36. Amor

Pasó una semana en la que Sakura apenas dormía ni descansaba. Se mostraba obsesiva con los niños, con los perros, con Itachi. Tenía unas profundas ojeras y él, al percatarse, le preguntó qué le pasaba, pero Sakura contestó que le había venido la regla.

Genma e Iruka, preocupados, fueron a verla al restaurante. Ella les mintió diciendo que el tema estaba solucionado, pero sabía que Nagato regresaría. Lo conocía muy bien.

Una madrugada, sonó el teléfono de Itachi y, tras contestar, se levantó rápidamente de la cama y se empezó a vestir.

—¿Qué ocurre? —preguntó Sakura asustada.

—Era Shisui —respondió nervioso—. Utakata está en el hospital.

Ella también se vistió apresurada y, tras avisar a Lola de que se marchaban, se fueron juntos al hospital.

Al llegar, se encontraron allí a Naori y Shisui.

—Ha sido un amago de infarto —dijo este—, pero está bien.

—¿Has avisado a papá? —preguntó Itachi, pasándose la mano por el pelo.

Su hermano negó con la cabeza.

—Utakata no quiere que le digamos nada.

—¿Qué ha pasado? —quiso saber Itachi, ya más tranquilo.

Naori y Shisui se miraron y ella dijo, poniendo los ojos en blanco:

—Al parecer, tu hermano ha querido quedar como un supermacho con unas mujeres y se ha tomado una pastillita azul además de...

—¿Ha tomado Viagra?

Shisui asintió y explicó, bajando la voz:

—Lo ha mezclado con cocaína y alcohol y eso le ha causado el amago de infarto. Por suerte, al empezar a encontrarse mal, me ha llamado por teléfono y lo he podido traer aquí para controlarlo, antes de que el asunto fuese más grave. Ha mezclado el alcohol, que es un depresor, con la cocaína, que estimula el sistema nervioso, y el Viagra, que es un vasodilatador. Ese gilipollas podría haber muerto de un paro cardiaco, ¡joder!

—Cuando lo vea, lo mato —siseó Itachi.

Sakura le cogió la mano y se la apretó, intentando tranquilizarlo.

—¿Puedo verlo? —preguntó luego.

Su hermano asintió y él, tras darle un beso a Sakura, le pidió que lo esperara con Naori. Ambas se fueron al despacho de Shisui mientras ellos dos se dirigían a la habitación de Utakata.

Este, al verlos entrar, dijo con gesto cansado:

—Vale... vale... no me miréis así. Sé que lo he hecho mal.

—Mal no, muy mal. Pero ¿tú eres gilipollas? —siseó Itachi.

—¿Cuándo narices vas a dejar de hacer tonterías y te vas a cuidar? —añadió Shisui, negando con la cabeza.

—No exageres —contestó Utakata.

—¡¿Casi la palmas y dices que no exageremos?! —le espetó Itachi.

Shisui, al ver que elevaba el tono de voz, le pidió tranquilidad con la mirada, pero Itachi no le hizo caso.

—No exagero, Utakata. Hoy has estado en la cuerda floja. Mezclar lo que has mezclado podría haberte producido un paro cardiaco y ...

—Pero no ha ocurrido, ¿verdad? —lo cortó su hermano mayor, asustado y consciente de lo que le decía.

Itachi y Shisui se miraron y este último dijo:

—Mira, Utakata, voy a ser sincero contigo. Ya no eres un crío de veinte años para hacer las cosas que haces. ¿Cuándo te vas a dar cuenta de que en esta vida no todo es trabajar y follar con toda la que se cruza en tu camino?

Él no respondió. Sabía que tenían razón y, cerrando los ojos, contestó:

—Estoy agotado. Dejadme descansar.

Tras resoplar, Shisui cogió a Itachi del brazo y ambos salieron de la habitación. Utakata quería estar solo y era mejor que no se alterara.

Al día siguiente, Fugaku y la Tata llegaron de Puerto Rico. Naori, sin hacer caso de lo que Utakata quería, los llamó.

Cuando su padre entró en la habitación y lo miró con gesto de reproche, Utakata resopló.

El viejo no dijo nada, solo se limitó a escuchar las palabras tranquilizadoras de Shisui, mientras Itachi permanecía callado a su lado y la Tata se desvivía por cuidar a Utakata.

Durante horas, este aguantó la incómoda situación de tener a su padre allí sin dirigirle la palabra, hasta que la puerta de la habitación se volvió a abrir y apareció Hotaru.

—¡Joder! —murmuró Utakata al verla.

La Tata la abrazó rápidamente y Fugaku, mirando a su hijo, la abrazó también y por fin dijo:

—Ella, junto con Preciosa, eran lo único bueno que tenías y las perdiste. Ahora sigue viviendo la vida loca, bebiendo y consumiendo pastillitas azules para satisfacer a esas mujeres y dentro de nada todos te perderemos a ti.

Y dicho esto, salió de la habitación con la Tata detrás.

Al encontrarse a solas con el que había sido su marido, Hotaru se acercó a él y, con cariño, preguntó:

—¿Cómo estás?

Utakata la miró. Sin duda su padre tenía razón y respondió:

—Jodido, pero bien.

Hotaru sonrió. Ante ella tenía al Utakata duro e indestructible y, durante unos minutos, ambos permanecieron en silencio. A veces el silencio dice más que las palabras y, finalmente, Utakata, suavizando el semblante, dijo:

—Lo siento, Hotaru. Siento tanto todo lo ocurrido que no sé ni qué decirte para disculparme contigo por haberme comportado como un auténtico desgraciado.

—Tranquilo, Utakata... tranquilo.

—Estoy tranquilo, créeme.

Hotaru asintió y le cogió la mano.

—Soy consciente de que no merezco que estés aquí conmigo —murmuró—. Ni siquiera merezco que me mires a la cara.

—No te voy a quitar la razón —afirmó ella.

Sin soltarle la mano, él se la besó y dijo:

—Pero en cambio estás aquí. Siempre que te he necesitado has estado a mi lado o al lado de mi familia.

—Soy así de tontorrona, ya lo sabes.

Utakata sonrió. Aquella sonrisa sincera la hizo sonreír también a ella y él añadió:

—He sido un necio, amor. Un imbécil, un mal marido, por no decir más cosas.

—Puedo decirlas yo si quieres. Tengo un gran repertorio dedicado única y exclusivamente a ti.

—Eres la única mujer que realmente me ha querido y que ha visto en mí algo más que un egocéntrico productor discográfico y su dinero, y al final me has tenido que dejar por idiota. Y...

—No le des más vueltas —lo cortó Hotaru—. Yo perdí mi tiempo y tú a alguien que te quería de verdad. No hay más. Déjalo, Utakata.

Lo que ella acababa de decir era una verdad como un templo.

—No puedo dejarlo —insistió él—. Nunca te he valorado como mereces. Nunca he pensado en ti como debía hacerlo. Nunca te antepuse a todo lo demás, como veo que hace Shisui con Naori o Itachi con su novia, y me da rabia darme cuenta ahora de todo lo que he hecho mal contigo. Por suerte, Preciosa tiene la mejor madre del mundo. En eso me gusta saber que no me he equivocado.

Hotaru sonrió emocionada y dijo:

—Gracias, Utakata. Necesitaba oírte decir eso. Y sí, Preciosa es lo más bonito que hay entre nosotros para el resto de nuestras vidas. Y precisamente por ella, por lo que te quiere, debes cuidarte. Estoy segura de que querrá que su padre esté con ella el día de su boda, o el día que tenga su primer hijo, y si no te cuidas, difícilmente será así.

Utakata asintió. Como siempre, ella tenía razón y, tras suspirar, preguntó:

—¿Sigues adelante con tus planes de boda?

—Sí.

—¿Te cuida?

—Sí.

—¿Te respeta y te mima?

—Sí, todos los días, y no solo quiere casarse, también está dispuesto a tener hijos conmigo y a formar una familia, algo que tú nunca quisiste hacer.

Utakata asintió. Nadie se arrepentía más que él de eso y, al cabo de unos segundos, dijo:

—Me alegra saberlo, cielo. Necesito saber que te quiere, te respeta y te hace feliz.

Encantada por esa comprensión que no esperaba, Hotaru le dio un beso en la frente.

—Tú también puedes ser feliz, hombre de hielo. Estoy segura de que, si te relajas en lo concerniente al trabajo y miras a tu alrededor, puedes encontrar una buena chica que te quiera. Eres un hombre muy atractivo, y lo sabes, y también sabes que puedes tener a la mujer que desees.

—No, no puedo, amor —susurró mirándola—. En eso te equivocas.

—Utakata —respondió cansada—, tú lo propiciaste y ahora no puedes quejarte.

—Lo sé. Lo sé. —E, intentando no agobiarla, añadió—: Haces bien casándote con ese ruso. Te prometo que a partir de ahora me comportaré como un hombre y no como un gilipollas. Te lo prometo, Hotaru.

—Me encantará verlo y te aseguro que a Preciosa le gustará todavía más que a mí —contestó, sonriendo encantada.

De nuevo se hizo el silencio, Utakata la miró a los ojos y dijo:

—Me gustó bailar contigo en la fiesta de mi padre. Llevaba mucho tiempo sin hacerlo.

Hotaru asintió.

—Cerca de tres años. Dejó de gustarte hacer cosas conmigo, entre ellas bailar y pasarlo bien.

Consciente de que poco podía decir al respecto, le dolía en el alma, pero dispuesto a escuchar algo que llevaba siglos sin oír, preguntó:

—¿Puedo pedirte una cosa?

—Claro.

Utakata sonrió y, mirándola con dulzura, susurró:

—Dime eso que tanto me gustaba, aunque sea la última vez.

Hotaru sonrió también y, retirándole el pelo de la frente, cuchicheó:

—Eres mi bichito y soy la envidia de media humanidad.

Llevándose la mano de ella a la boca, se la besó y dijo:

—Eres impresionante, Hotaru, y nunca me perdonaré haberte perdido.

En ese instante, se abrió la puerta de la habitación y Shisui entró acompañado de su padre y de Itachi. Hotaru sonrió al verlos y después miró a Utakata.

—Anda, dame un abrazo, Uchiha. Un abrazo no resolverá nada entre nosotros, pero en ocasiones como esta es necesario.

Sin dudarlo, Utakata hizo lo que le pedía. Aquella chica, aquella mujer, su exmujer, cada día lo sorprendía más. Cuando ella se soltó de sus brazos, lo miró, le sonrió y, tras darle un rápido beso en los labios que a él le supo a gloria, murmuró con cariño:

—Adiós, Utakata. Cuídate.

Y dicho esto, se dio la vuelta, sonrió a los otros tres Uchiha que la observaban y se marchó antes de echarse a llorar como una Magdalena.

Los cuatro hombres se miraron entre sí confusos y conmovidos e Utakata dijo finalmente:

—Vale, podéis empezar a insultarme. Me lo merezco.

Dos días después le dieron el alta y, tras lo ocurrido y el susto que él solo se había dado, Utakata decidió finalmente hacer algo por él y por su vida. Debía reinventarse para seguir viviendo.

De entrada, se fue unos días con su padre y la Tata a Puerto Rico, donde podría estar alejado de todo y pensar con claridad.