CAPÍTULO 36 – INFILTRADA
ERA FEUDAL – PALACIO DE LA LUNA
—¡Para! —exclamó Hanna, que venía corriendo detrás de Sesshomaru. La bella Daiyokai había presenciado la escena desde los jardines, justo cuando venía a hacerle una visita a su prometido tal y como habían acordado. —¡Le vas a matar!
Sesshomaru dejó a su víctima en el suelo.
—¿Qué más da si lo mato? Es un humano insignificante.
—No sabemos quién es ni por qué te estaba espiando. Deberíamos interrogarle.
El Lord del Oeste lo observó con desdén mientras se volvía a vestir con el kimono.
—Ningún ser humano merece mi tiempo —dijo mientras se alejaba de ambos, dispuesto a regresar a sus aposentos. —Haz lo que quieras con él.
Dejó a Hanna sola con la víctima. Comprobó que todavía respiraba. Lo sentó sobre un árbol, desprendiéndole la cogulla que tapaba su rostro.
—Pero si eres una chica… —dijo, sorprendida, mientras le rociaba el rostro con agua.
Kagome abrió los ojos lentamente, y fijó su vista en Hanna.
—¿Qué ha pasado? ¿Quién eres? —preguntó frunciendo el ceño.
—Tranquila…. —contestó la bella mujer. —Te acabo de salvar la vida.
Kagome empezó a recordar lo sucedido. Sesshomaru había intentado estrangularla sin saber que era ella debido a su disfraz y el ungüento de Sango, que escondía perfectamente su olor.
—¿Dónde está Sesshomaru? —preguntó, alterada.
—Cálmate. No debes hablar tan coloquialmente de tu Lord.
Kagome notó que se encontraba en presencia de una poderosa Yokai, por lo que no debía rebelarse más de lo necesario.
—Necesito verle.
Hanna la miró detenidamente.
—¿Me puedes explicar el motivo por el que necesitas ver a mi prometido?
El corazón de Kagome empezó a latir con fuerza ante las palabras de la Yokai.
"¿Prometido? ¿En cuatro meses ya se había prometido?" Aquella noticia la había dejado completamente helada. Y si aquello era cierto, esa mujer no debía verla como una amenaza si quería salir viva de allí.
—Lo siento, señora. Desconocía que era su prometida. He venido a darle un importante mensaje a Lord Sesshomaru.
Hanna la observaba, recelosa, buscando un ápice de incredulidad en su rostro.
—Me puedes dar a mí ese mensaje. Yo se lo transmitiré.
Kagome sospechaba de que aquella mujer no la dejaría acercarse a él, y menos si confirmaba que le conocía. Así que empezó a improvisar.
—Me llamó Hiyori. Vivo en el ala norte del castillo, junto con el resto de sirvientes. He venido a alistarme en la guardia personal de Lord Sesshomaru. Puedo ser de gran utilidad en su protección. Sé luchar, tengo destreza con el arco y además dispongo de conocimientos para curar sus heridas.
—Lo siento, Hiyori. Los únicos guardas capaces de proteger a nuestro Lord son Yokais. Un ser humano no tiene la fuerza suficiente.
—Soy más poderosa de lo que cree, mi Lady.
—Llámame Lady Hanna. ¿De verdad creías que espiándole conseguirías ganarte su favor?
—No pretendía espiarle.
—Casi pierdes la vida por querer acercarte a él. Déjame que te diga algo. Lord Sesshomaru detesta a los humanos. Nunca va a permitir tener a alguien como tú en su guardia. Eres obstinada. Eso me gusta.
—¿Qué va a hacer conmigo, Lady Hanna?
Kagome carecía de ánimos para seguir con el plan. Se sentía estúpida interponiéndose entre Sesshomaru y Lady Hanna. Quizás su viaje había sido en balde porque ya tenía una vida lejos de ella. Sus ganas de llorar aumentaban por su testarudez, por querer volver a él y darse cuenta de que ya había pasado página con una preciosa mujer como aquella Yokai.
—Antes que nada, mírame a la cara y dime de qué conoces a Lord Sesshomaru.
La joven sacerdotisa no sabía qué responder. Podía tratarse de una pregunta trampa, pero si no respondía algo de su agrado, no lograría salir de allí con vida. De su aura emanaba una fuerza muy poderosa.
—Yo solo soy una humilde campesina criada por los exterminadores, Lady Hanna. Mi único propósito es servir a las Tierras del Oeste. He visto a Lord Sesshomaru cuando vino de visita a mi aldea, pero él no me recuerda. Solo soy una humana insignificante que quiere lo mejor para el reino.
Lady Hanna la observó detenidamente, buscando un ápice de duda en su rostro. Pero Kagome parecía firme en sus palabras. Después de todo, quería lo mejor para el Lord del Oeste a pesar del gran dolor que sentía en su corazón.
—Me gustas mucho, Hiyori. Por suerte, yo no soy como Lord Sesshomaru y me apiado de los seres humanos. A partir de hoy formarás parte de mi ejército personal. Dado que voy a ser la esposa de tu Lord, me servirás como si fuese él. Darás tu vida por mí, y vendrás a vivir conmigo a palacio.
—Sí, Lady Hanna — contestó Kagome a regañadientes. Una parte de ella se alegraba de formar parte de su guardia porque las posibilidades de encontrarse con el Daiyokai aumentarían. Otra parte de ella se sentía con ganas de llorar y rendirse. Pero tampoco tenía opción, así que debía seguir adelante con el ánimo por los suelos y sin levantar sospecha.
—Chica lista —dijo Lady Hanna, sonriendo —Te llevaré a mis aposentos. Cerca de ellos hay una habitación libre para ti. Mañana por la mañana harás el juramento para formar parte de mi guardia personal. Después de eso te entrenarás con el resto. En unos días partiremos a las Tierras del Este para asistir a la boda de Lord Kirinmaru con Lady Irasue, la reina de este palacio. Si pasas tu entrenamiento con éxito, vendrás conmigo y con el resto de mis guardias. Avisaré a mis sirvientes para que investiguen si realmente eres una sirvienta del castillo y que traigan tus objetos personales.
Kagome asintió con la cabeza. Con un poco de suerte le preguntarían a May, y ella contestaría que realmente se trataba de una sirvienta del castillo. Lo único importante de sus enseres personales era el ungüento para tapar su esencia y no ser reconocida por Sesshomaru. A esas alturas, se moría de la vergüenza pensar que se había infiltrado en el castillo por él y arriesgando su vida a cambio de un amor no correspondido. Sonaba demasiado patético en su cabeza como para permitir ser descubierta, a la vez que por algún motivo, sentía la necesidad imperiosa de estar cerca suyo.
"Soy patética y masoquista" pensó para sus adentros.
Debía escapar a la mínima oportunidad, pero su corazón ansiaba verlo una vez más, aunque fuese entre las sombras y al lado de su bella prometida.
ERA FEUDAL – EN ALGÚN LUGAR DEL ESTE
—¿Qué ha pasado? —preguntó Kyoko después de haber recuperado el conocimiento.
—Tranquila… soy yo —contestó Inuyasha —Llevas un rato inconsciente, pero te estás despertando.
Inuyasha le explicó que Kikyo había tomado su cuerpo, y la conversación con ella había sido de gran utilidad para seguir con la misión.
—¿Un mechón de pelo?
—Exacto. Con el mechón de Kirinmaru podremos saber quién ha desencadenado su maldición. Kikyo me ha dicho que tú sola no podrás hacerle recordar. Sí que es cierto que tu sangre le puede servir para apaciguarle, pero hay que romper el hechizo para que vuelva a ser como antes.
Kyoko le miró, sonrojada.
—¿Y el beso…? —preguntó, tímidamente.
—N… no te preocupes por eso —contestó él, nervioso —No hice nada con Kikyo usando tu cuerpo, si es lo que te piensas. D… de verdad. No me aprovecharía de ti bajo ninguna circunstancia. No soy de esa clase de personas.
Kyoko lo miró, con una sonrisa en sus labios.
—Lo sé, Inuyasha. Confío en ti. Me siento muy confusa…
El Hanyo la observó mientras intentaba hacendarse el pelo con una coleta. Pensó en las palabras de Kikyo sobre ser descendiente de Kohaku y en cierta manera, le recordaba ligeramente a Sango, pero con el cabello más oscuro y las facciones más claras. Realmente era una chica preciosa y sensual, con unos gráciles movimientos que al batallar dejaban hipnotizado a cualquiera. No le sorprendió en absoluto que en algún momento de su vida, Kirinmaru perdiese la cabeza por ella.
—Es normal que estés confundida, Kyoko.
La joven karateka miró al Hanyo y se sonrojó ligeramente. Cuantos más detalles recordaba de su vida pasada con Kirinmaru, más se aferraba a la idea de que fue una persona realmente importante para ella. Pero cada vez que el alma de Kikyo se removía en sus entrañas, su corazón latía con fuerza por Inuyasha. Aquella sensación la confundía, y a veces no lograba distinguir si se trataba de los sentimientos de la sacerdotisa o los suyos propios.
—Es que…
—¡Shhh! —la interrumpió, depositando un dedo en sus labios — Sé que todo lo que sientes por mí es debido a que el alma de Kikyo está dentro de ti. No hace falta que intentes buscarle una explicación. Soy consciente de todo y no te preocupes. No pienso hacerme ilusiones porque nos hayamos besado — sonrió él. —Hemos de seguir nuestro camino.
Kyoko asintió con la mirada. Inuyasha le había dado una respuesta completamente madura en contraposición con lo que había escuchado acerca de él. Por un momento se sintió muy feliz de tenerlo a su lado.
ERA FEUDAL – PALACIO DE LA LUNA
El ruido de un relámpago despertó a Sesshomaru de su sueño. El ventanal de su habitación se había abierto estrepitosamente, permitiendo que el viento y la lluvia inundaran la estancia. Se levantó de su lecho mientras el viento soplaba cada vez con más fuerza. A través de la ventana apareció la figura de una mujer subida en el balcón. Vestía un kimono blanco, contrastando con el color negro de sus cabellos, que ondeaban fuertemente debido al vendaval.
—¿Quién eres? —gritó, con autoridad.
La mujer se giró lentamente. Sus bellos ojos, inundados de lágrimas, brillaban intensos mientras la observaba. El corazón le empezó a latir con fuerza al reconocer aquel rostro que parecía querer huir de él con desesperación.
—¿Kagome?
Lo miró con tristeza, como si se tratase de un último adiós.
Su kimono estaba empezando a empañarse de sangre. ¿De su sangre? ¿Qué significaba aquello? Una enorme herida surgió de su blanco cuello, ensangrentada y tiñendo el suelo de rojo carmesí.
—Adiós, Sesshomaru.
El Daiyokai corrió velozmente hacia ella.
—¡Espera! ¡Estás herida!
La mujer se precipitó al vacío sin que pudiese evitarlo. Sesshomaru saltó con ella, llenándose el cuerpo con su sangre y abrazándola con todas sus fuerzas.
—¡Kagome! —gritó Sesshomaru en medio de la oscuridad.
Seguía en su cama y no había rastro de viento ni de lluvia. La ventana estaba cerrada.
"¿Un sueño?" Pensó mientras se llevaba la mano a la cabeza. Apenas había amanecido y no lograría volver a dormirse después de aquella terrible pesadilla.
Volver a ver a Kagome después de tantos meses sin saber de ella había sido contraproducente para su equilibrio mental, y ahora lo estaba pagando realmente caro.
Una extraña sensación brotó de su cuerpo, provocándole un horrible temblor que identificó como algo que había decidido enterrar desde que volvió a la edad feudal para seguir adelante.
Era miedo.
Miedo por no volver a verla, por no ser capaz de protegerla de la ambición de su madre y perderla para siempre.
Había renunciado a ella, apartándose de su camino para que pudiese ser feliz junto a Inuyasha. Pero su condición de Yokai no había hecho más que aumentar el ansia por su ausencia, y una infinita cantidad de preguntas le venían a la cabeza cada vez que pensaba en ella.
¿Por qué había acudido a su palacio para verle? ¿Qué quería de él después de aquellos eternos meses de intentar olvidarla?
Aquella estúpida idea de contemplarla a través de la ventana no había hecho más que empeorar su cabeza.
¿Hasta cuándo seguiría aquel odioso sentimiento que lo estaba matando por dentro?
Un ligero aroma le evocó la semana que compartieron juntos viajando por el mundo mientras huían de sus enemigos. ¿Acaso estaba perdiendo la cordura y por ello había empezado a notar su esencia?
"Mierda… me estoy volviendo loco"
Arañó las sábanas con sus garras y sus ojos se tiñeron de sangre. Su ira se estaba volviendo demasiado peligrosa e incontrolable, a igual que sus sentimientos. ¿Acaso el tiempo que convivió como ser humano le había vuelto débil? Él siempre había permanecido frío y estoico ante cualquier situación. ¿Qué es lo que había cambiado desde entonces?
"Ella…"
Desde su reencuentro con Kagome ya no había vuelto a ser el mismo. Durante mucho tiempo achacó su comportamiento a la pérdida de poderes de Yokai, pero la realidad era bien diferente. A pesar de haberlos recuperado, el vacío en su interior permanecía intacto.
Pensar en ella le dolía, notar su esencia le abrasaba por dentro… Durante un tiempo intentó odiarla, recordando el momento en el que se sintió traicionado al ser testigo de aquel beso que todavía le removía las entrañas. Kagome e Inuyasha se besaron, y él presenció la escena sin que se percatasen de su presencia. Fue un simple beso, pero aquello significó un antes y un después en su relación. Una toma de realidad para hacerle recordar que pertenecían a mundos distintos, que su posición se encontraba en la era feudal y debía cumplir su cometido de liberar al mundo de Kirinmaru para mantenerla a salvo. Pero los planes cambiaron, y ella dejó de ser el objetivo del Lord del Este debido a que el alma de Kikyo seguía viva en otro cuerpo humano.
A pesar de todo, la ambición de su madre había llegado más allá, vinculándose con Kagome para obligarle a aceptar su alianza. Pero él no se resistiría a conformarse con su sometimiento. Mientras gobernaba las tropas del Oeste, buscaba un remedio para el hechizo de vinculación que la liberaría de Irasue. Jaken le ayudaba en secreto, y de momento los resultados no estaban siendo satisfactorios a pesar de haber recorrido todas las tierras en busca de una cura.
Aquella horrible pesadilla le hizo recordar que debía darse prisa. Si la Diosa caía en batalla, Kagome lo haría con ella.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por una llamada en la puerta de sus aposentos.
—Lord Sesshomaru… — era Hanna — ¿has tenido una mala noche? Te he oído gritar desde la otra habitación.
—¿Qué quieres? —preguntó con la tosquedad que le caracterizaba.
—Quería hablarte de aquella persona que te espió la noche pasada.
A Sesshomaru no le importaba en absoluto la persona que estuvo a punto de estrangular, pero era consciente de que necesitaba tener a Hanna como aliada para no levantar sospechas con Irasue. Si los planes salían mal, no tendría miramientos con Kagome. Así que decidió esconder su frialdad y entablar una mínima conversación con ella.
—¿Qué ocurrió? ¿Le dejaste escapar?
—Era una sirvienta del ala norte del castillo. Quería formar parte de tu guardia, pero ya le dije que no aceptas seres humanos. He pensado que me podría servir en mi propia guardia personal. Esta mañana me ha jurado lealtad y ha empezado a entrenar con mis soldados.
Sesshomaru la observó, con la mirada algo perdida.
—¿Confías en ella?
—La he investigado. Se trata de una sirvienta que vino para ayudar en la cocina. La trajo un soldado del castillo.
—¿Y de qué te va a servir?
—Quiero tenerla en observación. Podría ser una espía de las Tierras del Sur. Nos hemos de asegurar, por eso no la voy a dejar escapar.
—Hubiese sido más fácil matarla.
—Lo sé. Pero creo que nos puede servir si sigue viva. ¿Necesitas que te la traiga para darle tu bendición?
—No creo que sea necesario.
Ya había transcurrido una semana desde que Kagome entró en la guardia de Lady Hanna. Sus compañeros, todos hombres, no estaban acostumbrados a entrenar con una mujer soldado, pero se sorprendieron gratamente al ver su capacidad de manejo con el arco y empezaban a respetarla. Todos vestían un kimono negro con una enorme cinta roja oscura atada a la cintura. En misión de combate era obligatorio taparse el rostro con un pañuelo del mismo color, por lo que resultaba difícil distinguir si se trataba de un hombre o una mujer. Además, estaban obligados a recogerse los cabellos con un moño, de forma que el pelo no interfiriese en la lucha. Kagome seguía llevando el parche por seguridad, simulando que había perdido el ojo izquierdo en una batalla.
El entrenamiento con sus compañeros le estaba resultando liberador. Necesitaba moverse, actuar, hacer cualquier cosa que le impidiese pensar en su situación. Cualquier acción era mejor que nublar su mente con Sesshomaru, que estaba prometido con Lady Hanna y más lejos de su alcance que nunca.
Se sentía patética. Sospechaba los motivos por los que el Daiyokai no le permitía la entrada en el castillo y ahora, presa por Lady Hanna, estaba infiltrada sin saber bien qué hacer o qué decir. La bella y elegante Yokai había sido amable ofreciéndole una habitación para ella sola, pues era la única mujer en la guardia. Y ella, sin saberlo, había venido a buscar al prometido de otra y pedirle explicaciones sobre el motivo por el cual la abandonó en la era moderna. Aún así, no era capaz de dejar el palacio sin volver a verle una vez más, y aquel momento se acercaba mucho antes de lo esperado.
— Debemos prepararnos para el desfile de esta tarde —escuchó Kagome decir a uno de los soldados —Lord Sesshomaru viene con Lady Hanna.
—¡¿Qué??!
—¿Qué te ocurre, Hiyori? —le preguntó uno de ellos —No te preocupes. Como eres nueva, no vas a tener que hacer nada especial.
El corazón de Kagome empezó a palpitar con fuerza. No estaba preparada para verle tan pronto después de la conversación con Lady Hanna hace una semana.
—¿Por qué no les muestras tu destreza con el arco? Es admirable, y mucho más siendo tuerta.
—Uff… No creo que pueda. Apenas he entrado en la guardia.
A la hora de comer se reunió con Shippo en los jardines. El pequeño kitsune solía acudir a visitarla para que no se sintiese tan sola. Su capacidad para disfrazarse le ayudaba a pasar desapercibido y poder animarla en sus peores momentos.
—En serio, Kagome… quizás deberías dejar que te descubriera. Sería todo más fácil.
No era la primera vez que Shippo le daba aquel consejo tan sensato..
—Lo sé… pero no me siento preparada anímicamente. Llevo una semana en esta parte del castillo y no lo he visto ni una sola vez. Y ahora que sé que va a presentarse esta tarde con su prometida, se me ha caído el mundo al suelo. Por un lado me muero por verle, Shippo… pero por otro lado me va a costar verle con Lady Hanna. Soy una maldita egoísta.
—Eres una persona con sentimientos. No puedes culparte por estar enamorada…
—¡Ayy Shippo! ¿Desde cuándo eres tan maduro? Me siento mucho más tranquila cuando hablo contigo.
—Para eso estoy —contestó, orgulloso de sí mismo por ser de utilidad. — Lo que tienes que hacer es verle y a partir de ahí, haz lo que sientas.
Kagome asintió, pero no se veía capaz de exponerse a Sesshomaru hasta no haber asimilado su compromiso con Lady Hanna. Recordó que por la mañana se había untado con el ungüento para disimular su aroma, pero aun así, temía ser descubierta ante cualquier descuido. Debía ser extremadamente precavida y no cometer ningún fallo.
—¿Cuánto tiempo piensas quedarte en el castillo, Kagome?
—Recuerda que estoy en contra de mi voluntad. Lady Hanna no me dejará escapar.
Shippo no pudo evitar una carcajada.
—Eres capaz de escaparte de aquí cuando quieras. Si no lo has hecho es porque aún tienes un objetivo que cumplir.
Kagome suspiró. En realidad se encontraba a gusto entrenándose como soldado, y la sola idea de ver a Sesshomaru le hacía pensar que todos sus esfuerzos habían merecido la pena. Sus ganas de huir se habían ido diluyendo pensando en que a pesar de no verle, se encontraban cerca el uno del otro. Y aquel pensamiento la reconfortaba por el momento.
El desfile estaba a punto de empezar. Los quince soldados de la guardia de Lady Hanna tomaron sus posiciones. Todos vestían con kimono negro y cinta roja como en los entrenamientos, cubriendo sus rostros con un pañuelo oscuro como en las batallas reales.
Kagome había entrenado para usar la katana, pero le fue encomendada la misión de inaugurar el desfile con el arco. Apuntó con él en el cielo mientras uno de los soldados encendía una flecha de fuego. Al dar la señal, lanzó la flecha en el aire para dar la bienvenida a Sesshomaru y Lady Hanna, que caminaban hacia una tarima de madera con dos tronos.
Kagome no pudo evitar observar al Daiyokai caminar elegantemente con su melena plateada ondeando al son del viento. Lucía un bonito kimono rojo oscuro de ceremonia con flores estampadas, igual que Lady Hanna, pero en diferente color. Odió pensar que ambos hacían buena pareja debido a su belleza, y por un momento deseó no haber estado allí.
El Daiyokai, con semblante serio, no había perdido un ápice de su fría elegancia y magnetismo que con un gesto, podía convertirse en el ser más mortífero de todos los siglos. Su penetrante mirada se clavó sobre ella cuando el desfile de arqueros comenzaba. Los nervios, a flor de piel, no le impidieron llevar a cabo un buen trabajo, acertando todas las dianas que se le habían impuesto en el espectáculo. Aún así, no era capaz de quitarle la vista de encima, aprovechando la ocultación de su rostro para contemplarle en silencio y provocándole innumerables e indescriptibles sensaciones por todo el cuerpo.
Al finalizar el desfile, Sesshomaru y Lady Hanna se acercaron a los soldados, provocando que a Kagome casi se le paralizase el corazón. El Daiyokai los observó uno a uno, hasta que sus ojos dorados se encontraron con el suyo.
—¿Tú eres la mujer soldado? —preguntó con la frialdad que le caracterizaba.
Las marcas púrpura contrastaban con la palidez de su rostro. Le recordó al Daiyokai que conoció en el pasado, cuando viajaba por las tierras en busca de enemigos a los que derrotar. A él nunca le había interesado el poder, sino la fuerza. ¿Qué es lo que había cambiado para acabar aliándose con la Diosa Irasue? ¿Habría perdido la humanidad al recuperar sus poderes de Yokai?
Su mirada la heló por dentro. Cerró los ojos, deseando con todas sus fuerzas no ser reconocida.
—Sí, mi Lord. Me llamo Hiyori — contestó con una reverencia, procurando hablar con una voz más grave de lo habitual.
Sesshomaru le hizo una señal para que le mirase a la cara.
—¿Por qué viniste a visitarme aquella noche? ¿Qué es lo que querías de mí?
La joven sacerdotisa, sorprendida ante tal pregunta, intentó calmar sus nervios antes de contestar.
—Vine a protegeros, mi Lord. Quería formar parte de vuestra guardia personal. Pero Lady Hanna ya me advirtió que solo los Yokais pueden alistarse en vuestro ejército.
El Daiyokai la observó detenidamente. Parecía receloso con su respuesta.
—Así que viniste a alistarte en mi guardia personal….
—Sí, mi Lord —contestó Kagome, volviendo a bajar la cabeza.
Su mirada le atravesaba el alma.
—Que así sea —dijo, con una voz imperiosa.
—¡¿Qué?! —exclamaron Kagome y Lady Hanna al mismo tiempo.
—A partir de hoy formarás parte de mi guardia. Mi comandante a cargo te explicará los detalles. Ahora vete.
—S… sí, mi Lord.
Kagome se alejó de ellos.
—¿Cómo te atreves? —preguntó Lady Hanna, indignada —Esa chica es mía.
—Nos está ocultando algo —contestó Sesshomaru — Te la devolveré cuando le haya sacado la verdad. Y va a ser más pronto de lo que piensas.
A Kagome le costó tremendamente conciliar el sueño aquella noche. El comandante de la guardia le había permitido quedarse en la misma habitación, e incluso entrenarse con sus actuales compañeros humanos. Lo único que cambiaba en su estado es que a partir del día siguiente se convertiría en uno de los guardaespaldas de Sesshomaru. No entendía el motivo de haber aceptado a una humana con él, y por eso no paraba de darle vueltas a la cabeza. ¿Y si le había reconocido? Se ruborizó solo de pensarlo.
"No puede ser. Su actitud fue muy fría y distante conmigo. ¿Y si me odia?"
En los entrenamientos llevaba el rostro descubierto, por lo que cada vez era más fácil exponerse ante él a pesar del parche en el ojo. Tarde o temprano descubriría su identidad y aquello le causaba verdadero pavor después de los desaires que había sufrido por su parte. Pero ya no había vuelta atrás y debía afrontar el camino que había elegido.
Kagome se levantó temprano para acudir a los entrenamientos, que transcurrieron con total normalidad. Cada vez adquiría más destreza en el uso de la katana, y se sentía más fuerte que nunca.
—Hiyori. ¿Puedes venir? —le preguntó el comandante de la guardia.
Kagome se acercó a él para escucharle.
—Lord Sesshomaru quiere verte.
—¿Qué? —Empezó a ponerse nerviosa de nuevo.
—Dentro de dos días partirás con él y Lady Hanna a las Tierras del Este, en su equipo de guardia. Quiere comprobar que eres digna del puesto.
"Estúpido Sesshomaru. ¿Ahora quiere comprobar mi valía?"
Kagome se tapó el rostro y acompañó al comandante a regañadientes. ¿Qué pretendía?
Entraron en palacio. El comandante la llevó a una habitación en la que había una especie de dojo de entrenamiento bastante amplio. Cerró la puerta a sus espaldas, dejándola completamente sola.
Mientras esperaba, empezó a pensar en todos los detalles para no ser descubierta. Llevaba un recogido en forma de moño que le disimulaba el peinado de siempre. Había usado el ungüento de Sango por todas partes del cuerpo, de forma que disimulaba su olor y además, su rostro se hallaba tapado con un pañuelo, desde la nariz hasta el cuello. Un parche negro cubría su ojo izquierdo. Era casi imposible que el Daiyokai se percatase del engaño.
Esperó un buen rato y seguía sola, sumida en sus pensamientos. Sesshomaru seguía siendo el mismo demonio cretino de siempre que no le importaba hacer esperar a una simple humana porque su tiempo era más valioso que el de ella. Cansada de tanta desfachatez, decidió regresar a su entreno abriendo la puerta corredera del dojo.
Al abrir la puerta corredera de madera casi se choca con él.
Allí estaba, en frente de ella, con un kimono negro sin mangas que dejaba al descubierto la perfecta musculatura de sus brazos. Un gran lazo rojo se ataba a su cintura, igual que el de ella. Se trataba del mismo uniforme de entrenamiento, que lucía con una elegancia innata. Sus cabellos plateados los llevaba recogidos con una coleta, dejando al descubierto las marcas púrpura y violeta de su rostro. Kagome no paraba de pensar en lo tremendamente atractivo que se veía con aquel traje de entrenamiento. A este paso no lograría concentrarse ni por asomo.
—¿A dónde pretendías ir? —preguntó toscamente.
—Quería volver a mi entrenamiento. No podía pasar aquí el día entero.
—¿Y esa máscara? Estamos entrenando. Deberías quitártela.
—No puedo, mi Lord. Soy la única mujer soldado y prefiero que mi rostro siga oculto.
—Yo decidiré si tu rostro sigue oculto o no.
Su imponente voz la enojaba y excitaba al mismo tiempo. Aquello no era nada bueno. No había forma de concentrarse.
—Soy tuerta, mi Lord. Me siento horrible por ello. Agradecería no mostrar mi rostro ante vos.
Sesshomaru siguió observándola con su mirada felina.
—¡Entonces lucha! Demuéstrame lo que sabes —exclamó, poniéndose en posición de guardia.
Kagome se lanzó sobre él, intentando asestarle diferentes puñetazos. Pero el Daiyokai era demasiado rápido, esquivándolos con gran agilidad. Estaba claro que no le alcanzaría si no se lo permitía.
"Está jugando conmigo" pensó para sus adentros.
—¿Eso es todo lo que sabes hacer? ¿Así piensas protegerme?
Kagome se enfureció, lanzándole un puñetazo con toda su ira. No podía usar la fuerza de su aura y exponerse ante él. Sesshomaru la agarró el brazo, tirándola al suelo con una perfecta llave. La neutralizó con su cuerpo, sosteniéndole las piernas con las suyas, mientras sus rostros casi se tocaban.
—Ahora mismo podría matarte…—le dijo, amenazante, mientras deslizaba uno de sus dedos desde la sien hasta donde empezaba la tela que le tapaba el rostro. Aquel gesto le erizó la piel.
—Incluso podría envenenarte lentamente con mis garras hasta poder quitarte esta pieza de tela que te tapa la cara….
¿Cómo era posible que sonara tan amenazante y terriblemente sensual al mismo tiempo?
—No… por favor... —suplicó Kagome.
Una sonrisa maliciosa surgió de sus labios. El corazón de la sacerdotisa latía tan rápido que estaba segura de que sería capaz de escucharlo.
—Suplícamelo… —le susurró en el oído mientras forcejeaba para liberarse.
El rubor de Kagome llegó a límites insospechados. Aquel despiadado demonio la estaba poniendo a mil.
—Te lo suplico… contestó ella, con voz sugerente, mientras le acariciaba las marcas violetas de su rostro con la mano que no había apresado.
Aquella caricia le hizo cerrar ligeramente los ojos, emitiendo un pequeño e imperceptible gemido. Aprovechó su descuido, liberándose mientras se sentaba encima de él y le agarraba las manos con las suyas.
—Así que ahora utilizas tus encantos para luchar… —murmuró él, con una mueca en señal de burla.
—Cualquier técnica es válida para derrotaros, mi Lord —dijo ella, con valentía.
—Deberías saber, humana, que eso no funciona conmigo.
El Daiyokai la levantó con las piernas, lanzándola hacia el tatami. Kagome cayó de bruces. Todavía carecía de la habilidad de caer de pie, mientras que él se incorporó sin apenas despeinarse.
Kagome se puso en guardia al levantarse, a pesar de encontrarse dolorida.
—No me pienso rendir —dijo, enojada.
Empezó a sospechar de que realmente se estaba burlando de ella, pero no caería en su trampa.
—Eres persistente…
—No menos que vos.
Kagome volvió a la carga, intentando ocultar su aura. Sus entrenamientos con Kyoko y Miroku le habían servido para saber controlarla y así no acabar siendo consumida por ella. Estaba segura que si la mostraba, Sesshomaru se daría cuenta de su identidad. Cualquier detalle era importante para pasar inadvertida.
Le esquivó todas las patadas sin dificultad alguna, saltando por encima de su cabeza hacia el otro lado del tatami. El agotamiento físico le estaba pasando factura.
—Mañana partiré a las Tierras del Este con Hanna, mi prometida—dijo mientras la miraba atentamente, como si buscase algún tipo de reacción en ella —Vendrás conmigo, como mi guardaespaldas.
Escuchar la palabra "prometida" de su boca le dolía tremendamente. Pero no dejaría evidenciarlo bajo ninguna circunstancia. Por alguna extraña razón pensó que Sesshomaru disfrutaba con aquello, a pesar de su expresión de hielo. Tampoco llegaba a comprender por qué la escogía a ella para tal misión, siendo una humana débil e insignificante.
—Como deseéis, mi Lord.
—Al otro lado de esta sala, saliendo por el jardín, hay una fuente de aguas termales. Puedes ir allí a bañarte después del entrenamiento.
—Gra… gracias, mi Lord.
A Kagome le extrañó aquella repentina amabilidad.
—Mañana nos veremos aquí a la misma hora. Quiero enseñarte un par de lecciones antes de partir hacia el Palacio del Este.
Sesshomaru abandonó la sala, dejando a Kagome sola y confundida. Se tumbó boca arriba sobre el tatami, mirando al techo. ¿Por qué se tomaría tantas molestias con una humana? ¿Acaso quería tenerla cerca porque sospechaba de ella? Cuando estaban luchando, una corriente eléctrica traspasó por todo su cuerpo. ¿Habría tenido él la misma sensación? Hubo extraños momentos en los que pensó que la había descubierto y por eso jugaba con ella. Pero se le quitaron las ilusiones al volver a la cruda realidad de saber que estaba prometido y abandonar tan fríamente la sala. El Daiyokai la desconcertaba.
Ya no sabía qué pensar ni cómo actuar.
Después de un largo y duro entrenamiento, Kagome decidió ir a las aguas termales al lado del dojo. Se llevó consigo el ungüento y el parche, por si acaso. La fuente se hallaba en una caseta al lado del jardín. Su interior era de madera con plantas de bambú y un gran manantial rodeado de piedras. Kagome se preguntó cómo era posible tener aquella instalación en un castillo que pendía del cielo. La verdad es que todo lo que rodeaba a aquel palacio era extraño y misterioso.
Entró en el manantial, completamente desnuda con una pequeña toalla que la tapaba mínimamente. Estaba completamente sola, así que decidió relajarse durante un rato. Su cabeza no dejaba de pensar en aquel extraño encuentro con el Daiyokai. ¿Cómo sería capaz de viajar junto a él y Lady Hanna sin que se le partiese el alma? Aquella primera misión como guardaespaldas sería terriblemente dura para su corazón, que latía a mil por hora con cada parte de su ser.
Un extraño ruido de chapoteo provocó que Kagome abriese los ojos, alertándole de que a lo mejor no estaba sola. Llevaba el parche consigo, pero no era suficiente para ocultar su rostro. Se acercó sigilosamente hacia las piedras, pero no había rastro de nadie.
Empezó a notar una poderosa aura demoníaca a sus espaldas. La sentía tan cercana que la dejó paralizada en un instante. ¿Había venido algún demonio a acabar con su existencia?
—Puedes girarte, Kagome.
"¿Ha dicho mi nombre?" pensó, sorprendida.
La sacerdotisa se giró lentamente hasta encontrarse cara a cara con Sesshomaru, que la observaba completamente desnudo dentro del manantial.
No había palabras para definir el sentimiento que le provocó el Daiyokai sin ropa, cubriéndole el agua por la cintura y mostrando su perfecto cuerpo ante ella. Un cuerpo musculoso esculpido por los mismos dioses.
—¿C… cómo lo has sabido? —preguntó ella, completamente avergonzada.
—¿Te crees que soy idiota? —dijo él, contundentemente. —¿Crees que no me iba a dar cuenta cuando conozco cada paso, gesto y movimiento tuyo?
—No pretendía…
El Daiyokai simplemente estaba jugando con ella en el dojo… ¡Sabía quién era desde el momento en que acabó el desfile!
Se acercó a ella sin dejar de mirarla con aquellos preciosos ojos felinos que emitían un extraño brillo absolutamente abrumador.
La empujó contra las piedras mientras le acariciaba el rostro con su mano, provocándole que se le erizara la piel.
—Ahora me vas a contar la verdad.
