Capítulo 32: La primera caída, parte II

El retorno a Inglaterra fue uno de los peores viajes que Abraxas Malfoy había tenido en su vida. El repentino cambio en el ambiente y la tensión que los rodeó los acompañó durante todo el trayecto, sin embargo la incertidumbre era la peor sensación que rondaba en su interior.

No logró saber el por qué ni la razón por la que regresaban tan rápidamente a Londres, pero tampoco había podido hablar con Valerie, la cual tenía el semblante tenso y la mirada perdida mientras Vladimir la conducía con una de sus manos sobre su hombro. El rey de los vampiros también parecía intentar contener las emociones que lo embriagaban, pues su mandíbula estaba apretada y sus labios formaban una linea recta.

Algo había ocurrido, eso no le cupo duda, pero la gran pregunta era ¿qué podía haber obligado a ambos vampiros a dejar su castillo con tanta prontitud? La única diferencia de su retorno era que, en esta ocasión, la general Ileana los acompañó tras señalar que no dejaría a los reyes solos.

Abraxas estudió con pesar la espalda de su amiga y de pronto notó la mirada de Greyback sobre él. Mago y hombre lobo se observaron por unos segundos, haciéndole saber al otro de sus preocupaciones simplemente con la mirada.


Encontraron el cuerpo de Walburga en el patio.

La imagen fue devastadora. Su cuerpo yacía sobre una mesa de piedra, sus brazos habían sido cruzados sobre su pecho y entre sus dedos descansaba su varita. Sus facciones estaban relajadas y su piel blanca como la nieve. Su ropa estaba estirada y limpia, mientras una rosa negra descansaba a su lado. Sin embargo, todo atisbo de paz fue interrumpido por las horribles y profundas heridas que dejaron su cuello destrozado y con rastros de sangre.

Dumbledore actuó con rapidez y con un complejo encantamiento selló las heridas, como si nunca hubieran existido, y cubrió las extremidades de la bruja con una burbuja transparente para evitar la descomposición de su cuerpo.

Valerie cayó de rodillas frente a su vieja amiga y se quedó congelada observando su cuerpo completamente conmocionada.

—Azriel —murmuró iracundo Vladimir y apretó lo puños. Ileana dejó escapar un siseo de frustración ante las palabras del rey.

—No fue él… —señaló Razvan enfurecido—. Las heridas no calzan.

Las palabras del vampiro parecieron traer de regreso a Valerie que comenzó a respirar con dificultad e, inesperadamente, un fuerte temblor remeció el suelo.

—¿Qué está pasando? —chilló Ginny sorprendida.

Vladimir y Razvan se miraron entre ellos, alarmados, pues la vampira parecía a punto de perder el control.

La visión de Valerie se volvió borrosa cuando las lágrimas de sangre llenaron sus ojos. Su pecho agonizó por el dolor y la imagen del cuerpo sin vida de su amiga aplastó sus entrañas con fuerzas.

Y entonces lo sintió, su ira, su fuerza y sobre todo su poder. Toda esa energía que la había abandonado ahora estaba de regreso y se removió, expectante, ante las fuertes y dolorosas emociones que giraron en su interior. En cualquier otro momento habría resistido y se habría asegurado de controlar como sus sentimientos afectaban su poder, pero en esta ocasión no pudo y se dejó llevar por la ola de ira y desesperación que la ahogaba.

A su alrededor todo se volvió un caos. El suelo tembló nuevamente y gruesas llamas de fuego emergieron de este para luego esparcirse por el lugar. Una sensación agobiante cayó sobre el resto de los presentes, a quienes les costó respirar y observaron a la vampira aterrados.

El pelo de Valerie pareció tener vida propia y se removió en el aire sin que hubiera una corriente de viento que lo hiciera. Sus extremidades temblaron y pequeñas olas de fuego brotaron de sus hombros para descender sobre su espalda.

Las llamas del suelo la encerraron en un círculo, la tierra se resquebrajó y una ola de poder envolvió a la vampira, la cual parecía fuera de si misma, como una bestia herida y furiosa imposible de tranquilizar.

Razvan e Ileana guiaron y alejaron a los humanos lo más rápido que pudieron, mientras ellos observaron con terror el esplendor de poder que Valerie emitió. Si bien en la guerra habían podido apreciar de lo que era capaz, el escenario actual era completamente diferente y mucho más espeluznante del que hubieran imaginado.

En tanto el grupo se alejó, Vladimir fue el único que se acercó a la vampira con lentitud, pero seguridad en cada uno de sus pasos. Atravesó las llamas como si estas no existieran, las cuales acariciaron su piel sin dañarla.

A medida que se acercó a la vampira, reparó que sus hombros se sacudían con violencia de arriba hacia abajo y cayó en la cuenta de que estaba llorando. Su pecho se apretó, corrió el tramo que los separaba, la rodeó con sus brazos y la estrechó contra él con fuerza.

Grito de dolor y desesperación quebró el silencio.


Lo último que vio, antes de ingresar con los demás a la mansión fue a Vladimir abrazar a Valerie la cual lanzó un grito desgarrador de dolor hacia el aire.

Algo dentro de Tom Riddle se quebró al ver su sufrimiento. No le importó ni le asombró todo el poder que brotó de ella, pues detrás de eso su dolor fue palpable. No pudo soportarlo. Se sintió inútil, pero sobretodo frustrado consigo mismo. ¿Por qué? La simpleza de su pensamiento fue como una bofetada y se resumía en un hecho claro: él no quería que Valerie sufriera más.

Era el momento de dejar de pensar tanto y comenzar a tomar acciones. Estaba claro que tenerla de vuelta a su lado era una odisea casi imposible, pero por lo menos podía asegurarse de que ella no padeciera más por lo que estaba ocurriendo y menos por los errores que él había cometido.

Estaba decidido, iba a garantizarle a la vampira que nada volviera a atormentarla aunque fuera lo último que hiciera y no dudaría en recurrir a cualquier cosa para lograrlo.


—¿Cómo está Valerie? —preguntó Ron cuando Razvan ingresó al comedor.

—Por ahora desea estar sola…

—¿Vladimir está con ella? —preguntó Dumbledore.

Riddle, que estaba en la esquina de la habitación lejos del resto, apretó los puños al escuchar el nombre del vampiro.

—No —fue lo único que respondió Razvan zanjando el tema—. ¿Alguien sabes cómo está Abraxas? —inquirió repentinamente.

—Draco y Harry están con él —señaló Hermione—. No quiso que nadie más lo acompañara, por lo que creo que es mejor dejarlos solos. Walburga era alguien muy importante para ellos.

Ron se acercó al vampiro.

—¿Estás seguro que es bueno dejar a Valerie sola?

—Ella así lo requirió —le respondió Razvan tajantemente.

—Una cosa es lo que ella pida y lo otro es lo que ella necesita. Y te puedo asegurar que ahora necesita a alguien, por lo menos para apoyarla.

—¿Qué vas a saber tu, humano? —replicó el vampiro con fastidio.

—R-O-N, me llamo Ron, maldita sea —el joven suspiró y se apretó la frente, frustrado—. Entiendo que estés preocupado por ella, pero no es razón para ser hostil, ella también nos importa y lo sabes.

El vampiro le lanzó una mirada asesina, pero Ron se mantuvo serio a su lado pese al terror que lo invadió cuando esas orbes rojas lo observaron con tanto desprecio. Ambos se desafiaron con la mirada por unos segundos.

—Lo que señala el joven Weasley no es incorrecto —añadió Dumbledore rompiendo la tensión—. Estoy de acuerdo que ella necesita compartir su sufrimiento con alguien, pues Walburga no era solo su amiga, era como su hermana.

Razvan iba a replicar, pero el mago continuó.

—Tom —el aludido levantó el rostro, extrañado y miró a Dumbledore—. ¿Por qué no vas a ver a Valerie? Tu conociste bien a Walburga y creo que sería bueno que alguien más cercano a ella le haga compañía.

El mago pestañeó reiteradas veces, sorprendido por las palabras de Dumbledore. ¿Realmente consideraba que él era el indicado para algo así? ¿Estaba seguro o estaba tramando algo? No. Sabía que Albus era un viejo amigo de Valerie y jamás haría algo que pudiera perjudicarla.

De pronto, un gruñido grave brotó de la garganta de Razvan, a quien claramente la idea no le agradó.

Riddle suspiró y asintió.

—Si ella me recibe me quedaré, de lo contrario volveré —señaló con lentitud y clavó sus ojos en Razvan. Este último le enseñó los colmillos, pero no hizo ademán de detenerlo.

—Se que te irá bien —añadió Dumbledore con tranquilidad—. Contamos contigo.

El mago frunció el ceño y se retiró inmediatamente para no alargar la extraña situación. Sin intención de querer toparse con Vladimir en los pasillos o que Razvan cambiara de opinión caminó con cierta rapidez hacia la habitación de Valerie.

Al llegar, inhaló profundamente y tocó la puerta con suavidad.

—He dicho que quiero estar sola —oyó la voz quebrada de la vampira.

Sin responderle, abrió la puerta con lentitud y asomó la cabeza. Valerie yacía tirada sobre la cama con el rostro hundido en una almohada en posición fetal.

—Valerie…

Ella levantó el semblante y le dedicó una mirada de descontento, se quitó las lágrimas de sangre que corrían por su mejilla y se giró para estar de frente.

—He venido a ver cómo estabas —señaló el mago con moderación antes de que ella mencionara algo—. Se que dijiste que quieres estar sola, pero creo que… Te haría bien estar acompañada.

Valerie arrugó la nariz y lo estudió con desconfianza. Riddle por su parte alzó la manos en un gesto conciliador, tomó una silla que había cerca suyo, la arrastro y se sentó frente a la cama para estudiar a la vampira sin invadir tanto su espacio.

—Solo vine a hacerte compañía, si no deseas hablar me quedaré en silencio todo el tiempo que necesites, pero si deseas que me retire solo tienes que pedírmelo.

Ella lo estudió con cierto recelo, más no dijo nada y ambos se sumieron en un molesto silencio.

—Siempre consideré que Walburga era una bruja asombrosa —dijo de pronto Riddle con la mirada perdida en el suelo—. Se que nunca fuimos tan cercanos, pero era una mujer particular, observadora, que siempre estaba un paso adelante. Nunca cuestioné su inteligencia, sin embargo nunca pensé que fuera a ser una mujer tan leal. Nunca entenderé como fue capaz de mantener una relación tan civilizada hacia mi persona, de no guardarme rencor, pero sobre todo… Tratarme como una persona y no un monstruo.

Valerie tragó en seco al escucharlo y tuvo que contener las lágrimas que quisieron deslizarse por sus ojos.

—Ella era… Ella… —su voz volvió a quebrarse y no pudo continuar. Clavó sus ojos en el suelo y apretó la manta que cubría la cama con sus nudillos—. Creo que… La parte más difícil de haber perdido a alguien no es el hecho de tener que decir adiós, sino tener que aprender a vivir sin ellos. Porque, de ahora en adelante estaré tratando de llenar el vacío, la vacuidad que quedó dentro de mi al ya no tenerla conmigo…

Riddle se removió en la silla, levemente incomodo y suspiró largamente.

—Lo sé… No es fácil salir adelante cuando alguien que amas muere —clavó su mirada en ella y Valerie se encontró con que sus ojos la observaron con intensidad—. Pero debes saber que, por más que Walburga haya fallecido, el amor compartieron es eterno, y aquello a quienes amamos estarán con nosotros por toda la eternidad.

Valerie abrió los ojos conmocionada ante la sinceridad de sus palabras y Riddle desvió la vista, sintiéndose extremadamente vulnerable.

La vampira, por su parte, tragó en seco y bajó el rostro. Las palabras de Tom la habían tomado completamente desprevenida pues no hubiera esperado que le mencionara algo como ello. Las preguntas no dudaron en explotar en su mente: ¿Tanto había sufrido él con su muerte? ¿Realmente el creía que el amor que sintió por ella lo acompañaría toda la eternidad?

¿Había sido esta la verdadera razón por la cual Dumbledore lo eligió para consolar a Valerie? Lo dudo, pues el viejo no tenía como saber sobre sus sentimientos ni como él había vivido su pena cuando Valerie murió, sin embargo no dejó de parecerle demasiada casualidad lo que acaba de confesar.

Riddle se mordió los labios molesto consigo mismo. Se sintió patético y débil, pero sobre todo expuesto como nunca lo había estado en mucho tiempo. ¿Por qué debió haber dicho algo como eso?

Sus extremidades se tensaron a la espera de algún comentario mordaz que pudiera recibir por parte de la vampira. Sin poder evitarlo, le hecho una ojeada rápida y se sorprendió de ver a Valerie totalmente conmocionada. Tenía la visa perdida y parecía estar sumida en sus propios pensamientos.

Inhaló y exhaló largamente, sopesando lo que iba a decir a continuación, más sabía que su decisión ya estaba tomada, pero sobre todo tenía claro que solo había una persona con la cual estaría dispuesto a agachar la cabeza o mostrarle su vulnerabilidad. Solo una… y esa siempre sería Valerie.

Con renovado valor, el mago se levantó, se acercó a la vampira y para asombro de ambos se arrodilló ante ella y le sostuvo las manos con determinación.

—Te aseguro que vengarás la muerte de Walburga.

La vampira clavó sus orbes sobre él y en esa distancia él pudo apreciar su nueva tonalidad: un rojo similar al del vino, pero lleno de poder, sabiduría y sobre todo firmeza. Fue entonces que supo que esta era la primera vez que veía, realmente, los ojos naturales de Valerie Deanoff.

—Quién sea que la mató, lo asesinaré —la voz de Valerie sonó clara y sin titubeos, cargada en un profundo odio que hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Riddle que la estudió con una mezcla de asombro y devoción.

—Te ayudaré a dar con el responsable.

Ella bufó y luego chasqueó la lengua con cierto fastidio.

—¿Lo prometes?— replicó la vampira con sarcasmo.

Riddle se puso de pie con seguridad y añadió —Te lo juro.


—No pretenderás quedarte todo el día en esta habitación ¿o si?

Razvan se cruzó de brazos y observó a la vampira con atención. Por más que ella le hubiera ordenado que la dejara sola, tras las cuatro horas que transcurrieron de la visita de Riddle, supo que no podría mantenerse lejos de la reina y mucho menos quería hacerlo.

Maldijo a Dumbledore por décima vez, pues sabía que sus palabras habían nublado su juicio y hecho estragos en su ansiedad. El era un soldado, su deber era velar por el bienestar de la reina y quedarse haciendo nada no era parte de su forma de hacer. El era un hombre de acciones y que enfrentaba los problemas como a de lugar.

—No. Solo quería estar sola un rato, pero veo que ni mis propios súbditos respetan mis ordenes —exclamó con ironía.

El vampiro chasqueó la lengua, disgustado.

—Si te sirve de consuelo, él único que parece respetar tu decisión es el rey.

Valerie frunció el ceño de manera inconsciente. Razvan tenía un punto, sin embargo aquello no le alegraba en lo más mínimo.

—Lamento que nuestra estadía en Rumania no haya sido más larga —señaló ella, repentinamente, cambiando el tema.

Razvan alzó una ceja, extrañado y se encogió de hombros.

—No tienes por qué disculparte, sabes que te seguiré a donde quiera que vayas.

La vampira suspiró y entrelazó sus manos para luego contemplar al vampiro con detenimiento.

—Sin embargo… Todavía estas a tiempo de cambiar de opinión.

—¿De qué hablas? —el tono de Razvan fue levemente mordaz, pero ella lo ignoró.

—Se que haz vuelto a realizar tu juramento hacia mi, pero si deseas cambiar de opinión puedes hacerlo.

—¿Por qué haría eso? —exclamó el vampiro indignado. ¿A dónde quería llegar con sus comentarios? Inconscientemente había apretado los puños. ¿Acaso no quería que continuara sirviéndole? ¿Había hecho algo mal? ¿Debió haberse quedado protegiendo a Walburga?

Valerie suspiró y se rascó el rostro, pensativa.

—Porque así podrías darle una oportunidad a Ileana —el vampiro apretó la mandíbula y se quedó como piedra—. No cuestiono tu lealtad, Razvan. Solo se me cruzó por la cabeza, al verlos ahora en un mismo lugar, que el juramento que haz hecho conmigo te impide estar con alguien y si todavía deseas estar con…

—¡Suficiente!

Valerie se sobresaltó ante el bramido del vampiro y abrió los ojos, anonadada. Sin embargo, en pocos segundos se puso de pie y un aura de oscuridad brotó de su piel, envolviéndola. Sus ojos brillaron levemente y una mirada de desaprobación cruzó su rostro.

Razvan, que cayó en la cuenta de lo que había hecho, lanzó un gemido ahogado y se desplomó de rodillas al suelo con sus brazos pegados contra su costado.

—No olvides con quien estas hablando, Becali. Sigo siendo tu reina y me otorgarás el respeto que merezco —siseó furiosa la vampira.

El cuerpo de Razvan, que había quedado paralizado ante la energía de la vampira, fue estrujado por una fuerza invisible, lo que lo obligó a apretar los dientes para evitar soltar un quejido de dolor.

—Ruego me… Me disculpe, mi señora —tartamudeó él.

Valerie bufó y dejó que su poder desapareciera, liberando el cuerpo del vampiro con rapidez. Razvan, todavía de rodillas en el suelo, agachó la cabeza de manera sumisa cuando recuperó la movilidad de sus extremidades.

—Mi señora, agradezco su consideración, pues su preocupación es inconmensurable. Sin embargo, he de desistir de la oferta —levantó la vista—. Jamás renunciaré al lazo que nos une y seré su más fiel sirviente por el resto de mi existencia.

La vampira suspiró y su semblante se relajó, negó con la cabeza y le regaló una pequeña sonrisa.

—Como tu quieras.

Razvan aflojó el cuerpo, agradecido con que la ira de su reina no hubiera escalado a mayores, aunque sabía que de haber recibido un castigo lo tenía bien merecido.

—Tal vez sería una buena idea salir de la habitación por unos minutos. Muchas emociones en un solo lugar de seguro no hacen bien, mejor cambiar de ambiente ¿no lo crees?


La vampira le dedicó una mueca divertida y asintió. Siempre la hacia gracia la forma en que el vampiro cambiaba su manera de hablarle, pues los dos sabían que había momento en que se dirigía a Valerie y otras veces a la reina. Con un animo más renovado pensó que tal vez Razvan tenía razón y necesitaba cambiar un poco de aire.

No creyó que Valerie fuera a salir de la habitación durante todo el día, por lo que tuvo que esconder su sorpresa al verla ingresar y cargando una pequeña sonrisa en el rostro seguida de Razvan.

El pecho de Vladimir se apretó levemente y supo que por unos segundos tuvo celos de su propio súbdito. Debió haber sido él quien se hubiera encargado de acompañar y animar a su mujer, sin embargo, se limitó a cumplir con lo que ella le había pedido. ¿Había hecho mal en dejarla sola?

Sacudió la cabeza sacando ese pensamiento de su mente.

—Pequeña…

Valerie volteó el rostro y reparó en Vladimir.

El rey de los vampiros sintió como su boca se aguó inmediatamente en el momento en que aquellas orbes rojas que tanto adoraba se posaron sobre él. Notó el leve atisbo de alegría y seguridad que le dedicó la vampira por más que quiso ocultarlo y su estomago pegó un salto, entusiasmado.

Se pasó la lengua por los labios y su mente no pudo evitar recordar lo maravilloso que había sido volver a tenerla en sus brazos y sentir sus colmillos perforando su piel.

—Vlad…

El rey de los vampiros volvió al presente cuando escuchó a Valerie llamarlo.

—Me da gusto verte, pequeña —le regaló una pequeña sonrisa y notó como la comisura de sus labios se elevaron levemente en una mueca de alegría.

—Si, creo que era necesario salir y despejarme un poco. No puedo quedarme por siempre lamentado la muerte de… —la voz de la vampira se apagó y su rostro se tensó.

Vladimir inmediatamente la tomó de la muñeca y la acercó a él para abrazarla con sus fuertes brazos.

—Tranquila mi pequeña, tranquila. Debes darle tiempo al tiempo —le susurró con delicadeza y cariño.

Ella enterró su cabeza en el pecho de Vladimir y respiró hondo. El olor del vampiro ingresó por su nariz y su cercanía le permitió calmar un poco sus emociones. Le sorprendió que Vladimir todavía fuera capaz de aplacar sus emociones cuando se sentía perdida.

—Es solo que… Ella… —apretó los hombros de Vladimir en busca de apoyo y él no dudo de pegarla más contra su cuerpo—. Ella decidió quedarse acá. Debí haberlo previsto, debí haber pensado de lo que Azriel y su gente son capaces, de haber hecho algo tal vez ella… —sus últimas palabras fueron un leve murmullo que murió en sus labios.

Vladimir suspiró.

—No tenías como saberlo, pequeña… Además, hubiera o no hubiera aparecido Azriel, Walburga no iba a estar con nosotros en un futuro cercano.

Valerie parpadeó varias veces y se separó de él bruscamente.

—¿Cómo? ¿De qué hablas?

El vampiro arrugó la nariz.

—Vladimir —el tono de Valerie sonó amenazante—. ¿Qué estas queriendo decir?

—Walburga estaba enferma, pequeña.

Ella se cruzó de brazos y apretó los dientes.

—Eso lo sé… Tenía una enfermedad extraña que atrofiaba un poco sus músculos y que…

—Pequeña, cuando me pediste sanara a Walburga probé de su sangre.

—¿Y? —Valerie no parecía dispuesta a aceptar nada de lo que él le fuera a decir.

—Ella estaba más enferma de lo que aparentaba. Se estaba muriendo lentamente, día a día…

—No —la vampira negó con la cabeza fuertemente—. No, eso no es verdad.

—Pequeña… Tarde o temprano Walburga iba a morir por culpa de su enfermedad. Le quedaban solo un par de meses de vida.

Un sollozo escapó de los labios de Valerie y se sujetó el rostro, desesperada. Vladimir se inclinó hacia ella para tomarla de los brazos, pero de un manotazo la vampira lo alejó.

—¿Tu lo sabías? —Valerie clavó sus orbes sobre el vampiro, se le acercó y con un dedo golpeó su pecho—. ¡Tu lo sabías!

Vladimir asintió.

—¡¿Por qué no me lo dijiste?!

—Por que ella me lo pidió.

La ira envolvió a la vampira por completo y, sin siquiera pensarlo, se lanzó contra la yugular de Vladimir.