¡Hola!
Gracias a todas/os por los comentarios, reviews... Nunca imaginé que esta historia pudiese tener ningún tipo de seguimiento xD así que flipo y os amo. De verdad, cuando leo que os gusta la historia me emociono.
Sobre todo agradecer a Saori02, Chiwawa0987 y ese anónimo que me deja mensajes preciosos. GRACIAS!
Quedan dos capítulos. Luché mucho porque fuesen 36 porque me flipa ese número, pero van a ser 37. Los dos que quedan serán largos.
Nota 1. Siento las erratas, typos y sobre todo los líos que me hago a veces con las fechas. Hubo un par en el último capi. Cuando acabe de publicarlo revisaré exhaustivamente todo y corregiré todas las erratas, faltas, incoherencias en fechas y cosas concretas. Avisaré. Pero si encontráis alguna, ¡podéis decirlo!
Nota 2. Hay más notas al final JAJAJA
Capítulo 35
No necesitamos recuerdos
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Jadeó, la respiración cortada, los ojos entornados, el cuerpo enredado y tieso como un alambre. El corazón bombeaba a la velocidad de su mano, y estaba tan cerca. La tela roja y negra de la camiseta de la selección de Japón se le pegaba a la espalda, y sudaba, la boca entreabierta, la saliva acumulándose bajo una lengua demasiado pesada.
Fuck.
En la pantalla, Hinata se hundía en una sintonía de gemidos mientras Tobio seguía moviéndose sobre él, sin disminuir la fuerza. Se fijó en su espalda tensa, en cada músculo de sus brazos. En sus omóplatos, en el sudor que le escurría desde el final de la espalda y se colaba entre las nalgas, alcanzando los testículos. Hinata se rompía bajo su abrazo, contra la alfombra.
La misma en la que ahora estaba él sentado, so close, fuck, God, so close.
Kásper echó la cabeza hacia atrás, apoyándola sobre la cama -todavía deshecha, como la dejó Tobio- y se corrió en un grito mudo. Tardó tres minutos en recuperarse, dejar de ver todo borroso, levantarse y limpiar el desastre con la camiseta de la selección. Todavía olía a Tobio. Se había dejado allí medio armario. En el móvil tenía unos cincuenta mensajes de tías que querían quedar con él, y también de unos cuantos tíos. Ni rastro de Tobio.
Volverás. Volverás arrastrándote como un perro.
Porque nadie puede ofrecerte un vóley mejor que el mío.
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Todo gira deprisa, como una pelota de voley. Siempre hay que correr, aunque te duelan las piernas y estés cansado. Siempre hay una oportunidad si no te rindes, si no permites que el balón toque el suelo.
No releyó lo que había escrito. Cerró la aplicación Notas y bloqueó la pantalla del nuevo teléfono, usando el mismo código que tenía Hinata.
22613. Veintidós de junio del dos mil trece, la noche después de su cumpleaños.
La noche que vimos Urano.
Hinata no podía recordarlo. Podría contárselo, podría explicarle cada gesto, cada detalle, pero no sería suficiente. No se puede narrar una caricia, ni hay una palabra que equivalía a su pelo húmedo por el sudor, sus pecas sobre los hombros, su olor a manzana sobre las sábanas.
En su dormitorio, tumbado sobre su propia cama después de meses, se sentía como un extraño. La puerta, entreabierta, permitía oír a su madre, desde el salón, charlando sobre la nueva temporada de Anatomía de Gray, mientras su padre se molestaba por haber visto el último sin él.
Kageyama pensaba en vóley.
Pensaba en la forma en que, un rato antes, Hinata se había posicionado sobre las mantas, extendiendo los brazos, ahora tan finos, bajo el camisón de hospital. Pensaba en su desplazamiento, ligeramente hacia la derecha, persiguiendo el movimiento. En sus reflejos intactos, en el giro de su brazo izquierdo, en sus dedos. Se la envió de vuelta. Un poco desviada, medio balón corta, pero la levantó. Y Kageyama la golpeó, porque mientras la pelota está en el aire, nada está perdido.
Se dieron cuatro pases. El quinto derribó el tablero de ajedrez, probablemente destruyendo las pocas piezas que siguiesen enteras, y Kageyama tuvo salir huyendo antes de que llegasen los enfermeros. No le dijo adiós, pero una mirada fue suficiente. Estaba sonriendo. Enredos naranjas, pecas en la nariz y una sonrisa que atravesaba su rostro y pintaba sin sombras las paredes de esa habitación gris. Joder, podría haber teñido el hospital entero. Recargó a Kageyama con energía para mil vidas. No se llevó el balón. Sabía que si lo dejaba allí, Hinata lo usaría.
—¿Tobio? ¿Puedo pasar?
—Pasa.
Su padre, Kaito, le miraba desde la puerta. A veces hacía eso cuando era un niño y llegaba de trabajar muy tarde. Le hablaba en voz baja, para no despertarle, y le contaba cosas de su día. Kageyama siempre le oía despierto y aunque nunca abrió los ojos para demostrarlo, le gustaba pensar que su padre lo sabía. Como entonces, entró sin hacer ruido y se sentó en la silla frente a la cama, en silencio.
—Has crecido —dijo, y la oscuridad de la habitación se hizo más profunda. Kageyama deseó que alguien hubiese puesto unas estrellas luminosas en su techo, como hizo él sobre la cama de Hinata— Todavía crecerás más.
—Tú estás más gordo.
Kaito sonrió, y aunque Kageyama estaba demasiado cansado como para devolverle la sonrisa, agradeció su gesto. Le gustaba la sonrisa de su padre. Le recordaba a la de su abuelo.
—Me gustaría hablar contigo—. Kageyama le miró desde la cama. La mano le dolía horrores y sentía la zona de los puntos palpitar, pero no había querido tomarse ningún analgésico—. Pero antes quiero que sepas que te echábamos de menos y nos alegra que estés de vuelta. Es solo... Bueno, entiendo que estos días son complicados, tienes que reubicarte, supongo que te gustaría recuperar el tiempo perdido con Shoyo-kun, pero hay asuntos que debes atender. Mañana viajamos a Tokio.
—¿Mamá y tú?
—Mamá, tú y yo.
Kageyama torció el gesto.
—No puedo. He quedado con Hinata.
Una cita. Hinata me ha pedido una cita, papá, ¿qué puede ser más importante que eso?
—Tu tío ha adelantado su viaje. Vio por la televisión el asunto de esa niña, y todo... En fin, llega mañana a Tokio. Hemos aprovechado para concertar durante la semana algunas citas con abogados, también con aquella de la que te habló tu madre, para saber cómo debes gestionar todo esto a partir de ahora. Es necesario que vengas.
Kageyama intentaba procesar la frase. Durante la semana. Durante la... ¿semana? ¿Más de un día?
—No voy a ir.
—Tobio.
—Tengo que ir al hospital. Hinata tiene que entrenar.
—Tú no eres la persona adecuada para eso. Necesita rehabilitación profesional, por eso no debiste ponerte a la defensiva cuando comenté que-
—La madre de Hinata no puede pagar algo así —le cortó, serio, levantando la mano vendada y mirándola, moviendo despacio los dedos hinchados.
—¿Y qué pasa contigo, Tobio? ¿Qué piensas hacer?
Tenía las uñas demasiado largas, sin limar, y se dio cuenta en ese momento. ¿Cuánto tiempo llevaba sin prestar atención a esos detalles?
—Jugar al vóley —dijo, sin pensar.
—Eso está bien, hijo, pero necesitas alternativas. No sabes qué va a pasar con todo el asunto de lo que ha salido en prensa, lo de tu... Bueno, lo de que te gusten... Que seas... De otra orientación que-
—Gay —dijo. ¿Era la primera vez que lo decía en voz alta? Incluso podría ser posible que fuese la primera vez que pronunciaba esa palabra, al menos referida a sí mismo—. Se dice gay.
Atsumu le había dicho alguna vez que no le gustaban las etiquetas, pero que si tuviese que ponerse una, sería bisexual. Kageyama se había acostado con chicas, pero se sentía más cómodo reconociéndose como homosexual. No es que fuese algo inmutable, por otro lado. En ese momento, delante de su padre, era más bien una cuestión de principios.
—Gay, sí. Gay —repitió Kaito, y exhaló, como soltando un peso—. Tal vez los equipos no te llamen por eso. Es discriminatorio e injusto, pero así funcionan las cosas.
—Ya tengo una oferta —rozó el dedo índice de su mano derecha, ligeramente morado, con el de su izquierda. Las uñas, demasiado largas. Eso no le gustaba, le ponía nervioso—. Una muy buena.
—¿Con qué equipo?
Kageyama recordó las uñas de Hinata. Cuando se conocieron siempre se las mordía, y cuando estaba nervioso llegaba incluso a hacerse sangre. Le había dado un par de patadas por ello, hasta que un día, sin más, dejó de hacerlo. Dijo que había leído en una revista que un jugador de voley profesional tiene que cuidar sus uñas, y que él quería ser un profesional algún día. Nunca se esmeró tanto en tenerlas limadas como él, pero dejar de ver esos muñones fue un avance. Cuando volvieron a crecer, resultaron ser pequeñas. Bonitas. Kawaii. Todo en Hinata era así, una miniatura que atrapaba la mirada, como esas maquetas de los castillos del periodo Edo.
—La Ocean.
Kaito le miró a los ojos y Kageyama le sostuvo la mirada. Sabía lo que estaba pensando.
—¿Estás pensando volver a Estados Unidos? Tu madre y yo no-
—En diciembre cumplo dieciocho. Si no me dais permiso para ir ahora, me iré entonces, pero si voy en septiembre todavía podré entrar en una Universidad con beca deportiva, a través de la Ocean.
Su padre se llevó una mano al cabello. Lo llevaba más largo que la última vez, y Kageyama fue consciente del parecido que tenían.
—¿Lo has hablado con tu madre?
—Aún no.
—¿Y con Shoyo-kun?
Kageyama sintió otra vez ese peso en la boca del estómago. Las palabras de Dani. El contrato en blanco.
Escribe su nombre. Shoyo Hinata.
—Se lo iba a decir mañana—. Otra vez silencio. No era incómodo entre ellos. Era un espacio común, una constante. Con su tío, sin embargo, era distinto. Llevaba meses sin hablar con él, y de pronto se preguntó si él tendría respuesta para sus preguntas—. ¿Cuántos días queréis estar en Tokio?
—Hasta el jueves. Tu tío necesitará ayuda para acondicionar el piso—. El móvil de Kageyama vibró. Su padre se puso de pie, frotando las manos en el pantalón—. Entiendo que tu primera opción es la Ocean, pero... Échale un vistazo a esto, si quieres—. Le entregó unos cuantos sobre y no los soltó al instante en que Kageyama los tocó, sino que esperó un poco. Kageyama le miró a los ojos, sin saber bien qué debía decir—. Buenas noches, hijo.
Ya solo, abrió las cartas. Información de algunas universidades japonesas. Títulos vinculados de alguna manera con el deporte. La mayoría eran de Tokio, pero también había alguna de la zona de Osaka.
Se tumbó sobre la cama, tapándose la cara con el brazo. Miró el móvil. Era un mensaje de Hinata. El primero desde aquel del cuatro de diciembre. Lo abrió, nervioso.
Hinata. 23.40
Holaaa probando probando, estás ahí?
Te mando tu beso de buenas noches! Ya que no me lo diste antes. Y te dejaste aquí tu pelota!
Sonrió un poco, no demasiado.
Kageyama. 23.42
escribiendo...
escribiendo...
Idiota
Cómo estás conectado?
Se mordió el labio. Era difícil escribir con una sola mano.
Hinata. 23.42
Wifi. Qué foto friki es esa? Cámbiala! Quiero salir yo!
Kageyama tardó en entender a qué se refería. Su foto de perfil en WhatsApp era una máscara de gas apoyada sobre un colchón. Tragó saliva.
Kageyama. 23.43
escribiendo...
En realidad sí sales
Hinata. 23.43
Dónde?
Kageyama. 23.45
escribiendo...
escribiendo...
La hiciste tú. La mejor noche
Miró el teléfono durante un rato. Hinata seguía online, pero no contestaba. Tecleó otra vez, intentando no meter la pata. No lo recuerda. No se acuerda de nada de ese día.
Kageyama. 23.47
escribiendo...
No voy a poder ir mañana a verte. Lo siento.
Hinata. 23.47
Qué dices? Por qué? Teníamos una cita, eso se llama plantón!
Es la fiesta clandestina y prometí a todos que correríamos una carrera de sillas y que harías un caballito, y además las estrellas esas se unen en el cielo y yo había pensado que a lo mejor te podías quedar a dormir conmigo en el hospital, en plan en la misma cama, en secreto y podríamos ver las estrellas juntos y besarnos. Hay cierre en la puerta sabes. Podríamos hacer un montón de cosas.
En serio no puedes?
Kageyama maldijo mentalmente la idea de sus padres.
Kageyama. 23.49
escribiendo...
escribiendo...
Mis padres quieren que vaya con ellos a Tokio a hablar con abogados. Hasta el jueves. También llega mi tío y necesita ayuda con la mudanza
Quería escribir más, pero no lo hizo. Quería contarle que sus padres estaban pensando en iniciar acciones legales por todo el escándalo de la revista y la televisión. Quería contarle que tenía en el móvil un contrato en blanco con el mejor equipo sub-19 de Estados Unidos, y que podía meterle a él, y que recibiría la mejor rehabilitación y la posibilidad de estar en el mismo equipo. Que si lo pedía, le darían el número diez y jugarían otra vez, como habían soñado.
Hinata. 23.50
Ohh tu tío! Me acuerdo de él, me enseñaste fotos! Es tu súper clon! Crees que podré conocerle?
Ahora sí sonrió.
Kageyama. 23.52
escribiendo...
escribiendo...
El jueves por la noche si no llegamos tarde.
Mi tío es genial. Más te vale recibirle con honores.
Hinata contestó al instante.
Hinata. 23.52
Bakayama, le recibiré de pie.
Hinata se desconectó, y Kageyama miró durante un rato la pantalla, sin entender si estaba dormido, si se había enfadado o si era tan idiota de creerse realmente esa afirmación. ¿Ponerse de pie en seis días? ¿Tal y como le había visto?
Imposible.
Intentó dormir, pero no era capaz. ¿Dónde mierda había dejado las pastillas? Rebuscó por todas partes, sin encontrarlas, así que se puso a hacer abdominales. Y flexiones. Y sentadillas, y acabó sudando en el suelo de la habitación, recordando el número diez en la espalda de Hinata, y su salto. Le recordó volando, tan alto, controlando el aire. Un talento innato. Le esperó demasiado tiempo y ahora no podía dejarlo ir. Nada valía más que el sueño de Hinata.
Apretó los párpados. Cogió el teléfono y marcó un número. Eran las dos de la mañana en Japón, la una de la tarde en New York.
Apenas sonó una vez y ya escuchó la voz al otro lado.
—¿Tob?
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—Jaque. ¡Ves como soy un crack!
La sonrisa de Atsumu ocupaba la mitad de la pantalla de la tablet.
—Eh, no puedes hacer jaque —dijo Hinata, alternando la mirada entre el tablero del ajedrez online y el gesto de indignación de Atsumu.
—¿Por qué no?
—Porque esto —dijo Sakusa, apareciendo por un lado de la cámara, con su mascarilla quirújica azul bien ajustada y señalando la pantalla con un dedo envuelto en un guante de látex— es la reina, no el rey.
Atsumu resopló, abriendo mucho la boca.
—¿Y qué? —preguntó, buscando el apoyo de Hinata, que luchaba por no reír. Kiyoomi le miró con estupor.
—Miya, ¿sabes jugar?
—¡Pues claro que sé, Omi-Omi, aparta! —gritó Atsumu, dándole un empujón—. ¡Jugué miles de veces con Samu! Me sé las reglas de memoria, y jaque es al rey o a la reina.
Hinata se tapó la boca con la mano. De fondo se oía el rechinar de las zapatillas y el sonido del balón chocando contra el suelo. En unos diez minutos empezarían el calentamiento.
—No —dijo Sakusa, volviendo a aparecer en pantalla—. Jaque es siempre al rey.
—¿Pero quién lo dice?
—Las leyes del ajedrez —aclaró Sakusa, serio. Hinata asintió ante la mirada de Atsumu.
—Es así, Atsumu-san. Lo siento.
—Pero eso es discriminación. ¿Qué pasa con la reina, a nadie le importa su sufrimiento?
—A ti no parece importarte el de la tuya —dijo Sakusa, quitándose los guantes de látex y empezando a estirar las muñecas—. Dejaste que la comiese una torre en ese estúpido movimiento por salvar un peón.
—¡Ese peón no era un peón cualquiera, era el peón as! El peón de la izquierda siempre es el peón as, y puede hacer unas jugadas que le encantan a Samu y que-
—Tu hermano y tú no jugabais al ajedrez. Os inventabais las normas.
—¡Shimota, era ajedrez!
—Era algún asunto de gemelos usando el tablero y las piezas de ajedrez.
Atsumu, sonrojado y con el ceño fruncido, movió un alfil sin sentido ni razón y Hinata se mordió el labio.
—¿Seguro que quieres hacer eso?
—Shoyo-kun, no me toques las bolas.
Bueno. Así era el juego. Hinata movió su torre y se encogió de hombros, intentando no demostrar lo bien que se sentía por ganar.
—Jaque mate.
—¿Cómo mate? ¡Eh, espera, espera! ¿De dónde salió esa torre?
—Estaba ahí todo el tiempo -dijo Sakusa, asomándose otra vez por detrás, estirando los brazos-. A lo mejor no están incluidas en el juego de los Miya.
—¡Que te follen, Omi!
Atsumu cerró la pantalla del juego online y se levantó con la tablet en las manos, alejándose. De fondo HInata pudo ver a los chicos de la nacional sub-19 calentando para el entrenamiento. Una sensación de ardor le recorrió el pecho, obligándole a tragar saliva.
Quiero estar allí.
¿Podré volver algún día?
Atsumu se sentó lejos, con la tablet en las piernas.
—Jugaremos la revancha. Y sin Omi molestando.
Hinata rió.
—¿Todo bien con él? —preguntó, casi en un susurro, recordando lo que Atsumu mencionó el otro día. Atsumu miró sobre su hombro y después acercó la tablet a la cara.
—Todo mal. ¿Te acuerdas de lo que te conté de tenderness42?
Hinata no se acordaba de nada. ¿Qué era eso, una marca de ropa, un... apodo?
—Eh, sí —dijo, porque no quería hacerle sentir peor. Imaginaba que siendo Atsumu, acabaría sacándolo por el contexto—. Sí, ¿qué pasa con... esa... eso?
Atsumu se acercó más a la pantalla.
—Creo que es un entrenador— dijo, aún más cerca—. Y que se está tirando a Omi—. Hinata abrió los ojos. Definitivamente, se estaba perdiendo un par de capítulos—. En serio, qué les pasa a los tíos, explícamelo. Renuncio a mi lado gay. Paso, creo que debería salir contigo.
—Pero yo soy un chico. Eso no sería-
—Piénsalo, Shoyo. Sería la solución a todo, podríamos ver anime y comer pizza y patatas, y cuando estés bien jugaríamos un montón de voley. Puedo cortarte el pelo con mis dotes peluqueras y bueno, tienes esa anaconda entre las piernas y-
—¡Atsumu! —gritó Hinata, poniendo la mano delante de la pantallla-. ¡Calla! ¡No! ¡No digas nada más, calla!
—Qué -dijo Atsumu, levantando una ceja-. ¿Está ahí Tobio-kun? ¡Tobio, no te celes! ¡Tu viborilla tampoco está nada mal! ¡Ya me contarás el truco para no morir empalado!
Atsumu se puso de pie, con la tablet en las manos.
—Kageyama no está. Tenía asuntos con su familia y vuelve mañana o pasado —dijo Hinata, con la cara ardiendo—. Pero... Estamos saliendo. Estamos... juntos. Me lo pidió el viernes.
Era miércoles. Eso hacía un total de... Cinco días juntos. Nada mal, pensó, reprimiendo la sonrisa. Atsumu levantó las cejas y después aflojó el gesto. Parecía tranquilo.
—Me alegro, Sho-kun —dijo—. Aunque ¿sabes? Yo creo que nunca dejaste de estar con él. O él contigo. Su cuerpo estaba en New York, pero no del todo. Nunca te soltó—. Hinata estaba a punto de empezar a llorar como un idiota, pero Atsumu bajó la vista y carraspeó, como si buscase las palabras—. Oi, hay una cosa que quería contarte. Sobre Tobio y yo.
—Atsumu, no te preocupes, no-
—Escucha. Quiero contarlo —dijo, acomodándose mejor la tablet sobre las piernas—. ¿Viste la final con el Detroit, la semana pasada?
—Sí.
—Después de ese partido fuimos a tomar algo y celebrar, ya sabes. Viste cómo le dejaron la cara a Kásper durante el juego. Estuvimos en un local bailando y bebiendo, y aparecieron los del Detroit. Tobio y yo estábamos en el baño y nos dieron un par de viajes. Pero luchamos como machos, ¿eh?
Hinata rió.
—Vuestras caras me dicen que perdisteis.
—Bueno, ellos eran muchos más. Igual eran diez. O quince—. No hay tanta gente en un equipo de voley, pensó Hinata, pero dejó que Atsumu siguiese intentando conservar su orgullo masculino—. Le quitaron a Tobio una foto vuestra, la que salió en el Majesty. Bueno, después de eso fuimos al hotel. Yo iba muy borracho, pero no quiero que pienses que me estoy excusando. Tobio cargó conmigo, no recuerdo mucho en verdad. Sé que fuimos a mi habitación y-
—Atsumu, lo entiendo —dijo Hinata, tragando saliva—. Pensabais que yo no me iba a despertar, y todos tenemos necesidades, y bueno, vosotros-
—No nos acostamos —le interrumpió Atsumu, sin mirarle—. Yo lo intenté, creo. Joder, estaba muy borracho, pero si él hubiese querido lo habría hecho. Quería contártelo. Tobio no se ha acostado con nadie en estos meses.
Hinata abrió los ojos, sorprendido. Eso sí que no lo se lo esperaba.
—¿No ha pasado nada entre vosotros?
—No. Quiero decir, han pasado muchas cosas, pero ninguna sexual.
—¿En ocho meses?
—En ocho meses—. No podía disimular su gesto de sorpresa—. Siempre supimos que ibas a despertar. Supongo que por eso no podíamos avanzar. Tobio siempre estuvo esperando, y yo... Me sentí como una mierda el otro día, cuando me desperté con él sabiendo lo que podría haber pasado. Podría haberte traicionado. Aunque no estuvieses con él cuando el accidente, no importa. Aunque él no te debiese lealtad, yo sí te la debía, ¿entiendes? Poner los cuernos a una pareja es una mierda, pero traicionar a un amigo es mucho peor.
Hinata estiró los dedos de su mano vendada y tocó la pantalla, sonriendo.
—No puedo creer la suerte que tengo —dijo, casi en un murmullo. Atsumu parecía emocionado cuando por fin le miró a los ojos. No era habitual verle así, siempre con su fachada de tío duro.
—Tu positivismo me da ganas de potar —dijo, levantando una ceja. Hinata soltó una risa.
—Empecé el sábado la rehabilitación.
—¿Y hay avances?—. Hinata movió la tablet para que enfocarse sus piernas, y le mostró cómo doblaba las rodillas y las levantaba un poco sobre la cama. Atsumu soltó un aullido—. ¡¿Pero cómo coño...?!
—Ya he perdido un montón de tiempo —dijo, recolocando la tablet con gesto de orgullo-. No puedo quedarme atrás—. Se fijó en la bandera de Japón de la camiseta de entrenamiento de Atsumu-. Ayer fui a ver un entrenamiento del equipo de voley sentado del hospital. Empiezo el jueves. Mientras no pueda correr y saltar, entrenaré y jugaré con ellos para recuperar masa muscular y todo eso.
—Aquí te estaré esperando -dijo Atsumu, entornando los ojos—. No tardes mucho.
—¿Jugarás como titular?
—No, tienen otro colocador, me toca ser suplente, pero hay varios equipos con pruebas abiertas en septiembre. Intentaré entrar en alguno de la primera división de la V-League.
—¿Crees que Kageyama-kun podría presentarse también?
Atsumu apretó los labios, pensando.
—Podría, y de hecho creo que debería hacerlo ahora que puede jugar un set entero. ¡Pero que se busque sus propias pruebas! ¡No pienso decirte una mierda de lo que busqué! —dijo, con un poco de maldad—. No sé hasta qué punto puede influir todo lo que ha salido en la tele y en la prensa sobre vosotros, pero obviamente quedarse aquí es mejor opción que volver a la Ocean.
—¿Volver a la Ocean?—. Atsumu frunció el ceño y después cambió el gesto—. ¿Qué dices de volver a la Ocean? ¿Por qué has puesto esa cara?
—Shoyo, tengo partido de entrenamiento —dijo, señalando la pista—. Habla con Tobio.
—¿Pero tiene una oferta de la Ocean? ¿En serio? ¿Después de lo que pasó? Atsumu, por favor. Esto no es sobre nuestra relación, es sobre Tobio, que es un estúpido que no sabe contar las cosas y seguro que mete la pata. Dímelo.
Recordó los vídeos. Las palabras de Yoko.
—Shimota. Bueno, no es una oferta de la Ocean en realidad, aunque sí, indirectamente, claro. Es una oferta de Kásper. Una que el idiota de Tobio no puede rechazar.
—¿Qué oferta?
—Un contrato en blanco para esta temporada, la última que Kásper juega con la sub-19 -Atsumu miró hacia abajo, como si no supiese si continuar—. Te incluye a ti. Si firma, podrás acceder a los mismos tratamientos de rehabilitación a los que accedió él. Estaba en silla de ruedas y en dos meses volvió a jugar. Kásper dijo que en doce meses podría estar jugando y que quizás en dos años estarías al mismo nivel que antes del accidente.
Los vídeos. Las palabras de Yoko.
Puede parecer macabro, pero es su forma de asegurarse la fidelidad.
El gesto de Kageyama en los partidos. Sus dedos haciendo girar la pelota antes de una saque.
Lo estás haciendo más difícil y sólo tendrás el doble de sufrimiento.
Su deseo. Jugar al vóley. Ser el último en pie sobre la pista.
Dani sólo pide lealtad.
Protege la Ocean con su vida.
Hinata forzó una sonrisa.
—Gracias por contármelo.
Avisaron a Atsumu para el entrenamiento y nada más colgar la llamada, Hinata vio que tenía varios mensajes. Llamadas perdidas de un número desconocido y uno más de Atsumu, que le envió mientras hablaban, con la lista de las pruebas abiertas para equipos de la V-League primera división durante el mes de septiembre.
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A Kageyama nunca le gustó Tokio. Sin embargo, desde su vuelta de New York no le parecía tan grande, tan deshumanizada, tan fría. New York era todo eso multiplicado por mil, unido a la sensación de estar en un lugar al que no perteneces, donde se habla una lengua que te cuesta entender y donde no tienes unos ojos amigos a los que mirar.
Llegaron el sábado a mediodía y fueron a buscar a su tío Yūji al aeropuerto. Aunque llegaba de pasar meses en Islandia parecía volver de fin de semana, sólo con una mochila en el hombro. El resto del equipaje lo había enviado por una compañía de mensajería, y les explicó con su habitual sonrisa constante que eran muchas, muchísimas cajas, la mayoría de ellas "chatarra inservible" de la que no podía desprenderse por su autoreconocido pseudosíndrome de Diógenes. Tenía un regalo para Kageyama y se lo dio en el aeropuerto, después de revolverle el pelo con la mano con más emoción de la habitual.
Lo abrió en medio de la terminal. Era redondo y cabía dentro de su mano. Una bola de cristal, de esas antiguas. Dentro, dos muñecos abrigados hasta las orejas, cada uno con una maleta, mirándose a un metro de distancia. La chica tenía el pelo negro y el chico, naranja. Kageyama movió la mano en un giro rápido y dentro de la bola empezó a nevar. "Me habías dicho que ahora te gustaba la nieve, y la compré en un mercado navideño para tu cumpleaños. Quería mandártela, pero con el accidente no sabía si sería lo mejor".
El sábado lo pasaron poniéndose al día. Su tío tenía como un millón de historias extrañas sobre Islandia, aunque Kageyama estaba seguro de que al menos el ochenta por ciento eran exageraciones. También le traía una camiseta de la selección de voley islandesa, roja, parecida a la de Japón. Kageyama recordó que la suya japonesa se quedó olvidada en New York, y le dio un poco de rabia. La que le regaló Yūji tenía el número uno, y apenas la vio decidió que la compartiría con Hinata.
El domingo lo pasó en el hotel, aprovechando el gimnasio para entrenar y la tarde para nadar en la piscina climatizada. Habló con Hinata por skype unas dos horas y después vieron una película al mismo tiempo. La princesa prometida. Hinata insistió en que era bonita y romántica y las parejas tienen que ver cosas de amor para quererse, pero a Kageyama lo único que le gustó fue Íñigo Montoya diciendo en bucle Tú mataste a mi padre, prepárate para morir. No entendía qué podía ver Westley en Buttercup, que era guapa pero extremadamente tonta, y el príncipe Humperdick le recordaba demasiado a Dani.
Dani.
Su conversación del viernes había sido larga. Kageyama marcó su número y antes de que dijese ni una palabra, le manifestó que aceptaba. Que jugaría con él si Hinata podía acceder a los servicios de rehabilitación de la Ocean.
Dani le repitió durante tres minutos que era la decisión más inteligente, que juntos levantarían la copa del mundo, que sólo tenía que redactar las cláusulas del contrato y enviárselo firmado. Que si no sabía qué cláusulas poner, que no se preocupase, que se limítase a ponerlo con sus palabras y él le daría forma.
Durante cerca de una hora, Kageyama fue enumerándole a Dani todas sus exigencias, y él, con sus conocimientos de la carrera de Derecho, fue redactando las cláusulas. Mientras lo hacían, Kageyama supo que Kásper tenía un poder de la Ocean para negociar con él. No era un farol, así que pidió cuando se le ocurrió.
Quería que Hinata combinase rehabilitación con voley. Que el piso estuviese a su nombre, él viviría por su cuenta. Que su rehabilitación se mantuviese el tiempo necesario. Que nadie en la Ocean jugase con el número diez. Él jugaría con el nueve. Que el piso de Hinata no estuviese en el centro de la ciudad de New York, sino cerca de la playa, para que pudiese entrenar allí.
Como sueldo puso la misma cantidad que había cobrado ese año. No necesitaba más dinero. Kásper aceptó todo, y le pidió que lo reenviaste firmado. Después colgaron, y Kageyama estuvo en vela toda la noche mirando cada palabra. Una a una. Releyendo, aunque se le escapaban los conceptos jurídicos. No parecía que hubiese ninguna trampa. El lenguaje era técnico, pero claro. Pensó en reenviárselo a Atsumu, pero casi podía escuchar su voz llamándole gilipollas, Tobio, el récord Guiness al más gilipollas.
No lo firmó. Lo mantuvo ahí, preparado en el ordenador y en el teléfono. Tenía hasta el jueves. Dani le mandó quinientos mensajes, pero no contestó. Podía recitar las cláusulas del contrato de memoria. Sólo tenía que poner ahí abajo su nombre.
El domingo quiso contárselo a Hinata. Cuando terminaron de ver esa película estúpida lo intentó, pero entonces él empezó a hablarle del equipo de voley sentado del hospital, y de lo difícil que iba a ser no intentar levantarse porque una de las reglas del voley sentado, Kageyama-kun, es que el culo siempre tiene que estar pegado al suelo. Si no, es falta. Kageyama cada vez que le oía hablar del puto voley sentado tenía ganas de firmar cincuenta contratos ofreciendo su alma al diablo con tal de que se callase, con tal de que dejase de plantearse cualquier posibilidad que implicase ser un cuervo sin alas.
Tampoco firmó el lunes. Visitaron como cuatro abogados, y todos le cayeron mal. En verdad casi podía ver a un Kásper adulto ahí sentado, con su traje y su corbata y su camisa impoluta fingiendo que le importaba una mierda algo de lo que le estaban contando, mientras pensaba en otra cosa. El cuarto incluso le preguntó qué le habréis hecho vosotros dos a esa jovencita para que se comporte así, algo le habréis tenido que hacer.
La abogada que les atendió en último lugar le gustó un poco más. Le explicó el sentido legal de lo que había pasado, las acciones que podían emprender contra Majesty por divulgar esa fotografía y contra Yoko por contar aquellas cosas en televisión. Kageyama le narró cómo le habían robado la foto, y la abogada le habló de la posibilidad de denunciar las agresiones de los del Detroit. Al final decidieron contratar sus servicios. En ningún momento le habló ni a ella ni a sus padres del incidente del vaso. Para todos, aquello quedaría como un accidente absurdo. El vaso se deslizó de la mesilla y Kageyama lo intentó coger al vuelo, y se le rompió en la mano.
Explicación sencilla y sin dramas. Ni siquiera lo había consultado con Hinata, porque sacar el tema implicaría sacar otros. Hablar del contrato. De la rehabilitación. De las palabras que le dijo a su padre, de su deseo de quedarse en Japón y seguir recuperándose en ese maldito hospital mediocre.
De lo que pasó entre Hinata y Yoko. Kageyama había decidido perdonar y hacerlo de corazón, y no quería revolver más en la mierda. Sabía, por mucho que Hinata se negase a reconocerlo, que él era el culpable de esa infidelidad. Que él la cagó en ese estúpido trío, por no estar más atento a las señales de Hinata, por permitir que pasase en esas circunstancias. Sabía que Hinata tenía curiosidad por las chicas y, sobre todo, que no estaba satisfecho en el tema sexual. Él le obligó a un rol que nunca quiso tener, y no podía sorprenderse de que las cosas acabasen así. Pero prefería no escucharlo. Sabía que tendría que hablar de ello con él, pero todavía no se sentía capaz.
Sólo esperaba que la abogada se encargase de todo y no tener que volver a oír hablar de toda esa mierda, aunque era evidente que la sombra de Yoko seguía sobre ellos. ¿Qué coño pretendía en el hospital? Después de estamparle el vaso contra la mano, pese al mareo, le pareció entender que rompían. No recordaba bien, pero Hinata dijo algo así como hemos roto, o se ha roto.
¿Salía con ella cuando el accidente? No le pareció que fuese así cuando tuvieron aquella charla en la nieve. ¿Y si se enamoró de ella y ya no se acordaba? Había películas con ese argumento. Gente que despierta del coma y a la que un ex le hace creer que siguen juntos y se quieren, cuando ya había acabado todo.
Kageyama no quería ser ese tipo de ex. Pero tampoco quería que Hinata estuviese con Yoko, porque Yoko no era buena persona. Le utilizaría, le exprimiría y después le daría una patada en el culo.
El martes lo dedicó a entrenar y el miércoles y jueves ayudaron a su tío con la mudanza, aunque su aportación no fue mucha por sus heridas. Al menos la pierna parecía haber mejorado con ese reposo obligatorio. Mientras abría la puerta del piso de su tío con la cadera, con su única mano útil ocupada en una caja, pensó en Atsumu. Se habían escrito algún mensaje, primero para indicarle que ese era su número antiguo por si necesitaba algo, y también la primera noche que pasó en Tokio, porque en verdad necesitaba hablar con alguien.
Le habría gustado poder contarle todo, hablarle de cómo se encontró a Hinata besándose con Yoko, de cómo Yoko le hirió la mano derecha con maldad. Le habría gustado hablarle de cómo todo tuvo sentido cuando volvió a besar a Hinata, y de cómo el reloj que tenía parado en el pecho había vuelto otra vez a marcar la hora, la hora correcta.
No podía decirle nada de eso a Atsumu. Bastante había hecho metiéndose en su cama cada noche durante meses, sabiendo cuáles eran sus sentimientos. Le mantuvo a la distancia justa, la que él necesitaba para apoyarse en su hombro, pero una que impedía que Atsumu pudiese alejarse y olvidarle. Le convirtió en su mejor amigo, y Atsumu tomó ese papel a pesar del daño que le hacía. Ya no tenía excusas para ser egoísta.
Sin embargo, más allá de todo eso, quería verle. Oírle hablar de ese chico al que dejó en Japón y que ojalá, ojalá le hubiese esperado. Abrazarle, seguro.
Sabía que también estaba en Tokio, porque tenía algunas fotos en Instagram con la sub-19, entrenando. Se alegraba de que ese espacio siguiese abierto, y en el fondo deseaba compartir otra vez competir por él, contra él, por ser el colocador de la selección japonesa sub-19. Pero por ahora, esa puerta estaba cerrada.
Dejó la caja en el suelo de la cocina y cogió el móvil del bolsillo de los jeans. Estaba hasta las narices del maldito cabestrillo.
Kageyama. 13.21.
Estoy en Shibuya
escribiendo...
escribiendo...
escribiendo...
Atsumu. 13.21.
Dios, tardas más en escribir que mi madre
Q quieres? Comer?
Kageyama. 13.22.
Sí
Atsumu. 13.22.
En q parte de Shibu estás?
Kageyama miró por la ventana del piso de su tío. Había muchas tiendas de ropa y bastantes bares.
Kageyama. 13.23.
escribiendo...
escribiendo...
escribiendo...
Atsumu. 13.24
POR EL AMOR DE DIOS
Kageyama. 13.25
No lo sé. Hay tiendas y bares
Atsumu. 13.25
Mándame tu jodida ubicación
Kageyama. 13.26
escribiendo...
escribiendo...
escribiendo...
Eso dónde se mira?
Atsumu le llamó y durante diez minutos le enseñó cómo enviar una ubicación por Whatsapp. La conversación terminó con un no te muevas, ¿vale? Quédate ahí. A las 14.30. Repito, no te muevas. Yo te encontraré.
—¿Tobio? —Se giró y se encontró con su tío apoyado en la puerta. Se había dejado el pelo largo y llevaba el flequillo cortado con una especie de picos muy geniales, y Kageyama decidió que en cuanto le creciese el suyo, lo llevaría de la misma forma. Extendió la mano y le ofreció una lata de cerveza—. ¿Bebes?
—No mucho —dijo Kageyama, cogiéndola y dándole un sorbo. Era de la buena. Le dio otro trago y se sentaron entre cajas, en el suelo. Kageyama sacó la mano del cabestrillo y dobló los dedos despacio, sintiendo la mirada de su tío sobre él. Sus padres habían ido a comer por el barrio, y volverían a media tarde—. No es grave.
—Me imagino —dijo, sonriendo—. ¿Cómo está Shoyo-kun?
—Todavía no puede levantarse-contestó, acordándose de la llamada de la noche anterior. "Estoy entrenando, ¿sabes? Ukai-san me recomendó unos ejercicios y el fisio dice que nunca vio a nadie como yo, que le extraña que no esté ya andando, ¿no te parece flipante? ¡Voy a demostrarle de lo que soy capaz!"—. Yūji-san, ¿vas a quedarte en Tokio?
—Esa era mi intención, aunque tengo un par de proyectos en la zona de Hokkaido. Puede que me mueva, puede que busque algo por allí —dijo, dando un trago a su cerveza—. Tu madre quiere que me quede. Que vengas a estudiar a Tokio, que estudies estos meses y hagas las pruebas para acceder a la Universidad en abril. Al haberte adelantado en New York tienes esa posibilidad. Pero eso tú ya lo sabes.
—Quiero jugar al vóley —dijo Kageyama, abriendo y cerrando los dedos. La mano estaba un poco menos hinchada, pero todavía le dolía—. Jugar en el mejor equipo posible.
Y ese es la Ocean.
El mejor equipo sub-19 de EEUU, donde Hinata y yo podemos escalar hasta ganarlo todo.
—El mejor equipo posible no siempre es el equipo campeón —Kageyama le miró a los ojos. Azules, como los suyos, pero más rasgados—. No estoy hablando de trofeos. El Karasuno para ti fue el mejor equipo, aunque no fueseis los mejores de Japón, ¿no te parece?
—¿Entonces cuál es el mejor equipo para mí?
—Esa respuesta tienes que encontrarla tú solo —dijo su tío, acabándose la cerveza—. Pero si quieres una pista, el mejor equipo es siempre uno donde sientas que estás en familia, donde seáis una piña. En mi equipo universitario teníamos un lema, ¿sabes? Todos para uno y uno para todos.
—¿Boku no hero?
—Los tres mosqueteros —rió Yūji—. Sabes, egoístamente hablando me vendría bien que te quedases en Tokio. Tu madre cree que así podré cuidarte, pero yo lo veo de otra forma. Vivir con alguien joven te rejuvenece, y no me importaría volver a los veinte. Todavía no estoy calvo. Aún hay esperanza para mí en el mercado de segunda mano.
—Tienes treinta y dos años, no ochenta —dijo Kageyama, frunciendo el ceño. Para él su tío era casi como un hermano mayor, aunque se llevasen quince años.
—La peor edad para encontrar marido.
—¿Marido? —preguntó, y la cerveza casi se le escurre de la mano—. ¿Eres gay?
Yūji abrió los ojos, sorprendido.
—¿No lo sabías?
—No —dijo, sin entender nada—. ¿Cómo voy a saberlo?
—¿Quién creías que eran los chicos que llevaba a la cena de fin de año?
Kageyama empezaba a indignarse.
—Amigos.
—¿Amigos? ¿En la cena de fin de año? —rió su tío, estirando un brazo y dándole una palmadita—. ¿Y aquel año que di ese discurso en los postres? Me bebí todo el sake y abogué por el matrimonio igualitario, a tu abuela casi le da un infarto. Solo tu abuelo me apoyó, ¿de verdad no te acuerdas? Dijo que si seguía jugando al voley seguro que encontraba a un chico alto y fuerte que quedase bien en las fotos, como nosotros, los Kageyama. Papá era un caso —Kageyama de verdad que no recordaba una mierda de todo eso. ¿Sería muy pequeño? ¿Estaría pensando en voley?—. ¡Ah! ¿Y hace dos años? Llevé muffins con la bandera LGBT.
Kageyama sí se acordaba de esos muffins. Eran de colores. Un arcoiris, o algo así.
—¿La bandera de quién?
Durante la siguiente media hora, mientras esperaba por Atsumu, su tío le contó más cosas sobre la homosexualidad de las que había escuchado en sus diecisiete años.
Le habló de orientación y de identidad sexual. Mencionó de pasada la entrevista de Yoko, y le recordó que nadie tenía derecho a sacarle de ningún armario, y que tan lícito era proclamar sus gustos en las redes sociales como guardarlos para sí mismo. También le dijo que no pasaba nada si probaba y se equivocaba, que las etiquetas son para la ropa. Que no funcionaba igual para todo el mundo, y que lo importante era que funcionase para él.
Le habló de derechos, de la discriminación latente en Japón pero que está en todas partes. Le habló de sexo, de la importancia de protegerse, de apartar los estereotipos y entender que la vida no es una película porno.
—Tengo una... pregunta —consiguió decir Kageyama, y podría jurar que estaba en su nivel máximo de sonrojo y vergüenza por la forma en que le ardía la punta de las orejas. Sin embargo, su tío era la única persona a la que podría preguntarle algo como eso.
—Tiene que ser muy horrible para que te sonrojes de esa forma —dijo su tío, pasándole otra cerveza. Kageyama no quería emborracharse así sin sentido a mediodía antes de quedar con Atsumu, pero la aceptó, porque era muy necesaria en ese momento—. Dispara. No será para tanto.
Ni siquiera sabía exactamente cómo decirlo.
—El chico que me gusta... Él... —Mi novio seguía sonándole jodidamente raro, así que probó algo más cercano—. Shoyo. Shoyo y yo... Nosotros ya hicimos algunas cosas.
—Ya me imagino —Kageyama se quedó un momento en silencio, avergonzado por lo que su tío pudiese estar pensando—. ¿Tuviste algún problema?
—No. Todo fue bien —dijo, recordando la nebulosa de pecas—. Es solo que él... Quiere, bueno, cambiar.
Su tío levantó las cejas. Es imposible que haya entendido nada. ¿No?
—El drama de los dramas —rió Yūji. Después de unos segundos que a Kageyama le parecieron eternos, cambió su mirada un poco burlona por otra, de complicidad, más tranquila—. Y entiendo que es un problema, porque tú te sientes bien como estáis.
—Me gusta lo que hemos hecho hasta ahora.
—¿Te acuerdas la primera vez que viste las constelaciones? —Kageyama asintió con la cabeza. Era un crío, y se heló la espalda y el culo sobre la hierba del jardín, pero la sensación de ser parte de un Universo enorme no podía olvidarla-. Te quedaste con la misma cara que cuando mi padre te mostró el voley. Ese día te enseñé la estrella polar, y estuviste muchas semanas tan alucinado que no querías saber nada más. Después fuiste aprendiendo otras cosas. Otras estrellas, los planetas. Si te hubieses quedado en la estrella polar, nunca habrías conocido Urano. Pero tampoco tienes que hacer algo que no quieras.
—Sí que quiero —contestó, rápido. Se sonrojó otra vez hasta la raíz del pelo—. Pero es... demasiado.
Trabajó la palabra en la lengua. Demasiado. Romper todas sus barreras. Él no era Hinata, no sabía saltar con los ojos cerrados esperando lo mejor.
—Soltar el control, ¿eh? —dijo Yūji, sonriendo, poniendo nombre a las emociones como hizo tantas veces desde que era un niño—. Es una cuestión de confianza. Inténtalo. No hablo sólo de sexo, que también. Cede, una sola vez, y que haga y deshaga contigo, a ver qué pasa. ¿Sería tan terrible?
—Bueno. Puedo salir herido —dijo Kageyama, serio—. La tiene muy grande, y no estoy seguro de que sepa cómo manejarla.
Su tío escupió media cerveza y después empezó a ahogarse. Kageyama le dio unas cuantas palmadas en la espalda, pensando qué habría dicho que fuese tan extraño.
—Joder, Tobio, que soy tu tío —dijo, con los ojos llorosos de tanto reír—. ¡Un respeto a las canas!
—No tienes canas. Y tú empezaste.
Su tío había empezado una reflexión sobre lo que le habría gustado tener a alguien con quien hablar de todas esas cosas cuando era adolescente, cuando el teléfono de Kageyama vibró.
Atsumu.
—Yūji-san. ¿Quieres venir a comer con un amigo? Es Miya Atsumu, de la sub-19. Juega de colocador.
—¿No es el chico que te suplía en la Ocean? Me encantaría, pero tengo que poner orden a este desastre. Te veo después.
Kageyama se puso en pie y agradeció a su tío tanto la charla como la cerveza y los consejos. No había imaginado cuánto extrañaba una conversación como esa hasta que la tuvo. Cuando se dirigía a la puerta se tropezó con una caja y al agacharse a colocarla vio lo qeu había dentro. Un telescopio. Se giró un poco.
—Sabes —dijo Kageyama, pasando los dedos por la superficie lisa y oscura—. Hinata y yo vimos Urano. Sin telescopio.
—¿En serio? ¿Cuándo?
Su tío parecía emocionado. Kageyama sonrió.
—En junio del año pasado. La mejor noche de todas—. "Kageyama, vamos, enséñame el planeta más woooa de todos"—. ¿Crees que podremos volver a verlo? Así. Como ese día.
—No lo sé —dijo, mirándole con una sonrisa—. Pero si no véis Urano ¿qué importa? Tenéis todo un Universo para vosotros, constelaciones, planetas, estrellas... Busca otros y enséñaselos.
Atsumu le esperaba a unos metros de la puerta, mirando el teléfono. Llevaba ropa de entrenamiento, pantalones cortos y chaqueta granate de la selección, y las zapatillas deportivas de Kageyama, con las que solía jugar en Karasuno. Tenían el mismo número, y en New York solían compartir calzado.
Le condujo por Shibuya, abriéndose paso entre las olas de turistas, hasta el Han no Daidokoro, una yakiniku que según Atsumu tenía más carne que la June. Consiguieron una mesa junto a la ventana, porque a Atsumu siempre le gustaba sentarse en esa clase de sitios, sin importar que Kageyama se sintiese como en un escaparate. Pidieron carne como para todo un ejército y sake. Kageyama no bebía sake, pero lo aceptó.
—Podemos salir esta noche —propuso Atsumu, ajeno al hecho de que era jueves. En serio, jueves—. Mi hermano libra y seguro que se apunta. Sigue igual de gilipollas, pero ha mejorado con el arroz. Siempre es más fácil aguantarle cuando tienes arroz en el estómago.
—¿Desde cuándo se sale los jueves?
—Desde que es agosto —dijo Atsumu—. Y en dos meses cumplo diecinueve. Nunca voy a estar tan bueno como ahora.
—El mejor momento físico es a los veinticinco —dijo Kageyama, recordando los libros que había leído sobre cuerpo y voley. Tal vez le vendrían bien a Hinata.
—Eso te lo dijo uno de veinticinco. Siento romper tus ilusiones, pero no es verdad. Si echases un ojo en Grindr después te lo arrancarías.
—Mi tío tiene treinta y dos y está bien —dijo Kageyama, encogiéndose de hombros—. Supongo que porque sigue jugando.
—¿Se parece a ti? —preguntó Atsumu. Kageyama asintió. Muchas veces les habían preguntado si eran hermanos, con el mismo color de ojos, solo que su tío estaba siempre, a todas horas, con una sonrisa en la cara—. ¿Sabe que te va más el entrecot?
—En realidad prefiero el solomillo.
—Joder, Tobio. Eres idiota —Kageyama frunció el ceño mientras Atsumu ponía los ojos en blanco-. ¿Tú tío es gay? En serio, preséntamelo. También me vale si es bi, o al menos uno de esos hetero que con dos copas se ponen tontorrones.
—Atsumu, estás hablando de mi tío.
—¿Te imaginas? Yo pasaría a ser algo así como tu tiastro.
—Esa palabra no existe.
—Claro que sí. Un padrastro y un tiastro.
—Olvídalo, no pienso presentarte a mi tío y no, no insistas más —dijo, un poco indignado por la indecencia de Atsumu—. ¿No estabas medio... intentando algo con un chico?
—No, ¿qué coño dices?
—Me lo contaste el día que ganamos la Liga. Dijiste que dejaste algo con alguien aquí para estar conmigo en New York.
Atsumu rió, negando con la cabeza mientras servía otra ronda de sake para ambos.
—No sé qué mierda te dije porque iba muy pedo, pero ese chico pasa de mi culo.
Era la primera vez que veía a Atsumu reconociendo que otro ser humano podía pasar de él.
—¿Le has dicho lo que sientes?
—¿Lo que siento de qué?
—Dijiste que no follasteis, pero que fue algo de verdad. Eso es sentir.
—Dios, ¿tantas cosas dije? —gruñó, sonrojándose—. Shimota, no pienso beber nunca más contigo.
Lo dijo mientras se bebía su quinto sake.
—¿Es Sakusa?
—¿Te lo ha dicho el jodido Shoyo?
—No —dijo, porque era cierto. Fue algo así como una intuición. La primera de su vida, probablemente. Una que Atsumu había confirmado con su pregunta.
—Pues sí, era Omi-kun. Pero realmente no. No fue nada, no pasó nada, no hay nada que continuar.
—¿Es heterosexual?
—Qué va a ser —gruñó Atsumu—. Mi gaydar nunca falla. Se está tirando a un entrenador, creo. Un viejo de cuarenta y dos. Es en serio.
Kageyama no sabía qué debía decir.
—Vaya -murmuró—. ¿Y no puedes meterte en medio o algo?
Atsumu rió, escupiendo su sake sobre la carne. Kageyama le llamó un montón de insultos encadenados, todos ellos relacionados con la especie porcina.
—Es un enano además —siguió Atsumu, que ya había cogido carrerilla—. No llega al uno setenta y ya se está tirando a Omi, en serio ¿de qué coño va? Primero pensé que sería por la pasta, ya sabes, tiene un pedazo reloj de esos como los que guardaba el capullo de Kásper bajo llave. Pero Omi suda muchísimo del tema dinero.
—A lo mejor tiene buena conversación.
Atsumu le lanzó una mirada asesina.
—Pero qué coño dices. El tío está en Grindr, lo he visto un par de veces. La mierda esa pita cuando tienes a otro cerca -Kageyama pensaba que eso era un asunto poco digno, pero se abstuvo de manifestarlo en voz alta-. ¿Sabes qué pone en su perfil? Entrenador de voley. Levanto todo tipo de bolas. En serio, qué puta vergüenza. Encima se lo cuento a Samu y ¿sabes qué me dice, el cabrón? Que a mí lo que me pasa es que estoy reventado porque no se me ocurrió de frase para mi perfil. Maldito gemelo maligno. Mira, ven, vas a verlo tú mismo.
Pese a las quejas de Kageyama, Atsumu se sentó a su lado y le obligó a ver el perfil entero de aquel tío de Grindr. A Kageyama le sonaba su cara. Era entrenador del equipo femenino del Toray Arrows de Otsu.
—Es cerca de mi pueblo.
—¿No dices que tiene cuarenta y dos años? —preguntó Kageyama, señalando la pantalla—. Aquí pone veinticinco.
—Tobio, eso no es la edad.
—¿Y qué es?
—¿Tú qué coño crees que es?—. Kageyama pensó durante un rato. Ni puta idea—. En serio, de verdad, me deprimes. Necesito a Shoyo, aunque para él será normal. ¿Cómo coño lo haces? ¿Puedes caminar al día siguiente?
Kageyama estaba moderadamente alcoholizado, y no tenía ni idea de qué le estaba diciendo.
—Una vez ligué con un tío que decía que se ponía un tope —siguió Atsumu, y Kageyama empezó a vislumbrar el sentido de aquella conversación—. En plan que se lo ponía ahí, en serio, me contó que lo compraba en la farmacia. Decía que era para no causar destrozos, pero yo creo que era un flipado. Le bloqueé. Yo no sé cómo puedes entrar en la farmacia de tu pueblo y pedir un tope para tu súperpolla, es como raro ¿no crees? ¿Habéis comprado topes?
—No —dijo Kageyama, intentando apartar por siempre esa imagen de su mente.
—Joder, ¿crees que Omi estará comprando topes para ese entrenador-anaconda? ¿Qué pasa si le deja jodido? Es mi mejor rematador, y él es tan... Shimota, ¿debería recomendarle los topes o debería matar a ese viejo?
Kageyama de verdad necesitaba cambiar de tema.
—Atsumu —dijo al final, desesperado por cambiar de tema—. Hablé con Dani.
El gesto de Atsumu cambió.
—Como me digas que firmaste el contrato te pondré un tope, pero en el cuello.
—No firmé nada. Le mandé las cláusulas.
—¿Y por qué coño hiciste eso? —preguntó, frunciendo el ceño—. ¿No has tenido bastante con toda la mierda que ha pasado?
—Hinata tiene que rehabilitarse allí.
—Shoyo no quiere rehabilitarse allí —le corrigió Atsumu, señalándole con los pallidos.
—¿Y tú qué sabes qué quiere?
—Porque hablé con él —dijo Atsumu, sin dejar de comer. El calor del brasero había tiznado sus mejillas con un sonrojo parecido al de una tarde en la playa. Recordó el día que pasaron en New York, sus intentos de surf, la forma en que el sol se reflejaba en la cara pecosa de Hinata, cómo las pestañas se le ponían tan naranjas que parecían casi rubias—. Le conté lo del contrato.
—¿Que hiciste qué?
—Baja la voz, Tobio —dijo Atsumu, frunciendo el ceño—. Sólo le conté que te habían ofrecido quedarte a cambio de su rehabilitación.
—¿Cuándo coño se lo contaste? —exclamó, casi gritando. Las mesas más cercanas les miraban.
—Ayer.
Mierda. Hinata no le llamó de noche, pero creyó que se habría dormido después de esos primeros días de entrenamiento tan duros. Debía estar enfadadísimo.
A lo mejor este es el final. Segunda oportunidad, cinco días de duración. Genial, Tobio, genial.
Kageyama se puso de pie.
—No puedo creer que se lo contases —dijo, serio, sacando el dinero de la cuenta y poniéndolo entre las páginas de la carta—. Eres un traidor.
—Baja un par de niveles de drama, por favor —replicó Atsumu, cogiéndole del brazo y tirando de él hacia el asiento. Kageyama le dio un manotazo y apretó los dientes—. Tobio, lo siento. No quise decírselo, pero se me escapó un comentario y él hizo preguntas. Era peor ser misterioso. Shimota, pensé que ya lo sabía. Lo di por hecho. ¿Cómo coño iba a imaginar que no se lo contaste nada más entrar por la puerta?
Kageyama le miró a los ojos y, sin decir nada, todavía molesto, se sentó. Tardó un poco en hablar.
—No se lo conté porque si se lo cuento no querrá que firme.
—¿Y qué piensas hacer, llevarlo amordazado en el avión? ¿O vas a hacer como en Good Bye Lenin, drogarle hasta América y poner tatamis en su dormitorio, fingiendo que sigue en Sendai?
-Quiero que entienda lo que es más importante.
—Sabes -dijo Atsumu, mirándole sobre el vaso de sake—. Creo que eres tú el que tienes que entenderlo.
—Tú no sabes nada, Atsumu. Hinata ha perdido todo lo que le importa, pero puede recuperar el vóley. Ahora mismo no puede andar, ni si quiera tiene sus putos recuerdos. ¿Entiendes lo que es eso? No sabe nada. Ni siquiera se acuerda de nuestra primera vez juntos.
Atsumu levantó las cejas, metiendo la cuchara en su postre.
—No lo harías tan bien entonces —Kageyama frunció el ceño y Atsumu soltó una risa, tendiéndole la otra cuchara. ¿Compartir un helado? ¿En serio tenía que compartir comida con ese idiota?—. ¿Sabes una cosa, Tobio? Estos días he estado pensando. He pensado un montón en ti, en mí, en Shoyo-kun. Y por fin he comprendido. ¡Es muy fácil! —exclamó, revolviendo todo el helado, mezclando el chocolate con el coco—. No necesitamos recuerdos. Y Shoyo, tampoco.
Atsumu le dejó en la puerta de la casa de su tío a última hora de la tarde -porque si no jamás habría llegado- recordándole, por si quería unirse, que esa noche saldría por Shinjuku, "a ver si encuentro a un tenderness42 con una buena anaconda que me ponga mirando a Hokkaido".
Kageyama le insistió en que hablase con Sakusa, pero no se le daba bien eso de tratar asuntos sentimentales con la gente. Para eso estaban Hinata, y las notas del móvil.
Entró, descargó un par de cajas y se tumbó en la cama a escribir en su teléfono.
Hinata no es Hinata sin el vóley. ¿Cómo podría convencerle para que lo acepte?
Esta es su mejor opción. No es para tanto. Yo también tendré vóley.
No es-
—¡Tobio-kun!—. La voz de su tío le hizo levantar los ojos del teléfono—. ¡Tienes visita!
Kageyama frunció el ceño. El tonto de Atsumu debía estar demasiado borracho para encontrar el camino a su casa. Se puso de pie de un salto y fue por el pasillo maldiciendo su idea de beberse una botella de sake así porque sí para comer. Las estúpidas ocurrencias de Tsumu, que les habían llevado tantas veces al desastre.
En la puerta de la casa estaban su tío y Hinata. En la silla, con el pelo enredado y disparado, como si hubiese metido los dedos en un enchufe. Tenía su tradicional gesto de enfado tan infantil, y llevaba esa camiseta estúpida de la selección femenina de voley de Brasil, con un 2008 en letras enormes, conmemorando el oro de los Juegos Olímpicos de Pekin. Kageyama recordaba cuando la compró, en un mercadillo de segunda mano de Tokio cuando fueron a los nacionales.
Recordaba haberle dicho que no debería ponerse cualquier camiseta de cualquier selección, que ellos eran japoneses. Hinata le contestó con un "si juegan al vóley a quién le importa su nacionalidad, Bakayama. Si juegan al voley tienen mi apoyo".
—Hinata —dijo, abriendo mucho los ojos. Hinata extendió un brazo en señal de stop, agitando la cabeza.
—¡No vengas, ni se te ocurra! ¡Quédate ahí!—. Kageyama se congeló allí, junto a la caja del telescopio.
Hinata empezó a hacer cosas raras, rebuscando detrás de la silla hasta que dio con algo. Las muletas deportivas que Kageyama había comprado para él—. ¡Te he dicho que no vengas!
Se dio cuenta de que se había movido, y se quedó quieto. Su tío les observaba con los brazos cruzados y una medio sonrisa desesperante en la cara. Hinata resopló y le miró.
—¿Eres Yūji-san, verdad? —preguntó, cambiando el tono.
—El mismo. ¿Shoyo-kun?
—Sí -asintió, frunciendo el ceño—. ¿Puedes ayudarme? ¡Tú no, Bakayama, no te muevas y espérate ahí, mierda!
Kageyama volvió a detenerse. Su tío soltó una carcajada mientras le tendía las manos a Hinata, que echó el freno a la silla y después le agarró de los brazos. Estaba usando también la mano derecha, todavía vendada de negro.
—Eso de Bakayama me perturba —dijo Yūji. sonriendo—. Yo también soy un Kageyama después de todo.
—¡Lo siento! ¡Es que se lo merece! —gritó Hinata, mientras se impulsaba hacia arriba, apoyándose en Yuji. Y se ponía de pie, agarrado a él. Las piernas le temblaban los primeros segundos, pero pronto dejaron de hacerlo. Se resbaló un poco de su agarre, pero Yūji le aguantó—. ¡Muletas!
Hinata ordenaba y su tío obedecía. Le alcanzó las muletas que reposaban contra la silla. Hinata hizo varias maniobras extrañas. Cogió una muleta, se soltó de un brazo de Yūji. Después se soltó del otro y se agarró a la segunda muleta, apoyando su peso contra la pared. Y miró a Kageyama a los ojos.
—¿A qué esperas para acercarte, Bakayama? ¿Quieres que vaya corriendo como tu príncipe o qué mierda?
Kageyama se acercó, sin pestañear. Estaba de pie. Ese idiota estaba ahí de pie, como si nada. No podía caminar, pero se mantenía de pie. Apoyado en muletas, recargado en la pared, pero las piernas le estaban sosteniendo.
Por el brillo de sus ojos, podría jurar que se había levantado a base de orgullo.
Un jodido loco.
Se acercó a él, y Hinata se las arregló para soltar una mano de la muleta y golpearle, un empujón en el pecho, muy flojo. Kageyama no podía dejar de mirarle. Estaba hipnotizado, en trance. Quizás era el sake, o ese rizo naranja-casi-rojo que le caía desde la frente hasta la nariz, y que quería, deseaba enredar en sus dedos.
El segundo empujón le desequilibró, y Kageyama le sostuvo. Olía a licor de cereza, su pelo, sentía sus costillas bajo los dedos, su abrazo. De pie, ambos. Si ese momento fuera una canción, lo oiría hasta quemarlo. Hinata le estaba insultando con palabras inconexas, pero le acarició la nuca sólo porque podía hacerlo.
—Chicos, os dejo solos —dijo Yūji, que al parecer estaba allí. Kageyama lo sacó de su mente—. Iré a casa de unos amigos. Volveré de noche. Tenéis de todo, algunas cosas siguen en cajas pero buscad y coged lo que necesitéis. Encantado, Shoyo-kun.
Hinata le pellizcó en la cadera. Las piernas empezaban otra vez a temblar.
—Siéntate.
—Cállate. Chungoyama. Vas a callarte un momento. Sé lo del contrato.
Kageyama se mordió el labio. Hinata se agarró a él con más fuerza, y recargó más su peso en sus brazos. No importaba, sostendría todo lo que fuese necesario.
—Iba a contártelo.
—¿Después de firmarlo? Eres lo peor —dijo, separándose un poco para mirarle. Perdió pie y estuvo a punto de caerse. Kageyama no le sujetó bien por culpa de su maldita mano herida y acabaron en el suelo, aunque no fue brusco. Se dejaron caer y aterrizaron despacio, sentados—. Dime que no has firmado.
Kageyama le miró a los ojos.
—Todavía no. Pero voy a firmar.
—Escúchame, tonto. Que eres muy tonto, Tobio. Escúchame bien —dijo Hinata, poniendo una mano sobre su mejilla. Una mano cálida, como las tenía siempre. Kageyama reprimió las ganas de frotarse contra ella, buscando una caricia con los ojos cerrados—. Kásper y Yoko me extorsionaron.
Kageyama abrió los ojos de golpe y le miró.
—¿Qué?
Hinata se mordió el labio. Cogió aire y allí, rodeado de cajas, empezó a hablar.
Le habló de cómo recordó todo cuando Yoko se presentó en su habitación. Le habló de los vídeos de los que se acordó, de los que le mostró Yoko, aunque podrían no ser los únicos. No descartaba que hubiese un vídeo de la noche que pasaron los tres.
Le habló de cómo decidió dejarle para proteger su futuro como jugador, y Kageyama apenas podía respirar. Ni siquiera le estaba mirando. Miraba sus manos, que Hinata había atrapado y que acariciaba mientras hablaba. Pasaba los dedos por las vendas de su mano derecha, le pedía perdón, no estaba llorando. Le decía que era su culpa, que si él no hubiese sido tan idiota nunca habría pasado nada.
Cuando terminó de hablar, Kageyama no estaba triste.
Estaba furioso.
No se había sentido así en toda su vida. Era un sentimiento tan potente que lo ocupaba todo, le atrapaba hasta el último de sus nervios, le impedía pensar. Le obligaba a respirar rápido y a apretar los dientes, y sólo podía pensar en todos los momentos en los que había estado con Dani creyendo que era algo parecido a un amigo, un compañero. Todas las veces que le había colocado la pelota a ese cerdo, a ese cabrón que le había manipulado como había querido. Ni siquiera le importaba una mierda Yoko. Dani, Dani era el ideólogo, el cabecilla. El que había fingido durante todos esos meses, digno de un Óscar.
Les había destrozado, había convertido al duo invencible en dos sombras, un par borrones, un montón de cenizas.
El fénix.
El fénix resurge de sus brasas, más fuerte. Atsumu lo dijo.
Hinata seguía pidiendo perdón, abrazándole, y Kageyama le agarró del pelo y le dio un tirón, apretándole en el abrazo.
—No te disculpes nunca más, idiota —susurró, ahogándole en un abrazo de los que rompen costillas—. No te vuelvas a disculpar o te daré una paliza que no olvidarás.
—Dame esa paliza —dijo Hinata, llorando, con la cara apoyada sobre su hombro—. Me la merezco. Siento haber sido tan estúpido. Nunca pasó nada con Yoko, te lo juro.
Kageyama le apartó para mirarle a los ojos. Tenía la cara enrojecida de llorar, y le besó con rabia, intentando calmarse, intentando calmarle, entenderse, comunicarse de la manera que mejor sabían. Hinata le abrazó por el cuello buscando un beso más largo, sin dejar de decirlo, otro fui idiota, y otro lo siento lo siento lo siento y Kageyama le susurró un millón de que no lo digas más y otro de que ya sabía que eras idiota, a quién querías engañar, a mí seguro que no.
Siguieron besándose sin hablar, y la ira que había atrapado a Kageyama empezó a deshacerse como un polo de hielo, bajo el calor de la lengua de Hinata. Cada beso le aflojaba, le liberaba, arrancaba la vieja piel para dar salida a la nueva, suave pese a las cicatrices, o a lo mejor por ellas. Hinata se tumbó en el suelo y le atrajo hacia sí, agarrándole de la camiseta, para seguir besándole. Las baldosas estaban frías, y el cabello naranja se esparcía sobre el fondo blanco en una combinación de colores que para Kageyama se convirtió en canon de belleza.
Le besó en el cuello hasta hacerle suspirar, le mordió la oreja y le enredó más el pelo mientras buscaba las cosquillas con los labios sobre sus clavículas. Hinata reía, dulce y perfecto.
—Bakayama —susurró, tirando un poco de su pelo para que le besase. Kageyama no le hizo caso. Metió la mano izquierda, la única buena ahora, bajo su camiseta absurda de Brasil, y le acarició sobre el ombligo—. Huh, Tobio, tenemos que hablar de mil cosas.
Kaegeyama siguió acariciándole bajo la ropa mientras volvía a besare. Hinata pasaba los dedos por su espalda, sobre la camiseta, despacio, inseguro. Le besó más despacio, dándole una de esas recepciones necesarias para que el equipo recobre el ritmo. Hinata la cogió y la aprovechó, y sintió su mano derecha, la tela de la venda, sobre su cadera, bajo la camiseta. Le acarició con torpeza y Kageyama le mordió el labio y persiguió su lengua hasta encontrarla y abrazarla.
—No quiero que firmes —susurró Hinata en su oído. Kageyama le acarició un pezón con suavidad y le arrancó un gemido que le encendió por todas partes—. No firmes. No por mí. Por favor.
—Quiero... que... juegues —dijo Kageyama, hablando en su cuello, una palabra, un beso—. Quiero... verte... volar...
Hinata le tiró del pelo, obligándole a mirarle. Estaba jadeando, con las mejillas sonrojadas y esa, esa mirada.
—Voy a volar. Mírame bien. Voy a volar ¿vale? Te lo juro. Pero no lo hagas. No dejes que ganen—. Kageyama le besó, y Hinata le acarició el pelo, apartándose un poco—. No voy a ir a Estados Unidos. Si firmas tendrás que irte solo.
—¿Eso no es chantaje?
—No. Esa es mi decisión —susurró Hinata, mirándole los labios. Kageyama intentó besarle, pero se apartó otra vez-. Nos hicieron mucho daño. Me da igual que publiquen todos los vídeos. ¿No hablaste con una abogada por lo otro? Hablaremos por esto. Iré contigo. Y tú... Mira... Mira esto.
Kageyama se apartó de él con el corazón latiendo a toda velocidad, y Hinata extendió la mano hacia la silla y sacó algo de un lateral, tendiéndoselo. Eran unos papeles impresos. Kageyama los miró por encima.
Una lista de fechas de pruebas para equipos que buscaban colocador en la V-League japonesa de primera división.
—¿Y esto?
—Me la dio Atsumu. Por favor, no te humilles ante ese monstruo. Tú vas a brillar donde estés.
—La rehabilitación del hospital de Miyagi es una mierda, Shoyo —dijo, tapándose la cara con una mano—. Necesitas algo mejor que eso... Con eso podría valerte para caminar, pero tú quieres estar como antes del accidente. Necesitas estar como antes para poder llegar a lo más alto. Aunque no quisieras venir a New York, si voy a la Ocean puedo ganar mucho dinero. Podrías quedarte aquí e irme yo, y podría pagar tus gastos en esa clínica de Tokio. Puedes vivir con mi tío, él seguro que está encantado. He pedido precios de tu tratamiento.
—Tobio...
—He pedido un presupuesto y con lo que ahorré este año sólo podría pagar cuatro meses. Pero hay financiación, en diciembre cumplo dieciocho y puedo pedir un préstamo. En un equipo de la V-League, si es que me aceptan en alguno, no ganaré lo bastante como para pagar todo eso. En la Ocean sí.
—No quiero. Tobio, no quiero que hagas nada por ese cabrón.
—Quiero arrancarle la cabeza con mis propias manos —declaró Kageyama—. Pero puedo contenerme. Creo. Creo que podría jugar con él hasta que cumpla los diecinueve y entonces iría a su casa y le atropellaría con el cortacésped.
Hinata soltó una carcajada.
—¿Con el cortacésped?
—Vi un vídeo en Internet y es una muerte bastante horrorosa.
Pasaría siete veces por encima para que no quedasen ni tus huesos, cabrón, mentiroso, cerdo.
Verás cuando se lo cuente a la abogada.
A ver cuánto te ríes entonces, capullo.
Otra risa de Hinata, y un pellizco la pierna.
—Deja de hablar y vamos a una cama.
—¿No querías hablar de esto?
—Sí, quiero hablar de esto, pero no tirado en el suelo. Me duele todo el cuerpo, el tren bala es una mierda y me han tratado como si estuviese al borde de la muerte sólo por ir en una silla de ruedas. ¡A mi madre le conté una mentira! Si sabe que estoy en Tokio le da algo—. Kageyama rió. Le levantó en una especie de abrazo, tirando de él hacia arriba-. ¡Eh, no, en la silla!—. Kageyama no le hizo ni caso y le cogió en brazos- ¡Bakayama, no soy Buttercup!
—No. Eres Keneddy.
Hinata rió.
—Es verdad. Jacqueline —dijo, acariciándole el pelo mientras Kageyama buscaba la habitación de invitados. La cama no era una cama, sino un futón sobre el suelo de tatami. Dejó a Hinata allí con todo el cuidado que fue capaz, que no era demasiado—. ¡Au, eres terrible! ¡En nuestra noche de bodas yo te llevaré a la cama!
Kageyama se tumbó a su lado, riendo.
—No podrías conmigo.
—Ahora no —susurró Hinata, buscando su mano derecha con la de él. Las vendas se tocaron. Kageyama sintió un espasmo de dolor en los puntos, pero no le importó—. Pero en unos años seré mucho más fuerte que antes. Te llevaré en brazos y tú me dirás qué fuerte eres mi amor, y después te haré el amor toda la noche.
Lo dijo bajito, muy bajito, y Kageyama sonrió y rodó hasta quedar de lado, mirándole. Le acarició la nariz.
—¿Sigues sin recordar nada? —preguntó, recorriendo con dos dedos el camino desde su frente hasta su labio superior, una línea recta con un montón de pecas marcando su paso.
—El otro día soñé una cosa —dijo, y se giró también para quedar como él, de lado, mirándole—. Soñé que caminábamos por un pueblo abandonado... ¿Fukushima? O algo así, y tú llevabas una máscara de gas, y me... me desnudabas... Ay, qué vergüenza decir esto, Bakayama.
—Sigue.
Hinata tragó saliva y se pasó la lengua por los labios.
—Me desnudabas en una especie de combi —dijo, y rió un poco—. ¿Qué loco, eh?
Kageyama le miró con una sonrisa malvada.
—Fue esa noche. Después de eso.
—Cómo, cómo, espera, ¿eso es un recuerdo?—. Su cara merecía una fotografía, dulce y desconcertado y un poco indignado, como si no cuadrase con sus fantasías extrañas de pelis románticas de Netflix. A Kageyama le gustaría poder explicarle que fue mejor, mucho mejor que eso—. ¿Mi primera vez fue en una zona de exclusión nuclear?
—No —aunque por poco, pensó—. Fue después, en mi casa. En mi habitación. Esa noche Urano brillaba más que nunca, podía verse sin telescopio. Creías que era una señal. Elegiste la música y pusiste una canción de Metallica. Nothing else matters.
—¡Recuerdo la canción! -exclamó, sonrojándose y apartándose un mechón pelirrojo de la cara. Kageyama acarició sus dedos, pese al dolor de los puntos—. ¡Esa canción es súper sexy! ¡La elegiría mil veces! ¿Y cómo estuve?—. Kageyama no pudo evitar reír—. ¡Oye, no te rías! ¿Fui muy terrible? ¿Duré treinta segundos? Dios, seguro que duré treinta segundos.
—Fuiste muy genial, idiota —susurró, acariciándole los nudillos vendados, bajando un poco la mirada y ojalá pudiese tener más facilidad con las palabras para decirle brillaste más que Urano, y me tatuaste tu forma de acariciar bajo la piel, y si hubiese sido astrónomo le habría puesto a todas las estrellas tu nombre.
—¿Recuerdas aquello que me dijo la doctora? —preguntó Hinata, aún sonrojado, acercándose tanto a él que sintió su aliento sobre los labios—. Que podía vivir todo otra vez por primera vez. Sé que es una mierda porque no sé hacer nada y será un desastre porque además mis piernas van a su bola y todo eso y la mano derecha pues mal, pero a lo mejor podemos hacer que merezca la pena. Tú seguro que puedes. Yo puedo intentarlo aunque no te prometo que-
Kageyama le acarició la cara y le besó despacio, callándole.
—Quédate a dormir.
No veremos Urano, pero hay un millón de estrellas en el cielo.
Nota 1. La "June" fue una revista Yaoi que existió en Japón hasta 2012-2013. Cuando Atsumu dice que "tiene más carne que la June" se refiere a eso.
Nota 2. Los yakiniku son restaurantes-barbacoa japoneses, donde la gente se cocina su propia carne en los pequeños braseros que tienen en cada mesa.
Nota 3. Grindr es una app como Tinder pero para citas gais. Shinjuku es el barrio gay de Tokio, un poco lo que en Madrid es Chueca.
