salgo del taxi, cerrándome bien el abrigo contra el frío aire nocturno.

Edward paga al conductor y se une a mí, cogiéndome la mano.

―La última vez no pudiste patinar mucho, ¿verdad?

Sacudo la cabeza, mordiéndome el labio.

―No.

―Tú... sabes patinar sobre hielo, ¿verdad?

―Sí. ―Río suavemente.

Él asiente. Nos miramos un segundo, con los ojos buscando, los corazones amando. Esta noche celebramos el final del trimestre. Ayer hice mi último examen y Edward lo ha hecho hoy.

Ahora tenemos el siguiente par de semanas para nosotros. Sé que va a seguir siendo una locura entre cuidar a los gemelos, hacer las compras de Navidad y la visita de Charlie, pero lo estoy deseando.

Vamos hasta el centro, dónde alquilamos patines y salimos al hielo. Hay muchísima gente: niños que chillan, parejas mayores, solitarios... Al principio estoy un poco oxidada pero, tras unos minutos, voy recordando.

Edward y yo giramos por el hielo como si voláramos. Las risas se me escapan como burbujas de un refresco. No puedo recordar la última vez que hice algo como esto, que fuera solo para mí.

―Me encanta ―susurro. Las palabras salen por voluntad propia.

―Sabía que lo haría ―dice Edward―. Esperaba que sí.

―De verdad...

Se mueve para quedar frente a mí, cogiéndome las dos manos. Nos deslizamos fluidamente por una curva, con nuestro aliento helándose en el aire.

Edward me suelta una mano y busca en su bolsillo. Nuestra falta de impulso nos lleva gradualmente a detenernos y me agarro a su abrigo para mantener el equilibrio.

―Iba a esperar a Navidad... pero he pensado que es lo suficientemente temprano. ―Me da una pequeña cajita con un lazo. Incluso una residente no nativa de New York reconoce el tono de azul de Tiffany's.

Mi corazón se salta un latido y abro la caja rápidamente para aplacar mi ansiedad.

Dentro hay un pequeño llavero con forma de corazón, con una llave normal colgando de él. Es bonito, dulcemente simple.

―Así que... sé que quieres esperar para mudarte conmigo. Hasta que estemos más... ―Se pasa las manos nervioso por el pelo―...Comprometidos. Pero quiero que tengas esto, para que puedas ir y venir cuando quieras. ―Sus ojos miran los míos―. Quiero que sientas que mi casa también es la tuya.

Asintiendo, cierro con cuidado la caja y me la guardo en el bolsillo interior de mi abrigo, esperando a hablar hasta que he recuperado el aliento.

―Gracias ―susurro, agarrándome a las solapas de su abrigo.

―¿Te gusta? ¿Está bien?

―Me encanta ―digo, pegándome a él―. Me encanta. Gracias. ―Abrumada, me estiro para besarle, casi deslizándome al suelo en mi fervor. Él sonríe, con las mejillas rojas y aliviado, y me rodea con sus brazos.

La nieve empieza a caer, flotando desde el cielo opaco.


¡Hola!

Reconocedlo, a vosotras también se os ha parado el corazón con la cajita de Tiffany's.

Estoy deseando leer vuestros comentarios. Nos leemos mañana.

Gracias por estar ahí.

-Bells :)