CAPÍTULO 35

UN OSCURO Y TORMENTOSO DESTINO

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Esta es nuestra primera cita oficial y no tengo ni una maldita idea de qué vaya a ocurrir. Podríamos acabar de distintas maneras, yo espero que con nuestros problemas arreglados, y en la cama echando un buen polvo. Es decir, prioridades, señores. No quiero decir que todo se derive al sexo, sin embargo ningún ser vivo puede decir nada malo al respecto, o al menos no los que yo conozco.

Todo el mundo es feliz después de un buen polvo. No conozco a nadie que no lo haya sido. Pienso que tanto él como yo hemos estado bajo constante presión y estrés. Han pasado muchas cosas en poco tiempo. Puedo ver —percibir— que él no se ve muy satisfecho con esta cita, está prefiriendo seguir rumiando en la torre como el gruñón que es, el problema es que si no lo saco de ese círculo vicioso, no estamos avanzando y yo, mi vida, necesita que avancemos. Podría hacerlo sola, pero necesito de él.

Está bien. Digamos que no vamos a recurrir con una terapia de sexo, apartaré estos cochinos pensamientos míos y optaré enfocarme en algo más racional como una discusión profunda y civilizada como deberían hacer dos personas que tienen un problema entre ellos. No podría tenerla con él encerrado en la torre. De una u otra manera, esto es necesario.

Que ¿cómo llegamos a la cita? Fácil. Idea de Nates. Y sí, el condenado dragón por fin apareció. Llevaba un tiempo sin tenerlo volando cerca de mi hombro. Extrañaba la voz rasposa con la que hablaba. Entre los dos convencimos a Deckard de una cita nocturna en el mercado de Klanta.

He vuelto a usar mi vestimenta de campesina y la peluca castaña. Es extraño usarla, ya me he acostumbrado a la apariencia de Evelyn, al cabello rubio. A verme a mí en ella. Después de todo, ya no recuerdo cómo era antes, mi piel bronceada y el cabello castaño son las pocas características que aún conservo en mi memoria de mi yo anterior. Los rostros de mi familia son solo caras borrosas, sus nombres, algunos recuerdos de mi infancia. Este lugar está absorbiendo mi pasado. Algunas noches, mientras que espero que el sueño llegue a mí, me asusta la idea de no recordar nada de mi pasado.

No sé si sea posible olvidarlo por completo. Olvidar lo que soy, pues es lo que me define. ¿Qué recuerdos tendría en su lugar? Porque ni siquiera al pasado de Evelyn puedo acceder.

El olor salado de una salchicha frita me trae al presente. Entramos al área donde están ubicados los puestos de comida, en la que abundan los olores del sazonado de una carne asada a la parrilla y en brochetas, la dulzura de unas esponjosas tortillas de vainilla, el picor de un embutido de cangrejo, pulpo y pimientos. Sé que debo cuidar la salud de este cuerpo, así que voy a tener que controlarme, escoger solo un par de frituras. No puedo excederme tomando en cuenta los carbohidratos que hay en esta comida callejera.

Mi primera opción es aquella apetitosa brocheta de carne, así que giro mi cabeza para llamar a Deckard cuando su expresión me detiene.

—Sabes, si vas a estar con esa cara de culo, puedes regresar a la torre. —Me cruzo de brazos.

Eso definitivamente llama su atención. Su entrecejo se frunce aún más de lo que ya estaba.

—¿Qué?

—Sé que te arrastré hasta aquí pero ¿puedes dar de tu parte? —Hago un gesto a nuestro alrededor—. No pensemos en nada más. Divirtámonos un poco.

—¿Crees que es válido divertirse tomando en cuenta nuestra situación?

—Sí. —Menudo aguafiestas. No voy a permitir que arruine esto. Mucho costó para que viniera, hace un tiempo que no hago esto de salir a disfrutar un poco la noche, sin mencionar lo cabezota que está siendo—. Tomé la idea de Nates para relajarnos, para iniciar de nuevo y pensar las cosas con la cabeza fría. Estoy cediendo, te estoy dando la razón en que somos un equipo. Si no arreglamos nuestros asuntos, no logramos nada.

Deckard quita la mirada de mí, está viendo el mercado ahora. Yo le dejo pensar, dejo que se dé cuenta de sus acciones sin presionarlo. No demora mucho más que un minuto cuando escucho su suspiro.

—Bien. Lo siento. Haremos esto.

Nates interpone su cuerpo entre nosotros.

—El maestro podría comenzar invitando a la dama a comer —dice, y yo creo ver un coro de ángeles cantar sobre la cabeza del dragón. ¡Comida!

—Unas brochetas de carne en salsa sería un buen comienzo.

Le veo sonreír un poco antes de dirigirnos al puesto. Dejo que invite la primera ronda. Traje conmigo aquella bolsa de monedas que me dio en Rasluan. No me la ha pedido, aunque siempre la mantuve en la mesita junto a la cama, con facilidad podía tomarla.

—¿El dinero es mágico? —pregunto, incapaz de controlar mi curiosidad—. Quiero decir, ¿de dónde sacas el dinero?

—De las arcas de la torre —explica, su atención en la preparación de nuestras brochetas—. Aunque parezca un acto de caridad, nuestros servicios al imperio no lo son. Recibimos al año una recompensación por parte de la familia imperial por mantener el imperio a salvo de las quimeras. —Y, con un tono más indiferente, añadió—. También hacemos favores a ciertos nobles con algunos brebajes, o cuando solicitan que coloquemos un portal personal para ellos. Cada mago en la torre tiene acceso, se anota mágicamente los gastos o los retiros que se hacen.

Recibimos las brochetas en una pequeña bandeja, primero yo, Deckard termina de pagar por ambas antes de recibir la suya. Son pequeñas bandejas con tres brochetas con jugosa carne asada en una salsa roja.

—Nates. ¿Quieres una? —Libero los pedazos de carne para poder dárselos mejor. El pincho podría lastimar su hocico.

—¡Sí!

—Atrápalo. ¡Ahí va! —Lancé un primer trozo, que el dragón atrapó en el aire—. Buena atrapada.

—Es casi tan bueno como la carne fresca.

Nos alejamos del puesto de brochetas.

—¿Suelen tener muchos gastos anuales? —pregunto, volviendo al tema del ingreso monetario.

No era algo que supiera por la novela, aunque es una buena forma de entender de dónde salen los artículos que se ven en la torre y la comida. Sería bastante conveniente, y de algún modo falso, si fuera con magia. Además, he visto los laboratorios donde preparan los brebajes. Con una habitación ampliada con magia, la gran estancia estaba conformada con altas estanterías llenas de ingredientes extraños, largas mesas ubicadas en el centro se usaban para cortar, trocear, machacar y picar dichos ingredientes antes de agregarlos en cientos de calderos ubicados al lado.

—Algunos años más que otros. —Deckard analizó la brocheta antes de darle una probada—. Tenemos un control en los gastos. No hemos pasado por una crisis, incuso en épocas de guerra. Por el contrario, cuando el imperio entraba en guerra teníamos un ingreso activo bastante alto. —Las comisuras de sus labios se alzaron un poco en un gesto burlón—. El imperio constantemente solicitaba brebajes regeneradores para los soldados imperiales.

—¿Qué efectos causa?

—Regenera las heridas, brinda resistencia y energía. Tiene el efecto secundario de durar un par de horas y hacer al usuario dormir un día entero.

—¿No es una desventaja?

—No que nos importe.

Llegamos a la fuente de Vita y Naturae, el centro de Klanta y punto de referencia máximo en toda la ciudad. Nos sentamos en el borde de la fuente, le lanzo otro pedazo de la carne a Nates alternando con comer de los míos. No dejo de disfrutar siempre de su sabor; un toque agridulce debido a la salsa, la carne sazonada con sal y ese sabor característico del asado. Pienso que una pizca de pimienta le quedaría bien, pero hay un saborcillo de una hierba que no logro reconocer y me hace olvidar la idea de la especia. Eso sin mencionar que la carne sea suave, se disuelve al masticar, parece un corte bignon debido a eso.

—Lamento... haberme exaltado el día que volvimos de Rasluan.

Todos mis pensamientos con lo exquisita que estaba la brocheta queda a segundo plano.

—¿Eh?

Él toma aire, como si esto le costara y quizá sea así. No deja de sorprenderme que él sea el primero en sacar el tema a colación. Es decir, yo misma había pretendido esperar un poco para eso.

—Sigo manteniendo mi postura. No así, pienso que... podría haberlo dicho de otra manera. Fui un poco duro.

Le doy a Nates otro trozo de carne. Estoy tomando también del tercero, estas brochetas no es que tengan tantas piezas para quedar satisfechos. O al menos, no para mí. Eso me permite pensar un poco y analizar las palabras de Deckard, ordenar mis pensamientos.

—Sí, fuiste duro... Y no siento que pueda culparte del todo. Ambos cometimos errores. —Lamo la punta de mis dedos, y uso otros dos para rascar una picazón que me causa uno de los pasadores en la peluca—. Escucha... Formemos un plan. Dejemos mi idea como algo para emergencias. Como un plan B, o C, o el que sea.

—Verónica...

—Deckard, basta. —Tengo que interrumpirlo antes de que vuelva a negarse por completo como estaba a punto de hacer, no solo con su llamado sino con el movimiento de su cabeza y la expresión cerrada en su rostro—. ¿Crees que es algo que realmente quiero? ¿Crees que quiero morir? No lo quiero.

—¿Entonces por qué lo sugieres' Estás contradiciéndote a ti misma.

—Tú lo dijiste una vez: porque es mi decisión. Un destino de pena, ¿recuerdas? Todavía sigo un poco incrédula al respecto pero, si es cierto, he vivido y muerto una y otra vez de distintas formas por esta maldición, todas sin que fuera mi elección natural. —Me giro, de frente a Nates, y le lanzo un nuevo trozo de carne, aunque tengo las miradas de ambos—. Y esto seguirá, hagas algo o no. La única forma de pararlo, quizá, es bendiciendo esta tierra y cumplir esa profecía. Y si para lograrlo, para poder acceder a mi magia, para poder hacer esto a tu lado, tengo que morir una vez más..., lo haría. —Tomo un respiro, no tanto por quedarme sin aire sino para darme valor. Lo he pensado muchas veces, aún es difícil admitirlo en voz alta pero lo he hecho—. Te digo esto para que comprendas. Está bien si no lo aceptas, solo... compréndelo.

Deckard no me observa. Su mirada permanece en las piedras del suelo, su silencio a pesar del ruido a nuestro alrededor me pone nerviosa. Porque él es el único que podría detener esto, y no quiero que lo haga. No si no hay una segunda opción.

—Y... ¿realmente tienes la fe de que pueda hallarte? Aun cuando mi maestro—

—Sí. —Dejo la bandeja en el suelo al alcance de Nates, y tomo la mano libre de él—. Porque ese fue el problema. Pienso que si eres tú, mi compañero de destino, entonces podrás encontrarme.

Nuestros ojos se encuentran, ni siquiera estoy consciente del tiempo, solo me veo sumergida en aquel pozo carmín, apenas noto que mi mano enmarca su atractivo rostro para atraerlo en un beso. Había extrañado sus besos, la forma en como dejo de prestar atención, de escuchar todo lo que nos rodea y nada más existe él en mi mente. Sus labios suaves, firmes, contrario a otras veces que su beso es apasionado y voraz, justo ahora expresa una dulzura, un miedo disfrazado de calma que hace doler mi corazón.

Aun cuando el beso acaba, nuestros labios siguen en contacto.

—Confío en ti. Si llego a desaparecer, ¿me encontrarás?

—...Te encontraré.

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Nos movimos a un bar, donde esta vez invité dos tragos de brandy de manzana. Para el segundo trago, y con Nates en el hombro de Deckard, una cuestión cruzó mi mente.

—¿Los dragones pueden beber licor?

—Sí.

—No —respondió de inmediato Deckard, dando una mala mirada a Nates—. Ni un poco, sobretodo el licor de cereza.

—¿Por qué?

—Vamos, maestro, esa vez fue un accidente.

Deckard gruñó.

—Hace siglos, mi maestro tuvo la grandiosa idea de dejar que bebiera unos sorbos. No importa si son unas pocas gotas, el cuerpo de un dragón no tolera bien el alcohol. —Deckard da una mirada a Nates, una que expresa regaño—. Comenzó a incendiarlo todo en la torre y el bosque. También quemó a unos cuantos de nosotros. Tuvimos que atraparlo y encerrarlo en una burbuja de maná hasta que el alcohol desapareciera de su sistema.

Al acabar Deckard de contar eso, mantengo apartado mi trago de Nates.

—¡Maestro!

—No, Nates. No puedes beber alcohol. ¿Pretendes incendiar este lugar?

—Podríamos hacer otras cosas —sugiero, notando lo enfurruñado que está el dragón—. He visto un par de puestos de juegos camino al bar —digo, bebiendo un sorbo—. Todavía tengo espacio en nuestra cama para un peluche más.

—¿Para que acaben tirados en el suelo? —Él sonríe—. Te mueves mucho en la cama.

—Tú eres el de los pies inquietos. Los dejo al final de la cama y los tiras.

—Los peluches no son para colocarlos en la cama. Te quiero a ti en ella, no a ellos. —Me ve—. Además, ¿quieres otro?

—Copito de Nieve lo obtuve cuando apenas te conocía, con Bambi fingiste ser alguien más. Es justo y necesario un peluche como representación de una relación formal —digo, mientras bebo otro trago.

—En este mundo lo es un anillo.

Escupo mi trago.

Tengo que tomar un pañuelo para limpiar mis labios, al mismo tiempo que lo observo anonadada y... sonrojada, con el corazón latiendo a mil por hora en mi pecho.

—¿T-tú... dijiste... anillo?

—¿Por qué reaccionas así? —Deckard luce genuinamente confundido—. ¿En tu mundo las parejas no usan anillos?

—Eh. Ah-s-sí, no. Bueno... —Mis palabras salen tan tartamudeadas debido a mi nerviosismo, me toma unos segundos controlarme—. En lo normal, las parejas usan anillos al comprometerse. No es tan común un... anillo de noviazgo.

No uno real, al menos.

Mi primer novio me dio un anillo de esos que venían con un chupete. Que me duró dos días, cuando mi período me vino con una baja de azúcar y el anillo sufrió las consecuencias.

Interesado, Deckard se gira por completo hacia mí.

—Anillo de compromiso, eh...

—No. —Lo señalo—. Ni se te ocurra. Si lo quieres, tendrás que esperar al menos dos años. —Siento que mis mejillas se colorean.

Deckard toma mi mano izquierda, su pulgar acaricia mi dedo anular.

—Entonces, ¿eso significa que en dos años podré colocar un anillo aquí? —Lleva mi mano a sus labios—. Uno que indique cuánto me perteneces.

—Ah... N-no empieces con tus webadas posesivas. —Con los nervios, la ansiedad y un incorrecto placer en mi pecho, logro zafar mi mano de su agarre. Busco a Nates, que nos observa con un ligero ronronear—. Así que, ¿se te ocurre algún juego?

—¡Búsqueda del tesoro! —Da una voltereta en el aire, y se ubica frente a ambos—. Esconderé seis piedras mágicas en el mercado y los alrededores, solo ustedes podrán verlas. Quien encuentre más, obtendrá un premio.

—¿Nosotros decidimos el premio? —Mi cabeza gira a Deckard.

—Si gano, me dejarás darte un anillo de pareja. Aceptaré tus términos para el de compromiso.

—¿No abandonarás el tema, o sí? —Él no pide mucho, solo parece querer seguir dejando en claro a todos que estoy con él, y un anillo parece ser una forma.

Una de muchas, porque apuesto que buscará más maneras.

Comprometerse es un asunto más serio. Implica tener una relación más íntima, o al menos eso significa para mí. Un tipo de intimidad que se puede construir en dos años, o más.

—De acuerdo. Si tú ganas, aceptaré tu anillo. —Termino mi trago—. Si yo gano, me dejarás visitar a Arsen las veces que lo pida. —Lo veo tensarse, el león a punto de rugir—. Quiero saber más sobre esos inventos. Tenía muchas preguntas que hacerle. Puedes darme un límite de tiempo pero iré. Y esta vez no bajo engaños.

—Bien. —La palabra sale masticada con dificultad de su boca—. Que empiece la cacería.

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Meditar es una práctica que le permitía distribuir mejor su maná a cada región de su cuerpo. El maná no era solo magia, sino también una fuente de energía constante que causaba un mejor flujo de sangre en las extremidades de sus cuerpos. Además, era la razón para la longevidad de un mago. El corazón de los magos latía mucho más lento que el cuerpo común, por lo tanto, meditar hacía que el maná llegara mejor al corazón así como los bombeos de este hacia que la sangre llevara oxígeno al cuerpo.

La meditación adecuada para un mago era iniciar al atardecer y terminar poco después de que anochezca. Una de las representaciones de Vita y Naturae eran el sol y la luna, respectivamente. Cuando el sol se oculta cuando la luna sale, se forma una pequeña fracción donde ambos astros conviven en un mismo momento en el horizonte. En ese momento, alcanzar la meditación hace que un increíble flujo de maná llegue a todas partes e incluso, si bien todo forma parte de un mito, se dice que es posible llegar a establecer una conexión breve con el mundo inmortal donde conviven los dioses.

Claro está, nadie lo ha logrado.

Pero fue ese punto de unión donde, meditando en el centro de su habitación, Raynor sintió que su alma abandonaba su cuerpo envuelto en un inesperado y accidental viaje astral. Vio su propio cuerpo todavía en la postura de meditar bajo él, su propia esencia transparente como un fantasma.

Solo una vez él logró este estado.

—Nos volvemos a ver.

La atención de Raynor fue rápidamente a la voz que le habló. La estilizada figura de Lynd estaba presente ante él. Contrario a Raynor, Lynd parecía provenir de un ambiente oscuro, repleto de estrellas y galaxias, visible de una forma casi tangente. Él, por el contrario, todavía se veía en su habitación; la separación de ambos espacios lucía como si no terminaran de fusionarse el uno con el otro.

—¿Qué es esto? —preguntó, su voz se escuchaba en eco.

Para Raynor, la apariencia de Lynd no había cambiado. El cabello largo, de un castaño oscuro casi negro, se camuflaba con el ambiente que lo rodeaba, haciendo relucir más los ojos del mismo color violeta de su aura. Algunas veces, dependiendo de su alcance mágico, se decía que los magos notaban un cambio de tonalidad, pues podría pasar de violeta a morado. En sus últimos años, su aura se tornó lila hasta morir. Raynor únicamente podía apreciar eso en este estado espiritual, pues nunca logró conocerlo en vida. Más allá de eso, Lynd fue un hombre apuesto, con un definido rostro ovalado y siempre juvenil, los ojos juntos y de labios finos.

—¿Me has llamado? —insistió el príncipe.

Esta vez, contrario a la última ocasión en la que se vieron, Lynd tenía una expresión de angustia, el entrecejo fruncido, los labios apretados.

—La oscuridad ha avanzado. Los hijos de Vita y Naturae corren peligro. La profecía está por romperse y la magia pura va a quebrarse.

—¿Q-qué? ¿De qué estás hablando?

—Es necesario que detengas la vuelta de aquella alma. —Lynd negó con su cabeza—. No está perdida.

—¿Hablas de Evelyn? ¿El alma de Evelyn? —El pánico creció el corazón de Raynor—. Se supone que ella se perdió entre las dimensiones.

—No. Esa alma no está perdida. Esa alma fue obligada a dormirse y ahora está por despertar.

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Las reglas del juego son sencillas: nada de magia, ni pistas. Con cuatro piedras encontradas, se declaraba ganador. Las piedras solo podremos verlas los magos pues tendrán auras mágicas. Nates no las distribuyó lejos. Deckard y yo nos separamos, Nates iba conmigo por protección. Si Deckard hallaba más de tres piedras, lanzará un disparo de magia al cielo, Nates hará lo mismo por mí.

El callejón que tomamos está muy transitado, con algunas tiendas abiertas como la librería, los restaurantes, y en la esquina está ubicado un teatro cuya calle principal se halla repleto de carruajes. Parece que hay una obra en emisión justo ahora. Es ahí donde veo la primera piedra. Está en las patas de una de las estatuas de león que custodiaban ambos lados de los escalones, los cuales daban a las entradas principales. Eran piedras lisas y grises, que irradiaban un suave brillo de colores.

—¡La dama ha encontrado una piedra!

—Pensé que eran gemas, como rubíes o esmeraldas. —Aun así, guardo la piedra en uno de los bolsillos de mi vestido, y camino en la dirección que venimos.

—Son piedras mágicas, están encantadas con un brillo de maná. Las personas sin maná lo considerarían ordinarias, los magos verían el maná en su interior. —Nates se me adelantó un poco—. Si quitara ese maná, la piedra se volvería horrorosa.

Vuelvo a sacar la piedra. Para mí lucen ordinarias, a excepción de ese brillo que la rodea, como si fuera fluorescente.

Encontramos una segunda piedra en la ventana de una barbería, y una tercera entre los arbustos que decoran la fachada de un restaurante, que por la poca cantidad de clientes, deben estar a poco de cerrar. La hora máxima para los establecimientos de estar abiertos al público son las diez de la noche, y eso solo aplica a ciertos tipos de servicios. Claro, hay algunos que cierran mucho antes, lo que permite a los puestos urbanos de comida y baratijas establecerse para vender sus servicios.

Frente a nosotros, hay abierta una pastelería con un hombre llevando una bandeja. Estoy segura de que está dando pastelitos para invitar a futura clientela a entrar a su establecimiento. Tras de él, en el pequeño escalón que da a la puerta de entrada de la pastelería, veo el característico brillo de una piedra. ¡Jah! Deckard, te he ganado.

Me apresuro, la tomo y doy un "¡Sí!" de victoria, solo que eso atrae la atención del hombre. Noto sus ojos brillar, un brillo que no me agrada porque...

—Señorita, ¿gusta probar de mis pastelitos?

Los observo mejor. Oh, dios... No son pastelitos, son cupcakes. Que sí, los cupcakes son unos mini-pasteles, pero estos más bien se parecen a los pasteles de la película de Valiente, esos que Mérida hace comer a su madre antes de volverla un oso. De inmediato puedo notar que no crecieron, la cobertura es mínima por los alrededores, haciendo destacar el relleno del medio.

Este hombre necesita ayuda.

Guardo la piedra en mi bolsillo, y asiento. Tomo el pastelito en mi mano, solo que un hombre pasa frente a mí, tropezando con mi dulce.

—¡Cuidado!

Estoy viendo con horror el dulce a nada de caer. No lo hice yo, se ve mal hecho, pero sigue siendo una pena enorme un dulce caído al suelo.

La persona logra atajar el dulce a centímetros del suelo, yo siento mi alma volver al cuerpo.

—Oh, dios mío... —Llevo mi mano al pecho. Al darle una leve mirada al pastelero, lo noto pálido. Yo también lo estaría estando en su lugar. Es decir, si hubiera chocado con las baldosas, sería un trabajo desperdiciado—. Gracias por sostenerlo —digo, girando mi atención al desconocido.

Lleva una capa, no puedo ver su rostro, es alto. Me devuelve el pastel, sin decir una palabra, y se marcha. Nates se presenta a mi lado, ambos vemos al extraño alejarse hasta cruzar la carretera, perdiéndose en una esquina. Se ve con prisa.

—Luce sospechoso.

—Probablemente va a la obra de teatro. —Oigo decir al pastelero.

Sí, bien, es cierto que en esa dirección está el teatro pero...

Bueno, no hizo nada más. Nates tampoco dice mucho, lo cual es algo positivo. Más allá de eso, decido enfocar mi atención en el cupcake. Error, pastelito. No sufrió daño, solo algo del betún se derramó, así que decido trocearlo con mis dedos por la mitad y comer el que no fue arruinado. Como una buena porción, no solo para probar el betún y la masa sino el relleno.

Es... interesante.

—Bien... El sabor es delicioso, el problema está en la mezcla. Es densa. —Saboreo un poco más—. ¿Esto es un...?

—Hay un tipo de dulce que algunos pasteleros intentan imitar. Lo impuso una mujer desconocida. "Coplais" o algo así.

—Cup-cakes —repito con claridad.

Oh, dios mío. No me hablen, soy famosa. ¿Están los pasteleros de aquí tratando de imitar mi dulce? Es decir, he escuchado algo pero es la primera vez que lo presencio. El problema es, que no parecen tener las recetas correctas... y con gran razón.

—Em. Como dije, la masa es densa. Recomendaría batir los ingredientes secos en un bol aparte, y los líquidos en otros. —Doy otra mordida, analizando más la consistencia—. También medirlos bien. Puedo sentir que la densidad es por la harina, Necesita bicarbonato de sodio y polvos de hornear. Sin mencionar que va a ayudar mucho si baten las claras de los huevos aparte hasta el punto de nieve, ¿me entiende? Eso ayudará que el cupcake tenga más cuerpo al hornear. —Él recibe la mitad del pastelito que fue arruinado, tan ensimismado en mi explicación.

—¿Cómo es...? ¿Es usted pastelera? —Su mirada me recorre de pies a cabeza. Yo hago lo mismo con él. Es de mi estatura, con una nariz ganchuda y una ligera barriga—. Espere, ¿será usted la pastelera que hizo los...?

Verónica, hora de salir pitando.

—Eh, bueno, espero que mejore sus cupcakes.

—Espera.

—Ya sabe, siga mis indicaciones y le irá bien.

—¡Sí eres tú! —Una enorme sonrisa se muestra en su rostro.

Corre, perra, ¡corre!

—¡Buena suerte!

—¡Espera! ¿Quieres trabajar para nuestra pastelería? —Trata de interponerse en mi camino, sus ojos brillan como si viera oro.

No es para menos, solo le dije cómo arreglaría el pastelito, no la receta en sí con cantidad de ingredientes. Que lo averigüe, no quiero involucrarme en esto.

—Te pagaré el veinte por ciento de las ganancias, no, ¡el treinta! ¿Sabes hacer otros pastelitos? —Me giro, y decido ir por otra vía, escuchando sus llamados.

Nates vuela a mi lado, atento que el hombre no nos siga. Dudo que lo haga, lleva aún la bandeja sobre sus manos.

—Esa era una buena oferta para la dama. Sus dulces se volverían populares.

Hago una mueca.

—Lo sé, tengo un par de recetas más que nadie conoce aquí. El problema es que prefiero enfocarme en mi entrenamiento, ¿entiendes? —digo entre jadeos—. ¿Ubicas a Deckard?

—En seguida. —Nates sube hasta sobrevolar la ciudad, yo bajo la velocidad para recuperar el aliento mientras espero que el dragón lo encuentre.

Sé que él tiene razón, en una ocasión lo consideré, todavía lo mantengo en mente, el abrir una pastelería. Deckard me apoyaría, estoy segura de eso, el problema...

De golpe, todo se vuelve oscuro para mí.

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Deckard se encuentra cerca de la fuente de los dioses. Ahí Nates ocultó una piedra. Solo ha llegado a encontrar dos. El cielo se ilumina de rojo, la señal de Nates de que Verónica ha ganado.

—Maldición —masculló por lo bajo.

Había esperado poder ganar ese estúpido juego, no solo porque ansiaba poder darle un anillo que representara ante los ojos de todos que ambos estaban en una relación, sino que al ganar podría evitar que ella se reuniera con Arsen. Comprendía el deseo de Verónica por averiguar más sobre cómo ese imbécil creó aquellos artilugios, no tendría mayor problema si no tuviera que tratar con el propio Arsen.

Dudaba que hubiera una ocasión en la que ellos pudieran llevarse bien. Arsen jamás, por lo que entendía, le aceptaría como el único protegido de Lynd, no importara que su maestro haya muerto, y jamás dejaría de culparlo por eso.

Por lo tanto, si estaba en sus posibilidades de alejar a Verónica de aquel burdo intento de mago, lo haría.

Inesperadamente, captó una presencia a su izquierda. No, una presencia no, una bola de magia dirigida hacia él. Soltando las piedras, Deckard levantó la mano, su maná de inmediato alzando una barrera que lo protegió del ataque. Solo no esperó que fuera tan fuerte para hacerlo retroceder.

—¿Qué mierda...? —Sus ojos se abrieron, el ceño fruncido, al ver millones de flechas creadas con maná que cayeron por toda la plaza central, haciendo gritar a los habitantes, correr para huir, algunas de las flechas lograron golpearlos y matarlos en el acto.

Deckard apenas fue capaz de protegerse con la misma barrera, observando el desastre de piedras, humo, sangre y cuerpos destrozados que dejó la lluvia de flechas.

Usando el elemento del aire, lo desató para limpiar el humo que lo rodeaba, una onda saliendo de él. ¿Quién demonios lo estaba atacando? En su mano, el maná carmín comenzó a formarse para rastrear el origen de aquellos ataques cuando una forma se acercó a él.

Una figura femenina, vestida con una camisa blanca y falda roja.

—¡Verónica! Regresa a la torre, esto...

El maná en su mano dirigió su atención a ella. Un frío acrecentado en su pecho.

Verónica, ahora que se fijaba en ella, no llevaba la nueva pulsera que creó para mantener su maná bajo control, y es más, dicha aura mágica estaba creciendo a pasos agigantados.

—Creo que deberías intentarlo de nuevo, mago —dijo, arrancando la peluca de su cabeza.

Deckard bajó la mano.

—¿Evelyn... Herschel?