La perturbación era inmensa, en esa mañana brumosa, jamás habían percibido algo así dentro de las murallas de la escuela de Tokio, desatando el estado de alerta.
-¡Esto no es energía maldita!- habló Megumi, corriendo sobre ese tejado -¡Es otra cosa! ¡Es más destructivo!-
-¡Es allí!-
Señaló Yuuji Itadori a dos siluetas entre la bruma de ese pabellón.
-¡Cabal!-
Invocó a su shikigami que corrió en esa dirección, embistiendo contra los intrusos.
El profesor Gojo, dio la orden de mantenerse en alerta, ya que ese shikigami se encargaría del problema, pero las siluetas lo esquivaron y en vez de atacarlo, como se esperaba, una de ellas interactuó con él, produciendo una pequeña luz. Luego de un momento, la niebla se disipó, producto de un raro hechizo que la otra figura invocó. Revelando a dos mujeres jóvenes, de cabellos salvajes, bellísimos ojos y vestidas con los uniformes de la institución.
Todo era silencio, los alumnos estaban inmóviles, pero en especial, el portador de los seis ojos, cuando una de ellas le habló con su semblante en pánico y haciéndolo descender del tejado.
-No puede ser- susurró, catatónico, cuando ella se presentó -La Hechicera de la Luna-
Y en ese momento, al pronunciar ese nombre, pudo darse cuenta que, su vida cambiaría para siempre.
Los días se convirtieron en semanas y las semanas, en meses; y él, se obsesionó con ella, no podía sacarla de su mente, ni por un segundo. Era un enfermo, un loco y lo peor de todo, es que ella no hizo nada para llevarlo a ese estado. Su carácter explosivo, su dulce voz al hablar con sus alumnos y sus breves sonrisas, lo llevaban al éxtasis, cada vez que podía estar cerca.
-No sabía que tocabas el violín-
Se acercó a ella, después de tomarle un fotografía y sin que se diera cuenta. Era un hábito que había adquirido cada vez que la tenía en frente.
-Hay muchas cosas de mí que no sabés- respondió concentrada y mirando la partitura sobre el atril -¿Necesitas algo?-
Tocó unas notas en el violín sobre su hombro y sin dirigirle la mirada. Se encontraban en el salón de música, rodeados de todo tipo de instrumentos y material teórico.
Era día libre en la escuela de magia de Tokio y no había necesidad de llevar uniformes. Por esa razón, vestían prendas normales él, una franela negra manga larga, vans, lentes pequeños y jeans oscuros. Mientras que ella, una hermosa camisa a cuadros, larga hasta las rodillas en tonos rojizos, pantalones negros y botas altas.
-No- llevó las manos a los bolsillos de su pantalón -Sólo venía a ver como estabas-
Dio una nota equívoca y chasqueo la lengua con disgusto. No había forma de sacar ese nuevo arreglo de "La Canción del Pirata".
-Estoy bien- respondió cortante -Vete, me distraes-
Él sonrió de oreja a oreja, sin mover un solo pie y ella, bajó el violín después de interpretar unas notas más.
-Bueno, hoy no me va a salir esto- suspiró abrumada, juntando sus partituras -¿Sigues aquí?-
Preguntó asombrada, pensó que se había ido. Era como un ninja, muy silencioso, a pesar de su tamaño.
-¿Quieres salir a comer algo?, Yo invito-
Guardó el violín en su estuche, junto con sus partituras y lo miró.
-¿Es una cita?- preguntó desdeñosa.
-Ponle el nombre que quieras- se inclinó a su altura -Sólo te invito a cenar-
Bajó sus lentes, expectante y ella, sonrió. No iba a negarse a una comida gratis, jamás.
-Me gustan las hamburguesas-
Clickeo la pantalla de su teléfono celular, haciendo un gesto extraño de inconformidad.
-Estaba pensando en algo más tradicional-
Le enseñó una fotografía del lugar donde pensaba ir y se horrorizó.
-Soy una persona de gustos simples- apartó el teléfono de su cara -Con una hamburguesa, te juro que soy feliz- suplicó con sus hermosos ojos.
-Lo sé, vámonos, si quieres-
Abrió la puerta del aula, invitándola a salir al dar unos pasos fuera y con las manos en los bolsillos.
-Está bien- guardó el violín en su sitio y salió tras él -¿Me prestas tu teléfono?- pidió -Es para llamar a Gaia y decirle que me iré- se lo entregó en silencio -Tendría que comprarme uno de estos, pero no tengo dinero y tampoco tengo un amigo tan generoso como Aoi, para que me regale uno- comentó, marcando el número de su hermana -¿Gaia?- rió al escucharla, era la única persona que la hacia reír allí -Si, soy yo...- sus ojos se pusieron brillosos al suprimir una carcajada -Escuchame, saldré con Gojo a comer algo...- volvió a hablar -Si, jamás me niego a una comida gratis- bajó su cabeza y ocultó su frente al escucharla, riendo -Si, él pagará, por suerte- miró de reojo al hombre a su lado -No estoy en condiciones de darme esos lujos, cuando sabés bien que, los únicos centavos que tengo, están destinados para comprarme un violín- sonrió una vez más -Si, yo también odio haber nacido pobre- una carcajada salió de ella -Bien, hermanita. Cuidate, adiós- le devolvió el teléfono -Gracias-
-De nada- lo guardó en su bolsillo -Antes de ir a comer, tengo que hacer una parada rápida, espero que no te moleste-
-No puedo quejarme, tú pagarás-
Levantó sus hombros, sin interés y excusas. Salieron de la escuela y montaron un auto con destino a su próxima cena.
-Es como una montaña-
Miraba, atónita, la enorme hamburguesa y la torre de patatas fritas que adornaban su plato. Habían llegado hace media hora, después de la parada rápida que Gojo hizo en una tienda.
-¿Creés que exageré?- metió una patata a su boca que robó de su plato -No sabía que era lo que podía gustarte-
Sonrió, era tan gestual con sus expresiones y emociones, todo se representaba en su rostro. Le encantaba lo cambiante que era con respecto a su estado de animo. Era como el clima o las estaciones del año, cambiaba en cuestión de horas o minutos.
-No, para nada exagerado- dijo sarcástica -¿Quieres compartir?- le entregó la mitad de su hamburguesa y patatas -Sólo te pediste una soda-
-No me gusta la comida chatarra, pero...- aceptó su mitad -Gracias-
Ella vertió muchísima cantidad de kétchup sobre sus patatas, devorándolas con la mano y mirando alrededor.
-Es la cita más rara y económica que he tenido nunca- divagó en voz alta.
-Esto no es una cita, Gojo- lo apuntó con su soda y sorbió el popote -Es un encuentro de interés- aclaró y mordió su hamburguesa -Este lugar es muy grande, ¿Cómo dijiste que se llama?-
-Centro comercial- respondió, bajando sus lentes -¿Quieres ir al cine después de aquí?-
-Sip- respondió sin mirarlo -Hay muchísima magia rara en este lugar- acotó, pensativa.
-¿A qué le dices magia rara?-
No sabía porque, pero con ella, podía hablar de cualquier cosa al azar y sin decir estupideces de manera consecutiva.
-Creo que, es a lo que ustedes le llaman energía maldita o ritual, aún no diferencio uno del otro- limpió sus labios y terminó su cena -Su hechicería y todo lo que hacen, es muy diferente a la mía y se siente raro- se estremeció -A eso le llamo magia rara-
-Comprendo- él también había terminado su mitad -Tengo entendido que, tú tienes potencial mágico- ella asintió -Aquí lo conocemos con el nombre de maná y es más raro que la energía maldita-
-Yo soy rara y me gusta serlo- estiró su cuerpo, se sentía muy llena -Te invito un helado, ¿Quieres?-
Siempre había lugar para el postre en su pequeño estómago.
-Si, pero yo los compraré- la incorporó despacio, tomando su mano -Hay un puesto de helados aquí, que te encantará- caminaron entre la gente sin soltarse -Sus sabores son deliciosos y suaves- comentó.
-Creo que me encontré con un goloso- murmuró, mientras él, hablaba al aire.
Salieron del cine y los ojos de ella, eran un mar de lágrimas, no podía dejar de llorar. La película fue, tristemente hermosa.
-Lo siento- se disculpó, mirándola de perfil -No sabía que iba a terminar así-
Limpiaba sus ojos con el dorso de su mano. Estaba deshecha, esa película, terminó peor de lo que imaginaban.
-No...- aguantó un triste mohín en sus labios -El perrito, no- rompió en llanto, otra vez -¡El perrito murió!- la rodeó con sus brazos sin saber que hacer -¡Es muy triste! ¿¡Qué clase de final es ese!?-
-Lo lamento- la consoló, como si fuera una niña, descansando su cabeza en ella -Tendría que haberme imaginado que sería así- la apartó para verla al rostro y secar sus lágrimas -Ya no llores, mi diosa- le acarició una mejilla con su pulgar -No me gusta verte así-
Definitivamente, ella había llegado a ese mundo, para hacerlo más lindo y divertido. Era algo histórico que, una hechicera tan poderosa y con un carácter tan bélico, derramara sus lágrimas por la muerte de un perro ficticio.
-Fue una gran película- secó sus lágrimas por última vez, riendo -Me reí la mayoría del tiempo, ese perro, era grandioso- tomó las muñecas de él -Puedes soltarme, ya estoy bien- aseguró con ojos brillosos.
-Si, claro- se apartó, lentamente -Pero, me gustas mucho y quiero tenerte cerca- confesó, sin importarle nada.
-¿A cuántas mujeres se lo dijiste hoy?- preguntó, irónica.
-Tú eres la primera- rió y la rodeó por los hombros -¡Sonríe!-
Tomó una foto de ambos, mientras hacían gestos a la cámara.
-¿Lista para nuestra próxima parada?-
Seleccionó esa foto como fondo de pantalla y guardó su celular de nuevo.
-¡Si!- exclamó emocionada.
-Bienvenida a mi humilde hogar- abrió la puerta delante de ellos.
-¿Humilde?- pronunció consternada -¿Qué tiene de humilde esto?- señaló el entorno -No sabía que eras rico- caminó por esa sala, impactada -¡Sabía que tendría que haber pedido otra hamburguesa! ¡Fui débil y tuve piedad!- golpeó su mano hecha un puño con la otra -¡La próxima vez!- lo apuntó con gracia -¡Prometo hacerte gastar una fortuna!-
Era una típica casa japonesa, pero enorme y decorada con todo lo mejor que podía existir en ese país, desde videojuegos, hasta cuadros originales, muy costosos. Era incalculable la fortuna que poseía el clan Gojo y era apreciada ante sus ojos.
-No tengo problema con eso- bajó su dedo -¿Quieres tomar o comer algo?- la encaminó a la cocina con él.
-¿Tienes cerveza?-
-Aquí no hay alcohol, lo siento- hizo un gesto raro -Pero, ¿Qué quieres?- volteó a verla -Tengo muchos dulces-
-Quiero una cerveza- repitió, le encantaba beber alcohol -Pero no te preocupes, cuando volvamos a la escuela, me compraré una- él rascó su nuca, incómodo.
-No podrás volver a la escuela esta noche, puedes quedarte aquí, hay muchas habitaciones vacías- bajó sus lentes para ver su reacción -La escuela está cerrada a esta hora y no podremos entrar, preciosa-
Inspiró profundo y su semblante, se transformó, al escuchar esa última palabra, ¿Por qué demonios todos los hombres la llamaban así?
-No me digas así- advirtió, sombría -Te agradecería que no me dijeras así, nunca más- su actitud cambió por completo.
-¿Por qué?-
Murmuró, inerte, no entendía que había hecho mal ahora. Todo venía saliendo bien, pero tuvo que abrir su estúpida boca y echarlo a perder.
-Porque no y punto- pasó de él, abriendo gabetas a su paso y sin detenerse -¡No puede ser que no haya una mísera botella de alcohol en esta casa!- extrajo una del fondo de una alacena, al pararse sobre la encimera -¡Aja!- la destapó, rápidamente -¡Que bien escondido tenías el sake!- lo llevó a sus labios y bebió la mitad de un solo respiro -¡Uuufff! ¡Ya estoy mejor!-
Limpió su boca con el dorso de su mano y quitó la camisa de su cuerpo, al sentir calor por dentro. Esa bebida era muy fuerte.
-¿Estás bien?-
Se acercó a ella con cuidado, a paso lento, para ponerse a su altura y levantarle una de las ligas del pequeño top negro que llevaba bajo la camisa.
-No- bebió un poco más, sentándose en su sitio -Y nunca lo estaré- dio otro trago -Estoy rota, muy rota- rió con amargura, culminando la botella -Al igual que tú-
Le acarició el rostro con tristeza, quitándole los lentes. Él inhaló profundo, conteniendo todo lo que tenía dentro y suprimiendo su parte carnal, evitando entregarse a ella en cuerpo y alma. Pero no pudo hacerlo, no pudo contenerse, sus instintos fueron más grandes y besó esos deliciosos labios, después de acariciarlos en silencio. Ella era magia y la haría suya esa noche, la anhelaba y la deseaba con todo su ser.
-Los dos estamos rotos- aseguró, al separarla de él, aferrando su nuca con ambas manos -Pero prometo que vamos a solucionarlo, tú llegaste a mi vida para arreglarlo-
Volvió a besarla, pero no conforme con eso, la llevó con él en un abrazo, apartándola de la encimera. La recostó sobre la mesa, la cual se rompió y cayó al suelo por el peso de ambos, haciéndolos reír a carcajadas. Pero volvió a incorporarse, cuando ella enredó sus piernas a su alrededor, después de una guerra de besos furtivos, mientras se quitaban la ropa, mutuamente. Era irrefrenable la pasión entre ellos, lo habían estado suprimiendo por mucho tiempo y no había nada más que, entregarse a los placeres que les ofrecía esa noche.
-Vas a disfrutar esto, te lo juro-
Pronunció con la voz ronca. Encaminó sus pies por uno de esos largos pasillos de esa enorme casa, hasta llegar a una habitación y encerrarse dentro.
-Por todos los dioses...- abrió sus ojos, despacio, al darle el sol en la cara -¿Qué hice?- se incorporó de golpe, cubriendo su cuerpo y mirando alrededor -¡No puede ser!-
Cubrió su rostro, avergonzada. Recordaba cada roce, beso, caricia y suspiro dentro de esa habitación, haciéndola estremecer. Gojo era un dios en las artes amatorias y no había dudas de eso.
-¡Buenos días!- saludó radiante, saliendo del baño con una toalla alrededor de su cintura -¿Cómo dormiste, mi amor?-
Ingresó a un closet y lo perdió de vista. No había palabras para describir lo incómoda que se sentía, en ese momento.
-Gojo- envolvió su cuerpo en una sabana y caminó hasta él -Tenemos que hablar-
Él apareció delante de ella, con un simple par de bóxer y mostrando su escultural anatomía. Todo lo que era, no pertenecía al mundo de los mortales y parecía ser tallado a cincel, por el más glorioso de los dioses. Era increíble que, alguien pudiera cargar con semejante atractivo y no vanagloriarse por ello.
-No hay nada de que hablar, hermosa- le acarició los labios y la besó -En octubre de este año, nos casaremos, ya tengo todo planeado aquí- apuntó a su cabeza.
-No seas ridículo, no me casaré contigo- volvió a perderse de vista -Lo que pasó entre nosotros, sólo fue...- la silenció con un dedo en sus labios.
-Sólo fue el inició de algo muy importarte para mí- ahora llevaba pantalones -No me importa lo que digas, yo sé lo que quiero y justamente, es a ti-
-Estaba ebria- intentó justificar su patetismo.
-No- negó, abotonando su camisa -No lo estabas- la aprisionó contra un armario -Te puedo asegurar que no- ella tragó con dificultad -Escuchame bien, Dea Fleming- aferró su nuca con una mano -Lo que pasó anoche aquí, será un secreto entre nosotros- rozó sus labios -Pero no lo olvidaré y te juro que, vas a ser mi esposa, sin importar nada- la besó por un instante -Ahora ve a bañarte, hechicera- salió de esa habitación, dejándola sola.
-Es una amenaza- susurró por lo bajo.
-Si, lo es- reafirmó su voz a lo lejos.
Volvió de ese recuerdo, observando a su pequeña familia dentro de esa habitación. Su hermosa esposa, esa preciosa hechicera errante que le robó el corazón, se encontraba con su pequeño Gaudy, enseñándole a tocar el violín sobre su regazo.
-Muy bien, hijito- besó su mejilla con ternura -¿Sabés una cosa?, el abuelo Nicholas, me regaló mi primer violín cuando yo tenía tu edad-
-¿En serio, mami?- ella asintió -¿Y este violín quién te lo regaló?-
Preguntó, arrugando su frente, cuando se equivocó en una nota.
-Yo- respondió él, desde el umbral de la puerta -Yo le regalé ese violín a tu mami, después de nuestra primera cita- tomó asiento frente a ellos -Lo compré esa noche, de hecho, pero me olvidé de dárselo-
-Si, pero cuando lo hizo, se lo tiré por la cabeza, porque estaba molesta con él- rió al recordarlo -Y nunca más volvimos a salir, después de eso-
-Tu madre siempre fue muy mala conmigo- le acarició su hermoso cabello -Pero nunca me rendí- besó su mejilla con adoración -Tenía que ayudar a reparar a alguien tan roto como yo-
