Disclaimer: los personajes de Twilight son de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es CaraNo. Yo solo traduzco con su permiso.
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Capítulo 34
BPOV
—¡Buenos días! —Entro al departamento de Ed el lunes por la mañana con una enorme sonrisa en mi rostro. Puedo sentirlo; nada puede arruinar este día—. ¿Cómo estás, Gruñón? —Comienzo a juntar los platos sucios de su mesa ratona.
Ed gruñe, como siempre sentado en su sofá.
—Alguien tuvo acción.
Más veces de lo que puedo contar.
Aunque el esposito aún sigue un poco enojado conmigo, él hizo a un lado sus sentimientos ayer, y pasamos un día increíble juntos para celebrar mis ocho años de sobriedad. Cena, momentos sexis, el mousse de chocolate de Edward como postre, una nueva estrella y piercing dermal en mi cuello, un increíble dije para mi brazalete, y más momentos sexis.
No que le digo algo de esto a mi suegro. En cambio, dejo los platos sucios en el fregadero antes de volver a la sala y llevar mis manos hacia mis caderas mientras lo observo.
—¿Qué? —Él luce más gruñón hoy—. Tapas el televisor.
Quitándome la bandita de mi muñeca, coloco mi cabello en una coleta y digo:
—Sé cómo puedes contactar a Edward.
—Aún así tapas el...
—¡Ed! ¡Juro por Dios!
—Mierda, lo siento. —El gruñón se va. Ahora luce apropiadamente regañado.
Bien.
—Tienes pelotas —masculla.
Me encojo de hombros y me siento en la silla más cercana a la ventana.
—Crecí en Kensington.
Él asiente, sus ojos ligeramente más abiertos.
—Bueno, eso lo explica. Bien, eh... —Se aclara la garganta—. ¿Qué tienes en mente?
—Envíale un mensaje. —Sonrío—. Ninguno de los dos esperan una gran reunión, así que pienso que deben comenzar despacio. Al menos, los mensajes quitan lo raro.
—Regla Masen Número Setenta y Ocho: Lucha contra la industria de celulares.
No me divierte.
—Primero que todo... —Levanto un dedo—, acabas de crear esa. Segundo, ya llené ese número. La setenta y ocho ahora es: Nada de gorros en la mesa.
Sus hombros caen.
—No me llegó el comunicado.
Lo miro.
—¡De acuerdo! —Levanta sus manos—. Por Dios, mujer. Quizás pueda pensar en enviarle un mensaje.
—¿Quizás puedas pensar en ello? —Arqueo una ceja; él tiene que hacer más que eso. Al principio, pensé que Ed podría llamar a Edward, pero entonces... ¿Puedes imaginar a estos dos hombres tratando de tener una conversación por teléfono? Serían gruñidos por aquí, gruñidos por allá.
Sería doloroso.
Y los correos electrónicos son incluso menos personal que los mensajes—demasiado impersonal.
Ed parece estar nervioso y pensativo al mismo tiempo, así que le explico que ya le he contado todo a Edward; le digo que su hijo no espera que él lo contacte. Ed se pasa una mano por el cabello más de una vez, y yo sonrío al ver las costumbres que comparte con mi marido. Entonces, eventualmente, Ed asiente y me dice que su teléfono está en su cuarto.
Rápidamente lo encuentro y se lo entrego. Tengo que sonreír porque el teléfono sigue estando en su caja original. Ante mi expresión divertida, Ed simplemente se encoje de hombros y dice que fue un regalo de Navidad de Alice y que él no ha tenido la necesidad de usarlo aún.
Pero ahora si la tiene...
—¿Qué debería escribir? —pregunta con vacilación mientras yo enciendo su teléfono.
—Te ayudaré a escribir algo —le aseguro—. Y luego se lo enviarás esta noche cuando esté en casa.
—¿Esta noche? —Ay. Más nervios—. No hay tiempo para prepararme ni nada.
Palmeo su mano.
—Todo estará bien, Ed.
—Pero... —Traga—. Si hago esto, ¿puedes mostrarme una foto reciente de él?
Él derrite mi corazón cuando dice cosas así.
—Por supuesto. —Sonrío, poniéndome un poco emocional—. Eres realmente increíble debajo de todo ese mal humor, ¿sabes? —Me inclino y beso su mejilla.
—Eh. —Creo que hice sonrojar a un hombre de setenta y cinco años—. Eh, gracias.
